Entrevistas

José Luis Llorente: «No había nada como Madrid en los 80 en el mundo entero, venían los de Barcelona y se quedaban flipados»

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Su tío ganó seis copas de Europa de fútbol, gesta aún por repetirse. Él disputó tres juegos olímpicos, fue campeón de Europa y dos veces de la Recopa, jugó nueve temporadas en el Real Madrid, fue subcampeón junior contra Magic Johnson en Mannheim y contra Belostenny en Rossetto. Aparte, estuvo dos años en el Cajamadrid, otros dos años en el CAI de Zaragoza y cuatro, descenso incluido, para acabar su carrera en Andorra. La figura de José Luis Llorente Gento (Valladolid, 6 de enero de 1959) abarca casi dos décadas del baloncesto europeo de élite, pero él prefiere mantener un perfil bajo, más preocupado por sus colaboraciones periodísticas y sus continuas lecturas que por sacar pecho o mirar por encima del hombro a nadie. «Joe» nos cita en su casa cerca del Santiago Bernabéu. Es un conversador prolífico y se nota. 

Sobrino de una leyenda cántabra y madridista, te dio por nacer en Valladolid.

Pues mira, mi padre es de Valladolid. Curiosamente, conoció a mi madre a través de un primo que tenía ella en Torrelavega y que hizo la mili con él. Este primo de mi madre le invitó a mi futuro padre a que fuera a pasar a Torrelavega unas semanas. La familia tenía una casa de comidas allí, un restaurante muy conocido, cerca del mercado de ganado. Llegó a ser muy famoso por sus guisos: albóndigas, carne con patatas y tal. Espectaculares, mi tía todavía los sigue haciendo. Como mi abuelo Antonio, que vivía en Guarnizo, donde nació toda la familia, incluido Paco, mandaba a las hijas al restaurante a aprender a cocinar, allí se conocieron, allí surgió el flechazo, y luego mi madre fue conquistando a mi padre poco a poco a través de los platos de cocina.

Parece una telenovela.

Sí, sí, bueno, es que es muy curioso, ¿no? Mi padre, como sabes, falleció este año, igual que Paco Gento.

Y tu madre se fue con tu padre a Valladolid.

Claro, cuando se casaron se fueron a Valladolid porque mi padre trabajaba ahí. Cuando terminó el bachillerato, empezó a trabajar de mancebo de farmacia y luego allí hacía fórmulas y no sé qué. Luego, empezó a trabajar en laboratorios farmacéuticos de representante. Y le fue bastante bien, le ficharon los laboratorios Ferrer, famosos por el Gelocatil (risas) y también porque eran propiedad de los Ferrer Salat, la familia del que sería presidente del Comité Olímpico. Y fue haciendo carrera, mi padre, hasta que lo trajeron a administrar toda la zona centro de Madrid.

¿Cuántos años tenías, cuando vinisteis para Madrid?

Pues yo tenía doce o trece.

O sea, qué pasaste toda tu infancia en Valladolid.

Sí.

¿Qué recuerdos tienes?

Pues tengo el recuerdo de un barrio… pues un barrio de la posguerra española, ¿no? Con las calles sin asfaltar, familias con muchos hijos… Nosotros vivíamos en el barrio 4 de marzo de Valladolid, en una torre que yo creo que tenía diez pisos, unas veinte viviendas… y yo recuerdo familias de diez hijos, de ocho, de siete… De hecho, nosotros éramos cinco y éramos casi los que menos. Y, bueno, mi madre nos soltaba ahí por el barrio y corríamos, jugábamos al clavo, a la peonza, hacíamos carreras de chapas… yo qué sé, pues todo lo que se hacía entonces. Nos acercábamos al río que pasaba por ahí, el Pisuerga, aunque lo teníamos prohibido, claro, y nos íbamos a jugar al fútbol por allí… incluso también al lado del Antiguo Zorrilla, que es donde está ahora El Corte Inglés de Valladolid, que había un descampado muy grande y tal y era donde se asentaban los circos…

Ah, claro…

Y cada vez que venía un circo, pues imagínate todos allí, a ver cómo montaban el circo y tal. Vino una vez un circo americano con tres pistas, y traían un montón de animales, traían cebras y tal… te metías por ahí de niño y te dejaban. Y luego iba al colegio andando. Iba al colegio de Lourdes, de La Salle, y allí empecé a jugar al baloncesto ya muy de niño, con ocho años o así. Me llamó la atención enseguida al baloncesto porque el fútbol, cuando estás solo, es un poco más…

Más complicado.

Sí, y tú solo con un balón y una canasta, te lo pasas bien. «Ayer, metí cuatro, a ver cuántas meto hoy». Es más retador. Al baloncesto, puedes jugar dos contra dos y ya es la bomba. No se necesitan muchos amigos para hacer algo que representa casi un partido. En fútbol, era más complicado. Yo creo que ese fue el reto que me llevó definitivamente al baloncesto.

¿Tienes algún recuerdo de tu tío jugando al fútbol?

Sí, sí, muchos…

¿Veníais habitualmente al Bernabéu…?

No, porque cuando nosotros vinimos aquí, ya se había retirado… pero recuerdo que veníamos en Navidades. Las Navidades las pasábamos siempre aquí. Los veranos eran en Cantabria, las Navidades, aquí, en Madrid, en casa de mi tío, que vivía ahí al lado, un poco más abajo, en la calle Panamá. Entonces, íbamos al Bernabéu, si coincidía que jugaba. De hecho, yo tengo fotos (que no sé dónde están, no sé si aparecerán algún día) con Di Stefano, con Puskas. ¡Es que yo he peloteado con esa gente! (Risas).

Creo que la mayor suerte que he tenido en mi vida ha sido jugar al fútbol con Di Stefano, con Puskas, con mi tío, que he jugado muchísimas veces, igual que con mis otros tíos… y, además, haber montado en bicicleta con Perico Delgado en su marcha, haber jugado al golf con Severiano Ballesteros y Miguel Ángel Jiménez… y, claro, haberlo hecho también al baloncesto con Petrovic, con Sabonis, con Kukoc, con Jordan, y, por supuesto, con todos los grandes jugadores del Real Madrid de los setenta, porque llegué a entrenar con ellos algunas veces, y de los ochenta. Eso es un tesoro, es una fortuna… y no sé si me dejo alguno.

¿Algún tenista?

No, tenistas no. Sí he compartido carrera de esquí de fondo con un campeón olímpico, Iivo Niskanen, que en estilo clásico es, yo creo, dos veces campeón olímpico en cincuenta kilómetros.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos deportivos?

Pues son recuerdos televisivos: un partido amistoso que jugó el Madrid, que me acuerdo de que nombraban mucho a Puskas y, luego, un torneo de Navidad, que esto lo he escrito alguna vez, que estábamos viéndolo en casa de los vecinos de arriba. Jugaba el Madrid contra un equipo brasileño que tenía un jugador que se llamaba «Rosa Branca». Me llamó la atención el nombre y ya no lo he olvidado. Tiraba tiros libres Clifford Luyk y, entonces le decía mi padre al vecino: «Luyk, con ‘k’, que es americano» (Risas). Y la tercera que tengo en la cabeza fue una semifinal de la Copa de Europa de 1966, Inter-Real Madrid. Me acuerdo del partido de ida, pero sobre todo del de vuelta. Me acuerdo de que, en la vuelta, metió un gol Amancio y se clasificó el Madrid contra todo pronóstico, porque el Inter era el equipazo de la época. Mi madre metió un grito que despertó a mis hermanos pequeños y hasta bajó una vecina a ver si estábamos bien (Risas).

Esa fue la última Copa de Europa de tu tío.

Sí. De hecho, me acuerdo de que, en ese partido, hubo una jugada que parecía que le hacían penalti y yo le pregunté en el baño si había sido penalti o no y me dijo: «Qué va a ser penalti, si me tiré»… y yo me quedé un poco así, perplejo. Se echó a reír, me hizo así en la cabeza, y ya está.

Ahora que está tan reciente la muerte de Pelé, ¿te comentó algo tu tío sobre él, alguna comparación con Di Stefano?

Mi tío siempre decía que no había visto a nadie como Puskas. Tal vez, Maradona se parecía un poco. Un día me lo explicaba Amancio: normalmente, los que juegan delante, cuando van pasando los años, tienden a ir retrasando su posición porque físicamente ya no pueden… pero Puskas era tan bueno que lo hizo al revés, empezó en el centro del campo y acabó de delantero.

De Pelé me decía que era extraordinario, y de hecho se ve en los vídeos ahora. Ya lo decía Menotti, que era un extraterrestre. Lo ves jugar y te quedas flipado con la potencia que tenía. Yo recuerdo verlo jugar en el Mundial 66, que no hizo nada porque le cosieron a patadas, y en el del 70, que jugaron de cine y que, aparte del gol de cabeza que metió en la final, hizo una jugada en la que finta al portero yugoslavo con el cuerpo y casi marca gol, que fue una locura. También me acuerdo de que, cuando murió Paco, Pelé mandó algo al club como recuerdo.

¿De dónde salió el apodo de «Joe»?

Pues esto es de Walter Sczerbiak. En los entrenamientos, como era así, muy americano, acortaba mucho los nombres: «Let´s go, Joe». A mí, me puso Joe y me quedé con eso. Luego, el que lo hizo más popular fue Díaz Miguel, porque en las entrevistas me llamaba Joe y ya todo el mundo empezó a llamármelo. Hay gente que me llama José Luis, como mi suegra, y aquí, en casa, me llaman Jose.

Tus primeros pasos en el baloncesto madrileño los diste en los Agustinos.

Sí, porque la oficina de mi padre estaba en la calle Manuel de Falla y nosotros nos vinimos a vivir a Juan Ramón Jiménez, así que lo natural era que fuéramos al colegio que estaba más cerca de casa, y ahí me cupo la fortuna de encontrarme con Rafa Peyró, un maestro del baloncesto, profesor del INEF, un pedagogo… De hecho, él tiene un libro que se llama «Pedagogía del baloncesto», en el que yo salgo en muchas fotos, pasándome el balón por detrás y tal. En los campus que organizo, suele venir a dar consejos a los chicos.

Pero ¿cuántos años tiene ya Rafa?

Pues setenta y pico, pero conserva intacto el instinto de maestro. De hecho, sigue en el equipo Estudio.

¿Cuándo entras en la órbita del Real Madrid?

Bueno, por entonces no había tanta gente jugando al baloncesto y Rafa Peyró me enseñó muchísimo, con lo que llamé la atención rápidamente. Además, en el colegio teníamos buen equipo: quedamos segundos en el campeonato escolar un año; otro año, quedamos quintos… Aquel campeonato era fantástico, luego se dejó de hacer, pero en infantiles yo me encontré con Juanma Iturriaga, con Quino Salvo, con Solozábal… y no sé si había algún otro más. Era una cosa maravillosa. Como además Rafa Peyró era el entrenador del juvenil del Madrid, pues enseguida me llevó a entrenar con ellos. A mí y a otros del equipo.

Estaba aún Saporta, ¿no?

Sí, sí, Saporta te recibía, lo primero de todo.

Un personaje fascinante, Saporta, poco se habla de él.

A ver, es que Saporta está en el fichaje de Di Stefano, en la creación de la Copa de Europa de fútbol, en la de baloncesto… Bernabéu le echa el ojo porque quería organizar un torneo para un aniversario de la sección de baloncesto y habla con la Federación y le recomiendan a Saporta, que debía de tener veintiún años o por ahí. Era hijo de judíos sefardíes, su padre había muerto atropellado en París. Le llama y Bernabéu le pone como única condición que no dé pérdidas. El caso es que el torneo es un éxito y, a la hora de rendir cuentas, Bernabéu le pregunta: «Bueno, ¿ha cumplido usted?» y Saporta le contesta «No del todo». «Ah, ¿qué ha dado pérdidas?» «No, pero ha dado ganancias y de eso usted no me había dicho nada» (Risas). Y ahí, Bernabéu le fichó de por vida.

¿Cómo era tu relación personal con él?

Me recibió un día en el club, siendo yo muy joven, me regaló un reloj… Él tenía la costumbre de preguntarte por todo: ¿qué estudias?, ¿tienes novia? Te preguntaba de todo. Y, de vez en cuando, tenías que ir a verlo. A él le gustaba que fueras a verlo. Es más, si no ibas a verlo, bueno, pues se molestaba un poco. De hecho, yo, en sus últimos días, no iba demasiado a verlo, y me decía: «Tú no eres Llorente; Toñín es Llorente», porque mi hermano iba a verlo más que yo. Tenía un armario enorme lleno de camisetas americanas y, cuando habías acabado de hablar con él, te decía: «Toma una camiseta, chaval» y tú te ibas encantado, porque te llevabas una camiseta que no tenía nadie en todo Madrid (Risas).

Saporta era íntimo amigo de Ignacio Pinedo, los dos exalumnos del Liceo Francés. Precisamente Pinedo es tu entrenador en la selección junior que participa en Rossetto en 1978. ¿Es ese el torneo que te pone en el mapa?

Modestia aparte, yo ya había ganado el campeonato de España de juveniles con el Madrid y, luego, en el torneo de Mannheim jugamos muy bien. Es que lo de Mannheim fue una locura: de nuestra edad, cuatro llegaron a la NBA, y uno de ellos, Magic Johnson.

Hostias.

Sí, sí. Vivíamos en la base americana, en los barracones. Nos lavábamos la ropa en una lavandería de estas de meter una moneda. Había dos pabellones: uno en Mannheim y otro en la propia base. Jugaba con nosotros el padre de Oriol Paulí, que se llama Joan, y saltaba muchísimo… Cuando hacíamos la rueda, todos los soldados de la base, se ponían ahí a ver los mates que hacía este (Risas). Desayunábamos huevos fritos, bacon… rodeados de soldados norteamericanos.

¿Cuántos años teníais?

