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Francisco Maturana, el druida que firmó con el Real Madrid y le duró 9 partidos a Jesús Gil

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Pacho Maturana (Foto: Cordon Press)

Son las ocho de la tarde y Francisco Maturana arranca el coche. El colombiano se pone el cinturón de seguridad y repite cuidadosamente los pasos de las últimas semanas para recorrer los 200 kilómetros que separan Valladolid de Madrid. Cuando mete la llave y hace contacto, se enciende la radio y suena Another Day in Paradise de Phil Collins. En la capital de España se encuentra con Ramón Mendoza para continuar con la planificación de la que será la plantilla del Real Madrid en la temporada 1991/1992. La hoja de ruta toma forma e incluso hay fichajes sobre la mesa. El técnico tiene entre sus prioridades a José Luis Caminero, que había llegado a Pucela desde el Castilla como extremo diestro y ahora brilla a sus órdenes en la posición de líbero. Todavía quedan varios meses para la conclusión de la temporada.

El Real Valladolid era uno de los conjuntos a seguir en la Liga. Los pucelanos acumulaban elogios por su vistosa apuesta de juego a las órdenes del técnico colombiano, que había llegado después de un Mundial de Italia en el que su selección había asombrado a propios y extraños. Instalado en la zona media-alta de la tabla, la labor del entrenador no había pasado desapercibida para nadie.

El Real Madrid vivía una campaña 1990/1991 complicada. Campeón de las cinco Ligas anteriores, la entidad asistía impotente al final de un ciclo que coincidía con la emersión del FC Barcelona de Johan Cruyff a nivel nacional y el AC Milan de Arrigo Sacchi fuera de nuestras fronteras. Una de las fechas clave de este cambio de tendencia fue el 19 de abril de 1989. El lugar, San Siro. Los blancos afrontaban la vuelta de semifinales de la Copa de Europa con la necesidad de remontar después del 1-1 del Santiago Bernabéu en la ida y cayeron por 5-0.

La humillación fue total, aunque previsible, como recordaba Arrigo Sacchi: «Antes del partido, Berlusconi estaba con nosotros en los vestuarios, cuando se oyó un gran grito. El equipo del Madrid se daba ánimos de ese modo. El presidente me miró: -‘Pero ¿por qué ellos gritan y nosotros no?’. ‘¡Tienen miedo!’, respondí (…) Con aquella goleada, se cerraba un ciclo, el del gran Real, y comenzaba el del gran Milan. El partido selló el paso del testigo». Las loas al equipo italiano se disparaban, e incluso World Soccer hablaba del más hermoso equipo de clubes de todos los tiempos. A nivel global, los situaba únicamente por detrás de las selecciones de Brasil en 1970, la Hungría de 1953 y la Holanda de 1974.

El fútbol había dado un cambio en lo físico y en lo táctico. Y en el Real Madrid se era consciente. Ramón Mendoza quería engancharse a esta nueva ola. No quedarse atrás. Pese a que la eliminación a manos de la misma escuadra italiana en la siguiente edición de la Copa de Europa no fue tan sonrojante (derrota de 2-0 en San Siro y victoria 1-0 en el Santiago Bernabéu), las innumerables oportunidades en la que los atacantes blancos caen en fuera de juego en el partido de vuelta retratan a la perfección lo que se avecinaba. Arrigo Sacchi se convierte en obsesión y el presidente blanco intenta cerrar su llegada al banquillo a toda costa cuando conoce que no iba a seguir en el AC Milan un año después. Temeroso de que su nuevo equipo fuera la Juventus, incluso Silvio Berlusconi lo empujaba al Santiago Bernabéu. Así lo señalaba el propio interesado:

«También me pretendía Ramón Mendoza, en aquella época presidente del Real Madrid. Berlusconi me dijo:

-Si usted se va al Real Madrid, le hago un bonito regalo, y también le doy a un jugador.

Estaba claro que temía que fichara por la Juve, un rival histórico del Milan».

Mendoza había venido incluso a Milano Marittima para ponerse de acuerdo conmigo. En una pizzería del centro me ofreció un sueldo anual del doble de lo que cobraba en el Milan y de casi el triple de lo que habría cobrado en la selección.

– «Pero ¿usted ya ha firmado? – me preguntó.

