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Stephen Curry: el asesino con cara de niño que revolucionó la NBA

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Stephen Curry (Foto: Cordon Press)

14 de diciembre de 2021. Madison Square Garden. Los Golden State Warriors se enfrentan a los New York Knicks, en un partido cuyo mayor aliciente es ver cómo Stephen Curry rompe el récord de Ray Allen en triples anotados durante su carrera. Lo iguala en una de las primeras posesiones, tras un bloqueo en transición, con un tiro frontal lejanísimo. El segundo que atraviesa la red, aquel que lo corona como el rey de la larga distancia, llega en tres minutos y medio más de juego. La emoción se desata en la meca del baloncesto. A estas alturas, no puede haber ni un asomo de duda: el jugador de los Warriors es el mejor tirador de todos los tiempos. «¡Stephen Curry está solo en la cima como el lanzador a distancia más dominante que el deporte ha visto: 2974 triples hasta ahora!», exclama el locutor televisivo Brian Anderson.

Stephen Curry tenía 33 años y se podía decir que su carrera había sido exitosa. Muy exitosa, de hecho. Pero todavía tenía algunos asuntos pendientes. Había sido MVP de la liga regular en dos ocasiones: 2015 y 2016, el segundo unánime, algo que nunca había sucedido hasta entonces. Había ganado tres campeonatos de la NBA. Y, sin embargo, nunca se había llevado el trofeo al mejor jugador de las finales. En esa época se llegó a discutir, incluso, su falta de competitividad y liderazgo en el equipo. En cualquier caso, no era un problema de talento ni de madurez: solía llegar a los playoffs con alguna lesión que empañaba su rendimiento. Su fragilidad física era una cruz que arrastraba desde sus inicios en el baloncesto.

Un cambio sustancial

El destino de Stephen podría haber sido similar al de su padre: un buen jugador, aunque no diferencial. Dell Curry era un escolta cuya especialidad en los Cavaliers era salir desde el banquillo para anotar triples. Pocos meses después del nacimiento de su hijo mayor en Akron, en el verano de 1988, fue escogido en la expansión del draft por Charlotte Hornets, donde pasó diez temporadas y ganó el premio al mejor sexto hombre. De esta manera, Steph se formó como jugador de baloncesto en el Estado de Carolina del Norte, la cuna de campeones como Michael Jordan, Bob McAdoo y James Worthy. Con su hermano Seth, quien se convertiría otro especialista desde el triple, jugaba partidillos en el patio trasero de su casa. Los fines de semana, cuando ya habían terminado los deberes de la escuela, ambos acompañaban a su padre a los partidos, calentaban con él, se metían en el vestuario. Su mundo giraba alrededor del baloncesto.

Cuando llegó a la escuela secundaria, su habilidad con el bote y el tiro era tal que asombraba a sus entrenadores. Lo tenía todo para triunfar, menos el físico. A los quince años, tenía claro que quería jugar en la universidad, pero todavía medía 1.78 y era muy delgado. Los rivales se abalanzaban sobre él como si fuera carnaza. Empezaba a tener problemas para anotar porque lanzaba desde la cintura, un defecto que suelen tener los jugadores pequeños y enclenques. Su padre le advirtió que, si realmente deseaba llegar a ser profesional, Stephen no podía conservar esa mecánica demasiado metódica, lenta y fácil de taponar, que ya señalaban los reclutadores universitarios. Debía lanzar desde la altura de la cabeza, desarrollar otros músculos para lograr un cambio así.

Stephen Curry (Foto: Cordon Press)

Ese verano, Dell se propuso cambiar el tiro de su hijo, al que sometió a una rutina infernal. Durante la primera semana, lo obligaba a encestar desde debajo del aro. Hora tras hora, cada día. «Por un tiempo de sentí perdido. En tres meses no pude lanzar desde afuera de la zona», reveló Steph. De repente, había desaparecido su mayor virtud. Jugó fatal en las liguillas de verano. Eso era muy duro para él y pensaba que no podía continuar. Sin embargo, en algún momento, logró encontrar la fluidez en el lanzamiento. Y la ejecución era perfecta: rápida, con un arco muy pronunciado, que acababa atravesando limpiamente la red, sin aparentar ningún esfuerzo. Los astros se conjugaron y durante esos meses creció alrededor de diez centímetros. Cuando regresó al instituto, su juego había mejorado de manera considerable y la prensa comenzaba a hablar de él. Se gestaba la leyenda.