Pues esto fue en 1977, yo ya había cumplido dieciocho. Se estaba formando ya el núcleo de Rossetto y jugamos la final. Fue muy bueno, porque el primer partido era el debut de casi todos con la selección española. Creo que Epi y Juanma ya habían debutado y puede que Romay, también, pero entonces solo había dos categorías: juveniles y juniors, y solo había un campeonato cada dos años. El caso es que jugamos contra los americanos y Pinedo nos dio la charla basándose en los tópicos de los que venían a la liga española: «Bueno, ya sabemos que los americanos no defienden y que desde lejos no tiran bien…». Porque, claro, los que venían aquí, no defendían nada (Risas). Empieza el partido, salto inicial, la palmea Pete Budko, tal… canasta. Y cuando vamos a sacar de fondo, vemos que presionan en todo el campo. Nos roban el balón, tiran a ocho metros, canasta. No había pasado un minuto y ya íbamos 10-0. Nos metieron un repaso…

En la final, volvéis a jugar contra ellos.

Sí, pero ahí ya nos la sabíamos, así que estuvimos como treinta minutos empatadísimos. Jugamos un partido impresionante. Ellos tenían a un base que se llamaba Darnell Valentine, que era el suplente de Isiah Thomas en la selección olímpica de Moscú, la que al final no fue. Estaba Jeff Lamp, que jugó en los Lakers y en Granada, y pegaba unos botes… Tenían un equipo espectacular, pero nos cupo el honor de hacerles cosquillas en la final.

¿Magic Johnson ya era tan impresionante como lo sería después?

A ver, él ya venía con el apodo. No llamaba tanto la atención porque es que eran todos muy buenos. A veces, nos parecía que forzaba un poco la cosa, con esos pases mirando a otro lado (Risas).

Volviendo a Rossetto, en El País se hablaba de esa selección antes del torneo como de «tal vez la mejor de todos los tiempos».

Claro, porque habíamos competido con un equipo americano en Mannheim. Me acuerdo de que, al principio del todo, nos dijo Pinedo: «He coincidido con el entrenador yugoslavo en el sorteo y me ha dicho que tiene un equipazo, que están todos jugando en primera. Yo le he dicho: ‘Pues los míos están todos jugando en segunda’». Porque casi todos veníamos del Castilla-Vallehermoso. Hicimos un torneo tremendo. Les ganamos a los italianos, que tenían a Brunamonti.

La Unión Soviética nos ganó bien, con Belostenny, Homicius… y una serie de jugadores a los que no los conocía nadie y que no los volvimos a ver, porque entonces la liga soviética era muy cerrada y, si no coincidías con ellos en selecciones o en Copa de Europa, pues ni sabías quiénes eran. En cada campeonato, aparecía un tipo por ahí que te forraba. Kurtinaitis, por ejemplo. Decías: «¿Y este quién es?» Y te forraba. O Valters.

Biriukov tiene una de esas, en el campeonato de Europa junior de 1982, que acaba con más puntos que Petrovic.

Sí, de hecho, algunos dicen que luego no volvió a jugar a ese nivel con el Madrid. Bueno, el caso es que en Rossetto los que nos ganaron el partido no volvieron a aparecer. Luego, hablando con Chechu, que los conocía, nos dijo que nos habían metido a tres o cuatro «de clavo», con la edad. Entre ellos, creo que Belostenny.

¿Teníais conciencia de haberos juntado un grupo especial? Epi, Iturriaga, Romay, tú…

Y Fernando Arcega. También estaban Joseba Gaztañaga y, Juanmi Goenetxea, que era un escolta muy bueno, pero dejó el baloncesto… A ver, sabíamos que teníamos buen equipo, porque habíamos jugado amistosos y torneos y jugábamos muy bien. El propio Ignacio lo decía. Por ejemplo, todos los años había una cena de negociación de primas con Saporta…

La clásica.

Sí, me acuerdo de que cuando fuimos a Manheim hicimos también una cena. Nos invitó y tal. A Manheim vino uno que era español, pero de padre americano o de madre americana, no sé. Igual te suena: Eddy Vidal. Desde hace años, es el locutor de la Euroliga. El caso es que Eddy Vidal se puso en la cena de Manheim al lado de Saporta, y cuando empezamos: «Bueno, si quedamos primeros, no sé cuántos», éste constantemente lanzaba ofertas. Y hasta que ya Saporta le dijo: «¡Chico, cállate de una vez!» Y luego le preguntamos, «¿para qué hacías eso?» «Estaba intentando confundirle». Cómo sería la cosa para que le dijera: «¡Cállate de una vez, joder!» O sea, plomo. Bueno, pues en la cena de Rossetto, a nosotros nos había dicho Ignacio que estaban pensando en darnos un coche de prima. Que sería un… bueno, 600 ya no había, sería un 850, o algo así, pero era un coche. Entonces, cuando fuimos ahí, nosotros dijimos: «el coche», y Saporta, que era muy listo, nos dice: «No, el coche si quedáis primeros». Y nosotros: «Sí, sí, el coche, el coche. No queremos más, el coche. Si quedamos segundos, no queremos nada». Y, claro, Saporta empezó a pensar: «A ver si van a quedar primeros y les tengo que dar un coche a cada uno», así que nos soltó: «No, no, esto no lo puedo permitir, porque os tenéis que llevar alguna prima y tal…», así que al final, lo del coche lo desechó, porque, claro, nos veía tan seguros… (Risas)

Y, de hecho, os quedáis a cuatro puntos de ganar.

Nos quedamos muy cerca. A falta de cincuenta y tantos segundos, aún pensábamos que podíamos ganar. En el primer tiempo fuimos ganando. Ignacio Pinedo hacía una cosa que no se lo he visto hacer a ningún entrenador y es que presionábamos cuando íbamos ganando. O sea, lo normal es presionar cuando pierdes, pero con Pinedo, cuando íbamos ganando también presionábamos. Les sorprendimos, porque en el primer partido nos habían ganado fácil, sobre todo porque ellos tenían mucho físico y nosotros teníamos a Romay, que todavía estaba…

Un poquito verde, ¿no?

Todavía estaba verde y tal… y el siguiente era Fernando Arcega que pesaba 60 kilos, estaba así… y era un año menor, Fernando Arcega era del sesenta. Ellos tenían a Derjugin, que luego estuvo en la selección absoluta, vino aquí a jugar contra el Madrid un Torneo de Navidad y nos metió veintisiete, y a Belostenny, que ese año ya jugó el Mundial. Luego, tenían un par de aleros que no me acuerdo, pero eran supergrandes, eran mucho más grandes que nosotros, mucho más. Pero, en la final, pues cambiamos un poco y entramos perdiendo de ocho o así en los últimos minutos. Robamos un par de balones, metimos un par de canastas, seguíamos presionando… y hay una jugada en la que dan un pase largo, Juanma sale de su campo, que Juanma era muy listo, roba el balón, y Kotleba

Hombre…

El hijoputa de Kotleba pita campo atrás. Si hubiéramos metido canasta, era 104-102. Nos hubiéramos puesto a dos puntos y remontando, pero bueno…

Tú jugabas en el Vallehermoso Castilla, decías.

Sí, que era del Madrid… era un filial de Madrid…

Ese año, del año del verano del 78, si no me equivoco, subís a primera división, que es cuando pasa a llamarse el Tempus, pero sigue siendo el filial del Real Madrid, básicamente.

Sí, a mí me viene un periodista, que no me acuerdo de quién era, a preguntarme si nosotros estábamos cedidos por el Madrid o no, porque las cesiones estaban prohibidas. El asunto era si yo tenía contrato con el Real Madrid o no… y yo le dije: «Mire, si le digo la verdad, no tengo ni puñetera idea de si estoy cedido, si soy del Madrid… Yo estoy jugando aquí, me pagan 25.000 pesetas y punto». Esto en primera, ¿eh? Que serán unos 150 euros.

150 al mes, al año, ¿o qué?

Al mes.

150 al mes…

Te daba justo para la gasolina y poco más. Eso sí, nos pagaban los libros.

Ese Tempus de Rafa Peyró era un espectáculo, un equipo divertidísimo… de los equipos que mayores puntuaciones hacía en la liga.

Porque no parábamos de correr. El baloncesto ha hecho una cosa muy mal, que ahora ha cambiado la ACB, que es que, en el campo defensivo, cuando salía fuera, el árbitro no tenía que tocar el balón. Nosotros corríamos todo el tiempo, hasta ensayábamos la salida de contraataque después de canasta. De hecho, Romay, una de las cosas que mejor hacía era sacar de fondo muy rápido. La mitad de las veces que había canasta, sacaba dentro del campo, porque los árbitros, cuando hay canasta, se vuelven y no miran. Entonces, Romay cogía el balón, pisaba con un pie teóricamente fuera y sacaba. Y para cuando los árbitros volvían a mirar, estábamos ya en el medio del campo.

Estaba Romay, estaba del Corral, estaba Fermosell...

Y estaba Indio Díaz, también. Además, teníamos un americano muy bueno, Frank Sowinski, que era de Princeton y era muy buen tirador y muy buen defensor. Luego se hizo «tiburón» de la Bolsa de Nueva York. Teníamos a Goenetxea, que ya te hablé antes de él, era un escolta muy bueno que estuvo en la selección junior. El equipo estaba muy bien, y, luego, el reglamento de antes no favorecía que el partido se parase. O sea, no solamente por la distribución en dos tiempos, sino que también los cambios estaban limitados, no como ahora que es un espanto, tío. Cambio, cambio, cambio… Antes, para poder cambiar tenías que tener la posesión del balón. Sin posesión, no podías cambiar a no ser que pidiera cambio el otro equipo. Los partidos tenían muchas menos interrupciones, tenían más ritmo, y eso daba pie a que los equipos que corríamos mucho no parásemos de correr en todo el partido. De hecho, al Madrid lo eliminamos por eso.

Ahí iba yo, pero primero quería recordarte un comentario de Carmelo Cabrera que me hizo mucha gracia, viene en un artículo de Antonio Rodríguez en Cuadernos de Basket. Le decía que, la primera vez que te vio, estabas pegando unos mates que dio por hecho que habían bajado las canastas.. y le dijeron «No, no, no, es que es así». «Pero cómo va a ser así, si mide uno ochenta y poco».

Sí, eso fue en el pabellón del Madrid, en el pabellón de la Ciudad Deportiva. Yo estaba en mi primer o mi segundo año juvenil y entonces ya saltaba bastante. Nosotros fuimos la primera generación que empezamos a hacer pesas de manera regular y a correr y tal. Entonces, Carmelo salía del pabellón, se iba hacia la Castellana y miró para abajo, me vio y dio por hecho lo de las canastas, pero no. Nosotros hacíamos mucho lo de correr con chalecos, también.

Me comentaba también Corbalán que él no pudo jugar esa semifinal y que le había dicho a Cabrera: «Cuidado con Llorente, que va a por tu puesto».

Sí, sí, bueno, Carmelo fue uno de mis ídolos. Yo aprendí mucho de Carmelo. De hecho, al año siguiente, ocupé su puesto en el Madrid y Walter siempre me decía: «Tú buscas más el pase, como Carmelo». Juanito (Corbalán) tenía su estilo y yo intenté aportar otra cosa. Aprendí mucho de los tres: de Juan, de Carmelo, de Vicente. Fueron mis maestros. Luego, también me fueron dando consejos, cuando era muy joven. Carmelo y yo nacimos el mismo día, el 6 de enero, siempre lo comentábamos…

El caso es que le pasaste por encima en esa eliminatoria.

Bueno, yo creo que a Carmelo le mató que no estuviera Juanito, porque, claro, nosotros planteamos el partido a correr .A correr y a correr y a correr y a correr. El primer tiempo fue más o menos…Pero en el segundo tiempo, nosotros teníamos mucho poderío físico porque éramos muy jóvenes. Entonces, yo creo que les cogimos también un poco a contrapié.

En el partido de ida ganáis de paliza.

De veintimuchos puntos.

Y, cuando vais a jugar la vuelta,¿nadie del club os dice: «Oye, chicos, esto está muy bien, pero es un papelón para el club…»?

No, no nos dice nadie nada. Por lo menos a mí. No sé si a Rafa le dirían algo y por eso luego lo echaron.

¿Lo echaron al año siguiente?

Al año siguiente lo echaron. No, a mí no me dijeron nada, no, no. De hecho, yo en el primer partido metí 32 o 33, en el segundo metí 26, me parece. Algo así. Empezamos el partido y el Madrid pegó un arreón inicial, que nos cogieron ocho o diez puntos y luego aguantamos eso hasta que quedaban cinco o seis minutos. Ahí, salió el cabrón de Beirán y metió cuatro o cinco tiros seguidos para poner la eliminatoria ahí, ahí. Pero ganamos.

Y luego en la final, perdéis con el Barça.

Y luego en la final, perdemos con el Barça, sí.

Pero a ti te sirve esto, efectivamente, para que el año siguiente sustituyas a Cabrera en el Real Madrid y además en la selección española también. Ese mismo año 1979 ya te lleva Antonio Díaz Miguel al Eurobasket de Turín.

Ahí está mi primer gran partido contra la URSS, que la ganamos en la fase de grupos. Hicimos una primera fase brutal, recuerdo que me vino un periodista italiano, que me había visto jugar en Rossetto y me dijo que era el mejor del mundo. Ya sabes que los italianos son muy exagerados.

¿Y cómo fue el encaje en el grupo? Porque, de Rossetto, estabais Epi, Iturriaga, y tú.

Fue fácil. Fíjate que en la selección entran también Perico Ansa, Joaquim Costa

Pero todavía estaba Margall, estaba Flores, estaba Corbalán, por supuesto.

El encaje fue muy bueno porque era gente muy sana. Yo, de hecho, estaba en la habitación con Rullán. Jugamos dos o tres partidos aquí en España y luego nos fuimos a Israel. Estábamos en una ciudad que se llama Netanya y jugamos a un partido y tal. Ahí, Rafa Rullán debía de estar renovando, porque de vez en cuando hablaba por teléfono. Y yo, en la habitación, pues, cuando me hacía Rafa así, desaparecía. Hasta que, un día, estaba ahí y me dice: «No, no te vayas, no te vayas…». Entonces, me pasa el teléfono y dice: «Que es Lolo y quiere hablar contigo». Cojo el teléfono, y oigo: «¿Qué tal? Soy Lolo. Bueno, que el año que viene vas a jugar con nosotros en el primer equipo». Y no me acuerdo de qué le dije que me contestó: «Pero, joder, ¿estás contento?» y yo «sí, sí, estoy muy contento». ¡Como que si estaba contento! ¡Estaba que no me lo creía!

