Historia del ciclismo

La etapa más dura de la historia del ciclismo

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Claudio Chiappucci y Miguel Indurain en la etapa 13 del Tour de Francia de 1992, la más dura de la historia (Foto: Cordon Press)
Claudio Chiappucci y Miguel Indurain en la etapa 13 del Tour de Francia de 1992, la más dura de la historia (Foto: Cordon Press)

A veces se acaban los temas de conversación.

Ya habéis hablado sobre cuántas Lombardía ganaría Eddy hoy, ya habéis calculado los Tours que perdió Fausto por la guerra. ¿Vatios? Check. ¿Piñones? Check. ¿Intentar chuparse el codo? Check, check y mil veces check. Así que a lo definitivo, al debate… Alguien lanza pregunta.

Oye, ¿cuál es la etapa más dura de la historia?

La etapa más dura de la historia en bicis, claro, porque ustedes no son de tonterías. Y abren discusión. Que si esto de Pantani, que si lo de Mikel Nieve, que si Tarangu en Suiza, que si Les Orres o Pra-Loup. Algún cuñado, hasta el culo de beilis, dice que la etapa más dura será una con el Angliru, ¿no?, que él ha visto la Vuelta a España y allí suben retorciéndose, que eso sí es ciclismo del bueno. Espera… ¿Javier? ¿Javier Guillén? ¿Qué haces aquí? No corras, que te hacemos una entrevista…

En fin, que respuesta correcta… Sestriere, 19 de julio de 1992.

Y punto.

Cuatro apuntes, sobre aquel parcial. Entre Saint-Gervais y Sestriere. Doscientos cincuenta y cinco kilómetros, unos 6500 metros de desnivel. Saisies, Cormet de Roselend, Iseran, Mont Cenis y subida definitiva hasta Sestriere. O, si quieren, un segunda duro, un primera duro (o un especial justito), un hors catégorie brutal (uno que sube durante cuarenta kilómetros, uno que corona a 2700 metros de altitud), otro primera y un último primera, con casi otros cuarenta kilómetros de subida… lenta, progresiva, demoledora. Mucho calor (pero muchísimo calor) en los momentos de más calor (que fueron… en fin, tantísimos). «Llegué a meta con el culo escocido, como un  bebé», dijo Mauleón años más tarde a la revista Ciclismo a Fondo.

En puros números… Casi imposible de superar. Aunque puede haber debate. Aprica 1996, Val di Fassa, algún Morzine… esos rollos.

Pero es que Sestriere gana en otro aspecto.

En cómo fue.

Ese diablo del que usted me habla

Y, entonces, sucede.

Porque en Saisies pasan cosas… rarunas. Peculiares. Biohazardianas.

En Saisies te ataca un antiguo menonita con la cadera hecha un cisco, y comienzan cinco horas de épica, excusas y más química que el Monegros Desert Festival. En Saisies arranca Marco Pantani, que ya no es el Marco Pantani que debes poner entre comillas, ese Marco Pantani del 2000 no parece «Marco Pantani», pero le da para poner nervioso a Lance Armstrong, y Lance Armstrong baja al coche de su equipo, y le dice al señor que conduce ese coche (un señor que pasaba por allí, un señor que podría haber sido cualquier otro señor) que llame a la Scuderia, que si tiene el número de Maranello. Y el señor telefonea, y Michele Ferrari (productor especializado en zumo de naranja) dice que nanai, que Pantani no puede sostener esos ritmos tanto rato, que estés tranquilo, Lance, tranquilo. Y Lance está tranquilo, pero no muy tranquilo, y termina pajareando, pero se sobrepone. Era majo, Lance, pena que no ganase ninguna cosa después de 1996…

Eso es Saisies.

Eso y el sitio donde ataca Claudio Chiappucci.

A ver, entiéndanme… sorpresa enormérrima tampoco, porque Chiappucci ya tiene fama de meterse en locurones tipo «escoge tu propia aventura». Lo de Val Louron, lo del Luz Ardiden doce meses antes… esos rollos. Pero esto… A ver, que va el tío bien en la general. Que quedan doscientos veinte kilómetros hasta la meta (vuelvan a leerlo). Que solo están esprintando por los puntos de la montaña, Claudio, dónde coño vas, Claudio, qué necesidad hay. Y Claudio que meh, que a relevos, que hagamos grupo.

