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Chechu Rubiera: «El dopaje no era necesario, pero cuando sancionan a Armstrong no le dan los tours al segundo»

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En el interior del bar Casa Rubiera de Baldornón, una de las parroquias rurales del concejo de Gijón, hay amontonadas sobre una mesa dos pilas de álbumes. Dentro guardan fotos y recortes de periódico: los que dan testimonio de la carrera deportiva de José Luis Rubiera Vigil (Gijón, 1973). Como Chechu Rubiera conocemos a este ciclista que pasó por el Kelme de los Heras y Escartín antes de recalar en el US Postal, y más tarde en Astana y Radioshack. Fue gregario de Armstrong —con quien conoció a Schwarzenegger, a Robin Williams, a Ben Stiller…— y Contador. Hoy diseña bicicletas. Nos sentamos con él en la pequeña terraza del establecimiento, guarnecidos por tres banderas: una de España, otra del Real Sporting de Gijón, otra de Ucrania. Es ucraniana, refugiada de la guerra de su país, la amable joven que nos trae a la mesa —una de estas grandes bobinas de madera— cafés y trozos de roscón de Reyes y, acabada la entrevista, nos contará que el sábado hay clase de baile. Con Chechu repasamos a lo largo de hora y media su carrera, charlamos sobre la grandeza del deporte que ama, y también sobre sus miserias. El ciclismo —nos dirá— ha pasado página, y cuando da una charla en un instituto, ya no le preguntan cuánto ganaba, ni si se dopaba.

Naces en Gijón en 1973. Háblame de tu familia, de tus padres. ¿A qué se dedicaban?

Mi padre tenía dos camiones, uno de recogida de leche y otro con caja para llevar ganado y repartir pienso. Y con mi madre, gestionaban el bar del pueblo en Baldornón; un bar-tienda de los que había antiguamente en casi todas las parroquias, en casi todos los pueblos asturianos, en los que se vendía de todo, desde madreñes hasta aspirinas, pasando por herraduras para las vacas, y que además eran el lugar de la tertulia, de jugar a las cartas…, y donde acababa casi todo el mundo cuando había una celebración en la iglesia o un funeral.

¿Cuáles fueron tus primeros pinitos con la bicicleta?

Pues por aquí, por Baldornón, por este entorno rural. Los vecinos del pueblo, los niños, usábamos la bici como medio de transporte; nos daba mucha libertad para desplazarnos y para jugar. Solíamos salir en grupo.

Te formas en las categorías inferiores de la prolífica Escuela Ciclista Las Mestas de Gijón, y más tarde en las de Alvarín-Rigel de Avilés, El Teleno de Villablino y el Banesto. ¿Cómo recuerdas aquella etapa, aquel aprendizaje? ¿Qué recuerdo guardas de tus entrenadores?

Empecé con catorce años en Las Mestas, sí. La primera bicicleta de corredor que tuve un poquitín curiosa, que ya era muy buena, era una Zeus, fabricada toda en España, algo que, por desgracia, parece que se acabó. Tengo muy buen recuerdo, de mucho cariño, de esa etapa; de Chus, que sigue todavía en activo, y que desde esa escuela siguió formando a muchos chavales. La mayoría, lógicamente, no llegaron a profesionales, pero, con la dedicación de Chus, tenías una oportunidad para iniciarte en el mundo del deporte, para tener hábitos saludables… No había mucha presión; no se nos presionaba por los resultados.

Yo era un corredor que destacaba por genética, casi sin querer, y disfrutaba mucho, sin presión ni exterior, ni interior, viendo el ciclismo como una herramienta para pasarlo bien y para viajar. Conocí mucho Asturias, y también León, Cantabria, Galicia… A medida que van pasando etapas, que vas subiendo de categoría, ya no compites con otros chavales de cerca de tu casa, sino en escenarios y competiciones de mayor nivel, con corredores de otras regiones. Y luego llega un punto en el que estás compitiendo con corredores de otras nacionalidades, y acabas desembocando en la oportunidad de una categoría profesional, culminando el sueño de cualquier chaval que empieza en el mundo del deporte.

Se venía de una edad dorada del ciclismo asturiano, con El Tarangu, López-Carril… Tú, propiamente, ya no la conoces, pero representas, junto con otros, una segunda ola de éxitos para la Asturias ciclista.

Sí. Yo no vi correr a aquella gente, porque era muy pequeño, aunque luego los conocí a casi todos: Carril, el Tarangu, Roxín, Cima, Manzanillo… Fíjate, tuve la suerte de correr con el hijo de Merckx, con Axel, con quien tenía muy buena relación. Hicimos alguna concentración de altura juntos, y, de hecho, un guaje mío se llama Axel por él, por el hijo de Merckx. En una ocasión le pregunté si se acordaba de oír hablar a su padre de la figura del Tarangu, o si él mismo la conocía. Y me dijo que ¡claro que se acordaba del Tarangu! que su padre siempre decía que era el corredor que más le había hecho sufrir. Se venía de ahí, sí. En los ochenta, ya no teníamos ese referente tan potente de gente capaz de ganar una Vuelta a España o de estar en el pódium del Tour de Francia, aunque seguía habiendo corredores muy buenos vinculados a la región, como Suárez Cueva, Guillermo Arenas, Manuel Jorge Domínguez… Y sí, en los noventa, tuve la suerte de coincidir con una nueva hornada de corredores en la que estaban Samuel Sánchez, Carlos Barredo, Coque Uría y otro montón de gente que además tuvimos muy buena relación. Entrenábamos juntos con mucha frecuencia, e incluso nos desplazábamos a las competiciones juntos en coche. El ciclismo regional volvió a ponerse a un nivel muy alto: la medalla de oro de Samuel, la Clásica de San Sebastián de Carlos Barredo, etapas en la Vuelta a España de Dani Navarro, de Pasamontes

Los últimos ochenta y primeros noventa son los años del CLAS, un equipo muy potente de raíz asturiana.

Teníamos la suerte de tener un equipo profesional en la región, sí, pero, realmente, no tenía una figura asturiana que marcase a los corredores de mi generación. El CLAS era un referente para nosotros, claro, pero el CLAS eran Rominger, Echave, Gastón… Corredores de fuera de Asturias, e incluso extranjeros. Curiosamente, faltaba esa figura que sí que tuvimos más tarde, cuando ya faltaba el equipo.

Tu ídolo de juventud era Perico Delgado, ¿no es así?

Sí, pero bueno, con el ciclismo pasa una cosa que no se debe de dar en muchas disciplinas deportivas, que es que un aficionado al ciclismo disfruta de cualquier corredor de cualquier nacionalidad, o de cualquier equipo. Si tú sales a la carretera en una etapa de la Vuelta a España o del Tour de Francia, verás que la gente se desvive y deja la garganta y las manos aplaudiendo lo mismo por el que va primero, y que a lo mejor es alemán de un equipo con espónsor japonés, que por el último, que es belga. Por el medio pasarán españoles a los que lógicamente te sentirás más afín, por su nacionalidad o porque conoces mejor su trayectoria deportiva; pero es un deporte en el que no hay ese nivel de fanatismo o de sectarismo que se ve en otros deportes, donde los aficionados se encasillan en unos colores concretos.

Te he leído contar que a tu madre nunca le gustó que te dedicaras a esto.

