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Pedja Mijatovic: «El gol de la Séptima me pareció fácil, pero al verlo en TV dije: ‘Madre mía ¿cómo he metido eso?’»

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Es un aniversario eterno. Su gol certificó el regreso del Real Madrid a la aristocracia europea de la que llevaba más de un cuarto de siglo descolgado. Esta vez se han cumplido veinticinco años, cuando hablamos con Mijatovic para esta entrevista en 2019 estábamos pensando en  el 20 aniversario. Lo más probable es que no deje de celebrarlo mientras viva. 

Le siguen pidiendo fotos cada cinco minutos y todos los fans le dicen lo mismo: «Marcaste el gol de mi vida». Predrag «Pedja» Mijatovic (Titogrado, 1969) contuvo la respiración un 20 de mayo en 1998 para marcar el tanto que le dio la séptima Copa de Europa al Real Madrid, la primera tras treinta y un años de sequía. Lo hizo con el pulso de un neurocirujano, solo que en el tobillo; no en vano, iba para médico. En su día, era un bon vivant montenegrino, amante del rock y de la playa, pero el fútbol le absorbió para que firmase una carrera de goles finos y elegantes; tanto como su comportamiento ante las guerras de desintegración de su país y los graves conflictos políticos que desencadenaron: el de un auténtico y genuino señor. En una terraza de La Moraleja repasamos la carrera de un jugador prototípico yugoslavo, alguien con más miedo a no estar a la altura de lo que se le exige que con ambición por ser el número uno. 

Tu padre era médico y tu hermana enfermera, tú también ibas para esa profesión.

De pequeño, cuando se hablaba del futuro de cada crío, a mí, como hijo único varón, me tocaba ser médico. De hecho, siempre me ha gustado la medicina, pero con el fútbol me desvié. Mi madre sigue recordándome que rompí la tradición familiar. 

¿Cómo era Titogrado, ahora Podgorica, capital de Montenegro en Yugoslavia?

Estaba bien. Para poder construirnos una casa, mi padre tuvo que irse a trabajar unos años a Libia, con esas conexiones que tenía mi país con los del Movimiento de los No Alineados, pero vivíamos muy bien. Fue una infancia feliz. Además, fui el único varón que tuvieron mis padres —tengo dos hermanas—, y eso en un país como Montenegro suponía gozar de todos los privilegios. 

En aquel tiempo la historia de cada familia era muy importante. Te educaban bajo la influencia de lo que habían sido tus antepasados. En Montenegro, que es un país muy tradicional, el valor que tenía la palabra de tu familia y su trayectoria te podía dar muchas posibilidades o quitártelas también. Todo dependía de cómo te apellidabas. Se medía el apellido por el comportamiento de tu familia en las guerras desde la época del Imperio otomano hasta la Segunda Guerra Mundial. Eso te marcaba, había apellidos muy guerreros. Cuando una chica tenía que casarse, importaba mucho lo que había hecho su gente en el pasado. Si tenían que localizarte, no eras tú, te reconocían por el nombre de tu padre. Ahora ya ha ido cambiando.

Aprendiste a jugar en la calle 

Desde niño. Mi hermana mayor contaba que cuando me traían juguetes, pistolas y demás, yo solo cogía el balón. Era lo único que me interesaba y ya dijo ella desde que yo era muy pequeño que o sería futbolista o no sería nada. 

¿Dónde empezaste?

En el FK Kom, pero más tarde que todos mis compañeros. A mí no me gustaba entrenar, yo era más de organizar los torneos entre los amigos en los que apostábamos un poco de dinero. Monté un buen equipo y de siete u ocho torneos podíamos ganar seis, así que nos iba muy bien. Un día, mis compañeros que jugaban en el Kom me dijeron que me pasara por un entrenamiento, destaqué un poco y me quiso fichar el entrenador. 

Pero a los entrenamientos iba, dejaba de ir, volvía… Hasta un día, cuando tenía doce años, que el entrenador se presentó en mi casa. Le dijo a mi padre que iba a ser un gran futbolista, que tenía un talento enorme. A mí eso me sonaba a cuento. Me gustaba el fútbol, pero no quería ser futbolista. Entonces no sabías dónde podías llegar realmente, no era como ahora. Pero como dijo que tenía detalles que nunca los había visto, le tuve que prometer a mi padre ahí delante que iría a entrenar y ya no pude echarme atrás. En Montenegro, si prometes algo delante de tu padre, o lo cumples o estás muerto prácticamente. 

Mi trayectoria ha sido un poco rara. Yo entrenaba con mi club, pero cuando llegaba el verano, en lugar de irme con las selecciones de Montenegro o Yugoslavia, me iba a la playa. No jugué con Yugoslavia hasta justo antes del Mundial Sub-20 del 87, cuando ya había firmado un contrato profesional. Se enfadaban conmigo muchísimo los entrenadores. Me dijeron que mi comportamiento con las selecciones era deplorable, pero yo pasaba de ir.

Mi ascenso en los clubes estuvo marcado porque siempre me convocaron para jugar con mayores. Si podía ir con los sub-15, a mí me llevaban para el sub-16. Empecé en serio con el OFK Titograd y con dieciséis años ya jugaba en el primer equipo en segunda división. Un campeonato bastante complicado para un chaval. 

