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Corbalán: «Creo que Fernando Martín murió como hubiera elegido, la vida para él sólo tenía sentido cargada de intensidad»

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Juan Antonio Corbalán

No es una hipérbole. En su vida le habrán hecho miles de entrevistas a Juan Antonio Corbalán (Madrid, 1954), pero esta es seguramente la más larga. Tres horas de conversación y 54 preguntas sobre el baloncesto y la vida (política, sociedad, historia…), sobre el pasado, el presente y hasta el futuro. «Me he quedado vacío», comenta al final, pese a haber salido victorioso al método Jot Down de no dejarse ningún tema en el tintero y hablarlo todo con detenimiento y pasión.

Es perfecto para este viaje: reflexivo, analítico, informado, un puntito emocional, otro puntito muy consciente de quién es él y de qué ha significado en la vida de más de una generación en España y en el Real Madrid. Una leyenda andante que sigue trabajando como médico en Vithas Internacional, una clínica situada en la calle Arturo Soria de Madrid. En su inmaculada consulta se desarrolla la charla.

¿Qué recuerdos tiene de su infancia en Carabanchel, en el Colegio San Viator?

Eran tiempos realmente muy difíciles. Hasta el año 1955 o 1956 no se quitaron las cartillas de racionamiento después de la Guerra Civil. En casa, sin lujos, teníamos todo lo que necesitábamos y mis padres hicieron posible una buena educación para mi hermana y para mí. Fui realmente un niño muy feliz. Los amigos del barrio y el colegio, que era una prolongación del salón de mi casa, me hicieron una vida muy agradable y estimulante.

Sus padres eran de Caravaca (Murcia) y él combatió como piloto en la Guerra Civil por el bando republicano, ¿no?

En concreto eran de una pedanía de Caravaca que se llamaba La Almudena antes y La Almudema ahora. Mi madre murió hace poco, a los 96 años. Mi padre, por contra, sí falleció precozmente, con 74, tras estar encamado algunos años. Su historia es muy literaria. Había falsificado su partida de nacimiento para poder entrar en la academia de pilotos de San Javier.

Fue el teniente más joven de la República y tiró a una de las escuadrillas principales de aviones italianos a la que llamaban «el as de bastos». No le gustaba hablar de la Guerra Civil. Debió ser una etapa terrible para todos los españoles. Sí le hizo mucha ilusión recuperar su grado militar de coronel tras su rehabilitación en la recién nacida democracia.

En su autobiografía, El baloncesto y la vida (Ediciones JC), usted cuenta que le consultó si acudir a una recepción oficial de Franco o inventarse alguna excusa y que él le contestó que no tenía ningún problema por que fuese…

Era muy español y muy militar en su concepto de vida. Me dijo: «Juanito, recuerda que a ti no te premia Franco, sino tu país. Y piensa que a España se la sirve desde cualquier lugar donde estés».

Usted a quien conoció de cerca, durante el servicio militar, fue a Alfonso Armada, futuro hombre clave en el intento de golpe de estado del 23-F.

Aunque no podía compartir las razones que llevaron al intento de golpe de estado, el general que yo conocí me pareció un hombre muy correcto y amable en el trato con todos sus ayudantes. Cuando entré en su despacho para despedirme, en mi licenciatura, ya vestido de civil, me respondió: «Juanito, gracias por todo lo que has dado al ejército y a España. Y recuerda que como civil deberás servir a España allá donde estés».

Curiosamente, las mismas palabras que me había dicho mi padre. El mismo mensaje desde lugares políticos antagónicos. Guardo un gran recuerdo de él. Todos podemos equivocarnos.

¿Es usted monárquico, juancarlista o republicano?

Yo creo que filosóficamente no se puede ser monárquico. Pero nuestra monarquía está sujeta a la democracia que sustenta a la sociedad y por lo tanto está legitimada como forma de gobierno. Lo mismo ocurre con otras monarquías europeas que regentan grandes países. Pero más importante que la forma de gobierno es la lealtad institucional y la aceptación de que nuestra monarquía fue votada democráticamente.

Para nuestra fortuna colaboró muy positivamente en nuestra transición. Por cierto, el momento político más preclaro y meritorio de nuestra historia, a pesar de algunos agoreros a los que les pesa nuestra historia reciente.

Juan Antonio Corbalán

En su caso, es fundamental la introducción del minibasket en España, lo que le hizo abandonar el fútbol con diez años. Fue el primer internacional que viene del «mini», pero se llevó un disgustazo enorme cuando quedó fuera de la selección que disputó el Campeonato del Mundo en Pennsylvania…

Fue en 1964, en Scranton. 60 años después da un poco igual, pero aquella fue mi primera gran decepción deportiva, después de haber jugado muy bien aquellos partidos de preselección. Jugamos selecciones de Cataluña, Vascongadas, Andalucía y Madrid.

Estaba casi seguro de que iba a entrar. Creo que ha sido la única vez que he llorado por el baloncesto en mi vida. Recuerdo ir bajando por toda la calle de Serrano tras el torneo. Aún recuerdo un montón de nombres de los niños de los equipos con los que competimos.

Recuerda a aquella historia tantas veces repetida de que Michael Jordan fue descartado a los 15 años para su equipo de high school por un entrenador llamado Pop Herring que ha quedado marcado para siempre…

No es mi caso. Guardo un gran recuerdo de Paco Hernández y su ayudante Fernando Menéndez Pidal, que fueron los responsables de aquella selección nacional de minibasket. Todos eran pequeños grandes jugadores.

Yo pertenecía al San Viator, un colegio de barrio todavía sin calado histórico, frente a los grandes clubes o centros educativos como Canoe, La Salle o Maristas, de los que eran ellos. Digamos que me aparcaron momentáneamente.

Habla siempre con enorme cariño del San Viator…

Estaba allí muchísimas horas. Entraba al colegio a las 8.30 de la mañana, salía a las 13.30, comía en casa, volvía a clase, hacía los deberes y a las 20.00 tenía entrenamiento. Tengo la sensación de haber tenido muy buenos profesores. No solo me enseñaron conocimientos académicos, sino a entender un poquito la vida y me ofrecieron todo lo que un niño necesitaba para ser feliz.

