Cargado de curiosidad, el personal de recepción del hotel Hampton by Hilton de Alcobendas asiste a una sesión fotográfica. Frente a la cámara de Begoña Rivas posa una señora bajita de pelo corto. Lleva gafas y una cazadora de cuero. Posteriormente les explicaremos que estamos hablando con una atleta legendaria: Dolores Vives (Manresa, 1957), conocida por el mundo del atletismo como Loles. La compacta velocista del Bages sigue en activo. Y lo hace mostrando una longevidad que data desde la década de los sesenta. En 1979 fue la primera mujer que bajó en España de los doce segundos en cien metros lisos, y con más de sesenta y cinco años se mantiene en el tope mundial de su categoría en salto de longitud y el sprint puro. Entre medias, esta bióloga ha vivido el atletismo, la universidad y el periodismo en unos años en que la mujer tenía vedado el acceso a estas áreas. Su atletismo es tanto el del blanco y negro como el de las spikes fabricadas con placa de carbono. Está casada con el exsaltador de altura y hoy periodista Martí Perarnau, y sus dos hijos se reparten entre la música (Martí Perarnau IV es un acompañante habitual en escena de Zahara) y el fútbol profesional (Marta Perarnau jugó en el Rayo Vallecano, Real Betis y el Atlético San Luis de México). Hablaremos de una época en la que se escribía de atletismo a diario en los medios de comunicación. De la inocencia de posar para la prensa tumbada en el campo de rugby de la Universidad de Barcelona, despreocupada, con unos zuecos, un refresco de cola, pantalones de campana y una camisa estampada, y seguir sintiéndose deportista de alto nivel. De la crisis del textil en Cataluña. Y de menopausia.
¿Sabes que compartes nombre con una piloto de aviones pionera de los años treinta?
Sí, con una piloto. Pero ella sí que es una super crack que rompió moldes. Me enteré hace no mucho. Me llamó un amigo diciéndome que en la parada de metro de Hostafrancs, en Barcelona, habían reproducido una especie de arco con personalidades señaladas. Me dijo: «Oye, ¿sabes que sale tu nombre en una estación de metro?» Y yo miraba los nombres que aparecían en las estaciones y eran todos como Nuria Espert, actrices, escritoras, Neus Catalá, políticas, y ya, buscando en detalle dije no puedo ser yo.
Ella se hizo famosa volando pero tú siempre has ido corriendo.
Bueno yo también vuelo un poco, eh, que hago salto de longitud.
En tu casa había campeones de España universitarios de 400 metros vallas, marchadores como Agustí Jorba…
Josep María Selga es primo hermano. Fue campeón universitario de cuatrocientos vallas. Agustí Jorba que era marchador, mi tío. También había una hermana de Josep María, Carmen Selga, que era velocista, y mi hermano mayor que era de la misma edad que mi primo, que lanzaba martillo. Y ellos ya me decían de niña que yo corría mucho. Los veranos nos reuníamos en Torreblanca, al lado de Vacarisses, y de las cosas a las que jugábamos era a hacer relevos, pero yo era muy muy pequeña.
Y organizaban juegos olímpicos con todos los primos.
Ahí empecé corriendo porque era evidente que yo corría mucho. ¡Pero lo que a mí me gustaba era la gimnasia!
Una fan de la gimnasia.
Pero en Manresa no había clubes de gimnasia. Yo insistí pero entonces me tenía que ir a vivir a la residencia Blume de Barcelona (actual Centro de Alto Rendimiento) así que no, vimos que no. Empecé a correr. Y en 1968 hice las primeras carreras en las pistas del Congost, era básicamente un atletismo escolar.
El primer atletismo. Con 11 años. Corría un año más que importante para el atletismo. ¿Recuerdas de cría, aquellos JJOO de México 1968?
Sobre todo recuerdo a las velocistas como a Wyomia Tyus. A ver, son mis primeros recuerdos, como del salto de Bob Beamon, y tengo más que nada algunos flashes. Pero sí que en las velocistas me fijaba ya. Recuerdo haberlo visto, no en casa, que no teníamos tele porque la compraron para los Juegos de Múnich 1972. Pero yo veía que las velocistas corrían de puntillas y yo me fijaba. Cuando iba corriendo por la calle, que era siempre, porque a todos los lados iba corriendo, me iba mirando en los escaparates a ver si lo hacía bien. Me mandan al Congost y me meten a competir en el equipo absoluto del club Atletismo Manresa en 1969. Recuerdo ir con el equipo absoluto a un encuentro de Liga Catalana de clubs. Qué pasa, que yo en el sesenta y nueve no tenía ni doce años y no podía correr. Entonces me hacen una ficha falsificada como si yo fuera Lidia Martinez Cano, como si yo tuviera quince años. Esta chica era una amiga de mi hermana, cosa que me enteré con el tiempo. No me digas cómo hicieron aquello. La cosa es que luego en los resultados sí que aparecía con mi nombre y edad real pero en principio así competí. Allí debuté ganando con 22,2 en 150 metros y en salto de altura, que ya ves tú con mi estatura.
¡En el Montjuïc en ruinas! Cuéntame cómo era por dentro aquel buque fantasma del atletismo que había optado a albergar unos Juegos Olímpicos en 1936.