No, no, nunca le gustó lo del ciclismo, porque lo asociaba con el riesgo de las bajadas. La competición, lógicamente, exige velocidades altas, sobre todo cuando tienes entre manos la posibilidad de una victoria, y esa victoria a lo mejor pasa por bajar más rápido en el último puerto. Ella veía un riesgo que no hay en un campo de fútbol o en una pista de baloncesto. Y, unido al riesgo en la competición, también estaba el día a día en la carretera, con seis, siete, ocho horas al día de entrenamiento en que convivías con tráfico abierto; con coches, con camiones, con autobuses que muchas veces no guardaban la distancia mínima de seguridad; esa distancia que ahora hay y es de un metro y medio, pero que antiguamente nadie respetaba. Afortunadamente, eso está cambiando.

Tengo muy vivo el recuerdo de una tragedia que me pilló con siete u ocho años: la caída mortal de Fabio Casartelli en un Tour de Francia. Tuve pesadillas con aquella foto que fue portada en todos los periódicos deportivos, de él en el suelo, con una riada de sangre saliéndole de la cabeza.

Uf, sí. Año noventa y cinco. Yo era ya profesional, con el Artiach, y vi la caída de Casartelli en este mismo bar, en directo, en un día en el que estaba aquí un compañero vuestro del periodismo, de La Nueva España en concreto, haciéndome fotos para uno de esos suplementos de verano, hablando de cómo vivía un ciclista profesional ver una etapa del Tour por la tele. La imagen que tú dices, de él en el suelo con el charco de sangre, fue muy sobrecogedora, efectivamente. Años después, cuando entrenando con Armstrong pasábamos por el lugar, que se convirtió casi en un lugar de culto, de peregrinaje, él siempre se paraba, y verlo era algo que nos impresionaba a todos. Había sido compañero de Casartelli en el Motorola; tenía muy buena relación con él.

¿Qué tal tu propia experiencia con las caídas? ¿Tuviste alguna grave a lo largo de tu carrera?

Huy, sí, sí, claro. Desde infantil hasta el último año de profesional, es raro que pases un año sin caer. Todos los años tienes alguna caída. Yo apenas caí entrenando; contaría esas caídas con los dedos de una mano. Pero en competición, sí, fracturas de clavícula, de escafoides, el codo… O arrastrarte por el suelo y levantar todo el pellejo de una pierna. Afortunadamente, tuve caídas sin repercusión. Lo que más tiempo me alejó de la bici fue la clavícula, que me tuvo tres semanas sin poder montar.

En las escuelas de ciclismo, en los clubes, ¿se enseña de alguna manera a perder el miedo a eso; a la velocidad, al riesgo de una caída muy grave…?

Bueno, sí… Al final, cuantas más horas pasas encima de la bici, más te familiarizas con ella y más sabes interpretar riesgos que una persona que no sea de andar en bici no verá, desde la curva que ya te está diciendo según la ves que el asfalto está un poco suelto y que hay un poco de grijo hasta la que está en sombra y de la que deduces que puede tener un poco de humedad. O ese coche que te adelantó y que ves que, según pare, va a abrir la puerta, y que esa puerta, como no te apartes, igual te la comes. Anticipas mucho, y esa visión que en un momento determinado te puede llegar a salvar la vida te la dan la experiencia y los kilómetros en la bici.

Entre 1995 y 2000, formas parte del club que primero se llamó Artiach y luego Kelme, donde coincides con Fernando Escartín y Roberto Heras. ¿Qué tal era el ambiente?

Muy bueno. Era un equipazo. Lo era a nivel deportivo, porque teníamos un grupo brutal, de una generación muy buena de corredores. Roberto Heras, que ganó no sé si tres vueltas a España; Escartín, que hizo podio en el Tour y en la Vuelta; Botero, que fue campeón del mundo de contrarreloj; Óscar Sevilla, que también ganó la Vuelta a España; Valverde, que vino después, y con el que no coincidí; muchos colombianos que fueron referencia en su país… Ya mencioné a Botero, pero el Chepe González ganaba todos los años la montaña en el Giro de Italia, Cárdenas también ganó etapa en el Tour de Francia… Pero también era un equipazo a nivel humano.

Conseguimos aglutinar un grupo casi familiar. Disfrutábamos de períodos de descanso y de vacaciones juntos. Un año, en una Vuelta a España en la que teníamos un espónsor de Halcón Viajes, el presidente, aquel Hidalgo, nos dijo que nos pagaba un viaje a todos a Cuba si la ganábamos. «¿Y las novias también?». «¡Y las novias también!». Y para allá nos fuimos todos, los corredores y las novias, pero también los mecánicos, los masajistas… Tengo muchas fotos de aquel viaje, lo pasamos muy bien. Había gente muy simpática; muchos corredores que son gente de esta que tiene un don a la hora de contar, de hablar… Era la época de Chiquito de la Calzada, y había uno que lo imitaba muy bien; era todo una risa constante. Correr, competir, estar veintiún días o más fuera de casa, en un entorno de mucho estrés, de mucha tensión, en el que tienes que justificar mucho los rendimientos que te exige el espónsor, es duro, pero ese ambiente distendido y de risa en el hotel lo facilitaba; facilitaba seguramente los propios resultados.

¿Vivíais todos juntos en la misma ciudad? Seguramente sea una pregunta tontísima, pero te confieso que no tengo ni idea de cómo es el día a día de los clubes ciclistas.

No, no: el ciclismo no te obliga a vivir en un sitio, como un equipo de fútbol. Tienes un preparador que es el que te marca los entrenamientos, y esos entrenamientos los haces en casa. Lo que hay a lo largo de la temporada son varias concentraciones de equipo, que suelen ser en altitud y en sitios calurosos; se busca el buen tiempo. Y luego, claro, las competiciones, que también te exigen estar fuera de casa día tras día, donde toque. Lo máximo que yo llegué a hacer fueron ciento veinte días de competición, y luego tienes otros veinte o treinta de concentraciones, pero el resto, casa. Es una ventaja en relación con otros deportes, aunque la verdad es que lo es si eres español, francés, italiano, etcétera, y vives en el ciclismo europeo.

Esa suerte no la tenían, en los equipos en los que yo estuve, por ejemplo los colombianos, que vivían casi todos en una casa de alquiler en Denia, en Jávea o en la Toscana, muy lejos de su casa; o los neozelandeses o los australianos. Esos fijan la residencia en Europa: Francia, Italia o España, y cuando se acaba el entrenamiento, la competición, vuelven a una casa que en realidad no es una casa, sino un apartamento de alquiler en el que no está nadie para recibirte, salvo en el caso de alguno que sí que venía con la mujer o los críos. Yo tuve la suerte de poder entrenar en casa y mantener el contacto con la familia y los amigos.

Decías que se busca el buen tiempo, pero ¿no conviene también aprender a rodar con frío, con lluvia…?

No, porque al final eso lo vas aprendiendo en la competición, y si lo buscas en las concentraciones, te va a conllevar entrenamientos más cortos, de menor calidad. Si hay mucho frío, no puedes hacer seis, siete horas. También hay un riesgo más alto de enfermedades como catarros, gripes, etcétera, y con el frío incluso suele haber más lesiones de rodilla, tendinitis…

En 1997, vences en la etapa reina del Giro de Italia y acabas décimo en la clasificación general.

