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Abelardo: «Con Van Gaal sí disfruté jugando, no era todo tan suicida como con Cruyff»

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Del movimiento vecinal del barrio gijonés de Pumarín, Esther Hevia, que fue alma de la Asociación de Vecinos Severo Ochoa, amén de militante del PCE, recordaba en 2017 que en sus inicios —de los que ilustraba así su precariedad— sus miembros, para organizar charlas y talleres, tenían que ir por las obras, sustrayendo ladrillos y tablones con los cuales montar improvisadas sillas y mesas. Gijón era una ciudad industrial que crecía desordenadamente, capaz apenas de deglutir las riadas de «desertores del arado» (y a veces de la mina: los astilleros, la siderurgia, eran duros, pero menos que los pozos del Caudal y el Nalón) que arribaban a ella, procedentes del resto de Asturias y de España.

Una de aquellas familias fue la de Abelardo Fernández Antuña (Gijón, 1970). Las calles en que dio sus primeras patadas a un balóneste futbolista, internacional de dos mundiales y dos eurocopas, miembro tardío del Dream Team de Cruyff —con el que nos contará, y nos lo hará comprensible, que no disfrutó jugando un solo partido—, llevan nombre de regiones y comarcas españolas: Soria, Baleares, Roncal, Valencia, Extremadura, Aragón, Alcarria. La suya era El Bierzo: un callejón próximo a la avenida grande que atraviesa el barrio, que se llamaba entonces Ronda de Camiones, pero hoy se llama Gaspar García Laviana, homenaje a un cura de Tuilla —el pueblo de David Villa— que murió pegando tiros con la guerrilla sandinista, en el setenta y nueve. Aquel año, el Sporting de Quini quedó subcampeón de Liga y jugó su primera Copa de la UEFA. Algo más de una década después, Abelardo jugará la última; y en su hotel del Bucarest de 1991 —nos contará—, él y sus compañeros dejarán la comida en el plato cuando se den cuenta de que los camareros se comen sus sobras.

El centenario Café Dindurra es el lugar que se nos propone para más de dos horas de conversación. Cuando, un par de minutos después de iniciada, llegue Alejandro Nafría y se le presente extendiendo la mano —«Alejandro»—, hará lo propio y dirá: «Abelardo», como si Nafría pudiera no conocerlo. Nos parece advertir en ello una muestra de humildad; de una humildad no deliberada, sino natural en quien también nos contará que sus padres y su mujer le hicieron tener los pies en el suelo.Terminada la entrevista, charloteando en el paseo de Begoña antes de despedirnos, Nafría le dirá: «Oye, entiendo que tú tengas que decir que no, pero yo creo que el árbitro del España-Italia sí estaba untado, ¿eh?». El Pitu (de «pitufo»: él, como Gijón, también fue pequeñito, y pegó un estirón brusco y desordenado) insistirá entonces en que a él le parece que no.

Abelardo, naces en Gijón en 1970. Te crías en un barrio obrero, Pumarín o, como he leído que lo llamabais, RIP, la República Independiente de Pumarín.

Ja, ja, ja. Sí.

¿Cómo era la vida allí?

Vivía en la calle El Bierzo, que era un callejón. Tenía entrada por los dos sitios, pero solo pasaban los coches de la gente que vivía allí, y para aparcar. Así que jugábamos partidos en plena calle; calle que, como tantas otras, no estaba asfaltada; aquellas calles con baches. De hecho, hacíamos las porterías con las piedras de la calle. Jugábamos a fútbol o a juegos que hoy no se juegan, llámense la peonza, las chapas… O construir carros de madera y rodamientos y tirarnos por ahí con ellos. Estaba todo el día en la calle.

Gijón era una ciudad industrial y de aluvión, que había crecido rapidísimo y de cualquier manera.

Efectivamente.

Pumarín tuvo un movimiento vecinal fuerte; una de las asociaciones de vecinos más activas de la ciudad. ¿Tienes recuerdos de ello, de que tu familia, tus vecinos, etcétera, se implicasen en ello?

Pues la verdad es que no…

¿A qué se dedicaban tus padres?

Mi padre trabajó primero en una empresa de construcciones metálicas de La Calzada, que se llamaba Crady; cerró ya. Y después, con su hermano, mi tío, montó una carpintería. Había empezado a trabajar a los trece años. Las cosas no eran como ahora: mis abuelos paternos, que habían venido de San Antolín de Ibias —los maternos, de Lieres, cerca de Pola de Siero—, no le dieron opción de estudiar; le obligaron, entre comillas, a trabajar. Empezó de pinche en una carpintería y después entró en Crady, pero su vocación era la carpintería, así que montó aquello con mi tío. Hacían muebles para la gente. Después, en el ochenta y uno, mi padre y mi madre montan una mueblería de cocina en Contrueces, y se dedican a eso. Después, no sé exactamente en qué año, se van a La Calzada, a la avenida de Galicia. Se habían casado muy jóvenes, y me tuvieron muy jóvenes, con veinte y dieciocho años.

Tú ¿qué hubieras sido, si no futbolista? ¿Para qué ibas?

Deporte… Yo tengo el COU, y quería estudiar INEF en Coruña. Tengo un amigo que se afincó allí e íbamos a matricularnos, pero estaba en el filial del Sporting, fue cuando empecé a entrenar con el primer equipo, me llegó esa oportunidad y decidí quedarme en el fútbol. Me salió bien, pero, si no, hubiese estudiado INEF. No sé si hubiese sido profesor de Educación Física o qué, pero habría estado vinculado, seguro, al mundo del deporte.

En el colegio, conoces a un tal Luis Enrique.

Íbamos a la misma clase del Julián Gómez Elisburu. Jugábamos al fútbol en el patio, y un día, un chico dos años mayor que nosotros con el que jugábamos, Alfonso, nos preguntó: «Oye, ¿cómo no venís a jugar al Xeitosa?». Le había llamado la atención cómo jugábamos tanto Luis como yo. Teníamos ocho años. Le dijimos: «Bueno». Habló con Brito, fuimos un día a hacer una prueba con ellos y allí nos quedamos.

José María Fernández de Brito, fundador del Xeitosa, una institución del fútbol base gijonés.

Eso es. Mi primer entrenador, y un entrenador avanzado para su época. Trabajaba mucho la técnica, los controles, las conducciones, el golpeo con el interior, que era lo que se hacía, evidentemente, en fútbol sala… Tengo un recuerdo muy especial de él, y todavía guardamos una gran amistad.

Con el Xeitosa, ganáis un Campeonato de Asturias en cuya final marcas dos goles de cabeza, marcando Luis Enrique otro.

Bueno, no exactamente. La final era un partido a doble vuelta. La jugamos contra el Sporting. En nuestra casa, le metemos siete-cero. Y en casa del Sporting, ganamos cero-tres y sí: yo meto dos. Teníamos un equipazo. No es por pecar de vanidosos, pero éramos siete en aquel equipo, y a los cinco titulares —cuatro y el portero— y el primer reserva nos ficha el Sporting para el equipo alevín. Posiblemente haya sido el mejor equipo que tuvo Brito. Dicho por él, ¿eh? No por mí. Coincidió ahí una generación muy buena, aunque, después, a jugar a nivel profesional solo llegamos Luis y yo.

Te vas al Sporting alevín y luego pasas al infantil, pero no acabas de cuajar allí y te vas a La Braña, y luego al Estudiantes de Somió.

Sí, un año en La Braña y, luego, dos en el juvenil del Estudiantes. Hay una anécdota que siempre cuento: me quiere fichar el Sporting B, pero yo no quiero volver al Sporting. El Sporting había decidido que yo no daba el nivel, que por supuesto tendrían razón: en eso no me meto. Y yo me llevé una decepción muy grande. Es más, quise dejar el fútbol. Fue mi padre quien me animó a no dejarlo. No porque viese que iba a ser futbolista, sino por hacer deporte. Era el momento en que empezábamos a salir por ahí, con quince o dieciséis años, y mi padre, lo típico: «Haz deporte, que te va a venir bien». Me convenció y, en ese momento, salieron las cosas bien. Es más: en ese otro momento en el que me vuelve a llamar el Sporting, me quiere el Caudal, que estaba en Segunda B.

Pero Carlos García Cuervo, el entrenador del Sporting B, interviene para que no te vayas.

La verdad es que fue más bien mi madre. Mi padre no me podía llevar a Mieres, así que me tenía que sacar el carné de conducir, e ir a entrenar de aquí a Mieres no era como ahora: era la típica carretera antigua, con aquellos túneles, mucho tráfico… Mi madre tenía miedo: no te vayas, que si el coche, que si patatín, patatán. Entonces, mi padre habló con García Cuervo y le dijo: mira, mi hijo pilló una decepción muy grande cuando tal, y lo único que te pido es si me puedes asegurar que mi hijo se va a quedar en la plantilla. No si va a jugar, que por supuesto no se lo podías exigir, sino si va a quedarse en la plantilla. García Cuervo dijo: «Sí, sí, no te preocupes, que en la plantilla se va a quedar». Y me fui al Sporting B; Sporting Atlético se llamaba entonces.

Llegas en 1988. Debutas pronto con el primer equipo: en 1989, contra el Madrid, y marcando a Míchel.

Con el Sporting B me sale un año muy, muy bueno. García Cuervo lo tenía claro. Hay una situación extraña, que es que yo, en el Estudiantes, en el último año de juveniles, jugaba de pivote, y metí treinta y siete goles en treinta y ocho partidos; y cuando ficho por el Sporting, pienso que voy de pivote, pero García Cuervo habla conmigo y me dice que me ve en la posición de central. Digo: «Sí, sí, lo que sea». Aquella temporada me sale muy bien, y a la siguiente hago la pretemporada con el primer equipo, con Txutxi Aranguren, y se produce un dato, que es que hay muchísimas lesiones en el equipo antes de ese primer partido de la temporada.

De hecho, Aranguren empieza por ponerme de pivote defensivo, porque estaban lesionados todos los jugadores que estaban ahí; y al final se recupera el pivote defensivo, pero se lesiona el interior izquierda, y me pone de interior izquierda, posición en la que yo no había jugado en mi vida. Y lo que dices tú: marcando a Míchel. Debuto en el Bernabéu. Debí de tocar tres o cuatro balones, no muchos más, y perdimos dos-cero. Después, hay cuatro o cinco partidos que bajo al filial, pero entonces se produce el cese de Txutxi Aranguren, coge el equipo García Cuervo y ya me pone desde el primer partido. Juego todo el año de titular.

Txutxi Aranguren es tu primer entrenador y, curiosamente, también será el último, en la temporada de tu retirada en el Alavés.

Sí, sí, sí. Es increíble. En el año ochenta y nueve debuto con él, y en el 2003, el último entrenador que tengo es él. Además, se portó conmigo fenomenal en el Alavés. Aquel fue un año duro en el que yo venía del Barça, pero tenía la rodilla mal; de hecho, por eso lo dejo con treinta y tres años, relativamente joven. Sufro muchas críticas, porque bajamos, y a mí me pegan unos palos terribles por el hecho de ser un fichaje del Barça. No estoy a mi nivel; sufro mucho ese año. Y él me defiende en la prensa, como profesional y como persona. Tuvo ese gesto hacia mí que no tenía por qué tener.

¿Qué tal era como técnico?

Tenía las ideas muy claras: un 4-4-2 o 4-2-3-1. Muy directo con el jugador. A ver, los entrenamientos de antes no eran como los de ahora. No veíamos vídeos del rival. A finales de los noventa, ya empezamos a verlos; con Aranguren, en el Alavés, ya los veíamos. Pero en el Sporting no. No veíamos vídeos y no te hablaban del rival a nivel de cada jugador, de sus características. Tampoco había partidos televisados. Había el partido del sábado, el más importante de la jornada, que solía ser el Madrid o el Barça, pero nada más. No veías a los jugadores, no los conocías. Veías los resúmenes de Estudio Estadio, que eran de cuatro o cinco minutos, nada más. Así que los entrenamientos eran más analíticos que ahora. Él tenía las ideas claras, y la verdad es que muy bien.

Formas parte de una de las grandes hornadas de Mareo, junto con Luis Enrique, Manjarín y Juanele, amén de Arturo, Óscar, Alcázar, Tati o Luis Sierra. Sobre vosotros ejercía, ¿verdad?, un cierto papel paternal Joaquín, superviviente de los años dorados de Quini y compañía.