Buah. Por dentro estaba todo horrible. El recuerdo de entrar y la sensación triste que daba, las gradas de madera totalmente destrozadas. Tenían un anillo de 400 metros de rootcore, como asfalto de carretera, y otro de 500, y los vestuarios eran como unas piscinas de mármol hechas una mierda. No recuerdo ni que nos ducháramos porque aquello estaba horrible. Luego fui alguna otra vez para entrenar aunque muy poco.
Tus primeros años son en el CAT Manresa, con Joan Carreras. Es tu primer gran mentor.
Joan Carreras es una persona muy importante para mí. Fue mi primer entrenador, sí. Bueno, entrenar… casi jugar a hacer atletismo. Lo máximo que yo bajaba a las pistas era dos veces a la semana. Cuando bajábamos a las siete de la mañana, que bueno, no era yo tan de bajar a esas horas, allí estaba Joan Busquets que era vallista, y que, de hecho, sigue compitiendo y ronda los noventa años. Y él nos enseñaba a pasar vallas. Pero el que me descubrió la faceta de velocista fue Joan Carreras. Es al que me siento más cercana.
Las pistas del Congost, ¿hacen honor a ese mote de la ciudad, de Manrusia? Porque mira que hace frío ahí abajo.
En aquella época no la llamábamos así, imagínate. Pero era horroroso, hacía mucho frío y además había una humedad enorme porque está allí al lado el río, el Cardoner. E ir de tarde y noche era duro. Entrenando, yo me lo pasaba bien pero ya cuando tenía que hacer cosas de más distancia, me costaba, siempre he sufrido mucho en largas distancias.
Con 15 años eres subcampeona de España absoluta de 100 metros. Y la deportista más joven en subir a un podio de un campeonato nacional.
Sí, pero yo en aquellos días ni me enteré. Fui allí siendo una niña, imagina, creo que fuimos casi por nuestra cuenta en coche de alguien. Yo era muy amiga de Maribel Pujabet, que era una lanzadora de peso de Igualada, y corrí el 100 y luego nos reíamos porque había ganado la plata de un Nacional. Fíjate que luego ella y yo desde el estadio de Montjuic nos fuimos al parque de atracciones. Allí esa noche nos lo pasamos fenomenal. Y al día siguiente corría el 200. Y ahora hace nada acabo de enterarme que batí el récord de España juvenil de 200.
Tu ciudad siempre ha sido un foco de lucha obrera y contra las dictaduras del siglo XX. Manresa había sido la quinta ciudad de Cataluña pero en los sesenta hay una crisis terrible del sector textil. Y se quedan en la calle innumerables mujeres que eran trabajadoras no cualificadas.
Fue una crisis tremenda. Cerraron muchos talleres. Verás; mi segundo apellido es Jorba, que es el de los almacenes. Mi bisabuelo fue el fundador de Almacenes Jorba y mi abuelo uno de sus hijos que llevó el negocio. Y desde siempre hemos vivido muy de cerca el mundo de la industria textil de Cataluña. En Manresa hubo un primer Can Jorba, y luego abrieron otro en Barcelona. En casa se hablaba mucho del tema de aquella crisis, sobre todo mi madre.
Practicas atletismo en una etapa negra de la sociedad española para la mujer. Tres décadas de la nada más absoluta en el deporte femenino, ¿Se notaban esas restricciones o eras una niña a la que no se le limitaba nada?
Pero si es que ya en la República las mujeres deportistas lo tuvieron mucho mejor de lo que lo tuvimos nosotras. Ellas hacían lucha libre y competían en todo tipo de deportes. De la manera de vestir y todo, ellas iban más atrevidas de lo que nos impusieron a nosotras en esa época. Y eso que yo llegué al deporte ya algo más tarde. Pero hubo una generación de mujeres para las que el atletismo desapareció en España. Recuerdo muchas concentraciones y competiciones que las organizaba simplemente la Sección Femenina. Más que nada, las atletas no éramos bien vistas a nivel social, en general. Aunque he de decir que dentro del club Manresa no lo sufrí tanto, la verdad.
Manresa siempre ha sido una ciudad un poco rebelde.
Sí, a nivel social, fíjate. A amigas mías les decían sus madres que haciendo atletismo se les pondrían las piernas gordas, que no era femenino, ya no te digo las que se atrevían a coger una pelota para jugar al fútbol. Llevábamos bombachos, era una cosa tremenda. Recuerdo, ya estudiando en Barcelona, en la época que competíamos en las pista del estadio Joan Serrahima en verano, los chicos entrenaban directamente sin camiseta, era lo lógico. Y nosotras, y eran los primeros setenta, nada. A mi no me gustaba que, con la camiseta, se me quedara todo marcado del moreno del sol. Y un día me atreví a hacerme como un bikini para entrenar, y menudo follón se montó, me lo prohibieron. Mi madre me tuvo que hacer una camiseta que se ataba detrás de la nuca para que pudiera entrenar cómoda y sin marcas de las mangas. Cuando estuve, más adelante, en el Club Natación Barcelona, directamente no nos dejaban entrar en el gimnasio a entrenar, porque dentro sólo había hombres. E íbamos con leotardos porque, por supuesto, no estaban inventadas las mallas, y que se consideraban provocadores. Y luego estaba la prensa.
He encontrado, buscando en la hemeroteca, un recorte del Mundo Deportivo donde entrevistan en pleno 1975 a Olga Martorell tras batir el récord de España de 100 metros. La tratan como esta «rubia y escultural» chica, y le preguntan si es una muchacha «atrevida o retraída».