Y hacen grupo. Anda por allí Iñaki Gastón, que luego se cae bajando Roseland, que queda en las rocas, rostro bermejo, cabeza sostenida por Suárez Cueva, en una de las fotos más impactantes que nunca haya dado el ciclismo.

(Y esto lo cuento porque Iñaki salió bien y lo recuerda sonriente, busquen morbo en otros sitios).

Anda por allí, también, Peio Ruíz Cabestany. Que es gregario de Gianni Bugno, que está vigilante, que es una rémora, que no puede pasar con Claudio. Aun se lo recuerda, aun hay reproches, sí, cuando se ven. Los profesionales serán profesionales siempre.

Historias.

¿Resumen? Faltan más de seis horas hasta Sestriere y Claudio Chiappucci, uno de los favoritos en este Tour, lidera etapa. Nadie parará a partir de entonces.

Luego que por qué le decían El Diablo.

Una generación muriendo

Por detrás es 14 de julio, año 1789, seis de la tarde, mira, hace sol, ¿por qué no damos un paseuco, que esta París precioso ahora, tan posado, tan aristocrático? La zona del Marais parece ideal. Por detrás es 12 de octubre, 1492, qué coño serán esos peces tan grandes y tan como de amenaza. Por detrás es… bueno, hace unos millones de años, cuando el diplodocus más listo del reino levanta ese cuello larguísimo que tenían y dice… «eh, a ver, un tema… ¿esa estrella no se está acercando mucho?».

Eso es, por detrás.

El final de algo.

Allí, camino de Sestriere, se terminaron los años ochenta.

Porque menuda hecatombe, tú. Lemond pierde hasta el apellido, porque Lemond es incapaz de subir ese culo enorme que tiene por Iseran, Lemond lleva una pálida importante, Lemond está pensando cómo buscarte excusas para cuando abandone allí el Tour. Ese Lemond. El que pasando Baréges, doce meses antes, parecía llamando a Merckx, Hinault y Anquetil. Cómo corre el tiempo.

Desde el Tourmalet su bio se lee con voz de Gloria Serra.

También andan dando tumbos Pedro Delgado y Stephen Roche. Botarate y pícaro, sonrisas ambos para luego mirar bien a lo suyo. El irlandés que ha resucitado en 1992, justo cuando vuelve a Carrera (ejem), justo cuando lo necesita su líder (ejem), justo el retorno a Italia, que van como locos, en Italia, que marchan sobre ferraris, en Italia (ejem). Y Pedro Delgado, que le ha cepillado un parcial Järmann (Ariostea, ejem) hace na, que trabaja para Miguel pero sin trabajar tampoco mucho para Miguel, sin matarnos por Miguel, porque Miguel no necesita, vale, y además, mira, igual podemos sacarnos nuestro top ten, quién sabe si hasta pódium. Y los dos así, haciendo eses, llegando a diez mundos, llegando, aun, entre los mejores. Solo que su tiempo ya no es su tiempo, son jarrones chinos para exhibir y rozar suave, no vayan a quebrarse.

Pum, a tomar por el culo los Tours entre el 86 y el 90.

Continuemos.

Otro campeón del Tour. Dos, en realidad. «Una vez alguien me preguntó si yo era el que había perdido un Tour por ocho segundos. Le contesté que yo era el que había ganado el Tour dos veces». Laurent Fignon aguantaba una miaja más fácil. Fondo y resistencia, también una forma de sudarle la polla todo bastante guay, para qué negarlo. Tuvo momento de gloria, con etapita, en este Tour; tendrá momento de gloria camino de Alpe d´Huez, cuando Gianni Bugno le demuestre que elegancia y fortaleza mental no siempre van de la mano. No importa, estaba ya Laurent en camino de la rendición. Como Steven Rooks (¿recuerdan a Steven Rooks? Steven Rooks tampoco) o Gert-Jan Theunisse (pena que no le pillasen estos años, con todo el hype de los vikingos… hubiera sido un forracarpetas bueno), o Erik Breukink (tres neerlandeses del tirón, cero Grandes… luego que por qué les tenía manía Eddy), o Robert Millar (resurrección posterior en Bonette), o Bernard y Gorospe (sopitas, gregariato), o el mismo Raúl Alcalá (que nunca pudo recuperarse de la mayonesa maléfica en PDM).

En fin, apocalíptico.

