
El tricampeón del Tour de Francia estadounidense, Greg LeMond, se conoce que está en esa fase en la que le da igual hablar sin filtros. Si es verdad o mentira lo que cuenta sobre sí mismo, solo él lo sabrá (y alguno más), pero la forma de expresarse es de la que no busca hacer amigos ni colocarse de comentarista en ninguna cadena de televisión. En su última aparición, en The Roadman Podcast, dejó caer que sin EPO habría ganado el Tour de 1991, el primero que se llevó Miguel Induráin. Ahora acaba de tener una aparición en Roleur Live, junto al periodista Ed Pickering, en la que tampoco se ha mordido la lengua. Ha tratado a Lance Armstrong de «matón».
Se ha referido a cuando, según sus cálculos, era obvio que el ciclista texano estaba recibiendo una ayuda ilegal. Solo había que comprobar y comparar su rendimiento. Se armó de valor y lo dijo públicamente y tuvo sus consecuencias.
Según ha explicado: «Soy un abierto opositor al dopaje y lo que me pasó con Armstrong no fue simplemente que yo dijera que estaba haciendo trampa, es que conseguí pruebas de primera mano de lo que estaba haciendo. Vi su fisiología, vi su VO₂ máximo. No era solo que estaba usando EPO, había algo que representaba un aumento de un 20-30% en el rendimiento. Era una diferencia enorme. Y este matón, como hice un comentario inocuo, vino detrás de mí. Me amenazó».
Acto seguido aparece en la conversación Tadej Pogačar, quien ya anda pensando en superar los récords de Merckx, y dice de él: «Intento darle el beneficio de la duda a las personas. Pogačar… solo para llegar a profesional, todos tienen el mismo talento, pero una vez en cada generación hay uno o dos ciclistas que pueden ser excepcionales».

No quiere acusar sin pruebas porque, en venganza, eso fue justo lo que hizo Armstrong contra él. Siempre dijo que LeMond también se metía EPO en su época: «Armstrong siempre ha afirmado que tomé EPO en esa carrera porque, cuando le dije a todos lo que me pasaba [no se encontraba bien, tenía anemia], hubo un periodista viéndome tomar inyecciones de hierro. Pero era porque tuve mononucleosis y no sabía qué me estaba pasando. Era el campeón del mundo y en los tres días de DePanne, en Bélgica, la gente estaba muy enfadada porque había firmado un contrato muy importante, y en el ciclismo no está bien si ganas dinero. A mí me estaban dejando atrás en todas las carreras, no podía entender por qué, pero me escupían y me tiraban piedras. Al final, fui a un hospital en Bruselas y me dijeron: ‘Tienes mononucleosis, el virus de Epstein-Barr’. Así que volví, me tomé cinco semanas de entrenamientos de volumen bajo, sprints cortos e intensos y comencé a recuperarme. Cuando llegué al Tour, aún no estaba en mi mejor momento, pero estaba mejorando. En la etapa previa a Luz Ardiden, recuperé casi todo el tiempo sobre Chiappucci».
Los consejos de Greg LeMond para acabar con el dopaje
Para evitar este tipo de conjeturas de una vez por todas, LeMond ha pedido a la UCI que se hagan públicas las mediciones de VO₂ (consumo máximo de oxígeno), un marcador que muestra la capacidad máxima del cuerpo para tomar, transportar y emplear el oxígeno durante un ejercicio intenso. Para LeMond es importante porque con ese dato se puede detectar el dopaje, si un ciclista tiene un VO₂ máximo natural de 83 ml/kg/min y luego se ve que produce potencias propias de un consumo de 95 ml/kg/min, es una señal clara de uso de EPO o transfusiones.
LeMond alude al caso de Chris Froome y el caso del Team Sky: «Recuerdo haber hecho esta sugerencia [que sea público el VO₂] cuando Froome y Sky estaban en lo más alto. Es fácil: publica tus datos, porque me encantaría que dijeran: ‘de acuerdo, a partir de ahora todos los ciclistas deberán someterse a una prueba de VO₂ máximo obligatoria dos veces al año (…) Si tienes un VO₂ máximo de 83 y estás generando 6.1 vatios por kilo, no es posible. Es simple: está haciendo trampa, alguien está haciendo trampa (…) Todos tienen un SRM (medidor de potencia), todo está calculado, se mide su hematocrito, se hace un análisis de sangre para asegurarse de que no haya nada extraño, porque si sabes lo que estás haciendo, puedes hacer trampa, pero no si te hacen un análisis de sangre».