Los medios nos minusvaloraban, nos trataban como «las niñas», «las chicas».
¿Tú tuviste claro que eras carne de universidad?
Sí. Yo quería estudiar. En casa, mi hermano era arquitecto. Mis otras hermanas, con 15 años, a una la pusieron a trabajar en la Caixa y a la otra de enfermera, pero yo quería tener una formación universitaria.
Te vas a hacer Biológicas a la Universidad de Barcelona.
Fue cuando también fiché por el Club Natación Barcelona. Allí fue donde realmente tuve un cambio como atleta. Los dos primeros años de universidad fui a entrenar con Jaime Enciso pero no entrenaba mucho. Me dedicaba más al ambiente universitario, a estudiar, etcétera.
Antiguamente se empezaba antes la universidad. Te fuiste de casa siendo una cría. ¿Te fuiste de pensión, como se hacía en la época?
No. Tenía una tía por parte de mi padre que vivía en la calle del Carmen, por lo tanto muy cerca de la universidad antigua. Antes las facultades estaban en el centro de Barcelona. Viví mucho toda la animación de estar por las Ramblas, pero también las persecuciones de los grises. Tengo recuerdos de salir de la universidad y la policía armada estaba en la Rambla casi a diario, metiéndote por las callejuelas en las manifestaciones.
Eres una estudiante universitaria, mujer y deportista de alto nivel en 1973, aunque no existiera ese status en esos años. ¿Qué te encuentras en el mundo universitario de esos años?
Tengo recuerdos como de aquel ambiente universitario tenso, viviendo la muerte de Franco. Era una época complicada en parte por intentar compaginar el atletismo, entrenando siempre por las mañanas y estudiando de tarde, y también complicado por el mundo de las movilizaciones, las convocatorias de la universidad, que si íbamos a la huelga por esto, los profesores yendo a la huelga por esto otro, por la llibertat d’expressió.
Ya eres internacional con España en 1973. Vas con el relevo 4×100 a los juegos de la FICEP, una cosa rarísima que nos descubrió Jorge González Amo, y a la Copa de Europa de selecciones que se disputó en Rijeka, en la ex Yugoslavia. Y siempre en relevo.
Eran una cosa rara aquellos campeonatos, sí. Pero no tengo grandes recuerdos de ello. Tengo la suerte de que mi madre siempre guardó todos los recortes de periódico. Y repasando, es verdad, estaban aquellas competiciones. Ya con dieciséis años fui internacional con la selección absoluta. En el relevo corto. Madre mía, que en Rijeka la lié pero bien. El periódico me salva y dice que María José Martínez Guerrero llegó muy lenta a la zona de cambio de relevo, pero resulta que fui yo la que salí disparada y no pudimos hacer bien el cambio. La cagué por inexperta. También fui seleccionada con la catalana absoluta siendo muy joven. Mi primer avión lo cogí para ir a Sevilla a competir con la federación catalana. Estaba en el relevo Isabel Montañá, que era la gran diva entonces. Y yo era una niña, ¡si es que me llevaban de la mano por el aeropuerto!.
Conoces a Hans Ruf, recientemente fallecido. Una auténtica institución que entrenó a Alberto Ruiz, Javier García Chico, y que era el gurú del salto con pértiga.
Después de entrenar con Jaime Enciso, yo ficho con el Club Natación Barcelona, empiezo a entrenar con Hans Ruf, que me llevó a mi mejor época. Sí, era un personaje: para bien y para mal.
¿Cómo se entrenaba con él?
A ver, no era de los entrenadores que planificara muy bien las cosas, los entrenamientos eran un poco a salto de mata. Pero era muy intuitivo, detectaba muy bien las virtudes de los atletas y sabía hacerles destacar, mejorar en sus aspectos más valiosos. Pero era muy innovador también. No era planificador del estilo de estructurar la dinámica de la semana, hoy toca esto, tal, pero era muy innovador. Nos hacía unos ejercicios muy originales; tendrías que ver lo que se inventaba para los saltadores de pértiga.
Cuéntanos qué es el saquito de Ruf.
Es un saco que había construido él y que todavía lo tengo en casa y lo uso para entrenar. Es una pieza de lona de color azul eléctrico, lleno de arena, y con dos cuerdas en los extremos. Pesa doce kilos, aunque de tanto uso quizá pese ya algo menos. Y te lo cargabas a los hombros y con ellos hacíamos cantidad de ejercicios dinámicos. Siempre dirigido todo a la velocidad. Y en este aspecto, yo no me puse una pesa encima ni para hacer mi mejor marca, el 11,81. Y con retales del mismo material tenía también un cinturón musculador, era como un cinturón ruso que se ha puesto muy de moda, que lo popularizaron luego los futbolistas, por ejemplo, Messi para trabajar los cuádriceps, tenía más cosas de esa tela. Tengo todavía un cinturón lastrado que usábamos también con él. Ruf era intuitivo, innovador, y me pilló el truco fácilmente porque no sirvo para correr largo.
Allí conoces a un saltador de altura llamado Martí Perarnau. El de los libros de Pep Guardiola.
Sí, en el Serrahima. Aunque yo ya le conocía de antes.
¿Qué panorama tenía la velocidad femenina española en 1974? Estaban Emilia Mesa, Begoña Lezcano, Pilar Fanlo, compaginando el 100 y la longitud.