Mi generación, más que nada, es Luis Enrique, Manjarín, Arturo y yo. Juanele es un año después, y Luis Sierra u Óscar son tres o cuatro años mayores. Con nosotros subieron también Ovidio, Raúl… Subimos muchos de aquel Sporting B. Y sí, de la generación dorada del Sporting quedaban Joaquín, Jiménez y Cundi, con el que coincidí un año, aunque prácticamente no pudo jugar, porque estuvo toda la temporada lesionado. Joaquín y Jiménez ejercían ese papel que tú dices. Los veteranos de antes no eran lo mismo que los de ahora: imponían mucho más respeto. No te voy a decir que te putearan, pero imponían. La sociedad cambió mucho. Nosotros éramos chicos muy humildes; subíamos con las orejas gachas a escuchar a todos, a aprender tanto del entrenador como de los veteranos. A mí me influyó mucho Joaquín, pero sobre todo Jiménez, porque jugué todo el año con él al lado. Él tenía de aquella treinta y cuatro años, y yo diecinueve. Tenerlo al lado enseñándome, aconsejándome, en una misma posición para mí fue un gran ejemplo; y jugar con dos de mis ídolos del gran Sporting, impresionante.

Me resulta muy interesante, del fútbol de tu generación, esa figura de autoridad que representaba el veterano, especie de virrey del entrenador, que me da la sensación de que ha desaparecido de los vestuarios.

Te enseñaban a nivel futbolístico y a nivel mental. Eran un ejemplo también en cuanto a entrenar, a cuidarse… Seguíamos su camino. Yo creo, ya te digo, que éramos chavales más humildes. La sociedad te hacía tener un respeto mucho mayor hacia los mayores.

Una sociedad más jerárquica, ¿verdad?

A la gente mayor, siempre la tratábamos de usted.

¿A los veteranos también?

No, no los tratábamos de usted. Pero, si no se dirigían a nosotros, nosotros no nos dirigíamos a ellos. Yo con Jiménez sí, porque no tenía otro remedio: era mi posición y tenía que hablar con él. Pero había un respeto muy grande. También una jerarquía, que ahora no hay, en cuanto a ganar el dinero. La gente que llevaba más años ganaba más que nosotros. Ahora, un chico joven, con diecinueve años, igual ya gana más que uno que lleva diez años en la plantilla.

Tu mote, Pitu, viene de esta época, ¿verdad? Eras el Pitufo.

Me viene de niño; de que yo era muy pequeño en cuanto a estatura. Con catorce o quince años, medía 1,60. El Negro Fernández, que era el que llevaba Mareo, cuando yo me voy de allí con quince años, una de las razones es que él me dice: «Si creces, puedes llegar a ser futbolista». Era muy pequeñito. En un año, entre los dieciséis y los diecisiete años, crecí veintitrés centímetros.

Ahí va. El estirón.

¡Sí! Además estuve muy mal de las rodillas, del estómago… Crecí en estatura, pero no en fortaleza. Cuando llegué al Sporting Atlético, medía 1,83, como mido ahora, y pesaba sesenta y siete o sesenta y ocho kilos; once kilos menos que cuando llegué a profesional. Tuve que trabajar mucho la musculatura en el gimnasio y cambiar la alimentación. Comía bien, pero de aquella, con tu madre, comías fabada y cenabas patatas fritas con chorizo y huevo y estas cosas. Tuve que empezar a comer de otra forma.

Conoces el último gran Sporting; un Sporting matagigantes, que en 1993 derrota al Madrid y al Barça, sigue peleando por los puestos de la parte alta de la tabla y, en la 1991/1992, con Ciriaco Cano de entrenador, juega su última Copa de la UEFA.

Era un muy buen Sporting. Mi primer año sí pasamos apuros. Cuando echan a Aranguren, llevábamos un punto positivo y cinco negativos: entonces había puntos positivos y negativos. Si ganabas, te daban dos positivos; y si perdías, te quitaban. Pero con García Cuervo nos acabamos salvando. No me acuerdo exactamente de en qué puesto quedamos, pero el trece, el catorce: algo así. Al año siguiente, empieza García Cuervo, lo cesan, entra el Ciri y quedamos quintos y jugamos la UEFA. Aquel fue un año extraordinario; lo fueron los dos años con Ciriaco. El primer año quedamos quintos y llegamos a semifinales de la Copa del Rey, y el siguiente quedamos octavos y otra vez semifinales de Copa del Rey.

Después llega Jacobs y ya es un año más discreto: quedamos a mitad de tabla, que ahora quién pudiera, ¿no? Y mi último año es el de García Remón, en el que hacemos una primera vuelta extraordinaria, hasta el punto de que, quedando tres partidos de la primera vuelta, vamos a Coruña, y si ganamos, nos ponemos líderes, pero perdemos. Durante toda la primera vuelta, vamos terceros, cuartos… La segunda ya no la hacemos tan bien y acabamos a mitad de tabla. Pero bueno, los años que yo estuve en el Sporting fueron años buenísimos. Se combinaba una generación de futbolistas extraordinarios de Mareo con fichajes extranjeros con los que se acertaba. Vinieron extranjeros muy buenos: Milan Luhový, Joakim Nilsson, Iordanov… El primer año que yo estuve, VermezovićMarcel Sabou, Stanić, que llegó a ser Bota de Oro con el Brujas… Y así fue que teníamos un presupuesto que era de los más bajos, pero nunca pasamos ningún problema para mantenernos, sino todo lo contrario.

¿Qué tal cada uno de esos entrenadores que tuviste en el Sporting?

García Cuervo es mi padre futbolístico; el que apostó por mí con diecinueve años y decidió poner a un chico de diecinueve años, delgado, rizoso, con un cuerpo de escombro total, y quitar a un internacional irlandés: Kevin Moran. Me veía mucho potencial. Me acuerdo de una vez, en el Sporting Atlético, que me dijo: «Tú vas a llegar a la Selección. Vas a jugar en el Sporting y vas a ser internacional con la Selección». Yo me partía de risa, pero él lo veía clarísimo. En cuanto se fue al primer equipo, me acuerdo de que, volviendo con el Cambados, jugando con el filial, me llamó al asiento con él y me dijo: «Estate tranquilo, que mañana vas a entrenar ya con nosotros, y vas a jugar en Zaragoza». Apostó por mí y yo se lo demostré en cuanto a rendimiento.

¿Qué tal Ciriaco? Era un entrenador defensivo, ¿no? ¿Qué aprendió de él un defensa como tú?

¿Defensivo? No, no, todo lo contrario. Con Ciri jugábamos un 3-4-3, que nadie se acuerda. Jugábamos Luis Sierra, Tati y yo de centrales; había dos carrileros muy adelantados, que eran Arturo y Juan Carlos, un chico que vino del Zaragoza; había dos pivotes, que solían ser Joaquín y Óscar o Joaquín y Iordanov, y tres puntas arriba, que eran Luis Enrique, Luhový y Manjarín. Sí que es verdad que replegábamos cuando no teníamos el balón, pero en cuanto a fase de ataque… Era un sistema nuevo, que yo nunca había visto; una cosa moderna, y salió muy bien. A mí, como defensa, me enseñó mucho en cuanto a perfilamientos defensivos. Aprendí mucho con él. Luego llega un entrenador que cambia toda mi manera de pensar en cuanto al fútbol, que es Bert Jacobs; un entrenador que sí que es muy ofensivo.

Llega con veinticinco años de experiencia como entrenador, pero solo a equipos holandeses, y uno de Hong Kong ¿Se adaptó bien al fútbol español?

Llega con la idea de incorporar un central a medio campo cuando tienes el balón, y de hecho la intenta conmigo, aunque después la cambia, porque ve que no se adapta bien a nuestro fútbol. Jugaba con un 4-4-2, 4-2-3-1, pero muy ofensivo, con extremos muy ofensivos tipo Holanda, pegados a la cal. Nos costó al principio cogerle el punto al sistema, pero después, muy, muy bien.

Tu último entrenador en el Sporting es Mariano García Remón.

Un entrenador también con las ideas muy claras, que venía del Madrid, de jugar en el Real Madrid. Manejaba los dos conceptos: el ofensivo y el defensivo. Teníamos buenos jugadores ofensivos: Juanele, Mario Stanić… Marcel Sabou jugaba por la izquierda; sube un chico del filial, Dani Díaz, con Míner en el medio campo… Suben varios jugadores del B, como Castaño… Yo, con veintitrés años, soy prácticamente uno de los veteranos. En muchos partidos, ejerzo de capitán: es esa época en la que El Gato [Ablanedo] se lesiona de la rodilla y juega Emilio Isierte de portero. Un año fantástico, la verdad, ya te digo que, en la primera vuelta, peleamos incluso por el liderato.

¿Qué tal aquella Copa de la UEFA, la última del Eurosporting? Tu primer partido como espectador, con siete años, había sido de la primera, contra el Torino, en la 1978/1979.

Sí, sí. Después me acuerdo de verlos también contra el Colonia, contra el Milan, el famoso gol de Jaime… ¿Aquella UEFA? Pues hombre, para mí, un sueño. Primero jugamos contra el Partizan, que tenía un equipazo: estaba Jokanović, que luego jugaría en el Oviedo; estaba Mijatović, que luego jugaría en el Valencia… Nosotros no partíamos como favoritos, pero hicimos un grandísimo partido en El Molinón, que ganamos dos-cero. La segunda vuelta no se jugó en Belgrado, porque tenían el campo cerrado por no recuerdo qué incidentes.

Estaban ya en guerra.

Sí, pero no fue por eso, fue no sé qué incidentes con los espectadores; algo pasó en el partido anterior, no recuerdo bien. Jugamos en Estambul e hicimos un partido muy, muy bueno, en el que no tuvimos ningún problema, pero en el que, en los tres últimos minutos, en el descuento, nos meten dos goles. Tuvimos que ir a la prórroga y pasamos a penaltis.

En los que el héroe fue Emilio Isierte, que paró dos, uno de ellos a Mijatović.

Exacto. Pasamos la eliminatoria y entonces jugamos contra el Steaua. En El Molinón no nos salió muy bien: empatamos a dos. Y allí, en Bucarest, hacemos un buen partido, con opciones de ganar, pero no conseguimos marcar y al final nos meten el uno-cero y nos mandan para casa. Pero fue una experiencia muy buena. Aunque en Bucarest lo pasamos mal aquellos tres días…

¿Por qué?

Se había producido la caída de Ceauşescu y había mucha hambre en Bucarest. En el hotel en el que estábamos, los camareros se quedaban nuestras sobras, y nosotros no comíamos, porque sabíamos que la situación era esa. Llevamos la comida de Gijón. Fueron días duros. Duros para ellos sobre todo, obviamente, pero nosotros lo pasamos ma lviendo aquello; lo mal que lo estaba pasando la gente que trabajaba en el hotel.

¿Cómo vivía la guerra que asolaba su país el yugoslavo de aquel Sporting: Mario Stanić?

Mal, mal. Era croata. Lo pasó muy mal, sí, sí. Muy mal. Lógico. Ya no solo porque es la guerra, que yo creo que las guerras civiles —es una opinión personal— son lo peor, porque la gente se ensaña mucho más que en otro tipo de guerras, sino por lo que nos contaba Mario Stanić de que violaban a mujeres, mataban a niños… Él tenía familiares y amigos allí y le angustiaba mucho no poder ir allí. Tenía veinte o veintiún años, era un crío.

En 1992, formas parte de la Selección española que gana la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona: el triunfo que desempolva un palmarés inmóvil desde la Eurocopa del sesenta y cuatro. ¿Cómo recuerdas el grupo, la concentración…?

Un grupo muy, muy bueno. Gran parte de ellos veníamos de conocernos y hacer amistad en la sub-21. Lo pasábamos muy bien. Vicente Miera nos concentró en un parador cerca de Cervera de Pisuerga al que también iba con el Sporting. Estuvimos tres semanas allí, y claro, no era como ahora: sin móviles, sin PlayStation… Entrenar por la mañana y, por la tarde, aburrirte no: lo siguiente. Jugábamos a las cartas, bajábamos al pueblo a tomar algo, pero allí tampoco había nada. Pero eso hizo que el grupo se relacionase mucho más. Ahora toda la gente está con el móvil o escuchando música con sus cascos, incluso comiendo. A veces se dice que es para concentrarse, pero yo me concentraba igual o mejor sin hacerlo. Hablabas con el compañero: tenemos a este, vamos a marcarlo de esta forma, vamos a jugar así…

A Barcelona no vais hasta la final.