-¡No, solo he dado mi palabra!

– ¡Bien, entonces firme por nosotros!

-No – le respondí-, para mí la palabra dada vale más que un contrato».

Descolgado de la pelea por la Liga mucho antes de lo que se hubiera esperado, con John Benjamin Toshack cesado sin alcanzar el ecuador de la temporada y unas elecciones en abril, la necesidad de encontrar un entrenador para la siguiente temporada era perentoria para Ramón Mendoza. Tras no convencer a Sacchi, el elegido fue Pacho Maturana.

Uno de los aspectos que más gustaban al presidente merengue del entrenador era su carácter innovador. Protagonista de una brillante temporada al frente de un Real Valladolid en el que había aterrizado en verano de 1990, Maturana era un técnico que ya había llamado la atención de Ramón Mendoza durante el Mundial de Italia debido al buen juego desplegado por la selección colombiana. Sin embargo, al acabar la cita mundialista, el máximo mandatario consideraba que su desembarco en el banquillo hubiera sido un envite demasiado audaz, casi un órdago. Por este motivo, esperó para ver sus evoluciones en Pucela.

Ya en la reunión en la que confirmó que su nuevo reto sería la selección italiana y no se sentaría en el banquillo del Santiago Bernabéu, el propio Arrigo Sacchi también recomendó su fichaje al Real Madrid. Ambos técnicos compartían su apuesta por una eficaz defensa zonal, líneas juntas y presión. «Nunca pregunté si hubo una recomendación de Arrigo, pero sí que había mucha amistad. Hay muchas versiones sobre este tema. Cuando yo llego a Valladolid, el Real Madrid manda a un chico que está en las inferiores para ver mi trabajo y estar conmigo allí. Era Rafa Benítez. A ese Valladolid también le estuvo siguiendo Vicente del Bosque. Y me dicen que fue él el que dijo: ‘mejor no pueden jugar’ y dio el visto bueno», confirma el propio Maturana.

Maturana en Italia’90 como seleccionador de Colombia (Foto: Cordon Press)

En el mes de marzo de 1991 el acuerdo entre el Real Madrid y Maturana ya era total. Tanto es así que incluso comenzó la planificación del curso siguiente. «En un momento determinado fueron a Valladolid el señor (Juan Antonio) Samper y Ramón Martínez con el contrato. Yo firmé ese contrato. Cuando yo firmo ellos me dicen ‘chico, estás como si nada. No sabes lo que has hecho’. Yo les respondí: ‘He firmado un papel’, pero ellos me dijeron ‘No, no. Has tocado el techo del fútbol’. En ese momento el techo del fútbol era el Real Madrid. Incluso hoy por hoy».

«Ellos querían que descorcháramos un Don Perignon para brindar y yo les respondí que simplemente había firmado un contrato, pero que nada de Don Perignon. El día que yo me sentara en el banquillo del Real Madrid, nos tomaríamos ese Don Perignon y sería yo el que invitara. Las cosas se celebran cuando se consiguen. Yo firmé un papel, pero entre que firmes algo y esto suceda, pueden pasar muchas cosas», apunta el colombiano.

Pese al desafío al que se enfrentaba, el plan del colombiano era el de continuar con el libreto que tan buenos resultados le había dado tanto en Colombia como en el propio Real Valladolid. «Nuestra idea, y para eso me iban a llevar, era implementar la zona presionante, esa concepción de fútbol total donde todos trabajan en la misma dirección».

Francisco Pacho Maturana está considerado el druida del fútbol colombiano. Fue un central elegante que pasó la mayor parte de su carrera en Atlético Nacional e incluso fue internacional con su país antes de dar el salto a los banquillos. Después de convertir al propio Atlético Nacional en campeón de la Libertadores en 1989 y enfrentarse al AC Milan en la recordada partida de ajedrez en la que se convirtió la Intercontinental de ese mismo año, la gran obra del de Quibdó fue la selección de Colombia. El combinado cafetero fue una de las grandes sensaciones del Mundial de Italia en 1990 por su gusto por el balón, brillante apuesta táctica y el juego desplegado por los Valderrama, Leonel Álvarez y compañía. «En Italia reunimos un grupo de jugadores que tenían un contenido táctico muy importante. Me decía el maestro Tabares que éramos de las pocas selecciones que entrenaba todos los días. Así́ como en su día lo hizo Holanda con el Ajax, nosotros creamos la base del equipo con los jugadores de Nacional, que había logrado la primera Copa Libertadores para Colombia un año antes, y la fortalecimos con jugadores muy importantes como Valderrama, Rincón o Iguarán. Veníamos de entrenar a diario, nos conocíamos de memoria», recuerda el propio técnico años después.

