Entrevistas

Iván Iglesias: «Cuando fiché por el Oviedo, siempre había alguien que me insultaba, yo tragaba saliva y miraba para otro lado»

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Nos sentamos con Iván Iglesias Corteguera (Gijón, 1971) en la terraza del Café Dindurra, en el Paseo de Begoña, y, en un momento dado, antes de iniciar la conversación, se nos acerca un hombre de unos sesenta años, alto y muy delgado, que charla animadamente con nuestro entrevistado un par de minutos. Cuando se va, Iván nos pregunta: «¿Sabéis quien era?».

Y nos lo cuenta: Jaime Álvarez, exjugador del Sporting, autor del gol milésimo del club en Primera, pero al que se recuerda sobre todo por el gol de la victoria por uno a cero que le metió al Milan de Arrigo Sacchi en El Molinón, en un partido de ida de la UEFA el 6 de septiembre de 1987. Más tarde, comenzada ya la entrevista con quien fuera centrocampista del Sporting, el Oviedo, el Barça de Cruyff y el Rayo Vallecano, Jaime se nos acercará de nuevo y se desarrollará esta conversación:

­­—¿Qué es, una entrevista? ¡Perdonar!

—Sí.

—Pregúnta-y qué-y gusta más, si el fúbol de antes o el de ahora.

—Hombre, yo el de antes.

­—Pásate como a mí. ¿Qué ye, una entrevista pal Marca?

—No; es una revista digital.

—A mí gústame más el fúbol de antes. No los aguanto, ahora.

—Cuesta, ¿eh?

—¡Jueguen todos igual, joder!

—Está robotizado todo: no ves ocasiones, los porteros ya ves que no hacen una parada, no se llega, no se genera…

—Había más espectáculo antes.

—Sí, joder, mucho más.

Naces en Gijón en 1971. ¿A qué se dedicaba tu familia? ¿Cómo fue tu infancia?

Soy del barrio del Natahoyo. Mis padres se llamaban Paulino y Delia y tenían un bar: Casa Paulino. Él trabajaba en una empresa de siderurgia de Tremañes, Esnova, y mi madre era la que se ocupaba más del bar, al que mi padre se incorporaba cuando salía de trabajar. Las familias de antes trabajaban continuamente; yo siempre pongo un ejemplo: vivía en el Natahoyo y, cuando bajábamos al centro, decíamos «bajar a Gijón».

La gente mayor de La Calzada y otros barrios de la periferia todavía lo dice.

No salías del barrio. Por supuesto, lo que se ve ahora de ir en avión, de viaje, de vacaciones, olvídate. Pero tengo recuerdos muy buenos, muy bonitos, de mi infancia. Estábamos todo el día en la calle, con la pelota, haciendo todo tipo de actividades deportivas. Desde que te levantabas hasta que oscurecía, estabas en la calle, experimentando. Éramos superfelices y la verdad es que no demandábamos nada.

El bar de tus padres, en un momento dado, monta un equipo de fútbol sala.

Sí. Los chavales que estábamos por el barrio nos juntamos y formamos un equipo que patrocinaban mis padres con el bar. Al principio se llamaba Casa Paulino y luego pasó a ser la Peña Deportiva Natahoyo; una escuela, un club deportivo de fútbol sala, que tuvo bastante vigencia en el tiempo, duró un montón de años. Pero los inicios son con Casa Paulino.

Tengo dos hermanos mayores que me sacan nueve y diez años, y ellos eran un poco los entrenadores, junto con otra persona que había allí, Guti, y su padre, Jose. Gente del barrio que nos echaba una mano, en fin. Jugábamos los partidos de local en la pista de la Fundación Revillagigedo, y ahí me vino a fichar José el Negro —un trabajador del Sporting al que llamaban así— para el equipo de fútbol sala del Sporting, con nueve años.

Fui el primer jugador que cubrió todas las etapas desde fútbol sala hasta el primer equipo. Chiqui de Paz creo que no llegó a jugar en el primer equipo; y otro compañero, Iván Míner, sí llegó a tener minutos, pero más tarde que yo.

Dices que te fichan con nueve años y eres del 71, así que esto es 1980, ¿no? Se acababa de fundar —en 1978— la Escuela de Fútbol de Mareo.

Pero no jugábamos allí. Cuando empezó Mareo, era todo en campo; no había fútbol sala. Cuando se hace el equipo de fútbol sala, empezamos entrenando en el Corazón de María, en la pista interna del colegio por la parte de atrás, por donde entran los autobuses. Y los partidos de local los jugábamos en la pista del INTRA, en la Universidad Laboral.

Vas quemando etapas y llegas, sí, al primer equipo, pero por el medio pasas por el Hispano de Castrillón.

Sí. Cuando termino mi etapa de juvenil, con dieciocho años, hago la pretemporada con el filial, con el Sporting B, pero no quedo, y la temporada 1989/1990 voy cedido al Hispano, que estaba en Tercera División.

Formas parte de la generación de los Juanele, Manjarín, Abelardo, Luis Enrique… La última gran hornada dorada de Mareo. ¿Qué tal os llevabais?

Bien. El Sporting era un equipo de amigos. Me pasó luego en Barcelona, también: el secreto de un vestuario, de un equipo, es ser amigos; el compartir cosas no solo de la raya pa’ dentro, sino también para fuera; quedar, salir, ir a comer, a tomar una cerveza. Eso es fundamental.

Un equipo de fútbol no deja de ser una empresa, pero somos veinticinco personas, hay un objetivo común y hace falta arrimar el hombro todos y saber las inquietudes, los problemas de los demás, conocer a la persona que tienes al lado y con la que compartes muchas cosas. Todo lo que se haga por fuera genera más vínculo. En los equipos de fútbol, si cada uno va a lo suyo, es complicado.

Pero escucho mucho a futbolistas de tu generación decir que ahora sí va cada uno muy a lo suyo: el móvil, los cascos, tal; y que esa cultura del quedar y salir y comer y tomar algo todos juntos se ha ido perdiendo. Esteban me hablaba de la ayuda que se prestaban unos a otros cuando tenían que comprar un coche o una casa: pedías consejo a tus compañeros.

Eso se hacía todo desde el club. Tenías siempre una persona, el delegado de turno o el asesor o tal, que era el que cuando llegabas a la ciudad te orientaba y te posicionaba en ella a nivel de buscarte vivienda, acomodo para los hijos, colegio, tal. Pero el organigrama del club era poco más: primer entrenador, segundo entrenador, preparador físico y ya.

Ahora tú vas a un equipo de fútbol y hay casi más asistentes que futbolistas; y, añadido a eso, cada futbolista puede tener su propio psicólogo, su preparador físico, su nutricionista… Eso hace que cada uno esté, sí, en su burbuja, más independiente. En los equipos grandes, todavía más. Cada uno está en su habitación, a su aire. El típico paseo que nosotros dábamos y en el que te mezclabas con la gente ya no existe.

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Ahora, en la escuela de fútbol que regentas —hablaremos de ella más tarde—, ¿trabajáis eso? ¿Procuráis que los chavales sean amigos y traben esa clase de lazos que tú echas de menos en el fútbol de hoy?

Es una de las señas de identidad que tenemos. Inculcamos deporte. Mira, a mí, en el Natahoyo, mi padre iba a verme cuando podía, y me llevaba cuando podía, pero en el día a día no me podía llevar. Te llevaba el padre de un compañero o cogías autobuses; cogías el micro, el 4, aquí en el Natahoyo y luego el autobús de Mareo.

Te buscabas la vida y llegabas a las nueve y media de la noche a casa. Ahora, a los niños, los llevamos a todos lados, son muy dependientes, y el añadido a esto es que el objetivo de muchos padres cuando su niño empieza a hacer deporte es la élite. Solo ven el poder llegar a la élite, y es un error manifiesto. Los datos son demoledores. Escuchaba este día que no sé si hay medio millón de fichas en España y sale uno de cada veinte mil. El porcentaje es ese.

Es más probable que te toque la lotería.

Claro, eso es. Nosotros, en la escuela —que este año hace veinte—, intentamos inculcar deporte, no élite, y damos cabida a todo tipo de niños. Un niño que entra en la escuela siempre va a tener un equipo; nunca lo vamos a descartar. Puede hacer deporte desde los cinco años hasta… Bueno, incluso hicimos un regional.

Puede seguir su carrera deportiva a partir de ahí. Otra cosa que hacemos es grupos; intentamos no separar a los chavales, que es una suerte que yo tuve. Siempre digo que mis amigos son los de la infancia. Hice muy buenos amigos en el fútbol a nivel profesional, pero el poso, la base, son mis amigos de la infancia, y eso es lo que queremos cultivar aquí. Que los niños sean amigos y que, a través del deporte, vayan creciendo juntos.

Juegas tus primeros partidos con el Sporting —ocho en Liga y dos en Copa— en la temporada 1991/1992, en que el equipo termina octavo, con Ciriaco Cano de entrenador. De Ciriaco tienes muy buen recuerdo.

Yo personalmente y creo que todos. Ciriaco fue un referente. Para todos los chavales de Mareo fue una suerte tenerlo en el primer equipo, porque era un hombre de cantera, que miraba para la gente joven, y no tenía ningún problema en ponerte cuando había una necesidad.