Con Israel siempre hubo buen rollo deportivo…

Es que el Maccabi lo era todo en ese país. Un día, fuimos a la playa, porque allí hacía bastante bueno y las playas, por motivos de seguridad, tenían una megafonía de la hostia, por si pasaba cualquier cosa. Entonces de repente oímos: «Ladies and gentlemen, aquí en la playa está con nosotros, Wayne Brabender» y Wayne se empezó a poner rojo, porque todos los que estaban en la playa se pusieron de pie y empezaron a aplaudir (Risas).

Brabender seguía siendo la estrella del equipo, claro.

Es que, en Israel, lo habían visto jugar tantas veces … lo conocía todo el mundo porque todo el mundo veía los partidos del Maccabi. Todo el mundo te conocía por la calle. A mí me conocieron hasta en Nueva York un día, en una tienda de estas, que estaba por allí un judío, se queda así y me dice: «¿Tú juegas al baloncesto? Te he visto jugar contra el Maccabi». Pero, bueno, lo de Wayne era…Por la calle le paraba todo el mundo. O sea, lo notabas, ibas andando con él y todo el mundo se volvía a mirarlo.

A veces me da la sensación de que se le recuerda poco.

Se le recuerda poco de forma absolutamente injusta. Porque es que todo lo que fue Wayne Brabender… Clifford (Luyk) está más recordado porque Clifford es presidente de honor del Madrid. No sé, yo siempre digo que el mejor jugador con el que he jugado es Wayne. El más completo. Si me dicen: «Elige uno para tu equipo». Wayne. De hecho, Mirza le tenía un respeto… Hay unas finales de Copa de Europa en los setenta contra el Varese que, si las ves ahora, se ve que cuando el Madrid se pone un poco nervioso, el balón siempre acaba en manos de Wayne. Coge el balón, bota, tira, a veces la mete, a veces no… pero siempre a Wayne. Entraba a canasta y el defensor, que casi siempre eran dos defensores, caía con él al suelo. Era muy duro jugando.

Gana las Copas de Europa de 1974 y 1978.

Sí, y en 1977, gana el Maccabi al Varese. El Madrid siempre se ha llevado muy bien con el Maccabi porque Tal Brody, que era americano, se llevaba muy bien con Wayne y Miki Berkowitz se llevaba muy bien con Corbalán, que son de la misma edad. El Varese era su enemigo común, que se pasó toda la década llegando a la final. Me acuerdo de que, aquel año, Juanma ya estaba entrenando con el Madrid y le pregunté cómo lo habían vivido. Me dijo: «Joder, parecía que habían ganado ellos». (Risas).

Y en el 80, en tu primer año, le ganaste precisamente al Maccabi la final en Berlín.

Contra todo pronóstico. O sea, eran favoritísimos ellos. Jugamos en Berlín y estaba el pabellón lleno de camisetas amarillas. Y de aquí habían ido la Peña La Bandera, el Tiri y poco más… Doscientos contra cinco mil. Y les ganamos. A ver, nosotros estábamos convencidos de que les íbamos a ganar. Convencidísimos. Pero éramos los únicos.

Estaba Berkowitz, estaba Aroesti…

El quinteto titular era Aroesti, Berkowitz, Silver, Perry y Williams. Y luego tenían un sexto hombre muy bueno, que era otro americano que se llamaba Jim Boutwright, y era un cuatro muy moderno, digamos. Muy tirador de fuera. Muy tirador y muy metedor, vaya. O sea, eran todos americanos, menos Aroesti. Lolo hizo un gran planteamiento: contaba Corbalán que Miki Berkowitz le dijo al final del partido: «Juanito, dime por favor qué habéis defendido hoy, que todavía no lo sé». Nosotros íbamos cambiando…Si metían a un grande, hacíamos hombre, y si metían a un pequeño hacíamos zona. Si sacaban de fondo hacíamos otra zona diferente. Teníamos ahí cuatro variantes y las íbamos cambiando todo el rato en función de claves que sólo teníamos nosotros.

Es el último partido de Walter Sczerbiak en el Real Madrid.

Sí. Las mujeres de los jugadores habían quedado a ver el partido y Héctor Quiroga dijo en la tele, antes de empezar: «Este es el último partido de Walter Sczerbiak en el Real Madrid». Y la mujer de Walter, que hablaba perfectamente español, se quedó alucinada.

¿Walter no sabía que era su último partido?

No sabía nada.

Por cierto, ¿cómo era jugar con él?

Buf. Walter Sczerbiak. Él sí que es una leyenda. Cuando llegué al Madrid, le pasaba el balón a lo mejor a siete metros, la enchufaba, y me decía: «Buen pase». ¿Cómo que buen pase, si se la he dado a siete metros? Luego, ya me acostumbré. En el Madrid, corríamos mucho el contraataque con Wayne y con Walter. Lo que pasa es que, en vez de irse como locos para el aro, como hacían Emiliano y Sevillano, Wayne y Walter se iban más a las esquinas y se la podías doblar ahí. Bueno, Wayne ya te he dicho que, si veía sitio, también se iba al aro. Walter, menos. Es que Wayne tuvo una época… le recuerdo dos mates en el Pabellón brutales. Uno contra Charles Thomas, un jugador que fichó el Barcelona y que saltaba mucho. Se decía que, cuando era joven, cogía los billetes encima del tablero. Saltaba un montón. En una jugada de transición, Wayne acabó con el balón en el medio campo y este estaba bajo el aro, esperándole, como diciéndole: «Te voy a poner un tapón, que te voy a mandar el balón a la grada». Total, que saltan los dos y, de repente, vemos que Wayne hace un mate de la hostia. Luego, me dijeron que Wayne le apartó con una mano y con la otra, metió el mate. Cayeron los dos al suelo.

¿Y el otro mate?

Contra Miguel Ángel Estrada, que era un 2.08. Un tío muy grande, que estuvo todo el verano tirando ganchos con Díaz Miguel y luego en la semifinal contra la URSS del Eurobasket de 1973, metió un gancho y ganaron el partido.

Estrada estuvo en varios equipos.

Sí, era el típico tío muy grande, que tenía buen físico y tal.

En esa final de Berlín, Rullán mete 27 o 28 puntos.

Impresionante. Hizo una temporada, Rafa…

Otro jugador del que se habla poco: en su momento, tener un tío de casi 2.10 con ese tiro, esa agilidad, con suficiente contundencia para defender abajo a Meneghin…

Cuando Rafa se retiró, fui a jugar con él un partido con los veteranos del Madrid. Y le vi hacer unas cosas… Movimientos de poste medio, de poste bajo, de poste alto… que le dije: «Joder, Rafa, esto, hoy en día no lo hace nadie. ¿Por qué no entrenas en la cantera?» Cosas que antes las hacían solo los americanos muy buenos que venían de la NBA. Rafa tenía un catálogo de movimientos, desde cualquier parte, brutal… y una mano impresionante. Aquel año, hizo una temporada increíble. Teníamos también a Randy Meister, que era muy fuerte.

Que había jugado en el Estudiantes.

Sí. Y luego en Milán, creo. Yo me llevaba muy bien con Randy. A Randy le gustaba correr .Era muy buen jugador.

Ese año ganáis la Copa Europa, ganáis la Liga y te vas a los Juegos Olímpicos. Me gustaría que me contaras un poquito, no solo de la experiencia deportiva, que creo que quedáis cuartos, sino de la experiencia olímpica en general en el Moscú de Brezhnev.

Mira, yo daría todo lo que tengo, incluida a mi familia (Risas) por vivirlo ahora.

Por ser consciente.

Claro, ser consciente de lo que estaba pasando. Aun así, lo pasamos muy bien, a pesar de que la Villa Olímpica era muy soviética. Los edificios eran un poco rústicos. El tiempo nos acompañó mucho, además. Me acuerdo de la ceremonia de inauguración, que fue espectacular. El himno soviético, que es el himno ruso, con una banda de trescientos, yo qué sé los que había allí… Te daban ganas de pedir el pasaporte automáticamente (Risas). Y luego encendió la antorcha Sergei Belov, que no sabíamos cómo iba a subir al pebetero, porque nosotros mirábamos el pebetero y era una grada llena de gente. Entonces, de repente, los voluntarios de esa grada se fueron levantando como una escalera, para que subiera. Fue una cosa bastante sorprendente.

¿Cómo era la convivencia en la Villa?

Bueno, la villa era bastante triste. Sobre todo, comparada con la de Los Ángeles. Sí que recuerdo que había una tienda que vendía pocas cosas, pero las que vendían las comprábamos todas porque estaban muy baratas. Los prismáticos, por ejemplo, porque, en el edificio de enfrente estaban las chicas (Risas). También vendían una colección de ropa deportiva de Seve Ballesteros, de una marca japonesa.

Anda…

Y entonces fue cuando me di cuenta de quién era Seve Ballesteros fuera de España, porque, claro, habíamos oído hablar de él, pero como una cosa un poco lejana. Me acuerdo de que se lo comenté a Seve un día y me dijo: «Sí, sí, el cabrón del japonés ese nunca acabó de pagarme todo».

Echasteis un partido contra la selección olímpica de fútbol, que también andaba por ahí.

El último día. Hicimos una selección del resto de deportistas y jugamos contra ellos. Estaba Marcos Alonso, estaba Poli Rincón… Nos lo pasamos en grande. Veías correr a Moracho, que había sido finalista en los Juegos. Venía de batir el récord de España en un mitin en Zúrich y era un espectáculo verlo correr la banda. Me acuerdo también de que Corbalán jugaba de portero y les regañaba a los futbolistas porque no tiraban de fuera. Es lo que se decía entonces de los futbolistas españoles, que no tiraban desde fuera del área, que eso solo lo hacían los alemanes. Luego, se hicieron una apuesta los futbolistas con Rincón a que no se tiraba del trampolín más alto, pero se tiró, se tiró… Se pegó una hostia enorme, pero, bueno, ganó la apuesta.

A los 21 años, rodearte de los mejores deportistas del mundo tenía que ser espectacular.

Claro. Estábamos un día en el comedor y te ibas cruzando con todos. Es lo que es espectacular. Una vez me puse a hablar con Juantorena, porque nosotros habíamos jugado con Cuba algunos amistosos en España y se habían clasificado para los Juegos.

Era un buen equipo, Cuba.

Sí, fue medalla de bronce en Múnich y mantuvieron el equipo hasta los ochenta. Jugar contra ellos era como jugar con una radio todo el partido.

Trash-talking.

Sí, todo el rato. Todo el rato. Que era ya en plan «Cállate ya un poco, tío». Y, bueno, uno de ellos, creo que el base, que se llamaba Herrera, me presentó a Juantorena, que había sido doble medalla de oro en Montreal, en 400 y 800, que es la hostia. De hecho, se dijo: «Esto abre una nueva era» y, desde entonces, no lo ha repetido nadie. Bueno, y estábamos allí un día en el comedor y entró el equipo rumano de gimnasia… Nadia Comaneci. Todas rodeadas de guardaespaldas. El otro día, no sé qué idiota decía que la Villa Olímpica era un recinto de monstruos. Mira, ahí se ven a los dioses del Olimpo. Que habrá gente rara, no te digo que no, pero básicamente son los dioses del Olimpo.

Los mejores haciendo lo que mejor saben hacer.

Exacto. Un día, me metí en el gimnasio, a hacer no sé qué. Entonces, eran más pequeñas las villas olímpicas, iban menos deportistas. Y estaban haciendo el tonto Teófilo Stevenson y un peso ligero cubano. No lo entendías mucho, pero te podías acercar y lo veías ahí al animal este, al Teófilo Stevenson.

¿Y deportivamente cómo fue la historia?

Yo creo que fue bien.

Os jugasteis el tercer puesto, pero contra la URSS, que había perdido contra Italia y venían picadísimos.

Es que Italia tenía un equipazo. De hecho, esa Italia es la Italia que luego queda campeona de Europa en el 83. Italia tenía un muy buen equipo, porque tenía a Marzoratti, que todavía estaba bien, a Brunamonti, a Meneghin, a Villalta

¿Estaba Riva ya?

Sí, Riva estaba ya. Tenían tan buen equipo que le ganaron a la URSS. Y, bueno, yo creo que para nosotros fue bien. O sea, nosotros llevamos un equipo ahí de entreguerras, digamos, un equipo de transición. Wayne estaba muy bien, pero nosotros éramos jovencitos todavía. Yo jugué intermitentemente: jugué bien contra la URSS, me acuerdo, en la fase de grupo. Fue la segunda vez, o la primera vez que vi a Oscar Schmidt, que, por entonces, no sé si era titular o era el sexto hombre, pero ya era una metralleta, tío. Era una cosa…

¿Cómo vivieron los soviéticos lo de perder en su casa?

Estaban consternados. Consternados. Bueno, yo creo que a veces el factor cancha pesa mucho. Y en este caso, imagínate. Yo creo que la presión del régimen soviético era incluso mayor que la presión del Madrid.

Sí, obviamente, o al menos las consecuencias eran las más graves.

A ver, tampoco ellos tenían un gran equipo, pero yo creo que sí podían haber ganado; de hecho, estuvieron a puntito. Y, bueno, a nosotros nos metieron una barrida de la hostia para el tercer puesto.

Cuando vuelves a España, son los años en los que ya empieza claramente la rivalidad con el Barcelona.

Sí. El Barça en los años 70 había intentado hacer buenos equipos, pero no había dado con ello. Y claro, es que el Madrid tenía a Luyk y a Brabender, aparte de los mejores bases de Europa. Era muy jodido. Y entonces lo que ocurre es que, por ejemplo, nosotros nos encontramos con que Rafa Rullán, que es un pívot relativamente joven, se lesiona en un pie y nunca vuelve a ser Rafa Rullán.Y en esa temporada que dices que nos ganan la Liga…

No solo eso, sino que se os cuela el Estudiantes segundo.

Sí, a Randy Meister le dan un golpe en un riñón, en un partido amistoso y apenas juega en todo el año, porque está orinando sangre mucho tiempo. Para nosotros, es una temporada espantosa porque nos quedamos sin los dos pívots titulares. Imagínate. Y luego tuvimos alguna lesión más también, y el cambio de Walter por Abromaitis.

