Ciclismo

Los descensos más espeluznantes de la historia del ciclismo

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Zimmermann en el Tour de 1986 (Foto: Cordon Press)
Zimmermann en el Tour de 1986 (Foto: Cordon Press)

Curvas sinuosas. Herraduras por doquier. Bosques cerrados que dejan sombras loquísimas, raíces asomantes y unas pocas hojucas en el suelo, para adornar. Caídas tipo «cuadro de Friedrich». Y tíos a noventa por hora sobre máquinas que pesan ocho mil gramos y tienen cubiertas de veinticuatro milímetros.

Como para no acojonarse un poco, con los descensos peliagudos.

Pero es cosa de la bici, va en la profesión. Están, y los pasamos, y no ocurre (casi) nunca (casi) nada. Riesgos que se asumen.

Sean ustedes bienvenidos a este breve recordar por esas bajadas que nos pusieron las gónadas en plena epiglotis. Y vayan con cuidao

¿Qué es un descenso espeluznante?

Empecemos con apreciaciones… no hay descensos espeluznantes, sino bajadas concretas espeluznantes, no es como las etapas duras. Quiero decir… despacito, con buen tiempo y a tu puta bola pues como si haces el Cho Oyu en bici. Pero cuando hay niebla, cuando te aprietan, cuando tienes que ir por encima de lo que das….miren, realmente es imposible decir cuál es el descenso más de acojonarse una miaja, porque eso va mucho con el día y las condiciones. Yo una vez casi me escoño bajando Hijas, que es prácticamente una recta, pero es que llegué con caraja de impresión. Es lo que se llama en el mundillo «efecto túnel», que no tienes ni idea de lo que ocurre a ambos lados de tus ojos, porque llevas pulsaciones taladrando sienes. Por eso apretó Nibali en las primeras curvas del Agnello a Kruijswijk. Porque, incluso a nivel psicológico, resulta complicao mantener concentración máxima cuando, de forma inconsciente, «notas» que llegaó el momento del respiro.

(Por eso y porque Kruijswijk es holandés, y a los holandeses siempre les pasan cosas, solo tienes que pinchar un poquito).

Y eso, que yo he visto a tíos descendiendo por lugares imposibles que era una delicia. Eduardo Chozas, verbigraciando, que incluso tiene fotos bajando con solo una manuca, por la aerodinámica. O Malcolm Elliot. Savoldelli, que hablamos de él más tarde, Indurain, que lo mismo. Konyshev tenía fama de gran bajador (y de contar entre sus hobbys el lanzamiento de enanos… sí, eso mismo que acaban de leer), Wagtmans, antes, lo mismo. Gastonen Nencini trincó una Grande Boucle y truncó a Roger Rivière en un descenso de los suyos. De Vlaeminck era todo precisión, Sagan era todo tosquedad, pero no veas qué rendimiento. Sean Kelly hizo un Poggio de estremecer, Chechu Rubiera bajaba sobre mojado como nadie. Ellos hacían fácil lo difícil, así que resulta complicado ponerles descensos espeluznantes. Vamos, que va con la persona, con el lugar, con la situación.

Pero algunos marcan. Marcan de narices.

Y acongojan.

Cuando los grandes también son grandes bajando

En ocasiones los grandes demuestran que también lo son bajando. Porque esto de las bicis no es un concurso de vatios (mal que les pese a algunos) ni un paseo con tramo libre al final (mal que les pese a algunos). No, aquí hay que hacer muchas cosas bien para que se noten menos las que haces regu… o para que se noten más las carencias del otro. Y descender como los ángeles es conditio sine quae non para entrar en el Gotha.

(En el Gotha gordo, se entiende).