La estrella de Davidson

Stephen quería ir a Virginia Tech, donde se conocieron sus padres. Pero los reclutadores lo menospreciaban porque les seguía pareciendo demasiado pequeño y estaban convencidos de que solo podía encestar tiros liberados debido a su desventaja física. A pesar de todo, Davidson, una modesta universidad de Carolina del Norte que competía en una división menor, quiso apostar por él. «No creo que muchas universidades fueran a ver a Stephen jugar. Nosotros fuimos a verlo. Lo vimos. Nos gustó. Fue interesante, porque falló lanzamientos, perdió el balón, hizo jugadas malas. Pero nunca dejaba de intentarlo y después hacía una jugada espectacular. Demostró dureza emocional, que es muy raro. Así que decidimos reclutarlo», ha explicado Bob McKillop, su entrenador de esa época, quien no dudó en darle luz verde para tirar cuando que se incorporó al equipo.

Durante tres temporadas, jugando de escolta, Curry batió los récords de anotación de su conferencia. Le había sucedido en el colegio, volvía a ocurrir en la universidad: de pronto, ese «niño» disfrazado de jugador de baloncesto, que llevaba una camiseta demasiado grande para su tamaño, podía activar un interruptor que le convertía en un asesino implacable. Esto acabó llevando a los Wildcats de Davidson a otro nivel, incluso mediático. En su año sophomore, el equipo se quedó a las puertas de la Final Four tras ganar a Gonzaga, a Georgetown —en una histórica remontada— y a Wisconsin, que tenían programas deportivos muy superiores. En su año junior, tuvo promedios de 28.6 puntos, 5.6 asistencias y 2.5 robos por partido. Fue el máximo anotador de la competición e integró el primer equipo All-American de la NCAA. Entonces, aunque los ojeadores seguían desconfiando de su adaptación a la liga profesional, decidió declararse elegible al draft de 2009.

Dell Curry con sus hijos Stephen y Seth (Foto: Cordon Press)

«Un metro noventa. Ochenta y cuatro kilos. Posición: base. Su explosividad y condición física están por debajo del promedio. No es un gran finalizador cerca de la canasta. Necesita mejorar considerablemente como manejador de balón, a menudo lucha contra defensores físicos. Necesita desarrollar sus capacidades como base para triunfar en la liga. Tendrá un éxito limitado cuando llegue a la NBA. No hay que confiar en él para dirigir al equipo», se leía en los informes de las páginas especializadas. En el mejor de los casos, lo comparaban con Mike Bibby.

Los primeros pasos en la NBA

A pesar de que fue elegido en una posición alta, en el séptimo lugar por Golden State Warriors, tuvo que seguir luchando con los prejuicios asociados a su tamaño. ¿Era base o escolta? ¿Terminaría siendo solo un gran tirador? ¿Tenía cualidades para dirigir al equipo? Su progresión no fue rápida y tardó algunos meses en adaptarse, lo que le impidió ganar el premio al rookie del año. Y, cuando logró afianzar su juego en la mejor liga del mundo, empezó a tener problemas con las lesiones, especialmente con los tobillos, que le hicieron pasar por el quirófano dos veces en poco más de un año. Entonces parecía que los pronósticos sobre su fragilidad física se confirmaban. Pero todo cambió cuando, en 2011, conoció al preparador físico Brandon Payne en la sala de rehabilitación de una clínica.

Stephen Curry (Foto: Cordon Press)

Payne había fundado dos años antes Accelerate Basketball, un programa dedicado a mejorar las habilidades y rendimiento de los jugadores NBA basado en la eficiencia neuromuscular. El objetivo es sobrecargar al deportista con una serie de ejercicios —como correr de un lado a otro de la cancha para anotar un número determinado de triples en un breve periodo de tiempo— a tal punto que, en el transcurso de un partido, pueda ejecutar esos gestos de manera automatizada y en cualquier circunstancia adversa. Aunque parece sencillo, no lo es: se trata de un desafío de resistencia física y, sobre todo, mental. La memoria muscular es clave y pocos jugadores pueden completarlo cuando se encuentran agotados.