Dejo fuera el esquizofrénico asunto de Luc Leblanc. Que venía para ganarse el Tour, tras lo del año anterior. Que no pudo pasar los Alpes en bici. Que, dice, igual hasta acaba retirándose, porque no es vida, esto. Luc Leblanc y sus ciclos. Luc Leblanc, special guest star en los tres días más grandes de esta década. Val Louron (Luc Leblanc de jaune), Les Arcs (Luc Leblanc gana, aunque ya saben que aquella etapa nunca llegó a disputarse, y la hemos borrado del disco duro), Les Deux Alpes (Luc Leblanc ataca en Croix du Fer sin lógica ninguna, y los Telekom desarbolan el equipo para perseguirle cuando tenía el mismo peligro que Manuel Jorge Domínguez, aproximadamente… adorables cabezacubos).

Ese Luc Leblanc.

En fin, que una explosión atómica.

Y lo que queda.

Richar Virenque en la etapa 13 del Tour de Francia de 1992 (Foto: Cordon Press)
Richar Virenque en la etapa 13 del Tour de Francia de 1992 (Foto: Cordon Press)

Gabachos majos, gabachos insoportables

La gracia de estas etapas, de estas etapas que ya no existen, de las que duran desde temprano hasta media tarde… la gracia, digo, es que encierran mil intrahistorias. Lo que dijimos más arriba de Mauleón. O lo de Iñaki, o Peio negándose a colaborar. Y la de los dos franceses.

A ese día llegó Pascal Lino como maillot jaune. Qué coño, cuando enchufa la tele, uno de los ratos que enchufa la tele (la tele iba y venía entonces al Tour, como un cronista regu) te encuentras con que están subiendo Iseran. Y que sigue Claudio por delante, con más chepazos que Escartín cogiendo gallinas. Y que, por si fuera poco, el líder se escapa. O sea, que Miguel haciéndose el longuis.

En fin, fue bonito, pensamos…

(Si usted recuerda esas sensaciones debería ir mirando cuánto cuesta el sintrón).

El líder, decía, es Pascal Lino. Antiguo pistard de la Île, su poquita cara de pan, su Porvenir en el 89, sus esperanzas aun por cumplirse. También, claro, su maillot de RMO, que cómo andaban entonces los RMO, cosa de no creer, los RMO. Tú lo piensas ahora y Pascal Lino era líder de paja, pero es que en 1992 éramos bastante cenizos, y los franchutes llevaban menos de la década sin ganar el Tour (ya van por cuarenta años, hoy), y cualquier cosa que pudiera ir mal… bueno, pues iba mal, iba salinescamente mal. Así que eso, te ves a Lino escapado más allá de Val d´Isere y entran ganas de bajarte a la calle para jugar un paredón, no sé si me entienden.

(También te digo, pilla un bidonazo como aquel en la actualidad y tenemos al bueno de Lino cantando la Marsellesa en París, que quítale tú minutadas con kilometrajes de chichinabo).

Digamos que Pascal parecía majete. Tenía sonrisa fácil (pero timidilla), ojos azules (pero no azules en plan fucker, que siempre acojona) y era cordialete con la prensa (pero sin llegar a perseguirlos). Eso, un buen chaval. Y más por contraste. Porque le quitó el liderato a un compi en RMO, un paisanuco achulao, histriónico, con más ego que un novelista, el típico que habla de sí en tercera persona, como analizando. Richard Virenque, igual les suena el nombre. Que también anda por allí, tocahuevos. Le queda un bienio antes de jugarse el Tour de Francia (dijo él), con Miguel Indurain en la última crono (dijo él), porque allí «la carretera decidirá». Quinto, por bocazas. Luego lucha contra Ullrich, y le meten en la cárcel, y llora, y en el juicio un masajista le dice que, si le hubiera dado todo lo que pedía, seguramente estaría muerto. Hablamos de dopaje, supongo, aunque igual ellos se refieren a gominolas Haribo…

Pero falta, aun.

Entonces, subiendo Iseran, está Lino defendiéndose como un auténtico líder. Igual incluso gana la Grande Boucle, oye.

Cuando la estética no es suficiente

A estas alturas de la vida ustedes saben que el estilo importa. El estilo, la belleza, la apostura. Ser guapo, vaya.

Importa.

Pero no lo es todo.