No me imaginaba para nada que pudiera estar tan arriba, y mucho menos ganar una etapa. Eso marcó un antes y un después en la mentalidad deportiva mía, en el sentido de decir: «Cuidao, que de esto igual puedo vivir». Hasta ese momento, la mentalidad era: «A ver si me renuevan, a ver si me renuevan, a ver si me renuevan». Y a partir de ahí es cuando pienso que igual puedo tener una carrera larga y ganar más cosas.

¿El Giro, que en 2000 acabas en octavo puesto, tu segundo mejor en una gran vuelta tras el sexto en la Vuelta a España de 1999, ha sido tu gran vuelta preferida?

Sí, quizás sí. Si preguntas a otros ciclistas, verás que es habitual tenerle un cariño especial al Giro. Es una carrera que desde el punto de vista deportivo es muy interesante, porque los recorridos son muy guapos, con esos puertos míticos que tienen bastante desnivel y que hacen más atractivo el desarrollo de la carrera, los Dolomitas… Y lo es también por los aficionados. En Italia hay mucha afición, pero de gente entendida, que conoce muy bien el pelotón, los equipos, a los corredores…

¿En el Tour hay un componente más alto de domingueros; de gente que se acerca a la carrera atraída más por la fiesta que se organiza en torno a ella, o por el fetichismo del deportista famoso, que por el propio deporte?

Sí… En el Tour, los aficionados, en gran parte, son gente que va de vacaciones en verano y que, aprovechando que está en Francia, se acerca a una carrera en la que sabe que hay muchísimo color, mucha caravana publicitaria con regalos, etcétera, pero que realmente no son entendidos.

Y ¿qué opinas de la Vuelta? Pasa por ser una de las tres grandes vueltas, pero confesémoslo: está un escaloncito por debajo de las otras dos. Uno piensa que no tendría por qué estarlo: España es un país grande, con una diversidad paisajística posiblemente mayor que la italiana y la francesa, con muchas cadenas montañosas, con puertos tan bonitos como los Lagos, pero también esas largas carreteras rectilíneas de la Meseta, etcétera. ¿Qué le falta a la Vuelta para subir ese escalón?

No le falta nada, porque yo creo que lo hacen muy bien, los recorridos, la organización, todo. A nivel deportivo, yo creo que la Vuelta, en los últimos años, está siendo mucho más interesante que el Tour. Y que el Giro también, pero sobre todo que el Tour. No es lo que falta, sino lo que sobra; sobra calendario. La Vuelta se corre en una fase de la temporada en la que ya hubo mucha competición. El calendario empieza ya ahora en enero, en Australia, y cuando llega septiembre o agosto hay mucha gente demasiado castigada por el nivel de exigencia de esas competiciones anteriores, o que ni siquiera se plantea ir.

Todos los corredores buenos y todos los equipos que tienen gente buena marcan el Tour como prioritario, junto con las clásicas de la Copa del Mundo. Lo demás es rellenar, y es rellenarlo no buscando siempre la prioridad de la victoria, como sí se busca en el Tour. La Vuelta, a los españoles nos encantaba, pero tampoco tiene esa demanda televisiva, esa audiencia, que tiene el Tour, que sabes que lo van a ver en Estados Unidos y en Australia y en Japón. Y el Tour y el Giro tienen una tradición que está ahí y que pesa mucho. Es muy difícil romper la inercia de que esas sean las grandes carreras.

¿Tu irregularidad te impidió hacer podios?

Sí. En el ciclismo, sobre todo en el ciclismo de grandes vueltas de veintiún días, con recorridos que combinan contrarreloj, montaña, llano, viento de costado, de abanico… tienes que tener regularidad; tienes que estar bien todos los días. No puedes tener un día malo. Tienes que ser un corredor muy completo, con predisposición para hacer buenas contrarrelojes, muy buen escalador, etcétera, todo en una sola figura. No vale decir «saco dos minutos al segundo en la contrarreloj, pero luego llego a la montaña y pierdo tres».

Tu mejor puesto en una de las grandes vueltas es el sexto en la Vuelta a España de 1999, la que inaugura las subidas a L’Angliru. Recordaba a los ciclistas quejándose de su dureza, e incluso declarándose en rebeldía, y documentándome para esta entrevista, encontré este titular de entonces de El Mundo: «La “montaña asesina” no gusta a los ciclistas»

En el Kelme, Pino, Coque Uría y yo habíamos subido antes, para ver qué desarrollos iban a hacer falta. Después de aquel entrenamiento, determinamos que había que llevar tres platos, un desarrollo muy propio, en aquella época, de las bicicletas de montaña. Platos muy pequeños y piñones muy grandes. Nunca ningún ciclista había necesitado menos de un 39 de plato, y de repente pasamos a tener necesidad de tres platos, con 30 de plato pequeño. Atrás, subías cualquier escenario en el Tour de Francia o el Giro con un 23, 25, y en L’Angliru eso se quedaba corto. Hubo equipos que no fueron a conocer el recorrido y que se encontraron con que no tenían desarrollo para hacer frente a una subida tan dura. Y sí, hubo protestas; en la prensa se escribió mucho; todo el mundo opinaba; muchos corredores eran contrarios y, de hecho, hubo uno que, al llegar a la línea de meta, a dos metros de cruzarla, se retiró en señal de protesta. Era aquel británico del Cofidis, ¿cómo se llamaba? Un corredor muy bueno, ay. Luego me saldrá.

Hubo aquellas protestas y…

Millar, David Millar.

Hubo aquellas protestas, y en años posteriores también recuerdo conatos de rebeldía de los ciclistas: «Por favor, este año L’Angliru no».

A nivel logístico, también es complicado, un reto, para la propia Vuelta a España, porque hay que subir camiones, tráileres, etcétera, toda la caravana publicitaria, los pódiums, no sé qué, y creo que solo hay uno o dos conductores, todos asturianos, que se atrevan a meterse por ahí. Es un riesgo; hay que maniobrar mucho y luego hay que bajar con mucho peso, y con esos desniveles es un riesgo quedar sin frenos o tener un incidente por el que te puedas precipitar por ahí. Es una subida estrecha, y siempre hay coches que queman los embragues, atascos… Con buen criterio, creo yo, solo lo meten una vez cada dos o tres años. Sabes que va a haber Angliru cada dos o tres años, pero que no va a haber Angliru todos los años. Por gestionar esa dificultad para la propia organización y por no saturar a los ciclistas, por las dos cosas. Ese equilibrio está bien.

Te he leído comentar tu desagrado por la preferencia, en los últimos años, por ese tipo de desniveles abruptos y explosivos, en lugar de los puertos largos. ¿A qué la atribuyes?

Hay una demanda por parte del público que se ve clara en que, en ese tipo de etapas, las audiencias se disparan en la última subida. Realmente, los ciclistas pensamos, al menos yo lo pienso, que no son subidas que hagan un gran espectáculo deportivo, porque son subidas muy duras en que se desarrollan velocidades muy bajas y la gente se vuelve muy conservadora. Nadie se mueve hasta la última subida y eso hace que, a veces, se llegue a meta con las fuerzas muy igualadas, y que no se marquen diferencias. Eso en L’Angliru se ve muy bien, como se ve en el Cuitu Negru, en otras subidas que se hacen aquí o en Italia, o incluso en el Tour de Francia. Y contrasta con el ciclismo clásico, que hasta hace algunos años buscaba puertos largos en los que la gente era más valiente, y atacaba desde muy atrás, y no solo en los últimos cinco o siete kilómetros. La forma en que se corre ahora es esa y los equipos amarran mucho la carrera y no dan lugar a la improvisación. Ahora parece que prendes la tele y sabes que va a ganar este, este o este. No hay margen para que los equipos o los corredores improvisen; nadie se atreve a atacar de lejos. En muchísimas etapas del Tour ya pasa que, si ves los últimos cinco kilómetros, lo viste todo, y es una pena.