Miren por ejemplo Indurain, que pilló su primer amarillo tras bajada loquísima del Tourmalet. Contaba Javier García Sánchez que en aquella ocasión frenó solo «una o dos veces», lo que resulta del todo inverosímil (nah, es imposible, no le den más vueltas), pero da pistas sobre la locura de aquellos kilómetros. Es el Tourmalet en descenso algo agorafóbico, no muy complicado pero con velocidades altísimas… y un piso, esos años noventa, que te hace botar como en un concierto de Leticia Sabater. Repitió un bienio más tarde (Miguel, digo, Leticia ni idea) en el mismo sitio, pillando a Tony, dejando imágenes plásticas (y un susto en el cuerpo de Echavarri que ríete de Julio Salinas en uno contra uno).

El Gavia (Foto: Cordon Press)
El Gavia (Foto: Cordon Press)

Por el Tourmalet destacó también Le Blaireau, aquella tarde que quiso medirse a Eddy. Y por el Galibier, cuando quiso cuadrar los redaños de Lemond. Y hasta en el Col de Porte, con hostión incluido, con un ciclista que se hunde entre ramas y árboles, con Francia sin atreverse a respirar. Luego sale, Hinault, y trae cara de mala hostia, Hinault, y se sube en la bici, Hinault, y tendrá que avanzar un poco con ella del ramal, Hinault, porque termina ganando, claro, aquella etapa. Hinault, siempre Hinault.

Eddy también dejó impronta en el Tourmalet. Y en Menté, sí, el día de Ocaña, cuando hubo tormenta apocalíptica, ciclistas frenando con las zapas y caídas de (más, menos, mucha, poca) gravedad. O las bajadas aquel día de San Remo, por Ghimbegna y Langan, en plena costa ligur, que Tarangu se pilló la mayor caraja de siempre. E, incluso, locura de locuras, casta inmensa, intentando ganar su sexto (su Sexto) en Allos tras sprintar furioso a seiscientos metros de la cima. Motos de la organización, cuentan, pedían frenar, frene, se lo ruego, monsieur Merckx, que se nos defunciona. Aquello fue Austerlitz, con el coche de la Bianchi dando vueltas de campana, con los ciclistas cerrando ojos en algunas curvas, acojonados por lo que les estaban obligando a hacer. Finalmente, subiendo Pra Loup, tornó asunto en Waterloo (no, lo de Abba no, el Waterloo sin vergüenza ajena). Pero allí quedó Eddy. Como el más grande también en su derrota…

Y nos queda Anquetil. Que era el más «débil» para arriba de estos, que debió maximizar sus otras virtudes. Buen rodador, muy inteligente, excelencia bajando. Y guapísimo, aunque eso no cuente ahora (pero hay que decirlo). Que recuperó del Gavia hasta el valle (el Gavia es un descenso que acojona mucho). Que recuperó desde La Bonnette. O desde Aubisque. Y, sobre todo, en Envalira. Mucha leyenda, lo de Envalira.

Fue por 1964, y estaba Jacques tristón. Na, cosas de divos… un adivino de la época dijo que iba a matarse bajando Envalira, durante la etapa del Tour. Eso se publicó en un periódico francés, ríete de las redes sociales. Y, por lo que fuese, al hombre le afectó. Ya ven, chorradas. Así que la víspera de su predicha muerte, en el día de descanso, a Jacques se lo lleva su director, Raphäel Geminiani, hasta la zona de Grau Roig, donde están las primeras antenas de Andorra Radio (antes allí no tenían tanto youtuber, y las antenas eran innecesarias). Celebran una especie de merendola gordérrima, con autoridades andorranas, periodistas (no faltan si hay papeo) y gente guapa-pero-no-mucho, porque los valles cerraos tienden a consanguinidad. Y allí, cuentan algunos, Anquetil se zampó dos corderos, siete vacas, veinte litros de sangría y catorce txakolises, hostias, ya. Otros cuentan que si solo acercó una ración a los labios para las fotos. Pero queda mejor la versión golferas. Que, con este tío, hasta te la puedes creer.