Un ejemplo de la influencia del colombiano en sus futbolistas y el estilo que había inculcado, se vio curiosamente el día de la eliminación de aquel Mundial de Italia frente a Camerún. «Marcamos el 2-1 a falta de tres minutos para el final de la prórroga y le dije a uno de los marcadores, Luisfer Herrera, que tirara el balón arriba porque no había tiempo. No me hizo caso y siguió tocando y tocando. Después me dijo: ‘Pacho, llevamos toda la vida tocándola ¿por qué iba a dejar de hacerlo hoy?’».

Maturana como seleccionador de Colombia en 2003 (Foto: Cordon Press)

Para Maturana, el fútbol es una cuestión de gustos. De sensaciones. Sin embargo, lo tiene claro: Si hay un equipo que cambió la historia de este deporte, fue Holanda. Y no solo por lo que hizo, sino por cómo lo hizo. «Enamoró al mundo, y todavía hoy se habla de esa Holanda. Es la Holanda de Rinus Michels». La selección que –en sus palabras- «patrocinó el fútbol total».

Retirado como futbolista un año antes y centrado en su clínica odontológica, Maturana recibió una mañana la visita en su consulta de Luis Cubilla, discípulo de Ricardo De León, técnico uruguayo que revolucionó el fútbol sudamericano después de implementar los conceptos de Michels e incluso el Catenaccio italiano. Era 1983 y el objetivo de Cubilla era que volviera a jugar y se pusiera a sus órdenes en Atlético Nacional. No quiso calzarse nuevamente las botas, aunque sí aceptó hacerse cargo de las categorías inferiores del club. Prácticamente cada noche, Maturana se acercaba con su coche a la casa de Cubilla y pitaba cuando la luz estaba encendida. El uruguayo abría y se pasaban la noche bebiendo whisky y estudiando las tácticas de César Luis Menotti, Carlos Bilardo y Osvaldo Zubeldía.

El análisis de todos estos técnicos y estilos cristalizó en la fórmula por la que Maturana apostó cuando se convirtió en entrenador. Primero fue en Once Caldas y más tarde en el propio Atlético Nacional, base de aquella selección de Colombia que terminó tercera en la Copa América de 1987. Fue el germen de todo lo que vino después. Lo hizo brillando con su juego e imponiéndose incluso a la anfitriona Argentina de Diego Armando Maradona en la lucha por el tercer y cuarto puesto. De ahí, a la clasificación para el Mundial de 1990 después de 28 años de ausencia, un resultado brillante y el salto a Europa.

¿La idea de sus equipos? Cristalina. La que él mismo define como del «disfrute con la trampita para recuperar el balón». Esa misma que vio en Milán con Arrigo Sacchi como arquitecto. «Personalmente estudié mucho a ese AC Milan. Creo que aprendí a conocerlo y entenderlo desde la familiaridad, puesto que éramos parecidos. Se trataba de dos equipos que en un momento determinado nos encontrábamos en cuarenta metros. Arrigo siempre destacó que nunca hubiera esperado encontrar un equipo en Colombia que tuviera ese tipo de cosas», desvela a la hora de compararlo con aquel Atlético Nacional al que él entrenaba en 1989 cuando se enfrentaron.

La influencia de Sacchi en Pacho era total. Y no solo en el estilo. También en la estética y el día a día. Maturana instó a los jugadores de Atlético Nacional a «mejorar el trato» e ir «bien vestidos». Daba, incluso, un paso más allá: «Cuando fuimos a jugar contra el Milan yo les señalé a mis jugadores para que tomaran de ejemplo: ‘Mira la novia de Maldini, es presentadora de tv; mira la novia de Gullit, es otra presentadora de la televisión’».