No sé si esto también nos habla de nuestra pérdida, como sociedad, de la atención; de la capacidad para la atención sostenida; de la era del zapping y del saltar de vídeo en vídeo de tres minutos de TikTok. Queremos píldoras, chutes de espectáculo. Todo se vuelve fast, como la food.

Sí… Hombre, seis, siete horas, eso, ¿quién lo ve? Eso no lo ve nadie. No hay paisano que tenga tanta afición ni tantas horas para dedicarle a la bici. Pero antes sí que era muy habitual, por ejemplo, oír la Vuelta en la radio ya desde por la mañana, porque ya estaba pasando algo desde muy temprano. Ahora no: ahora se concentra todo en esa parte final; el formato busca, y le funciona, un pico de audiencia muy grande de una hora como mucho, la hora final.

Aquel primer Angliru fue el que ganó el Chava Jiménez en medio de la niebla.

Fue una victoria muy guapa. Había muchísima expectación, muchísimo público, un montón de gente conocida. Y fue una etapa muy complicada. Llovió bajando La Cobertoria; el asfalto estaba muy liso, muy brillante, y hubo muchas caídas tanto en La Cobertoria como en El Cordal. Escartín, que era un poco el líder nuestro, se cayó y no pudo continuar en competición. Otra de las caídas fue la de Olano bajando El Cordal. El mecánico fue a ayudarlo a salir, porque estaba metido en un matu, en un bardial, entre los escayos, y sacaron a Olano y sacaron la bici, pero al tirar de ella para atrás, la rueda delantera se quedó allí metida. Recuerdo que hubo un chavalín del Ciudad de Oviedo que, antes de acabar la etapa, le dijo al padre: «Coge el coche y llévame ahí, que quiero coger la rueda de Olano», y se la llevó de souvenir. Luego hubo la polémica aquella. Tonkov se veía ganador en la última parte de L’Angliru, pero el Chava surgió como de la nada y lo adelantó prácticamente sobre la línea de meta.

Tonkov decía que el Chava, aprovechando que no lo veían debido a la niebla, se había agarrado a un coche para rodar más rápido.

Sí, decía que nunca nadie de los que estaban en la carretera habían visto tal cosa. Él venía de ganar el Giro de Italia; era uno de los mejores escaladores que había, y se conocía y sabía que había subido muy, muy rápido. Pero el Chava era un tío para echar de comer aparte; un tío capaz de lo mejor y de lo peor, que el día que le salía la genialidad esa que tenía dentro era capaz de todo. Yo creo que ganó limpiamente; vamos, lo sé seguro. Y esa pizca de emoción y de incertidumbre, que la tele estuviera ya hablando de la victoria de Tonkov cuando de repente, pum, aparece él en medio de la niebla y rebasa a Tonkov en los últimos trescientos metros, en la parte ya llana, fue una cosa muy chula.

En aquellos años noventa, ¿con qué corredores te impresionó más coincidir en la carretera?

Coincidí con el más grande, que fue Indurain. Yo estaba en Banesto en el año noventa y cuatro, pero no era profesional, sino amateur. Luego, cuando paso a profesionales, en el noventa y cinco, ya coincido con él en el pelotón. Y claro: impresionado. Un tío que ya había ganado cuatro tours, y que aquel año ganó el quinto. Y un tío muy respetado y querido, porque en el pelotón era muy calmado; nunca se alteraba, nunca insultaba. En el pelotón hay mucho roce y momentos de tensión; mucha palabra malsonante, pero de él jamás oí una mala palabra ni un reproche a nadie. Saludaba a todo el mundo por igual.

Lo de las palabras malsonantes, ¿te refieres a como en los córneres del fútbol y así; insultar al otro, acordarse de su madre o de su novia o de su hermana, para descentrarlo?

No, no para descentrarlo, sino porque la rueda del otro tal, o porque en una bajada entra mal en una curva y te pone en riesgo porque trazó mal: «¡Eh, gilipollas, cuidado!». Siempre estás con la tensión esa, y acabas sabiendo insultar en italiano, en francés… «¡Porco tal!».

¿Qué más corredores de aquella época te impresionaban?

Gianni Bugno, que fue un rival directo de Indurain que nunca llegó a ganar el Tour; se quedó como a la sombra de él, pero era muy bueno. Sprinters como Saitov; Pantani… Con Pantani coincidí muchos años, y sin duda es el mejor escalador que dio la historia del ciclismo. El que dio y probablemente el que dé, porque tiene récords de varias subidas, el Alpe d’Huez, etcétera, que va a ser imposible que nadie los supere.

En aquellos años en el Kelme, no corrías el Tour. ¿Por qué?

Hacía dos picos de forma que me iban muy bien: un primer pico de forma en el Giro, un descanso que coincidía con el Tour de Francia y, después, la Vuelta a España. En el Kelme había muy buenos corredores preparando el Tour y que tenían mucho interés por ir, y a mí en aquel momento tampoco me daba más por el Tour. Me gustaba más ese otro calendario de Giro y Vuelta.

En 2001, te vas al US Postal. ¿Cómo se gesta ese fichaje?

Me llamaron porque necesitaban reforzar el equipo en la montaña. La oferta era competir en el Tour de Francia como gregario de Armstrong y, el resto de la temporada, un calendario alternativo en el que yo estuviera más libre y también tuviese opciones de brillar. Me apeteció también por aprender inglés; algo que veía que me podía servir el resto de la vida.

Tampoco en este caso te fuiste a vivir a Estados Unidos, ¿no?

No, no. Íbamos mucho a hacer concentraciones, presentaciones y demás; y, por exigencias del espónsor, también corríamos algunas competiciones americanas, como la Vuelta a Georgia o el Tour de California. Pero la base la teníamos todos aquí, en Europa.

En tu primer Tour, te luces en el Alpe d’Huez, en una etapa de la que se recuerda la picardía de Armstrong.

El equipo no estaba muy bien. Al llegar el Tour a Pirineos y Alpes ya solo quedábamos tres del equipo: Armstrong, Roberto y yo. No podíamos hacer frente al control de la carrera, y Armstrong, en una estrategia que fue muy chula de ver desde el punto de vista del aficionado, hizo creer a todos que no estaba bien y se fue a la cola, para que otros tomaran el control. La responsabilidad de la carrera la cogió Telekom y los comentaristas televisivos empezaron a comentar que era una evidencia que Armstrong no iba a ganar el Tour; que estaba mal y que igual ese era el principio de su declive.

Un poco como los faroles del póker.

Se había hecho más veces, pero nadie recordaba en aquel momento que se hubiese hecho recientemente, y estuvo guapo. Al llegar al pie de Alpe d’Huez, atacamos y ganamos la etapa; ahí fue donde Armstrong sentenció el Tour.

¿Qué tal es asumir el papel del gregario; del que asiste a la estrella en lugar de hacerse una estrella él?