Me contrató luego el Budućnost y ahí me di cuenta de que mi futuro había cambiado. Me fui solo en bici a firmar, antes de una comida familiar y, cuando me preguntaron a qué universidad quería ir, delante de todos saqué el contrato del bolsillo. Mi padre no lo sabía. Les dije que no iba a estudiar, que tenía un contrato profesional de cuatro años. Menudo drama se organizó. 

 

¿Cómo era el campeonato yugoslavo?

Los viajes eran terribles, íbamos a todos los campos en autobús. Llegar y volver se hacía muy duro, aunque nuestro conductor le pisaba bastante. Entonces nos parecía normal, no conocíamos otra cosa. Mi intención en el Budućnost era que me fichasen el Hajduk, el Partizan, el Estrella o el Dinamo de Zagreb, que eran los cuatro grandes, donde podría ganar más dinero y más prestigio. 

En aquellos años, a mediados de los ochenta, lo que era increíble era el túnel de salida al campo de los estadios. Había provocaciones, se intimidaba al visitante. Lo hacíamos los jugadores sabiendo que luego nos iba a tocar igual a nosotros en casa de ellos. Les insultábamos, les cogíamos un poquito… intentábamos meterles miedo. Entonces la mayoría de los partidos fuera de casa se perdían. 

No ganabas gran cosa económicamente en esa liga, pero te podías formar como futbolista y como persona muy bien. Era un campeonato muy serio. No todo es talento en el fútbol, también hay que adquirir cierta experiencia. A mí me vino muy bien para marcarme unos objetivos realistas. 

Entonces llegó el Mundial sub-20 en Chile, que lo ganasteis.

Cuando me enteré de que el seleccionador contaba conmigo, ahí sí que me puse serio. La primera vez que me convocaron llegué tarde. Había quedado con Brnović y Leković, el portero, en la puerta del hotel y no me dio tiempo a aparecer. No recuerdo por qué. Tuve que ir en taxi al aeropuerto, íbamos a Sarajevo, me colaron de milagro en el avión y pensé que todos creían que estaban retrasados por mi culpa. Me puse rojo de vergüenza, asustado. Me costó entrar en la rutina de trabajo por la inseguridad que tuve desde ese día. 

Además, me imponía la selección de Yugoslavia, el escudo con la llama, los entrenamientos perfectamente organizados. El seleccionador nos pintaba las tácticas en la pizarra y yo no entendía nada del puro miedo que tenía. Pero cuando empecé a jugar bien en los entrenamientos, los compañeros se dieron cuenta de que tenía algo y todo cambió. 

La experiencia del Mundial sub-20 fue fantástica para mí y para toda esa generación. Ganar el torneo nos convirtió en héroes nacionales. Cuando salimos de Belgrado no éramos nadie y al volver nos habíamos convertido en héroes de Yugoslavia. Fue el título más importante en la historia del fútbol yugoslavo. Desde entonces, nos miraban de forma diferente en todas partes. 

Boban, Šuker, Jarni, Prosinečki…

Yo era un novato entre ellos, así me comporté. Las primeras semanas concentrado no busqué ningún protagonismo, aunque luego fui titular indiscutible en el mundial y marqué goles. Ese triunfo nos lanzó a todos. Ahí empezó mi relación con Davor o con Boban, que también me llevo muy bien con él. 

Todos éramos jóvenes con mucha hambre de triunfo y de hacer algo histórico. Nos conocíamos ya de nuestros equipos de primera división, habíamos jugado los unos contra otros, sabíamos que teníamos talento, aunque nadie lo estuviera teniendo en cuenta, y que éramos capaces de levantar la copa. Nos conjuramos.

Brasil era la favorita, fuimos al partido con las maletas hechas por si nos echaban, pero les ganamos con un gol mío de cabeza y otro de Prosinečki, una falta directa impresionante. Ahí nos dimos cuenta de que sí podíamos hacer algo importante. Fue precioso. 

Eras del Hajduk Split y casi te ficha.

Sí, al igual que muchos montenegrinos en aquella época, era del Hajduk. Tuvo una gran generación, con gente que jugaba muy bien y nos impresionó a muchos aficionados. Luego casi acabé jugando ahí. Después del Mundial me buscaban todos los equipos grandes. Como yo era del Hajduk, elegí ir ahí, pero me hicieron cambiar de opinión…

En las kafanas de Belgrado se cuenta la leyenda de que el Hajduk te dio como adelanto un BMW y lo estrellaste.

No, no. Me pagaron un adelanto que yo devolví al director técnico del Hajduk cuando me llegó el adelanto del Partizan. Con el primer dinero sí que es verdad que me compré un coche, pero no era un BMW, era un Renault Turbo, y sí que tuve un accidente con él. Un chaval joven con un coche rápido, pues imagínate… 

¿Qué te dijeron para que no fueras al Hajduk en el último momento?

Nos avisaron de lo que iba a pasar unos años después y que, efectivamente, pasó. El Partizan era el equipo del Ejército. Un alto dirigente del club, oficial del JNA, nos dijo a mi padre y a mí que yo podía ir donde quisiera, que el Hajduk es un gran equipo, pero que a este país dentro de unos años le iban a pasar unas cosas de las que en ese momento no podía hablar. En ese instante pensé que quería asustarme, nada más, para ficharme, pero tenía razón. La cuestión fue que mi padre era del Partizan y, valorándolo todo, devolvimos el dinero al Hajduk y me fui a Belgrado. 

No hiciste la mili.