Miren… Claudio Chiapucci corona Iseran (donde abandonó Louison Bobet, que también era muy guapo, y se lo criticaban, que criticar es cosa muy del aficionado), y corona Mont Cenis (por donde, dicen, anduvo Aníbal, que era feo como un demonio), y tiene aire a Victor Pascow, parece uno de esos dibujos que los padres cuelgan en el frigo (ejem), a Claudio Chiapucci no le firman seguros de vida, no le dan hipotecas a seis años por la cima de Mont Cenis. Va, Claudio Chiapucci, con peor cara que Trotsky viendo un documental sobre alpinistas, no sé si me entienden.

Pero va.

Ocurre que el ciclismo es un lugar injusto. Cruel. Porque, si esto fuera debe, las cámaras enfocarían todo el tiempo a Gianni Bugno. Gianni Bugno, con su pedaleo sin mover los brazos, los hombros, ni las piernas parece mover, a ratos, Gianni Bugno en su pedaleo. Gianni Bugno, que lleva gafas de sol horteras (ay), pero parecen espejos tipo Paul Newman en El color del dinero, parecen a punto para colgarse del bolsillo en su americana. Porque Gianni Bugno monta en bici con americana… le queda justa, tiene color blanco y arcoíris, pero es una americana. Gianni Bugno, guapo hasta decir basta, elegante hasta decir «tostas de aguacate en el desayuno», aristocrático hasta decir «claro, la parejita, Borja y Cuqui».

Ese Gianni Bugno.

En cualquier mundo digno de serlo… diecisiete Tours de Francia, solo por Sestriere, un festival de Benidorm y León de Oro en Venecia. Pero la bici… ay.

La bici es jodida.

Por eso un saco de hostias como Chiappucci camina más que Christian Grey a pedales. Por eso, cuentan, su runrún interno lo escuchan desde Vladivostok. Y, guay, aceptamos lo de Claudio, porque Claudio… en fin, tanta valentía alguna vez… eso, que aceptamos lo de Claudio. Pero es que ya se nos está saliendo de madre. Que a Gianni, subiendo Sestriere (en esos falsos llanos que son muy falsos, más falsos que una promesa a los dieciocho, más falsos que las facturas de una constuctora) lo dejan tirao muchos. Otros. Muchos. Miguel vale, que es Rey Sol, Miguel vale. Pero ¿Hampsten? No me jodas, Hampsten, que estaba ganando Giros cuando el Gavia, Hampsten, que avanza casi sin quererlo, que es inconsistente, que no puede con la presión. Y Hampsten aun, Hampsten es un estilista… Pero es que también se pira Franco Vona. Y eso ya insulta, macho. Franco Vona… un calvo que no reconoce ser calvo, un tío pequeñuco, que se inclina sobre los manillares, cara de posguerra, menos palmarés que el Sestao. Ese Franco Vona. Y ahora, mira… me quedo clavadito, y Franco no se queda clavadito. Que, también te digo… raro de narices lo de estar clavadito con rampas tan sin rampas. El fondo, de nuevo. Y que llevamos siete horas y media, redondeando.

Allí se muere Gianni Bugno, solo que Gianni Bugno se muere y está más guapo, más digno y más elegante que usted el día de su primera comunión.

Menuda etapa.

Incluso los dioses sufren

Y nos queda Miguel Indurain. Que avanza majestuoso, las manos sobre gomas de freno. Que lleva el maillot de campeón nacional más vergonzante desde que el mundo es mundo. Que trae gorrita calada, brazos bronceados, piernas brillando por el sudor. Qué imagen más perfecta. El dominio. La harmonía.

La victoria.

Porque Miguel Indurain va a ganar esta etapa. Miren, yo estoy tan jodido como ustedes, pero ni ustedes ni yo vamos tan jodidos como Chiapucci. Es que el paisanuco lleva más de doscientos kilómetros escapao. Es que el paisanuco lleva remando la distancia entre Marsella y Mónaco, un Valladolid-Madrid, un Torrelavega-Santander, ida y vuelta, cuatro veces. Mogollón. Y con cuarenta grados. Y con seis mil metros ascendidos. Y con el Iseran. Y con, y con, y con…

Claudio Chiappucci en la etapa 13 del Tour de Francia de 1992 (Foto: Cordon Press)
Claudio Chiappucci en la etapa 13 del Tour de Francia de 1992 (Foto: Cordon Press)

E Indurain que ataca.