Antes del partido, decía la alineación y ya también los que iban a jugar la segunda parte, ¿verdad?

Así es. El 1 de septiembre de 1991, debutamos cinco de una tacada en Valladolid. Te acordarás, era el equipo aquel de los colombianos, que lo entrenaba Pacho Maturana: Valderrama, Higuita Yo salí en el segundo tiempo, y a mí ya me había dicho Ciriaco que iba a salir. Te lo decía en la charla. En el primer equipo ya no te decía todos, pero en el fútbol base sí, te decía los cambios que iba a haber, independientemente de que tuvieras buena o mala tarde. «En el minuto 50, tal cambio; en el 60, tal otro».

Aquel fue el último Eurosporting, que ese año eliminó al Partizán y fue eliminado por el Steaua de Bucarest. Tú jugaste contra los dos equipos en los partidos en casa y viajaste a Bucarest, aunque te quedaste en el banquillo. Llegar y besar el santo, ¿no? Primer año en Primera, primer año en Europa.

Totalmente. La vuelta contra el Partizán la jugamos en Turquía, porque había estallado la guerra de los Balcanes y no podíamos ir a Yugoslavia. Nos alojaron en el Hotel Hilton de Estambul; yo tenía veinte años y creo que aquel era el primer avión que había cogido en mi vida. Los chavales, ahora, con veinte años ya recorren medio mundo.

Cuando viajabais por España para jugar los partidos de Liga, ¿era siempre en autobús?

Bus y tren. Cuando ibas a Andalucía, viajabas de noche en coche cama. Y bueno, a Tenerife y a las islas, en avión. Pero yo creo que el primero que cogí fue para volar a Turquía. De todas maneras, esto de la UEFA es algo a lo que se le dio más importancia con los años. De aquella no se la dabas. Ya ves el equipo que era el Partizán, con Mijatović de capitán, con Jokanović, etcétera; y nosotros, un equipo cien por cien o noventa por cien Mareo, un grupo de amigos de toda la vida, más Luhový, Iordanov y Joakim Nilsson.

Pero eliminamos al Partizán y [en el aeropuerto de] Ranón yo creo que no había nadie. Con lo que era la UEFA, ¿eh?, que no era la Europa League: era eliminatoria desde el principio. Pero bueno, es que estábamos en Primera y echaban entrenadores yendo el doce a lo mejor. Los tiempos cambiaron mucho y, a medida que pasa el tiempo, le das mucho más valor a cosas como esa.

¿Cómo fue, después, vuestro viaje a la Rumanía en la que acababa de caer Ceauşescu? Abelardo se acordaba de que los camareros del hotel se comían vuestras sobras.

¡Sí! Sí, sí. Ya en Turquía habíamos visto mucha pobreza: recuerdo, cuando fuimos a la mezquita, a los niños rodeándote como hormigas, pidiendo. Y en Rumanía, todavía más.

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La siguiente temporada, 1992/1993, con Bert Jacobs y García Cuervo de sucesivos entrenadores, es menos brillante para el equipo, pero es en la que eclosionas como jugador. Metes cuatro goles, el primero de ellos al Tenerife.

Con Bert Jacobs me pasó un poco lo mismo que comenté con Ciriaco: fue mi aval, mi máximo valedor. Jugué prácticamente todos los partidos ese año. Él era un entrenador avanzado para lo que era España en aquel momento, ya valoraba mucho más el toque, el juego de posición, todo eso que vemos ahora en el Barça, que viene de la escuela de Johan [Cruyff]. Yo era un jugador de ese perfil, y un entrenador como Jacobs me vino como anillo al dedo. Me dio la confianza absoluta con la que te puedes desarrollar al cien por cien. Fue vital para mí.

Lo echaron en la jornada 29. ¿Te preocupó como jugador su sustitución por García Cuervo?

García Cuervo era un hombre de la casa, con métodos más tradicionales, no tenía nada que ver. Era como el blanco y el negro, y sí, me temía lo peor, la verdad. Él era el que me había descartado cuando estaba en el filial y me fui al Hispano. Estaba en un buen momento, pero no las tenía todas conmigo. Sin embargo, luego me dio continuidad, así que tengo buen recuerdo en ese sentido.

¿Recuerdas cómo fue aquel primer gol al Tenerife?

Sí, sí, lo tengo en la cabeza cien por cien. Aquel partido jugué en banda derecha. Yo alternaba medio centro y banda derecha. Partiendo de ella, hago un desmarque interior y recibo un pase de Georgi Iordanov, más o menos en tres cuartos del campo rival. No me persigue nadie y me doy la vuelta y tiro a portería desde fuera del área. La verdad es que fue un buen gol.

Ganamos no sé si tres-uno, y bueno, un sueño, ¿no? Cuando yo entrenaba en Mareo en el campo 7, que era de arena, uno de los campos aquellos de arena, veía muchas veces, de la que iba, entrenar al primer equipo, y lo veía tan lejano que ni me paraba a pensar en la posibilidad de jugar allí algún día, nunca tuve esa ambición. Pero vas cubriendo etapas, te van pasando cosas y…

El partido a partido de Simeone.

Sí. Yo eso lo interioricé mucho, e intento transmitirlo ahora a los padres y a los chavales. El objetivo no puede ser la élite nunca. Te dicen: «¿Qué es, que no tienes ambición?». Pero es que yo pienso que es contraproducente tenerla. Tolerar la frustración puede ser peor. Yo fui jugando y, mientras jugaba y subía peldaños, relativizaba las cosas, y es algo que me vino muy bien para el fútbol profesional.

Me decía: «En el peor de los casos, aunque me salga mal, ¡mira donde estoy!». Ahora que viene mucho el tema psicológico, te hablan de eso; de decirte a ti mismo: «En el peor de los casos, ¿qué te puede pasar? ¿Un partido malo? ¿Perder? La vida sigue».

Aquella es la época de la conversión del club, como la mayoría de los españoles, en sociedad anónima deportiva. El primer consejo de administración se encontró con un boquete de nueve millones de euros. ¿Cómo se vivía eso en el vestuario? Tu fichaje por el Barça también tuvo que ver con eso.

Nos llegaba, nos llegaba. Yo tengo muy buen recuerdo de los presidentes, de Plácido [Rodríguez Guerrero] y de Eloy Calvo Capellín, que es el que está justo en esa conversión. Pero sí, había atrasos para cobrar, impagos… Gestionar, sacar eso adelante, era difícil. Aunque es verdad que los sueldos de entonces no eran como los de ahora, el futbolista siempre cobró mucho en comparación con cualquier profesión; y la gran subida de ingresos viene con las televisiones, pero en aquel momento todavía no habían llegado.

El fútbol era el Carrusel Deportivo, con todos los partidos a la misma hora, y poco más. Lo que se generaba era prácticamente interno, con patrocinios, con lo que pudieses sacar del Ayuntamiento y poco más. Tuvimos impagos, pero yo, como era joven y vivía con mis padres, no lo acusaba tanto.

¿Viviste con tus padres hasta que te fuiste a Barcelona?

Eso es, sí. Bueno, mi madre, por desgracia, falleció en el 82, siendo yo muy pequeño. Así que vivía con mi padre y mis dos hermanos, aunque mi padre, ya en mis últimos años de juvenil, empezó a pasar la mayor parte del tiempo en el pueblo del que también somos y donde tenemos una casa, Montalea, en Parres, cerca de Arriondas.

En Gijón yo estaba sobre todo con mis hermanos, que son nueve y diez años mayores que yo. Vivíamos juntos, y muy felices todos. Mi primera independencia es cuando me voy a Barcelona con veintidós años.

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Al Barça te vas por un derecho preferencial que ellos tenían sobre los jugadores del Sporting. En Gijón se daba por hecho que ficharían a Juanele o a Manjarín, y el primer sorprendido cuando te llamó Charly Rexach fuiste tú. Habías hecho un partido espectacular contra el Espanyol que cambió el criterio inicial de los técnicos azulgrana, que disponían de un informe de primera mano a través de Jacobs.

Eso es. Con Manjarín llegaron a tener un precontrato, y todo el mundo daba por hecho que se iría él. Así que cuando me llamó Rexach, pensé que era una broma. De aquella ya empezaba a emerger la figura del representante, pero había muy pocos, y a mí me llamaron directamente al teléfono de casa, que de aquella era como el de Cuéntame, con la rueda y demás.

«Soy Charly Rexach, y estoy aquí con el Flaco. Nos interesas y queremos saber tu disposición». Yo me decía: «¡Esto no puede ser verdad!». Habías hecho muy buena temporada, pero no dejaba de sorprenderte, porque el año de Ciriaco habías estado con ficha del filial; ni siquiera tenías ficha del primer equipo, y llevabas solo un año en Primera División. Después ya vino para aquí Amador Bernabéu, el abuelo de Piqué, y fue cuando se empezó a negociar todo.

Y lo dicho: sin representante, directamente contigo, ¿contigo y tu padre, quizás?

Con mi hermano Paulino en casa, en familia, y con el asesor nuestro personal, un amigo de la familia: Quique. Sí, sí: negociamos directamente. Ahora es impensable.