Algunos eran religiosos, muy abiertos y con los pies en el suelo, y otros seglares. Pero recuerdo el colegio con un aceptable equilibrio entre las cosas de Dios y las del César, sin olvidar su calado católico que inculcaron en todos nosotros. No me gustan las teocracias, en las que la religión lo impregna todo, aunque creo que España lo es un poco todavía. Se puede no ser creyente, pero nuestra tradición no puede dejar de ser católica.

Siempre se dice que era usted un alero anotador. Cuesta creerlo cuando luego en su carrera se distinguió por pasar mucho y bien el balón…

En el colegio yo no era el base, lo era un chico llamado Eduardo Santos. Yo era, con José Miguel Peña, alero de un equipo donde todos éramos muy bajitos. Sí era muy anotador, como Peña, y metíamos la mitad de los puntos de mi equipo.

Cuando pasé al Real Madrid, con 16 años, fue Lolo Sainz el que vio en mí la capacidad para que pudiera hacer ese papel de control del juego, pese a ser un jugador muy vertical y encestador. Los entrenadores españoles de aquellos años no consideraban que el base pudiese meter muchos puntos. Para eso estaban los aleros.

Con el pick and roll que se juega constantemente ahora, usted se hubiese hinchado…

Me hinché cuando el partido lo permitía y jugaba de alero, pero es cierto que ha cambiado el concepto. Ahora mucho del juego se hace con los jugadores de perímetro. Me asombra, en contraste con aquellos años, que los bases buenos reciban tres o cuatro bloqueos en la misma jugada.

Entonces, ¿le gusta el baloncesto actual?

Me gusta el baloncesto. No distingo entre baloncesto de ahora y baloncesto de antes. Siempre es el mismo. Lo que pasa es que siempre a los más nuevos les gusta diferenciarse y pensar que lo suyo prevalece y que lo demás era un elemento introductorio. Los que ya tenemos cierta edad defendemos el espíritu de lo que nosotros jugábamos.

El baloncesto de ahora es claramente mejor, no porque haya cambiado, sino porque los jugadores han cambiado y son mucho más polivalentes. Ahora un pívot es capaz de coger un rebote, subir el balón, hacer dos reversos y meter la canasta hacia abajo. En nuestra época era difícil que un interior diese tres botes seguidos. Kresimir Cosic sí lo hacía, pero tampoco era muy rápido.

Los bases no lo permitíamos: si veías que el pívot hacía algo así, casi te metías en su trayectoria diciéndole que el balón era para ti. Pero todo cambio lleva sus efectos secundarios. Cuando el jugador no está en su hábitat favorable comete muchos errores.

Su fichaje por el Real Madrid parece que se gestó en un kiosko de la plaza de Cibeles, con Lolo Sainz.

Si. Fue una tarde de verano, a finales de julio y fui con mi padre. En nuestra época jugar en el Real Madrid estaba al alcance de muy pocos niños.

Todo empezó a ir muy rápido en su vida, ya que al poco tiempo Ferrándiz le llama para entrenar con la primera plantilla con solo 16 años…

Suelo decir que a mí los sueños «me pisaron». No me daba tiempo a soñar con algo porque ya había ocurrido. Tampoco he sido una persona muy soñadora, sino muy realista, y he sido capaz de vivir con lo poco o lo nada que haya tenido en cada momento.

Naturalmente disfruto, como cualquier persona, cuando he tenido más cosas, pero entendí que no hacía falta tener más para ser más feliz. De todas formas el baloncesto me dio tanto, tanto, que nunca podré pagárselo, ni a él ni a las personas que se cruzaron en mi camino.

Siempre sostiene que no era mitómano y da la impresión de que, más que Carmelo Cabrera, Vicente Ramos, Emiliano Rodríguez o Wayne Brabender, usted quien quería ser en ese vestuario era Cristóbal Rodríguez, que estudiaba la carrera que usted acabaría cursando, la de Medicina…

Bueno, elegir entre tantos grandes jugadores no era fácil. Pero en al ámbito vital, un referente claro era Cristóbal porque había sido capaz de compaginar el baloncesto con la medicina. Yo estaba en el deporte de alto nivel y no quería perder el bagaje de estudios que había tenido hasta entonces. Otros como Emiliano eran algo más que referentes deportivos. En aquellos años era casi un dios, junto a Buscató y los americanos nacionalizados Luyk y Brabender.

Juan Antonio Corbalán

Dice no haber tenido ídolos en el baloncesto, pero… ¿en la medicina? ¿Christian Barnard, autor del primer trasplante de corazón, quizás?

Soy admirador del médico de a pie, del clónico, el investigador, el cirujano, el que acompaña y está cerca del enfermo. Los grandes médicos hacen falta para que el mensaje de la medicina, la sanidad y la salud llegue más lejos, pero yo no los necesito. Siempre nombro a Antonio Conde, cardiólogo del clínico de Madrid, como el médico del que más aprendí y que sentí más cercano. Podría ser un modelo.

Ha hablado de Emiliano. ¿Era un tipo «palomero», con poca dedicación defensiva y al rebote y mucho más pendiente de salir al contraataque?

Sí tendía a ello, sí, aunque no lo era como tal. Emiliano era un gran tirador y anotador. De todas maneras el alero oportunista «palomero» es un jugador que debe saber hacer bien su trabajo y eso no es fácil. Siempre ha habido grandes «palomeros», en todos los sitios, además de nuestro justamente marcado Juanma López Iturriaga.

Por ejemplo, Micky Berkowitz, uno de los más grandes que ha habido en Europa y grandísimo amigo mío. Era un «palomero». También Gonzalo Sagi-Vela, del que soy un admirador. Es un instinto el de salir pitando cuando ves que va a haber un rebote y hay que ser un jugador hábil y listo para no perjudicar a tu equipo cuando se hace.

¿No se fijaba en ningún base especialmente?

Es que yo, antes de llegar a la cantera del Real Madrid, solo había ido a ver un partido del primer equipo una vez, con diez años. Mi entrenador en San Viator, Antonio García del Campo, era jugador junior en el Madrid, y nos llevó un día a la Ciudad Deportiva.

Éramos unos niños de barrio, como si nos llevaban a ver el Museo del Prado. No me quedé apenas con quiénes eran los jugadores, pero sí con que el rival iba de amarillo y que era el Leipzig, de la República Democrática de Alemania. Sí recuerdo quizás de ese partido a José Ramón Ramos.

Curioso porque al final usted acabaría heredando su número 11 que mantendría prácticamente toda su carrera…

Quedaban libres el 9 de Toncho Nava y el 11 de José Ramón y elegí este último, que era mi número en San Viator.