Pilar Fanlo es la que destacaba en ese momento, mi referente. Y era algo normal competir en las dos especialidades. El salto de longitud, la verdad, al ser yo tan pequeñaja, con Hans apenas lo entrenaba. Algo hice pero bastante más adelante. Pero saltaba bien. Hice bastantes longitudes pero ya digo que no las entrené.
Y Yolanda Oroz y Lourdes Valdor…
Yolanda Oroz fue una de mis principales rivales de juvenil y junior. A Lourdes Valdor me la encontré más adelante en el tiempo.
O con Olga Martorell, que pronto tendría el récord de España en unos 11.9 manuales.
Pero con Olga Martorell coincidí muy poco. Aparte que ella tuvo una carrera muy corta. Porque la tía era un fenómeno. Ella destacó durante mis primeros dos años de universidad, que fue cuando ella tuvo su explosión. Justo entonces, yo casi lo estaba dejando por los estudios. Pero posteriormente sí corrimos juntas. Le gané un Campeonato de España en Madrid donde ella era la máxima favorita. Ese campeonato yo vi que Olga ya no andaba tan bien. Estábamos alojados en una pensión horrorosa en la Gran Vía con las de Manresa, en la que no pegué ojo en toda la noche por los nervios. Y por los pelos me llevé el título, por cuatro centésimas.
Casi coincides con la gallega Chus Sangüos, ¡que décadas después fue la atleta master más completa del mundo!
Sí pero no nos tratamos mucho, ella hacía el 400 y el 400 vallas, aunque luego he coincidido mucho con ella en el mundo máster. Y Begoña Lezcano también y Gloria Pujol, una hermana de Montse Pujol que hacía sobre todo 400 metros.
El núcleo de la velocidad era en Cataluña, por lo que parece.
Sí. Mira, hicimos el relevo del Club Natación Barcelona que hizo el Récord de España. Aunque en Madrid estaba Lourdes Valdor. También Ela Cifuentes, y Brenda Rapp, que ahora es neuróloga en Estados Unidos. Y Lourdes Valdor es de Santander aunque entrenaba con Manuel Pascua en Madrid.
Para poder hacer la mínima para acudir a unos Campeonatos de Europa (en realidad eran casi campeonatos del mundo) en esos días había que hacer 11,60-11,70. Era un salto demasiado grande.
Para ir a los Juegos de Moscú 80 nos pidieron 11,54. Yo ya tenía muy claro que no lo podríamos conseguir porque era otro nivel. Donde sí hicimos unos tiempos chulos fue en el relevo de 4×100. Yo creía que España iría, pero luego Carlos Gil, presidente de la RFEA no nos llevó. Pero teníamos la esperanza aunque habríamos hecho el ridículo.
Y que se pondría la cosa más fea todavía cuando determinados países inyectan gasolina súper en programas políticos de deporte.
Claro. Fíjate que mi ídolo era Marlies Gohr pero ya antes que aquello fuera tan exagerado. Y un día miraba los tiempos y cuando teníamos 13 o 14 años corríamos muy igual. Y de repente yo me quedo en 11,81 y ellas se van hasta 10,80 y dices: «oye, pero qué pasa?» Pero entonces no sabíamos nada del doping y creíamos en ellas. Luego ya se me cayó el mito.
Vamos a ese 15 de julio de 1979. Estadio Joan Serrahima de Barcelona. El Mundo Deportivo tituló «Loles Vives, un bólido sin freno». Se celebra el Campeonato de Cataluña. El Récord de España está en 12,11 con cronometraje eléctrico. Recordemos a los lectores que hasta hacía nada se tomaba manual con esos cronómetros de Carros de Fuego.
Aunque ya en esos años se usaba el eléctrico hasta las centésimas.
Es verano en Barcelona. Cualquiera que conozca el percal, se imagina que haría un calor de narices. Aunque curiosamente el calor es un factor beneficioso para los velocistas.
Sí, sin duda. A mí el calor me encanta. ¡He visto hace nada los datos tremendos de temperatura y viento de ese día que me envió Miguel Villaseñor!
¿Atacar los doce segundos era algo que flotaba en tus sensaciones? ¿Eran esos míticos 12,00 algo que se hablase entre las velocistas?
No. Nunca he compartido sensaciones. No suelo contar lo que siento que puedo hacer en una carrera, al menos nunca lo he dicho públicamente. No por superstición pero basta que lo anunciara para que luego fallara. No me gusta levantar expectativas.
Llevabas corriendo en doce segundos varias temporadas, como si fuera una barrera natural que pidiese paciencia antes de dar un nuevo salto en el rendimiento.
De hecho, antes de aquel 11.99 hubo un verano que había corrido en doce pelados varias veces, en cronometraje manual. Y dije que no pararía aquel verano hasta que no lo consiguiera. Organizaron un triatlón en la pista de la Ciudad Universitaria que era lanzamiento de peso, salto de longitud y los 100 lisos. Y me apunté solo para poder tener una competición más en ese 100, haciendo 11.9 manuales (Nota: el redondeo a cronometraje eléctrico eleva a la siguiente décima el tiempo manual; todavía se mantienen dos rankings estadísticos separados por esta razón).
En las semifinales de aquel 15 de julio hiciste 12,04. Récord de España. ¿Siente una la sensación de volar?