No, y eso que había una especial para deportistas, por eso salen en las fotos todos juntos vestidos de militar. En un momento pensé que igual me estaba equivocando, pero, al final, menos mal que no la hice, me habría cortado la trayectoria. Tenía pensado cumplir en algún momento, pero ya estalló la guerra y me fui a Valencia. 

¿Cómo era el Belgrado de finales de los ochenta?

Era un lugar muy positivo, muy interesante, una gran ciudad. Para todos los yugoslavos ir a vivir y trabajar en Belgrado suponía haber triunfado en la vida. Pero cuando llegué tenía miedo. Era el fichaje más caro de la historia del fútbol yugoslavo, estaba muy presionado, habían pagado por mí un millón y pico de marcos alemanes. Eso me pesaba mucho. Me costó mucho adaptarme. Al principio pensaba cosas como: «¿Seré capaz algún día de conducir yo solo por esta ciudad?». Encima jugué mal, los directivos pensaron que se habían equivocado conmigo, pero me puse a trabajar muchísimo y llegué a triunfar. 

Hubo un partido contra el Hajduk en Split, el 26 de septiembre de 1990, en el que saltaron los hinchas al campo, os expulsaron a los jugadores y quemaron la bandera de Yugoslavia del estadio.

Yo estaba en el campo. Era un partido donde me sentí muy presionado porque se supone que tenía que haber fichado por ellos. Íbamos ganando y, de repente, en un momento determinado, nos giramos y vimos que una tribuna entera estaba saltando al campo. A mí no me tocó nadie. Escapamos y estuvimos retenidos en el vestuario horas. La guerra en algunas partes de Croacia ya había empezado. Pasamos miedo sobre todo porque no sabías qué estaba ocurriendo. 

¿Que saliese por televisión la bandera de Yugoslavia ardiendo en el mástil del estadio de Split no tuvo un impacto tremendo en la población?

Ahí empezaron todos los problemas cada vez que jugábamos contra croatas. Había insultos, líos. Ya intuíamos que iba a pasar algo, que la liga y Yugoslavia se iban a ir a tomar por saco. 

¿Cómo fue el ascenso del nacionalismo en Belgrado?

A los futbolistas nos tenían aislados de este tipo de cosas. Todo eso lo sufrió la gente que se tuvo que ir al ejército. Nosotros solo lo notábamos en las gradas, pero no era algo que nos preocupara. Como deportista, vas al aeropuerto, al hotel, juegas tu partido y vuelves. Estás en eso, no te das cuenta de lo que hay alrededor. Hasta que llegas a una cita como la Eurocopa de Suecia en 1992 y tienes que volver del país porque han echado a tu selección antes de que empiece el torneo como sanción por la guerra. 

Eso fue increíble. Como le pusieron un embargo económico al país, los aviones de la compañía yugoslava no podían volar. Mandaron un avión a recogernos en Suecia excepcionalmente y tardaron un montón en meternos el combustible para salir. Estuvimos en un espacio del aeropuerto separados, como si fuésemos terroristas, esperando a que se resolviera. Fue muy desagradable. 

Pero a esas alturas, los jugadores croatas ya habían abandonado la selección.

El último gran campeonato que jugamos juntos fue Italia 90, al que yo no fui. Los croatas, poco después, ya no quisieron venir y empezaron todos los líos de verdad. Yo tenía muchísimas ganas de jugar esa Eurocopa. 

Al desintegrarse el país se perdió una magnífica selección de fútbol ¿No lo hablabais?

Nosotros hablábamos de a ver qué liga se iba a organizar en un país que estaba desintegrándose, cómo íbamos a seguir jugando al fútbol. Luego entre el 92 y el 98 no participamos en nada, perdimos seis años de trayectoria internacional. Además, los clubes tampoco pudieron jugar en torneos europeos. Nos quedamos de pronto sin relevancia. Cuando yo llegué al Valencia, era el capitán del Partizan de Belgrado, tenía un estatus, y los periodistas ¿sabes qué me preguntaron en la primera rueda de prensa? Que de qué jugaba. 

No sabían nada de ti.

Cuando llegué al aeropuerto me extrañó que no hubiese aficionados esperándome. Me busqué una excusa: igual no sabían a qué hora aterrizaba. Me llevaron a ver el estadio y tampoco había nadie. Lo que pasaba es que no les importaba. En la rueda de prensa, al escuchar esa pregunta, me dije: «Madre mía, a dónde he venido». 

Lo que hice fue ponerme a entrenar inmediatamente yo solo unos veinte días para estar bien para la pretemporada y demostrar que era válido. Me enteré de cómo eran las pretemporadas en España, que eran diferente a las de Yugoslavia. No sé ni en qué idioma preguntaba, me pusieron a un búlgaro de traductor. Pero me gustó que en verano en España había un partido prácticamente cada dos días.

De todos modos, en la UEFA antes del embargo, jugaste con el Partizan contra el Inter de los alemanes y Trapattoni se enamoró de tu juego.

Habíamos echado a la Real Sociedad antes. Del Inter lo que me dio fue envidia de no pertenecer a él. Si algo me dejó aquella derrota fueron ganas de que me fichara un grande. 

El ojeador Pasieguito fue el que te llevó a Valencia.

Muchos equipos italianos me querían, como la Juve, pero era para cederme. Eso no me gustaba. Prefería un equipo más modesto para triunfar y luego ir a un grande. Lo tenía todo muy programado, era muy calculador. Tenía mis objetivos muy claros. 