Los ciclistas lo asumimos con naturalidad. Asumes que no sirves para ganar, o sirves muy poco, y trabajas para otro; sin más. En otros deportes cuesta entenderlo, pero en el ciclismo es así.

¿Cómo le explicarías ese papel a alguien que no sepa de ciclismo, y que no entiende qué ayuda puede un corredor prestar a otro, si no puede correr por él?

Se basa en el rozamiento del aire, en la aerodinámica. Rodar a cincuenta kilómetros por hora de cara al aire supone un desgaste brutal, pero cuando ruedas a cincuenta kilómetros por hora a rueda de alguien vas cómodamente. Recuerdo que, cuando éramos pequeños, nos poníamos detrás de los camiones; notabas que la diferencia era abismal. Lo que se busca con el trabajo de equipo es salvar la energía o la fuerza del líder para llevarlo en butaca, como decimos, hasta la última parte de la carrera, y que allí saque la diferencia que necesite con su máximo rival o con sus máximos cuatro o cinco rivales.

De los tours que ayudaste a ganar a Armstrong, el de 2003 fue el más difícil, y te he leído comentar que Ullrich podría haberlo ganado si hubiera detectado las debilidades que afectaban a Armstrong, y creído en sus posibilidades.

Armstrong había encadenado una serie de acontecimientos que afectaron a su rendimiento: la separación de su mujer, que fue un trauma para él; una caída en la Dauphiné Libéré en la que perdió mucha sangre, algo que comió una semana antes de empezar el Tour y que hizo que lo empezase con mucha diarrea, muy débil… Llama la atención que un corredor, un atleta, sea capaz de ganar la carrera más importante del mundo sin estar al cien por cien, pero Armstrong lo hizo aquel año.

¿Ullrich? Yo creo que ya le tenía mucho miedo a Armstrong; que moralmente se sentía ya derrotado. Veía en Armstrong un rival superior y lo había asumido. Probablemente había, realmente, un escalón entre el nivel deportivo de Armstrong y el de Ullrich, pero todavía había más escalones entre Ullrich y los siguientes, y aquel año tuvo una oportunidad. Fíjate, el último sábado, justo antes de la etapa de París, había una contrarreloj, y me acuerdo de estar todos en el autobús comiéndonos las uñas, viendo en la pantalla a los dos últimos en correrla, que eran Ullrich y a Armstrong por ser los primeros de la general. Armstrong no iba bien, Ullrich iba mucho mejor y la diferencia no era tan grande, así que a esas alturas todavía no dábamos el Tour de Francia por ganado. De repente, Ullrich entra en una rotonda lloviendo, se tumba, se le va la rueda de delante, se cae y hacemos todos: «¡Ohhh! Ya está, ya ganamos».

¿Hay en los equipos ciclistas, además de un entrenamiento físico, formas de entrenamiento psicológico?

Ahora se trabaja más la figura del psicólogo deportivo, que está incluida ya en el staff de muchísimos equipos; pero en aquella época no se trabajaba. Aprendías a gestionar los nervios, el estrés, las frustraciones, tú solo, con la experiencia y el bagaje que te van dando los años de competición desde que eres pequeñín hasta que llegas a profesional. Armstrong no creo que haya ido nunca al psicólogo, pero se levantaba después de cada caída con más ganas y más rabia. Por otro lado, los propios filtros que vas pasando hacen que los más débiles vayan quedando atrás. En el pelotón profesional, lo normal es que haya gente que tenga una buena predisposición para superar los problemas. Yo, hace poco, hice un curso de director deportivo y me hablaban de cosas que desconocía, porque no se trabajaban en mi época.

La visualización de la etapa, por ejemplo, en las contrarrelojes o en determinadas pruebas en pista: verte a ti mismo a pleno rendimiento, gestionando el estrés, la tensión, consiguiendo un resultado que ya te predisponga a ser positivo en el transcurso de la etapa. Yo eso no lo hice en la vida. O la gestión del estrés, de intentar relajarte al acabar la etapa; o al contrario: activarte antes de la contrarreloj. No en el rodillo, como nosotros: tú subías en el rodillo y te activabas. Ahora hay trabajo psicológico para activarte sin necesidad de un calentamiento físico.

Del US Postal, cuentas que el contraste, en cuanto a ambiente, con Kelme era enorme; que allí todo era más profesional, más frío, más tecnificado.

Sí. Un detalle que parece sin importancia, pero que a mí me llamó la atención, es que, cuando en el Kelme acabábamos de cenar, los corredores del equipo salíamos del hotel todos juntos y decíamos: «Aquella cafetería», y nos juntábamos todos en una terraza o tal y venga, una manzanilla, un no sé qué, un capuchino descafeinao, y seguía la tertulia, la conversación, la risa con los chistes, lo que fuese. Hablábamos de la carrera del día siguiente, de la de ese día, de los rivales… Eso nunca lo vi en el US Postal. Allí, acabábamos de cenar y cada uno se iba a su habitación; y lo que empecé a ver, que no lo había visto hasta entonces, fue a la gente delante de un ordenador, navegando en la web o leyendo lo que fuera. Lo que vemos ahora de las pantallas y de los hijos aislados, eso yo lo conocí en el US Postal.

Hablábamos antes del CLAS, un club que, si no me equivoco, nació fundado por trabajadores de la Central Lechera Asturiana aficionados al ciclismo. Formas parte de una generación que ve cómo esos clubes gestados de una manera informal, comunitaria, y que obviamente no dejaban de ser empresas y de esperar resultados, pero en los que pervivía un componente grande de espontaneidad y genuino amor por el deporte, dan paso a lo que ya son grandes compañías capitalistas puras y duras.

Hay un pequeño punto de unión, porque, al final, en un consejo de administración o un departamento de marketing, si invierten en el ciclismo es porque a alguien le gusta el ciclismo. Hace falta alguien que diga: «Me gusta el Tour y quiero un equipo en el Tour». Pero no, claro: nada que ver con lo que comentabas. CLAS fue el resultado de un grupo de trabajadores que tenían hijos de edades parecidas y que dijeron: «Vamos a crear un equipo para los guajes». Y los guajes fueron creciendo, haciéndose cadetes, juveniles, luego aficionados y hubo un momento en el que todos los trabajadores de la empresa se identificaban con ese grupo de chavales, y se acabó dando el paso al campo profesional porque se veía una rentabilidad a nivel de publicidad y demás. Pero todo había salido de la afición de los padres. Ahora vas con un dossier de un equipo profesional de no sé cuántos millones de euros y no tiene nada que ver.

Hablábamos antes del maltrato al ciclista a costa de los puertos espectaculares. Tú, tu generación, en tanto que trabajadores de esta industria, quizá muy bien pagados, pero trabajadores al fin y al cabo, ¿os sentíais explotados, sentíais que os exprimían como a naranjas en la codicia de obtener más y más beneficios?