No. La fase de grupos, cuartos y semifinales la jugamos en Valencia. Sí que estuvimos en la inauguración de las Olimpiadas, que es uno de los recuerdos más bonitos de mi vida.

El arquero aquel y el pebetero encendido de un flechazo.

Sí, el arquero, ver al famoso Dream Team… Luego nos fuimos a Valencia y por la mañana entrenábamos y, por la tarde, íbamos a los karts, a darnos tortazos en los karts y acabar con unas heridas que íbamos a que nos tratasen los fisios a escondidas, sin que se enterase el míster, que nos hubiese matado. Después, conseguir el oro fue impresionante. La verdad es que, aunque teníamos muy buen equipo, como se demostró allí, no lo esperábamos.

Aparte de Luis Enrique, ¿quiénes eran tus mejores amigos en aquella plantilla?

Sobre todo, Luis y Manjarín, que eran compañeros, pero nos llevábamos todos muy bien. Con Kiko, Alfonso, Roberto Solozábal y Juanma López, que éramos el grupo que íbamos a los karts, pero en general con todos: Billabona, Amavisca, Guardiola, Chapi [Ferrer]…

Hay una foto de los Juegos Olímpicos en la que salís Luis Enrique y tú en un aeropuerto, que me hizo mucha gracia cuando la vi por ahí hace poco, porque Luis Enrique lleva El Comercio en la mano. Dos chavales de barrio de Gijón viviendo el sueño del fútbol de élite.

Eso fue en una vuelta de la sub-21, de traje, con una pintilla que… Tengo esa foto, sí, sí.

Ganáis tres-dos a Polonia en la final, y tú marcas uno de los goles.

Sí. En la semifinal también meto; tengo esa suerte. La verdad es que fue un campeonato en el que llegamos a la final sin encajar un gol, y la final es el peor partido que jugamos con diferencia. En los otros habíamos sido muy superiores. El partido más difícil es el de cuartos, contra Italia, que tenía un equipazo: Antonioli de portero, jugadores del Milan, del Nápoles, del Parma, Dino Baggio… Ellos quedaron segundos en su grupo, nos cruzamos con ellos y les ganamos uno-cero jugando muy, muy bien. Sin embargo, contra Polonia, yo creo que los nervios nos traicionaron y no estuvimos bien. Ellos se adelantan, yo empato el uno-uno, mete Kiko, nos vuelven a empatar y en el descuento, en un córner que te descojonas, porque lo saca Chapi Ferrer, que debió de ser el único córner que sacó en su vida, subimos todos, le pega Luis Enrique, le queda el balón a Kiko y la mete. Y al poco de sacar de centro, ya pita el árbitro. Fue una alegría, con el Camp Nou lleno; una situación que no olvidaré nunca.

Teníais psicólogo, una novedad que empezaba a aparecer en los equipos de fútbol.

Sí, Jesús García Barrero, hermano de García Barrero, el que jugó en el Oviedo. Se murió a los pocos años. Le pegó un infarto en 1998, jugando al fútbol en Ribadesella. Yo tiré mucho de él, porque había trabajado antes con nosotros en el Sporting; lo conocía de eso. La verdad es que había muchos asturianos en aquella Selección: estaba él, estaba Miguel Sánchez, el segundo de Miera; el propio Miera era cántabro, pero había entrenado al Sporting y al Oviedo… Teníamos mucha camaradería. Jesús nos enseñó técnicas de respiración, cómo preparar el partido de otra forma, cómo tranquilizarnos, quitarnos un poco esa presión… Éramos chicos de veintiún, veintidós años.

¿Tú sufrías mucho esa presión?

Hombre, un gusanillo sientes, pero yo he sido muy pancho a la hora de jugar. No lo he pasado mal nunca; nunca he sido de decir: «Buf, qué presión este partido». He sentido más presión como entrenador. Pero bueno, Jesús sí que me ayudó. Hicimos muy buena amistad con él y con Rosana, la que era su novia, con la que sigo manteniendo la amistad. Cuando Jesús se murió, para mí fue una pena muy grande.

¿Cómo fue para ti sobrellevar la fama; gestionar el éxito, el dinero…?

Bueno, he tenido la suerte de rodearme de gente que me ha aconsejado bien. Tenía buenas bases y he intentado ser una persona normal. He sido coherente a la hora de invertir mi dinero. Lo primero que me llamaba era: «Bueno, voy a comprarme un coche importante, un coche caro». Pero mi padre me inculcó que con el primer dinero me comprara un piso; y con el segundo, otro piso. También tuve la suerte de conocer a mi mujer. La conocí con dieciocho años, en el instituto, y hasta hoy. Es una persona a la que nunca le ha gustado el fútbol, pero que me ha aconsejado muy bien; una persona muy cabal, muy madura para su edad siempre, que me ha dado esa estabilidad. Hombre, con el fútbol sí que perdí una cosa, que es el salir por ahí de cachondeo los fines de semana: te tenías que cuidar. He salido alguna vez, no voy a decir que no he salido nunca, pero no he disfrutado eso, aunque no lo eché de menos para nada. Cuando tienes la vocación de ser futbolista, te cuidas lo más posible.

Mucho gran futbolista se pierde por no cuidarse.

Yo he tenido compañeros mejores que yo que no llegaron adonde llegué yo por circunstancias no deportivas. No es fácil. Lo que dices tú: ganar dinero, que la gente te conozca por la calle, a nivel mental no es fácil de llevar para un chaval de diecinueve, veinte años, como era yo, que de la noche a la mañana es famoso y lo para la gente por la calle. Pero yo lo llevé con naturalidad, ya digo. Hasta que me marché a Barcelona, seguí viviendo en la calle El Bierzo, en Pumarín, intentando hacer la misma vida, teniendo mi novia y mis amigos del barrio, algunos de los cuales se metieron en el mundo de la droga y lo pasaron mal.

Con la Selección, habías debutado en Oviedo el 4 de septiembre de 1991. Un partido amistoso contra Uruguay, el primero de los 54 que jugarás, en los que anotarás tres goles.

Mi primer gol lo meto en el tercer o cuarto partido, contra Francia, en el Villamarín, un partido que perdemos uno-dos. Y el segundo lo meto en el partido siguiente, contra Checoslovaquia.

Fuiste un defensa bastante goleador.

Sí, sí, la verdad. He metido goles; he tenido esa suerte. Una de mis principales virtudes era ser bueno en el juego aéreo. A pesar de que no era muy, muy grande para jugar en la posición de central, tenía buen salto y buen remate de cabeza; y en los corners, en faltas laterales, he metido goles. Desde niño, con el Xeitosa, ya metía goles de cabeza: una cosa genética, porque no es que haya entrenado eso mucho. Tenía esa virtud.

¿Cuál fue tu mejor gol?

El más importante, sin duda, el del final de la Olimpiada; y el más bonito yo creo que fue uno que le meto a Buffon con España, en un partido amistoso que le ganamos dos-cero a Italia en el año 2000, un córner que me elevo mucho y remato.

En 1994, te ficha el Barça. El Sporting recibe 275 millones de pesetas, en lugar de cero, gracias a una maniobra tuya.

El año de Jacobs, que es un año antes de que yo me vaya al Barça, Bert Jacobs, que en paz descanse, habla con Iván Iglesias y conmigo —esto lo sabe poca gente— y nos dice que a Iván Iglesias lo va a fichar el Barça ese año, y a mí me van a fichar el año siguiente. Él tenía mucha amistad con Cruyff, y me aseguró que aquello era verdad. Al año siguiente, yo acabo contrato con el Sporting, que no me había renovado, y no me había renovado porque no se habían dirigido a mí, no porque yo no quisiese renovar. Sabiendo que el Barça me iba a fichar, salvo que tuviera una lesión o tal, hablo con Javier Fernández, que llevaba todo el tema económico (estaba de presidente Eloy Calvo Capellín), y le digo: «Oye, me voy a marchar al Barça. Renovadme este año». Yo mantenía todavía mi primer contrato, el de cuando subí del filial, pese a que ya era internacional absoluto. Ahora los jugadores juegan diez partidos y ya exigen que les suban el contrato: pues yo no. Le digo a Javier: poned una cláusula baja, entre comillas, pero que ganéis un dinero. Y sí, me renuevan por cuatro años, me suben el contrato y ponen esa cláusula de 275 millones, que ahora sería de 1,6 o algo así, pero bueno, era un dinero. Y entonces el Barça viene a por mí. Mi representante habla con el Barça: «Oye, va a pasar esto». Nos dicen que no hay problema, pagamos esa cláusula, sale beneficiado el Sporting y salgo beneficiado yo.

¿Y cómo es recibir una llamada del Barça de Cruyff?

Cuando me llamó Cruyff, no me lo creía. Era como un sueño. Que un entrenador como Johan Cruyff, un ídolo que había sido el mejor jugador del mundo en su época, hablase conmigo y me quisiera fichar fue una alegría enorme. Yo, después del Sporting, era del Barça.

Te lo iba a preguntar. En Gijón ha sido más habitual ser del Barça que del Madrid.

Yo era muy culé. Es verdad que me tocó la época de la Quinta del Buitre, pero a finales de los ochenta llega Cruyff al Barça y se empieza a ver esa forma de jugar suya, que a mí me atraía mucho. Era muy del Barça; de hecho, tenía piquilla con mi abuelo materno, que era muy, muy madridista.

El cambio de un equipo como el Sporting, un club competitivo pero modesto, al Barça que venía de ganar aquella Champions de Wembley, sería grande ¿Te costó adaptarte?

Era otro concepto distinto, sí; la dimensión del Barça no tenía nada que ver con la del Sporting. Cuando ibas fuera de casa, el hotel lleno de gente esperándote no tenía nada que ver con lo que habías conocido. Y no era solo aclimatarme al club, que ya era complicado —por su grandeza, por los compañeros—, sino la ciudad. Marché con mi mujer; éramos dos críos de veinticuatro y veintitrés años. Pero nos vino muy bien. Yo me hubiese quedado a vivir en Barcelona. Fueron ocho años los que estuvimos allí. Después, mi mujer quiso venir para acá. No porque no nos gustase Barcelona, que vamos mucho, hicimos amigos catalanes para toda la vida allí, del fútbol y de fuera de él, y nuestros dos hijos nacieron allí. Yo, primero, soy asturiano, pero mi segunda patria es Barcelona. Es una ciudad que me encanta y a la que me gusta mucho ir.

El Barça que te encuentras vive una cierta decadencia. El Dream Team se resquebraja; Hagi, Eskurza y Busquets no hacen olvidar a las estrellas de los años anteriores y tú eres uno de los pocos fichajes que rinde bien.

Yo con el míster juego casi siempre, sí. Un entrenador espectacular. Era un espectáculo cómo se dirigía a ti; una persona que imponía mucho respeto. Sabía mucho de fútbol. A mí, ese 3-4-3 superofensivo me costó mucho al principio. Aquellos jugadores te obligaban a ser mejor; la competencia era enorme; eran estrellas mundiales. Pero los compañeros me acogieron muy bien. Aprendí muchísimo a nivel técnico y a nivel táctico; estuve muy, muy a gusto.

De Cruyff, te he leído comentar que, a sus casi cincuenta años, entrenaba con vosotros y era el mejor del equipo.

Sí, sí, sí. Era un crack. Los rondos eran un espectáculo. En los juegos de posición, se ponía él a un lado y Charly Rexach al otro y la calidad técnica era increíble. Algún partido se metía a jugar, y con cuarenta y ocho años todavía tenía el mismo cambio de ritmo que con veintipico.

Y eso que fumaba como un carretero, ¿no?

Bueno, en mi época ya le había pegado el infarto y había dejado de fumar. Andaba todo el día por ahí con el chupachups. Luego, tenía una cosa muy, muy buena, que era que solo se fijaba en nosotros. Del rival no hablaba nada. Él era solo el fútbol nuestro; cómo quería que jugásemos. Incidía en el juego de posición, en colocarnos en el campo, en cómo debíamos estar cuando teníamos el balón y cuando no lo teníamos, que era un sufrimiento total para los defensas como yo.

