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José Manuel Beirán: «Fue una injusticia y algo muy duro lo que se hizo con Villacampa, pero también lo fue no haberme llevado a mí antes a la selección»

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José Manuel Beirán (León, 7 de febrero de 1956) habla pausado, con las ideas claras, diversificando mucho los palos que toca, interconectándolo todo. Pasó a la historia de forma involuntaria como el jugador que entró a última hora por Jordi Villacampa en la selección española de baloncesto que ganó la plata de los Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1984. Su recorrido multidisciplinar (las carreras de Psicología e Historia del Arte, quince años como deportista profesional, pieza clave en los primeros tiempos del sindicato de baloncestistas…) le confiere una invisible autoridad para analizar lo que ha pasado y puede que hasta lo que pasará. Respetadísimo en el mundillo, sobre aquel irrepetible mes y medio concentrado con otros once héroes hace 40 años ha pivotado buena parte de su vida, pero ha sabido trascender de eso y que todo se convierta en una enseñanza, para sí mismo y para los demás.

¿Cómo era una capital de provincia de los 60 para un niño?

Prácticamente no conocía otra cosa. Estudiaba violín en el conservatorio por obligación y alguna vez salimos cerca para algún concierto. Era bastante aburrido y cuando lo dejé ya no volví a tocarlo nunca más. La primera vez que salí de España fue para ir a los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, invitado como nadador en algo que se llamaba los Juegos Olímpicos de la Juventud. Estabas como en un campamento y te daban entradas. Fuimos mucha gente de España.

¿En qué tipo de familia se crio?

Mi madre, Raquel, murió muy joven, con 43 años. Mi padre, también José Manuel, era militar y le destinaron a Canarias durante un montón de años, después de aquello. Tengo una hermana gemela, Raquel. Mi padre tuvo otra pareja en su nuevo destino y me dieron más hermanos. Yo llegué a ir al Tenerife en la parte final de mi carrera y mi hijo Javier ha jugado muchos años en las islas.

¿Su otro amor deportivo fue la natación antes del baloncesto?

La piscina estaba cerca de mi casa y me dediqué a ello. Con el baloncesto empecé a hacer minibasket, pero todo cambió en una de las «operaciones altura» que hacía la Federación Española que se hizo en León. No estaba invitado, pero como destacaba, conseguí ir a entrenar con ellos, aunque solo por la tarde. El año siguiente sí me llamaron.

¿Cómo llega al Real Madrid?

Lolo Sainz era entrenador del Vallehermoso, que era un filial del Madrid. Fue el primero que habló conmigo para ir a hacer la prueba. Vine con otro chico de León que era mejor que yo, pero se quedaron conmigo. Ya estaba en edad juvenil. Lo primero que hicieron fue meterme en una pensión en la que estaba también Fernando Romay. Pedro Ferrándiz fue quien me subió al primer equipo. Fue una sorpresa ir a una Copa Intercontinental a México siendo juvenil porque hubo una baja de última hora. Llegué a debutar en un Torneo de Navidad.

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Su carrera en el Madrid hubiera sido quizás otra en un baloncesto de rotaciones, como el de ahora. ¿Puede explicar al aficionado actual que en su época los suplentes apenas jugasen, a no ser por lesiones o faltas de los titulares?

Si eras titular, no te sentabas ni con cuatro faltas. Las rotaciones de hoy en día tienen sentido si juegas una o dos competiciones muy fuertes, como la Euroliga y, en menor medida, la Liga Endesa. Muchas veces los entrenadores se pasan. En la NBA, en los playoffs los grandes jugadores juegan 40 minutos. Lo que menos me gusta es cuando la rotación está prevista y sientan a un tirador que lleva dos triples seguidos. No, hombre. Espera a que falle uno y le cambias. A lo mejor cuando esté descansado ya no tiene esa racha.

Una grave lesión condicionó su progresión…

Fue contra el Valladolid en un partido en el que fui titular. Venía jugando más. No sé si mi carrera hubiera sido diferente. Es verdad que físicamente no volvías a estar igual. Ahora es distinto y vuelves más fuerte. Tenía una pierna más gruesa que la otra. Me sirvió para cambiar mi forma de juego, incluso mejor. Brabender lo hizo porque después de una grave lesión ya no saltaba tanto como antes, pero pasó a ser el mejor tirador de Europa. Cuando me recuperé fui a jugar al Inmobanco. Tardé en estar en forma, pero volví al Madrid.

