Historia del fútbol italiano

Dejan Savicevic: «Berlusconi me dijo: ‘¿Escuchabas al profesor en clase? Pues tampoco escuches a Capello’»

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Dejan Savicevic y Fabio Cappello (Foto: Cordon Press)
Dejan Savicevic y Fabio Capello (Foto: Cordon Press)

Fue uno de los jugadores más cuestionados y a la vez más queridos en los años de dominio implacable del AC Milan en los noventa. Pudo ir al Real Madrid, pero Mendoza se quedó con Prosinecki. El montenegrino Dejan Savićević marcó goles históricos en el club de Berlusconi, pero fue intermitente en la titularidad y eso le generó múltiples conflictos. Aunque solo tuvo un valedor, como acaba de revelar en una entrevista, su garante era el propio presidente: «Berlusconi me quería en el campo. Me apoyó cuando me peleé con Capello. Me llamaba después de los partidos. Siempre estuvo ahí», recuerda.

Su historia en el club no se entiende sin esa figura paternal y todopoderosa que fue Silvio Berlusconi. Para el magnate, el montenegrino representaba algo más que un jugador. Era magia, irreverencia, carisma balcánico en una era obsesionada con la táctica. Cuando el Milan ficha a Savićević en 1992, la plantilla estaba plagada de nombres ilustres: Van Basten, Gullit, Rijkaard, Baresi, Maldini. Pero Berlusconi, que no veía el fútbol como una maquinaria, buscaba otra cosa. «Él quería alguien que hiciera un regate, un gesto que levantara al público. Como Messi, que gusta porque dribla. En Italia eso lo llaman fantasisti. Le gusté y me trajo». Sacchi ya había bajado el pulgar y Capello no estaba convencido. Pero el presidente no preguntó: lo impuso.

El primer gran conflicto estalló pronto. Capello lo citó para un partido de Champions en Bruselas, pero como suplente. Savićević se negó. «Vi que entrenaba con cuatro extranjeros y pensé que yo no iba a jugar. Me dijo que fuera al hotel. Le dije que no, que si no iba a jugar, no iba. Fue un escándalo enorme. Fui el primer jugador en Italia que rechazó sentarse en el banquillo». En un país de jerarquías claras, aquel gesto fue percibido como una provocación. Galliani lo llamó por teléfono asustado. «Me dijo: te va a llamar el presidente. Espera, piensa bien lo que harás. Pero yo no podía prometer nada. Apagué el teléfono, llamé a mi mujer y ella también lo apagó. Nos fuimos a Lugano».

Dejan Savicevic (Foto: Cordon Press)
Dejan Savicevic (Foto: Cordon Press)

Mientras tanto, en el club todo el personal se había vuelto loco. Los periodistas hablaban de sanción, de despido, de burla. A Galliani lo abordaron en el aeropuerto: ¿será expulsado del equipo? Su respuesta fue críptica: «Sí, es una falta grave. Pero ese tipo de cosas las decide el presidente. Ahora está en Sicilia. Cuando vuelva, veremos». Savićević recuerda ese momento con orgullo: «Yo, por ese lado, estaba tranquilo. Sabía que tenía su apoyo».

Cuando el equipo regresó de Bruselas, Capello lo citó en Milán. Fueron 100 minutos de reunión, de acusaciones y discrepancias por la táctica. El técnico trató de obligarlo a aceptar su papel de revulsivo desde el banquillo. Savićević  fue tajante: «Si yo fuera italiano o uno más, que puede esperar su oportunidad en el banquillo, lo aceptaría. Pero yo solo puedo estar en el campo o en la grada. No voy a sentarme por obligación». Incluso su excompatriota Boban, que estaba presente, estaba alucinando con su testarudez. «Le dije: no iba a cambiar de opinión».

Pero Berlusconi no solo le tenía a él como ojito derecho, también a Jean-Pierre Papin, quien le confesó un día que en el vestuario le llamaban «el hijo del presidente». El respaldo no era solo simbólico. En la previa a un partido en Cagliari, Berlusconi apareció por sorpresa en el entrenamiento. Interrumpió la sesión, pidió hablar con Savićević y pasearon juntos alrededor del campo, escoltados por guardaespaldas. «Me preguntó dónde jugaba ese día. Le dije: otra vez por la derecha, tengo que correr detrás del lateral… Y él me dijo: ‘¿En la escuela hacías caso al profesor cuando te ponía la nota? Pues no le hagas caso a Capello tampoco’». Ahí se dio cuenta de que el técnico tenía un pie fuera.

Se puede decir que Berlusconi más que un apoyo, era un tifosi del montenegrino. En un partido en Udine, con Van Basten ya recuperado, le sustituyeron y, lleno de rabia, se quitó la camiseta, la lanzó al banquillo y se marchó. Esa misma noche, mientras cenaba en Vicenza, le llamó el secretario de Berlusconi para anunciarle que quería hablar urgentemente con él. Esperaba una reprimenda por lo que se había visto ante las cámaras, pero se encontró con lo contrario. Le dijo: «He visto el partido, podría haber cambiado a cualquiera menos a ti. Has tenido una actuación muy buena, ya he hablado con él. No pierdas la paciencia, llegará tu momento».