Payne también realiza ejercicios en los que interviene la tecnología: de bote y dribling con pelotas de tenis y gafas estroboscópicas que entorpecen la visión, movimientos para potenciar la fuerza y la resistencia en máquinas Vertimax, entrenamientos con sistemas de luces (Fitlight Trainer) para mejorar la agilidad, la coordinación y la reacción ojo-mano… Con Curry, llega a realizar sesiones interminables, a veces incluso de noche, cuando el jugador está más cansado. Pero él nunca quiere detenerse. «Ya ha ganado dos MVP. Ya ha ganado tres campeonatos. Ha sido All-Star una y otra vez. Tiene el récord de tres puntos. Ha ganado cientos de millones de dólares en jugando al baloncesto y todavía realiza cada ejercicio como si estuviera tratando de formar parte de una plantilla», contó Payne a Insider en 2022.

Tener éxito no es suficiente

Las sesiones con Payne surtían efecto. No importaba cómo Curry tuviera colocados los pies ni cuántos defensores tuviera encima: la ejecución del tiro sería perfecta. Sin embargo, su carrera solo despegó de manera meteórica cuando, en la temporada 2014-2015, Steve Kerr se hizo con las riendas de los Warriors y adaptó los esquemas ofensivos al jugador que llevaría sobre los hombros el peso de la franquicia. Era algo similar a lo que había sucedido en Davidson, donde McKillop estableció un sistema de bloqueos y movimientos sin balón que siempre desembocaban en la ejecución de Curry o en un pase a un compañero para un tiro cómodo. Así, logró aumentar su acierto desde el triple hasta niveles ridículos, muchas veces a nueve metros del aro. Su porcentaje de éxito implicó un cambio de paradigma: otros jugadores empezaron a hacerlo y los esquemas defensivos se tuvieron que ajustar a la nueva realidad de la liga.

El desenlace fue rápido. Ese mismo año, Curry logró su primer MVP y Kerr, el premio al entrenador del año. Los Warriors llegaron a las finales para enfrentarse a Cleveland Cavaliers, el equipo de Lebron James, quien por azares del destino también había nacido en Akron. Ganaron con un resultado de 4-2, tras dar la vuelta a una eliminatoria que había comenzado de manera desfavorable. En las votaciones por el MVP, Iguodala obtuvo siete votos; LeBron James, cuatro; Curry, cero. El jurado entendió que la defensa sobre el alero de los Cavaliers, cuyas estadísticas acabaron siendo impresionantes (35.8 puntos, 13.3 rebotes, 8.8 asistencias), había sido mucho más importante que el liderazgo de Curry, quien había anotado 26 puntos por partido, pero reducido drásticamente el porcentaje de tiros de tres ante defensas más físicas.

En la temporada siguiente, la 2015-2016, los Warriors apuntaban a dinastía. Finalizaron la fase regular con 73 victorias y 9 derrotas, rompiendo un récord de los Bulls de Jordan que parecía imposible de superar (72-10). Los números de Stephen Curry correspondían a este magnífico desempeño: 30.1 puntos, 6.7 asistencias, 5.4 rebotes y 2.1 robos por partido. Además, pasó a integrar el selecto club de 50/40/90, con porcentajes de 50.4 % en tiros de campo, 45.4 % en tiros de tres y 90.8 % en tiros libres. Y, gracias a esta eficiencia, logró su segundo MVP consecutivo, este de manera unánime. Todo parecía encaminado al doblete. Pero, por primera vez en unas finales, los Cavaliers fueron capaces de remontar un 1-3 que tuvo como rúbrica un último encuentro de infarto. El peso de la derrota recayó sobre las malas decisiones que había tomado Curry cuando la bola más quemaba. No le costó admitir su responsabilidad, a pesar de que había jugado toda la postemporada con una lesión en el hombro y dolor en la rodilla.

 Ganar tampoco es suficiente

Stephen Curry es una estrella atípica. A diferencia de otras figuras de la NBA, ha tenido la fortuna de nacer en un entorno privilegiado. Su padre Dell era un exitoso jugador de baloncesto. Su madre Sonya —la primera persona de su familia en obtener un título universitario— fundó la escuela donde estudiaron sus hijos en Carolina del Norte; de hecho, ella fue quien le inculcó la tenacidad y la determinación por no rendirse jamás. Como resultado, Curry no se deja llevar por los arranques ni los caprichos. Es inteligente, amable, agradecido. Su familia, modélica. Su comportamiento en el vestuario, ejemplar. Su ética de trabajo, legendaria. Basta con ver las sesiones de calentamiento que realiza antes de los partidos. Los aficionados las disfrutan casi tanto como los partidos en sí.