Un día me comunicaron que iba a venir un emisario de Valencia a verme jugar y quizá fue el peor partido que hice en Belgrado. Estaba decepcionado y me vino el secretario general del club a decirme que había cenado con el ojeador del Valencia y estaba encantado conmigo. No me lo creí porque no había hecho nada, pero a la semana llegó la oferta del Valencia. Tiempo después, cuando aprendí español, le pregunté a Pasieguito qué vio en mí en ese partido y me contestó que dos o tres controles tremendos, un pase y un uno contra uno. Aun jugando fatal, vio tres o cuatro detalles que le convencieron. 

En San Mamés, ese verano, te sacaron pañuelos por un gol desde el medio del campo ¿Cuántos metiste? ¿Una docena, lo menos?

En Bilbao fue uno de falta directa y otro del medio campo. Luego al Logroñés, a Lopetegui, y después otro en el Gamper. Julen Lopetegui todavía se acuerda, porque ese gol lo pusieron en la cabecera de «Estudio Estadio» y todavía me dice: «Madre mía, qué me hiciste, estuve diez años viéndome ahí todos los domingos por la noche recibiendo un gol desde el medio del campo». 

Fernando, Giner, Camarasa, Penev… había una buena plantilla.

Me sentí muy cómodo porque nunca fui de estrella, sino de trabajador. Cuanto más estatus tuve, más entrené. Porque el fútbol es muy simple: juegas como entrenas. Me lo tomaba muy en serio y mis compañeros me decían que les contagiaba. 

En Yugoslavia hacía pretemporadas tanto con el club como con la selección en las que pasábamos días sin ver la pelota. El éxito del entrenamiento se medía en vómitos. Si vomitábamos todos, fantástico. Si no había vómitos es que algo no había salido bien. Te decían: «Vete y vuelve hasta aquel árbol», y no preguntabas ni las series, te ponías a hacerlo hasta que te decían que parases. 

Aparte, los jugadores yugoslavos teníamos mucha hambre de triunfar. Si salías del país y volvías sin haber hecho algo, te daban la espalda porque la sociedad es así. Habías perdido la oportunidad de tu vida. ¡Cómo le puedes mirar a tu padre a la cara sin triunfar! Siempre tuve esto muy presente, jugaba por mis padres y mi familia, para que estuviesen orgullosos de mí. Si le hubieran podido decir a mi padre que no había triunfado, habría sido un desastre. 

Ya digo que mi objetivo era entonces ganar títulos, y el Valencia, aunque era muy bueno, no podía, aunque estuvimos muy cerca dos veces, con la final de Copa frente al Deportivo y el subcampeonato de liga de la 95-96. 

Carlos Alberto Parreira fue vuestro entrenador en la 94-95 tras haberse proclamado campeón del mundo con Brasil.

A mí tampoco me conocía, otra vez lo mismo, pero eso me motivó todavía más. Luego fue de los que me metió en la cabeza que tuviese objetivos más importantes. Trataba de convencernos de que podíamos llegar lejos. Nos preguntaba que cómo era que el Valencia no podía ser campeón de liga, que claro que sí era posible. Era un gran motivador. 

Luego te tocó Luis.

Me marcó para toda la vida. Gran hombre y gran entrenador. 

Engonga dijo en su entrevista en Jot Down: «Recuerdo un 0-4 en Compostela, lloviendo a mares, que Mijatovic metió tres goles y en el descanso Luis le echó la bronca del siglo porque no había hecho no sé qué movimiento». ¿Lo recuerdas?

Me acuerdo muy bien. Luis lo que hacía era decirme: «Oye, hoy, independientemente de todo, te voy a pegar una bronca, porque como eres el mejor del equipo, imagina cómo se van a quedar todos». Eso explica esa historia. Yo llevo toda la vida usando sus frases para motivar a la gente. Además, cuando me iba a ir y había firmado ya con el Madrid, me protegió, me dijo que estaría detrás de mí y que había tomado una buena decisión. Acertó en todo. 

Es que me cayó bien desde el minuto uno. Se me acercó en un hotel poco después de haber firmado su contrato, me presenté y le dije: «Soy Pedja Mijatovic». Me contestó: «Sé perfectamente quién es usted y a usted le voy a exigir más que a los demás. ¿Está preparado para eso?». Contesté: «¡Y para más que eso!». Conectamos desde el primer día. 

A nosotros, en Balcanes, nos gusta este tipo de comportamiento, decir directamente a la cara: «¿Vas a ser capaz de esto o no?». Me comentó una vez que sus jugadores favoritos siempre fueron los argentinos y los balcánicos, porque da igual su calidad futbolística, todo lo hacen con sus ganas de ganar. 

¿Por qué prometiste a la afición del Valencia que no te irías, si luego te fuiste? 

Estaba con las peñas y me querían tanto que no tuve fuerza para desilusionarlos. Creo que después de Kempes igual fui yo el más querido, y del amor al odio ya sabes que no hay nada. Dije que me iba a quedar y luego se lo tomaron como una promesa incumplida. 

En marzo de 1994, cuando Yugoslavia todavía estaba en guerra con Croacia, jugó la selección croata en Valencia y fuiste al estadio saludar a tus amigos.

En plena guerra, sí, un partido amistoso. Estaban Šuker, Boban, Prosinečki… todos amigos míos. Fui a verlos y le sentó muy mal a la gente de Belgrado, hubo políticos que se quejaron de que cómo podía ir a saludar a nuestros enemigos, pero yo lo haría de nuevo, tenía una gran amistad con ellos. 