Sueles decir que no disfrutaste de un solo partido de los que jugaste con el Barça de Cruyff.

No, no. Cuando no teníamos el balón era terrible, porque era mucho riesgo: cincuenta, sesenta metros a mi espalda.

Aquella defensa adelantada, aquellos grandes espacios, aquel apretar mucho al hombre…

Claro. Tenías que correr, y yo no era un jugador lento, pero no era excesivamente rápido. Así que no, disfrutar, nada.

Sin embargo, el recordado lema de Cruyff era «salid y disfrutad» (risas).

Sí, sí, pero los defensas no disfrutábamos. A ver, igual ahora preguntas a los defensas que jugaron con él y claro que habrán disfrutado. Pero jugar de defensa en el Barça de Cruyff era mucho riesgo. Tenías que estar muy, muy concentrado. Jugábamos 3-4-3, pero es que el pivote defensivo era Pep Guardiola, o era Iván de la Peña luego, o era Albert Celades. No eran jugadores precisamente defensivos. No era Sergio Busquets en ese Barça que ya jugaba con cuatro. Nosotros jugábamos con tres, y encima con un pivote que no era defensivo. Todos los jugadores eran de perfil ofensivo: estaba Guardiola, estaba Guillermo Amor, Txiki Begiristain, Stoichkov, Romário… Eran jugadores, sí, centrocampistas, pero con vocación ofensiva. No era, por ponerte un ejemplo, uhm… Kessié ahora en el Barça. No teníamos un Kessié que jugase ahí de volante. Eran todo jugadores con vocación ofensiva, con llegada. Guillermo Amor era un jugador con llegada. Eusebio era un jugador de control de balón, ofensivo. No te digo ya Pep Guardiola. Bakero era un jugador que llegaba, un jugador con gol. Los únicos que éramos defensivos éramos los que jugábamos atrás, y Sergi tampoco era defensivo. El míster solo buscaba el fútbol de ataque. Sin el balón, los defensas sufríamos. Ahora, cuando tenías el balón, y en los entrenos, yo sí que disfrutaba mucho.

¿Cómo era jugar con Guardiola? ¿Ya se le veía, como se suele decir y él mismo ha dicho alguna vez, que su futuro era entrenar; que ya siendo jugador era un poco entrenador?

Se veía que iba a ser entrenador, sí, sí. Y que iba a ser de los mejores, por no decir el mejor. Era un chaval que veía mucho fútbol, que se interesaba mucho por el fútbol más allá que como jugador. Le interesaba mucho la táctica.

¿Te llevabas bien con él?

Muy bien, sí, sí. El grupo nuestro éramos Luis Enrique, Guardiola, Miguel Ángel Nadal, Guillermo Amor, Sergi… Un poco los nacionales de aquel equipo, más Figo.

¿Qué tal jugar con Romario?

Coincidí con él seis meses nada más. Era una época que con el míster no se llevó bien y en enero se fue. Pero esos seis meses me bastaron para ver lo grandísimo que era. Yo, en el Barça, coincidí con jugadores de otra dimensión. Romario era espectacular. A nivel técnico, lo mejor que he visto en mi vida. Los controles, ese regate, esa definición… Espectacular.

¿Quién fue tu Jiménez en aquel vestuario; ese veterano de referencia que te apadrina, que te enseña…?

Pues fue Ronald Koeman. Coincidí un año nada más con él, pero ese primer año estábamos Ronald Koeman, Miguel Ángel Nadal y yo como centrales, y creo que nadie más. Para jugar con tres, jugaba mucho Chapi Ferrer, jugaba Sergi… Y Ronald Koeman, para mí, fue un espejo donde mirarme. En los entrenos, se quedaba conmigo para enseñarme cómo golpear en largo. Lo recuerdo con mucho cariño, porque me acogió muy bien; fue mi referente.

En el Camp Nou cabían 120.000 espectadores hasta justo el año en que tú llegaste, 1994. Aquella temporada se reformó el estadio para adecuarlo a las normas de la UEFA, que obligó a que todas las localidades fueran de asiento, y pasaron a caber 99.354 ¿Cómo es tener a cien mil seres humanos viéndote jugar?

Te decía antes que siempre tuve la suerte de que la presión no me afectaba mucho. Me encantó jugar en el Camp Nou. Era increíble, una pasada.

Es que siempre me lo he preguntado. El futbolista de élite que está en el campo, ¿se abstrae de la grada llena; juega como si no existiera? ¿O sí que te afecta?

A ver, te influye, pero te abstraes, porque te tienes que abstraer. Yo me abstraía bastante; estaba bastante concentrado en el juego. Prefería jugar en casa a hacerlo fuera, obviamente. El Bernabéu, por ejemplo, te imponía mucho, es un estadio más vertical que el Camp Nou, en el que la grada está más alejada. O los campos ingleses, cuando ibas a jugar fuera, en la Champions. Anfield, o sobre todo Old Trafford, es una pasada, a mí me impresionó ver cómo la gente apretaba a favor de su equipo. Jugábamos, además, contra un Manchester espectacular, el mejor de los últimos años, que de hecho fue campeón de Europa en el Camp Nou. Cualquier acción era ¡uuuhhh…! La gente encima, apoyando mucho a su equipo.

Tengo también el recuerdo de cuando íbamos a jugar a Turquía, al campo del Galatasaray o al del Fenerbahçe. Salíamos a entrenar y ya estaba el campo lleno; llenaban el campo tres horas antes, estaban chiflados. Increíble. Y luego había bengalas, te tiraban de todo, mecheros… No era como ahora. Ahora te tiran un mechero y cierran el campo, pero entonces te tiraban bengalas, papel higiénico no te digo nada, mecheros, monedas… Una vez que jugamos contra el Galatasaray, estuvimos un tiempo sin empezar el partido, porque habían tirado bengalas y no se veía nada ¡Al principio de mi época se podía entrar con botellas al campo! Podías beber alcohol. Los campos no tenían nada que ver: eran aquellos campos vallados, embarrados… El fútbol de los años ochenta, noventa, era muy distinto al de ahora.

¿Pasaste miedo alguna vez?

No pasabas miedo, porque no hay que pasar miedo, pero bueno. La llegada al campo también era…¡uf! La gente escupiendo al autocar, tirándole cosas…

Con independencia de que todo esto urgiera atajarlo, ¿ha perdido el fútbol autenticidad, espontaneidad, la épica de las batallas campales…?

Yo creo que sí. No me gusta ver el fútbol de ahora. Cualquier salto de cabeza, al jugador parece que lo matan ¡Yo he recibido…! Todavía tengo la nariz torcida por un codazo que me metieron cuando tenía diecinueve o veinte años en un salto de cabeza: no te voy a decir el nombre del que me lo metió. Empecé a sangrar, y ni falta, ni tarjeta, ni nada. Ahora, hubiese sido expulsión. Yo me dije: «A partir de ahora, hay que saltar con los codos abiertos». Era un aprendizaje. Y no digo que se metan codazos, pero joder: los jugadores, ahora, exageran cualquier acción, intentan engañar al árbitro… Nosotros éramos mucho más nobles. Recibías una patada o un codazo y te la envainabas, te callabas.

¿Estabas en el campo el día del famoso «no me jodas» de Mejuto y Rafa Guerrero? Era un Barça-Zaragoza, ¿no?

Un Zaragoza-Barça, sí, sí. Lo recuerdo. Una acción con Fernando Couto, el año de Bobby Robson. Nosotros en el campo no nos enteramos del «no me jodas», claro; nos enteramos después.

Cruyff te utilizó alguna vez de delantero.

Sí, sí. Lo había hecho con Alexanco, y a mí en algún partido me sacó. No metí ningún gol. Creo que me veía esas dotes de buen rematador de cabeza, y cuando buscaba un fútbol más directo… Y alguna tocaba, pero no metí ningún gol. Miento, metí un gol en Compostela, pero me lo anularon. Perdíamos dos-uno, o uno-cero, o algo así, y era el empate. Salté y me pitaron falta, pero no era.

Ganáis tu primer título: la Supercopa.

Sí, nada más llegar. Contra el Zaragoza. Me acuerdo de que ganamos allí cero-dos y creo que en el Camp Nou perdemos cuatro-cinco; un partido de estos que estuvimos fatal. Pero sí: el primer título. Yo, con el Barça, gané todos los títulos excepto la Champions, no tuve esa suerte. Todos fueron una alegría enorme, porque el jugador de fútbol sueña con eso: con jugar en un grande y ganar títulos.

Nos hemos adelantado con respecto a algo que pasó justo antes de tu llegada al Barça: el Mundial de Estados Unidos de 1994. ¿Cómo recuerdas aquel campeonato? ¿Cómo era la convivencia, cómo era Javier Clemente como entrenador…?

Yo vengo del Sporting. Bajamos El Pichón —Juanele— y yo para allá y allá coincido con Luis Enrique y con jugadores con los que ya había coincidido en la Olimpiada: está Guardiola, está el Chapi Ferrer… Solozábal, Juanma López, Alfonso o Kiko, no; no fueron a ese Mundial. Pero van muchos jugadores del Barça, ocho o nueve, y me acogen muy bien por el hecho de que yo ficho por el Barça ese verano. El ambiente era muy bueno. El míster hacía eso muy bien. Generaba muy buen rollo. Se llevaba muy mal con los periodistas, pero con los jugadores se llevaba muy bien. Yo, después, fui segundo suyo aquí, en el Sporting, y me llevé muy bien con él. Un entrenador súper directo, muy cercano. La imagen que tenían los periodistas de él, con los jugadores era todo lo contrario. Yo lo asemejo ahora a Luis Enrique, que escuchas a sus jugadores y hablan muy bien de él. Javi conmigo se portó espectacular.

El Chapi Ferrer y yo somos los únicos jugadores que jugamos todos los minutos de ese mundial, así que ¿qué te voy a decir de él? Pero no es porque me haya puesto, sino porque el trato personal era muy cercano, y sobre todo era el entrenador que te hacía ver que eras muy bueno. Te comía el coco de tal forma que salías súper enchufado. Viendo a Luis Aragonés en imágenes, me recuerda un poco a él. Te mentalizaba de tal forma que te creías que eras el mejor defensa de Europa. Con él, me lo creía, y salía muy mentalizado. Era un entrenador, también, de pocos conceptos, pero claros. A nivel táctico era muy bueno. Veía bien cómo debíamos jugar contra los rivales, cómo podías hacerles daño, y te lo inculcaba mucho. Y ya digo, generaba muy buen ambiente. Nos llevábamos todos muy bien.

A Luis Aragonés también recuerda Clemente, a mí al menos, en la picardía, la malicia, del, digamos, licenciado en la universidad de la vida del fútbol; del que se sabe todos los trucos. Aquello de Aragonés sobre Schweinsteiger: «El rubio del nombre tan raro le han echado ya una vez y, si somos listos, le echan otra. Le decimos alguna cosita que no le guste…».

Sin duda. Son entrenadores que han vivido experiencias también como jugadores. Y no tenían las armas que tenemos ahora los entrenadores: el vídeo, el rodearte de un cuerpo técnico que te ayuda muchísimo… Ahora los entrenadores tienen mucha gente alrededor que te facilita mucho el trabajo, pero ellos no, ellos tenían un segundo entrenador y un preparador técnico y poco más.

Dices que Clemente era muy bueno con los jugadores, pero cuando te cruzaba, te cruzaba. A Carlos se negó a llevarlo a la Selección, siendo el mejor delantero de su época, por una pelea que había tenido con él en el Atlético. Y ¿qué pasó con Juanele?

No hubo nada especial.

Yo he leído toda clase de explicaciones: que Juanele se fue de fiesta, que tiró a Clemente a una piscina para gastarle una broma, que Clemente tenía algún tipo de negocio consistente en vender fotos de los jugadores firmadas y a Juanele no le gustó cómo había salido en las suyas y las rompió…

No, no. Eso te puedo asegurar que es mentira. Simplemente, no creyó conveniente ponerlo, y no hubo nada más allá de eso. Todas esas habladurías fastidian, porque no son ciertas. Por lo menos, en ese Mundial no fueron ciertas. De hecho, con el Pichón, en ese Mundial, convivimos mucho. Felipe, que había jugado en el Sporting y jugaba en el Tenerife, era su compañero de habitación y Luis Enrique era el mío, y convivimos mucho los cuatro.