Nah, no: te gusta tanto lo que haces que… Hombre, sí que es verdad que… Mira, lo comento mucho con respecto a la hipocresía que hay a veces en torno al dopaje. Hubo un año, 2003 o por ahí, que me acuerdo de levantarme aquí con un frío de la leche, en enero como ahora, e irme a Australia a correr el Tour Down Under. Cuarenta y tres grados hacía, y lo corrimos, pero había también carreras de caballos, y las carreras de caballos las suspendieron, porque no era bueno para los caballos competir a cuarenta y tres grados, ¿sabes? Dices tú: ¿cómo es esto? ¿Vale más la vida de un caballo que la de un ciclista? Al final hay unos intereses que engloban toda una cadena que empieza con nosotros y que tiene la misión de dar espectáculo, pero está condicionada por unos organizadores y unos sponsors que quieren rentabilidad, y también por unos tipos que están en el sofá pero dicen: «¡Más! ¡Más duro! ¡Más kilómetros!». Pero bueno, no: yo no me siento utilizado, ni creo que nadie se sienta utilizado. Tuve la suerte de competir en una especialidad que me encanta y que me sigue gustando tanto como me gustaba, y que además fue un medio de vida que me permitió pagar una casa, tener unos ahorros y vivir con tranquilidad.

¿El dopaje llegó a ser necesario para sobrellevar esa dureza?

Necesario, no, pero sí que es verdad que, cuando sancionan a Armstrong y le quitan los tours, no se los dan al segundo, cuando siempre se entendió que, si el primero se dopaba, se decía «tú fuera», y el segundo el ganador. Esos tours quedaron desiertos. Los organizadores, la UCI, dijeron: «Venga, se lo quitamos a Armstrong, pero ¿que se lo damos, a Zülle, que estaba en el caso Festina; a Ullrich, que estaba en la Operación Puerto…? Ahora, afortunadamente, la mentalidad del deportista, la del espónsor y la del aficionado son otras; todo cambió.

La USADA estadounidense consideró que el US Postal, tu equipo, había auspiciado «el programa de dopaje más sofisticado, profesional y exitoso en la historia del deporte». ¿Qué te parece esa frase, ese dictamen?

Pues me parece que responde a un sentimiento de odio o animadversión a la figura de Armstrong por parte de la gente que estaba en aquel momento —no sé si siguen ahora— gestionando la Agencia Mundial Antidopaje y especialmente la Agencia Americana Antidopaje. Armstrong tenía una lucha personal con ellos y ellos con Armstrong; había ahí algo personal. Lo que puedas leer que se hizo en el US Postal, también podrás leer que se hizo en el Telekom o en la ONCE; y sin embargo, el objetivo siempre fue Armstrong; destruir a Armstrong. Pantani dio positivo y nadie se cebó con él, aunque él sí que acabó mal, psicológicamente hundido. Ullrich también tuvo problemas y no creo que se cebasen con él desde la Agencia Mundial Antidopaje como lo hicieron con Armstrong. A otros corredores que reconocieron que se habían dopado o dieron positivo les decían: «Venga, sanción de dos años», y sin embargo a los del US Postal, a los médicos y demás, los sancionaron de por vida.

La pregunta es: ¿doparse era una decisión autónoma del corredor o un programa del equipo; una orden de pincharse que los corredores obedecían sin hacer preguntas?

Eso tienes que preguntárselo al que lo hizo.

Floyd Landis llegó a acusarte directamente, y la USADA detectó un pago tuyo al doctor Ferrari, cabeza del equipo médico que dio soporte a la trama.

Yo, cuando llegué al US Postal, había un preparador que era el mejor del mundo en aquel momento, que era Michele Ferrari, y me dijeron: «Oye, nos gustaría que entrenaras con este tío». Antes hablábamos de los avances en el US Postal. Otro era que, en aquel momento, nadie usaba el potenciómetro, que hoy día sales a la carretera y se lo ves hasta al último cicloturista, pero en 2001 el US Postal usaba potenciómetro. A cualquiera que le preguntes, te dirá que el potenciómetro es una herramienta muy, muy buena, que mejora muchísimo la calidad de los entrenamientos; pero para eso tienes que asociar esos entrenamientos a unos parámetros y a unos umbrales de trabajo, y los umbrales de trabajo se determinan por los niveles de lactato, por los consumos de oxígeno y por la potencia. Si tú preguntas ahora quién es el mejor preparador del mundo, te dicen el que sea y vas y le preguntas «¿cómo puedo trabajar contigo?», te dirá: «potenciómetro». Y si le preguntas: «ahora que tengo el potenciómetro, ¿qué tengo que hacer?». Te dirá: establecer los umbrales de trabajo y que alguien, algún médico deportivo, te los establezca y te dé unos parámetros de series, de intervalos, de horas de entrenamiento. En eso, entonces, el mejor era Michele Ferrari, y por eso cobraba.

Después de dos años con él, ya ves un poco la dinámica de trabajo, y teníamos en el equipo un preparador que trabajaba con el mismo sistema, así que dije: yo no pago a este cuando tenemos a alguien que lo hace dentro; yo también sé ya qué es lo que me viene bien y cómo establecer esos rangos de trabajo. Necesitas un médico que te haga los tests y luego adaptar esos resultados, sobre todo de umbrales de lactato, a la potencia. Yo ahora hice un curso, pero cuando corría les dirigía los entrenamientos a chavales de aquí. A Iván Cortina le hacía los tests de lactato, porque después de dos años con este hombre ya tenía esas nociones.

¿Cómo viviste en lo personal aquellas acusaciones? ¿Con tranquilidad, con angustia…?

Bueno, con, pfff, tranquilidad, porque, por desgracia, después de tantos años corriendo en bici, que fueron dieciséis, me tocó vivir el escándalo de Festina, ¿quién no recuerda el escándalo de Festina?, y yo no corría en Festina, pero estaba ahí; me tocó vivir la Operación Puerto, la Operación Galgo… Hubo tantísimas… Y sin estar directamente implicado, sabes que siempre tienes gente conocida. En el Kelme estaba Eufemiano Fuentes. No lo asumes como algo positivo, porque no lo era, pero sí como algo normal. Tuvieron que pasar muchos años para que la percepción que la gente tenía del ciclismo cambiase. Creo que afortunadamente ya cambió y sí que todo el mundo reconoce que lo que se hizo en aquellos años no era normal. También te digo que en aquel momento había dopaje, pero aquellos corredores que corrían en los noventa y que o bien dieron positivo o bien reconocieron que se dopaban están sanos como rosas; andan por ahí todos, con lo cual lo que se quiso vender de que se ponía en riesgo la salud de los ciclistas a lo mejor tampoco era tan cierto. Armstrong reconoció que se dopaba, pero sigue andando en bici y estando bien; Ullrich, lo mismo…

¿Qué tal era tu relación personal con Armstrong?

Muy buena. Él resultó muy antipático a nivel de prensa, porque era muy esquivo y marcaba unos protocolos muy exigentes a la hora de conceder entrevistas. Y fue un tío que enganchó muchísimo al público, pero que se veía muy desbordado y estaba ya muy cansado de la gente: era habitual verlo salir por la puerta de atrás en los hoteles. Era casi una estrella de Hollywood; un tío superconocido. Pero con el entorno, con los compañeros de equipo que estábamos casi fijos en el Tour de Francia junto a él y que éramos los más cercanos a él en cuanto al calendario que compartíamos y las concentraciones y demás, era muy generoso y muy agradecido.

La cercanía a Armstrong te hizo conocer a muchas grandes celebridades estadounidenses.