El padre del que luego vino a Canarias.

Era un jugador completo, pero no era un tirador. Era más un cuatro que un tres. En fin, fue un año horroroso: se te lesionan los dos pívots, el americano no encaja y rompes una estructura que había estado funcionando muy bien. De hecho, yo recuerdo haber jugado muchos partidos junto a Corbalán. Ya en la pretemporada nos fuimos a jugar la Copa Intercontinental a Sarajevo y, sorpresivamente, con ese equipo sin pívots y tal, le ganamos al Maccabi con un partidazo de «Indio» Díaz. Pero un partidazo que te cagas. Contra el Bosna, competimos bastante bien, incluso creo que le forzamos la prórroga… pero, luego, nos cogió un equipo brasileño, que no sé si era el Sirio, y nos metió de treinta. Digamos que íbamos haciendo una heroicidad tras otra hasta que nos caímos con todo.

En Europa, nada de nada.

Nada. Me acuerdo de que el primer partido fue en Egipto, contra el Zalamek. Fue un viaje curiosísimo. Fuimos a ver las pirámides, que estaban ahí justo al salir de El Cairo, el tráfico era absolutamente caótico… Estuvimos a punto de morir porque el taxista casi se choca con un carro… Era una cosa espectacular. Estábamos en un hotel de principios del siglo XX. Como en las películas, pero 70 años más tarde, con la pintura desconchada y tal. Nos dieron una cena allí en el club, porque el Zamalek es un club muy grande, y el agregado cultural de la Embajada nos decía lo que teníamos que comer: esto no se te ocurra, esto sí (Risas).

Ganasteis, ¿al menos?

Pues creo que sí. El partido era en tierra batida y al aire libre. Una cosa acojonante. Había un señor con una pizarra muy grande que hacía de marcador, como en el Ramiro, ¿te acuerdas? En la Nevera era igual.

Al año siguiente, para compensar, llegan Fernando Martín, del Estudiantes, y Mirza Delibasic, que tal vez ya no era el jugador que había sido en el Bosna Sarajevo.

Pues el primer año fue espectacular. Me acuerdo de que, a principio de temporada, quedaba mejor jugador en todos los sitios a los que íbamos. Y luego aquí en la liga, jugó un partidazo en el Palau de la hostia. El partido aquí en Madrid lo jugó muy bien también, que ganamos, pero en el de Barcelona dio una exhibición.

Ese año empiezan a debutar los «juniors de oro» de Clifford Luyk: Guillermo Hernangómez, el recientemente fallecido Ion Rementería, Javi García Coll, Pedro Rodríguez…

Sí, Guillermo Hernangómez juega aquí en el partido contra el Barça, que se nos complica porque los pívots hacen muchas faltas y acaba saliendo Hernangómez. De hecho, acabamos jugando Mirza, Juanito, Juanma Iturriaga, Guillermo Hernangómez y yo. Y ganamos el partido, con un palmeo buenísimo de Hernangómez. Cuando llegamos al vestuario, se le acerca Lolo y le dice: «Renovado un año más». Claro, joder, ¿qué menos, no? Valió una liga, ese palmeo. (Risas)

La liga se decidió en el Palau, como decías.

Sí, Juanito Corbalán comentaba: «Me parece que estos están vendiendo la piel del oso antes de cazarla». O sea, se creían que nos iban a ganar, porque ellos estaban jugando bien y tal, pero MirzaMirza jugó un partidazo que te cagas. «Me han fichado para estos partidos», decía. Y ganamos.

Jugáis la final de la Recopa contra la Cibona de Alexandar Petrovic, Knego y Cosic.

Y de Cutura. Ya jugaba Cutura. Pues mira, la verdad es que aquel partido lo teníamos que haber ganado, pero salió un primer tiempo muy malo. Joe Chrnelich, que había hecho una gran competición, estuvo aquel día un poco tal, y luego a Mirza le costó un poco entrar en el partido, Lolo lo cambió y luego no lo metió hasta muy avanzado el partido. Y bueno, Juan tampoco estuvo nada bien. De hecho, por eso jugué yo toda la segunda parte y la prórroga, creo. Y nada, pues perdimos. Cosic dio un recital… Nosotros teníamos a Fernando Martín, pero todavía era muy joven. Todavía no era Fernando Martín. Empataron en el último segundo, creo. Siempre me arrepentiré de no haberle agarrado el pie al hermano de Petrovic, que seguro que los árbitros no lo habrían visto y se habría caído. Pero bueno, estas cosas pasan. Y fue una pena.

Cuando acaba esa temporada, tienes solo 23 años. ¿Podrías siquiera imaginar que no volverías a ganar una liga en tu vida?

No, claro. Tampoco se me pasaba por la cabeza que me iba a ir del Madrid. La verdad es que luego, repasando eso, repasando la historia, yo he pasado en el Real Madrid muchos años, pero algunos han sido de los peores en cuanto a lesiones. Entre eso, todo lo que nos pasa después y lo de Neyro, se explican muchas cosas.

Cuéntame un poco cómo fue tu salida del Madrid. El 83 fue tu último año. Corbalán siempre dice que te faltó paciencia, que no tendrías que haberte ido, que os habría ido mejor al Madrid y a ti si te hubieras quedado.

Bueno, nunca sabes lo que va a pasar, ¿no? Probablemente, hubiera sido así, supongo. Es cierto que yo aquel año además jugué mucho. A ver, yo entré en el Madrid y fiché por tres años. El primer año jugué poco, pero estuve en los partidos importantes. El segundo, jugué mucho. El tercero, vuelvo a jugar relativamente poco, aunque la final de la Recopa la juego casi entera… el caso es que había algo ahí que no me cuadraba muy bien, así que pedí solo un año de renovación. El club me ofrecía tres, pero yo solo quería uno… y al acabar ese año, soy yo el que les pido tres y ellos solo me ofrecen uno.

¿Seguía Saporta en el club?

No. Cuando yo entro en el primer equipo del Madrid, Saporta ya no está, porque él era un hombre de Bernabéu y cuando muere Bernabéu, él dice que no quiere seguir, aunque intentan convencerle. El caso es que a mí la oferta no me parece procedente. No sé, yo tomé esa determinación porque me parecía que no había compromiso, que todo era «que sí, que no, que sí, que no», así que yo dije: «Mira, ya está». Había un equipo nuevo, que era el Cajamadrid, y ahí me fui. Tal vez, mi carrera en el Madrid habría sido más larga, pero, bueno, yo he sido muy feliz también fuera del Madrid, así que, desde el punto de vista personal, eso no me pesa en absoluto. También te digo que, si me hubiera quedado en el Madrid, a lo mejor no habría ido a los Juegos de 1984.

Es posible, aunque al Europeo de Nantes sí que vas, ¿no?

No, no estuve. A ver, yo tuve un ligero encontronazo con Antonio. Y a Antonio, estas cosas no le hacían mucha gracia. En el partido contra Italia en Moscú, me saca a falta de unos ocho minutos. Íbamos perdiendo por diez o por doce y remontamos un poco a base de presionar, de correr… Y, en una de esas, que estaba yo ahí en la banda echando el bofe, me pega un repaso sin venir a cuento, y yo le respondo de mala manera. Mal hecho… pero, bueno, también a veces, pues, joder, estás allí a ciento ochenta pulsaciones o más, y, bueno, pues me sentó mal, porque, a veces, los entrenadores hacen cosas de estas, que le echan la bronca al que le pueden echar la bronca. Empiezan: «Hay que coger rebotes». Joder, pues dile al William Smith III este, que es el encargado de coger rebotes, que coja rebotes él. Y, bueno, a partir de ahí, pues digamos que Antonio me pone en la nevera.

Cuéntame un poquito la experiencia del Cajamadrid.

Es un equipo que sale en Alcalá de Henares con la pretensión de arraigar ahí, porque aquí en Madrid, con el Estudiantes y el Madrid, era imposible. El Cajamadrid tenía un club deportivo…

Creo recordar que tenía equipo de balonmano, también.

Tenía balonmano, ciclismo aficionado… la Caja tenía un encargado al que le gustaba el deporte. O sea, la Caja, como entidad, tenía la intención de expandirse deportivamente. Y, luego, allí había un director de personal, que se llamaba Anastasio López Blanco, al que le gustaba mucho el baloncesto, así que apostaron por el baloncesto. Subieron de segunda a primera y, la verdad es que los años que estuvimos fue estupendo.

Te ves rodeado de excompañeros.

Estaba Brabender, estaba Beirán, estaba Fermosell…

Del Corral también jugó ahí, ¿no?

Del Corral llegó a mitad de temporada, porque Del Corral se había lesionado en el Inmobanco y empieza la temporada recuperándose, pero cuando se lesiona Wayne, fichamos a Alfonso. Teníamos también a dos americanos muy buenos para el equipo: Rick Hunger, que era un leñador canadiense, que estuvo a punto de jugar ese año en la NBA. Era muy grande, muy fuerte y no tenía miedo a nada. Y luego corría, bloqueaba, o sea, hacía todo el trabajo sucio. Beirán acabó en la selección gracias a la mano que le dio Dios y a los bloqueos que le hizo Rick Hunger… Y luego tuvimos a Wayne McKoy que era un hombre muy talentoso, un poco inestable, del que se esperaba en Estados Unidos que fuera una figura porque destacó muy joven de la universidad de St. John’s y que jugó muy bien, con nosotros jugó muy bien. A ver, era un poco así, nunca sabías y tal, pero tuvo partidos muy buenos.

Acabáis terceros en la temporada regular.

Sí, porque encajamos muy bien todos y también teníamos muchas ganas de decir, oye, que nosotros estamos aquí porque queremos. De hecho, ganamos… a ver, en pretemporada ganamos al Madrid. Hacemos un amistoso en Alcalá y ganamos al Madrid. Entonces claro, eso ya produjo cierta curiosidad en la localidad. Y luego estamos a punto de ganar al Barcelona. Ganamos al Joventut en Badalona en la primera transmisión de TV3 deportiva. Hay por ahí unas imágenes en Twitter circulando…

Pero luego os eliminó el CAI en cuartos de final.

El CAI, que vamos, de estas cosas… A ver, ganamos el primer partido ahí, el segundo aquí nos lo ganan bien. Y el tercero, lo tuvimos en la mano. En la mano. Y un jugador al que no voy a nombrar, en un dos contra uno o tres contra uno, en lugar de pasar el balón hace falta de ataque. Si hubiéramos metido una bandeja, nos hubiéramos puesto uno arriba, pero choca y hace falta de ataque. Si hubiera tenido una metralleta, lo hubiera matado allí mismo. No veas qué disgusto, porque hubiéramos quedado terceros y hubiéramos jugado la semifinal contra el Madrid o contra el Barcelona. El CAI era el CAI de Magee que había ganado la Copa y tal, pero yo creo que aquel partido les teníamos.

El año siguiente, sin embargo, es un desastre.

Y no porque yo no lo advirtiera… Cambian a los americanos. Dicen: «No, hay que mejorar». Y, yo, esto de que hay que mejorar…

Si eres tercero, tienes poco que mejorar.

No tienes nada que mejorar en el Cajamadrid. Pero este es el mal de algunos equipos que creen que tal, que cual y que no sé qué. Ese año, hay dos hechos que nos marcan: uno, este, y el otro, que Alfonso del Corral ficha por el Madrid y nos quitan a un hombre de mucho peso. Yo creo que lo fundamental es que a los americanos en lugar de mantenerlos los cambian. Y entonces viene Orlando Phillips, un jugador con muchísimo talento, pero que estaba en su primer año en Europa. Un tipo muy majo, ¿eh? Majísimo, en serio. Y, luego, el teórico sucesor del leñador, de Hunger, que era Thornton y que no solo era más pequeño, sino que no entendió bien ni el equipo, ni la ciudad, ni el arbitraje ni nada. Aparte, era muy poco anotador. Lo curioso es que luego jugó en la NBA unos cuantos años, ante mi sorpresa.

Eso pasa a veces. Mi sorpresa se llamaba Bo Outlaw, que jugó en el EBA del Estudiantes y era un espanto. Luego, acabó como hombre clave en los Orlando Magic.

Bueno, es que en la NBA el jugador muy, muy específico tiene cabida. Aquí en el baloncesto europeo tiene cabida si eres Pedro Rodríguez. Me acuerdo de que, cuando Pedro entrenaba con nosotros, Lolo se desesperaba. Pedro era junior y cogía todos los rebotes. Lo que hizo después, vaya: cogía todos los rebotes de ataque del mundo. O sea, todos. Y era muy divertido, porque Lolo gritaba: «¡Eh, los rebotes!» y Pedro, ¡venga a coger rebotes! ¡venga a coger rebotes! Era una maravilla. Tenía esa intuición de entrar un poco desde atrás y luego saltar y chocar y mover un poco al defensor.

Thornton no tenía esa intuición, entiendo.

No, Thornton, no. Vamos, no. No solo no mejoró, sino que empeoró mucho el trabajo de Hunger y al equipo le fue fatal.

Os salváis en los playoffs de descenso contra el Caja de Ronda.

Sí, sí. En Málaga.

¿Cómo lo recuerdas? De repente, pasar del exitazo total del Madrid y jugar finales de Copa de Europa a luchar por no descender…

Espantoso. Eso es lo peor que hay. Por eso los quitaron, porque es una situación absolutamente espantosa. Tienes muchos más nervios y mucha más tensión y mucha más angustia. La palabra es angustia. Y bueno, bien, ganamos bien. Orlando jugó muy bien. Metió 22 puntos, todos con la izquierda siendo diestro.

¿Ah sí? ¿Por qué?

Pues él tenía un movimiento muy bueno que cogía el balón con un poquitín de ventaja y saltaba y se lo pasaba a la izquierda. Yo anoté veintitantos puntos en los dos partidos y ya dejo el equipo porque el planteamiento que me hacen es otro planteamiento de fichajes: «Vamos a fichar a no sé quién y a no sé qué otro» y yo les dije: «No, no…». Ficharon a Andro Knego y a Craig Dykema, que había jugado en el Licor 43, un jugador blanco, muy bueno. Me acuerdo de que les dije: «Cuidado con este equipo». Y bajaron.