¿Cómo vivió desde el banquillo la Copa de Europa de 1980? En Berlín, ante el Maccabi, con Rafa Rullán estelar…

Estaba con la escayola y las muletas. Rafa había sido suplente muchos años y al final fue titular. Y otro que tuvo que ayudar fue Luis María Prada, que tuvo que salir los últimos minutos. Otro gran jugador de la época era José Luis Llorente, que no salía hasta que Corbalán hacía las cinco faltas. Una cosa muy importante en aquel Madrid para mejorar eran los entrenamientos, que eran más duros que la mayoría de los partidos. Te tocaba defender a Brabender y claro, luego era más fácil defender a cualquiera.

¿Firmó por el Cajamadrid en 1983 porque no se quería mover de la capital o porque el proyecto era muy potente entonces, incluso con Wayne Brabender?

Nos fuimos juntos Wayne, Llorente y yo. Se intentó hacer un equipo muy importante. Fue una de las temporadas en las que más disfruté del baloncesto. Quedamos cuartos de la liga jugando muy bien. El entrenador era Tomás González y teníamos una gran afición que nos acompañaba a todos los sitios. Algo que ahora no podría pasar: los jugadores vivíamos en Madrid y quedábamos en el centro, en lo que era la calle General Mola [ahora Príncipe de Vergara], y nos íbamos todos juntos en autobús a entrenar a Alcalá de Henares.

Promedió 17,6 puntos y eso que no había línea de tres puntos. ¿Fue el mejor año de su carrera?

Probablemente sí. Es verdad que los compañeros ayudaron, con los pases de Llorente y los bloqueos de Wayne McKoy y Rick Hunger, que era una persona estupenda. Yo no era muy rápido, pero tiraba solo. Luego vino Alfonso del Corral, muy amigo mío desde que vine a Madrid, y también bloqueaba. Sin ellos hubiera sido imposible.

Se le recuerda sobre todo por su lanzamiento exterior. ¿Es puntería innata o entrenar machaconamente?

Tiene las dos cosas. Si no tienes de nacimiento esa puntería es difícil, pero si trabajas muchísimo puedes meter con buen porcentaje. Los que más entrenan son los mejores en todos los equipos.

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Y entonces llega el verano de 1984, con su inesperada convocatoria para los Juegos Olímpicos de Los Angeles en lugar de Jordi Villacampa, que había disputado el Preolímpico de París. ¿Le molesta que sobre todo se le recuerde por esto?

En absoluto. Tuve mucha suerte. Yo era un jugador importante, pero no de selección. En el Madrid tuve por delante a Brabender, Delibasic, Dalipagic, Iturriaga

Había tenido una experiencia con la selección en 1975 en los Juegos del Mediterráneo en Argelia. ¿Cómo fue?

Rara, pero que me llamaran quizás fue la mayor alegría de mi vida. No recuerdo ni quién ganó el torneo. Yo era juvenil entonces, dentro de una selección en la que se mezclaban veteranos como Toncho Nava y Vicente Ramos con jóvenes como José María Margall y yo.

Suele contar que la llamada de Antonio Díaz-Miguel para ir a Los Angeles le pilló en la India de vacaciones…

Yo había estado en la prelista para ir a la selección los siguientes veranos y siempre me quedaba fuera. En 1984 me marché de vacaciones y cuando volví estaba la carta con la convocatoria en el buzón. Nadie sabía dónde estaba. Si hubiera llegado pocos días más tarde ya no daba tiempo a hacer el cambio. Todavía tengo la carta. Cómo sería la cosa que no está bien escrito mi nombre de pila.

¿Se puso en el lugar de Villacampa?

Sí, sobre todo después. Es amigo mío. Reaccionó muy bien. No en ese momento, porque nos odiaría a mí y al entrenador. Fue una injusticia y algo muy duro lo que se hizo con él. Pero también lo fue no haberme llevado a mí antes. Jugué muy bien aquella temporada y merecía estar en los Juegos. Jordi siguió trabajando y mejorando y llegó a ser el mejor alero de Europa. A otro, esto le hubiera dejado hecho polvo y hubiera empezado a jugar peor.

¿Tan importante era para Antonio Díaz-Miguel el jugador número 12?