También sería una forma de saber de antemano quién es mejor o peor: «Sería tan sencillo como tener transparencia, pero los equipos creen que esto les da una ventaja competitiva. Yo no creo que importe, porque ya sabes quién es mejor. Quiero decir, si alguien tiene un VO₂ máximo de 90 o 100, ya sabes que es superior». ¿Afectaría al espectáculo? LeMond cree que si se sabe dónde está cada uno, alguno se podría venir abajo: «Tal vez desmotivaría a todos, pero bueno, ya están desmotivados, ya se han rendido de todas maneras». Es decir, muchos ya son conscientes en el pelotón de quién hace «magia», es decir, va dopado, y que es imposible competir contra ellos sin hacer lo mismo.
Aparte, están los adelantos técnicos. LeMond cuenta con que han mejorado la bicicletas, son más aerodinámicas, también el pavimento de las carreteras es mejor y eso también influye, pero sobre todo le alucina lo delgados que están los ciclistas: «Los equipos han impuesto una presión al límite en el peso de los ciclistas, algo que siempre ha existido, pero ahora se ha llevado al extremo. Si miras a algunos ciclistas actuales, no parecen de la misma especie humana que los de mi época. No tienen masa muscular en la parte superior del cuerpo».
La evolución del físico en el ciclismo
Un ejemplo claro en este caso sería el de Jonas Vingegaard: «Vi a Vingegaard y pensé: ‘Ok, él tiene mi estatura’. Su madre dijo que tenía un VO₂ máximo de 96. Yo tenía 92 litros de VO₂ máximo, pero digamos que en una prueba específica tuve 96 litros. Es una gran diferencia, pero él pesa 10 kilos menos que yo. Si Vingegaard tiene un VO₂ máximo de 92-96, y yo bajo mi peso 5 kilos menos, los valores se acercan. Por eso digo que lo que están haciendo no es impensable, está dentro del rango de posibilidades». Y por eso no le caben dudas sobre el número uno: «Pogačar es un fenómeno. En su primer año en el Tour, lo ganó. Tal vez sea el mejor ciclista de la historia».

Solo con echar un vistazo a los números, también se puede explicar cómo ha ido aumentando el rendimiento: «Si observo mi VO₂ máximo y mis vatios por kilo en promedio, y no tenía un medidor de potencia antes de eso, pero en promedio tenía, digamos, 5.9 vatios por kilo.400 vatios en una subida, 68 kilos, con un hematocrito del 45%. El hematocrito promedio en los años 80 para los ciclistas profesionales era del 43%. Luego, en los finales de los 90, se convirtió en un 50% de hematocrito. Así que podrías aumentar tu hematocrito con EPO para llegar allí, o podrías entrenar en altitud. Si tengo 5.9 vatios por kilo y digo, ¿qué impacto tiene un aumento de hematocrito del 45% al 50%? Eso es una mejora significativa. ¿Es un 10%? Eso me daría casi 6.4 vatios por kilo. Pero digamos 6.2 o 6.3. Estoy cerca de esa cifra».
En ese sentido, y como ya comentó en su última aparición, cree que el EPO fue clave en su retirada: «En 1991, diría que estaba tan bien como en 1986, y terminé en séptimo lugar. Pero ese fue el año de la EPO, así que mi carrera se rompió ahí. Si miras mi trayectoria, en 1987 estaba en mi mejor momento. Luego, en 1988, me lesioné. En 1989, volví al Tour. En 1990, tuve mononucleosis. Tuve problemas muchas años».