El partido de octavos, contra Suiza, se recuerda como el mejor de la España de Clemente.

Creo que también jugamos muy bien contra Alemania, en la primera fase. Empatamos a uno contra una gran Alemania que venía de ser campeona del mundo en el noventa. Pero el de Suiza llama más la atención por el resultado, tres-cero. Suiza venía de ser campeona de grupo y tenía jugadores muy buenos. Pero nos salió el partido muy bien. Y creo que contra Italia también jugamos muy bien. Un partido de terrible recuerdo… Con Javi Clemente no tuvimos ese pelín de suerte que sí tuvo España después. Aquel partido contra Italia, hoy, con el VAR, lo hubiésemos ganado. Es que es increíble. ¡Luis Enrique no va a sangrar por la nariz porque de repente le sangre la nariz! Y el línea…. Luego tuvimos aquella ocasión muy clara de Julio Salinas con el uno-uno; eso él igual no lo quiere escuchar, porque se pone… Pero bueno. En semifinales, nos hubiera tocado Bulgaria e igual hubiésemos perdido, pero bien podíamos ganar. Aquel grupo perdió la oportunidad de jugar una final de un Mundial.

¿Cómo vivisteis aquel momento en el vestuario?

Bueno, pues tristeza, impotencia…

Imagino que Luis Enrique estaría furiosísimo.

Mucho, mucho. Una impotencia terrible. Consideras que es injusto lo que pasó en el campo y que esa injusticia arbitral, de no haberse producido, hubiese cambiado el signo del partido: era quedarse Italia con un jugador menos y un penalti a favor. Luego ese árbitro, Sandor Puhl, pita la final, que es increíble.

¿Con qué sensación os quedasteis? ¿Con la de que el árbitro estuviera untado, o con un error grave pero de buena fe?

Hombre, no voy a pensar que estuviese… No lo quiero pensar. Yo creo que no lo vio y que, luego, al ver la jugada, se habrá arrepentido de no haberla pitado. Pero es extraño. Por lo menos consultar con el línea, ¿no? «Oye, vamos a ver, ¿viste algo? ¿Qué pasó?». Era una acción clarísima. Pero no la pitó.

Casi todos los jugadores de la Selección os dejasteis perilla, una superstición instaurada por quienes habíais ganado el oro en Barcelona.

Sí, sí, sí. No me acuerdo de quién fue la idea, pero nos dejamos perilla casi todos. Una tontería de aquella época. Yo no recuerdo si la tuve todo el Mundial. En el primer partido contra Corea, seguro.

Volvamos al Barcelona. La temporada 1995/1996, segunda tuya en el equipo, es la primera en años en la que no se gana ningún título oficial. Se produce el enfrentamiento entre Núñez y Cruyff, que acaba yéndose, sustituyéndolo Rexach. ¿Cómo vivís ese enfrentamiento entre vuestro entrenador y vuestro presidente? ¿El clima enrarecido se trasladaba al vestuario?

Fue difícil. No esperábamos nadie que al míster lo fuesen a echar, y fue una sorpresa para todos. Ese año peleamos hasta el final la Liga con el Atlético de Madrid y perdemos la final de Copa con el Atlético de Madrid, o sea: no es que fuese un año desastroso. Y llegamos a semifinales de la Copa de la UEFA, que nos elimina el Bayern de Múnich. No fue un año que digas tú un auténtico desastre. Pero la relación del míster con el presi no era buena y por ahí se rompe todo.

¿Si se trasladó el clima enrarecido al vestuario? A ver, yo, después, por comentarios de compañeros, supe que él nunca se había llevado bien con Núñez, así que era una cosa normalizada. Él, por ejemplo, iba con ropa de su marca, Cruyffsport, en lugar de con la de Kappa, que era lo que vestíamos de aquella. Le daba igual; mantenía ese pulso con el club. Y después, creo que había algún problema con los fichajes, algún desencuentro. Pero su cese fue una sorpresa para todos. Cogió el equipo Charly y yo creo que acabó mal con el míster, con Johan, que vio como una pequeña deslealtad que no se fuese con él.

¿Qué tal era Rexach como entrenador?

Bueno, estuvo tres o cuatro partidos. Después lo tuve en mi último año. Y un poco parecido a Cruyff, con otra personalidad, pero con esa idea del fútbol de ataque y esa mentalidad ofensiva.

Nueva cita internacional: la Eurocopa de 1996. ¿Qué recuerdas de aquel campeonato disputado en Inglaterra?

Parecido al Mundial. El míster lleva a otros jugadores, aquí si fue Juanma López, iba también Belsué, viene Manjarín a esa Eurocopa, no sé si viene Pizzi… Una Eurocopa bonita. El ambiente en los estadios era precioso; y en Wembley, espectacular. Pasamos la primera fase y nos toca Inglaterra, el anfitrión, en cuartos. Un equipazo: Paul Gascoigne; Alan Shearer, que venía de ganar la Liga con el Blackburn; Teddy Sheringham, del Manchester United; Southgate, el actual seleccionador; McManaman… Nos eliminaron en los penaltis, pero la verdad es que fuimos mejores. Nos anulan un par de goles legales, que de eso nadie se acuerda; dos goles que no eran fuera de juego. Con el VAR, ahora, hubiesen sido gol, y probablemente hubiésemos pasado.

¿Si el VAR se hubiese implantado antes, España tendría tres o cuatro títulos más?

Bueno, tanto como eso no sé. Pasar aquellas eliminatorias no necesariamente hubiese significado ganar el Mundial o la Eurocopa. Pero que hubiésemos llegado a más semifinales, seguro que sí.

A aquel partido contra Inglaterra llegasteis —he leído contar a Kiko— «con una calentura porque pusieron algo de las mujeres españolas con bigote».

Hostia, no me acuerdo de eso (risas). Si lo dice Kiko, será verdad. Hombre, íbamos con muchas ganas. Era un grupo que de verdad que merecía haber hecho algo importante. Por el míster, que se lo merecía, y por el propio grupo. Nos llevábamos muy bien y estuvimos cuatro años sin perder un partido, que se dice rápido. Era un grupo defensivamente muy fuerte.

Te preguntaba antes qué representó Ciriaco Cano, un entrenador del que yo tenía la idea de que era defensivo, para un defensa como tú. Clemente también lo era.

Pero metíamos muchos goles, ¿eh? Muchas veces, cuando se dice «entrenador defensivo»… También a mí me tachan de entrenador defensivo, y es increíble. Lo defensivo y lo ofensivo… Es dónde tienes el balón y cómo atacas y lo vertical que eres. Si tienes el setenta por ciento de posesión, pero la tienes en tu campo… A mí me aburre mucho —es una opinión personal— ese tipo de juego. Ofensivo, pues hombre: el City de Guardiola lo es; Luis Enrique, que aprieta arriba y recupera en el campo del rival, lo es. Pero ser ofensivo en el campo propio… A mí eso no me gusta.

En 1996, llega al Barça Bobby Robson. ¿Qué recuerdo guardas de él?

Era un gran gestor de vestuario. Tengo una anécdota sobre eso. En la primera vuelta, yo no juego nada con él. Me acuerdo de que, antes, éramos dieciséis convocados: no es como ahora, que van veintipico, o a finales de los noventa y principios de los 2000, que empezaron a ir dieciocho. Y yo, con Bobby Robson, iba convocado siempre, pero no me vestía casi nunca. A lo mejor pasaba seis o siete viajes seguidos sin vestirme. Yo, claro: unos quemazos… No te voy a decir que dijera: «Cago en diez, para esto prefería quedarme en casa con mi mujer», pero a lo mejor sí. En un momento dado, hablo con Mourinho, que era el segundo, porque el míster español no hablaba ni papa, y cuando hablaba él, Mourinho traducía. Le pregunto a Mourinho: «¿Puedo hablar con el míster?». Vamos a hablar con él y le digo: «Míster, yo le agradezco mucho que me lleve convocado, pero me deja siempre sin vestir. ¿Hay alguna razón especial?». Me dijo: «Estate tranquilo. Vas a jugar. Pero te traigo siempre porque haces muy buen ambiente; generas muy buen rollo entre los compañeros». Me desmanteló. Le dije: «Bueno, gracias, yo seguiré poniendo de mi parte…».

Un elogio como agridulce, ¿no? Como decirte: «Eres feo pero majo» (risas).

Yo me lo tomé muy bien. Sí que era verdad que yo, aunque no jugase, ayudaba al compañero, hablaba mucho con los compañeros… Y a ver: yo veía que no jugaba, pero que estaban jugando Nadal, Fernando Couto, Laurent Blanc… Decía: «¡Es que son buenos!». No era que yo dijera: «Hostia, está jugando un paquete y yo no juego». Eran tan buenos o mejores que yo y a mí me tocaba apretar los machos, entrenar y ponérselo difícil al míster. Después, se lesionó Laurent Blanc, me empezó a poner a mí y ya jugué toda la segunda vuelta. Lo juego todo: la final de la Copa del Rey, la de la Recopa…

Se ha solido decir de ti, de tu paso por el Barça, que todos se te querían cargar, pero al final acababas jugando, sobreviviendo a cada entrenador.

Sí: después, con Van Gaal, me pasó lo mismo. El primer día, en pretemporada, me dice que no cuenta conmigo ¡Primer día de pretemporada! Yo acababa de renovar tres años con el Barça, y le dije: «Míster, yo no me voy a marchar. Le voy a poner las cosas muy difíciles, pero no se preocupe, que no voy a causar ningún problema: voy a entrenar duro, y estese tranquilo, que lo convenceré». Al final, en tres años de Van Gaal fui el defensa que más minutos jugó, lo que demuestra que era un entrenador que no se encabezonaba; que, si le demostrabas rendimiento, cambiaba su idea. Pero sí, es verdad: siempre he tenido que ganarme el puesto. Yo encantado, ¿eh? Es que en el Barça era muy difícil jugar: tenía los mejores jugadores. Para mí, ganarme el puesto era un reto.

Con Robson, la cuestión idiomática, el hecho de que no hablase castellano, por mucho que Mourinho le tradujese, ¿era un problema? ¿Se perdía fluidez, espontaneidad, en la comunicación, de una manera que perjudicaba, aunque fuese levemente, al equipo?

Nooo, no, no. Era un entrenador muy expresivo. Te digo la verdad: yo, en inglés, me defiendo lo justo, pero él tenía un inglés tan claro que le entendías casi todo. Eran conceptos futbolísticos, claro: si te habla del día a día igual no lo coges. Pero posiciones, la forma de jugar, que el extremo esté abierto, que el central haga una cobertura… Te quedabas con el concepto ya en inglés. Era un entrenador también muy cercano; hablaba mucho con el jugador, y Mourinho traducía, pero a veces, por lo menos conmigo, ya digo que no hacía falta que tradujese. Entendías lo que te decía.

¿Qué tal la relación con Mourinho?

Pues muy buena. Todavía hace nada me mandó recuerdos por parte de Gelu, mi representante, que se sacó una foto con él en Roma, por el fichaje de Diego Llorente, y al que le preguntó por mí. Tengo un recuerdo muy bonito y muy cariñoso de él. Era una persona a la que se veía que iba a ser entrenador. Y conmigo se portó muy bien, pero creo que con todos los jugadores.

Con Robson ganáis Supercopa, Copa del Rey y tu primer título internacional: la extinta Recopa.

El año ese fue espectacular. No ganamos la Liga por dos puntos, pero es que ese año el Madrid no jugaba en Europa. Es el año de Capello, y todos lo ensalzan, pero es que solo jugaba la Liga. En Copa, lo eliminamos nosotros en octavos. Nosotros, el último mes, Ronaldo se nos va a la Copa América, y no juega; y perdemos la Liga en Alicante, quedando tres o cuarto partidos y pudiendo habernos puesto líderes si ganábamos. El Hércules, que baja, nos gana los seis puntos aquel año. El club, después, decidió prescindir de Bobby Robson y fichar a Van Gaal, pero había sido un año extraordinario, en el que podíamos haberlo ganado todo. La plantilla era un plantillón. Pizzi era suplente. De centrales estaban Couto, Miguel Ángel Nadal, Laurent Blanc y yo. Y luego estaban Popescu, Guardiola, Chapi Ferrer, Sergi, Iván de la Peña, Celades, Òscar, Figo, Luis Enrique, Vítor Baia, Hristo Stoichkov

¿Cómo era convivir en la misma plantilla con aquel Ronaldo?