En principio tuvo una relación difícil con Pedro Ferrándiz…

Muy difícil. Y no lo entendía.

También se atrevía a contradecir a los veteranos…

Es que aquel era un equipo intelectualmente muy vivo. Acabábamos la comida a las dos y media y nos levantábamos de la mesa a las cuatro. No hablábamos de tonterías, y ahí cada uno expresaba lo que quería, cada uno con sus realidades distintas.

Mi criterio era siempre decir lo que pensaba e intentar mejorar lo que había, pero aquello me costó tiempo y algún que otro revolcón. En la pista me entendí bien con todos porque cuanto mejores son los jugadores, mejor te entiendes con ellos.

¿Le cogió de sorpresa la llamada de Antonio Díaz-Miguel para ir a los Juegos de Múnich-72 con solo 18 años?

Anteriormente ya había ido al Preolímpico con 17. Había pasado apenas un año y ocho meses desde que jugaba en el patio de mi colegio. Antonio me llevó sin tener ficha del primer equipo porque todavía era junior. Me conocía de haber jugado un Preeuropeo de esa categoría en León y quería ir cambiando el equipo después de los malos resultados del Eurobasket de Essen en 1971.

En el Preolímpico estuve muy bien y me nombraron segundo mejor jugador. Inesperadamente jugué muchos minutos porque faltó Vicente Ramos, que sí fue a los Juegos. Fue una experiencia inolvidable. Mi primera vez entre los más grandes-grandes de Europa y estar entre los mejores.

Allí España hace un flojo papel con la undécima posición…

El baloncesto español en aquella época era ese. En el mejor de los casos podíamos quedar séptimos u octavos. Ganamos solamente a Australia, Egipto, Japón y Alemania Federal. Lo normal, en aquellos tiempos, era perder contra todos los equipos del Este de Europa como Bulgaria, Polonia, Checoslovaquia y no digo ya la URSS y Yugoslavia. Francia estaba a nuestra altura e Italia claramente por encima. ¿Por qué? Éramos un país aislado social, política y deportivamente y solamente el Real Madrid tenía posibilidad de jugar contra los grandes de Europa.

El progreso empieza a mediados de los setenta, cuando España se va abriendo al mundo. Entrenadores como Ferrándiz y Díaz-Miguel tuvieron la posibilidad de ir a Estados Unidos y estudiar el juego desde otros puntos de vista. Múnich-72 fue una convocatoria difícil en la que jóvenes recién llegados y veteranos tardaron en marcar sus límites y todo estalló tras el partido contra Estados Unidos, en un discutible reparto de culpas por la derrota.

Usted y varios de sus compañeros siguieron desde una posición inmejorable, en primera fila, la legendaria canasta de Alexander Belov en la final URSS-Estados Unidos… En las imágenes se les ve celebrándola incluso.

En aquellos años, aunque no tuvieras nada a favor de la URSS, el baloncesto mundial vivía bajo el yugo permanente de los americanos y cualquiera que pudiera hacerles frente tenía a todo el mundo a su favor. Aquella selección soviética era potentísima y sonó la flauta. Estábamos justo debajo de la canasta donde Alexander Belov consiguió la victoria, tras capturar un pase desde la otra canasta de su compañero Edesko.

En aquellos años cuando jugábamos contra la URSS y Yugoslavia, jugábamos para poder acabar vivos el partido, pero contra Estados Unidos, especialmente. La diferencia de baloncesto era tan enorme… Salir a la pista era como hacerlo al coliseo romano con las fieras allí. El miedo era que te ganasen por 50 puntos diferencia. Miedo al ridículo.

Juan Antonio Corbalán

Después de ese verano empieza a estudiar Medicina, que suele decirse que es una profesión muy vocacional…

Yo era un niño espabilado y tenía unas notas bastante aceptables en el colegio, sin ser de los mejores de la clase. Por lo que sea, saqué mejores calificaciones en la carrera. No creo en las vocaciones. Podría estar haciendo cualquier otra cosa. Lo que soy es una persona muy proactiva y que se ilusiona con las pequeñas realidades que tengo en mi mundo.

Disfruto de cualquier actividad y me entrego con pundonor y dignidad para hacerla bien. Probablemente elegí Medicina porque mi padre tenía un amigo médico llamado Sebastián Fernández y cuando venía a casa me gustaba su forma de hablar, calmada y con mucho fundamento.

También entendía que la carrera estaba tocada por algo divino, como si alguien te concediera la potestad de poder romper el fluir de la naturaleza pudiendo curar. Esa mitología no la había en las carreras más técnicas. En determinadas edades se tiende a idealizar. Eso nos ayuda a vivir.

Compatibilizar una carrera tan exigente con el baloncesto de primer nivel es una opción complicadísima para un jugador de primer nivel hoy en día… El ejemplo es que Pau Gasol empezó Medicina y lo dejó tras un curso.

Gasol era muy alto, pero puede que no fuera tan constante. En serio: yo creo que cuando quieres algo el día se hace muy largo, pero es tu voluntad la que tiene que estirarlo. Si en sus inicios Messi entra en el despacho de su presidente o entrenador y le dice «voy a empezar Medicina», no creo que le respondieran «¡de ninguna manera! ¡por encima de nuestro cadáver!».

Lo que pasa es que el dinero del deporte anestesia muchas voluntades del deportista y es comprensible. Doy muchas charlas a deportistas, a universitarios, y les digo: «yo no te pido que seas ingeniero de caminos, pero sí que te formes durante tu etapa deportiva hasta el máximo punto para que cuando la acabes puedas elegir tu mejor futuro».

En nuestra época, aunque el baloncesto era un deporte «amateur marrón» y te dejaba un dinerito para tener tu coche y comprar una casita, no te quitaba la preocupación por un futuro, si eras medianamente consciente. Yo nunca tuve la sensación de hacer nada trascendente, solo seguí haciendo lo que hacía en el colegio, estudiar y jugar a baloncesto. Además, ¿qué hacías con todos los años que habías estudiado seriamente? Tenías que ser consciente de que era bueno un exceso de sacrificio entonces que luego te permitiese escoger entre más caminos.

¿Le costó mucho terminar la carrera?

Solo hice un cuatrimestre de más. Fue en febrero de 1980 tras empezarla en febrero de 1973 y tener la primera convocatoria en junio. En realidad debía haberla empezado en octubre del 1972, pero hubo una huelga general y se perdió el primer cuatrimestre.