El sueldo de Pedro Delgado fue gracias a Greg LeMond
Otra evolución que vivió en directo fue la de los salarios, concretamente, al alza. Cuando fichó la La Vie Claire de la mano de Bernard Tapie, que fue anunciado públicamente como «el contrato del millón de dólares», el resto de ciclistas fueron detrás, en un deporte en el que se ganaba menos en comparación con otras disciplinas: «Entonces, para 1989, creo que ya había firmado por dos millones al año. Y en realidad, todo el mérito fue de Bernard Tapie, porque él lo hizo público. Y me han contado que lo que pasó fue lo siguiente: ‘Bueno, Greg ha ganado el Tour y ha conseguido un millón, yo quiero un millón, o un millón dos’. Y entonces, Pedro Delgado ganó al año siguiente y él quería un millón tres».
Todo esto viniendo de un país donde, por aquel entonces, muy poca gente seguía el ciclismo, era un entretenimiento puramente europeo: «Honestamente, en 1989 gané el Tour, pero venía de Estados Unidos, donde nadie sabía sobre ciclismo… Incluso cuando era campeón del mundo, conocía a gente y me preguntaban: ‘¿A qué te dedicas?’. Y yo decía: ‘Marketing deportivo’, ni siquiera quería explicar que era un ciclista profesional».
Las retransmisiones deportivas fueron calando, pero muy poco a poco: «No se emitía nada en Estados Unidos. Luego, en 1983, empezaron a transmitir el Tour de Francia. Poco a poco, mis primeros Tours, 1984 y 1985, salieron en televisión. Había gente en Estados Unidos empezando a interesarse, pero no fue hasta 1989 cuando realmente causó un impacto».
Aquí hay un apunte curioso, en ese famoso final de 1989, donde venció por escasos segundo en la última etapa, LeMond no logró entender el valor que tuvo su victoria hasta que no escuchó la locución original: «La única vez que vi el Tour de 1989, vi la versión de Phil Liggett, que estaba narrada en inglés para una producción mundial. Nunca vi la transmisión original. Hace poco, vi la versión francesa y pensé: ‘¡Guau, esto sí que es emocionante!’. Y fue entonces cuando entendí por qué ese Tour fue tan importante. Tuvieron que pasar muchos años para que me diera cuenta de lo que significó en Estados Unidos. Todavía conozco gente que me dice que se metió en el ciclismo por mí».

Sobre todo, porque para él todo empezó por casualidad. Su primera toma de contacto con la bicicleta no fue más que un método para ponerse en forma para esquiar con su padre. Sin embargo, todo cambió cuando conoció a un aficionado en una tienda de bicicletas, que le preguntó si alguna vez se le había pasado por la cabeza competir. LeMond recuerda: «Fui a una carrera de club, quedé segundo, y luego en la siguiente gané. Fue como: ‘Ok, esto es increíble’». Y lo que comenzó como un simple pasatiempo se convirtió en una obsesión cuando descubrió que, a los 14 años, podía ganar dinero con las carreras: «Era el único deporte en el mundo donde con esa edad podías ganar 150 dólares de premio. Fue una locura».
Lanzado a la cima
Desde el principio, su progresión fue meteórica. Ganó sus primeras 11 carreras y rápidamente llamó la atención en el circuito juvenil. Sin embargo, lo que realmente lo motivaba no era simplemente obtener victorias, sino el desafío que suponían: «No se trataba de la cantidad de victorias, sino del reto». A pesar de destacar en la categoría junior en EE.UU., había una creencia generalizada de que los ciclistas europeos eran inalcanzables, como si tuvieran una ventaja genética. LeMond no tardó en demostrar que eso era un mito. En su tercer año de competición, viajó a Europa y compitió en Bélgica, Suiza y Francia, ganando prácticamente todas las carreras en las que participó.
Ese viaje fue un punto de inflexión. «Si Eddie Merckx tenía que ponerse los pantalones como yo, ¿por qué no podía soñar con correr el Tour?», se preguntó. En 1979, ganó el Campeonato del Mundo Junior y, al año siguiente, intentó dar el salto al profesionalismo. Sin embargo, cuando se presentó ante Peter Post, director del poderoso equipo Raleigh, este lo miró y le dijo fríamente: «Vuelve en cinco años, cuando estés listo». No tardaría mucho en demostrarle lo equivocado que estaba.