Esos dos años del Cajamadrid los compartes también ni más ni menos que con tu hermano Toñín.

Sí, a ratos jugamos mucho, sí. Luego se repetiría la historia en Andorra.

¿Cómo era jugar con tu hermano pequeño?

Pues, para mí, era un gran placer. Toñín era entonces un jugador joven todavía, que venía de haber hecho un gran mundial junior en Palma de Mallorca.

¿Tienes la sensación de que no pudo desarrollar todo su talento? También iba para gran estrella…

Bueno, es que entonces era muy difícil ser un base y más en un equipo grande: en el Joventut solo jugabas si eras de la cantera. No había otra opción. Quedaban el Madrid y el Barcelona. Y el CAI también tenía esa política. O sea, el CAI me fichó a mí, pero un poco por capricho de Rubio, todos los demás bases eran de la cantera. Ya no te hablo del Estudiantes… Yo creo que Toñín hizo la carrera que tuvo que hacer. También es verdad que nos costaba mucho salir de Madrid. No sé por qué, pero a mí me intentó fichar Aito para el Cotonificio. Cuando renuevo por el Madrid, la primera vez que renuevo, a mí me intenta fichar Aito. Luego, también con el Joventut, pero es que Madrid era una ciudad mágica a principios de los ochenta. Madrid era… Madrid era la hostia.

No había nada como Madrid en el mundo entero. Venían los de Barcelona y se quedaban flipados. Venían con la selección y nos íbamos a dar una vuelta un lunes. Ibas por ahí, por Malasaña, por no sé dónde. Había mogollón de conciertos. Estaba Rockola. Bueno, primero Marquee y luego Rockola. Igual en Rockola había dos o tres conciertos a la semana. No sé, había un ambiente.. .Bueno, también éramos muy familiares nosotros. O sea, siempre habíamos estado todos juntos y tal. En general, al jugador del Madrid le costaba mucho salir de Madrid, porque había una comunión entre todos: habíamos jugado muchos en la cantera y nos llevábamos muy bien: salíamos juntos a comer, a cenar por la noche…

En medio de estas dos temporadas del Cajamadrid, están los Juegos Olímpicos del 84.

Aquello fue la hostia, tío. O sea, nos lo pasamos…Nos lo pasamos como enanos. Además, cogimos a Antonio en épocas liberales, por decirlo así, y hacíamos lo que queríamos. Tuvimos una gira un poco accidentada por México, pero también nos lo pasamos muy bien. Era un equipo que nos lo pasábamos de puta madre: había grandes conversadores, Cristóbal estaba de médico, que era otro que aportaba tranquilidad, pero también mucha conversación. Yo recuerdo allí, en la villa, joder, incluso después de los partidos, quedarnos ahí hasta el amanecer charlando. Piensa que yo había jugado con Epi en la junior, que Solozábal e Iturriaga tenían muy buena relación, que el Lagarto es el Lagarto…

La Villa no era la de Moscú, precisamente.

La villa era luminosa, brillante. Los americanos son los reyes del mundo del espectáculo. Lo único malo es que se dividió entre UCLA y USC. Nosotros estábamos en Southern California, con la ventaja de que teníamos una sala de cine apabullante, porque es la universidad donde habían estudiado Lucas, Spielberg, etc. y tenían una sala de cine con una nitidez y con un sonido espectacular. Además, había conciertos, música en vivo a muchas horas del día. La J. Geils Band tocó allí, que yo los había visto en el 82 en el Calderón, de teloneros de los Stones. Todo el mundo súper simpático. Había una parrilla de hamburguesas abierta toda la noche.

Fuisteis a un concierto de Julio Iglesias y todo.

Sí, porque estaba Toncho Nava, que había sido jugador del Madrid y era secretario de Julio Iglesias. Nos llevó allí a un concierto de superinvitados, vamos. Luego, pasamos allá a la zona VIP de después del concierto, que no he tenido nunca una sensación igual de hombre agrario, porque íbamos con el traje de los Juegos, claro, no teníamos otro. Y ahí, todo el mundo con lentejuelas, esperando a ver si salía Julio Iglesias a decir algo, que luego no salió. También nos encontramos a Plácido Domingo, por ahí, que me acuerdo de cómo se saludaron Plácido Domingo y Saporta. Le preguntó: «¿Tienes entradas para baloncesto?» y Saporta dijo: «Plácido, tú llámame…». Si es que fue todo perfecto.

El gran partido de esos Juegos es la semifinal contra Yugoslavia.

Me acuerdo de que el día antes nos dio Antonio el día libre y yo me fui a la playa de los surferos. Otros se fueron a Venice Beach. Nos dimos un baño y quedamos a las ocho para ver el vídeo del partido del día siguiente. ¡Imagínate el relajo que teníamos!

Es curioso porque, tal vez, la gran figura mediática de esos Juegos es Corbalán, pero contra Yugoslavia tú eres clave y Solozábal directamente salió de titular…

Bueno, en descargo de Juan, quiero decir que en el Preolímpico dio la mejor versión de su carrera. Lo que pasa es que luego se opera, porque no sé qué le pasa en un tobillo y, cuando vuelve, no termina de coger el puntito que tuvo en el preolímpico, que jugó como los dioses, igual que Fernando Martín, Andrés Jiménez… Todos, la verdad es que todos. En cambio, a Los Ángeles llegamos renqueando, porque Fernando Martín está regular de la espalda, porque Juan está ahí operado, porque llevamos ya trece meses de temporada… y entonces llegamos un poco pasados, con la fortuna de que a los demás equipos les pasó lo mismo. Ya el partido de Australia se nos atragantó. Australia siempre ha sido un equipo muy duro. O sea, lo que se ve ahora de Australia siempre ha sido. Entonces, tenía un gran anotador que se llamaba Andrew Gaze, y el resto del equipo era muy duro.

En ese partido, Antonio también te saca para agitar un poco el avispero…

Estábamos jugando regular, el partido se nos había atragantado. Lo típico que vas 6-8 puntos arriba y no te despegas. Antonio me saca a falta de siete minutos o así y yo me acuerdo de que salí acojonado. Me hicieron dos faltas y en el primer tiro libre que lanzo, pienso: «Hostia, no toca el aro». Y, de repente, veo que entra limpio. Te juro que creía que no iba a tocar ni el aro. Estaba atacado, porque no había jugado en todo el partido, eso no era como ahora, que hay rotaciones continuas.

Claro.

Estabas ahí sentado y te decían: «Ahora». Y tú, en plan, joder, que hace dos horas que he calentado. Luego, también metí una canasta o dos más y eso me dio mucha confianza para la semifinal. Ahí, nos costó también mucho arrancar el partido, y es verdad que cuando salimos Fernando Romay y yo el partido cambia. Poco a poco, pero va cambiando. Cogemos el ritmo nuestro, que era defender y correr, con Epi, con Andrés, con Romay… Curiosamente, Fernando Martín tampoco juega mucho. Bueno, yo creo que el éxito de aquella selección era ese, que éramos muchos.

Margall jugó muy bien, ¿no?

Margall jugó impresionante. Margall dio una lección de jugar con el balón.

 

Me decía Rafa Vecina que él no había visto a nadie tirar como Margall.

Sí, sí, Margall tiraba impresionante. Beirán tiraba muy bien también. Jugó muy, muy bien todo el campeonato, Margall. En realidad, lo que confirmó la semifinal fue la dinámica del torneo. O sea, yo el recuerdo que tengo de Fernando Martínes entrar en el piso nuestro y verlo allí tirado en la camilla con el fisioterapeuta aplicándole los ungüentos o dándole calor o masaje o lo que fuera. Fernando estaba bastante jodido.

Y luego ya le acompañaría al resto de su carrera, prácticamente.

Sí, luego estuvo con la espalda y el tendón de Aquiles. Tenía también problemas en el tendón de Aquiles. Y pues al final, bueno, éramos todos tan buenos que daba un poco igual. De hecho, ya digo, a Juan, yo creo que por el pie y tal, no le salieron tan bien las cosas y salí yo y ya está.

Cuando jugáis contra los Estados Unidos, en la fase previa, y supongo que hacéis el típico análisis prepartido de quiénes son y cómo juegan y tal. ¿El bueno era Jordán o el bueno era Ewing?¿Qué idea tenéis vosotros?

Ahí había muchos buenos, ¿eh? Antonio Díaz Miguel conocía muy bien a Chris Mullin. Estaba Sam Perkins también, que era compañero de Jordan. Ahí eran todos buenos. Y, luego, con Antonio, a ver, todos siempre eran buenos. Jugabas contra Irán y eran todos buenos (Risas). Estaban los titulares y luego estaba el defensor este, Alvin Robertson, que estuvo dos o tres años, en el mejor quinteto defensivo de la liga. También jugaba Wayman Tisdale.

Leon Wood, que luego jugó en el CAI y se pasó a árbitro durante muchísimos años. Steve Alford, que jugaba con Bob Knight en Indiana…

Sí, que tiraba muy bien, pero luego no llegó a nada. Para la NBA no servía. Pero, vaya, a lo que íbamos: Antonio siempre hacía mucho hincapié en que el que partía la pana era Jordan. Les habíamos ido a ver jugar un partido contra un combinado de la NBA e hizo un partidazo. Me acuerdo de que le preguntaron a Isiah Thomas y ya dijo, antes de entrar en la NBA, que iba a ser una estrella.

Luego, Jordan coincide con vosotros en el 90, en la presentación de la ACB. ¿Se acordaba de vosotros o no?

No sé, yo no le dije nada. ¿Te acuerdas de Eddy Vidal, el que negociaba con Saporta?

Sí, sí, sí.

Cuando Magic Johnson vino aquí con el equipo aquel que tenía, vino el año 2000, o algo así, en el Centenario de Madrid, me parece, yo llevé a mi hijo Juan porque había una cosa con los niños, y entonces, Eddy Vidal, que jugó en Mannheim, me lo presentó y le dijo: «Mira, Magic, este es Joe», pero no se acordaba, claro. Se acordaba de que había jugado contra España en Mannheim, pero de nada más. En cuanto a Jordan, entró al vestuario ya vestido del hotel, estuvo bien, muy correcto, muy educado, nos saludó a todos y tal. Luego a Walter (Sczerbiak) le dijo que le había sorprendido, que éramos muy buenos jugadores.

Cuando volvéis de los Juegos Olímpicos, ¿cómo es el vivir como estrellas pop?

Yo me acuerdo de ir a Almería a pasar ahí unos días. Era la feria de la ciudad y no podía andar con tanto autógrafo. Entonces, no había tantas fotos, así que eran autógrafos todo el rato. Se empieza a notar que vas por cualquier sitio aquí en Madrid y te conocen. En Barcelona, casi más que en Madrid. De repente, José María García empezó a hacer carruseles de baloncesto, y luego ya cuando llegan las privadas, las televisiones privadas, sobre todo porque al principio tampoco tenían mucho contenido, todas las semanas íbamos a algún programa de los VIP aquellos que hacían, siempre estábamos. Entonces ya teníamos una edad. Quiero decir que no nos pilló, no es la…

A ver, en el 84, tú tenías 25 años.

Sí, pero bueno, ya se nos había pasado la edad del pavo, la edad esta que, de repente, no eres nadie y sales y juegas tal, un partido muy brillante con el Madrid y sales en todos los medios.

¿Tu tío te comentaba algo al respecto? Él había sido una leyenda del fútbol, pero en una época en la que el deporte no era un producto de consumo de masas, como lo era casi todo en los ochenta y los noventa.

Pues, alguna vez él me decía: «¿No estás un poco gordo?» (Risas)

¿En serio?

Te lo juro, te lo juro, sí, sí. Él veía los partidos, porque se había acostumbrado con el Madrid. Me acuerdo hace tres o cuatro veranos que mi hijo jugaba en Oviedo un amistoso contra el Madrid y le vio jugar y me llamó. No sé, me comentaba cosas, por ejemplo, sobre los americanos, cuando fichábamos a alguno nuevo y tal. Yo me acuerdo de que, en el colegio, nos iba a ver también, cuando jugábamos en San Agustín; iba a ver a mis hermanos también, a jugar al fútbol. Y luego iba con Pachín, no sé por qué Pachín también, el jugador de fútbol, y se les veía muchas veces con Miera en el patio del colegio viendo los partidos. Alguna pullita de ese estilo me tiraba de vez en cuando: «Hay que tirar más a canasta… Te veo un poco gordo…» (Risas). No, pero luego cuando jugabas bien, te lo decía también.

¿Se puede decir que esa racha de éxitos del baloncesto español acaba con el partido contra Checoslovaquia del Eurobasket 85?

Nos pudo el exceso de confianza, sí, nos pudo un poco. Checoslovaquia, teóricamente, era un equipo viejo. Digo «teóricamente» porque le ganaron a Yugoslavia también. Pensábamos que era pan comido, sobre todo porque habíamos jugado aquí en un amistoso y les habíamos metido de 30. Digamos que no nos lo tomamos demasiado en serio. Yo creo que hay demasiados momentos en el partido que estamos presionando y ellos juegan muy bien, porque son jugadores muy veteranos y lo hacen muy bien, muy bien, porque agotan las posesiones y están muy acertados y anotan al final de la posesión. Y claro, eso te va menguando poco a poco. Al final, el que tiene más presión, pues se va agarrotando más. Nosotros pensábamos que teníamos la medalla ya colgada y, joder, vemos que se nos escapa, así que te vas agarrotando más y cuando quedan cuatro minutos ves que no puede ser, que no puede ser, que no puede ser y al final pierdes.

Podría haber sido la tercera final consecutiva.

Claro, luego llegas al vestuario y dices: «Pero, bueno, ¿cómo es posible? Por favor, que echen la película hacia atrás, que jugamos otra vez y les metemos de 20». Y a partir de ahí y del Mundial de España, pues yo creo que es cuando se decide hacer una renovación, tal vez de forma exagerada, de forma anticipada… Piensa que Díaz Miguel estaba muy presionado por la prensa. Nosotros teníamos 27, 28 años y además seguíamos jugando bien pero la gente ya decía que estábamos viejos y que había que traer a nuevos jugadores y no sé qué.

¿Cuál fue tu último torneo internacional?

A ver, yo jugué los Juegos de Seúl, y luego, algún partido por ahí suelto.