Para Manjarín, que ya se veía en Barcelona, el cambio de criterio tuvo que ser frustrante. ¿Se resintió vuestra relación?

No, no. Manjarín también sabía que iba a tener recorrido en el fútbol. Estaba haciendo unos años espectaculares, siendo muy joven, y así fue el recorrido que tuvo; una trayectoria buenísima. Nuestra relación no se resintió para nada.

García Cuervo se molestó con Rexach por hablar contigo a espaldas del Sporting, ¿no?

Ah, ¿sí? Primera noticia.

Lo leí en la hemeroteca de El Comercio, en una noticia de esa época en la que se contaba que a García Cuervo le parecía una falta de respeto esa negociación contigo mientras el equipo estaba en situación delicada, intentando eludir la promoción.

Pues la verdad es que no lo recuerdo, pero bueno, son estas cosas de antes. Con Johan, todo pasaba por él; lo comprobé en persona después de conocerlo. No había secretario técnico, no había director técnico, todo pasaba por él, y a él tampoco le gustaba mucho la figura del representante: hacía las cosas directamente, las hacían Charly [Rexach] y el Flaco, como lo llamaban. Hoy no sé si lo sería, pero de aquella era más normal.

El convenio aquel con el Sporting se rompió poco después, en parte porque a Cruyff le molestó la destitución de su amigo Jacobs.

Sí. El tema era de cesión de jugadores. Fue cuando vino aquí Christiansen, cedido del Barça. El Barça tenía derecho de tanteo y preferencia sobre jugadores que le pudiesen interesar. De aquella, los sueldos no eran altos, pero las cláusulas sí: la gente joven ya teníamos mil o mil y pico millones de pesetas de cláusula. Para el Barça, las cantidades eran más pequeñas. Y sí: al irse Jacobs, aquello que era un convenio entre dos amigos que tenían muy buena relación se rompe.

¿Fue un gran choque para ti llegar a Barcelona?

Un cambio abismal. Yo tenía veintidós años y venía de jugar muchos partidos en Primera, pero daba igual, la diferencia era estratosférica. Ese nivel de jugadores, esa calidad… Para mí fue un máster continuo estar allí. Tener a Johan y a Charly de místeres y estar en el vestuario con esos jugadores que eran los mejores en su puesto a nivel mundial.

En el entrenamiento, en la dinámica del día a día, estaba a años luz de ellos. El ritmo de pelota era terrible, ¡no veías el balón! Hacías un rondo, un juego de posición, y el balón no paraba. En el Sporting sí paraba. Yo siempre digo que la gran diferencia entre categorías —en fútbol y en todos los deportes— es el ritmo de pelota, más rápido cuanto más te acercas a la élite.

La diferencia entre jugadores de una categoría u otra es la capacidad que tengan de jugar a una velocidad o a otra. Y a mí me costó mucho al principio adaptarme a la del Barça.

También cambiaba la cantidad de ojos puestos en ti.

El primer día, recién llegado, me topo con una rueda de prensa en la que podía haber, no sé, ¿cincuenta periodistas? Tampoco estaba acostumbrado a esa magnitud. Aquí en Gijón, en la sala de prensa, prácticamente no hacías nada; la relación con los periodistas era que te viniera uno con una grabadora. La dimensión allí era otra.

Y luego entras al campo y te impresiona la cantidad de gente que ves. Y te ves entre jugadores que prácticamente eran tus ídolos. Yo tenía en la habitación un póster de Michael Laudrup, cuando estaba en la Juve. De repente lo tenías de compañero. También tenía un póster de Johan, que era el ídolo de mi padre. Tengo un recuerdo muy vago de verlo jugar, luego lo vi en reportajes. Pero mi padre siempre me hablaba de él.

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¿De pequeño, además del Sporting, ya eras del Barça?

Sí. Parece un tópico, ¿no? «Desde pequeñito soñaba con…». Pero en mi caso era así. A mí los Reyes me trajeron un año una camiseta del Barça con el número 5, que en aquel momento —año setenta y siete, setenta y ocho…— sería de Víctor, o de Tente Sánchez.

Esa doble militancia Sporting/Barça ha sido habitual aquí. En Oviedo propenden más bien al Madrid.

Siempre se dice, sí, y se sigue diciendo, no sé si porque quedó de antes. Al final hay una lista larga de jugadores del Sporting que pasamos por el Barça: [Enrique] Morán, Quini… Oviedo está más ligado al Madrid, pero bueno, me encontré gente del Barça también allí, ¿eh? Empezando por el presidente, Eugenio Prieto.

¿Y qué tal Laudrup? A veces se dice eso de «no conozcas a tus ídolos». ¿Qué tal fue conocer y tratar a aquel del que habías tenido un póster?

Hablaba poco. Su mejor amigo en el vestuario era Koeman, era con el que más relación tenía. Era una persona introvertida, de estas que, como se suele decir, hablan más en el campo, con su juego, que fuera. Hubo poco roce, intimamos poco, la verdad.

En 1996 contabas en una entrevista en El Comercio que te costó adaptarte a la vida solo, que echabas de menos a la familia y a los amigos, y que quien más te ayudó a pasar el bache fue Amor.

Así es. Lo pasas mal. La gente puede escuchar o leer que con 22 años te fichó el Barça con un contrato buenísimo y pensar que solo podrías estar contentísimo, pero lo pasas mal. Estás solo, te cuesta, ves que no te estás adaptando, que te está costando meterte en la dinámica de grupo…

Tienes que atarte los machos e intentar ser uno más y lo haces, pero al principio cuesta mucho y es muy frustrante. La suerte fue que el grupo humano era muy bueno. Hacíamos muchas cosas fuera, y con Guillermo Amor fue con el que más amistad hice al principio, porque yo estaba en un piso de alquiler que era de él, en Travessera, al lado del Nou Camp. Todos me tendieron la mano, pero con él, igual por el tema ese de la vivienda, hice una amistad especial que dura hasta hoy.

¿Teníais también esta cosa que me comentabas del Sporting de hacer grupo, salir a comer, a cenar, a tomar cervezas, de ser amigos de la raya p’allá?

Sí, totalmente. Era un vestuario muy sano, muy bueno, y mira que en esas ciudades es difícil, porque al final, en Barcelona, cada uno vivimos en una punta, y el quedar es más complicado. Teníamos el típico grupo de quiniela y, con la disculpa de ir a comer o lo que fuera, nos reuníamos muy a menudo. Había varios jugadores que tenían la llotja, un palco que era un restaurante de Pep Guardiola, de Txiki Begiristain, de Julio Salinas… Ese era un poco el nexo de unión; comíamos muchas veces ahí.

¿Qué tal era aquel Guardiola de 22 años? ¿Ya apuntaba maneras?

Sí, sí. Cuando vamos a Holanda, donde se hacía la pretemporada, el primer compañero que yo tengo es Guardiola, que es como yo, del 71; yo de febrero y él de enero. Y lo veías muy, muy maduro. En la habitación ya te explicaba un poco todo esto que estamos viviendo del tema catalán, ya hablaba un poco de todo, y por supuesto de fútbol. Iba por delante.

Era una extensión de Johan en el campo. A lo mejor cuando no jugabas o tal, te venía a explicar cosas que tenías que corregir, o por qué veía él que Johan no te ponía, o lo que buscaba en ese partido; cosas de esas que él con veintidós años ya te analizaba. Es una persona muy inteligente, como estamos viendo ahora, y esa inteligencia lo impregnaba todo. Se documentaba mucho, también. Y con Johan ahí… Para los jóvenes, para Sergi, para Chapi Ferrer, para Pep, aquel Barça era un máster diario con el mejor ponente del mundo.

Coincides también con Romário, hombre de grueso anecdotario.

Lo tenía sentado a mi lado, estábamos juntos, aunque hablaba poco. Es muy buena persona, pero introvertido. Todos sabíamos que era el mejor. En un vestuario, al final, los jugadores saben quién es el mejor, y de aquel mira que era complicado. En aquel entonces solo podían jugar tres extranjeros, y en la plantilla había cuatro: Stoichkov, Laudrup, Koeman y Romario.

Uno se tenía que quedar fuera siempre, pero nunca o casi nunca era Romário. Si estaba bien, siempre jugaba, a veces, aunque por la semana hubiera aparecido tarde en algún entrenamiento. Eso que se dice de que le gustaba entrenar poco era verdad, pero a él le servía. El fin de semana, llegaba el partido y mostraba el talento superlativo y las condiciones físicas explosivas que tenía.

No quiere decir que sea un ejemplo, el no entrenar no es un ejemplo, pero a él le servía. También se cuidaba, podía trasnochar alguna vez, como en algún momento lo hacíamos todos, pero no era una persona de beber o tal. A los hechos me remito, es un jugador que jugó hasta los cuarenta y pico años. Si no te cuidas, no puedes alargar tanto tu carrera.

Hay una anécdota muy célebre de Romário y Cruyff que no sé si sucedió estando tú ya en Barcelona. Romário quería perderse dos días de entrenamientos para poder irse a Brasil al carnaval de Río, y Cruyff le respondió que, si le metía dos goles al Osasuna al día siguiente, le daría dos días más de fiesta que al resto de jugadores. En el partido, Romário metió los dos goles e inmediatamente se fue a la banda a pedir el cambio, diciéndole: «Míster, mi avión sale en una hora». Luego pasaron varios días, Romário no volvía, el club lo llamó y él respondió: «El míster me dio permiso para irme a Brasil, pero no me dijo cuándo debía volver».