Yo tenía mucha más experiencia que Jordi en momentos complicados, bajo presión, que es lo que explicó Antonio. Yo sabía que iba a ser de los últimos jugadores en la rotación, pero a lo mejor, y ya sabemos cómo son los entrenadores, me necesitaban para un minuto concreto en un partido. Y eso ya le valía.

Tiene pinta usted de haber sido muy buen compañero…

Fuera del campo, seguro. Y dentro nunca he tenido ningún problema con nadie. Si no jugaba, lo pasaba mal y el día siguiente iba a entrenar antes. No me permitía desanimarme, como me pasó varios veranos cuando esperaba ir a la selección y al final no iba.

A nivel interno aquella selección se ha asegurado que tenía sus tensiones, sobre todo entre jugadores de Real Madrid y Barcelona, pero se acabaron superando, ¿no?

Es difícil saber qué va primero: si el buen ambiente porque los resultados son buenos o los buenos resultados porque el ambiente es bueno. Todos nos sentíamos parte del equipo, incluyendo los que no jugábamos mucho. Es muy importante elegir las personas, como en los equipos, cuando fichas en verano. Los jugadores que unen a la gente son muy importantes; otros son muy buenos, pero suman en una cosa y restan en otras. Yo me podría cabrear por no jugar, pero no con los compañeros. Es más, es tu obligación cabrearte.

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Jugó dos veces contra Michael Jordan en aquellos Juegos. ¿Tenía ya ese aura especial?

Es probablemente el mejor jugador de la historia y ya entonces se hablaba mucho de él. Estuvimos quince días concentrados en Chapel Hill, en North Carolina, su universidad. Buscamos partidos para jugar contra americanos y no lo conseguimos porque lo tenían prohibido. La preparación fue un desastre, lleno de problemas y errores. Sí que fuimos a ver a Jordan jugar amistosos contra combinados de la NBA que se formaban para preparar a la selección olímpica. Y les ganaba. Cómo saltaba…

¿Sufrió alguna vez el «síndrome del impostor»?

No. Disfruté en todo momento. Parecía que habíamos jugado juntos muchos años y es la sensación que hay cuando nos reencontramos. A Yugoslavia le habíamos ganado un mes antes de un torneo en Italia y nos dimos cuenta de que podíamos hacerles lo mismo en las semifinales. No teníamos contacto con el mundo exterior en la Villa Olímpica y eso fue bueno. Nadie nos exigía una medalla, no sentíamos esa obligación. Fue poco a poco, día a día. Yo estaba feliz allí rodeado de los mejores deportistas del mundo. Nos sorprendió la expectación que se fue levantando en España.

Le voy a preguntar uno por uno por sus compañeros. Empecemos por el capitán, Juan Antonio Corbalán…

De los mejores bases que ha habido en Europa. Mentalmente es muy bueno y es todo un ganador. Se exigía mucho en todos los entrenamientos. No solo era excepcional en el campo, sino fuera también.

Nacho Solozábal.

También era muy bueno. Quizás físicamente no era tanto como Corbalán. Me hubiese gustado compartir alguna temporada con él. Los zurdos son más difíciles.

José Luis Llorente.

«Joe’» es que… Hemos estado juntos en varios equipos. Es impredecible. Y físicamente era el más rápido y llegaba antes de los demás. Era el problema que tenía.

Juan Manuel López Iturriaga.

Me gustaba mucho verle jugar cuando vino, sobre todo, desde Bilbao. La gente le recuerda por el contraataque, pero también pasaba muy bien. Lo peor que tenía era el tiro y lo acabó mejorando. No le podías dejar solo porque la cogía y tiraba. Defensivamente era muy bueno. Era uno de los jugadores favoritos de Lolo Sainz. Con Díaz-Miguel no era tan «outsider» como ha acabado pareciendo.

Epi.

No nació tirador, pero trabajó tantísimo que llegó a ser un tirador excelente. Al principio su hermano Herminio era mejor que él, pero ya no. Tenía mucha confianza en lo que hacía. No le podías pedir que hiciese muchos cambios de ritmo y demás, pero era muy difícil defenderle.

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José María Margall.

Sí era un tirador innato, con muchísima facilidad. Ahora ya hay tiradores muy altos, pero él fue el primero que tuvimos con esa estatura. Era muy difícil taponarle, bombeando mucho y muy equilibrado.

Fernando Arcega.

Fue muy importante, muy querido. Si iba todos los años a la selección sería por algo.