Nunca me he movido por temas políticos, a mí me importaba el deporte y la amistad, y quería pasar un rato con los compañeros que habían defendido conmigo tiempo atrás los colores de Yugoslavia. Fui muy criticado por esto. Me llamaron traidor y todo eso, pero me daba igual. 

Dijiste: «No soy un primitivo, no voy a demostrar mi patriotismo dándole la espalda a mis amigos».

¿Por qué un deportista tiene que seguir las estrategias de los políticos? Para mí el deporte tiene que estar por encima de esos líos. Eso pensé entonces y lo pienso actualmente. Entre nosotros, los jugadores de las antiguas repúblicas yugoslavas, no hablábamos demasiado de esto siquiera. Para mí, mi patriotismo era defender los colores de mi selección de la mejor manera posible y dar alegría a la gente marcando goles. Otros deportistas han quemado banderas, han hecho declaraciones, yo no. Ni lo hice ni lo voy a hacer jamás. Había que estar por encima de los líos. Hubiese sido muy fácil decir desde España, en Valencia, en una ciudad preciosa, lo que tenían que hacer las personas que estaban sufriendo la guerra de verdad, pero creo que hubiese sido indecente porque nosotros éramos unos privilegiados. 

En el Madrid entraste en su primer vestuario galáctico tras la Ley Bosman.

Me recibieron muy bien. Estaba mi amigo Šuker, se hizo un gran grupo. Mi fichaje había sido el más caro de la historia del fútbol español, algo impagable entonces. El vestuario era sólido, aunque hubo un cambio de generación con muchos jugadores nuevos y Capello

Recuerdo que después de los partidos te ibas con Šuker, en el mismo coche los dos.

Fíjate si nos entendíamos bien, que Raúl se quejó a Capello de que no le dábamos el balón, que solo jugábamos entre los dos. Ahora ya puedo decir que tenía un poco de razón [risas]. Una vez nos juntó Fabio a los tres y nos dijo que no podía permitir eso. Contestamos indignados que cómo iba a ser eso verdad, pero un poco de razón tenía [risas]. 

¿Qué tal el Capello 97?

Fabio cuando vino era una novedad. Un entrenador con una personalidad tremenda. Exigía disciplina, cambió todo. Era muy pesado, muy pesado. Al menos empezó a editar los vídeos que nos ponía para que no fuesen muy largos, solo ponía cinco minutos con los errores que habías cometido. Pero con la comida se puso muy serio. En la pretemporada pasamos hambre. Como suena: hambre. 

Tomábamos una botellita de vino por la noche y nos la quitó. Todo era pasta y ensalada. Hicimos una pretemporada con un esfuerzo físico tremendo. Cuando tenías las piernas pesadas, te daba pelotitas pequeñitas para jugar. Y tú: «Madre mía, esto qué es». Pero así jugamos luego durante ese año, que llegaba el minuto 90 de los partidos y te daba pena porque querías seguir en el campo. 

El gran rival fue el Barça de Ronaldo Nazário.

Me quitó un balón de oro, no te digo más. Era impresionante, pero nosotros ganamos la liga. 

¿Qué pasó al año siguiente con Jupp Heynckes, que al menos en la liga el equipo se hundió?

A Jupp le quise mucho. Era un alemán con esa mentalidad de jugar los partidos hasta el último minuto, pero era un gran exfutbolista y delantero. Me enseñó a reaccionar dentro del área, a no precipitarme. Sabía mucho, daba buenos consejos y me llevé muy bien con él. Aprendí un montón. 

La decisión de despedirlo ya estaba tomada antes de la final de la Champions que jugamos, él ya lo sabía y también nosotros, así que de algún modo también jugamos la final para él, porque no iba a seguir, independientemente del resultado. El Madrid es así, a veces tiene que prescindir de un entrenador, aunque gane. Eso me pasó luego a mí con Capello. 

De la final de Ámsterdam, prácticamente ya se ha dicho todo, pero a mí el detalle que me sorprende es uno que se conoció después, que en la Juventus en los noventa se administraba EPO. El entrenador del River, que perdió con ellos la Intercontinental de 1996, se quejó de la diferencia física que había entre su equipo y el de ellos.

Nosotros teníamos miedo. La Juve era un equipo muy competitivo, un equipazo con Zidane, Del Piero, Inzaghi… Veníamos de hacer el ridículo en la liga, si perdíamos la final teníamos que volver a Madrid y la gente nos iba a matar. Nos motivamos muy bien y en el partido, ya en el minuto 10, me di cuenta de que no podíamos perder. 

En la segunda parte tuvieron un montón de ocasiones.

Tenían más experiencia que nosotros, pero, simplemente, esperamos nuestra oportunidad y llegó en el minuto 68. Un gol que yo no creo que sea fuera de juego, como se comenta, porque ellos no protestaron. Raúl me dijo una vez, muchos años después, que siempre que volvía a ver el gol de la final pensaba que no iba a entrar y cuando salía en la tele lo seguía pasando mal. A mí me pareció un gol normal en el campo, me decían que era un golazo, pero no entendía por qué. Luego en televisión vi lo ajustado que pasó y que Montero casi la saca. 

Sí tuviste sangre fría, no tiraste de cualquier manera.