Dejan Savicevic (Foto: Cordon Press)
Dejan Savicevic (Foto: Cordon Press)

Sin embargo, puntualiza en la entrevista que no explotó esa relación privilegiada con Berlusconi. «Si hubiese querido, podría haber sacado mucho más provecho, pero no me interesaba». Paseaban juntos por las instalaciones de Milanello, hablaban de fútbol, de la vida. El resto de la plantilla los miraba con desconfianza y, por qué no decirlo, envidia. Él pasaba. No buscaba favores ¡Solo quería jugar! Ahora le recuerda con cariño y afecto. «Me dolió cuando se murió, pero ha vivido lo que no te dan tres vidas. Pasó por todo».

Compañeros

Savićević jugó al lado de decenas de futbolistas de primer nivel, tanto en el Estrella Roja como en el AC Milan o en la selección yugoslava. Pero si hay un nombre que no es capaz de olvidar, ese es el de Dragan Stojković. «El mejor futbolista, seguro, Pixie. En mi opinión, Pixie. Jugamos mucho juntos, en la selección y en el Estrella Roja. Con él me entendía perfectamente». La compenetración entre una sociedad que marcó época en el fútbol balcánico. Junto a él, destaca también a Vladimir Jugović, otro socio en la selección con el que jugó desde las categorías inferiores y, por supuesto, compañero en el Estrella Roja. .

La tríada se completa con Darko Pančev, el goleador con quien compartió los grandes años en Belgrado y también vestuario en la selección. «Más tarde, Pančev. También con él me entendía muy bien, tanto en el club como en la selección», dice. Ya en Milán, Savićević conectó especialmente con Zvonimir Boban y Daniele Massaro. «Con Boban. Con Massaro. Especialmente con Massaro, en la final de Barcelona. Fue muy buena la conexión», recuerda aludiendo a  aquella mágica noche de 1994 en la que el Milan aplastó 4-0 al Barcelona de Cruyff. Esa noche fue su noche. Dio la asistencia del primer gol y le metió una vaselina a Zubizarreta que ha quedado para los anales de la historia.

Savićević también menciona a Roberto Donadoni, un extremo cerebral y elegante que encajó bien con su forma de entender el juego. Esa noche europea él se inventó el segundo haciéndole un roto épico a la defensa del Barça. Pero si tiene que elegir, se queda con los de casa: «Todos eran grandes jugadores. Pero con los que mejor me entendí fueron Pixie y Jugović».

En cuanto a entrenadores, Savićević es igual de directo. En su entorno más cercano, el técnico que más lo marcó fue Ljubko Petrović, el hombre que condujo al Estrella Roja a conquistar la Copa de Europa en 1991. «¿El mejor entrenador que tuve en nuestra región? Ljupko Petrović», dice tajante. En el plano internacional, en cambio, menciona sorpresivamente a Fabio Capello, pese a los múltiples choques que tuvieron en el Milan. «¿En el extranjero? Capello». Ahora reconoce la autoridad de alguien con quien no siempre estuvo de acuerdo.

Stojkovic, Dejan Savicevic y Jugovic (Foto: Cordon Press)
Stojkovic, Dejan Savicevic y Jugovic (Foto: Cordon Press)

Preguntado por su once ideal, Savićević ofrece una alineación que resume su visión del fútbol: técnica, garra, inteligencia y personalidad. En la portería coloca a Rossi; la defensa está formada por Panucci, Maldini, Baresi y Mihajlović; el centro del campo lo ocupan Jugović, Boban y Pixie; y arriba se pone a sí mismo junto a Pančev. «Ese es mi equipo», dice.

Los últimos años

En su breve regreso al Estrella Roja, recuerda la decadencia en la que estaba sumido el fútbol de su país. Hubo ocasiones en las que él mismo daba las órdenes a los compañeros. En la entrevista recuerda un partido contra el Partizan, máximo rival, por aquel entonces de Ilić, Kežman y Đole Tomić. «Partizan acortó distancias a 2-1, entramos al vestuario: colapso. Nadie sabía qué hacer, todos hablando a la izquierda y a la derecha». Él mismo cambió el dibujo del equipo: «Lo hicimos como dije hasta el final del partido. El Partizan no creó ni una sola ocasión. Tuvimos dos contras en las que pudimos marcar. Quizás me tomé demasiada libertad, quizás me equivoqué. Pero en ese momento pensé —y sigo pensando— que no me equivoqué. El resultado me da la razón».

El problema fue que, justo después de ese partido, empezó el bombardeo de la Yugoslavia de Milosevic. «Después de ese partido vino ese maldito bombardeo. Me vine a Podgorica con dos mochilas, pensando que aquello se acabaría en diez días, pensaba entrenar unos días con Budućnost, pero aquello duró demasiado. Empecé a salir un poco, a beber algo… entrenaba cuando podía, pero me lesioné». Su carrera concluyó en Viena y ahora solo se le puede describir con una palabra: indómito.

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