¿Alguno de clasificación para algún Europeo o así?

Sí, sí, algún partido por ahí suelto, sí. Y pensé que iba a ir a los Juegos de Barcelona.

Ese año habías estado en el Madrid todavía, ¿no?

Sí y había jugado muy bien. Muy bien. Hice muy buen final de temporada. Pero estas son las cosas de los deportes de equipo. Quiero decir, al final depende de qué te diga un seleccionador y ya está.

En 1985, te vas a Zaragoza.

Sí.

¿Qué es lo que te mueve a irte para allá? Hablabas antes de lo difícil que era salir de Madrid…

Digamos que era la mejor oferta que tenía. Ya he contado antes que no creía que el Cajamadrid estuviera yendo por buen camino. Entonces, la oferta de Zaragoza era tentadora y José Luis Rubio siempre había tenido buena relación conmigo. Aparte, conocía a Fernando Arcega, conocía al «Indio». El CAI era de los mejores equipos de España. De hecho, quedamos un año cuartos y al otro, terceros.

El primer año, que estaban Riley y Aleksinas de extranjeros, yo me acuerdo de que, en cuartos de final, elimináis al Estudiantes en un partido que teníais perdido por completo.

Es que (José Luis) Rubio hacía unos equipos muy buenos. En Zaragoza, el baloncesto había pegado fuerte. Tenía detrás las instituciones, tenía detrás a la ciudad…O sea, los partidos se llenaban con muchísima gente, aparecíamos muchísimo en los medios. Y Rubio era una persona muy dinámica y muy luchadora. Él había subido el Helios de Zaragoza, que era el típico equipo que va creciendo poco a poco, poco a poco, poco a poco, y que era un equipo de la ciudad. Y, claro, Zaragoza es una ciudad grande. Había muy buen equipo y jugábamos muy bien muchas veces. El entrenador era Manel Comas, hablé también con él para ir allí y, bueno, pues entre todos me convencieron.

¿Qué tal Manel como entrenador?

Bueno, desde el principio yo me llevé muy bien con él, aunque tuvimos alguna pelea y tal. Le gustaban los entrenamientos duros y cortos. Y luego, los partidos los llevaba muy bien. Era muy… sagaz. Él fue el que inventó la famosa «táctica del conejo». Era un tío muy listo. Aquellos años ganamos muchas veces a los grandes. El Barcelona se nos daba de maravilla. El Madrid, algo peor, pero también le ganamos. Me acuerdo de que, el segundo año, me dijo Mariano Jaquotot: «Joder, se supone que ya te tenía fichado, pongo la radio y no dejo de oír Triple de Joe Llorente, triple de Joe Llorente. Vaya cabrón». (Risas).

Jugáis semifinales los dos años que estás allí y, además, en Europa os quedáis a un paso de la final de la Korac.

Joder, sí, teníamos que haber jugado la final. Nos tocó el Limoges, que estaba en todas por entonces, pero les teníamos que haber ganado. Teníamos mejor equipo. O sea, de hecho, al Barça le pasamos por encima. Yo creo que jugamos mal en Zaragoza, y allí, en Francia, ya era complicado… Por entonces, jugar fuera de casa era complicado porque cada pabellón era diferente, el suelo era diferente, los árbitros eran caseros… Nuestro pecado fue jugar mal en Zaragoza. El año anterior, me parece, habíamos jugado contra el Partizan, contra Divac y toda esa gente, muy jovencita, muy jovencita…

Djordjevic, Obradovic, Paspalj, Divac y compañía…

Sí, les ganamos en Zaragoza y ellos nos ganaron en Belgrado. Pasamos nosotros porque ganamos en Italia y ellos pierden ahí, no me acuerdo contra quién.

¿En qué momento dices: «Vuelvo al Madrid»? ¿Es el Madrid el que se pone en contacto contigo?

A ver, yo me acuerdo de un torneo de Navidad en el que Saporta me dijo: «Bueno, ¿qué tal todo? ¿Qué tal Zaragoza? ¿Estás contento?». Saporta ya no estaba en el Madrid, pero creo que hacía de asesor de la junta de Mendoza, algo así. Entonces ya directamente me pregunta: “¿Volverías al Madrid?”, y yo le digo: «Joder, claro, está mi familia, está mi casa, es mi sitio». El caso es que ahí se quedó la cosa y no supe nada más. Luego, salió un rumor en no sé qué momento, pero yo no sabía nada del Madrid. Fue a final de temporada cuando se pusieron en contacto conmigo y ya cerramos el fichaje.

El Madrid, en esta época, lo había intentado con Marcos Carbonell, con Quique Ruiz Paz, con Paco Velasco… pero ninguno se había consolidado como pareja de Corbalán. En esas, tú vuelves justo en el último año de Juan. ¿Cómo es esa vuelta?

Pues me sentí muy bien, muy bien. Conocía a los entrenadores, a los preparadores físicos… Con Chechu había jugado partidos amistosos, estaba Juanma, estaba Juanito, estaba Fernando Romay. O sea, conocía a muchos, había jugado con ellos mucho tiempo. Había estado muy bien en Zaragoza, pero, bueno, esta era mi casa, claro.

Ese año vuelve también Fernando Martín de la NBA.

Tarda un poco, yo creo que la pretemporada empezamos sin él, pero, bueno, enseguida se incorpora.

¿Os contaba alguna cosa de la NBA?

No, bueno, si le preguntabas, algo contaba. Decía que el entrenador allí no le sacaba nada, el Schulz ese…

¿Pero alguna cosa que hubiera visto allí que os dijera: «Joder, esto».

Sí, bueno, hablaba del club, pues, no sé, de Kiki Vandeweghe, que era un tío majo y tal, pero que no hablaba casi, que un día se había sentado a su lado en el avión, un viaje de tres o cuatro horas y que estaba muy serio y no había dicho nada en todo el viaje. Claro, como él era rookie, pues tenía que estar callado. También nos hablaba de Clyde Drexler, nos contó que hubo un partido en el que se mosqueó por no sé qué y empezó a jugar él solo y metió como diez canastas seguidas. Cosas así. Que el juego era muy duro, que la pretemporada era dura también y, bueno, que entrenaban diferente. Nosotros salíamos mucho a correr y a hacer pesas y ellos lo hacían todo en la cancha.

Tuvo que ser una experiencia agridulce para un ganador como él.

Sí, contaba que el primer día perdieron y él estaba muy cabreado. Tanto, que se le acercaron un par de veces a preguntarle: «¿Qué te pasa, hombre?», y él: «Pues que hemos perdido». Y los otros: «Venga, que aquí quedan muchos partidos, tranquilo».

Ese año fue la final de la Recopa contra la Cibona de Zagreb cuando Petrovic ya había firmado por el Madrid.

Sí, sí, jugamos contra él, jugamos aquí muy bien y luego la vuelta se complicó.

De hecho, fue el último «servicio a la patria» de Corbalán.

Bueno, en el partido de ida yo jugué mucho tiempo. Jugué casi todo el partido y bastante bien. Y, en la vuelta, Juanito se quedó dormido en el aeropuerto.

¿En serio?

Sí, sí, empezaron a llamar por los altavoces. Nos metemos todos en avión y al principio, no nos damos cuenta. Luego, ya sí. ¿Dónde está Juanito? ¿Dónde está Juanito? Y Juanito estaba en la puerta. Habían cerrado la puerta y el tío estaba dando hostias a la puerta para que le abrieran. Pero no le abrieron. Llegó al día siguiente, creo, por la mañana y, efectivamente, hizo un partidazo. Empecé yo jugando y tuve un partido, así bastante… regulero, por decir algo. Y se empiezan a venir arriba, ya sabes, el puño arriba, la bicicleta, y la gente como loca. Ahí, salió Juanito y calmó la cosa. Chechu también estuvo muy bien, hizo un partidazo, y entre los dos y Wendell Alexis

Qué bueno era Wendell Alexis.

Qué bueno era Wendell Alexis. Hay unos años que, no se sabe por qué, a los americanos no les renovaban.

Eso lo decía el otro día Lolo Sainz en esta revista, que le jodió mucho lo de Linton Townes, que se lo cambiaron por Larry Spriggs por decisión de Mendoza.

Sí, sí, pero es que el año antes se les había escapado ya Brian Jackson. Linton Townes sustituye a Brian Jackson. Y luego llega Wendell Alexis, que está muy bien, y le cambian. Llega Johnny Rogers, que está de puta madre, y le vuelven a cambiar. Joder, macho. Por cierto, hablando de Alexis, en ese partido fue él el que se encargó de parar a Petrovic. Entre su defensa y los puntos que metieron Biriukov y Corbalán, conseguimos que no nos remontaran.

Ese año perdéis la final contra el Barça de Aíto en cinco partidos.

Ese es el año que Fernando Romay se lesionó y creo que Chechu Biriukov también, aunque no estoy muy seguro de si fue ese año o el siguiente. Fernando Romay era clave. Todo el mundo habla de los duelos de Fernando Martín con Audie Norris, pero Fernando Romay le defendía a Norris muy bien, porque le obligaba a salirse fuera. Fernando pesaba mucho y era muy grande. Tuvimos que jugar la final sin Fernando porque se lesionó de la rodilla y eso fue una gran desventaja para nosotros.

Y al año siguiente eso llega Petrovic.

Llega Petrovic.

Elaboremos un poco al respecto de eso: tú no lo habías vivido, al menos con el Real Madrid.

No. De hecho, yo presumía de que en los Juegos Olímpicos le ganamos. En el campeonato de Europa, que también jugamos en contra, quedamos por encima de Yugoslavia. Y en la final de la Recopa, le ganamos también. O sea, yo presumía de que siempre había ganado a Petrovic o había quedado por encima de Petrovic. Y les decía a estos: «Si es que sois unos pringados, joder».

¿Pero cómo se le recibe?

Bien, bien. O sea, de hecho, él llega, vamos a entrenar. Entrenamos en el Palacio el primer día y luego nos vamos a tomar una cerveza y tal. Tomamos una caña, él toma no sé qué, no me acuerdo, y luego decimos de ir a cenar, pero él dice que está cansado. Pero no hay ningún problema, no pasa nada, todo muy normal. A ver, al principio, el fichaje causó impacto en la plantilla, claro, pero, bueno, si el club le ficha, hay que acoplarse a lo que hace el club.

Ganáis la Copa del Rey, la Recopa… y perdéis la liga en el quinto partido contra el Barcelona.

El primer partido lo jugamos sin Fernando Martín. Fernando Romay arrastraba una rotura de fibras y, aunque juega, va entrando y saliendo, jugando muy poco. A ver, el Barça tenía un equipazo también, pero esto siempre se pasa por alto. Fernando Martín tenía la espalda destrozada y viene para jugar el segundo. Yo me acuerdo de que Drazen estaba apesadumbrado en la cena, con la cabeza baja. Nosotros no sabíamos que venía Fernando y, cuando se plantó ahí, a Drazen le cambió la cara. Le dijimos a Fernando: «¿Pero vas a jugar?» y nos dijo: «Pues claro que voy a jugar, no me he levantado de la cama para perder, así que, a ver si espabiláis». Drazen estaba eufórico.

Os lleváis el segundo partido, pero perdéis el tercero en casa.

Es que, en el tercero, se tuerce el tobillo Johnny Rogers. Es una cosa detrás de otra. El cuarto partido lo ganamos y el quinto lo llevamos bastante bien, con el equipo completo, cuando pasa lo de Neyro.

Es curioso porque Lolo Sainz nos contaba en esa misma entrevista que Neyro no había sido decisivo.

Bueno, yo creo que el arbitraje fue lamentable. Ya he comentado las sucesivas lesiones que tuvimos, que arruinaron al equipo, pero lo cierto es que el arbitraje fue penoso. Igual si hubiera pitado bien, habría ganado el Barcelona, que nunca se sabe, pero el arbitraje fue penoso. Monjas, en un reportaje, dijo: «Fue un mal arbitraje», y tú ves ahora el partido y ves una sucesión de decisiones que dices: «Pero ¿por qué hace esto?, ¿por qué pita así?» Y también se comenta que él iba diciendo por Bilbao que él había ganado la Liga de Petrovic. Eso me lo han dicho a mí, porque Bilbao es un sitio pequeño.

¿Cómo vivís el año siguiente, el principio del año siguiente, en el que está el punto este de «me voy, me quedo, me voy, me quedo» con Petrovic?

Fernando Martín siempre decía que se iba a ir. Cuando hablábamos y tal, me decía: «Este se va a ir». Hay un día que entrenamos con Petrovic y está muy contento y empieza: «No, no me voy a ir, ya me voy a quedar aquí con vosotros porque estoy muy contento…» y Fernando me dice: «Ahora, seguro que se va». Había una cosa muy curiosa, que es que, en los entrenamientos, había un tío de Portland ahí en la grada. Se pasó ahí como tres semanas. Jugamos un partidillo que ganó mi equipo y yo le decía: «Joder, llévame a mí, que el bueno soy yo» (Risas). Y nada, de repente, un día, que habíamos quedado por la mañana en el pabellón, yo creo a las nueve y media, igual para correr fuera de la ciudad deportiva, pues vemos que son ya las nueve y media, que no viene, las diez menos veinte, y Fernando: «¿Ves? Si ya lo decía yo, este no viene, este no viene, seguro que se ha ido ya». Y Clifford, que siempre es muy bromista, pone así la cara muy seria, y dice: «Me han dicho que han visto un taxi parar en el Bernabéu, se ha bajado un tío, ha hecho la bicicleta, se ha vuelto a subir, y se ha ido para el aeropuerto» (Risas).

Se pasa, además, con el fichaje de George Karl, de un proyecto casi basado en figuras a otro casi coral, con una filosofía más americana, de rotaciones, en la que nadie jugaba ya cuarenta minutos…

Bueno, porque él tenía la idea, no universitaria, sino de la NBA, de que lo importante eran los play-offs. Había que rotar para no machacar demasiado a los jugadores. Lo que pasa es que cuarenta minutos son menos que cuarenta y ocho y, entonces, claro, las rotaciones tienen que ser más cortas. Eso ya lo había hecho él en la NBA cuando entrenó a los Cavaliers. Y cuando se va Drazen, él va fichando jugadores completos más que estrellas. Ficha a Mike Anderson, luego a Dennis Nutt. Se trae a Vincent Askew, pero llega con la rodilla mal y lo cambia por McDonald, que habría sido un fichaje impresionante para el equipo porque era un defensor maravilloso, lo había sido ya en la NBA y aquí incluso defendió un día a Kukoc y le pegó una secada tremenda en el torneo de Puerto Real. Pero McDonald tenía la espalda mal y acaba llegando Anthony Frederick.