Es que él era superfamoso. Lo era en todo el mundo, pero en Estados Unidos era una auténtica celebridad, y claro: se codeaba con celebridades. Le llamaban por teléfono, mirabas de refilón y veías: «Sandra Bullock». Y empezaba a hablar con Sandra Bullock. O llegaba al autobús y decía: «Hoy tenemos una visita». Y aparecía Schwarzenegger, o Robin Williams, o Ben Stiller. O la novia, que vino durante una temporada entera con nosotros en el autobús, esta cantante, ¿cómo se llama…? «All I wanna do is have some fun…». ¡Sheryl Crow! Un año fui de vacaciones con mi mujer a Nueva York y me dijo: «No vayas a ningún hotel; vete a mi apartamento». Armstrong se codeaba con toda esta gente, y nosotros participábamos de eso con él. O volábamos en su avión privado. «Vamos de concentración a Tenerife». «Vale, ¿y los billetes de avión?». «No, no, te vienes conmigo». Y raca: en avión privado a Tenerife.

¿Sigues teniendo trato con él?

Tenemos afecto el uno por el otro, y después de dejar de competir nos mandábamos mensajes de vez en cuando. Todavía me llamó hace no mucho, porque tiene un podcast que se ve que tiene mucho éxito, y me metió a participar en él alguna vez. Pero no lo volví a ver.

¿Cómo viviste aquel momento en que confesó, en el programa de Oprah Winfrey, que se había dopado?

No me sorprendió la revelación. Los periodistas llevaban tanto tiempo, toda su carrera, señalándolo con el dedo que nos imaginábamos que tarde o temprano se iba a producir. Pero me sorprendió que lo reconociese. ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este momento?

Entre 2008 y 2009, corres en el Astana, con Contador. De pronto, regresa Armstrong, que se había retirado en 2005, y hay dos gallos en el corral, una situación que, si no me equivoco, resultó muy desagradable.

Fue una época difícil, sí, porque los dos luchaban por su posición privilegiada y aquello salió como salió. No era agradable para los compañeros, porque parecía que tenías que decantarte por uno o por otro. Se llevaban muy mal. De hecho, aquello que pudo parecer una cosa meramente deportiva quedó de por vida. Yo creo que, si se ven por ahí, ni se saludan. No sé si se han visto, pero vaya, no se tienen ningún afecto.

¿Qué tal tu relación con Contador?

Bueno, yo con él bien. Cuando vino al equipo, Armstrong ya no estaba. Coincidí con él en el Discovery y en el Astana antes de que llegase Armstrong, y la relación era muy buena. Cuando ganó la Vuelta a España en 2008, yo estaba en el equipo. Pero luego llegó Armstrong y ya te digo que parecía que tenías que decantarte por uno o por otro. Y al año siguiente Armstrong me ofreció seguir con él y Contador no me ofreció seguir con él, con lo cual no me quedó otra opción.

Te vas a RadioShack, el equipo que funda el propio Armstrong, y en el que pones fin a tu carrera.

Fue la oportunidad de una especie de desconexión programada; dejarlo después de dieciséis años cuando yo quiera y que no me trunque la carrera ninguna caída, ninguna lesión, ningún problema de salud, ni ninguna cosa rara. Aquel año tuvimos un calendario muy chulo, aunque no pude correr la Vuelta a España. Una etapa acababa en Cotobello, en lo que se suponía que era la cima Chechu Rubiera, pero a nosotros no nos invitaron, porque los problemas del dopaje de Armstrong como que ya eran muy evidentes, y todo el mundo apuntaba a Radioshack, y a Armstrong en particular, como responsable de todos los males del ciclismo. Era un equipo muy válido, pero nos dejaron fuera de la competición.

Te he leído lamentar que, cuando vas a dar una charla a un instituto, te sueles encontrar con que los estudiantes asocien el ciclismo al dopaje, y no a valores como el esfuerzo o la superación. ¿Te sigue pasando?

No solo eran los chavales en el instituto. En los años noventa, dos mil, todo el mundo. Fueron muchos los escándalos. Si piensas en Armstrong, Ullrich, Heras, o hasta Contador con el clembuterol famoso de la carne, parece que todo el mundo que destacó un poco tuvo algún problema de dopaje. Y entonces ibas a un colegio o un instituto y había dos preguntas que no fallaban: la primera era cuánto dinero ganabas, y la segunda si te dopabas o estabas relacionado con el dopaje. Afortunadamente, eso ya cambió; creo que el ciclismo pasó página.

¿Cómo ves el ciclismo actual?

Bien, lo veo bien. Muy globalizado, con un calendario que se internacionalizó mucho, porque ahora hay competiciones de mucho nivel en Australia, en Estados Unidos, etcétera. Sí que echo de menos la importancia que tuvo Asturias en el ciclismo a nivel de competiciones. La Vuelta a Asturias era un referente al que venían los mejores corredores del mundo, incluso a preparar el Tour de Francia. Indurain la ganó un montón de veces. Venían Zülle, Olano…

Hablábamos antes de caídas trágicas. Zülle tuvo, pobre, una caída cómica: se esnafró contra una mata de ortigas y salió exclamando «¡aquí las plantas pican!». Fue en una Vuelta a Asturias, si mal no recuerdo.

No, no: fue en la Vuelta a España, en una etapa que acababa en el Naranco y que iban por delante escapados Rominger y Gastón.

Cierto.

La Vuelta a Asturias era una vuelta muy importante, pero ahora se quedó en un fin de semana y en una participación baja, porque hay muchísimo calendario. Suerte tenemos de que Cristina Mendo y la gente que está en la organización siguen peleando, porque ¿dónde quedó la Vuelta a Galicia, dónde quedó la Semana Catalana, dónde quedó la Bicicleta Vasca…? Había un calendario muy bueno en España que desapareció. Sin embargo, el ciclismo, a nivel de práctica deportiva, creció exponencialmente: sales cualquier fin de semana y es alucinante la cantidad de gente que anda en bici; gente de todos los perfiles, sobre todo gente de cuarenta, cincuenta, sesenta años que se compra bicis de doce mil euros y que pagan a preparadores y a nutricionistas, pero a lo mejor no sienten la pasión que sentíamos, o siento yo todavía, por el ciclismo de competición. Tienen mucho interés en practicar ciclismo, pero no tanto en coger la tortilla e ir a la orilla de la Vuelta a España como yo hice toda la vida y sigo haciendo.

Estas cosas de la crisis de mediana edad de obsesionarse con correr una maratón, o subir L’Angliru, o…

Sí: hacer la Quebrantahuesos y a ver si bajo de no sé cuánto tiempo. La vigorexia, que llaman. La gente tiene que estar toda superfina y ser unos cracks del deporte con cuarenta años, y a lo mejor con dieciocho, cuando tenían que estar dedicándose a eso, no perdían una semana en el Tik o en el Oasis.

Célebres discotecas gijonesas, ya desaparecidas. Esto se lo cuento al lector.

Eso es. Pues bueno, yo sigo viendo el ciclismo como lo veía; me sigue apasionando. Veo una bici y alucino en colores.

Hoy trabajas fabricándolas.

Trabajo en MMR, una empresa avilesina. Estoy en el área de diseño, una cosa que me gusta mucho. Yo estudié ingeniería técnica industrial por la rama de electrónica, y, cuando dejé de competir, Dani, Daniel Alonso, el empresario, me ofreció trabajar con ellos. Toco programas y temas que no vi en la Universidad, pero me llena mucho. Es un trabajo muy guapo y es estar en contacto con el mundo de la competición, porque esponsorizamos al Caja Rural, que lleva bicis MMR. También nos mantenemos muy al día de todo lo que hay en el mercado: bicis eléctricas, mountain bikes, bicis de todas las tendencias, la tendencia gravel, que está creciendo ahora mucho…

Supongo que tu experiencia como ciclista contribuye a hacerte un buen diseñador: tienes en cuenta cosas en las que puede no pensar un ingeniero muy brillante, pero que no se haya montado en una bici en su vida.