Una de las conversaciones que se quedaron marcadas en la mente de Maturana fue con Bora Milutinovic. A la conclusión de un partido que les enfrentó, el por aquel entonces seleccionador de México le invitó a tomar una copa. Cuando llegaron a la casa del serbio, seis perros de gran tamaño irrumpieron en estampida para saludar con cariño a su dueño. Fue ahí cuando Milutinovic le espetó: «¿Has visto a mis perros? Si me hubieras tocado, te matan. Darían la vida por mí. ¿Tú tienes once jugadores? Trátalos con cariño, haz lo que hice con estos perros y después van a dar la vida por ti. Tienes que conocerlos y ¿cómo los vas a conocer? Escuchándolos».

Tras brillar en el Mundial del 90 con Colombia y pasar con nota la reválida de su primera temporada en Europa al frente de un Real Valladolid que se ganó los aplausos de figuras como Johan Cruyff, su foco estaba en el Real Madrid. «Yo me iba por la noche, salía de Valladolid y me reunía con Ramón Mendoza. Incluso llegamos a construir el equipo para el futuro. Hablamos sobre jugadores y otros temas por el estilo y yo estaba entusiasmado con la idea de ser el entrenador».

En aquellos años, el colombiano era uno de los técnicos mejor valorados del mundo. Clara muestra es el día en que antes de comenzar un entrenamiento con el Valladolid recibió una tarjeta que tenía como remitente a Silvio Berlusconi en Milán. En esta le pedía autorización para que un miembro del AC Milan pudiera observar su metodología de entrenamiento en el equipo pucelano. Se trataba de Fabio Capello, que meses después se convirtió en entrenador rossonero. «Lo acompañábamos todo el tiempo, lo llevábamos al hotel y lo invitábamos a todas las actividades del club».

Mientras tanto, la temporada iba pasando y en la capital de España el tándem compuesto por Alfredo Di Stéfano y José Antonio Camacho tampoco daba con la tecla para que el equipo mejorara las prestaciones que había ofrecido a las órdenes de Toshack. Eliminado en Copa de Europa por el Spartak de Moscú, con la soga al cuello en Liga y la posibilidad de quedar fuera incluso de puestos europeos a tan solo unos meses de las elecciones, Ramón Mendoza llamó a Maturana para transmitirle sus planes de cambiar nuevamente de entrenador y fichar a Radomir Antic. El serbio firmaba hasta final de temporada. «Estaban apenados porque tuvieron que hacer un cambio y buscar un revulsivo para parar la caída del equipo. Cuando le ficharon me pidieron la autorización, pero yo les dije que no tenía que dar ninguna autorización porque ese equipo no era mío y ellos tenían toda la libertad. Conmigo no había ningún problema», recuerda Maturana.

Radomir Antic era consciente de que estaba de paso en el Santiago Bernabéu e incluso ya tenía un contrato pactado con el Espanyol para la siguiente temporada. Sin embargo, los resultados del Real Madrid con él al frente fueron inmejorables y, después de dos derrotas en los dos primeros partidos, se encadenó una racha de ocho victorias y un empate en las últimas nueve jornadas. Se había logrado la clasificación para la Copa de la UEFA, Ramón Mendoza se impuso en las elecciones y ahora tenía la decisión de elegir cuál sería finalmente el técnico con el que empezaría la siguiente temporada.

Con los consejeros apostando por olvidarse de Maturana y los jugadores insistiendo en la continuidad de Radomir Antic, el presidente finalmente eligió el camino más fácil y renovó el contrato de Antic por una temporada después de que este rechazara un cargo en la estructura del club. De cualquier modo, Maturana tuvo la oportunidad de convertirse en una bala en la recámara para la temporada. El propio colombiano reconoce que «Me invitaron a que fuera mánager y hacerme cargo del equipo cuando Antic perdiera algún partido, pero yo rechacé la posibilidad. Yo hago lo que sé hacer. No conozco la función de mánager, pero aunque tengan un contrato conmigo no ha pasado nada. ‘Busquemos los términos para negociar entonces la rescisión’, me pidieron. Pero yo les dije claramente que conmigo no había que negociar nada porque yo no iba a cobrar cuando no había movido un dedo».