Y eso, que según la versión golferas se enteran los otros (los otros que no son Jacques) y montan vendetta gorda, y ponen ritmo durísimo subiendo Envalira la mañana siguiente (que paparse Envalira así, en frío, duele mogollón), y pierde Jacques todo lo perdible arriba del puerto, porque va muertecito, porque va parao, porque tiene más resaca que un chaval tras la cena de junio. Y luego que le reconcome una miaja lo del mago y el morirse. Y por ahí le entra Don Raphäel Geminiani Parera, por el llenesecuá del orgullo. Dicen que si, justo arriba, en las horquillas antes del puerto, Gem se acerca, gritando. «Si tienes que morir que sea delante como un campeón, y no con el coche escoba». Y Jacques, sigue la leyenda, sonríe, y se lanza cuesta abajo entre nubes y neblinas. Rostollan, gregario fiel, recordaba. «Cuando trazó las primeras curvas sin tocar el freno me dije que nunca más lo vería vivo». Pero sí. Vivió. Y pilló a los de delante. Y encima pincha Poulidor, y le tira el mecánico, que tenía poca experiencia (Tonin Magne, jefe del equipo de Raymond, pagaba poco y mal), y saca tiempo Anquetil donde, dicen, iba a morir Anquetil. Esa es la historia.

Jacques Anquetil y Eddy Merckx (Foto: Cordon Press)
Jacques Anquetil y Eddy Merckx (Foto: Cordon Press)

(Hay otra versión menos edulcorada, con Anquetil siguiendo faros de coches que iban, curiosamente, a su mismo ritmo. Faros que lo esperaban en rectas, que lo guiaban en curvas. Envalira hacia Ax-les-Thermes no es descenso especialmente jodido, pero ahí queda el rollo).

Si prefieren verlo así… los mitos son mitos en cualquier terreno. Y si huyen de algunos terrenos… entonces igual no son realmente mitos.

Aquella Fauniera de Pantani, Savoldelli… y Chava

Bien, estamos en 1999. Ya saben, un año después del asunto Festina y de la cagada de Zubi contra Nigeria, que todo se pone horrible, horrible. Marco Pantani como el «bueno» oficial, Jan Ullrich como ese entrañable gordito que aparece solo tres semanas al norte de los Pirineos y luego cierra hasta el año que viene. Vamos… Pantani como el bueno oficial.

En esas nos viajamos al Giro. Con flipada máxima, aquel Giro. Mucha subida (Mario Cipollini dijo que parecía la Copa del Mundo de esquí… pero es que Mario Cipollini es alguien, siempre, deleznable), mucha estrellita y un duelo en la cumbre (ejem) entre el gran grimpeur transalpino y el aspirante español que puede ganarle cuando se ponga serio (ejem). Vamos, que un Pantani vs Chava, porque hay que vender periódicos. Y menuda vendida, colegas… pero de humo.

A ver, la cosa empieza moderadamente bien. Primera llegada en cuesta. Gran Sasso de Italia, nada menos, que es pepino pedaleable, pero también pepino gordote. Donde lo de Skorzeny y Mussolini, antes de que Mussolini hiciera una ola al revés. Allí arranca Pantani entre la niebla (no se vio nada en directo, porque antes muchas veces no veías nada en directo), y se fue cuando y como quiso, y luego entró Jiménez, y fue menos del medio minuto, y estaba segundo en la general, y piensa que a él le mola el calor, que hoy hacía fresco, que el Pirata ha empezado demasiado fuerte, que con más puertos igual hasta se hunde. Esto es del Chava. Lo, lo, lo.

Lol.

Hasta la Fauniera.

A ver, cómo explicarles…. La Fauniera es uno de los puertos más duros de Europa. Pongan el orden a su parecer, pero uno de los más duros. Solo que entonces aun no lo sabíamos, porque había menos información, y como mucho te sonaban cosas confundiendo pendiente y desnivel. ¿Qué será aquel monstruo a más de 2500 metros? ¿De dónde sacan en Italia estas cosas? La Fauniera está cerquita de Cuneo (les suena de Cuneo-Pinerolo), y parece un error en los perfiles (de tan alto, de tan pindio), y se llama, por otra denominación, Colle dei Morti, porque allí los saboyanos se pusieron en plan Jason Voorhees contra franchutes e hispanos. Ni dos décadas lleva, el asunto, con macadán.