Esa semifinal fui a tope y me sentí bien. Además fue un día que mis padres vinieron a verme, que era una cosa que no me gustaba mucho que hicieran. Lo que sí sentí es que podía bajar esas cuatro centésimas pero llegué en la final a meta y hala, cabreo que me cojo. Venzo en la final y veo en el marcador 12,00, de nuevo a las puertas. Y eso que en la grada del Serrahima había un ambiente enorme, porque eran los tiempos en los que el atletismo llenaba las pistas. La grada estaba petada, y me regalaron la foto-finish de la llegada porque era tradición con cada récord. Y yo veo en la foto que no llegaba a la centésima del doce pero reclamé y nada. Posteriormente corrimos en un encuentro España-Polonia y ya hice 11,96 oficiales en el momento. Pero imagina si alguien hace también menos de doce eléctricos en el transcurso en que me aprobaron la reclamación. ¡Se habría llevado la fama! Lo vi, pasado el tiempo, en un libro de los anuarios estadísticos de atletismo. Le digo a Martí: «Mira, que hay un 11,99 oficial de Loles Vives en Barcelona».
Hablamos de volar. ¿Recomiendas a los lectores que acudan a una pista de atletismo un día a ver entrenar a los velocistas? ¡Cómo pisáis de antepié y cómo se lanza la pierna!.
Bueno, a los buenos sí. Ahora ya no se me nota tanto. Yo lo disfruto mucho porque soy velocista pero creo que sí deben ir. De hecho, este verano tuve la suerte de ver a Shelly-Ann Fraser, mi gran ídolo, que estaba concentrada entrenando en las pistas de Alcobendas, aunque luego se lesionó. Es impresionante. Y las jamaicanas en general, es brutal cómo corren.
Es el cuerpo humano en pleno espectáculo.
Yo disfruto más viendo gente buena entrenando que en competiciones. Siempre digo que no me importaría ir a unos Juegos Olímpicos y pasarlos en la pista de calentamiento. De hecho, cuando fuimos a Roma a un Campeonato de Europa, estaban las alemanas del Este y entonces podías colarte por todas partes. Estuve una mañana viéndolas calentar. Estaban Marlies Gohr, Silke Gladisch, Marita Koch, y había un tiempo hasta en el que copiábamos sus calentamientos. No rodaban nada, solo una rectita y tal. Y disfruté como una cría.
Me pregunta Alex Calabuig, un buen amigo común, si una velocista reflexiona sobre estos tiempos en los que todo se consume de manera tan veloz, tan poco reposada, tan superficialmente. ¿Pasáis de puntillas sobre la belleza de correr con una técnica casi perfecta o te sientes volar, fluir, como te decía antes? Sois los atletas admirados.
Si si. Fíjate que es algo que he percibido ahora, aquí en estas pistas de Alcobendas. A ver, no soy nada presumida ni tengo el ego subido pero muchos chavales se han acercado a decirme: «¡qué bien corres!». Oye, pues muchas gracias. El otro día también, en las pistas de Gallur en Madrid, no sé quién nos lo dijo. No es algo que uno lo vea, se corre así de natural y de entrenar mucho.
Por comparar, en 2024 por debajo de aquellos 11,99 han corrido menos de 50 mujeres, con todos los cambios de materiales tras pasar cuarenta años, un entrenamiento profesional y condiciones sociales diferentes.
Ahora hay una generación buenísima. Yo disfruto mucho viendo a las chavalas de ahora, cómo corren. Con Maribel Pérez, con Jael Bestué, evidentemente todo ha mejorado: las zapatillas, el sistema de entrenamiento, tener un nutricionista, un psicólogo, tener aspectos controlados. No como nosotros que comíamos un plato de macarrones y un filete y, hala, a competir. No tenías nada en cuenta. Yo comía fatal, ni probaba la verdura ni nada.
Y a efectos prácticos, ¿cómo viviste la repercusión de ese récord en el mundo del atletismo?, ¿Cómo fue, aparte de aparecer en la prensa?
A efectos prácticos no existía tampoco la posibilidad de ser profesional. Existían las dietas de viaje cuando nos desplazábamos a competir y ya está. En ese sentido, nací demasiado pronto. Sí que recuerdo algún premio en metálico que era algo novísimo para aquellos años.
El premio de Atleta del año, total, se lo llevaba siempre Carmen Valero.
Sí, bueno, cambiaba tu día a día un poco por el hecho de salir en los periódicos. En Manresa sí te reconocían más, pero muy poca cosa, era algo a nivel local.
En 1980 bajas hasta los 10,81 y en longitud te acercas a los seis metros. El récord de España en aquellos días lo tenía…
Lo tenía Olga Dalmau con 6,30 metros o por ahí, probablemente. Sí, fíjate, yo tenía la ilusión de saltar seis metros. Pero ya te digo, nunca me lo entrenaron. Y ahora, en edad de categoría máster, me ha ido muy bien. Con 45 años salté 5,65.
De hecho, me comenta un periodista llamado Martí Perarnau que te pregunte si piensas que, si te hubieran entrenado en longitud, habrías tenido más margen de mejora.
Yo creo que sí (Ríe). ¿Te lo ha preguntado él o es broma?
Tengo mis fuentes, Loles.
Sí, porque ahora en máster he saltado mucho. Y además saltando mal, porque no tengo una técnica depurada y tengo ya muchos problemas en los nulos, en controlar la velocidad de llegada a tabla. Pero yo sí, a pesar de lo bajita que soy (Nota: Vives mide 1,57), habría podido tener mejores marcas en longitud que en velocidad.