Así fue sí, sí. Allí se apostaba mucho, aquellas piquillas y apuestas con Johan eran habituales. Con Stoichkov, por ejemplo, se ponían a tirarla al larguero o al poste y apostaban quién le daba más veces. Con Johan la jerarquía estaba muy clara, pero a la vez era una persona muy cercana. Sabía diferenciar muy bien cuándo había que exigir, cuándo había que trabajar y cuándo podíamos estar un poco de comedia, de coña.

Con Romário hizo esa apuesta, Romário cumplió y él cumplió también. Sabía perfectamente todo lo que hacíamos por Barcelona, lo controlaba todo, pero siempre decía que el fin de semana era la prueba, y que era ahí donde te iba a juzgar, como en el coso romano. Así que, si no te cuidabas, si no estabas, si te pasabas de peso y llegaba el fin de semana y no cumplías, eras tú mismo el que se quitaba.

Con Romário pasó que, después de Estados Unidos ’94, cuando gana Brasil el Mundial y él queda máximo goleador, llega un mes tarde a Barcelona, y viene fuera de peso. Llega justamente para jugar contra el Sporting aquí en Gijón, y ese partido lo perdemos. A raíz de eso aguanta poco, y es cuando se va al Flamengo. Mira, de Romi hay una anécdota muy buena: había al lado suyo una puerta por la que entrabas al gimnasio, que estaba cerrada, y un día José Mari [Bakero] le dijo «oye, por esta puerta se va al gimnasio, ¿eh? Por si quieres ir algún día. Que sepas que hay un gimnasio allí» (risas).

¿Era muy impresionante ver jugar a Cruyff, aunque fuera en un partidillo informal?

Sí, sí. De aquella se metía en los rondos y en el juego de posición, y nunca perdía un balón. En la técnica, el pensar rápido, el verlo, el no perder una pelota, los controles, seguía teniendo un nivel impresionante. Cuando jugaba con nosotros, seguía siendo prácticamente el mejor.

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Protegía mucho a los jóvenes, ¿verdad? Y se interesaba hasta por el lugar donde ibais a vivir.

Sí, totalmente. Nos protegía muchísimo, lo cual es de agradecer, porque muchas veces los entrenadores respaldan al veterano, es a él al que tienen en palmitas, y el joven es al que machacan. Con Johan era al revés. La exigencia era brutal, pero nunca nos regañó en público o en el vestuario.

Cuando había algo, te lo decía en privado. Y no tenía inconveniente en decírselo a cualquiera, y sobre todo a los veteranos; a…, ¿cómo decía él? ¿Las vacas sagradas? Algo así. Él decía que lo importante de un equipo, en el sentido de que es por donde el equipo se tambalea si no va bien, son los jóvenes, así que era a ellos a los que tenías que llevar un poco en volandas.

Juegas 25 partidos aquel primer año, y le metes el quinto al Madrid en aquella recordada manita.

Sí. Salí en el segundo tiempo. Era mi primer derbi, y fue impresionante: el mosaico, el campo lleno… Recuerdo que tenía a Txiki Begiristain al lado y estaba impresionado; con «la gallina de piel», como decía Johan. Ser partícipe de eso imponía.

En el Camp Nou, por aquel entonces, cuando aún no se había promulgado la norma de que todo fueran asientos, todavía cabían ciento y pico mil personas.

Ciento quince, ciento veinte, sí, algo así. Ver la panorámica de frente desde el banquillo impresionaba. Luego, encima, tienes la suerte de salir, con lo que representaba siempre para el culé jugar contra el Madrid, de ser partícipe, de meterle cinco, y de encima meter el gol que es un poco la guinda. Son partidos y goles que te señalan y que hacen que quedes ahí en la historia, y es muy bonito.

Te leí por ahí que guardas pocos recuerdos de tu etapa de futbolista, pero que la camiseta de ese partido la tienes.

Sí, esa la tengo. Guardo pocos recuerdos en el sentido de que pierdo la memoria en cuanto el partido acaba; no me acuerdo de cómo quedamos, e incluso de algún partido de Champions no me acuerdo de si jugué o no jugué. Pero hay frases, partidos o momentos que sí los tienes muy presentes. Esa camiseta con el número 12 la tengo guardada. Creo que aún no teníamos el nombre en la camiseta. También tengo guardada la primera de Champions.

¿Contra quién jugasteis aquel día?

En Turquía, contra el Galatasaray. Era lo mismo que en la UEFA: no había liguilla, y cualquier partido era complicadísimo. El primer partido contra el Dínamo de Kiev lo habíamos perdido tres-uno allí, y hubo que remontar. Luego llegamos a la final, como sabes.

Contra el Milan.

Sí, sí.

¿Aquel partido lo jugaste?

No, ahí quedé fuera. Había jugado la semifinal. Aquel año me costó empezar, pero llegué muy bien al final de temporada, y al final jugué bastantes partidos de Liga. Una liga complicada, porque estuvimos todo el año a rebufo del Dépor, que nos llegó a sacar seis puntos. Remontamos y ganamos la Liga en la última jornada, con el penalti famoso de Djukić.

Tú le metiste un gol al Rayo que sirvió para mantener el pulso con los coruñeses.

Sí, creo que quedaban tres o cuatro partidos, e íbamos cero-cero. Era un partido entre semana, y se trataba de recortar puntos. Todavía me lo recordaban hace poco unos de Coruña que estaban por aquí; se acordaban todavía de ese gol. Me conocieron por la calle y me lo dijeron: «¡Qué manía te tenemos: por tu culpa no ganamos aquella Liga! ¡Ya estábamos celebrando!».

Ellos habían ganado, la distancia de puntos era grande y ese recorte lo sentenciaba todo bastante, pero ese gol que fue en el minuto 92 o así, un tiro desde fuera del área, les fastidió la cosa. La verdad es que yo hacía pocos goles, pero los que hacía eran señalados.

Si uno lo piensa, Cruyff ganó cuatro ligas seguidas con el Barça e indudablemente las ganó con mucho mérito, pero también con mucha potra: el penalti de Djukić, las ligas aquellas del Tenerife…

Sí. Al final la Liga pone a cada uno en su sitio, es una competición de regularidad y el campeonato más difícil. Pero es verdad que prácticamente todas se ganaron en la última jornada. Eso demuestra también la igualdad que había. Pero había que estar ahí. La suerte, digo yo siempre, tiene dos cosas: la oportunidad es una, pero, para que se dé la oportunidad, tienes que estar preparado.

¿Cómo vivisteis como jugadores el penalti de Djukić? Los dos partidos (el vuestro contra el Sevilla; ganasteis 5-2) se jugaban a la vez, ¿no? ¿El vuestro ya había acabado cuando se pitó el penalti, o estabais jugando todavía?

Hacía un minuto o dos que habíamos acabado. Contra el Sevilla, efectivamente. Seguía el campo lleno; estábamos todos en el campo, esperando. Cuando el transistor te da la noticia de que penalti a favor del Dépor, pues un bajón tremendo.

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¿Estabais en el vestuario?

No, no: en el campo. Estábamos en el campo, esperando. Y eso. Un bajón, porque piensas que lo va a meter, pero, en un minuto, la euforia.

¿Llevaba alguien una radio?

Sí, eso es. No recuerdo quién. Sería Tonny, supongo, Tonny Bruins.

Aquel asistente holandés de Cruyff, ¿no?

Sí, sí.

La siguiente temporada, 1994/1995 —que gana el Madrid y en que vosotros acabáis cuartos, por detrás del Dépor y el Betis—, coincides con Prosinečki, que viene del Oviedo, y que os llama «aldeanos» a Abelardo y a ti por ser de Gijón.

Él es muy coñón. Sí, ese año llega Prosinečki, llega Gica Hagi y llega Figo. A Prosinečki no lo conocía directamente, pero bueno, con el rollo de aquí del Sporting y el Oviedo, esa piquilla, cuando llegó a Barcelona la trasladó allí. Estábamos todo el día con ese cachondeo, sí, sí.

Ese año juegas 24 partidos y metes un gol.

Mi segunda temporada fue peor que la primera, sí. Aquel primer año en el Barça acabó siendo muy bueno. Me costó al principio, pero luego cogí ritmo, me adapté, me enchufé y me fue bien. Tuve muy buenos partidos, y fui importante ese año. El segundo siempre piensas que te va a ir mejor, pero fue un año difícil.

Hubo muchos cambios a nivel de jugadores de peso, de veteranos y tal, y se rompió un poco lo que era el equipo anterior, toda la base que teníamos. En general fue un año difícil para todos. No dimos el rendimiento adecuado prácticamente nadie. Para mí, además, significó la lesión de rodilla que tuve en mayo, casi al acabar.

Te rompes el ligamento cruzado. Y cuando te recuperas, Cruyff decide cederte al Sporting, para que vuelvas a coger rodaje, pero, cuando vuelves, el holandés ya no está, y Robson no cuenta contigo.