Stephen Curry (Foto: Cordon Press)

Por lo tanto, cuando Kevin Durant llegó a los Warriors, Curry no hizo más que celebrarlo. Tuvo que ajustar su manera de jugar y disminuir su anotación ofensiva. Al principio, confesó que le resultó difícil, pero que estos ajustes le habían hecho ser mejor líder. No todo el mundo opinaba lo mismo: la franquicia californiana ganó dos campeonatos más, en las temporadas 2016-2017 y 2017-2018, y el MVP de las finales recayó en Durant, el máximo anotador. ¿Quién era mejor líder, entonces, si Curry no era capaz de llevarse el trofeo de mejor jugador de las finales jugando en un equipo de dinastía? No tuvo oportunidad de comprobarlo: el three-peat se truncó en las finales de la temporada 2018-2019, en los últimos partidos de la serie contra los Raptors, cuando Kevin Durant y Klay Thompson se lesionaron de gravedad.

Parecía que se le habían acabado las oportunidades de ganar otro título. Y también, el MVP de las finales, el último reconocimiento que le faltaba por conseguir. Pero Curry es un inconformista. Siempre quiere superarse. Dar otro paso adelante. Lo hemos visto en los últimos años. Todavía continúa robusteciendo su tren inferior y superior, refinando su fuerza, velocidad y agilidad. Ha construido su cuerpo de tal manera que ahora es peligrosísimo finalizando cerca del aro. Asimismo, ha mejorado su defensa, otro de los estigmas de su carrera. Ahora ya no se le puede buscar para atacarle. Ya no se lo puede menospreciar, como cuando era adolescente.

Stephen Curry (Foto: Cordon Press)

Solo así se puede entender lo que ocurrió en la temporada 2021-2022. En diciembre, bate el récord de triples de Ray Allen. Participa en el All-Star y se lleva el MVP, anotando 50 puntos y 16 tiros de tres. Se pierde los últimos nueve partidos de la liga regular por un esguince en el tobillo. Regresa para las eliminatorias en plena forma, los primeros encuentros desde el banquillo. Entonces, en los momentos cruciales, aparece el asesino con cara de niño. ¿Cómo olvidar ese cuarto enfrentamiento contra los Celtics, donde anota 43 puntos y captura 10 rebotes para empatar la serie? A los 34 años, por fin, consigue el MVP de las finales. Y, en un ámbito muy distinto, termina su licenciatura en Sociología con una tesis sobre la equidad de género en el deporte. Quería dar ejemplo a sus hijos. Era lo único que le quedaba por conseguir en la vida.

Los hitos de Curry no se detienen aquí. Sin ir más lejos, hace algunos meses, se convirtió en el primer jugador en anotar 50 puntos en un séptimo partido de playoffs. Ahora mismo, incluso, se debate si podría llegar a ser el mejor base de la historia, por encima del mismísimo Magic Johnson. ¿Quién sabe? Todavía puede superarlo. A los 35 años, el asesino con cara de niño continúa haciendo de las suyas. ¿De dónde viene este afán de superación? Lo describe muy bien Marcus Thompson en su libro Golden: The Miraculous Rise of Steph Curry: «Nada ha sido tan motivador para Curry como tener que desmentir a sus críticos y reivindicar su nombre. Así ha sido toda su vida. Y justo cuando parecía que había respondido a todas las preguntas, eliminado todo escepticismo, vuelve a este escenario. En su cabeza, susurrando: ‘Te lo demostraré’».

4 Comentarios

  1. Pingback: No somos Stephen Curry, no nos flipemos demasiado

  2. Esa foto volando por encima del aro… o no es Curry o bajaron la canasta a ras de suelo

  3. Ni un artículo para el US Open y la victoria de Novak.
    Qué pena de página. Se echó a perder.

  4. Pingback: La auténtica división del VAR: decir lo que se piensa lo que toca

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