Sigues al alto nivel, dentro del top 3-5 español, hasta la irrupción de la siguiente etapa del atletismo femenino español. Los Juegos de Los Ángeles 1984 te quedan muy lejos pero ya llega una nueva generación de velocistas. También hay una profesionalización.
Si, claro, vienen Teresa Rioné, Blanca Lacambra, es una generación fantástica.
Pero falleció tu padre. Y hubo que que tomar decisiones.
Mi padre falleció de cáncer de pulmón y tuve que empezar a trabajar. Él dirigía la empresa de Aguas de Manresa, y siempre me decía: «oye, cuando termines Biológicas, un buen sitio para trabajar será en las Aguas». Pero a mí no me apetecía mucho. Yo quería hacer algo relacionado con genética. Pero falleció y me propusieron para entrar como bióloga para hacer los análisis bacteriológicos, llevar el control de calidad de aguas y así. Y ya las cosas se pusieron muy feas para ser una atleta puntera: seguía corriendo pero ya vi que perdía el tren con las demás. Empezaron las que venían detrás a correr muchísimo.
Y se cruza el periodismo en tu vida.
Bueno, tuve a mi primer hijo y volví a competir. Hice doce segundos pelados todavía.
¿Aquí es donde aparece Martí en el relato? Martí, tu hijo, digo. Cuentas que te llevabas al crío a las pistas mientras entrenabas.
Pues sí. Pero esto, ¿dónde lo has encontrado? (carcajadas). Me llevaba a Martí de bebé a la pista. Cuando yo hacía las series de cien metros yo le dejaba allí parado con el carrito en la zona de tacos. Salía corriendo y él arrancaba a llorar. Luego volvía y se callaba. Y así se tiraba toda la sesión, llorando el pobre. Cuando ya se movía más, le dejaba en mitad de la hierba de la pista. Le preparaba una especie de corral con las vallas y obstáculos con unas toallas para que no se moviera, y yo entrenaba por allí alrededor.
En una España con tres décadas de retraso, hablar de maternidad y deporte quedaba para la ciencia-ficción.
Sí, era imposible. Pero a veces pienso que aquí se nos va la olla un poco. Ser madre y ser deportista es bastante normal y debería ser cogido con normalidad. La gran Fanny Blankers-Koen, en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948 ganó cinco pruebas teniendo dos hijos y estando embarazada. No le dejaban hacer nada y le decían que estaba totalmente loca. Yo lo tenía claro, quería tener un hijo y poder volver a competir. ¿Por qué hay que tomarlo como un impedimento, si lo que yo quiero es correr siendo madre? Lo hice; no duré mucho pero lo hice.
Como corresponsal de atletismo en Mundo Deportivo, vives desde otro prisma unos años donde el atletismo se convierte en un reflejo de un cambio de la sociedad.
Eso fue una casualidad. Fuimos a una cena de el Mundo Deportivo, no sé si yo era finalista de algunos premios o algo parecido. Se había ido el que estaba de redactor de atletismo en Mundo Deportivo que se fue al Periódico, y me lo propusieron en aquel mismo momento. Y me pareció bien. Pedí la excedencia en Aguas de Manresa y me fui al periódico. Y es una faceta de periodista que recuerdo con mucho cariño.
¡Trabajaste para L’Equipe! No hay tantos periodistas españoles que puedan decir esto.
A ver, yo simplemente les hacía notitas de cosas que pasaban aquí de atletismo que yo pensaba que eran importantes. Y también colaboré con ellos para los juegos de Barcelona.
En los Campeonatos mundiales de Tokio 1991 tienes una anécdota donde se cruzan Bob Beamon, Carl Lewis y Mike Powell.
Es de las anécdotas que relato más veces. Vi a Mike Powell batir el legendario récord de longitud de Bob Beamon, allí en Tokio. Resulta que yo, como periodista de escribir lo paso mal. O sea, yo no sé escribir, lo hago pero me cuesta, no disfruto con ello. Pero en cambio era muy buena sacando noticias, era una periodista tribulete que se dice. En este aspecto me sabía mover bien. Quizá al ser bajita la gente se acordaba de mí y me ganaba su confianza, no sé. Resulta que doy por teléfono la noticia a Bob Beamon de que le han quitado el récord del mundo. Pero él ya lo sabía. Se lo había contado Ron Freeman. Probablemente se lo había dicho ya al instante Lee Evans, que estaba en la grada entrenando a un grupito de americanos. Evans era muy simpático. Yo había hablado con él algún día ya y me dijo: «yo no tengo el teléfono de Beamon pero lo tiene Freeman. Llámale». Al batir Powell el récord del mundo llamé a su hotel y me lo dio. Así que, en mitad del tifón que había en Tokio, otra circunstancia parecida al día de México 68, cuando llegué a la sala de prensa llamé a Beamon y estaba comunicando. Supusimos que sería Freeman con el que estaba ya hablando. Yo cometí la inocencia de comentarlo en la sala de prensa pero seguro que se les habría ocurrido a otros por otro lado lo de llamarle.
Viviste la etapa de entrada de dinero a espuertas, los atletas que se convierten casi en estrellas del rock. La resolución de la vieja pugna entre países comunistas y occidentales, la caída del muro de Berlín, boicots por apartheid… años interesantes para ser periodista.
