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La razón por la que Mirza Delibasic no quiso marcharse de Sarajevo durante la guerra

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Quién me iba a decir que en un documental sobre Mirza Delibasic iba a descubrir a una persona extraordinaria, pero que no es el baloncestista, sino su hijo Danko Delibasic. Esa es mi conclusión tras ver Shooting for Mirza, de Juan Gautier, que se estrena el viernes 24 de febrero en cines. El documental tiene como percha a uno de los deportistas más importantes de la historia del baloncesto bosnio y yugoslavo, Delibasic, también historia del Real Madrid, pero trasciende la cancha para ofrecer un retrato cultural, social y antropológico de Balcanes.

La carrera del escolta es bien conocida. Un jugador ante todo elegante. Chechu Biriukov cuando recordaba a aquellas generaciones asombrosas de jugadores yugoslavos decía que eran todos unos «provocadores». Sin embargo, excluía a uno, a Mirza. Como se cuenta en la película, jamás le pitaron una falta técnica. Era un jugador tranquilo por ética y estética, pero también por pragmatismo, pensaba que montar el pollo no servía para nada. Con esta clase, su primer gran hito fue un no fichaje. No se quiso ir al Partizan, un pase que hubiese sido lógico, y decidió permanecer en el Bosna Sarajevo. Los equipos serbios y croatas eran los dominadores del campeonato, pero él consiguió que el club sarajevita levantase dos ligas y una copa yugoslavas, y la copa de Europa en 1979.

Sarajevo en aquellos años era una ciudad vibrante. Se citan con frecuencia sus recitales de poesía, que llenaban estadios. Delibasic se confundía entre aquellos ambientes de intelectuales, tenía amigos artistas, músicos. Uno de sus mejores colegas fue Davor Popovic, cantante de Indexi. Incluso hoy, personas de cualquier edad saben sus letras en exYugoslavia. Siguen sonando en las kafanas, bares a los que se va a beber y cantar y que no tienen más equivalente en España que los tablaos flamencos, puesto que somos un pueblo que dejó de cantar. En Balcanes se sigue haciendo.

La amistad entre ambos fue tal que hoy hay un parque en Sarajevo que lleva el nombre de los dos. Todo muy romántico, reflejo de una ciudad bohemia y efervescente pese a encontrarse entre las montañas y a la sombra de Zagreb y Belgrado. Sin embargo, como explica Danko, para él era complicado que su padre fuese el padre de los demás y no el suyo. Su pareja, Slavica, que también jugó al baloncesto y llegó a disputar unos Juegos Olímpicos con su apellido de soltera, Suka, no elude la cuestión. Ante el hecho de que su marido, el padre de su hijo, alternase tanto, explica que a un hombre con una personalidad así no se le puede intentar cambiar. En esto, curiosamente, coincide con Lolo Sainz, que reconoce en el documental que en el Real Madrid se le permitió seguir fumando porque a alguien así «no se le puede cambiar la personalidad».

Esa personalidad la pone de manifiesto Juan Antonio Corbalán cuando el documental viaja a Madrid a que Danko charle con sus antiguos compañeros. El antiguo base del Real Madrid le lleva a un bar y le dice que ahí, en un rincón de la barra, es donde su padre pasó más tiempo mientras estuvo en la capital. En un hotel madrileño, sentado frente a la cámara, Danko admite que se pregunta constantemente por qué su padre no llevó otro estilo de vida, que le gustaría reprochárselo, que ahora rondaría los 65 años, que con esa edad hoy se puede estar perfectamente.

Estos hábitos supusieron que Delibasic sufriera un derrame cerebral. La enfermedad le separó del baloncesto. Se suceden frases muchas veces escuchadas en estos casos, «creo que se hacía daño a sí mismo a propósito», «se autodestruía deliberadamente»… «Era un nihilista», añade Corbalán, «tenía desapego por todo lo material». Una anécdota que cuentan sus compañeros es que le compró una moto al conserje de la desaparecida Ciudad Deportiva del Real Madrid del barrio de La Paz. Simplemente, un día le dijo que su moto era muy vieja y, al siguiente, apareció con un fajo de billetes en la mano que le entregó para que se comprara una mejor.