A ver, Indurain ataca como atacaba normalmente Indurain. O sea, que pone su ritmo y como su ritmo es más duro que cualquier otro ritmo pues… Al principio aguantan unos cuantos, luego menos, luego menos, y finalmente se quedó solo. Solo detrás de Chiappucci. Solo, recortando segundos como si no costase. Hay multitudes para llenar el hipódromo de Constantinopla, hay peña como para que se frote las manos Belisario. Tú te vas acercando hasta Sestriere, con su hotel al fondo (y mira que es feo ese hotel de Sestriere, ya saben de qué hotel estoy hablando) y aquello es como un hormiguero, es como si en la montaña brotasen cabezas en lugar de verde, es una orgia de edelweiss chillando, y ebrias, y sin camisa, y corriendo al lado de los corredores, y ¿he dicho ya ebrias? A ver, entiendan… son italianos, lleva el Tour unos añucos sin pisar la Bota, y ahora va un transalpino en cabeza, y está emulando a Coppi, y todo sale fetén, y el calor, y el tiempo que esperaste, y la pasión, y ese «ser-italiano» que te obliga a… en fin, a dar un poco la nota, a romeoyjulietizar cualquier asunto. Así que…

Loquísimo.

Tú ves a Chiappucci avanzando entre las multitudes, y se abre en el último momento aquella turbamulta, y parece Moisés en el Mar Rojo, solo que Moisés avanzaba más deprisa, casi seguro, porque Claudio ya no puede con nada, Claudio (cuentan) se ha cagao en el coulotte, Claudio llora, y aparta a la gente que lo anima, y mueve los hombros como José Luis Rodríguez el Puma en una fiesta de divorciadas. Ese es Claudio.

Y, detrás, Miguel.

Que ya va solo, que lo engulle la masa, que avanza inmóvil, con majestuosidad. Mordisquea segundos, metros, lo tiene allí, allí delante, solo que vete a saber dónde está realmente, porque allí, allí delante, solo hay gente, gente, mucha gente, tanta gente. No importa, ha de ocurrir, es como Thanos. Ley de vida. El valiente paga, el príncipe conquista. Solo queda un último gesto, un abrir la manuca, un regalo de esos que hacen ilusión, pero también humillan una miaja. Igual si Miguel captura a Chiappucci dentro del último kilómetro hace por esperarlo. Solo que no, que es tan distinto el lenguaje gestual, es tan diferente la velocidad de ascenso…

Miguel va a ganar.

Hasta que deja de ser Miguel.

Nos sorprendió a todos, porque nunca lo habíamos visto así. Después vale, después bien… después llegan Valles Mineros, o aquel Oropa de chichinabo, después subes Santa Cristina con Cacaito a rueda, y eso no es bueno, nunca es bueno. Pero fue después. El Miguel grande, el que empieza por julio de 1991, nunca había pillado una pájara. O nunca que supiéramos, que mostrase, que hiciera público. Así que… bueno… qué ocurre, mi no entender. Va un pelín menos rápido, recorta a ritmo menor, ojo, que hasta le amplían. El gesto que se crispa, los brazucos marcando venas, tirando hacia atrás, como sucede cuando las patas solas no sirven. Luego a Miguel lo adelanta Franco Vona, y de dónde ha salido Franco Vona, cómo se atreve, sí, Franco Vona a meterse en mitad de este mito. Franco Vona es, aquel día, como si sueltas al Xokas en mitad de Austerlitz… Años después sigues recordándolo, por grotesco, pero no terminas de creer mucho en el rollo.

Vamos, que Indurain apajarado. Nubladito. Ciego. Casi a gatas. Si dura tres kilómetros más… acaba haciendo eses, cual escritor cualquiera. Salvó, allí, el Tour. Pero si dura tres kilómetros más…

Etapa 13 del Tour de Francia de 1992 (Foto: Cordon Press)
Etapa 13 del Tour de Francia de 1992 (Foto: Cordon Press)

Claro que ya era mucho, lo que duró. Vean, entra Chiappucci victorioso, y hace siete horas y tres cuartos, menos nueve segundos. Léanlo de nuevo… le faltó, a Claudio, un cuartín de hora, un cuartín de nada, para cubrirse una jornada laboral dando pedales. Asusta. Entra sollozando, sollozando mucho. Lo bajan de la bici, se derrumba, tiene guedejas de pelo negro tatuadas en la frente. Está, por decirlo suave, moribundo.