En 1973 no entró entre los doce convocados que ganaron la medalla de plata en el Eurobasket de Barcelona, usted asegura que por dar entrada a un joven alero del club local, Manolo Flores…

Manolo era un gran jugador, algo mayor que yo y con una gran carrera por delante, y era del Barça. Parecía lógico que tuviera su oportunidad en su ciudad. Además, el que hubiera jugadores del Joventut y del Barça identificaba más al equipo nacional con Barcelona y Cataluña. Me pareció lógico. Díaz-Miguel me llamó y me dijo que había pensado en Flores y yo lo entendí. Fui como reserva junto a Goyo Estrada y Vicente Paniagua y disfruté del honor de seguir entre los grandes, aunque no me pude colgar esa medalla.

Pese a su relación tirante con Ferrándiz, él apostó por usted cuando le hizo jugar los dos últimos minutos de la final de la Copa de Europa de 1974 ante el Ignis de Varese tras tenerle en el banquillo todo el partido. Y usted metió cuatro tiros libres decisivos.

Yo no tenía una relación tirante con Ferrándiz porque él era un hipopótamo y yo una hormiga, pero, al menos, tenía derecho a ser una hormiga orgullosa. Pedro, al que respeté y quise, fue junto a Saporta el alma mater del Real Madrid y nuestra generación se engrandeció gracias a él. Me tuve que hacer un hueco entre mis queridos Vicente Ramos y Carmelo Cabrera y me hizo sudar sangre para subir cada peldaño, pero siempre me sentí querido por aquel equipo del que tanto aprendí y en el que me eduqué.

Así es la vida. A veces el zapato más bonito te aprieta un poco. Pedro tenía todo muy estructurado y se tenía que caer el mundo para cambiar un guión. Él siempre presumía de que solo Franco y él habían dejado todo atado y bien atado a su marcha. He vivido muy de cerca sus últimos años. Le visitaba con frecuencia en su retiro de Alicante y hablé con él de lo divino y lo humano. Era un ser especial. Muy especial.

En aquella final de Nantes de 1974 contra el Ignis de Varese, Carmelo Cabrera era, merecidamente, el cambio normal de Vicente Ramos, nuestro titular que fue retirado con cuatro faltas para reservarlo por si hacía falta al final. Tras cometer Carmelo la quinta falta, Pedro, después de un paseo mirando al banquillo hasta llegar a la esquina de los desheredados donde me encontraba junto a mi gran amigo Luis María Prada, me sacó a mí para esos últimos tres minutos.

Creo que fue porque no se dio cuenta de que Vicente tenía cuatro faltas. Estuve a punto de recordárselo yo mismo cuando me dijo «sal, chaval». Realmente me sorprendió mucho y pensé por qué yo y precisamente en ese momento. Salí y los italianos me hicieron dos faltas muy claras pensando que iba a fallar los tiros libres porque era un jovenzuelo de 19 años. Por fortuna para mí, metí los cuatro para ganar por dos puntos aquella final.

Fue uno de los momentos más gloriosos de mi corta vida. Cuando llegamos al vestuario, Ferrándiz me dijo: «chaval, no hubiese apostado ni un duro a que íbamos a ganar una Copa de Europa contigo tirando tiros libres». Esas fueron sus palabras de agradecimiento. Una vez más, así es la vida. Me di cuenta que el reconocimiento no se pide. Va en el salario. Es como una limosna que de vez en cuando aparece sin que esté la mano extendida.

Aparte de lo sucedido con la selección española de minibasket, ¿cuál ha sido el mayor disgusto de su carrera?

Me sentó muy mal la final de la Copa de Europa del año siguiente que perdimos en Amberes ante un Varese que estaba sin Dino Meneghin, lesionado. El gran Charlie Yelverton, ex de los Portland Trail Blazers, nos enseñó que hay que tener un par de cojones para quitarle el tricornio a un guardia civil. Él, naturalmente, era el guardia civil.

Una revista barcelonista, RB, llegó a publicar en aquella época que ficharía por el Barça debido a sus desencuentros con Ferrándiz y que tenía por delante todavía a Vicente Ramos y Carmelo Cabrera en su posición…

Mi padre conservaba el recorte de aquella revista RB en tonos y tipos marrones. En ese momento yo estaba en la mili con el teniente Viñé, muy barcelonista y con el que tuve la fortuna de encontrarme ya de general. No fui consciente de que el Barça me quisiese entonces, pero años después sí que recibí una oferta en la que me ofrecieron fichar con ellos. Ya era un jugador consagrado, aunque todavía muy joven. Hubiera compartido el puesto con mi buen amigo Miguelito López Abril, fallecido hace poco tiempo.

Juan Antonio Corbalán

¿Quién le hizo la oferta?

Un entrenador de entonces, pero no le voy a decir quién. Le asombraría. Ocurrió en el hotel Semiramis de Puerto de la Cruz en Tenerife.

Tiene la certeza de la compra de un partido, una derrota del Madrid ante el Cotonificio, que valió un título de liga a favor del Joventut, en 1978, mediante un soborno al árbitro Vidal. ¿Puede dar más detalles?

No. Yo solo me atengo a lo que se llamó el informe Nadeu. Cualquiera que estuviese en ese partido, que teníamos que haber ganado por 30 puntos de diferencia, se hubiera tenido que ir avergonzado. La federación no hizo nada por moverlo, ni tampoco el Madrid.

Se echó tierra sobre aquello porque el Madrid lo ganaba prácticamente todo. Nada más terminar aquel partido se tiraron miles de octavillas en el viejo campo del San Josep Irpen de Badalona, donde jugaba aquel Cotonificio, en las que se representaba un San Jorge lanceando a un dragón que era el Real Madrid. Se sabía que la historia iba a acabar así y ya tenían impresas las papeletas.

En la Copa de Europa de 1980 fue decisivo Rafa Rullán, al que usted considera «el mejor pívot español antes de que surgiese Pau Gasol».

Sí. Rullán tenía las características que quiero en un pívot. El que mejor jugaba al baloncesto era él en esa posición. Era lo más parecido que he visto en el baloncesto FIBA a Kareem Abdul-Jabbar. No importaba que Rafa fuera de poco peso porque tenía mucha clase, jugaba con las dos manos, pasaba bien y tenía mucha visión periférica, algo fundamental en los pívots.