Desde el principio, LeMond no lo tuvo fácil para sr profesional. En su época no existían las estructuras actuales que permiten a los jóvenes progresar desde las categorías juveniles hasta la élite. «Hoy en día, los talentos son identificados y puestos en una cinta transportadora: juniors, sub-23 y, de repente, están en el pelotón profesional. Pero en mi caso no fue así». Aun así, cuando era solo un adolescente, ya tenía claro su futuro: «Regresé a casa y escribí cuatro pequeños objetivos: ganar el Campeonato Mundial Junior al año siguiente, los Juegos Olímpicos y el Mundial de élite antes de los 22, y el Tour de Francia antes de los 25».
Ese primer objetivo no tardó en cumplirse. En 1979, LeMond ganó el Campeonato del Mundo Junior. Pero se equivocó en 1980, cuando intentó dar el salto al profesionalismo antes de tiempo. «En el invierno del 79-80, fui a los Seis Días de Róterdam, luego a Maastricht, intentaba convertirme en profesional, y aún era junior». Fue rechazado: «Me dejaron esperando allí, y cuando finalmente llegó Peter Post, me miró, sacó su tarjeta de presentación y dijo: ‘Chico, vuelve en cinco años cuando estés listo’».
No se dio por vencido. En 1981, dio un paso más y se unió al equipo Renault de Cyrille Guimard, que había visto en él a un futuro ganador del Tour. «Cuando tenía 18 años, hice mi primera gran carrera por etapas, la Red Zinger Classic. Era una prueba de diez días en Colorado y tenía corredores europeos. La habría ganado si no me hubiera caído el último día». En 1983, su talento quedó definitivamente confirmado al ganar el Campeonato del Mundo de Ciclismo en Altenrhein, Suiza, con tan solo 22 años: «Mi programa estaba perfectamente diseñado, Guimard tenía conocimientos de fisiología y sabía cómo prepararme. Dos días antes de la carrera, le dije a mi esposa: ‘Me siento increíble’».
La ciencia de los años ochenta
Cuando por fin se hizo profesional, coincidió con una transformación en el ciclismo. «Cuando me uní al equipo Renault, fue el primer equipo que realmente introdujo un entrenamiento estructurado y científico». Su director, Cyrille Guimard, era un pionero en el uso de la fisiología aplicada al deporte. «Guimard había estudiado con Paul Coakley en Suiza, y trajo esos conocimientos al equipo. Tenía un enfoque basado en ciclos de intensidad, volumen y recuperación, algo revolucionario en ese momento». Esta metodología permitió a LeMond desarrollar un plan concreto que lo llevó a ganar el Mundial de 1983 y luego a convertirse en el primer estadounidense en competir al más alto nivel en Europa.

Durante su paso a La Vie Claire, el equipo dirigido por Bernard Tapie, también fue testigo de más modernización del ciclismo. «Cuando fiché por La Vie Claire en 1984, fue porque Tapie quería crear un equipo que fuera el mejor en todos los aspectos: rendimiento, tecnología, marketing». Pero hubo ciertas dinámicas internas complicadas, especialmente en la relación entre LeMond y Bernard Hinault: «Hinault era una leyenda, había ganado cuatro Tours cuando llegué. Pero en Renault, Guimard tenía un enfoque diferente, con múltiples líderes en el equipo. En La Vie Claire, era diferente: Tapie quería un equipo dominante con Hinault y conmigo».
En esos años, también hubo adelantos técnicos. «Renault ya hacía estudios aerodinámicos, trabajaban en la posición en la bicicleta, la altura del sillín, cosas que hoy son normales». Pero en 1989, LeMond llevó la innovación a otro nivel con el uso de los acoples aerodinámicos en la contrarreloj final del Tour. «Cuando hablé con Fignon sobre esa carrera años después, me dijo: ‘Perdí 12 segundos aquí y allá’. Y yo le respondí: ‘No, los perdiste por uno usar las extensiones aerodinámicas.’» Esa contrarreloj lo convirtió en campeón del Tour por solo 8 segundos, lo que demostró que la tecnología ya era un factor decisivo en la competencia. Justo como está ocurriendo ahora.
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