Así es. Bueno, yo no sé exactamente si llegué a contar o a no contar para Robson. Me quedaban dos años allí, y podría haberme quedado si hubiera querido. El Sporting se había interesado por mí, por la posibilidad de que me quedara aquí, pero mi primera idea era volver a Barcelona.

La cuestión es, sí, que al despedir a Johan, despiden a mi gran aval, a mi gran valedor. Tenía veinticinco años y de la rodilla había quedado bien, pero, después de una lesión de nueve meses, me faltaba volver a enganchar. En un equipo como el Barça, con la exigencia que había y sin el entrenador que me conocía y que siempre había apostado por mí, iba a ser muy difícil.

Suponía que no iba a jugar, y yo nunca entendería estar en un equipo y no jugar, aunque tengas contrato. Siempre pensé que prefería ganar menos, pero sentirme valorado y jugar. Núñez no quería que me desvinculara, y labró para ampliar mi contrato y que luego saliera cedido, pero yo no le veía sentido. Prefería desvincularme, rescindir, y empezar de cero en otro sitio.

¿Conociste a Mourinho?

No, no. Aquella temporada estuve cedido en el Sporting, y luego no llegué a Robson y Mourinho, no llegué ni a Barcelona.

¿Cómo era el ambiente en el Barça aquella última temporada de Cruyff, a medida que se iba enrareciendo su relación con Núñez?

Peor. Al final, siempre es así, cuando los resultados no llegan, el ambiente no es lo mismo; el vestuario empieza a fracturarse por momentos. Teníamos reuniones y comidas, quedábamos incluso sin Johan para analizar la situación y ver cosas, dónde podíamos mejorar, cada uno exponía lo que veía.

Pero era difícil, porque los resultados no llegaban, y se rompió un poco todo, se empezó a resquebrajar un poco todo. El míster, después, pasó a estar en entredicho, con mala relación y malos rollos con la directiva, y al final eso también resta.

Una vez decides irte del Barça, recibes ofertas de varios equipos.

Se interesaron varios, sí. Estaba el Celta, recuerdo al Zaragoza, también el Sporting… Y el Oviedo, claro.

Y al Oviedo te vas. Esto contabas en otra entrevista: «El Sporting se interesó por mí, pero no era algo real al 100%. El Oviedo sí puso entonces muchas ganas, y el Sporting no mostró esa predisposición máxima hasta que se enteró que estaba el Oviedo. También tenía al Celta y el Zaragoza detrás, y si el interés del Sporting hubiese 100% real no hubiera dudado volver otra vez a Gijón».

El Sporting me quería, pero cuando empezamos a negociar, me trató como a un jugador más de aquí, como a uno que ya estuviera en el equipo, o a uno de la cantera. Yo aquí era Ivanín. Había llegado con nueve años, y ¿quién no me conocía en el Sporting? Lo que me ofrecían a nivel de sueldo y demás era insultante.

En la primera negociación con Cándido Cueto, le dije que iba a ser inflexible, que tenía dos años más de contrato en Barcelona, que no me hacía falta venir y que, si venía, tenía que ser con un buen contrato, con una buena apuesta. Al final rompimos la baraja y, en ese impasse, fue cuando apareció el Real Oviedo, de la mano de Eugenio Prieto, que fue el que más ganas puso en ficharme.

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Siempre dices que es el mejor presidente que tuviste.

Sí. Tengo buen recuerdo de todos los presidentes que tuve: de Eloy [Calvo Capellín], de Plácido [Rodríguez Guerrero], de Núñez… Bueno, también tuve a Ruiz-Mateos en el Rayo, pero no tuve ningún trato con él, lo vi en alguna comida y poco más.

La presidenta en tu época —es verdad que como una especie de testaferro de su marido, de Ruiz-Mateos— ya era Teresa Rivero, ¿no?

Sí, pero bueno, tampoco tuve mucho vínculo con ella. El mejor presidente fue Eugenio, en el sentido de que era un presidente deportivo, un presidente muy del día a día, no una mera figura institucional.

Era un presidente que se metía con nosotros, que estaba en el vestuario, que iba a las comidas, y una persona muy llana, muy cercana, que te intentaba ayudar siempre. Lo considero un amigo, y pasamos momentos muy buenos. Fue muy importante en el Oviedo, si no el más importante.

Tus años en Oviedo los recuerdas con cariño, pero la vida en Gijón se hizo dura. «Yo salía por las tardes con mi novia Alejandra, ahora mi mujer, y se acercaba siempre alguien a decirme algo, a increparme», cuentas en otra entrevista. En el primer derbi, recuerdas también, «no había sitio para una pancarta más contra mí». Y te dolió, porque —dices— «al final soy de aquí de toda la vida».

El año 96/97 fue duro, sí. Estábamos los dos en Primera, el Sporting y el Oviedo. Y mi casa era y es aquí en Gijón, así que…

¿No te fuiste a vivir a Oviedo?

Cogimos un piso de alquiler allí, porque a veces entrenabas mañana y tarde y tenías que ir a comer a tu casa para volver por la tarde, y no quería pasarme la vida en la autopista. Pero mi residencia de verdad estaba aquí en Gijón. Entonces, se hizo difícil, sí.

Estando como nosotros aquí ahora, en esta terraza, siempre tenías a alguno que pasaba por ahí y te decía algo, te insultaba. Yo tragaba saliva y miraba para otro lado, porque estas cosas, si pasa algo, el personaje público y el que va a estar en boca de todo el mundo eres tú. Aunque sea difícil, en esos momentos hay que hacer de tripas corazón y pasar.

¿Peligro real, físico, el riesgo de un puñetazo, de una paliza, lo hubo alguna vez? ¿O nunca pasó de lo verbal?

Bueno, eso podía haberlo de noche, alguna vez que salías después de jugar de sábado. Esa es una de las cosas que cambiaron, ahora el deporte de élite está más aislado, porque con el tema de los móviles y las fotos es complicado. Nosotros nos relacionábamos más, salíamos algo. Y sí, de noche, de algún sitio me tuve que marchar, porque, si no, la cosa se complicaba.

Además es que el club me echó todo el muerto a mí, a nivel de medios y demás, y la gente se dejaba influenciar por lo que leía y lo que escuchaba. Yo no replicaba, no decía nada, no hacía ninguna declaración. En un momento dado durante las negociaciones, cuando se empezó a marear más con el tema del Sporting y el Oviedo, decidí que no podía llevarlo yo, porque me estaba alterando, sacando un poco de quicio, y que necesitaba a una persona que mediara.

Opté por Gorka Arrinda, un vasco al que conocía de la época de Barcelona, que era representante de alguno de los compañeros de vestuario, y con el que había hecho relación. A partir de allí yo desaparecí, me callé. En fin, son de esas cosas de las que, a toro pasado, te puedes arrepentir, pero yo no me arrepiento. Fue la decisión que tomé y ya está.

¿Por la afición del Oviedo te sentiste querido?

Me sentí muy querido desde el principio, desde que di el paso, desde el minuto uno. Siempre me acogieron muy bien, y es el día de hoy que me sigo llevando fenomenal con la gente del Oviedo. Les estoy muy agradecido, porque había sido de estas cosas de las que dudas. Pero bueno, yo, en este caso, siempre digo lo que me dijo una vez Chus, un amigo mío que siempre me mandaba alguna cosa por Navidad, y cuando tenía veintidós años, estando ya en Barcelona, me envió una foto con un mensaje que se me quedó muy presente.

Decía: «Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino». Yo soy así en la vida. Volviendo a la pregunta por el no-interés del Sporting y el sí-interés del Oviedo, en el momento en el que Eugenio Prieto apareció, la oferta del Sporting se multiplicó por cinco. Al final, el contrato que podía tener en el Sporting era mayor que el que me ofrecía el Oviedo.

Muchos, ahí, hubieran aprovechado para irse al Sporting, hubieran ido por ese camino que es por el que iría casi todo el mundo, pero yo no. Incluso recuerdo exponerlo en casa y que me dijeran: «Hostia, pero, ¿una vez tienes esto, una vez que el Sporting se interesa…?».

Yo consideraba que no se había interesado cuando se tenía que interesar. Cueto no había hecho fuerza para que me quedara, y cuando [José] Fernández se puso al frente, ya era tarde, así que decidí irme a Oviedo y exponerme a lo que podía pasar con la gente; a lo que podía venir en el día a día.

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¿La familia se disgustó por que te fueras al eterno rival?

Siempre me dieron mucho poder en ese sentido, pero sí que recuerdo eso, que me dijeran en el salón de casa que no me marchara así, que… Al final mi familia es de aquí, de Gijón, de toda la vida.

A ellos también les dirían cosas por la calle, a lo mejor, ¿no? «¿Qué coño fai el tofíu?», tal.

Nah, no creo, pero bueno, la coña a mi padre o a mis hermanos, seguro. La gente ya sabes que, muchas veces, con los colores no mide. En fin, yo lo tenía claro. El interés repentino del Sporting no me valía, porque no era real, era subjetivo. Y por eso decidí irme. A día de hoy, estoy orgulloso de haber jugado en los dos equipos, y más viendo cómo van los dos.