Hablando de pívots… ¿Qué es lo primero que se le viene a la cabeza cuando piensa en Fernando Martín?

Era alguien muy querido con el que viví sus primeros años en el Madrid, allá por el verano de 1981, vino con Mirza Delibasic. Creo que murió como hubiera elegido. La vida para él sólo tenía sentido cargada de intensidad. A pesar de su fuerza y su apariencia de fiera corrupia, era muy sentimental, como un gran osito de peluche. Con él me di cuenta de algo que siempre digo: son los jóvenes los que enseñan a los viejos. Son ellos los únicos capaces de mirar al futuro y entenderlo un poco.

¿Cuándo empieza a notar que usted se convierte en una persona muy popular?

Quizás en una de las huelgas de futbolistas que hubo en España, creo que en 1981. No había partidos televisados y empezaron a poner baloncesto a todas horas. Yo ya era popular y me decían que era la persona de España que más minutos salía en televisión por aquellos años. La generación de El Buitre le devolvió al fútbol su hegemonía.

¿Contribuyó su imagen de hombre aparentemente normal que jugaba al baloncesto, no un gigante de dos metros?

Eso era una característica más. Hay gente buena y gente estúpida. Desde el principio de mi vida quise estar en el lado de la luz. Poder estar en cualquier ambiente te da muchas más riqueza y aprendizaje. Ser normal está bien, no tienes que renunciar a nada esencial y te permite estar cerca de todo. La campana de Gauss es muy amplia y hay un sitio para todos.

Se hace difícil imaginarle negándose a un autógrafo o a una foto…

Pues alguna vez lo habré hecho, aunque siempre he sido consciente de que un deportista, uno popular debe ser extremadamente respetuoso con los aficionados. Ellos nos dan todo lo que tenemos menos el placer del propio juego. A ellos los representamos, ya sea en tu club o en tu equipo nacional. Sí que he tenido que bregar con paparazzi.

Yo les decía: «¿queréis fotos? Aquí estoy. Hacedme las que queráis, pero cuando entre a cenar no me deis la lata». Otra vez nos pasó, anécdota del abuelo, que íbamos a jugar la final de un torneo en Palma de Mallorca contra la URSS y en la noche previa yo estaba en la habitación del masajista, que es donde se cuece todo. De repente, vi por los pasillos del hotel a dos o tres compañeros vestidos para salir. Eran las doce de la noche. Yo les dije: «¿dónde vais?».

Ellos respondieron que se iban a escapar, pese a que el día siguiente jugábamos la final del torneo. Llamé a todos los del equipo y les expuse la situación, proponiendo que se votase y pensando que ganaría la cordura de quedarnos en el hotel, pero que teníamos que ir todos o ninguno. Fue un referéndum, como el del Brexit. No ganó la cordura. Nos fuimos todos. El hotel era el Palace Atenea, frente a la famosa discoteca Tito’s, quizás a cien metros.

Cuando entramos, yo quise hacerlo el primero y ver que podíamos encontrarnos allí. Justo lo que pensaba, todos los periodistas de la isla. Fui a ellos y les conté la historia. «Si nos hacéis una foto y sale mañana, nos hacéis una putada. Por favor, no nos hagáis fotos esta noche y mañana, ganemos o perdamos, venimos a hacernos las que queráis». Comprensiblemente, porque no todo el mundo es un escorpión, como el del chiste, aceptaron y todo quedó en anécdota. Además, ganamos a la Unión Soviética.

Fue en el contexto de tres veranos increíbles como selección: el cuarto puesto del Mundobasket de 1982, la plata en el Eurobasket de Francia en 1983 y otra plata en los Juegos Olímpicos de Los Angeles…

Desde luego. Pero también teníamos el cuarto puesto del Europeo de 1981 en Checoslovaquia y el cuarto de los Juegos de Moscú-80. Estábamos llamando a la puerta. Siempre dije que el baloncesto español va bien cuando la selección va bien. España debía cambiar su mentalidad y dejar de ir a hacer papeles de comparsa y aspirar a puestos más exigentes.

Nadie lo decía para no comprometerse demasiado y eso me trajo algunas discusiones con Díaz Miguel. En un traslado en autobús me dijo: «Juan, ponte aquí a mi lado». Cuando lo hice, me soltó: «¿cómo se te ocurre decir lo de luchar por las medallas? Si quedamos quintos, que es un magnífico resultado, va a sonar a fracaso».

Yo le dije que no podía hacer unas declaraciones en las que mantuviese que ser octavos era estupendo. «Entiendo que tú quieres nadar y salvar la ropa, pero si no somos ambiciosos, nuestro baloncesto no va a cambiar nunca. La próxima vez que me pregunten eso les diré que te lo pregunten a ti, pero yo diré lo que pienso».

Nuestro baloncesto no cambió de la noche a mañana. Por fin logramos ganar a Polonia en el Preolímpico de Montreal, pero luego perdimos contra México y Brasil y no nos clasificamos. Yo veía que nuestro equipo empezaba a tener más entidad. El que estaba dentro del campo palpaba que algo estaba cambiando. Le ganamos a Estados Unidos en Colombia-82.

Yo era el jugador bisagra entre lo anterior, los clásicos, y los chicos nuevos que estaban llegando, la generación del 59 y después Andrés Jiménez y Fernando Martín, que nos dieron mucha cohesión en el juego interior. Fernando Romay estaba muy solo ahí dentro ante los grandes de los otros equipos.

Juan Antonio Corbalán

En Los Ángeles juegan una histórica final ante Estados Unidos y Michael Jordan…

Yo ya le conocía de dos años antes, en 1982. Con la selección europea, nos enfrentamos contra Estados Unidos dos veces por el cincuentenario de la FIBA, una en Ginebra y otra en Budapest. Con 20 años Jordan ya era una fiera corrupia y con 22 era un superhombre. En los Juegos Olímpicos estaba rodeado de otros jugadores muy buenos, como Pat Ewing, Sam Perkins, Chris Mullin y Vern Fleming, pero él eclipsó a todos.

Era una selección mucho mejor que la de 1982 en el Mundobasket, en la que estaban entre otros «Doc» Rivers y John Pinone, que era un jugadorazo, aunque bromeando decíamos que era el hijo del entrenador. Luego hizo una gran carrera en España con Estudiantes.