Ronaldo es lo mejor que he visto con diferencia en un campo de fútbol. Aquel fue el mejor año de su carrera. Con veinte años, metió cuarenta y seis goles, treinta y cuatro en Liga. Regateaba a un defensa como si fuese el móvil este [Abelardo agarra su teléfono móvil, quieto sobre la mesa]. ¡Una potencia…! Ese año mete unos goles de Oliver y Benji; goles en los que se va de todos. Era espectacular verlo; y entrenar con él, increíble. Además, era un chico extraordinario, muy humilde, muy normal. Maravilloso, de verdad.

Es el año de aquel gol de dibujos animados al Compostela.

Hay una foto nuestra celebrándolo en la que se ve a Mourinho, al míster y a mí. Fue terrible. Pero no solo fue terrible ese gol: después le mete tres al Atleti y otro al Dépor que se va de todos los jugadores ¡Cómo definía, qué velocidad tenía! Bueno, es que después vino gordo y cojo al Madrid y todavía jugaba espectacular. Nosotros lo vimos a su máximo nivel, con veinte años, y para mí, es lo más espectacular que haya visto como compañero en un campo de fútbol.

Aquella tres goles de Ronaldo al Atlético de Antić, se los mete en otro partido muy recordado: aquella remontada espectacular en Copa. Lográis superar el 0-3 en contra de la primera parte con una gran segunda parte que culmina con el 5-4 definitivo.

Sí, sí, eso fue… Veníamos de empatar a doses allí. En ese partido en el Camp Nou, se ponen cero-tres. Mete cuatro goles Milinko Pantić, que al pobre es para preguntárselo: ¿cómo es meter cuatro goles en el Camp Nou y quedar eliminado? En la segunda parte, teníamos que meter cuatro goles para pasar. En el descanso hay una pañolada al míster terrible; bueno, al míster y al equipo. Robson hace un doble cambio ofensivo ya en el primer tiempo: quita a Laurent Blanc y a mí, que estaba jugando de lateral, me pone de central. Quita también a Popescu. Y mete a Hristo Stoichkov y a Pizzi. Fernando Couto y yo somos centrales, Luis Enrique y a Sergi son extremos, pone a Guardiola e Iván de la Peña de pivotes y mete a Figo por la derecha, a Stoichkov por la izquierda y a Pizzi y a Ronaldo en punta. Un 4-2-4 ofensivo no, lo siguiente: había que quemar las naves.

Recuerdo que, al salir del vestuario, hablamos Fernando Couto y yo con Ronaldo y le dijimos: «Quédate ahí y ni te muevas». A los ocho o nueve minutos nos ponemos dos-tres; mete dos goles Ronaldo. Nos mete el dos-cuatro Pantić: un bajón terrible. Pero mete un golazo Luís Figo: una falta lateral, un rechace, le pega de volea y la mete por la escuadra. Luego, mete Ronaldo. Y el quinto es uno que remato yo de cabeza, hace un paradón increíble Molina y la mete Pizzi. Yo no vi el Camp Nou así en mi vida. Espectacular. Era el Atlético que venía del Doblete: no era un Atlético de Madrid flojo, sino que venía de ganar la Liga y la Copa. Pero bueno: teníamos a Ronaldo. Si no llegamos a tener a Ronaldo, no remontamos ni de coña.

¿Ronaldo era vuestro Messi?

Si se hubiese quedado en el Barça, hubiese marcado una época, no sé si como Messi, pero seguro. Hubiese metido cuarenta o cincuenta goles, como Messi. Y nos habría hecho ganar la Champions: estoy convencido. Era un jugador diferencial, imparable. No era tan colectivo como Messi, pero a nivel de goles era imparable.

Van Gaal llega en la temporada 1997/1998 con un lema: «Entrenar como si se estuviera compitiendo y competir como si se estuviera entrenando».

Viene con ese lema, sí, pero bueno: yo creo que eso vale para todos los entrenadores. Yo entrenaba como competía. Si hablo por mí, yo entrenaba como competía. Es que tenías que competir para entrenar. Yo, en el Barça, tenía que marcar a Ronaldo, a Kluivert, a Figo… Como no entrenases al doscientos por cien, como no entrenases a toda leche, quedabas mal. Tener buenos jugadores a tu lado hacía que tu nivel subiese. El míster venía con una mentalidad ganadora: había quedado campeón de Europa con el Ajax en el año noventa y cinco y había jugado después otra final de Champions, que había perdido con la Juve. Y venía con esa mentalidad holandesa rígida, estructural: lo contrario a Bobby Robson. Pero en el cómputo global, ha sido el mejor entrenador que he tenido, sin duda alguna.

Dices que era lo contrario a Bobby Robson ¿lo era también en la gestión de vestuario? ¿Se le daba mal?

No, no: todo lo contrario. A mí, precisamente, me gana por lo que te comenté de venir de cara y darle igual sentar al jugador se llamara como se llamara. Todos los jugadores somos egoístas, todos pensamos que debemos jugar, pero todo lo que hizo él como entrenador lo hizo de una forma justa, yendo de cara. Te quito por esto, te pongo por esto. Fue un entrenador que me marcó. También fue el primero que empezó a cortar vídeos y a pasarse diez horas al día en la ciudad deportiva. Un entrenador moderno. Cruyff ya lo era en su momento, pero Van Gaal trae, por ejemplo, al primer entrenador de porteros —Frans Hoek— que da una importancia grande a que el portero juegue con los pies. Viene de portero Ruud Hesp, que no lo conocíamos nadie, y hace con nosotros unos años increíbles.

Hesp lo trae diciendo «no necesito un portero espectacular, sino uno al que se le dé bien jugar con los pies, y me vale uno de segunda categoría con tal de que juegue así», ¿no?

Efectivamente. Van Gaal tenía las ideas muy claras. Su fútbol era ofensivo, pero ya un 4-3-3. Con él sí que disfruté mucho jugando: tenías más ayuda defensiva y no era todo tan suicida como en la época de Johan Cruyff.

Ganáis la Liga y conseguís el primer doblete del club desde los años cincuenta y la Supercopa de Europa.

Las dos ligas que ganamos con Van Gaal son ligas que ganamos, no te voy a decir que de calle, pero quedando cinco o seis jornadas. De la segunda Liga, ya te comentaré una anécdota. Pero el primer año es muy bueno. El míster empieza a jugar con ese 3-4-3 y empezamos muy bien la Liga: me acuerdo de que ganamos en el Bernabéu dos-tres y le sacamos siete puntos al Madrid, pero después perdemos dos partidos seguidos, en Bilbao y contra el Valladolid, y ya se nos ponen a un punto. Entonces, el míster pega un giro: pasa al 4-3-3. Y el resto del año es muy bueno. Ya te digo que ganamos la Liga quedando cuatro o cinco jornadas, en casa contra el Valladolid. Y la Copa, igual. No recuerdo a quién eliminamos, ¿al Mérida en cuartos, creo?, pero jugamos la final contra el Mallorca, y tenemos suerte. En la final, el Mallorca —aquel Mallorca de Cúper, que hizo años tan buenos— es mejor que nosotros, pero ganamos a penaltis. Fue un año extraordinario, sí que con la espinita de que en Champions quedamos eliminados en la primera fase.

¿Me decías de una anécdota del segundo año de Van Gaal…?

La anécdota es que al míster casi lo echan. Vamos a jugar a Valladolid y vamos cuartos, quintos: no recuerdo. Vamos mal, a nueve o diez puntos del primero, y nos llama el presidente, además a la una de la mañana. Me llaman por teléfono a casa y me despiertan: «Soy el asesor de Núñez». Yo pensé que era una broma: «Bueno, vale, hala». Y cuelgo. Me vuelve a llamar: «Mira, que es verdad, que el presidente quiere reunirse contigo». Me viene a recoger un chófer y vamos a un hotel que tenía Núñez y Navarro en Comte d’Urgell. Y me encuentro a Figo, Rivaldo, Luis Enrique y Guardiola allí.

Un sanedrín.

Sí, sí. Bueno, éramos los capitanes. Entonces pasa de uno en uno a los jugadores para preguntarnos cómo vemos al míster; si creemos que la situación es reconducible. Yo dije que sí, que el míster me gustaba. Pues bueno, vamos a Valladolid, donde jugamos muy mal, pero mete un gol Xavi de cabeza, con dieciocho años. Ganamos cero-uno jugando terrible. Y luego, ganamos nueve partidos seguidos. Cambia la dinámica y hacemos una segunda vuelta que no sé si ganamos todos los partidos, pero casi todos, ¿eh? E igual: quedando cuatro jornadas, jugamos en Vitoria, ganamos, y ganamos la Liga.

Y ¿por qué ese cambio de dinámica? ¿Os motivó el reto de redimir a Van Gaal?

Pues no lo sé, pero fue increíble. Lo que es el fútbol. Un cambio radical. El equipo se lo empezó a creer. El míster apostó por un equipo base que, realmente, era un grandísimo equipo. Te digo la alineación de aquella: era Ruud Hesp; Reiziger, yo, Frank de Boer, Sergi; Guardiola, Luis Enrique, Cocu; Figo, Kluivert y Rivaldo. Un equipo buenísimo en estrategia, además, con Frank de Boer, yo, Kluivert, Cocu y Luis Enrique, cinco cañones de cabeza, y Figo y Rivaldo sacándote el balón parado. El míster apostó por ese once, le respondimos y empezamos a ganar, no te digo que con la chorra, con perdón por la expresión, pero siendo muy superiores. Viene el Madrid, ganamos tres-cero; viene aquel gran Dépor, le ganamos cuatro-cero… Sí que es cierto que, como nos habían eliminado de la Champions y de la Copa, solo nos dedicábamos a la Liga, y jugar de domingo a domingo se nota.

Te compenetras muy bien con Frank de Boer, él en la salida de balón, tú como central corrector.

Sí. Era un jugador extraordinario; posiblemente el mejor central con el que haya jugado. Tenía el concepto defensivo muy bueno y, después, una salida de balón increíble, con interior, con cambio de orientación… Era espectacular. Un chico tímido; líder, pero a la vez tímido. Yo, que siempre he sido de generar buen ambiente, buen rollo, en el vestuario, era de los pocos que le sacaba alguna sonrisa. Teníamos muy buen feeling en defensa, hablándonos mucho, corrigiéndonos mucho. Y sí, muy buena relación.

1998: nuevo Mundial. Francia.

Hicimos un primer partido muy malo contra Nigeria y ahí se fue todo. Quedamos eliminados en la primera fase y fue una pena, porque podíamos haber pasado perfectamente, pero en ese partido no estuvimos bien y fue lo que nos lastró. La prensa, además, llevaba ya una guerra de desgaste de varios años contra el míster.

De la 1999/2000 del Barça, una temporada sin títulos, se recuerda aquel partido de semifinales de la Copa del Rey que os negasteis a disputar contra el Atlético, en protesta por la obligación de disputar el choque con nueve jugadores de campo y dos porteros debido a las lesiones y a las convocatorias de selecciones.

Temporada sin títulos, sí, pero es un año que yo recuerdo también como especialmente bueno. Peleamos por todo hasta el final. Es el año en que gana el Dépor la Liga, pero peleamos ese título hasta el último momento y llegamos a semifinales de Champions: una Champions extraordinaria, en la que nos elimina el Valencia en un mal partido, ganándonos cuatro-uno allí, y habiendo ganado nosotros dos-uno en Barcelona. En Copa también llegamos a semifinales, y pasa eso. Yo ahí me sentí mal. Quería jugar. Los jugadores queríamos jugar. Puedo entender la postura del míster y del club, pero no la compartí. Yo hubiese jugado con siete u ocho jugadores y tres del filial.

¿Hubo discusiones?