Claro. En el diseño hay muchas fases, pero hay una en la que tienes que establecer la geometría de la bici, los ángulos y eso, y la experiencia de haber andado mucho en bici ayuda. Luego está la parte en la que pruebas lo que diseñas; tus propios prototipos, y eso también es muy guapo.

En la carrera, ¿te licenciaste mientras corrías?

Sí, sí.

Y ¿qué tal ese estudiar a la vez que dedicas tu vida a algo tan exigente como el ciclismo? ¿Te costó?

Fue difícil, pero bueno, lo hice con mucha paciencia. La carrera de perito eran tres años y yo eché ocho; iba sacando asignaturas poco a poco. Aproveché mucho la convocatoria de febrero: antiguamente, te podías presentar al examen de febrero con toda la asignatura, y yo hacía eso casi siempre.

36 Comentarios

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  4. Un caballero dentro y fuera del pelotón, y como persona individual un gigante, siempre atento con todas y todos, en el argot un Krack

  5. Fantastica entrevista,muy esplicita y didactica…
    Chechu es un ejemplo como deportista y como persona…
    Sus estudios le sitúan en un nivel muy superior a la mayoria de exprofedionales….y su educacion es ejemplar,como pude comprobar un año en Andorra ,antes de la Purito..
    Charlar con el al igual que con Indurain dejó a mi mujer «enamorada» de estosPERSONAJES

  6. Gran ciclista pero por encima de eso una persona cercana y agradable

    • Un muy buen ciclista pero mejor persona,así como toda su familia. Entre los mejores recuerdos ,siempre asistía al final complacer a sus amigos de le peña ciclista de VEGA.

    • Muy buena entrevista, no recuerdo que corriese en el equipo Teleno de Villablino, un tío muy regular y muy buen currante como gregario, eso lo recordaré siempre.

  7. Es la primera entrevista de ciclismo que verdaderamente vale la pena. Tener de cerca a todos esos campeones y buscar la forma de colaborarles, conocer sus fortalezas y debilidades y mantenerte con ellos, hacen mérito al Chechu que siempre fué un excelente coequipero.

  8. Un Campeón y Gran persona.
    Saludos Chechu

  9. Ídolo Chechu Rubiera. Bonita la referencia a Tik y Oasis y buena entrevista.

    • Felicidades por la entrevista. De Chechu poco se ha de decir, pq si como ciclista fue un gran profesional, como persona todavía es mejor! Valores de esfuerzo y de calidad personal quedan perfectamente reflejados en en él. Gracias por todo lo que nos diste!!!!

  10. Magnífica entrevista a un gran deportista y mejor persona, si te encuentras con él en bici siempre tiene un saludo, y eso para los que andamos por la carretera lo agradecemos.
    Eres muy grande CHECHU…

  11. Excelente persona, de lo mejor que he conocido en mi vida.

  12. Gracias por todos tus comentarios. Muy didácticos y enriquecedores.
    Un saludo.
    Ezequiel. Bar Antonio.

  13. Me encantó la entrevista como aficionado al mundo del ciclismo y conocer un poco más a la persona.
    Coincidi con él en Peritos y resultaba curioso verle por el verano en la tele corriendo el Tour y los inviernos en la biblioteca.
    Un abrazo compañero.

  14. Es lo que siempre se ha criticado, porque no le dieron los 7 tour a Los que estaban de Segundo y eso deja mucho denque hablar y todos saben que estaban todos iguales y que Lance era el mejor Segura siendo el mejor. Por que yo siempre he dicho que lo que es igual no es ventaja

    • Eso no es cierto. Lance no se dopaba en igualdad de condiciones: se dopaba más, se dopaba mejor, se dopaba cuando quería y señalaba a algunos de sus rivales. Ejemplos: máquinas regaladas a la UCI, positivos en la vuelta a Suiza tapados, el chivatazo sobre el caso Iban Mayo, etc. etc.
      A ver si dejamos los tópicos de una vez y los confrontamos con los hechos.

  15. Buena entrevista, por cierto chechu aun tiene buena planta…

  16. Excelente entrevista a una gran persona que admiro.

  17. Great interview!
    Mr. Rubiera, a marvellous human being.
    I was born in 70s
    I studied the same than you being 100% time dedicated to it, and was difficult, I ride bike too. But I never could do them together. It has been your best race.
    Mr Rubiera you must be a lighthouse for new Spanish generations.
    Thank you.

  18. Gracias..Chechu por la Gran persona que eres en todo Deportiva y humana y por haber dejado el nombre de Asturias en lo más alto del ciclismo, te lo dice una persona de la Unión Ciclista Gijonesa que tuvo el Honor de seguiros por todas las carreteras de Europa durante 15 años desde Luis Ocaña asta tu retirada y la de Contador, te deseo mucha suerte en la segunda carrera de tu vida que sera tanto o más Exitosa que la primera..Animo y Suerte .

  19. Gran persona Chechu yo lo conocí en una competición de mi hijo que estaba en la escuela de coque uria, y muy agradable me presenté, me saludo sin problemas, le hice fotos con mi hijo y muy feliz, luego volví a coincidir en las Mestas gijon en la entrega de premios que le dio a mi hijo una medalla, una persona siempre con una sonrisa y muy agradable, te da buena vibra.

  20. En una edición de La Histórica estaban Rubiera y Enrique Aja. Se pasaron toda la marcha de charleta contando historias. Y yo justo detrás escuchando. Alucinante.

  21. Me ha encantado la entrevista. Grande el Chechu Rubiera un ciclista de los que en todos los equipos les gustaría tener. También al haber estado con tantos grandes corredores seguro que tendrá aún muchas más historias

  22. Vomitivo todo: la entrevista, el personaje y los comentarios.

  23. Deja caer que todos se dopaban, pero cuando le preguntan a él dice que no (cuando todo hace indicar que es así). Será muy simpático y buena gente, pero miente como un bellaco en eso. De hecho, lo que comenta sobre Armstrong reconociendo el dopaje (dice que para qué lo hacía en ese momento) lo deja retratado.

    • «El derecho a guardar silencio por el acusado o a no declararse culpable, son derechos reconocidos en la Constitución Española.

      Derecho legal a guardar silencio.

      El artículo 24.2 de la Constitución dispone:

      “Asimismo, todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y a la presunción de inocencia.”

      Estos derechos fundamentales que tiene todo investigado o acusado, tiene su reflejo igualmente en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en sus artículos 118.1 (para los investigados) y en el artículo 520.2 (detenidos y presos).

      “Derecho a guardar silencio y a no prestar declaración si no desea hacerlo, y a no contestar a alguna o algunas de las preguntas que se le formulen” (art. 118 LECrim)

      “a) Derecho a guardar silencio no declarando si no quiere, a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o a manifestar que sólo declarará ante el juez. b)Derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable.” (art. 520.2 LECrim.)»

      https://www.mundojuridico.info/derecho-guardar-silencio-acusado/

  24. Estupendo ciclista y estupenda persona, un placer poder escuchar sus experiencias como ciclista. Cercano y accesible como pocos. Una entrevista excepcional.

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  27. Gostosa extrevista, muito linda

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