Fue sorprendente que en 1984 usted renunciase a seguir jugando con la selección cuando todavía estaba en su zénit a nivel individual…

Me quería retirar ya del baloncesto y lo primero que hice fue dejar el equipo nacional. Estuve 20 años sin tener vacaciones. Ojalá hubiese tenido los diez días de descanso de los que ahora se quejan. Aspiraba a otro mundo, a ejercer la medicina, a ver lo que era esto de ser médico. Y voy a decir otra cosa: aquel baloncesto ya empezaba a no ser mi baloncesto.

Me di cuenta que tenía otras inquietudes distintas a las de mis compañeros, que estaban pendientes del último concierto de Madonna y yo, de las acciones de la bolsa. Mis amistades empezaban a ser diferentes a las de mis compañeros. Había pasado a un status distinto y me empezaba a sentir un extraño en mi propia casa.

En principio esa retirada llega tras llevarse la Copa Korac en 1988 ante la Cibona de Drazen Petrovic, que había pasado de odiado a estar ya fichado para la siguiente temporada.

Ya les habíamos ganado anteriormente, pero es cierto que quedaron mucho esas derrotas ante Petrovic en la Copa de Europa. Pero sí, fue una satisfacción dejarlo después de apuntarnos un título ante ellos en el partido de vuelta en Zagreb.

Drazen Petrovic era el más odiado, pero con el tiempo dejó de ser así. Hace unos años estuve haciendo una etapa del Camino de Santiago con su hermano Aleksandar y me llegó a pedir perdón por su comportamiento hacia nosotros. «No fuimos un equipo deportivo», me reconoció. Yo le dije que bien está lo que bien acaba, pero que no eran un equipo noble ni actuaban como buena gente.

Fernando Martín fue a la NBA en 1986 y, aunque volvió un año después, falleció en diciembre de 1989. En el lapso hasta 2005 el Madrid (20 temporadas) el Madrid solo ganó tres ligas, las dos «de Sabonis» y la del quinto partido en el Palau con Djordjevic. ¿Cuál fue la principal clave de tal depresión de la sección?

 Yo creo que la biología de nuestro equipo, dominador hasta mediados largos de los ochenta, fue muriendo al tiempo que el Barcelona adquiría la madurez con un equipo más joven.

Se echó atrás en su retirada tras dos años sin jugar y firmó por el Fórum Valladolid (1990-91). ¿Tan buena fue la oferta?

No me eché atras en mi retirada. Me retiré con todas sus consecuencias. Dos años después jugué un año más, eso es todo. Era una figura española en perfecto estado físico y quisieron ficharme. Si me querían, tenía que jugar por lo que valía, aunque muy por debajo de otros jugadores de menor relevancia. Para poner mi precio opté por la mitad de lo que ganaba Arvydas Sabonis que estaba sobre los 120 millones de pesetas.

A los dos minutos me dijeron que sí. Quise anular el contrato por lo difícil que iba a ser compaginar la medicina y el baloncesto, pero el presidente, Gonzalo Gonzalo, me pidió por favor que no lo hiciese. Querían a alguien, de su nivel, que acompañase a Sabonis en Valladolid, que era un equipo en formación con jugadores y entrenador muy jóvenes. Necesitaban un referente español de nivel internacional.

Antes de la llamada de Valladolid hubo otra de Girona para volver…

Sí. Fue la oferta que recibí mi segundo año retirado. Creo que era Alfred Julbe el entrenador. Un buen amigo. Me pillaba muy lejos para compatibilizar el baloncesto y la medicina, pero era un halago que se acordaran de mí. Girona es un paraíso para vivir.

Pues ahora es la provincia catalana donde más se apoya el independentismo. ¿Está a favor o en contra de la amnistía y del referéndum de autodeterminación?

Hablando desde el corazón, no creo que se la merezcan. Los que la reclaman no lo hacen por buscar la justicia que ellos no dan, sino por ganar un pulso al resto del país, a España. No se puede reclamar amnistía y reincidir en la voluntad de delito. A veces la razón debe modular al corazón. En este caso me falta formación e información para saber si acertaría en mi decisión. Se tome la decisión que se tome, la aceptaré con la lealtad y el respeto institucional que merecen nuestros gobernantes.

¿No le queda la espina de no haber sido entrenador?

Perdone un momento. Yo soy entrenador. Fue lo primero que hice después de abandonar el Madrid. Ese mismo verano hice el curso superior, pero el día da lo que da y la vida no es ilimitada.

Me refería a ejercer como tal en un equipo profesional.

Si me retiré del baloncesto como jugador, que es el puesto más bonito que existe, para poder ser médico y tener un acceso a una nueva vida, ¿cómo iba a renunciar a ejercer la medicina para ser entrenador? No. A pesar de eso, tuve una oferta cuando dejé el Madrid de un equipo israelí. Me daban un millón de dólares y me daban a elegir entre ser entrenador, presidente o jugador. O las tres cosas. O las dos que eligiese. Y no acepté. También al año siguiente, antes de Valladolid pude haber jugado en Girona, pero estaba muy lejos para compatibilizar las actividades.

Juan Antonio Corbalán

Ha hablado de Israel y parece que lo conoce bien. Aprovecho para preguntarle del conflicto de Palestina. ¿Hay solución o será una guerra eterna?

Siempre fui partidario de un doble estado que comparta capitalidad en Jerusalem. Creo que Simon Peres, Isaac Rabin y Shlomo Ben Ami eran y son las personas que mejor visión dieron al problema. Sin embargo, uno murió, al otro lo asesinaron los grupos extremistas judíos y Shlomo ha perdido el peso internacional que tuvo. Israelitas y palestinos merecen vivir en paz, pero no creo que Hamás, Hezbolá y los ultraortodoxos judíos realmente la deseen.

Incluso la religión, que debía ser la fuente del bien universal en el planeta, puede convertirse en el monstruo más feroz. La historia ya nos lo enseñó, pero somos tercos en el mal. Tengo magníficos amigos en Israel y deseo que ellos y sus familias puedan vivir en paz y que Israel pueda, desde la voluntad política de sus gobiernos, respetar el derecho a existir de Palestina.

No creo que lo veamos los de nuestra generación, pero la paz en oriente próximo sería un logro con el que las grandes potencias y los protagonistas locales podrían escribir una de las páginas más maravillosas de la historia a la vista del único dios, si lo hay, y de los hombres.