Me siento una persona afortunada por haber jugado en los dos equipos referentes de Asturias en Primera División, aunque significara, por ejemplo, que al cien aniversario del Sporting no fuera invitado. Después de haber empezado con nueve años en el Sporting de fútbol sala, de haber llegado al primer equipo, de haber dejado dinero al club en caja, que no me invitaran, cuando algún jugador que hizo el mismo trayecto —e incluso el trayecto inverso— sí fue invitado, la verdad es que fue algo que me molestó, y es una de esas cosas que tienes ahí presentes y guardadas.

Juegas con los veteranos de los dos clubes, ¿no?

Sí. Bueno, no suelo jugar, porque ando con un problema de rodilla y secuelas de cuando la lesión. Pero tengo buena relación con los dos, y también estoy en la asociación del Barça. Es una manera de estrechar lazos, de crear vínculos, de seguir viéndonos. El fútbol es muy efímero y las relaciones se van perdiendo, cada uno está en un sitio. Esta es una manera de juntarse.

De entrenadores, en el Oviedo, tendrás a Lillo, Tabárez, Fernando Vázquez y Luis Aragonés. ¿Qué recuerdas de ellos? ¿Cuál es tu anécdota preferida de Luis Aragonés (todo el mundo que pasó por sus manos tiene la suya)?

Todos eran muy buenos entrenadores. Lillo era lo que vemos ahora con Pep, una persona superpreparada metodológicamente. De aquella, igual le faltaba el haberlo mamado; el conocer un vestuario. Es importante conocer un vestuario, saber cómo piensa un futbolista. A él eso le costaba, pero era buenísimo. Tanto él como Chema Sanz —que ahora está de segundo con Baraja en el Valencia— eran dos personas con una capacidad, una entrega y una preparación tremendas. Nos dieron muchísimo, pero faltó esa efectividad en el día a día de la competición.

De Lillo se dice a veces que es un segundo entrenador ideal, pero que no lo pongas de primero.

Sí, porque ya digo que él, a nivel de metodología, de sesiones, de preparar, de estrategia, de capacidad en ese sentido, era sensacional. Pero es de los románticos, y para los románticos, a veces, el fútbol es complicado. Él va con una idea y, muchas veces, quiere plasmarla con independencia de los jugadores o del vestuario que pueda tener. Esto no es una ciencia exacta.

Hay que tener un plan B.

Sí, saber contrarrestar las cosas cuando no van bien. En aquel momento, a Lillo no le fue bien, pero ya ves cómo le ha ido con Pep. Fíjate, mi debut con el Oviedo, el primer partido de la Liga 96/97, fue contra el Barça, que nos ganó 2-4. Y al acabar el partido vino Pep a hablar conmigo y me comentó que le había llamado la atención lo bien que habíamos jugado, y que quería conocer a Lillo.

¿Ahí empezó todo?

Bueno, ahora están juntos. Y hacen una pareja buenísima.

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¿Qué tal Fernando Vázquez?

Un poco al revés. Planteaba muy bien los partidos, porque leía muy bien al equipo rival y sabía contrarrestarlo. Con él siempre estaba todo a expensas del rival. Pero era un poco distante. A nivel de vestuario, le costaba, y no hizo mucho poso. Y yo creo que a Tabárez y a Luis Aragonés les pasó lo mismo, les desbordó la situación.

Yo, en mi carrera, pasé por los dos extremos del fútbol: luchar por conseguir lo máximo, que es ganar ligas y champions, y estar en equipos que luchan por no bajar. La diferencia es abismal a nivel mental. Tabárez venía del Milan, Luis Aragonés venía de donde venía, y estar en un equipo que luchaba por no bajar fue complicado para ellos.

La situación se te lleva, la marea, muchas veces, se te puede llevar, se pasa muy mal cuando estás acostumbrado a ganar y estás en un equipo que no gana, y ellos lo pasaron muy mal, a pesar de que tenían mucha capacidad. ç

¿Anécdotas de Luis Aragonés? Yo siempre digo que es el primer monologuista de España. Sus charlas eran muy divertidas, muy pasionales. Llegaba con la americana puesta, pero sin corbata y descamisado. Lo vivía con mucha pasión. Nos quería transmitir que su equipo era el mejor, y te hacía sentir así. Era un espectáculo. Pero el hombre lo pasó mal, y en el día a día se notaba cuándo estaba eufórico y cuándo estaba más bajo.

¿Y qué tal el vestuario del Oviedo? ¿Con quién te llevaste mejor?

Tengo muy buenos recuerdos. Había mucha gente a la que conocía de habernos enfrentado en filiales o en juveniles, y entonces con Oli, con Iván Ania, con César…, hice mucha amistad. También la hice con los portugueses; con Paulo Bento y Abel Xavier, y con Petr Dubovský. Era muy buen vestuario, aquel, no era un vestuario resquebrajado para nada. Hicimos mucha piña fuera, también.

Después te vas al Rayo. ¿Cómo se gesta ese fichaje?

Pues nada, me vuelvo a romper la rodilla aquí en Oviedo, el menisco externo de la misma rodilla. Acabo bastante mal, bastante limitado. Por el medio también paso por una fascitis plantar que, de aquella, me tuvo seis o siete meses fuera. Era una lesión muy poco conocida. Ahora se oye más a menudo, pero, de aquella, nadie sabía lo que era.

Todo el mundo pensaba que era un tema mental, porque me hacían pruebas y no salía nada. Al final era todo un poco derivado de una lesión de rodilla que te cambia todo lo que es el biotipo, la biomecánica del pie. Al final di con Rueda, el podólogo de Barcelona, con unas plantillas que lo solucionaron todo, pero ya iba mermado. Luego tuve aquella otra lesión de rodilla, acabé contrato, estaba libre y fue cuando se interesó el Rayo. Y para allá me fui.

En la primera temporada, te entrena Juande Ramos, que disputa su primera Copa de la UEFA. Más tarde ganará dos con el Sevilla.

Muy buen entrenador. Sí, aquel año jugamos la UEFA, que aquel año terminó con aquella final del Alavés con el Liverpool. A nosotros nos eliminó el Alavés, me parece que en cuartos. Juande es un entrenador muy bueno para un equipo así, pequeño, alguien que exprime y saca mucho rendimiento al jugador.

Un poco como Fernando Vázquez, siempre a expensas del rival, y costándole también a nivel de vestuario lo que es el crear lazos, crear vínculos, por su personalidad. Tengo muy, muy buen recuerdo de él. Y aquel año tuve partidos buenos, pero no tuve mucha continuidad. Como te decía antes, yo entiendo el deporte para jugar, y en aquel momento sabía que no podía alargar mucho más.

Haber jugado dos Copas de la UEFA y que los dos equipos con los que la jugaras fueran el Real Sporting de Gijón y el Rayo Vallecano tiene su cosa.

Sí… Para el Rayo, también ahora, tiene mucho mérito estar en Primera estando donde está, en el barrio en el que está. En mi época era un equipo que no tenía estructura de nada. Íbamos a La Peineta a entrenar, se pagaba un alquiler. Ahora es el campo del Atlético de Madrid, el Metropolitano.

No teníamos ciudad deportiva, todo era la antítesis de un Barça, pero incluso de un Sporting o un Oviedo. La estructura no era de un club de Primera División. Tenía unos dueños que ponían el capital y ya. Tenemos buenos recuerdos de ellos, siempre cumplieron bien los años que yo estuve allí. Pero aguantar en Primera tenía su mérito, y jugar la UEFA no digamos.

La siguiente temporada, solo juegas dos partidos. Os entrena Andoni Goikoetxea y luego Gregorio Manzano, que hace una segunda vuelta sensacional, gracias a la cual el equipo logra la permanencia.

Empezamos mal, sí. Se había marchado Juande y, bueno, los cambios de ciclo, ¿no? Es una de las cosas que cambiaron en el fútbol. Ahora es normal ver que hay nueve bajas y diez altas, se ha perdido un poco el arraigo en los equipos, esa solera, esa vinculación con la ciudad. Los jugadores duran muy poco, y cuando hay un cambio de ciclo, un nuevo entrenador, nuevos jugadores, normalmente te resientes. Goikoetxea no caló ni a nivel deportivo, ni a nivel de vestuario, y estuvo poco.

¿No os llevabais bien con él?

Tampoco tuvimos… El equipo empezó mal, y, cuando el equipo empieza mal, hay dudas. Siempre digo que la gestión de un entrenador es muy difícil. Llegar a un vestuario y tener que analizar a veintidós fulanos es complicado. No puedes fallar. Cuando hay dudas, se hace difícil, y con Andoni Goikoetxea las había.

Venías de una temporada muy buena, de estar en UEFA, del equipo estar tranquilo en Primera, pero empiezas mal y al final te vas metiendo en un círculo vicioso que termina impregnando el día a día. Al final, el fútbol es así, cuando se corta, se corta por la cabeza, por el entrenador. Su cabeza es la que cae. Y es cuando viene Manzano, que endereza el rumbo.

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Un tipo peculiar.

Diferente. Era psicólogo. Yo era de los que pensaba que lo había visto todo en el fútbol, pero entonces me di cuenta de que no. Hacía entrenamientos muy mentales, muy sugestivos. ¿Ejemplo? Jugar un partido con los ojos cerrados.