Un prodigio de estabilidad, todo.

Imagínate, y cuando se mata Fernando, el club ficha a «Piculín» Ortiz para sustituirle y Mike Anderson se queda solo para la Recopa.

¿Cómo recuerdas, más allá del momento de la muerte, del que se ha hablado tantísimo, el partido de después, el del PAOK de Salónica que os hace jugar la FIBA recién llegados del entierro?

Todo fue… o sea, todo fue impactante. Todo fue muy conmovedor y muy impactante. De no saber lo que estaba pasando. Te despertabas en casa y decías: «Pero, esto, ¿es verdad?» O sea, fue muy demoledor y muy triste, además, porque no solo se muere un compañero tuyo, es que se muere el hermano de un compañero tuyo: conoces a los padres, a los hermanos… y, bueno, ese día, vamos al entierro por la mañana y luego nos concentramos para jugar el partido en el hotel, un hotel de Colón. Comimos ahí, yo me eché un rato porque estaba reventado -llevaba cuarenta y ocho horas con la familia, porque mi madre y la madre de Fernando eran muy amigas- y luego ya nos fuimos al partido. Y el partido al principio fue un desastre, un desastre… perdíamos de veintitantos. El caso es que llegamos al descanso y Antonio y George hablaron con nosotros. George nos dijo: «No pasa nada si perdéis hoy. Ninguna persona en el mundo os iba a decir nada… excepto Fernando».

Y salís con una rabia tremenda.

Bueno, salimos en una especie de trance y jugamos diez o quince minutos impresionantes, que George dice que son los mejores minutos que ha jugado ningún equipo que haya tenido. Damos la vuelta de perder de veinte y nos ponemos a ganar de quince en un momento, bueno, un momento, diez minutos o catorce ,y ahí empieza el pabellón: «Fernando está aquí», con la camiseta suya en la silla. Bueno, no sé cómo calificarlo. Por un lado, espeluznante, pero a la vez, emocionante. Antonio nos consolaba a nosotros. O sea, son cosas… la vida a veces te trae cosas inesperadas, porque, en verdad, todo pende de un hilo, ¿no? Y esto fue durísimo, fue durísimo, porque luego tuvimos que convivir con la pérdida, con Antonio, y eso hizo que nos juntáramos mucho. Aquella temporada, muchas noches fuimos a cenar todos juntos. Acabábamos el entrenamiento y alguien decía: «¿Qué hacemos hoy?» y nos íbamos todos juntos a algún lado. Consolándonos entre nosotros, de alguna forma.

Los tres últimos años que pasas en el Madrid no son buenos para el equipo en las competiciones locales: el Barcelona y el Joventut se reparten los títulos e incluso el Estudiantes amenaza con el sorpasso… pero en Europa, jugáis tres finales seguidas, la primera, el año de Karl, de nuevo en la Recopa.

Sí, contra la Knorr de Bolonia. Estaba «Sugar» Ray Richardson, que jugó un primer tiempo muy malo y en el segundo no falló una. ¿Qué pasaría en el descanso? (Risas). Jugaba también el padre de un chico que luego ha estado en la NBA, no me acuerdo del nombre.

Vittorio Gallinari, el padre de Danilo.

Ese. El caso es que llegamos a la final sin Chechu, que se rompe la rodilla. Los favoritos eran ellos. Recuerdo que, cuando llegamos ahí, leímos una entrevista con Brunamonti en la que advertía: «Cuidado con el Real Madrid, que con las copas que tiene puede tapar a todo el equipo», pero realmente nosotros estábamos en cuadro. Quique Villalobos también tenía una lesión en un dedo del pie. Aquel final de temporada lo jugamos con siete jugadores como mucho. En la Recopa, al menos teníamos a Anderson, e íbamos haciendo lo que se podía. No sé, no tengo muchos recuerdos de aquella final, más que no tuvimos ninguna opción de hacer nada.

Al año siguiente, se va Karl y el club pone a Brabender de primer entrenador. Un entrenador novel al que le traen de americanos a dos universitarios: Stanley Roberts y Carl Herrera.

Muy jóvenes, sí. Muy inmaduros todavía. A ver, eran grandes jugadores. Stanley era una máquina, era impresionante. O sea, yo no he visto nada como Stanley aquí en Europa. A Stanley le pasabas el balón y saltaba por encima de cualquiera. Como hiciera así, como tuviera sitio…

Sí, se le comparaba por entonces con Shaquille O´Neal.

Era una cosa espectacular, pero vino muy pasado de peso. Eran jugadores que no se acoplaron bien al equipo. Yo entiendo que el planteamiento sea a medio plazo, que digas: «Bueno, vamos a esperar dos o tres años a que esto funcione». Lo que no puedes esperar es que funcione nada más llegar. Porque es imposible. Unos americanos nuevos, jóvenes, que no han jugado nunca en Europa y que fuera de la cancha… en fin, eran muy jóvenes, también. Añade el entrenador nuevo y que tampoco fichan un segundo base de cierta experiencia. El que jugaba de segundo base era Isma Santos.

Que ni siquiera era un base.

Bueno, pero, en principio, no tenía mala pinta como base, que no digo yo que no sea un proyecto de futuro, pero tienes que fichar otro base. Yo venía de cargarme de minutos en la temporada anterior, que acabé reventado. George me felicitó y tal, pero acabé reventado. Era difícil que eso cuajase, a pesar de que hicimos muy buenos partidos. También hubo muchos cambios. Que no digo que fueran desacertados, digo que eran cambios tardíos o a destiempo. Por ejemplo, a Wayne lo destituyen después de haberle ganado bien al Barça, incluso estamos a punto de meternos en la final de Copa contra ellos.

Aquel pase de Lisard a Trumbo con el tiempo casi a cero…

Sí, que solo baja Chechu a defender, porque Stanley Roberts estaba aún saltando en el tiro libre, celebrando.

Claro, claro, porque ya se suponía que el partido estaba acabado.

Sí, joder, pero no te quedes ahí, ¿no? Es que fue una tras otra, pero luego les ganamos en la Liga y echaron a Wayne y vino Pinedo.

Cuéntame un poquito de Pinedo como entrenador en el Madrid. Porque siempre nos centramos en la desgracia y no en su trabajo.

Pinedo tenía autoritas. Era un sabio del baloncesto y el club intenta la fórmula Molowny, que tan buen resultado había dado en el fútbol. Pusieron a Pinedo con Jareño y con Tirso Lorente, creo. Me acuerdo de que, el primer día, nos cantó las 40 a todos. O sea, llega allí y nos va diciendo a cada uno: «Tú, ¿por qué no haces esto?, Antonio, ¿por qué no…? ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás todo el día no sé qué?» Y a los americanos, pues eso: «Hay que correr más, hay que hacer más». Y, de hecho, Carl Herrera empieza a jugar mejor cuando Pinedo le saca de sexto hombre. En la semifinal contra el Joventut, allí, en Badalona, salimos sin base, porque yo era el único base, con Quique Villalobos defendiendo a los Jofresa. Era un entrenador muy listo en detalles tácticos, y luego se rodeaba de otros más jóvenes que le actualizaban un poco su sabiduría, digamos. Pero él, la fuerza que tenía era que todos le respetábamos como si estuviera ahí el mismísimo Naismith. Un respeto máximo.

Muchos habíais pasado por la selección junior con él, claro.

Sí, y seguíamos quedando con él a comer, una vez al mes. Aquí hacía él una comida con la gente de Madrid. Y, bueno, siempre había sido una persona muy inquieta por el baloncesto. Le había gustado mucho, pero al mismo tiempo siempre había sido un… bueno, él que venía del Liceo Francés, un bon vivant, ¿no? Un amante del disfrute en general. Y luego él te daba mucha libertad. O sea, mucha libertad y mucha responsabilidad. Te decía: «tú tírate un gancho. Si te lo tiras, bien; si no te lo tiras, te voy a sentar». Había que defender a muerte y en ataque, tirar cuanto antes. Nos decía: «No nos andamos con tonterías, ¿eh? Si logramos un buen tiro, lo tiramos. Y, si no, al banquillo» (Risas). Él tenía sus principios de baloncesto inamovibles, que siguen vigentes hoy en día: mucha defensa y mucho contraataque, que sigue siendo lo que nos ha dado éxito a nivel internacional, incluso a la selección española.

Con Pinedo en el banquillo, llegáis a la final de la Korac.

Ese año eliminamos en cuartos al que luego es campeón de liga de Italia. En semifinales, al que luego es campeón de liga de España… Digo esto para que se vea cómo eran las competiciones continentales; había tres, pero todas muy potentes. De hecho, ese año, la Copa Korac fue más potente que la Copa de Europa. Perdimos en la ida, con el infarto de Pinedo y luego en Cantú, tuvimos el partido ganado y al final lo perdimos, yo creo que por un error estratégico, porque ellos tenían un pívot, que no me acuerdo ahora del nombre, que empezó a meterlas y como Stanley Roberts tenía cuatro faltas, ni se acercaba. Teníamos a Romay, que hubiera salido y lo hubiera parado. Me lo dijo Romay, luego: «Estaba yo en el banquillo, pensando que iba a salir, porque ese tío no me mete a mí cuatro canastas seguidas debajo del aro». Lo teníamos en la mano. Nosotros pensábamos: «bueno, ganamos, se lo brindamos en honor a Ignacio y tal. O sea, después del partido estábamos consternados. Por no haber podido ganar el partido y por no poder dedicarle el título a Ignacio».

Y después de esas dos finales perdidas llega la de la Recopa de 1992 contra la del PAOK de Salónica, que es un poco al revés. De hecho, es un partido que deberíais haber ganado sin problema y al final todo se decide por un mal pase de Fassoulas, que se la pasa a Ricky Brown después de un rebote.

Se la pasa a Ricky Brown, sí, sí. Ricky hace así como que se va un poco, pero luego estira el «gadgetobrazo» que tenía y coge el balón y se atreve con el tirito ese suyo, que es un tiro dificilísimo, Wayne lo llamaba «el tiro del pianista», porque había que afinar mucho. Es más fácil meterla de cinco o seis metros que de tres o cuatro. Pero el caso es que Ricky lo tenía muy pillado y la metió. Dijimos «¡Por fin, por fin!», porque fíjate lo que habíamos pasado, la cantidad de cosas, de adversidades, de lesiones que nos habían pasado.

Y ese fue tu último título en el Real Madrid y como profesional. ¿Tú ya eras consciente de que te ibas del Madrid?

No, no, sí yo tenía apalabrada la renovación con Jaquotot.

¿Y qué pasó?

Yo tenía apalabrada de la renovación con Jaquotot. Me dice: «Bueno, habrá que bajar un poco el contrato», porque yo tenía un contrato muy alto, pero a mí me parecía bien.

Porque ya había llegado Antúnez el año anterior, ¿no?

Sí, yo llegué a coincidir con Antúnez.

O sea, que no es por eso.

A mí me llama Clifford a un día. Nos juntamos ahí en «El Telégrafo» y me dice, bueno, que no me van a renovar y tal.

¿Y eso?

Bueno, no quiso dar explicaciones y yo tampoco le iba a poner en el apuro.

¿Pero tú qué crees que pasó?

Arriba, no sé. Cuestiones de…No sé muy bien qué pasó. Yo sé que con Jaquotot lo había cerrado. Porque un día le pregunté, cuando veníamos de un viaje, y Mariano me dijo: «No te preocupes, no va a haber problema. Estás ofreciendo un buen rendimiento. Estás jugando muy bien. No habrá problema. Solo tendremos que mirar lo del dinero». Por mi parte, no había problema.

Decías antes que creías que ibas a ir a Barcelona 92 y nos hemos saltado tu tercera participación olímpica, en Seúl 88… ¿Qué recuerdas con respecto a Moscú y Los Ángeles?

Perdimos en cuartos de final contra Australia. Ahí estuve a punto de decirle a Antonio: «Antonio, sácame, a ver si le puedo defender yo al Gaze este también». En Seúl, jugué muy poco. Antonio, por lo que fuera, tenía a Montero y a Solozábal y confiaba muy poco en mí, así que, bueno, yo estaba ahí un poco desanimado, en vista de que no jugaba. Pero un día dije: «Joder, pues si no juego, no juego, ya está» y ahí me puse a animar. Me puse a animar en el banquillo como un loco y a intentar, bueno, pues ayudar un poco en lo que fuera. Aparte, entrenaba por mi cuenta, para llegar en forma al principio de la siguiente temporada.

Luego, el equipo cayó en picado.

Fue una pena porque ahí podríamos habernos metido en semifinales. Le ganamos a Brasil, que eran los favoritos de nuestra parte del cuadro y eso nos limpió un poco el cruce, pero con Australia jugamos mal y ya nos quedamos fuera y a partir de ahí fue un espanto. Quedamos octavos. Diploma, ¿eh? Pero sí, el equipo cayó en picado. También es verdad que íbamos muy justitos: nuestro pívot titular era Antonio Martín y, aparte de Andrés Jiménez, no teníamos mucho más ahí. Ferrán Martínez era muy joven todavía y Quique Andréu, también. Aun así, la línea exterior estaba muy bien, con Epi, con Biriukov, con Villacampa… los bases estaban bien, también.

Esos Juegos los gana la Unión Soviética, ganando a Estados Unidos.

A Estados Unidos y a Yugoslavia en la final. Y fuimos a la fiesta.

Eso te iba a preguntar… ¿Cuántos días duró exactamente?