Su hijo Nacho jugó al baloncesto, ¿no? Pero debe pesar demasiado tener un padre como usted, como a Edgar Sanepifanio o Jan Martín, por poner dos ejemplos. Domantas Sabonis sí está teniendo una buena carrera en la NBA.

Es imposible, estadísticamente, que el hijo de un jugador excepcional sea mejor que su padre. Tu hijo posiblemente jugará mejor que tú a baloncesto, pero ser mejor que Fernando Martín, Sabonis o Epi está al alcance de poquísimos. Ni siquiera al alcance de sus hijos.

Usted suele ser bastante crítico con la ACB. ¿Por qué?

Entiendo que había muchas dificultades técnicas para adecuar aquellos tiempos a los del nacimiento de la ACB, pero hubo muy poca sensibilidad con todos los que habíamos dado nuestra vida en los años previos. Era una sensación mala ver como trataban de acabar con aquella época que había estado plagada de éxitos del Real Madrid.

Fuimos nosotros, los que ya estábamos, los primeros que hablamos de la necesidad de homologar balones, pistas y una serie de cosas que fue lo que acabó haciendo inicialmente la ACB. Creo honestamente que se quería acabar con la gran hegemonía del Real Madrid. Era como si la Liga Española no hubiera existido hasta entonces y el baloncesto lo hubiera inventado una ACB que acababa de nacer y quería imponer una nueva historia.

[Al inicio de la temporada 83-84] hicieron un «año cero» y borraron de un plumazo toda la historia del Real Madrid o Joventut o Kas de Vitoria, en una época en la que el Barcelona había adquirido la hegemonía en el baloncesto nacional. No soy rencoroso, pero creo que la historia del baloncesto español hubiera merecido mucho más respeto. Se lo dije al presidente Eduardo Portela, al que quiero y respeto, y me parece un buen hombre, que se preocupaba por mi actitud crítica y me invitaba a no hablar mal de la ACB.

Le dije que yo no hablaba mal, pero que no estaba de acuerdo con cómo hicieron el acto fundacional de transición hacia la ACB y como nos habían quitado más de veinte títulos de liga que desaparecieron como si nunca se hubieran jugado. Como si la ACB no fuera la liga actual con el mismo formato que la anterior. No importa ya. No es conveniente hacerte un nostálgico patológico.

Llama la atención que, tras su retirada, nunca haya trabajado para el Real Madrid, aunque sí fue como responsable del baloncesto en la candidatura de Santiago Gómez Pintado en 1994…

Tuve mis ofrecimientos. Yo elegí cuándo y cómo retirarme de ser jugador, que es lo más bonito del deporte y quería ser médico. Los cantos de sirena me podían invitar a quedarme en un mundo donde tenía hecho casi todo y hubiera sido muy fácil seguir un camino de comodidad, como entrenador, dirigente, o cualquier puesto cercano a los equipos. Quise empezar una vida nueva desde el aprendizaje, no desde el poder.

Tenía la fortuna y la formación para poder hacerlo. Tampoco entiendo que un club esté obligado a retener a todos sus jugadores en un asilo dorado. El Real Madrid ha sido mi vida y mi casa. Me gusta decir que los que hemos estado muchos años defendiendo sus colores somos, de alguna manera, los guardianes de su historia, aunque no hayamos ostentado el poder. Me considero un embajador de mi club allá donde vaya y me gustaría seguir engrandeciendo su historia aunque sea en campos de batalla más discretos.

Sí quise ayudar a uno de los candidatos que se presentaron a aquellas elecciones de 1994. Aunque todos mis amigos estaban en la candidatura del actual presidente y que todos entendían como el favorito para desbancar a Ramón Mendoza, yo había recibido una llamada de Gómez Pintado y le dije desinteresadamente que sí. Unos días más tarde recibí la invitación de unirme a la candidatura de Florentino a través de Pedro Antonio Martín, pero le dije que ya estaba comprometido con Gómez Pintado y que me parecía poco elegante el cambio, aunque ellos tenían más caché, posibilidades y glamour que nosotros.

Desde entonces he colaborado y dado mi consejo y opinión a todos los candidatos que me lo pidieron, desde mi buen amigo Arturo Baldasano hasta Villar Mir o Eugenio Martínez Bravo, sin contrapartida alguna. Entendía después de aquella experiencia que yo era un hombre del club, de todo el club, y no de uno de los candidatos. Por cierto, éste último creo que sería un magnífico sucesor a Florentino Pérez, que junto a Bernabéu será recordado como un gran activo de nuestra historia.

Pues usted criticó la operación de las cuatro torres de la Castellana donde estaba ubicada la Ciudad Deportiva…

No fue así. Aquello fue un apoyo del ayuntamiento en un momento en el que las arcas del club no debían estar muy bien. Lo que sí he dicho muchas veces es que si yo hubiese sido presidente del club en ese momento, no hubiera destruido el pabellón de la Ciudad Deportiva, sino que me hubiera llevado las canastas y el parquet y los hubiera montado a modo de museo en algún otro sitio para que la gente pudiese visitarlo. Por ese campo había pasado el mejor baloncesto mundial hasta la fecha. Esa demolición se hizo con muy poco cariño.

Juan Antonio Corbalán

Esta entrevista se ha desarrollado en su consulta. ¿Hasta cuándo ejercerá la medicina?

No me veo ocioso en casa, después de comprar el pan y el periódico. Desgraciadamente la vida no se ahorma a lo que tú quieres, sino que te lleva por donde ella quiere. Resistiré lo que pueda en una batalla que sé que voy a perder, pero lucho como si tuviera alguna posibilidad de evitar que un buen desayuno leyendo la prensa sea el premio con que cada día nos obsequie la vida. Como dice mi buen amigo Manolo Vicent, el secreto de la vida es poder desayunar.

En la pandemia… ¿confirmamos o desmentimos aquello que se decía de que «tenemos la mejor sanidad del mundo»?

En la medicina no se compite por ser la mejor sanidad, se colabora para que cualquier sanidad se acerque a la mejor posible. La medicina es un bien de todos los pueblos. Podemos sentirnos orgullosos de nuestra sanidad pública. En ella se formaron todos nuestros médicos que ejercen o ejercemos en la medicina privada. Hay que potenciarla con presupuestos de mayor cuantía y calidad. La sanidad y la educación públicas de excelencia definen para bien a cualquier sociedad.