Tuve la suerte de entrevistar a Zola Budd en Sudáfrica, a Carl Lewis, a Ben Johnson, a bastantes. Eran en general unos años en los que la cercanía a los deportistas facilitaba mucho las cosas. En Sudáfrica fuimos invitados por la IAAF (hoy World Athletics) porque en aquellos días se decidía si se levantaba la sanción al país por el régimen del apartheid. Budd me concedió una entrevista, era una chica muy maja. Estuve pocos años de periodista pero fue una etapa muy bonita y viví el atletismo de otra forma.
Y entramos en un segundo bloque en tu vida y de esta entrevista. El atletismo será lo que sea, pero te llama de nuevo. Tienes cuarenta años y decides probar de nuevo.
Estamos ya viviendo en Madrid. Y empiezo a llevar a mi hijo Martí a Vallehermoso a entrenar. Estaban allí unos del club Décimas, un club que ya no existe, y me decían que me animara, que empezase a entrenar de nuevo. Yo no quería, pero bueno, empecé a hacer cosas. Luego me formé como entrenadora personal a domicilio y volví a coger forma.
Y la primera sorpresa que te llevas es que no has envejecido tanto.
Eso es. Cuando empiezo de nuevo me dije que me dedicaría solo a la longitud, que no quería coger nunca más una pájara. Y un día pensé ¿y si hago un 100? Así que me fui reenganchando a la velocidad también. Y aquí sigo.
Un momento; los lectores de deportes están acostumbrados a asociar las pájaras con esfuerzos de horas y horas, tanto en ciclismo como en maratón. Explica un poco más esto de la pájara del velocista.
Son muy diferentes las dos pájaras. Siempre se ha dicho que la del sprinter es el ácido láctico pero no es exactamente así. Entra una acidez en la sangre y, en resumen, para que la gente lo entienda, te empieza a coger un dolor horroroso por los músculos del culo, las nalgas, y te tienes que tumbar en el suelo, te dan ganas de devolver, terminas vomitando y es una sensación muy desagradable que tarda un buen rato en pasarse. Lo sufren también los cuatrocentistas, los ochocentistas y no es como las de los fondistas, que es más de puro vaciado. Pero es otra manera de cansarse.
¿Cruzaste alguna palabra con tus antiguas compañeras respecto de qué les parecía lo de volver a competir con edad máster, con cuarenta años y más?
Sí, claro que me encontraba con ellas. En el momento no comentaba gran cosa. Ten en cuenta que, de hecho, me presenté a campeonatos absolutos de Madrid y gané campeonatos de Madrid en salto de longitud siendo de edad máster. Hice podio en algún 100 y hasta los cincuenta competí en categoría absoluta. Era todavía bastante competitiva.
¡Bastante competitiva! Loles, En 1998, con 41 años, te presentas en un 100 y haces 12,65 y saltas 5,40 en longitud.
Sí, la verdad. Pero también piensa una, revisando recortes estos días previos a quedar a charlar, entiendo que lo importante que hice en el atletismo fue todo en mi época de juventud.
Pues yo no estoy de acuerdo.
Lo que he hecho en categoría máster está muy bien pero es otra esfera, otra historia.
Es otra esfera científica, eso sí, la de cómo evoluciona el cuerpo de la mujer de los cuarenta hasta esos invisibles cincuenta años. Tú demuestras que el cuerpo de una mujer se puede mantener en plenitud de facultades, a grandes niveles.
Creo que el cuerpo de la mujer se puede mantener muy bien hasta los cincuenta. Hasta que entras a la menopausia y ya notas un declive importante. Hablo del deporte de competición, claro, donde hay que tener en cuenta también las lesiones. Como dice alguien, no son los años, son los daños. Con la menopausia se nota muchísimo la bajada de estrógenos, la pérdida de masa muscular, de fuerza. Yo esto lo he notado muchísimo. No es inmediato, pero al cabo de unos cinco años se empieza a notar.
Tienes altibajos. Y esto te lleva a pasarte de rosca y te rompes. ¿Entrenabas como si fueras una veinteañera?
Sí, me pasé. Mi época de mayor nivel competitivo podría ser de los 45 a 49 años, y allí me pasé. Empecé a tener muchos problemas. He tenido lesiones muy importantes. La principal es que me rompí los tres tendones (se señala el isquiotibial): el común, el semimembranoso y el semitendinoso. Los tres de cuajo. Ahí ahora ya no tengo tendones. Me dijeron de operarme pero no quise. Luego entramos en pandemia y aunque me dijeron que no volvería a hacer más velocidad, no hice caso. Sigo corriendo.
En esos altibajos que te permiten los dolores y las lesiones, en 2013 cumples 55 años y tu cuerpo ha decidido darte unas cuantas alegrías más. Bates el récord mundial de 60 metros lisos con 8,38. La prueba del sprint puro y duro, la de mayor explosividad y fuerza.
Tenía el récord mundial que me lo batió luego con 8,35 Esther Colás, este año pasado.
Que nuestros lectores se cronometren un día y comparen con esos 8,80 que has corrido con sesenta años.
Tienes que mentalizarte que tú vas a ir dando el máximo pero el crono va mordiendo décimas año a año. Y eso es algo que te tiene que entrar en la cabeza. A mí ya por fin me ha entrado. Ya he cambiado mucho la manera en la que me tomo el atletismo: ahora priorizo mi salud. He dejado de lado de pensar en mis marcas, récords y medallas y no tengo esa ambición. Pero sí tengo la intención de seguir haciéndolo.