¿Con antifaces?

Sí, con los ojos cerrados, y a veces con un compañero que te guiaba para posicionarte, para ubicarte en el campo. O no sé, venías de comer, ibas a tu habitación a descansar, a echar la siesta, y veías un papel en tu almohada con frases así como…

¿Motivacionales?

Sí, sí. Yo nunca lo había vivido, eso. Había vivido la típica charla motivacional, que eso era lo de Luis Aragonés, pero no esta cosa de los papeles y de la autosugestión del jugador.

También os pedía que rellenarais unas fichas psicológicas con información sobre cómo os encontrabais, ¿no?

Sí. Él era más teórico que práctico, una persona de la que me chocaba que no transmitía poso de fútbol. Pero bueno, esto es una ciencia de la que no está todo escrito, en el Rayo funcionó. Luego, en el Atlético de Madrid, ya ves que no le fue bien. Siempre digo que al entrenador que fue futbolista, que vivió un vestuario, es experiencia le viene bien, le ayuda. Manzano no la tenía, pero lo cierto es que aquel año funcionó.

¿Qué tal ese vestuario? ¿Hiciste con tus compañeros las mismas buenas migas que con los del Barça, el Sporting, el Oviedo…?

Nah, menos. El Rayo es Madrid. Cada uno vive en una punta, y, a diferencia de en el Barça, donde eso lo mantuvimos siendo difícil, aquí cada uno hacía su vida. Mi mejor amigo allí era Julen Lopetegui, con el que había sido compañero en el Barça. Él es el que me acoge en su casa antes de yo coger vivienda en Madrid. También tuve buena relación con Luis Cembranos, pero por lo mismo, habíamos coincidido en el Barça.

Como ciudad, ¿te gusta más Barcelona que Madrid?

Me gusta más, sí. La viví más. Y yo siempre digo lo mismo, en Barcelona, la gente pasea; en Madrid, no. Barcelona, siendo grande, es una ciudad que el día a día puedes vivir perfectamente. También me pasa que yo soy muy de mar. Quiero ver el mar siempre. Tomo el café por la mañana viendo el mar, y aquí en Gijón, si tengo que ir a algún sitio, intento pasar por el Muro, viendo el mar.

En ese sentido, Barcelona tiene costa y Madrid no. Madrid, siempre digo lo mismo, es buenísimo por todo lo que te ofrece, pero para ir un fin de semana, dos o tres días. Lo que es el día a día… También es que yo no vivía en Madrid, sino en Pozuelo, a las afueras. Y prácticamente iba a entrenar, volvía y hacía la vida allí.

Después te vas al Cartagonova, a Segunda B, donde vives una mala experiencia, con impagos.

Sí. Ahí ves un poco lo que es la realidad del fútbol, la realidad negativa. Yo ya había pasado aquí por episodios de impagos, de retrasos, pero aquello fue por demás, el típico embaucador que te lía. Tenía un tercer año de contrato en el Rayo, pero no había jugado, y volvemos a lo mismo, no quería estar sin jugar.

Había opciones para mantenerme en Madrid, de aquella había un convenio con el Getafe, que estaba en Segunda B y era un medio filial; y también se interesó por mí el Leganés, que estaba en Segunda. Incluso tenía la opción de venir al Oviedo, pero fue cuando me llamó este señor a través de un representante de Santander del que no volví a saber más. Hubo una comida en Madrid a la que también vino un futbolista que acababa de retirarse y ahora es representante.

¿Quién?

Nah, no quiero decir nombres, que ya sabes que la gente tiene la piel fina, y no quiero líos. El caso es que me vendieron un proyecto de equipo de Segunda B con aspiraciones de subir, en una ciudad como Cartagena que es casi como Oviedo: unos doscientos mil habitantes. Y un proyecto que primero era deportivo, pero después era con vistas a seguir como secretario técnico. Me ofrecían cinco años allí. Creo que eran tres de jugador y dos más como secretario técnico. Acepté y, luego, no se cumplió nada de nada. Llegamos para allá y, desde el primer día, allí no cobraba nadie.

Imagínate lo que era aquello, aquel vestuario. Yo tenía la suerte de venir de Primera División y de tener un colchón importante, pero allí se había fichado a gente importante de Segunda B, para intentar subir cuanto antes, que podía aguantar un mes, dos, pero no más. La situación se volvió incómoda y muy desagradable, y el tipo este no daba la cara, y cuando la daba, era un poco lo que yo digo siempre del síndrome del estafador: sabes que te la está metiendo, que te está estafando, y lo vuelves a creer.

Era todo mentira tras mentira y, entretanto, tener que llegar a ayudar a algún jugador que estaba en una situación económica insostenible. También hubo cambios de entrenadores y otras cosas, y la situación termina desbordándote. Yo opté por quitarme de en medio, denunciar mi contrato, renunciar a un montón de dinero y venirme para aquí.

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Pero luego te vas a Estados Unidos, donde juegas una pretemporada con el New York MetroStars y recibes una oferta del equipo de Dallas, que finalmente rechazas.

Fue justo después de lo de las Torres Gemelas. Me fui para allá y ya sabes que el fútbol, allí, funciona como la NBA: es un draft. En Miami estábamos varios equipos; yo había ido de la mano de Eugenio Botas, el representante de aquí. Entreno con Dallas, con Los Ángeles y con un equipo de Syracuse, cerca de Canadá.

Luego va todo en función del dinero que tenga cada equipo, todos tienen un tope salarial. No recuerdo las cantidades, pero imagínate que a un equipo le quedan cien mil, a otro cincuenta mil y a otro treinta mil. Cada uno dice lo que necesita: «Oye, yo necesito un delantero y un medio». Me acuerdo de que en la habitación, allí en Miami, estaba con un hijo de Kenny Dalglish.

Él se quedó en el equipo de Los Ángeles, que necesitaba un delantero, y yo tuve la opción de Dallas, que necesitaba un medio. Había poco dinero, la verdad, pero bueno, no me preocupaba. Para mí era un tema cultural, el poder vivir allí, ver otra liga… Eran ligas cortas, además, de ocho meses. Pero nuestra segunda hija, Carlota, había estado mala, con un problema del que, por suerte, luego salió adelante; mi mujer estaba aquí y además Estados Unidos era un país en guerra, ya se decía que iban a invadir Irak y tal, y ser un emigrante allí…

Entre unas cosas y otras, que yo tampoco estaba ya muy allá a nivel deportivo, y el haber pasado todos estos temas de representantes y presidentes y tal y haber quedado un poco asqueado del fútbol, decidí retirarme.

Pero vuelves a España, y juegas en el Oviedo ACF, la refundación del Astur Club de Fútbol que se organiza a instancias del alcalde Gabino de Lorenzo cuando parece que el Real Oviedo va a desaparecer. Un equipo que la afición oviedista conoció y recuerda como el engendro.

También me vi metido en ese lío, sí. Yo venía de Estados Unidos prácticamente para retirarme, e inicialmente me salió la opción del Real Oviedo. El equipo estaba mal, en Tercera, con una deuda galopante; todo el mundo decía que no iba a salir. Pero me planteé ir para allá y jugar a lo mejor un año por el cariño que le tenía al Oviedo, por volver a Asturias…

Eso se barajó, pero por el medio, mientras estaba en esas negociaciones, es cuando se dice que el Oviedo no va a salir, que el Ayuntamiento lo deja y que apuesta por el ACF. Así que me veo metido en el ACF. El Oviedo, al final, sale a flote quedando diez o quince días para empezar la Liga y gracias a la afición, que no lo dejó caer, pero, yo ya estoy con el ACF y tiro con el ACF.

No contaba con ello, la verdad. La primera opción era el Oviedo, pero soy una persona de principios e ideales. Veía que había gente deshonesta, pero la deshonestidad es algo que yo no tengo. Me había comprometido y tiré para delante.

¿Viviste en alguna medida lo que habías vivido en Gijón tras fichar por el Oviedo; ese odio de una parte de la afición por irte al rival?

No, no, la verdad es que no. En ningún momento. Me respetaron mucho. Yo estoy superagradecido al Real Oviedo, y si me fui al ACF, no fue pensando en que viniera un equipo a suplantar a otro. El Oviedo no se puede suplantar; la historia está ahí. Pero el mensaje era que el Oviedo desaparecía y que se hacía este equipo y a ver adónde podía llegar.

No llegó muy lejos.

No. Aquel año jugamos la liguilla de ascenso, pero no subimos, y después fue como los típicos globos cuando se van desinflando.

Llegasteis a jugar contra el Oviedo. ¿Cómo fue aquel derbi?

Sí, llegamos a jugar en el Tartiere contra el Oviedo. Igual había veinte mil personas en el campo, en un partido de Tercera División. A mí, como vivía en Gijón, nadie me recordaba esa rivalidad, pero en Oviedo fue un tema caliente en el día a día, con gente de un lado y del otro. Fue complicado, pero yo eso no lo viví. Estaba aquí en Gijón, iba a entrenar a San Lázaro, a jugar, y volvía. Pero bueno, la verdad es que, cuando pasaba por Oviedo, no tuve ningún problema nunca.