18 Comentarios

  1. Excelente entrevista. Tuve el placer de ver jugar a Corbalan en multitud de ocasiones. Era muy bueno.

  2. Un placer leer la entrevista de mi a.igo Juanito corbalan con quien compartir los primeros veranos de nuestras vidas.

  3. Murio por imprudente y en el accidente falleció un padre de familia. Un buen deportista pero fatalmente imprudente por decilo suave

    • La otra persona no murió. Sufrió graves lesiones pero se recuperó y lleva una vida normal. He hablado personalmente con Ricardo. A ver si acabamos de una vez con ese hoax.

  4. Que Buenos recuerdos me trae el Real Madrid de aquella época. Todavía conservo como oro en paño en un pequeño papel un autógrafo suyo por delante y otro de Fernando Martín por detrás. Los vi entrenando en Manresa el día antes del partido cuando yo debía tener 11 o 12 años y como dice el en el artículo no tuvo ningún reparo en firmarnos un autógrafo a todos los que estábamos allí, aunque éramos pocos la verdad. Por cierto, Corbalan tiene una firma muy bonita, Fernando Martín se limitó a escribir una F i una M en grande.

  5. Muchas gracias por la entrevista, Javier Ortiz. Transmite que este hombre tiene la misma clarividencia en la vids que en el parqué.
    Él y los de su generación me hicieron amar el basket. El puto pick and roll y el tiro de 3 constante provocaron el divorcio.
    Qué base, amigos.

  6. Buenas noches doctor un honor poder dirigirme a ti. Te hablo en nombre y representación de un grupo de amigos que llevamos más de 20 años siguiendo la Copa del Rey.
    Seré breve año tras año la obtención de entradas se convierte en una batalla perdida no hay forma de reclamar absolutamente nada y no es el primer año que nos quedamos sin entradas a pesar de tener un auténtico fenómeno informático que se pone a ello CON TRES ORDENADORES A LA VEZ y este año se agotaron en 6 minutos….. IMPOSIBLE DE CREER
    Alguna idea que puedas trasladar a la ACB o a la federación para que la venta de entradas no sea absolutamente caótica para los aficionados?????
    GRACIAS DOCTOR ESPERO QUE NO ME TENGAS QUE ATENDER PROFESIONALMENTE Y RECIBE UN CORDIAL SALUDO

  7. Soy del Barça. Pero Corbalan era un extraordinario base, la inteligencia que demostraba en pista jugando, la ha demostrado despues en la vida, como persona y como profesional. Felicidades y que la salud y la suerte le acompañen siempre.

  8. Si ya le admiraba antes de esta entrevista, tras leerla le admiro aún más. Gran deportista y deja entrever que es también una gran persona. Da gusto pagar la suscripción a JotDown y así tener la oportunidad de acceder a artículos tan buenos como éste. Felicidades

  9. Compañero en la quinta compañía. Campamento militar de Colmenar Viejo verano 1974 con el mencionado teniente Viñé. Que recuerdos!

  10. Compañero del San Viator: excelente compañero y mejor persona. Aparte de uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos. Tenemos pendiente el 50 aniversario de la salida del colegio.

    Un fuerte abrazo.

  11. Pingback: Dino Meneghin: «Los jugadores de baloncesto tenían más nivel cultural que los de fútbol porque no pensaban vivir del deporte»

  12. Leo con estupor que dice que ‘nuestra monarquía fue votada democráticamente’. ¿Me puede decir cuándo sucedió eso? Porque yo no lo recuerdo… ¿O no será que no me acuerdo de esa votación porque nunca existió? Qué pena que no le puedan preguntar a Adolfo Suárez, entonces presidente del Gobierno. Pero sí pueden hacerlo a la periodista Victoria Prego, a la que Suárez le reconoció que nunca se votó porque las encuestas decían que la mayoría del pueblo abogaba por una república. Menos mal que hay vídeos que lo demuestran. Son fáciles de encontrar en internet.

    • En las primeras elecciones las opciones monárquicas fueron mayoritarias. Los partidos nacionalistas eran neutrales en esa cuestión y PSOE + PCE fue menos que AP + UCD. Esta derrota electoral se confirmó posteriormente cuando el PSOE hizo una enmienda republicana que ni siquiera salió adelante porque el PCE no quiso apoyarla ya que no había mayoría para aprobarla y lo consideró un brindis al sol. Ese es el motivo, democrático, por el que hay monarquía en España.

  13. No, no es así. Hay una monarquía porque el finado dictador dejó todo «atado y bien atado». Nombró a dedo a su sucesor (Juan Carlos de Borbón) y todos los cargos franquistas se convirtieron por arte de birlibirloque en los dirigentes de este país: unos en UCD y otros en AP (germen del actual PP). Busque las imágenes de la entrevista de Prego a Suárez y se lo aclarará: nunca se voto en referendum porque sabían que la mayoría de la población optaría por la república. Y eso era algo que no podían permitir porque se les caería el tenderete. Todo lo demás es enredar mareando a la perdiz.

    • Roberto, omites muchos datos. Cuando Franco habla de «atado y bien atado» se refiere al sucesor, que estaba «atado y bien atado» por las Leyes Fundamentales, el aparato institucional que había diseñado Carrero Blanco para que el régimen continuara sin Franco. Hasta 1967 no lo tuvo listo. Por eso la frase de Franco, a sus militares más fanáticos en un acto que conmemoraba la Guerra Civil en Madrid; militares preocupados porque veían que sin Franco se acababa el franquismo, se produjo en 1969, con todas esas instituciones diseñadas y funcionando. Sin embargo ¿qué ocurrió? ¿no pasó nada? Lo que pasó fue que el sistema siguió su curso sin Franco y las huelgas de 1976 hicieron inviable el gobierno de Arias Navarro y Fraga, que transcurría sobre las bases de las Leyes Fundamentales. Como consecuencia, ese sistema se desmanteló en menos de un año y la soberanía popular pasó al pueblo español que la ejerció, mediante sufragio universal, en 1977. Esto era desatado y bien desatado. La voluntad popular no dio la mayoría a las opciones republicanas y, con esos mimbres, no se pudo establecer la república. Las declaraciones de Suárez con Victoria Prego se suman a muchas que hizo el ex presidente un tanto erráticas, pero la solución al enigma es muy sencilla, basta con encontrar esa encuesta. El archivo de Suárez, con toda su correspondencia personal, ha tenido el acceso de historiadores.

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