Me salió así, como en una jugada normal y corriente. Driblas y luego la levantas un poco porque viene uno. Es algo que haces en muchos partidos, me pareció muy fácil en el campo. Luego lo vi en la tele y dije: «Madre mía, cómo he metido eso». Esto nos pasa mucho a los futbolistas. A veces haces cosas de forma automática, instintiva, y luego cuando las ves en la televisión no te crees que tú hayas hecho eso.

En tu opinión, uno de los futbolistas clave esa noche fue Karembeu.

Él conocía mucho a Zidane, eran compañeros de selección, y su misión en aquel partido fue frenar a Zidane. Se pegó a él e hizo todo lo posible para que no desarrollase su juego. Luego Clarence, Manolo y Redondo hicieron lo demás. Yo creo que se notaba que íbamos a ganar. 

Redondo…

Tenía una capacidad de mover la pelota en el centro del campo increíble mientras desarrollaba un trabajo defensivo tremendo. Era un argentino con buena mentalidad, una zurda privilegiada… La verdad, ha sido un placer jugar con él. Era además muy buena persona, tuvimos una gran relación. 

Poco después llegó el Mundial del 98.

En la repesca de la clasificación le metí siete goles a Hungría, cuatro allí y tres en Belgrado. Íbamos fuertes, pero fallamos. 

El entrenador, Slobodan Santrač, que falleció hace pocos años, contó que el fútbol yugoslavo era tan bueno porque las autoridades trataron de implantar un modelo brasileño para desarrollar este deporte.

Creo que no, el fútbol balcánico siempre ha sido muy competitivo y con grandes talentos, pero nunca se podrá comparar con el fútbol brasileño. Al menos no recuerdo que a mí nadie me enseñase nada como a un brasileño. Quizá los entrenadores en los seminarios que hacían para hablar entre ellos comentaron algo de esto, pero yo no puedo decir que lo viviera.

Santrač era hijo de militar ¿Era duro?

No, nos dio autonomía. Era muy dialogante. Tenía muchas expectativas en ese torneo, pero no pudo ser, y uno de los culpables del fracaso fui yo por fallar un penalti contra Holanda. Si lo hubiese metido habríamos llegado a cuartos. El problema es que confiábamos mucho en lo individual, en Stanković, que daba el 200 por ciento en cada partido siempre, en Savićević, en Mihailović, que ahora desgraciadamente está muy mal con leucemia, pero no había una gran estrategia colectiva. Si jugábamos contra un equipo bien ordenado que hacía buenas marcas a nuestras figuras, teníamos muchas complicaciones. 

Pasaste del cielo al infierno en un mes.

Me dieron mucha caña en Yugoslavia por fallar ese penalti, me decían que por qué lo había tirado si no sabía lanzarlos. Me convertí en un ídolo en Madrid, que fue el mejor momento de mi carrera, y un mes después fue el peor momento de mi carrera. Para la gente en Yugoslavia, después de lo mal que lo habíamos pasado, había mucha esperanza en ese Mundial. Tenían muchas expectativas, creían que íbamos a ganar. 

El año siguiente con el Madrid fue el hundimiento ya total.

Nos creímos Dios, que íbamos a ganar los partidos sin esforzarnos demasiado. 

Háblame de Toshack.

En mi caso personal fue un entrenador con quien no he tenido buena relación. Entró en el 99 cuando el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia y no conectamos bien desde el primer momento. 

¿No tuvo empatía?

No, fue su forma de ser. Eso de decir que había venido para arreglar la mala imagen que dábamos no era la mejor carta de presentación con los jugadores. Por mucha razón que tuviera, eso hay otras maneras de comunicarlo. Cuando terminó la temporada le pregunté al presidente si Toshack iba a seguir, me dijo que sí y entonces decidí irme. Me equivoqué. 

Tenía tres años de contrato, pero me había llamado Trapattoni. Era la posibilidad de jugar en un equipo suyo junto a Rui Costa y Batistuta y en la Champions. Pero fue un error, porque ya intuía que Toshack, por su forma de ser, no iba a durar mucho en el Madrid. De hecho, en noviembre ya llegó Del Bosque y el equipo volvió a ganar Champions y ligas. 

Pero si veías que iba a salir pronto, ¿por qué te fuiste tú?

Fue una decisión precipitada, no se pueden tomar siempre buenas decisiones. 

¿Cómo te afectó el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia?

Cuando se anunció estaba concentrado con la selección, íbamos a jugar y nos llegó la noticia de que el partido se suspendía y teníamos que irnos del país porque lo iban a bombardear. Yo salí a través de Budapest y en el camino hacia la frontera pude ver cómo caían las bombas. Fue un shock. ¿Cómo era posible que casi en el siglo XXI pasase algo así? Era algo que solo lo había visto en los documentales de la Segunda Guerra Mundial y de repente estaba ahí, sonando las sirenas, la gente escondiéndose, los misiles… no me lo podía creer. Me impactó. Volví a España, en pleno campeonato, pero con la cabeza puesta en Yugoslavia, hablando por teléfono todo el día con mis familiares. 

Tenía que jugar porque mi deber era cumplir con mi trabajo. Toshack tuvo empatía conmigo con lo que estaba pasando, pero una vez que le pedí permiso para no jugar, me lo concedió y luego dijo que yo me había negado a saltar al campo. Lo que me pasaba es que no estaba bien para jugar, no podía concentrarme, me había pasado toda la noche hablando por teléfono del bombardeo. 

Te fuiste a la Fiorentina.