Esfumada la posibilidad de saltar al Real Madrid, Maturana comenzó la 1991/1992 en el banquillo del Real Valladolid. Lo hizo junto a sus recién llegados compatriotas Carlos Valderrama, René Higuita y Leonel Álvarez y después de recibir los cantos de sirena del Sporting de Gijón.  Pese a las ilusiones depositadas en el proyecto, los resultados estuvieron muy lejos de los esperados, el entrenador no terminó la temporada y el equipo acabó descendiendo. Su destino se encontró nuevamente en la selección de su país, alcanzando la tercera plaza en la Copa América de 1993 y convirtiéndose en uno de los equipos a seguir en el panorama internacional de cara al Mundial de Estados Unidos en 1994. En el camino a la cita inflingió una histórica goleada a Argentina (0-5) e incluso Pelé llegó a decir que los cafeteros eran los grandes favoritos para levantar la Copa Mundial.

Nada más lejos de la realidad: Colombia quedó apeada a las primeras de cambio y ni siquiera fue capaz de pasar la fase de grupos después de caer ante Rumanía (1-3) y Estados Unidos (1-2) y doblegar a Suiza (2-0) cuando ya no había nada en juego. «Las victorias duran poco, pero las derrotas toda la vida», reconocía el técnico. El partido contra los anfitriones quedará para el recuerdo debido al tanto en propia puerta de un Andrés Escobar que fue abatido a tiros apenas unos días después de regresar a su país.

Todavía con las dificultades derivadas del Mundial en la retina, el colombiano hizo nuevamente las maletas para entrenar en España. En esta ocasión su nuevo equipo fue el Atlético de Madrid. Jesús Gil se decantó por él para luchar por el título de Liga… y apenas nueve jornadas después decidía destituirle debido a los malos resultados. Tras él pasaron otros tres técnicos y el equipo cerró el curso en el decimocuarto puesto. Fue esa misma temporada en la que el presidente rojiblanco lanzó unos duros exabruptos al delantero colombiano Adolfo «Tren» Valencia, el «negro» al que quiso «cortar el cuello» y dedicó frases como «a ver si le matan de verdad» o «cuando hablo con fracasados no quiero contagiarme».

Tras su destitución, el entrenador decidió quedarse en Europa y era frecuente verlo por Milán reunido con Fabio Capello, Arrigo Sacchi o un Carlo Ancelotti que por aquel entonces era ayudante de este último en la selección italiana. Se multiplicaban sus encuentros en un restaurante llamado «El Animal», donde las servilletas tenían dibujado un campo de fútbol debido a que los que allí asistían habitualmente centraban sus conversaciones en este deporte y pasaban largas horas analizando el juego y garabateando tácticas. Fue precisamente en esos meses cuando fue clave en uno de los fichajes que marcaron una época en el fútbol europeo.

«Un día los directivos del AC Milan me preguntaron que si conocía a un delantero que jugaba en Francia, yo había ido a verlo jugar hasta París y me impresionó».

-«¿Te gusta?

-Me encanta.

-Convence a Fabio (Capello)».

Sin embargo, tras reunirse con Capello en una sala de Milanello, el entrenador del AC Milan le dijo que el futbolista no le gustaba. Después, Maturana volvió a hablar con Galliani.

-«¿Habéis alcanzado un acuerdo?

-¿Si fueras técnico del AC Milan, lo contratarías?

-No lo dudaría ni un minuto.

-Entonces, se hace el fichaje».

El jugador era George Weah, que aterrizó en el Calcio como un elefante en una cacharrería en verano de 1995 para convertirse en relevo de Marco van Basten. Fue clave en el título de Serie A cosechado por los rossoneros, acabó levantando el Balón de Oro ese año y fue nombrado jugador mundial de la FIFA.

Ya de vuelta de su periplo por Europa, el entrenador estiró su carrera entrenando a un buen número de selecciones (Ecuador, Costa Rica, Perú, Trinidad y Tobago) y equipos (Millonarios, Al-Hilal, Colón, Gimnasia y Esgrima, Al Nassr, Once Caldas, Royal Pari), si bien quedará para el recuerdo una nueva etapa al frente del combinado nacional de Colombia, con el que logró el título de Copa de América en 2001. Fue el primer y gran éxito del fútbol de su país a nivel de selecciones. Alejado de los focos en Medellín, Maturana aprovecha ahora ese tiempo libre que no tuvo durante su dilatada carrera profesional para leer y disfrutar de su pasión desde un segundo plano.

5 Comentarios

  1. «Infringió»

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