Así que conecta la tele, y ya están en el descenso, y nos cuentan que antes se rompió todo, pero se rompió como se rompen los amores a 30 de agosto, se rompió a lo grande, se rompió de subir a gatas. Atacaron Gotti (que siempre me ha recordado a Alf), y luego Pantani, y luego contraatacó Jiménez, que busca reivindicación, que busca exhibir forma y clase, que quiere ser como Marco, o al menos cerca de Marco, que no conforma con el corralito ese chicuco que tiene por los septiembre en la Vuelta. Atacó Jiménez, digo, zona del Santuario de San Magno, y hay unas imágenes que se le ve así, de lejos, imágenes con el helicóptero, y mueve mucho la bici, parece Abdoujaparov cuesta arriba, y está por ahí Pantani, y empieza a ralentizar el ritmo Chava, y más, y más… Y ahí dejamos de ver a José María Jiménez, y ya nunca, nadie, pensó en José María Jiménez con opciones para nada más allá de Unipublic. Perdió veinte minutos en Borgo San Dalmazzo, donde pusieron meta.

Porque faltaban, aun, cosas. Bajar Fauniera, por ejemplo. Y bajar Fauniera… a ver, cómo les diría. Vale, igual esto les sirve… Paolo Savoldelli corona a dos minutos (y poco) de Pantani… y lo pilla al final del descenso. Luego ganaría la etapa, pero esa es otra historia. Digamos que La Fauniera puede ser discessa más jodida en esto de las bicis… Es estrechuca, tiene barrancos como para pensar en los hijos, tiene firme que va de lo «mira, aquí está un poco mejor pero no bien» al «coño, bonito bache acabo de comerme». ¿Cunetas? Estarán de coña. ¿Escapes por si cometemos errores? Eso es para amateurs. ¿Conclusión? Pues paisanucos con chubasqueros transparentes, las manos ateridas de tanto frenar y más miedo que Poli Díaz en un psicotécnico…

Sí, la Fauniera puede ser nuestro descenso más jodido de todos.

La Sía y Alisas, moñiga y vacas

Imaginen un puerto. Tiene carretera reviradísima. Herraduras, vale, pero sobre todo curvitas de esas que traicionan, que entras en ellas y bajan grados como un vuelo Málaga-Reykjavik. Imaginen, además, que por allí hay vacas sueltas, que me lo dejan todo perdido con moñigas, moñigas apestosas (poco) y deslizantes (mucho). Imaginen los limacos (que resbalan), el verdín (que resbala), un poco de barrillo (que resbala). Imaginen, además, que en ese puerto se meta mucho la niebla, que tengas siempre esa nube que moja, que mira y no deja mirar, sobre ti. No sabes lo que hay delante, pero llevas certidumbre de que va a ser jodido. Imaginen ese puerto.

Ahora pongan dos.

Durante algunos años eso de «La Sía y Alisas» fue jornada clásica en la Vuelta a España. Viniendo de la meseta, pillando los altos por sus caras suaves. Pero acojonando en descensos, vaya que sí. Allí se quedó cortado, y lloroso, el pobre Farfán. Allí tuvo mil sustos Rominger. Por allá se jugaba el pellejo Kelly, y Jalabert. Y gracias a La Sía y Alisas ganó etapa, en el Paseo Pereda, un tío que se llama Dag-Otto Lauritzen (nombre molón donde los haya). Uno que estrenó el manillar de triatleta en las bicis (sí, hay vida antes que Lemond). Decían, de él, que fue soldado antes de pasar a los pros. Paracaidista. Igual por eso…