Andrés Jiménez.

No tenía ningún miedo. Iba a por Romay, al que todos temíamos por sus tapones. Saltaba mucho. Muy especial también con los comics que hacía. Fuimos juntos a conocer la universidad de North Carolina.

Fernando Romay.

Era el que más relación diferente tenía con Díaz-Miguel, que fue quien le dio la suficiente confianza como para que terminando fuese quien fue. Es uno de mis grandes amigos desde que tenía 14 o 15 años y nos conocimos en la pensión. Ha sido un ejemplo en muchas cosas. Cuando llegó no estaba acostumbrado al tipo de trabajo que se hacía y se escapaba cuando podía, pero después ha tenido una gran disciplina y ha conseguido cosas que nadie se podía creer, siendo tan importante. El humor que tiene ahora ya lo tenía entonces. Siempre me ha parecido muy inteligente.

Juan de la Cruz.

El Lagarto. Pues otro que no tenía miedo a nada. Ni siquiera a pegarse con Tachenko.

Fernando Martín.

Es el ejemplo claro de ganador. En los entrenamientos y en cualquier cosa que no hiciera. Quizás la gente pensaba que no le gustaba el baloncesto y eso es incluso bueno para un deportista de su nivel. Paseamos juntos por Los Angeles, charlando sobre muchas cosas, pero nunca sobre baloncesto. Era lo que él quería. Muy celoso de su vida privada y tenía fama de huraño. Podía decir que no a un autógrafo, pero en un restaurante a alguien un poco pesado. Nunca lo haría con un niño.

Y… ¿Díaz-Miguel?

Se pasó un poco con su personaje. Hubo un momento que no podía decir que no a nada. Le costó muchísimo la retirada. Supongo que lo veía como una gran injusticia que tuviese que irse de la selección tras tantos años y ganando lo que ganó. Pero fue el entrenador que más ha cambiado el baloncesto en España. Estaba al día de todo. Era también muy celoso en todo: lo que aprendía en las universidades de Estados Unidos lo aplicaba aquí, pero no las enseñaba. Ferrándiz también fue un innovador, pero no trayendo cosas, sino inventándolas él.

Después no vuelve a ir a la selección. ¿Le decepciona o lo considera normal con la competencia que había en su puesto?

Podía haber ido algún año más.

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El Cajamadrid acabó bajando…

Lo mismo ha pasado a veces: Licor 43, TDK Manresa y hace no mucho, Burgos. Siendo modesto, haces una gran temporada y la siguiente sales con otras expectativas. Si el entrenador dice que el objetivo es la permanencia, todo el mundo se le echa encima por tener poca ambición. En el Cajamadrid pasamos de tener a dos americanos como McKoy y a Hunger a otro como Bob Thornton, que no aportaba nada y acabó jugando siete años en la NBA y te acababas preguntando cómo era posible. También se fueron Alfonso del Corral y «Joe» Llorente.

Valladolid, Tenerife… Por fin sale de Madrid. ¿Qué recuerda de esas etapas?

Fue muy duro Valladolid, un cambio muy grande. Vivía allí, pero estaba pensando en Madrid. Y como entrenador estaba Mario Pesquera, muy diferente a todos los que había tenido. En Tenerife fueron tres años estupendos, uniéndose la vida personal con la deportiva. Me daba tiempo a hacer de todo.

Allí le entrena el legendario Aleksandar Gomelsky, aunque se dice que estaba muy desfasado tácticamente…

Muy cariñoso. Quería que le llamásemos «papi». Era muy buen entrenador… para las selecciones de la URSS. No acabó la temporada. No sabía muy bien dónde estaba, cómo era esta liga. Se enfadaba por todo. Una vez jugamos contra el Español y estaba Pepe Collins, que era negro y español, y él se puso a quejarse porque decía que tenían tres americanos. Volví a verle cuando fui con los veteranos del Real Madrid a Moscú a partidos para celebrar su cumpleaños.

Su despedida es con descenso en el Tenerife Número 1…

Sí. Aquella temporada fue el primero de la liga en triples gracias a uno que metí en el último minuto del último partido. Ya no volví a jugar. Pude haber seguido en Primera B, pero las ofertas eran fuera de Madrid y tenía claro que no podía ser porque a mi mujer se le había terminado la excedencia. Hubiera jugado encantado en el Estudiantes, pero no me llamaron. Nunca tuve agente. Seguí jugando en torneos 3×3 y hasta 50 partidos al año con los veteranos del Madrid, a veces contra equipos de Primera B y ACB. Era un equipazo.