Es, por decirlo alto, heroico.

Detrás viene Franco Vona, detrás Indurain a casi dos minutos. El octavo, que es Perico, se va hasta los ocho (redondeamos). El decimoquinto entra a diez. Para encontrar un grupo con más de cuatro ciclistas tenemos que esperar casi media hora.

Ah, se viste Miguel de jaune. O del color que vea entonces, porque sigue ciego, el paisano. Llega así hasta los Elíseos, con Chiappucci embridado el resto de días. No importa. Fue, y queda. Entre los que lo vimos, los que recordamos.

La etapa más dura de todos los tiempos.

17 Comentarios

  1. Ángel Fernández

    Un relato magnífico para revivir una de las jornadas inolvidables cuando el ciclismo era aún legendario y apenas especulativo. Muchas gracias al autor.

  2. Juan carlos

    A ver si aprendes a escribir. No sé puede escribir peor.

  3. La etapa más épica que he visto: absolutamente irrepetible.. Una bendita ida de olla de un italiano valiente como pocos… El mejor Indurain de su mejores años, cediendo tiempo en un final agónico… Angusiosos últimos kilómetros (impresionante lo del 3:25:05 del video: ciclismo de otro mundo)… Y una narración a la altura, enhorabuena.

  4. Bayona-Luchon, 1926

  5. Vaya artículo más malo, mucho texto y muchas vueltas para hablar de una sola etapa, además, se nota que el que ha escrito esto es un cuñado anclado en la época de Induráin. Fue mucho más dura la etapa reina del año 48 en la que Bartalli le remontó a Bobet atacando en Izoard y ganando en la nieve. Infórmate un poco, que me has hecho perder 10 minutos muy valiosos

  6. Rafa Molina

    Enhorabuena por el articulo, kilométrico, como la etapa, pero muy disfrutón.

  7. José Antonio

    Una vez más, muchas gracias por hacernos rememorar estos momentos épico del ciclismo con su fantástico estilo.

  8. No estoy de acuerdo pq antaño los tours eran durísimos y los materiales y las asistencias cero patatero.Leï una vez un artículo sobre el infierno del Giro del 14…
    A mí me ha sacado varias sonrisas el artículo pero también entiendo a quienes no les haya gustado.
    Libertad y a seguir disfrutando del ciclismo!.

  9. Qué articulazo.blo he pasado muy bien leyéndolo ¡Enhorabuena!

  10. Por favor, no dejes de escribir estos artículos que no gustan a algunas (no se si muchas o pocas).
    Yo no comento casi nunca, salvo para agradecer. Este texto no se merece algunos comentarios.
    Franco Vona…
    Voy a ver cuanto cuesta el sintron.
    Gracias por estas risas que un domingo tarde noche son impagables. Gracias.

  11. En. su. línea. el. autor. Que, en la fecha de esa etapa, tenía 10 u 11 años y lo narra como si lo hubiese vivido.
    En todo caso, a mí me entretiene leer este tipo de historias, a pesar del trabajo que da hacerlo por culpa del ¿estilo? del escritor.

  12. Gracias por llevarme a un día de verano de principios de los 90 y rememorar, tan fiel y amenamente, dicha etapa, reflejo de una época en que a cierta hora, había que dejarlo todo (la playa, la siesta, la parienta…) por ver el final de las etapas.

  13. Solo por las risas que me he echado en el descanso del trabajo con la descripción de Vona ya merece la pena el artículo. «Franco Vona… menos palmarés que el Sestao». Sublime.

  14. Cesar sanz colom

    La etapa no sé si es la mejor de todos Los tiempos pero lo del diablo es para verlo mil i unas veces por qué fue espectacular verle 200km prácticamente en solitario y subiendo y coronado todos Los puertos es para quitarte el sombrero yo lo vi y no me lo podía creer y ya no lo voy a ver más
    Gracias Claudio por ese tapón que nos hiciste pasar

  15. Casi puedo sentir los calambres en las piernas y el cuerpo como si me hubiera pasado por encima una pareja de bueyes. ¡Qué manera de transmitir emoción! Imposible dejar de leer. Enhorabuena al autor.

  16. Me ha encantado leerte,yo no discutiré sobre cual ha sido la etapa más dura, pero desde luego está fue muy dura. Como navarro que soy, siempre gusta rememorar la época del que estoy completamente seguro,fue el mejor ciclista de todos los tiempos.

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