Nah, fue una decisión del míster y del club, y por mucho que tú discutas… Pero esa situación de salir al campo y hacer ese paripé me sentó muy mal. Fue una de las peores sensaciones mías vividas en el terreno de juego. Quería jugar, quería competir. ¿No tenemos jugadores porque hay una convocatoria de selecciones, Holanda tiene que jugar, nosotros tenemos ocho o nueve holandeses y se marcha medio equipo, y además coincide que hay lesiones, como siempre las hay en un equipo de fútbol? Pues que jueguen tres del filial, y si perdemos, perdemos ¡Íbamos a irnos para casa igual! Por lo menos, jugar. ¿Perdemos? Perdemos. ¿Nos elimina el Atlético de Madrid? Nos elimina. Lo raro fue que después no hubiese ninguna sanción al club. Podían habernos echado de la Copa años por aquello: por negarte a jugar. Pero el año lo recuerdo bueno. El anterior habíamos ganado la Liga, pero nos había eliminado el Valencia creo que en octavos, en Champions quedamos eliminados… Este otro año, no ganamos nada, pero peleamos por todo hasta el final.

En 2000, juegas tu última convocatoria internacional: la Eurocopa de Bélgica y Holanda, que ganará Francia. Del partido contra Francia que os elimina, además del penalti fallado de Raúl…

Que me hacen a mí. Me lo hace Barthez a mí.

…se recuerda un recital tuyo, comiéndote a Henry en muchas acciones.

¡Puf! Imagínate a Henry con veintiuno o veintidós años. Bueno, Francia era increíble. De los mejores equipos con los que yo me enfrenté, con diferencia, porque no eran solo jugadores que jugaran bien: era un equipo físico. Yo no vi jugadores más grandes y más fuertes en mi vida. Thuram, lateral derecho, medía casi uno noventa. Cuadrao. Laurent Blanc, uno noventa. Desailly, uno noventa. Lizarazu medía uno setenta y ocho, pero tenía unas piernas como este mueble. En el medio campo, Patrick Vieira: uno noventa; Zidane, uno noventa. Deschamps sí era pequeñito. Y arriba tenían a Henry, uno ochenta y ocho, y Dugarry, uno noventa. Eran todos enormes; grandes, fuertes y buenos.

Ganaron el Mundial y ganaron la Eurocopa muy merecidamente. Pero en ese partido, competimos muy bien. Si mete el penalti Raúl, hubiésemos ido a la prórroga. Dimos la cara y estuvimos bien. ¿Qué hacía yo? Esperar dos metros detrás para cogerlos en carrera: si no… Como saliese a la marca… Mi preocupación principal era «que no me coja la espalda». Le doy dos metros y, como era un jugador que lo que buscaba mucho era el desmarque de ruptura, pues que no me pille la espalda nunca. Pero es que tenían a Dugarry, a Zidane, que partía de banda izquierda y se metía hacia dentro… Eran buenísimos.

¿Qué tal con Raúl? ¿Os llevabais bien? ¿Era el tapón para el progreso de la Selección? ¿La decisión de Luis Aragonés de dejar de llevarlo supuso empezar a ganar títulos? ¿Era una presencia negativa en el vestuario?

Con los jugadores del Madrid teníamos muy buena relación los del Barça: Raúl, Fernando Hierro, Rafa Alkorta, Cañizares, después Iván Helguera, Munitis, Míchel Salgado… Y con Raúl mi relación fue muy buena. Fue una decisión de Luis Aragonés no llevarlo; una decisión del seleccionador, que apostó por otros jugadores, y ya está.

Aquel año es el de otro partido mítico de la Selección: aquel 3-4 a Yugoslavia en la fase de grupos de la Eurocopa, en el que tú también jugaste un papel protagonista. Casi empatas, y te hacen un penalti.

Perdíamos tres-dos quedando no sé si siete u ocho minutos. Teníamos que ganar, porque habíamos perdido el primer partido contra Noruega y el segundo se lo habíamos ganado a Eslovenia; y si con Yugoslavia empatábamos, podíamos clasificarnos, pero no era seguro. Al final, empatamos de penalti —que me lo hacen a mí— y luego mete Alfonso un balón que peina, con todos arriba; estaba yo de delantero también. Imagínate qué alegría. Fue una pasada.

Un pequeño doce-uno a Malta.

Sí. Contra otro equipazo. Yugoslavia era espectacular. Los delanteros eran Milošević y Mijatović, pero luego estaban Mihajlović, Stojković… Un equipo increíble, con aspiraciones de quedar campeón de Europa.

¿Qué tal Camacho, el seleccionador de aquella Eurocopa?

Un entrenador parecido a Clemente: directo, cercano al jugador, ideas muy claras… Un entrenador que tenía al jugador cerca. Tengo un buen recuerdo de él en aquella Eurocopa. Después, seguí yendo a la Selección, pero precisamente en un partido con la Selección, que jugamos en Inglaterra, es cuando me molesta mucho la rodilla y a la semana siguiente me opero; ya no aguantaba más el dolor del cartílago.

En 2000, en el Barça, se va Núñez y llega Gaspart, un presidente que va a romper con la austeridad de su predecesor, pero cuyos fichajes no van a rendir bien. Es un mal Barça, que no gana títulos y llega a sufrir para quedar cuarto en Liga. ¿Qué fallaba?

El fallo fue que se va Figo. Para nosotros es un palo enorme. Se nos va el mejor jugador. Es igual que si ahora el Barça ficha a Benzema, por ponerte un ejemplo. O como si el Madrid en su época ficha a Messi. Figo era nuestro mejor jugador. Quitas a tu eterno rival al mejor jugador y lo potencias en el Madrid de los Galácticos. Y sí, luego se hacen fichajes en los que el Barça se equivoca. También hay una serie de jugadores que vamos cumpliendo años y que nuestro rendimiento va bajando. Hay una pequeña reconstrucción que se hace mal y la época es mala. El último año mío llegamos a semifinales de Champions y nos elimina el Madrid de los Galácticos, pero poco más. En Liga no rendimos nada bien. Yo es cuando tengo la operación de rodilla y estoy un año sin jugar, así que lo vivo un poco desde fuera. Fue un año complicado.

¿Cómo se vivió en el vestuario la marcha de Figo?

Pues fatal. Fatal.

¿Lo sentisteis como una traición?

Nooo, una traición no. A ver, a nivel económico quiso ganar más dinero y punto. Lo entiendes. Pero yo no me lo esperaba. Yo, además, era de los jugadores que más amistad tenía con él en el vestuario. De hecho, hablé varias veces con él para que no se fuera, pero no lo logré convencer. Ni yo, ni nadie. Fue un palo. Es que era muy bueno. Como líder y como jugador. No metía tantos goles, pero era un jugador desequilibrante y un gran profesional. En el Madrid no rindió como en el Barça. Ganó la Champions, es verdad, pero no rindió al mismo nivel. Creo que se marchó hasta fastidiado. En esa presentación con el Madrid, se le ve hasta triste. En Barcelona había conocido a su mujer, Helen; estaban muy afincados en Barcelona; era igual el jugador más querido por la afición. Traición no sé, pero para la gente, para todos, fue una putada.

Un primo mío se gastó diez mil pesetas en una camiseta de Figo, en la tienda del Camp Nou, una semana antes de que se fuese. Bien no le sentó.

Es que a ver: el tema no fue la marcha en sí, porque hubo otros jugadores que se fueron del Barça al Madrid. El tema es que Luís hace una entrevista cuatro o cinco días antes de salir para el Madrid en la que dice que no se va a ir. En el Sport. «No me voy a ir del Barça». Yo creo que él piensa que no va a ganar Florentino y que le pega un órdago al Barça, pero gana Florentino, y claro… Para la gente fue una traición en ese sentido; en el sentido de que cuatro días antes habías dicho que no te ibas. Pero bueno, yo, como persona, lo puedo llegar a entender. No lo entendí como que, me cago en diez: nos fastidió a nivel de que perdíamos a un jugador y un amigo que era muy importante en el vestuario.

A veces se os exige a los futbolistas una fidelidad a los colores, un idealismo, que no hay por qué tener con la empresa de la que uno no deja de ser un trabajador asalariado, aunque sea muy bien pagado. Vives de esto, te pagan más en otro lado y punto. Figo, si acaso, ya había traicionado al Sporting de Lisboa yéndose a Barcelona.

A ver, desde fuera, yo creo que el Barça tampoco lo hizo bien. Había elecciones en el Barça ese año, cuando gana Gaspart. Y yo, desde fuera, pienso que igual el Barça tenía que haber valorado a Luís de otra manera, que él no se sintió valorado, no sé. En fin, un palo terrible.

Tu último entrenador en el Barça es Serra Ferrer. Tu último nuevo entrenador, quiero decir, porque el último será Rexach, pero ya lo habías conocido en aquella primera etapa después de la marcha de Cruyff.

Serra Ferrer está en la 2000/2002 y en la 2001/2002 está Charly Rexach. Lo que pasa es que con Serra Ferrer yo estoy jugando medio año nada más. Empecé a tener problemas con la rodilla, que me molestaba mucho. Me lesiono en enero, me tengo que operar por el tema del cartílago, me opero en febrero y hasta febrero del año siguiente no vuelvo a jugar. Un año entero. Aquel año y el de Charly, además, no le salieron bien las cosas al equipo. Lo vi desde fuera, y entre eso y la rodilla lo pasé bastante mal.

¿Sigues teniendo molestias hoy?

Bueno, me molesta, pero puedo jugar a pádel y tal.

¿El fútbol te ha dejado secuelas permanentes graves?

Secuelas permanentes nos deja a todos. El fútbol es un deporte muy exigente, muy duro. El tema de la rodilla, la espalda… Yo tengo que hacer deporte, porque, si no lo hago, tengo achaques por todos lados. Pero no puedo jugar al fútbol. Me molesta. Luis Enrique no juega al fútbol: hace bici. A muchos futbolistas los ves que hacen mucha bici, pero no fútbol.

Carlos Muñoz me decía que, en el año en que lo entrenó Vicente Miera, con el Oviedo en Segunda, si tenía el tobillo mal, Miera le ordenaba que se pinchase para jugar.

Yo, en el año que paso en el Alavés, me pincho casi todos los partidos. Horrible. Auténticas salvajadas. Ahora no lo haría. Y aun así, me molestaba. Por eso el último año en el Alavés no sigo. No disfrutaba. Para mí, entrenar era un premio, y me encantaba, pero en Vitoria lo pasaba mal. Me dolían los saltos, los giros, estaba medio cojo… He sido una persona muy competitiva siempre, y verme que no estaba a mi nivel me comía la cabeza. Decidí que no podía seguir y lo dejé. Pero no lo eché de menos. Lo dejé en un momento en que no podía seguir, así que no lo eché de menos.

¿La posibilidad de volver al Sporting estuvo sobre la mesa?

Me llamaron, pero ni me lo planteé, porque soy muy competitivo, y si volvía al Sporting, era para dar mi nivel. Hombre, con treinta y tres años no iba a dar el nivel de cuando tenía veinticinco, pero sí un nivel alto. Pero no podía… No podía. Entonces, qué va. No podía engañarme, ni al Sporting, ni a mí mismo.

Te retiras y, como entrenador, empiezas por el fútbol regional asturiano: Candás y Tuilla. ¿Qué tal ese dejar el fútbol de élite y empezar, de nuevo, desde abajo?

Las experiencias de Candás y Tuilla fueron, si no las mejores como entrenador, casi. Me lo pasé muy bien. Pillé dos grupos muy buenos de jugadores; profesionales que venían de sus trabajos, de currar ocho o diez horas, a entrenar a las siete y media u ocho y entrenaban como animales; como si fuesen profesionales. Eran chavales a los que verdaderamente les gustaba el fútbol. Después, tuve suerte, porque gané la Copa Federación en los dos sitios. Los dos años salieron muy bien y fueron una experiencia espectacular.

¿Qué le aporta a un entrenador haber sido futbolista de élite que no tenga un entrenador formado en una escuela, sin experiencia como jugador?

La diferencia principal es que has vivido los vestuarios, y muchas veces sabes cómo piensa el jugador en determinadas situaciones. El jugador, como digo, es egoísta. Y no puedes dirigirte a un jugador de la misma forma que otro, porque uno tiene una personalidad que a lo mejor si le dices las cosas como son le va a sentar de una forma que al otro no. A nivel técnico, a nivel táctico, no hay nada que decir: puede ser mejor un entrenador que no ha sido jugador que uno que sí lo ha sido; pero la vivencia del vestuario, el que no la ha tenido no la conoce.