En cierto modo su historia se repitió con su hijo Javier: debutó en la selección en 2018 con 29 años y en parte por las ausencias se vio en el equipo que fue campeón del mundo en China en 2019…¿Quién es mejor de los dos?

Teníamos un estilo de juego parecido y salió mejor de una lesión grave que tuvo. Siempre ha sido peor tirador que yo, pero mejor en todo lo demás: muy buen defensor, reboteador y pasador… Lo mejor que tiene es que conoce sus límites y se basa en un juego inteligente. Para mí fue una sorpresa increíble que llegara donde ha llegado. Lo he disfrutado mucho. Se lo ha merecido.

Tuvo otros dos hijos gemelos, Pablo y Manuel, que también jugaron, ¿no?

Sí. Y lo siguen haciendo. Estuvieron bastantes años en la cantera del Real Madrid. Pablo vive en Barcelona y está en el Sants. Manuel anda en Nueva York, en la universidad de Columbia, y ha vuelto a jugar después de unos años sin hacerlo. Mi objetivo con ellos nunca fue que jugasen al baloncesto. Javier hacía fútbol en el colegio y era muy bueno, pero finalmente se apuntó al baloncesto y me extrañó.

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Usted terminó Psicología y sigue ejerciendo en el ámbito deportivo, fue uno de los responsables del sindicato de baloncestistas, la ABP, estudió una segunda carrera como Historia del Arte. No se ha aburrido…

No, la verdad es que no. Ni siquiera cuando estoy solo. Siempre he tenido la suerte de hacer lo que me gustaba en cada momento. Cuando me retiré, entré en la ABP, pero mi trabajo no era de oficina ni de pelearme con políticos y abogados, era más de relación con los jugadores. Como psicólogo he estado y estoy con deportistas, que son lo mejor del deporte.

¿En aquel entonces se le daba importancia a este campo en el deporte o es una iniciativa del presente? Incluso parece que hoy en día el psicólogo del equipo es el entrenador…

Ellos mismos se pueden beneficiar de la psicología porque es mucho más duro ser entrenador que jugador, se está más solo, pero todavía en muchos casos los entrenadores se sienten amenazados por los psicólogos deportivos. Estuve un año en el Real Madrid con Sergio Scariolo, que lo pidió, pero tras un año alternando baloncesto y fútbol, desde el club dijeron que solamente hiciésemos fútbol, orientado a la cantera, sin contar el primer equipo. En el baloncesto siempre hemos tenido fama de ir por delante de los demás, pero en cuanto a la psicología no es así.

Suele defender que un psicólogo deportivo no debe estar circunscrito al trabajo en la élite, sino que debe incluir a niños, jugadores de formación…

Tienen mucha presión. Cualquier niño, cuando está entrenando, le están evaluando. Y eso es muy duro. A veces se están jugando cosas tan importantes como ver a sus padres contentos. Trabajo también mucho con sus padres y con los entrenadores. Muchas veces quieren dar confianza a los chicos y no es así. Los padres son lo mejor y lo peor del deporte de base. Son imprescindibles, pero muchos hijos no llegan por la presión que les meten. No hay otra manera de aprender que sufriendo, perdiendo en último segundo o lesionándote y trabajando duro para recuperarte.

Hoy en día muchos jugadores de nivel intermedio estudian grados, en algunos casos Psicología…

No puedes sostener tu vida en una sola pata. Mientras juegas, es muy importante para descansar la mente estar haciendo otra carrera. Es muy importante. Alguien que está 24 horas al día pensando en algo, es muy difícil que llegue muy arriba. El cansancio se acaba acumulando.

3 Comentarios

  1. jose andres

    Pesadísimo el entrevistador malmetiendo con lo de Villacampa. En todo caso, tendría que «malmeter» y sembrar cizaña con Díaz-Miguel, pero eso ya es imposible.

  2. Buena entrevista (la he disfrutado como una criatura en la mañana de reyes) pero se ve de una hora lejos que una conversación con Beirán da para mucho más.

  3. Beirán da para mucho más. Hoy le he visto y escuchado en Segovia y, la verdad es que es un gusto poder aprender de quien sabe. Fantástico

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