Finalmente te retiras. Entretanto, habías estado estudiando magisterio por educación física. Parte de la carrera la hiciste en Barcelona, y como las clases eran en catalán, tenían que ayudarte con el idioma, ¿verdad?

Sí, sí. Empecé aquí en Oviedo y seguí en Barcelona. Siempre lo tuve claro. Con veintidós años, en un vestuario como el del Barça, te puedes volver loco. Lo que decíamos de la base, ¿no? Llegar a la élite no es normal, no es lo habitual. Un chaval de veintidós años en un equipo como el Barcelona, cobrando un montón de dinero, es anormal del todo.

Pero yo sabía que mis amigos seguían en casa, viviendo con sus padres, sin ingresar un duro, y no me quería apartar de eso. Quería ser como un chaval de veintidós años, ir a la facultad, estar por las tardes con mis compañeros de magisterio y tener la suerte de vivir las dos cosas. Efectivamente, ya de aquella se veía lo que estamos viviendo ahora y me encontré con el catalán; con que era todo cien por cien en catalán. Sí que es verdad que luego los profesores eran muy respetuosos y te intentaban ayudar, y los chavales lo mismo.

¿Llegaste a aprender el idioma?

A entenderlo. Nunca lo aprendí, la verdad, pero el idioma lo entiendes. En el vestuario, los catalanes hablaban entre ellos en catalán, e incluso los vascos hablaban en euskera.

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Begiristain y Bakero, ¿no?

Txiki y Bakero sobre todo, sí, y también Andoni Zubizarreta. Julio [Salinas] no lo hablaba. Y Michael Laudrup y Koeman hablaban en inglés.

Según has contado alguna vez, tenías claro que, después de retirarte, querías dedicarte a la base; nunca has querido ser entrenador.

Lo tenía claro, sí, y más después de los últimos años, con todo lo que había vivido. Cuando llega tanto dinero a las sociedades anónimas deportivas, la visión deportiva se pierde por momentos. Aparecen empresarios que vienen a lucrarse aprovechándose del deporte, en este caso del fútbol, y el entrenador tiene muchas interferencias que hay que ser de una pasta especial para digerirlas. Yo, por mi manera de ser, no iba a tener cabida en eso.

En 2004 cofundas con Juanele —luego sustituido por Nacho López— y José Antonio Novo la Escuela de Fútbol JIN, que perdura hasta hoy.

Queríamos volcar todo lo que habíamos vivido a una escuela sin interferencias, que marcara su camino e hiciera y deshiciera lo que quisiera, y hasta hoy, sí. Hacemos ahora veinte años. Estoy muy orgulloso de la escuela que tenemos. Montar una escuela es difícil, porque el fútbol base, por momentos, también es complicado, muchos equipos de la base pisan a otros sin garantía de nada.

Antes empezabas en un equipo y acababas en él sin que nadie se hubiera metido en el camino de nadie, pero ahora se meten, ese respeto se ha perdido. Es una selva, una jungla complicada, que a veces te marea. Nosotros somos honestos y educados con todo el mundo y dejamos desarrollarse al chaval; intentamos que esté a gusto con sus amigos, su vestuario, su piña, que no haya nada más allá, y hacerlo feliz.

Ayudáis a optar a becas en Estados Unidos, ¿verdad?

Colaboramos con el Global College de Jorge Carretero, porque mi hija mayor estuvo allí en Estados Unidos en su día. Estuvo en Fresno (California) con una beca de tenis y luego en Misuri. Entonces conozco lo que es el mundo del fútbol allí y me parece una salida buenísima. El de Estados Unidos es el único sistema educativo que te permite compatibilizar estudios y deporte.

Lo vemos aquí. El año pasado hicimos un regional para que estos chavales que llevan toda la vida en la escuela puedan seguir jugando al fútbol, pero hay muchos que no pueden, porque tienen las clases por la tarde, y no pueden cambiarles las clases a por la mañana. En Estados Unidos, sin embargo, el deporte prima mucho, lo tienen muy en cuenta.

Entonces, hacer una carrera allí es una manera de desarrollarse a nivel académico mientras sigues haciendo tu deporte favorito. En la escuela tenemos esas dos vías, tanto la competitiva como la formativa. Yo estoy muy orgulloso, ya digo. Para mí, es el fútbol en estado puro: el balón y los niños y ninguna interferencia de nada. Jugar y no pensar en nada más.

Contabas hace poco que no sueles ir al fútbol.

Voy poco, voy poco. Y voy a tener que ir más, porque mi niño Iván ya me lo pide con nueve años, me pide ir a El Molinón, ir al Tartiere… Yo prefiero verlo en casa tranquilo. Esa pasión la fui perdiendo. Hay menos vínculo con el equipo, con los jugadores… Ahora mismo hay tanto trasvase de jugadores, tantos cambios, que es difícil enganchar con un equipo. Prefiero verlo en casa, que estás ahí con el mando y vas cambiando y ves un poco todo.

Pues terminamos, Iván. Muchas gracias.

¡Muchas gracias a ti!

13 Comentarios

  1. Jose Andres

    Mira que hacéis entrevistas interesantes, pero ¿Esta? un tipo absolutamente mediocre en el campo, que no será recordado por absolutamente nada y que, además no tiene nada que contar, salvo que habla mal de Madrid (no sé donde viviría, pero no se enteró de nada). Si no te gusta Madrid, quédate en la aldea, paleto.

    • Hacia tiempo que no oeia un comentario tan cutre como este. Vaya nivel Jose Andrés.

      La entrevista me ha parecido amena, interesante y con una trayectoria curiosa.

    • Qué listo

      Hombre, uno que se considera más inteligente por vivir pegado a un mayor número de personas, pones el símil a tiro. Muy listo tú, sí.

    • Eres una vergüenza para cualquiera con dos dedos de frente que se asoma a esta revista digital: qué curioso que son los que descalifican de «paletos» a los demás los más ignorantes de todos.

  2. Aitor Fernandez Gonzalez

    La verdad es que va un poco justo…malas decisiones, ningun cariño dejo en el Sporting ni tampoco en el Oviedo…nunca tuvo mucha personalidad.
    Bien la entrevista porque el personaje no da para más.

    • Shenzhen2020

      Si fichar por el Oviedo cuando tenía la opción de volver al Gijón, a su casa, no es una muestra tremenda de personalidad y de tomar sus propias decisiones y no las que dicte ‘la norma’, yo no sé.

      • Pues otro como el cabestro del primer comentario… imagino que madrileños ofendiditos, éstos si que no dan para más.

  3. Desconcertado

    Pues sí me ha parecido interesante la entrevista. No fue una estrella mundial, pero todos los que pasamos de los 40 años le recordamos y es curioso conocer como explica algunas situaciones que que vivió.
    ¿Que le gusta más Madrid que Barcelona? No sé que problema hay, cada cuál tiene sus gustos. Además lo ha dicho respetuosamente. Y conste que soy de Madrid.

  4. Shenzhen2020

    He disfrutado de la entrevista y se me ha hecho corta. Iván, igual que como futbolista, quizá no deje ningún titular grandioso pero tiene cosas interesantes que contar.

    En Barcelona fue una pena que la 94/95 saliese tan mal, porque tras su primera buena temporada podía haber sido importante y haber roto en algo más. Y en la 95/96, al del Baby Barca y la Quinta del Mini, que juegan de maravilla y se quedan a las puertas de todo, hubiese encajado muy bien si no hubiese estado lesionado.

    En Oviedo dejó buen recuerdo, y de hecho es el único ex-ACF al que no se odia, principalmente porque desde el principio mostró respeto por el Real Oviedo y dijo que ellos «no podían pretender sustituir al Real Oviedo». Siempre me extrañó que jugase para el Engendro y no para nosotros, y ahora me queda algo más claro que fue uno más al que engañaron.

    Extraño también que un equipo con un mediocampo con Paulo Bento, Iván Iglesias y Petr Dubovsky sufriese casi cada temporada para salvarse. El nivel antes era muchísimo mayor que ahora, cualquier equipo de Primera tenía una lista de internacionales de miedo.

  5. Memoria histórica

    El Barcelona ganó (aunque empatado a puntos con el segundo) la liga del penalti de Djukic «estilo Real Madrid», no vayamos a olvidarlo. Jugó muchos minutos contra diez y tuvo muchos penaltis a favor y pocos en contra.

    • Shenzhen2020

      Le atracan en el Bernabéu en la J37, ignorando un penalty clamoroso en el área blanca; salvan el partido con un gol de Amor (0-1, porque el 0-0 hubiese hecho matemáticamente campeón al Deportivo) y hay que leer a ‘(des)memoria histórica’. Te tienes que reír.

      • Memoria histórica

        Claro, hombre, el resto de la liga fue igualita, sí. Por no hablar de la ventaja de que durante media liga le dejaron marcar los horarios de sus partidos para «presionar».

  6. Amaya Aleixendri

    Ivan, excelente compañero de universidad y excelente persona. Como jugador tuvo muy mala suerte en Barcelona. Le recuerdo yendo a la universidad con una tremenda lesión. Éramos sus compañeros en la uni y nos entristeció muschisino. Tuve y tuvimos la suerte de conocerlo.

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