(Risas) No, no. No podía durar mucho porque nos íbamos al día siguiente. Nosotros habíamos ido a la final de baloncesto y nosotros íbamos con la URSS, claro, como lo que te decía antes del Maccabi y el Real Madrid. Piensa que Antonio siempre traía a la Unión Soviética a jugar con España en los torneos. Siempre. Porque Antonio decía que, jugando con los mejores, estaríamos cerca de los mejores. Así que nos metieron numerosas palizas hasta que por fin poco a poco fuimos aproximándonos a ellos. Pero siempre tuvimos muy buena relación porque siempre hacíamos algún trapicheo, algún intercambio. Un poquito de caviar. Una cámara Zenit. Siempre había ahí…

El mercadillo del Hotel Centro-Norte, ¿no?

Tenían puesto el chiringuito ahí y siempre teníamos buena relación. Luego, Chechu, además, claro, era muy amigo de todos porque Chechu había jugado en la selección soviética, aunque no en competición oficial: con Sabonis, con todos los lituanos, con Volkov… Fuimos a ver el partido con Chechu y nos contagió de su furor por la selección. Y nada, cuando terminó el partido, que era por la mañana ahí en Seúl, por cosas de horario y tal, nosotros nos fuimos a comer a la Villa Olímpica y cuando ya nos íbamos para la habitación, los vimos llegar con la medalla puesta y cantando y muy contentos. Se les veía muy contentos (Risas).

Y os unisteis, claro…

Bueno, nosotros cenamos, que allí se cenaba a las siete o así y Chechu vino y dijo de ir a la fiesta de la selección soviética, a dar una vuelta y tal. Así que nos fuimos con Antonio Martín y no sé si vino alguno más, Villacampa o Montero… No sé si alguno más vino. Y nos sumamos ahí al jolgorio. Estaban las del equipo de chicas, había nadadores, había muchos deportistas soviéticos de otros deportes. Y, bueno, pues allí a beber vodka y eso. Impuesto por Sabonis, claro, que te decía: «Bebe» y le daba un puñetazo a la mesa y saltaban las botellas, los vasos… Que yo le intentaba decir: «No, no, ya no quiero más vodka, que voy muy fino» y entonces Sabonis daba en la mesa y retumbaba todo el edificio. Decía: «Bebe, Vlad». Y a beber. Y nada, fue muy divertido, muy divertido.

¿Te dio un poquito de rabia que justo en el 92 que te vas tú sea cuando llega Sabonis al Madrid?

Bueno, no lo pensé mucho, la verdad. No lo pensé mucho. Pero cuando ganan la Liga, como yo me sentía parte de aquel equipo, fui a verlos en los partidos de Badalona. Y luego nos fuimos a celebrar y Sabonis me metió una chapa… Fuimos a la Joy y Sabonis, que yo había cruzado cuatro palabras con él, muy amable siempre y tal, se sentó conmigo en la Joy y me pegó una chapa de una hora hablando. «Pero, tú, ¿por qué no estás en el Madrid?» «No sé, Sabas, yo qué sé». «Pero, tío, si tú tienes que estar con nosotros en el Madrid». Y yo: «No sé, así es la vida y tal». «Pero tú eres jugador del Madrid. Para el Real Madrid». Y la mujer diciendo, «Sabas, vámonos, que ya son las cuatro». (Risas)

Te vas al Andorra. ¿Qué otras opciones tenías?

Ninguna.

Solo tienes la del Andorra.

Y luego me dijeron directivos del Andorra que la ACB no quería que yo siguiera jugando.

Ah, o sea que iba por ahí. ¿Tú crees que lo del Madrid también…?

No, no, lo del Madrid seguro que no. El Madrid tiene demasiada entidad para eso, pero la ACB todavía seguía ejerciendo influencia en muchos clubes. El Andorra era un recién ascendido y además están ahí, en otro país. Eso me lo dice un directivo del Andorra: que no sentó nada bien en la ACB.

Pero tú todavía no estabas en la ABP, ¿no?

Sí que estaba, sí. Ya había montado un par buenas. Yo terminé de firmar el primer Convenio Colectivo el 88 o en el 89. Y luego ya estaba yo con todo el lío del 92. Ya estaba ahí. Yo llevaba ya tres o cuatro años.

Pero bueno, te cogen en el Andorra y tú encantado. Tenías un entrenador que era más joven que tú, Edu Torres.

Bastante más joven que yo. Bien, muy bien, porque Edu era un entrenador joven pero también muy abierto, y yo venía de ser entrenado por George Karl, por Lolo, por Manel Comas, por Díaz Miguel. Entonces, él me decía: «Tú, lo que quieras decir, lo dices». Así que muy bien. Fueron años muy felices. La verdad es que lo pasamos muy bien porque nos integramos muy bien en el país. Se vive muy bien, hay mucha calidad de vida. Está todo muy cerca. Los niños están muy cerca del colegio. Tiene la montaña muy cerca. En invierno los niños van a esquiar. Está todo muy a mano y, además, como el equipo empezó a ir muy bien, nos recibieron con los brazos abiertos. Hicimos muchas amistades. De hecho, sigo yendo a Andorra. Hicimos muchas amistades y lo pasamos genial. El equipo jugó muy bien.

El primer año teníais a Margall.

Sí. Yo tenía a Margall y a Piculín de vecinos. O sea, jugadores con los que ya había jugado.

¿Quique Villalobos también? No sé si estaba el primer año.

No, llegó el segundo. Pere Praxedes, que estaba en la selección que hemos hablado de Rossetto, era el segundo entrenador. O sea, que tenía muchos conocidos por todo el equipo. Al principio, tenía muchas dudas de ir a Andorra. Yo, de hecho, no sabía muy bien qué pintaba en Andorra.

¿Por qué?

Pues porque entonces no es como ahora. Entonces, íbamos muy poco los de Madrid a Andorra porque estaba muy lejos. Igual entonces tardabas en coche siete horas o siete horas y media, no había avión. No era un destino muy cercano a los madrileños. Y yo estaba dudando si retirarme.

Tú tenías 33 cuando lo dejaste en el Madrid.

Sí, yo lo dejo en el 92, con 33 años, y no lo veía muy bien. Y son Andrés Jiménez y Epi los que me dicen «Pero, tío, ¿qué dices? No séas gilipollas, Andorra está muy bien». La verdad es que fue una maravilla para mí ir a Andorra. Para la familia, por todo. Luego encima vinieron Quique Villalobos y Toñín. Hicimos un gran equipo.

Jugabais los dos hermanos de titulares, ¿no?

Muchas veces sí. No siempre, pero bueno, muchas veces sí.

Estaba Dan Godfread también.

Sí, Dan Godfread estuvo los dos primeros años. Y luego después del segundo año… A ver, cuando yo me voy del Madrid, por lo que fuere, me llega el rumor de que Miguel Ángel Martín, que en paz descanse, y Alejandro González Varona me quieren fichar para el Estudiantes.

Esto es justo al salir del Madrid.

Justo. Pero parece que no hay acuerdo entre quien fuere y yo jugué muy bien. El equipo lo hizo muy bien.

Fue ese año cuando ganaste el premio Gigantes al mejor jugador nacional.

Sí, el primer año… pero el segundo año jugué mejor todavía. Y ahí vuelve el Estudiantes, en principio con consenso en el club para fichar.

Pero…

Pero juegan dos factores para que no venga. Uno: no me gusta el equipo que ha hecho el Estudiantes. Fue un año que no les fue bien, además. Habían fichado a Michael Smith, un pívot blanco que era un tirador, se había ido Cvjeticanin, Winslow, Azofra… No lo vi muy claro. Con Harper Williams y tal, no lo vi muy claro. Entonces, tenías que tener un tío grande dominador. Y, luego, por otro lado, en Andorra estaba Quique Villalobos, que se cogió una casa con la hermana de mi mujer. O sea, estaba Toñín, estaba la hermana de mi mujer… así que yo me sentía muy bien en Andorra. Había tendencias familiares, digamos, para que yo siguiera en Andorra. No les iba a dejar solos en Andorra, así que al final me quedé ahí.

Luego siempre me he preguntado qué hubiera pasado, porque yo jugué muy bien aquellos años. Estaba muy bien físicamente. Recuerdo haber hecho con 41 o 42 años, la pretemporada con los cuatrocentistas de Paco López y aguantaba perfectamente todo. Siempre me he preguntado: ¿Qué habría pasado si hubiera ido a Estudiantes? Pero, ya te digo, no me gustaba el equipo y yo pensaba, claro, si el equipo no va bien, ¿a quién le van a echar la culpa? Pero sí que me hubiera gustado entrar en Estudiantes.

De hecho, tus hijos han jugado en el Estudiantes.

Es que yo siempre he visto al Estudiantes como un club amigo. Sí, mis hijos han jugado en Estudiantes y yo, encantado, vamos. Han jugado en la EBA. Yo soy accionista de Estudiantes, incluso.

Tus años en Andorra acaban con el descenso de 1996.

Sí, ¿te acuerdas de la historia de Caja Madrid? Pues igual. Es que se repite la historia. Cambiaron los americanos, luego me lesioné yo del tendón de Aquiles, tuve una lesión muy larga porque no me la encontraban. Iba y volvía y al final estaba hecho polvo. Porque tenía la lesión por dentro del tendón de Aquiles y no se veía. Entonces cambiaron los americanos. A pesar de que en un momento determinado pudimos tener a Ricky Brown y a Johnny Rogers de americanos, bueno, al final, este tipo de decisiones siempre son difíciles y tuvimos un año muy malo. Quedamos cuartos por la cola y todavía había playoffs de descenso y tal. Había algo injusto en eso, porque el Huesca se gastó un dineral en traerse a Alphonso Ford.

Es verdad. Que luego murió el pobre.

Que luego murió. Y que era un gran anotador. Y bueno, nosotros fichamos a Dyron Nix, como sustituto de los primeros, que los echaron. Fichamos a Jerrod Mustaf, que se fue a la marcha esta del Millón de Hombres teniendo un partido. Le dijeron: «Si te vas, no vuelvas». Y se fue. Dyron Nix vino lesionado, con la rodilla muy mal, pero ya no había tiempo para cambiar… y, nada, fue todo muy triste, porque yo no me recuperé bien. Aunque estuve jugando, ya no era el de antes, por la lesión. Y al final perdimos los playoffs con esta gente. Me acuerdo una vez, con Edu Torres, que me decía: «¿Cómo nos ha pasado esto? No nos lo merecemos». Y es verdad, son cosas de estas que… Aunque yo me acuerdo de que en Navidades ya me lo temía. Yo estaba sin jugar todavía y me preguntó un directivo del Andorra cómo lo veía, y le dije: «Pues esto lo veo mal, yo creo que vamos a bajar». Me dijo: «No me jodas, si queda muchísimo». Pero las dinámicas en deporte son muy difíciles de cambiar. De esto, se puede hacer una tesis doctoral quien la quiera hacer: equipos que han hecho una temporada muy brillante y que, de repente, empiezan a ir mal. El Sevilla de fútbol este año, por ejemplo. Que empezó a ir mal en mayo de la temporada pasada, encadenó, encadenó, y ahí siguen.

¿Por qué crees que pasa?

Porque la confianza es determinante y el factor emocional es determinante también. Todo esto que no se ve influye muchísimo en la marcha de los equipos.

Todavía te dio tiempo a retirarte en el Fuenlabrada.

Bueno, ya estaba retirado y me llamaron del Fuenlabrada. Estaba bastante bien físicamente porque estaba entrenando duro, pero tuve un año regular por un problema bioquímico. Y entonces tuve una lesión, bueno un par de lesiones musculares, y ya me hice unos análisis y tal, pero ya para entonces la temporada había terminado. Es curioso porque a mí me ficharon con un entrenador, Martín Fariñas, luego trajeron a Óscar Quintana, con el que empezamos muy bien y luego cambiaron a Quintana por Andreu Casadevall. Volvía a ser otro cambio de todo y entonces ya cambiaron a los americanos y no sé qué. Fue una temporada un poco caótica y yo no jugué demasiado porque entre unas cosas y otras, producía poca cisteína.

El problema bioquímico era ese.

Sí. De hecho, acepté a jugar aquí porque estaba en Madrid. Fue bastante amargo, personalmente, y sobre todo por el equipo, que al final no salió para adelante. Un poco decepcionante, ¿no?

Te quería preguntar, por último, ¿en qué equipo te gustaría haber jugado y no llegaste a jugar jamás? Aparte del Estudiantes, claro.

Pues, no sé, el Joventut, también. Algún equipo cántabro, como el Lobos. Y en el extranjero, me hubiera gustado jugar en el Maccabi, eso seguro. Y en algún italiano, casi en cualquiera, por conocer la liga italiana de los años ochenta, que era muy buena. En Bolonia, por ejemplo. Me hubiera gustado estar en Bolonia, que era el punto neurálgico.

Con Brunamonti.

Con Brunamonti.

12 Comentarios

  1. Muy amena la entrevista, no se hace larga a pesar de lo extensa que es

  2. La final que gana al Cibona en 1988 fue la de la Copa Korac (que se jugaba a doble partido), no la Recopa. Y Antonello Riva no formó parte de la selección italiana de los JJOO de Moscú. Por otro lado, la ciudad de Roseto se escribe sólo con una t.

  3. Carlos martinez

    De tus tiempos del CajaMadrid quizá recuerdes a un joven cordobés Joss Angel Baena.
    Alguna vez me llevaba en el bus a Alcalá con vosotros.

    Falleció muy joven.

    Un saludo.

  4. Espectacular entrevista , la ha gozado como un adolescente.

    Gracias a ambos por este regalo.

  5. Qué maravilla de entrevista, gracias

  6. Y los de Madrid y Barcelona venían a València y flipaban, alucinaban como si estuvieran en otra galàxia. De hecho, en esa época València junto a Berlín y Manchester estaban dos o tres escalones por encima de de las otras ciudades de Europa, en lo que a fiesta se refiere.

    • Gonzalo Núñez Díaz de Vargas

      Bueno Juan, esa opinión creo que es, cuanto menos, arriesgada. En la época que menciona el entrevistado Valencia prácticamente ni «existía». Además, no hay nada comparable (ni en esa época ni, me atrevería a decir, en épocas posteriores) a la Movida Madrileña.

  7. Gran entrevista, enhorabuena… Y gracias! Qué de recuerdos, joder…

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  10. Este gran tipo sí que sabe de baloncesto. Me gustaba muchísimo más ése juego que el que se hace ahora. Muy amena la entrevista-

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