Creo que soy el único jugador que llega como una gran estrella sin haber jugado un minuto con ellos. Me querían desde el primer día solo por haberle marcado el gol a la Juventus. Sigo siendo un ídolo allí, incluso hoy, solo por ese gol, pero mi progresión con ellos fue cuesta abajo. 

Tuve una lesión en el tendón, y el fútbol italiano, después de años en España, ya no me cayó bien, era mucho más físico, yo tenía cierta edad… Estaban también las complicaciones con la enfermedad de mi hijo… Tenía ganas de hacer cosas y ayudar, pero no me sentía bien. El primer año no estuvo mal, pero el segundo ya… 

Trapattoni, en cambio, me conocía bien, preparaba muy bien los partidos. Te enseñaba a mejorar, daba muy buenos consejos. Aparte de un entrenador, era un fanático del fútbol y, como persona, también te daba consejos sobre la vida.

En la clasificación para la Eurocopa de 2000 os cruzasteis contra Croacia y pasasteis vosotros.

A aquel partido íbamos con cierta ventaja porque nos valía empatar para pasar y quedamos 2-2 con uno menos. Fue el primer partido que jugamos contra Croacia después de todo lo que había pasado. Las medidas de seguridad eran tremendas, desde el aeropuerto hasta el lugar de concentración cada veinte metros había un policía, nos encerraron en el hotel, una cosa… 

Entonces, llegamos al estadio, nos encontramos con los jugadores croatas y nos saludamos muy bien, «Hombre, qué tal, qué pasa», mientras fuera había una tensión que no te puedes ni imaginar. Al final, la verdad es que al eliminar a Croacia la gente en Yugoslavia se volvió loca. Para nosotros, aquel día ya habíamos ganado la Eurocopa. 

El seleccionador esta vez fue Boškov.

Era un veterano, teníamos buen equipo y otra vez tropezamos con Holanda, pero en esta ocasión nos metieron seis. Menos mal que no fui yo solo el que falló. Boškov era un personaje. Había trabajado mucho en Italia, ya estaba mayor, pero era muy divertido. Trataba de ser amigo de todos, de motivarnos así. Era muy buena gente, a mí me caía muy bien. 

Esos entrenadores tan amigables no os fueron bien.

Nada, necesitábamos un entrenador con mano dura. Boškov no era así, quizá sí lo fue de joven, pero con esa edad, aunque le interesaba el fútbol, su prioridad era ser amigo de todos. Con un grupo como el nuestro, al llevarnos bien con el míster y saber que no hay ningún problema, nos relajamos demasiado. Luego en los partidos si algo iba mal no sabíamos qué hacer. No teníamos ni orden ni trabajo específico para resolver los partidos. No fue solo culpa suya, pero ni siquiera ahora se puede tener equipos con muchas figuras sin un entrenador que haga un trabajo colectivo con todos ellos. 

Y de ahí fuiste a segunda división, al Levante.

Había un buen proyecto y estuve por fin cerca de mi hijo, que por los problemas que tenía vivía en Valencia. Fue un año importante, una experiencia muy bonita, pero a nivel personal, complicado. Estuve cada dos por tres en el hospital, en cada ocasión no sabía si mi hijo iba a sobrevivir… El equipo luchó hasta el final por el ascenso, me retiré y al año siguiente subieron. Creo que al menos puse mi granito de arena en el primer año de la creación de un equipo ambicioso. 

Después de la elite, ¿cómo te sentías al visitar campos como el Ipurua de entonces?

Bien, muy bien. Era una experiencia que me atraía, volví al origen del fútbol, a cuando competía con equipos que luchaban por subir de tercera a segunda. Un fútbol que ya sabías que no era bonito, que te iban a meter buenas patadas, pero que te ilusionaba. Para el final de mi carrera, me reservé un regreso a los viejos tiempos. 

Cuando llegó la independencia de Montenegro la apoyaste. Fue un poco raro, porque pocos años antes, durante el bombardeo, te manifestabas frente a la embajada de Estados Unidos en Madrid envuelto en una bandera de Yugoslavia, la de la SFRJ, la de la estrella roja. 

Solo apoyé al presidente de Montenegro porque es amigo mío. Nos conocemos desde hace treinta años. Tampoco existía una posibilidad de que hubiera problemas, solo fue un referéndum. No fue por motivos políticos, sino de amistad. Ahora cada país tiene su selección y ya está. 

Hay hooligans como los del Estrella Roja que se niegan a que se jueguen competiciones balcánicas, ¿tú cómo lo ves? Es una pena que con la afición que hay esos equipos no puedan jugar entre sí, como en la Liga Adriática de baloncesto, y compitan solo en campeonatos que son un poco pobres. 

Siempre se habla de hacer algo, pero el fútbol no es como el baloncesto, mueve masas y creo que no va a prosperar. Siempre vas a tener el miedo de qué va a pasar entre un Estrella Roja-Dínamo de Zagreb. A lo mejor ya no pasa nada… 

Pero en la región meterías a millones viendo la tele…

Tiene aspectos positivos, pero es que luego todo es: «¿Y si pasa algo?». Algún día, por el bien del fútbol, se hará, pero todavía está lejos. 

¿Cómo fue tu experiencia como director técnico del Madrid?