Pedro Delgado (Foto: Cordon Press)
Pedro Delgado (Foto: Cordon Press)

Nos sirven, La Sía y Alisas, como verbigracias para bajaducas puñeteras, bien traidoras, bajaditas del norte, con carretera mejorable, con restos del ganao, con helechos invadiendo asfaltos y piso siempre húmedo. Carreteras donde hay zonas sombrías que te impiden ver bien, donde siempre queda algún recuerdo de lluvias que cayeron no hace tanto. Cobertorias, Carmonas, Padrunes, todos los puertos de Euskadi, el Portillón. Altos no muy altos, altos no muy duros, altos que terminabas destrozadete cuando llegas al valle, tras ir metiendo fuerza en los nudillos como un perro. Si hay caída… no tenemos barrancos gordos, seguramente deslices, seguramente acabes en la braña. Seguramente lleno de mierda, por decirlo fácil, y con mil pinchazos de zarzas. O de ortigas, culo suelo bici flogues, sí.

Pero esos también son descensos espeluznantes, aunque sean más chicos.

Crostis y parones

Claro que, a veces, los descensos son tan peliagudos que se ponen flamenquitos quienes deben pasar sus curvas. Vamos, que suspenden. Por su mano mayor. Resulta raro lo de ir a una carrera, sabiendo el recorrido desde mucho antes, y luego decir, mira, oye, que ni de broma. Pero pasa. Vaya si pasa.

(Vayan un poco más arriba para ver lo que comentamos sobre la velocidad en bajadas y no me extiendo en opinión).

Ocurrió en el Monte Crostis, por ejemplo. Programado en 2011 justo antes de Zoncolan, con toda la mala idea de que ese puerto sin gracia ninguna (camino de caprinos inside) tuviera gracia alguna. Desde la presentación andaba la gente que si hay tramo sin asfaltar, que si mira qué curvas más feas, que si uy, uy, uy, no sé yo. Pusieron, desde el Giro, todo lo ponible. Redes, señalética para muchachos sin estudios, lucecitas, mapas… Pues nah, que se suspende. Tú ves fotos y el descenso se las trae de cojones, pero nada peor de lo hecho en otros lugares. Abucheos gordos para Alberto Contador, porque iba líder y los tifosi pensaron que puso para el impasse. Aquel Giro lo ganó, finalmente, Michele Scarponi, seguro que recuerdan…

Y es que otras veces no se suspendieron, y mira que eran jodidos. No se suspendieron los Pirineos iniciales, en 1910, con esas bicis sin casi frenos, con esas sendas sin casi asfalto (quiten el «casi»). O el Izoard de los años veinte, que hay fotos dando miedo al miedo. O la Bonaigua en los ochenta, que la debieron pillar en obras y tenemos videos de Alberto Fernández entre la polvareda con su bici botando más que en Kapelmuur. No se cepillan, tampoco, Sampeyre en 1995, y lo define Rominger como «una París-Roubaix de montaña», o la bajada del Paso Duran en 1988 (sí, el año del Gavia hubo otro puerto sin asfalto), tampoco ese Aubisque por Litor donde se paró el corazón de Wim van Est (pero no su reloj, que era de calidad). Tampoco suspenden Joux Plane, que tiene asfalto malo, curvas malas, escapes pésimos, donde se cayó Perico. O Estacas en 1993, que menudo asfalto tenía Estacas por 1993.

Y ahí tiraron, tú.

¿Saben cuál es el resumen? Que los descensos peliagudos son aquellos que más se te atragantan. Sean cuales sean.

(Aunque los hay jodidos de verdad, ejem, y aceptamos sugerencias para aprender).

3 Comentarios

  1. Miguel Ángel del Reguero

    Marcos Pereda escribe como los dioses del Olimpo, todo genio, pura literatura que crea afición. Grande, muy grande. Gracias por poder leer cosas así.

  2. Pingback: Los descensos más peligrosos y memorables en la historia del ciclismo - Hemeroteca KillBait

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