¿Qué tipo de entrenador eres? ¿Qué aprendiste de los que tuviste?

Bueno, pues intentas coger lo bueno de todos, y lo malo lo aparcas. A mí me fastidia que me digan que soy defensivo, cuando mi cuerpo técnico te puede decir que soy todo lo contrario. Mis equipos son 4-4-2 y juego con dos extremos, dos delanteros e incluso pivotes con vocación, muchos de ellos, ofensiva. Quiero que mis equipos lleguen arriba.

Tú ves mis equipos, qué se yo, el Sporting de los Guajes, y dices: a ver, Lora. Laterales eran Lora e Isma López o Álex Menéndez. Pues Lora e Isma López yo creo que de defensivos tenían poco. Pivotes: Sergio Álvarez, que sí, y Nacho Cases, que creo que era un jugador más de vocación ofensiva. Extremos: Carmona y Jony. Y Guerrero y Castro de delanteros. Si eso es defensivo… Cuando jugaban Halilović y Sanabria, igual. Siempre un 4-4-2 con vocación ofensiva, con laterales con llegada. En el Alavés, igual: tanto Rubén Duarte como Martín eran jugadores con vocación ofensiva. Manu y Tomás Pina son jugadores que siempre se han caracterizado por llegar a meter goles. Jugaba con Munir y con Burgui e igual. Jugaba con Ibai Gómez, con Jony… Jugadores con vocación ofensiva; la apuesta por ir a apretar al rival cuando tengo el balón y, evidentemente, replegar cuando no lo tengo. Pero siempre me han puesto defensivo.

Creo que hay entrenadores que venden mucho la moto de que el balón, y la posesión, y «yo soy ofensivo», y son mucho más defensivos de lo que dicen, pero gusta al público o a cierto tipo de prensa esa vendedura de moto que posiblemente yo no tenga, u otros entrenadores no tengan. Es así: me da igual. El fútbol tiene esas cosas y no lo voy a cambiar.

Tu mayor éxito es el último ascenso del Sporting a Primera, en la 2014-2015. Habías llegado, sustituyendo a Sandoval, quedando cinco partidos para acabar la 2013-2014 y habías conseguido meter al equipo en el play-off de ascenso. Años buenos en lo deportivo, pero malos en lo extradeportivo, ¿verdad?

Año de muchas revueltas en contra de Javier [Fernández], año en el que el club pasó una etapa difícil a nivel económico… Yo tengo la duda de si hubiese sido el entrenador si el club hubiese estado bien económicamente, pero apuestan por mí y se nos pone todo a favor. Jugadores que estaban antes, como Pichu Cuéllar, Lora, Bernardo, Luis Hernández, Sergio Álvarez, Nacho Cases, Carmona, Mandi, etcétera, etcétera, se unen, no queda otro remedio, a jugadores que suben del filial. No podíamos fichar. Y se produce una comunión increíble. Empiezan a salir las cosas, a salir las cosas, empiezas a ganar sin querer y a competir y sale un año extraordinario. Perdemos dos partidos. No hay nadie en Segunda División que haya conseguido eso. Hacemos 82 puntos. No lo esperábamos. Yo, cuando empieza la segunda vuelta, sí que me voy creyendo que vamos a pelear por subir, porque, evidentemente, estás arriba, y la dinámica era ganar. Salía todo bien, tenías esa pequeña dosis de suerte, no tuvimos apenas lesiones… Todo se une y es una pasada. Pero bueno, también viví momentos duros. A muchas ruedas de prensa, iba a hablar no de fútbol, sino de otras cosas. Fue un año bonito, pero a la vez muy duro. Esos dos años y el siguiente, con la permanencia, me consumieron mucho.

Es casi una constante histórica que el Sporting, siempre que ha tirado de cantera, le ha ido bien. Me acuerdo mucho, en este sentido, del primer año de Preciado en Primera; aquella temporada que empezó tan mal, con derrotas tan abultadas, pero en la que, al final, se consiguió la permanencia, y se consiguió con jugadores que objetivamente no eran muy buenos, pero sentían los colores y daban lo mejor de sí.

Yo es que creo que sí eran buenos. Mira, el otro día me dieron un dato. Creo que hice debutar a veintipico jugadores. Y creo que, en el fútbol actual, por desgracia o por tal… en el Sporting no hay tanta diferencia entre los jugadores del primer equipo y los del filial. Por desgracia, estamos en Segunda División, y en Segunda División las diferencias no son tan grandes. Hay que apostar por la gente joven. El jugador de cantera del Sporting siempre ha dado rendimiento. ¿Cuántos jugadores hemos tenido la suerte de que han salido de la cantera y han jugado en Primera División? Muchísimos, muchísimos, muchísimos.

Al final, la gente se acuerda de mí, de Luis Enrique, de Juanele, de Manjarín, de Villa… Pero hemos dado muchísimos jugadores más. El Sporting ha sido una de las mejores canteras. Hay que apostar por ella y trabajar por ella a partir de un modelo, y darles minutos y confianza a esos jugadores, rodeándolos de otros buenos jugadores. Yo, cuando salgo de la cantera, como hablábamos al principio, estoy rodeado de Joaquín, de Jiménez, de otra serie de futbolistas que eran muy, muy buenos. De Ablanedo. Si salgo en otra época, igual no soy tan bueno. Cuando rodeas al jugador de buena gente que entrena con él, que le da buenos consejos, rinde bien.

Hubo, en ese sentido, un proyecto para el Sporting, de renovación de la entidad a partir de la cantera, reorganizada con inspiración en Lezama, que Clemente propuso dirigir contigo —él de director de la cantera, tú de entrenador— durante su breve etapa en el Sporting, ¿verdad?

Bueno, eso fue una cosa que dijo Javi, pero que yo no sabía. Fue cuando yo estaba de segundo entrenador suyo, el año que cesan a Manolo Preciado, que en paz descanse. Él me decía que yo tenía que ser el entrenador del Sporting, porque veía que iba a ser bueno. Yo le digo: «Déjate de rollos, Javi: vamos a salvar al equipo y el año que viene me quedo contigo de segundo». Javi, en aquella época, estaba un poco equivocado. Yo le intenté cambiar de idea. Me decía que [Manuel] Vega-Arango [presidente del Sporting] tenía la idea de que yo llevara el club, pero al final Vega-Arango no mandaba, y por mucho que al míster le dijese Vega-Arango… Pero sí: el míster tenía esa idea. Pero no pasó.

Entrenas al Alavés, adonde llegas en diciembre, la temporada 2017/2018, en que consigues la permanencia, y luego la 2018/2019, en que dejas al equipo undécimo, pero llegáis a ocupar el segundo puesto en la primera vuelta. Vuelves en 2021, pero duras poco, debido a los malos resultados.

Tengo un recuerdo muy bueno. El Alavés, conmigo, ha sido espectacular. El grupo de ese año y medio era espectacular. Yo me voy allí en una situación complicada, como el cuarto entrenador al que cogen, con seis puntos en trece partidos. Pero me encuentro un grupo brutal, con ganas de escuchar, con un ambiente entre ellos extraordinario, cuando yo pensé que iba a ser todo lo contrario. En esa situación, cuando el equipo va mal, te puedes encontrar un vestuario roto, pero no: todo lo contrario. Jugadores súper humildes. Entrenábamos en un campo embarrado; las instalaciones, que ahora son una maravilla, no estaban nada bien; nos teníamos que ir muchas veces a entrenar a un campo de Tercera División porque en el nuestro no podíamos, pero ni una protesta por parte de los jugadores.

Ese año nos salió increíble, pero es que al siguiente hacemos la mejor primera vuelta de la historia del Alavés: nos metemos en puestos de Champions. Un viernes ganamos en Vigo y llegamos a dormir líderes, en la décima jornada. La gente en Vitoria, además, me acogió de una forma increíble: parece que las aficiones siempre valoran mucho más a la gente de fuera que al propio de casa. Posiblemente sea en el Alavés donde yo más disfruté como entrenador, porque en el Sporting, como decía, disfruté, pero el ambiente alrededor, con aquellos meses sin cobrar, era distinto.

El fútbol vasco es especial, ¿verdad?

El fútbol vasco es una pasada. A mí me trataron muy bien. Es más, mi relación con Sergio [Fernández Álvarez], el director deportivo, y Alfonso [Fernández de Trocóniz], el presidente, y [José Antonio] Querejeta era una relación de amistad. Todavía mantengo el contacto con ellos. Y con los jugadores, una pasada; una plantilla a nivel, no futbolístico, que fue enorme, sino humano increíble, con ganas de aprender y de competir. Me facilitaban mucho las cosas.

A mitad de la 2019/2020, te ficha el Espanyol, que te despide antes de que acabe la temporada.

La verdad es que fue una sorpresa mi cese. Creo que el cuerpo técnico hicimos un trabajo extraordinario. Cojo el equipo último, con diez puntos, y viene el Barça a jugar el último partido de la primera vuelta y empatamos. Con once puntos, había que hacer una segunda vuelta de Champions. Lo consideré un reto e hicimos una segunda vuelta buena, pero, quedando siete partidos, el director deportivo decide cesarme, coge el equipo y hace un punto en siete partidos. Con nuestra trayectoria, creo que nos podíamos haber salvado. Los jugadores estaban conmigo, la relación era espectacular, el grupo era muy bueno. Era un club en el que yo estaba encantado; un club con muchas posibilidades. El Espanyol es un club grande-pequeño, como digo yo; con aspiraciones y posibilidades de hacer grandes cosas. Pero bueno, fue una decisión de Rufete. Se puso él como entrenador, las cosas no fueron bien y, por desgracia, el equipo bajó. No sé si conmigo hubiésemos bajado, pero habríamos peleado hasta el final por salvarnos, seguro.

Acabas de dejar el Sporting; una segunda etapa en la que te llaman la temporada pasada para salvar al club del descenso a Segunda B sobre la bocina, y lo salvas. Inicias también esta temporada, pero te acaban despidiendo. Se ha contado que el Grupo Orlegi, los nuevos dueños mexicanos del club, te puso la proa desde el principio.

De eso no voy a hablar.

¿Volverás a entrenar? ¿Te apetece?

No, no, no. La verdad es que no. No me apetece nada. Ya el año pasado cogí el Sporting por la situación especial que había. Yo estaba ya muy a gusto en la tele. Me gusta la televisión y aquello fue una cosa puntual por la situación que atravesaba el Sporting. Irme otra vez a entrenar fuera, no sé: tendría que ser una cosa que fuese muy buena, y no es el caso. Acabo de ser cesado de un equipo de Segunda División, y es difícil encontrar algo. Irme fuera, irme solo, teniendo a mi familia aquí, me da mucha pereza. Pero bueno, no se sabe. Igual ahora digo esto y, dentro de unos meses, me dan unas ganas enormes de entrenar.

 

11 Comentarios

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  3. Y Abelardo y su «Puxa Astúries» es uno de los amores mayores que los catalanes hemos podido tener. Puxa Astúries dixebrá siempre. Si viene el grito de hombres como él. O como el otro gran Abelardo del fútbol asturiano, que fue portero del Valencia y cuya familia estuvo siempre muy vinculada a las Comisiones Obreras heroicas del franquismo. Gente así, que habla claro y no tiene miedo a posicionarse en cuestiones sociales, es la que necesita el fútbol, y no canis tatuados que no han pasado de 2º de ESO.

  4. Si, las cosas (in)explicables del fútbol español: el Barça se retira de aquella Copa y no es castigado, unos años mas tarde (2014) lo hace el Racing por dignidad, y sí que es castigado. Y no echo la culpa al Barça, ojo: la culpa es de quien aplica dos varas de medir sin explicar bien la razón

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  6. Impresionante documento. Gran memoria la de esta leyenda viva del Sporting. Para volver a leer. Alguien que ha disfrutado de su profesión y que narra sus vivencias con entusiasmo. Sigues la entrevista como si se tratase de un libro que te ha enganchado. Grande Pitu Abelardo.

  7. Espectacular tanto el Pitu como la propia entrevista.

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