Como jugador gané títulos, pero cuando estás en el césped no te enteras del fútbol de verdad, el de los despachos, que es un trabajo totalmente distinto y muy duro. Desde luego, es mucho mejor jugar al fútbol que ser director general. Hay muchísimo estrés, muchísimo trabajo. Yo tenía más miedo viendo los partidos que cuando los jugaba. Si pierde el equipo, todo te viene a ti. Eres el culpable de todo, de cada fichaje. Fue una etapa bonita, pero si tengo que elegir, prefiero ser futbolista. 

Cogiste con Ramón Calderón una plantilla en declive, que venía de dos temporadas en blanco, solo había ganado una Supercopa en tres años. 

Mi caso fue muy particular, creo que soy el único director deportivo al que le fichó un candidato a la presidencia, no un presidente. Me chupé toda la campaña. Luego me tocó el trabajo sucio de dar el relevo a una generación. Fiché a Capello porque era un experto en ganar títulos en un tiempo récord. Hubo que deshacerse de Roberto Carlos, Ronaldo y Beckham. Había llegado un momento en el que alguien tenía que decirles que ya no se contaba con ellos. Algunos eran mis amigos, era duro, pero tenía que pensar en el interés del Real Madrid. 

Intenté traer jóvenes, Marcelo e Higuaín, y también jugadores con experiencia para mezclar. Y tuve suerte, porque se ganaron dos ligas consecutivas, que hacía muchos años que no pasaba. El último fichaje que hicimos fue el trato de Cristiano Ronaldo, pero dimitió Calderón y el mérito fue para Florentino.

¿Por qué no triunfó Gago?

Llegó en enero con Higuaín y Marcelo, era un 5 con mucha calidad y mucha clase, es un chico muy particular y muy buena gente, pero no se adaptó muy bien a lo que requiere el Real Madrid. Podría haber dado mucho más de lo que ha dado, aunque en los partidos que jugó yo estuve contento con él. Lo que pasa es que llegó justo cuando salí yo y vino el nuevo presidente con ideas nuevas. Nosotros le hubiéramos dado un poco más de cancha porque tenía mucha calidad. 

Robinho…

Lo traspasamos al Manchester City en mi segundo año. Tenía una calidad futbolística tremenda, pero no tenía continuidad. No te podía dar una temporada buena, solo algunos partidos, levantando a la gente de su asiento y tal, pero no un año completo. Nunca he tenido miedo a traspasar futbolistas, el Real Madrid tiene que estar por encima de los nombres. 

Otro problema que heredaste fue Cassano.

Tiene un corazón enorme, pero tuve que hablar con él muchas veces. Al final tomamos una decisión compartida porque se quería volver a Italia. Es mejor dejar salir a un jugador descontento que retenerlo. 

La primera liga que ganasteis se lo pasó todo el mundo pipa con la remontada.

Yo lo pasé mal. Intentamos hacer los cambios y, mientras, teníamos que competir con un Barcelona que era campeón de Europa. Ganamos un poco de carambola, la verdad. Fuimos campeones con los mismos puntos. Nos llevamos la liga, estuvo bien, pero hubo muchísimos líos ese año. 

Tantos que echasteis a Capello.

Cuando no hay una relación fluida sobre el futuro, y uno va por la derecha y otro por la izquierda, lo mejor es cortar y buscar otra posibilidad. De cara al futuro él tenía unas ideas y yo otras. Habíamos ganado la liga, pero le tuve que decir que no podíamos seguir trabajando juntos. Le cayó mal a Fabio, nos pasamos unos años sin hablarnos. 

¿Qué tal con Schuster, su sustituto?

También es un personaje especial, pero cuando llegó ya tenía un equipo hecho. Después de ganar la liga, teníamos las cosas más claras. Ganamos ese campeonato con claridad. Era un tío un poco especial, no quiero decir raro, pero tenía su forma personal de ver el fútbol. 

¿Qué pasó al tercer año, tras ganar dos ligas? ¿Fue la decadencia del proyecto o que os pasó por encima el Barça de Guardiola, que ha sido uno de los mejores equipos de la historia?

Ellos se recuperaron y recobraron una mentalidad ganadora de nuevo. Nosotros con los problemas institucionales que teníamos, con el presidente obligado a dimitir, no pudimos realizar los planes que habíamos pensado. Estaba hecho Cristiano, pero no lo pudimos disfrutar, aunque ha cumplido con todo lo que veíamos que iba ser capaz de hacer: marcar una época en el Madrid de casi diez años. 

Ya fuera de los focos, ¿influiste en la llegada Luka Modrić, que no sé si habrá tenido la misma o más importancia que Cristiano en el juego que ha hecho al Madrid dominar la Champions?

El que apostó por Luka fue Mourinho. Fue su fichaje importante. Yo lo único que hice fue recomendárselo. Tuve mucha relación con él, me dijo que tenía necesidad de un jugador de esas características, me pidió opinión y me salió el nombre de Modrić, que me encantaba en ese momento en el Tottenham. 

Yo sería muy mal director deportivo de un equipo de segunda o de mitad de la tabla. No sé hablar con jugadores que no quieren ganar. Conociendo la exigencia del Real Madrid, cuando me preguntaron por un jugador, propuse a uno que no solo por su capacidad futbolística, también por su mentalidad y ambición, iba a encajar. Luka daba ese perfil. A Mourinho le encantó, se concentró en Luka y dijo que no le valía nadie más, que había que ficharlo. Al final, todo el mundo está contento con él. 

¿Ibas con Croacia en el Mundial? [en referencia a Rusia’18]

Evidentemente, como un aficionado más. Han hecho historia.

 

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