Ese desapego fue mucho más lejos. Cuando estalló la guerra, el cerco de Sarajevo, suponía convivir a diario con la muerte. Morteros, francotiradores… cualquiera podía ser víctima del ejército serbio que rodeaba la ciudad. Danko fue evacuado de allí con otros niños, pero su padre permaneció dentro. Para el hijo de Delibasic esa despedida es uno de los peores recuerdos de su vida. Sin embargo, ahora, adulto, padre también él, tiene una visión muy por encima del conflicto. Considera que la guerra saca lo peor de cada persona, lo explica con esas palabras, mientras ve un vídeo casero de él de niño cantando canciones antiserbias durante el conflicto. No le gusta ver esas imágenes. No está cómodo. Aunque su familia y él estuvieron bajo el fuego, a pesar de esa experiencia tan sumamente traumática, hoy está muy por encima de cualquier discurso de odio como los pretextos con los que se lanzaron campañas de limpieza étnica planificadas y coordinadas contra su pueblo.

Delibasic era ateo y educado en el yugoslavismo. Cuando estalló la guerra en Bosnia, hizo causa común con sus vecinos. Antes, no le habían pitado en ninguna cancha yugoslava, ni siquiera en Zadar, Croacia, donde más radicalismo había. Después, como se cuenta durante su funeral, al poco de terminar la guerra fue a Belgrado a ver un Partizan-Estrella Roja y, en un pabellón inflamado de nacionalismo radical, se le aplaudió cuando se anunció su presencia. Siempre tuvo amigos de toda procedencia, algo que no era nada extraordinario en Yugoslavia, pero durante el conflicto, mientras Europa y Estados Unidos titubeaban y se lavaban las manos, se alineó inequívocamente e hizo lo que estuvo en su mano.

Esa misión encomendada consistió en escapar de la ciudad para montar un equipo nacional bosnio de baloncesto. Cuentan que, corriendo de noche bajo las balas, se tumbó a fumar un cigarro. «Si me matan, que sea fumando», dicen que dijo. Unas palabras que desgraciadamente resultan creíbles para cualquiera que conozca el género humano de esta región.

Aparecen vídeos caseros de esa huida y reencuentro de los jugadores. Son imágenes impagables. Esta hazaña ya está contada en otro documental, The long shot, aquí lo que tenemos es lo que ocurrió entre bastidores. La familia, Danko y Slavica, volvieron a encontrarse con Mirza en Milán. Por desgracia, allí sufrió otro derrame cerebral. Sin embargo, en lugar de permanecer en un lugar seguro tratándose, escapó del hospital con las vías colgando porque donde quería estar era en Sarajevo. Pese a la situación dramática que se vivía en la capital bosnia, volvió. Encomiable, sí, pero desde un punto de vista. Para Danko y Slavica suponía quedarse solos y colgados.

La salida de Sarajevo de gente importante hacía que la moral decayese. Delibasic no quería formar parte de ese fenómeno. El Real Madrid antes ya había ofrecido un avión privado para que pudiera salir junto a sus familiares, pero rechazó la oferta. El hermano de Danko, Dario, hijo de Branka, la primera mujer de Delibasic, se refugió en Belgrado durante la guerra. Cuando todo acabó, fue a Sarajevo y dio un paseo por la calle con su padre. Cuando le veían, la gente salía de sus casas y le entregaban billetes de marcos al chaval, incluso relojes. Ahí su padre dijo: «¿Entiendes ahora por qué me quedé en Sarajevo?».

Shooting for Mirza, si de algo sirve, es para ver cómo digirió su hijo Danko el compromiso de su padre con su pueblo, con la kafana, y no tanto con él y con su madre. El mero hecho de que lo explique, de que se sincere ante una cámara, dándole vueltas a estos sentimientos, que ni siquiera él tiene del todo claros, más allá del profundo dolor de la pérdida prematura, hacen de este documental una exploración humana extraordinaria e irrepetible.