Este año mismo he corrido tres sesentas. No me ha dolido nada, no los he corrido mal, tras todas las peripecias del invierno pasado, en el que tuve una pulmonía que me había derivado en neumonía. Oye, bastante, y ya solo pido esto, poder saltar longitud y, bueno, (risas) ahora estoy empezando a aprender a saltar altura. Martí está enseñándome técnica. Porque en velocidad con esta lesión estoy teniendo problemas. Este músculo no me contrae bien, en el 60 no lo noto tanto pero en el 100, al final, noto que se me queda.
En teoría con la edad hay una pérdida muscular progresiva. Y tú te mantienes en pruebas donde la musculatura es fundamental para ser más explosiva.
Trabajo mucho la fuerza. Es lo que más trabajo ahora. Ya a la pista de atletismo sólo voy dos días.
Entonces, para la mujer que atraviesa esos años horribles de la menopausia, ¿sí a los ejercicios y deporte de fuerza o no?
Si, totalmente. Es el más importante de todos. Para todo el mundo lo es, pero por el tema de la osteoporosis, para la mujer si cabe es más importante aún. Con la pérdida de estrógenos, la masa muscular y ósea se perjudican mucho.
Pero parece que como mucho la gente se pone a nadar, o sale a trotar o caminar. Y eso, muy de fuerza no es. ¿Qué dice la ciencia?
Hombre, el trabajo aeróbico también hay que hacerlo pero, si hay que dar prioridad a alguno, sobre todo incidir en el trabajo de fuerza para la mujer mayor.
Bajas a la pista asiduamente. ¿Se puede ser adicto al olor a goma de las pistas de atletismo? Si las conoces de joven, se huele ese amargor feo desde lejos.
Adicto no, pero es uno de los sitios más placenteros donde me siento, de bienestar. Es terminar un entreno, poder echarme un rato en la pista al sol, o a la sombra si es en verano, y no sé si llego a meditar pero estoy tirada sin hacer nada. Es lo mejor para mí. Y luego vienen todos los recuerdos que tengo de todo el grupo de entrenamiento que guardo de los años del Serrahima, en verano. Aquello es imborrable.
Me traslada Aurora Pérez, mediofondista española de tu generación, que te pregunte sobre qué problemas ves en el enfoque del entrenamiento de estos atletas según avanzan en edad.
Principalmente, el enfoque de obsesionarse con las marcas a medida que pasan los años.
Pero, irónicamente, las marcas son la base del atletismo durante los años en los que sí se puede pelear por ellas.
Veo que a veces se intenta meter un exceso de trabajo. No se tiene en cuenta que ya se tienen unos años y es mucho más necesario otros aspectos como el descanso, adaptar los entrenamientos a tus características, a tu fisiología. Y no se sabe escuchar el cuerpo. No hay que entrenar porque toca lo que toca. A veces eso es más importante. Y también saber escuchar las lesiones, saber no ir a un campeonato a correrlo lesionado. Yo he cometido este error. Sí que veo que hay en los mayores ese querer llegar a base de entrenar en exceso. Y el desgaste articular que sufres no te favorece nada. Yo pienso en ir cumpliendo años y estar funcional.
A ver, yo no diría solamente funcional. Estás corriendo en 14,60 en 100 lisos, y en 8,82 en 60 lisos, con sesenta años. Y, con 65 eres campeona mundial de salto de longitud con 4,09. ¡Por favor, Loles!.
Pero ya no me puedo meter los machaques ni hacer las mismas cargas de entrenamiento de cuando era joven. Ahora me levanto y, según me encuentro, entreno. Con el trabajo de musculación intento ser rígida pero si me duele algo, este ejercicio no lo hago. O a la pista. ¿Que hace frío? Pues me quedo en casa. Yo llevaba ahora un mes y pico sin bajar a entrenar con la lluvia y frío. He pasado una neumonía que me ha tenido jodidísima y pues no. Ya no. De joven he entrenado con lluvia y nieve, pero ya no. Y sé que si bajo, un tercer día me voy a cascar. Ya me dijeron especialistas que claro, es que llevo desde los once años haciendo velocidad y tengo los tendones de los isquios mal, los tendones de Aquiles también mal, las rodillas bien, eso no. Y no quiero desgastarme más por intentar qué, ¿una décima menos? Qué más da, si ya corro más lenta.
Por ir terminando, Aurora Pérez me chiva que abandonasteis la idea de un match sobre un 400 en pista. Ella bajando desde el mediofondo y tú subiendo desde el sprint puro.
No, no, a ver (Ríe). Yo un cuatro no lo hago ni loca. Si quiere un 200 y ya veremos, que los corro de pascuas a ramos, quizá un tiempo atrás lo habría hecho pero ya lo puede ir olvidando.
¿Tu reto de correr 100 metros lisos con 100 años sigue en pie?.
Lo difícil, ya lo digo, es llegar a cumplir cien años. ¿Correrlo? Si llego, lo corro. En mi familia no hay historia de gran longevidad pero es mi reto, es mi sueño. Ya lo digo, yo abro las inscripciones. El 13 de septiembre de 2057 nos ponemos a buscar una pista para ver quién se anima.
Ejemplo de entrevista excelente.
Contribuye a ello la copiosa documentación previa del plumilla y la complicidad que logra con la entrevistada.
Muchas gracias Juan Ignacio. En ocasiones pienso que hay biografías que se entrevistan casi solas. Este era uno de esos casos. También ayuda cierta proximidad geográfica y temporal, puesto que son atletas que vi de pequeño.