Entrevistas

Pepe Imaz: «Djokovic ha pasado por momentos dificilísimos, más de los que la gente cree»

Es noticia

DSC 7263

Pepe Imaz (Arnedo, La Rioja, 1974) nos recibe sonriente en su casa de Benalmádena. Cerca, en Marbella, dirige una escuela de tenis llamada Amor & Paz. Son dos palabras que están muy unidas a su vida desde que este exjugador profesional descubrió, en un momento crítico, que el éxito y la realización personal van mucho más allá de ganar o perder en una pista.

Los años que pasó acompañando en el circuito a Djokovic le dieron popularidad, un término con el que ha tenido sus más y sus menos. Y con la popularidad y la cercanía a Novak llegaron las definiciones ajenas: ‘coach’, gurú…  Pepe, lejos de darse importancia, las considera etiquetas vacías. Tampoco saca pecho de haber asesorado a numerosos tenistas bien conocidos: Fernando Verdasco, Jelena Janković, Flavia Pennetta, Daniela Hantuchová, Marcel Granollers, Santiago Giraldo… Él no hace distinciones en función de clases o profesiones.

A principios de noviembre comenzó en Madrid un curso de la Real Federación Española de Tenis, bajo el nombre de ‘Las emociones en la competición’. Un proyecto que ha contado con el impulso de Pepe, muy ilusionado con esta iniciativa.

«La vida organiza» es una frase que Imaz utiliza con frecuencia. Ante la obsesión por el control, a veces es mejor dejarse llevar. Con la grabadora en marcha, es el riojano el que primero toma la palabra.

¿Te importa que haga una cosa antes de empezar? Me siento con la confianza de hacerlo delante de ti.

Voy a cerrar los ojos y a tomarme unos momentos, simplemente para tomar conciencia de quién soy, para intentar apartar otros pensamientos. Me sienta muy bien y por eso lo hago varias veces al día, para estar presente en cada actividad. Es un aprendizaje. También me ayuda a descansar cuando acaba el día. Estoy agradecido de estar aquí en este momento.

Cuando estaba preparando la entrevista, un amigo me preguntó a qué te dedicabas. Había oído hablar de ti, pero no sabía demasiado. ¿Cómo te definirías ante una persona que te acaba de conocer?

Pues lo primero que me sale, que es lo que siento, es que soy un ser humano maravilloso, como el resto de los seres humanos. Somos maravillosos, pero nos hemos despistado mucho, por lo menos yo. Me alejé de mi ser y me fui al personaje.

Lo que ya he identificado es que no soy el personaje; es decir, lo que hago, lo que tengo, lo que no tengo, cómo hago las cosas o lo que los demás piensan de mí. Pepe Imaz es un ser humano que intenta volver a su lugar, haciendo cosas que le hagan sentir bien; no cosas por obligación o deber.

Cuando se habla de ti, inmediatamente se te relaciona con Novak Djokovic, o con otros jugadores a los que has acompañado. Valoramos mucho más a la persona por lo que hace que por lo que es.

Sí, yo viví una experiencia que puedo contar como ejemplo. Era un acto con mucha gente y estaba ahí como invitado para una charla. Al acabar el acto, que duró unas dos horas, me fueron presentando a muchas personas. Yo no preguntaba, pero me decían directamente quiénes eran: el presidente del club, el vocal del club, la mujer del presidente…

Nadie me habló de una persona que estaba muy cerca y no decía nada. Luego me enteré de que era un trabajador del club. Nadie me lo presentó. En mi opinión, lo que ocurre es que nos catalogamos, y recibimos atención, dependiendo de lo que hacemos y de cómo lo hacemos.

Si ese trabajador hubiera estudiado Ingeniería Aeronáutica y hubiera hecho estudios en la NASA, estoy convencido de que me lo hubieran presentado como un portento. Estamos muy despistados. A tu pregunta sobre quién soy, lo que sí sé seguro es lo que no soy.

Yo viví, cuando jugaba al tenis, intentando tener una etiqueta lo más limpia y decorada posible. Y eso es lo que me llevó a no amarme. No lo hacía suficientemente bien, nunca era suficiente. Entonces me juzgaba, me criticaba y me machacaba, hasta llegar a un punto de querer acabar con mi vida.

Te diría que soy lo mismo que tú. ¿Y quién eres tú, Javier? Eso sería ponerme en plan Jesús Quintero [sonríe]. Yo me considero un ser humano, y voy a añadir algo que tú quizás no, pero yo sí: un ser humano despistado, que lleva 32 años volviendo hacia el lugar en el que cree que debe estar. Aún quedan en mí trazas y pedazos de esas etiquetas que me ponían, y me provocan miedo en algunos momentos, aunque mucho menor que el que sentía antes.

Me trae inseguridad, pero a un volumen digerible, con el que puedo convivir perfectamente. Quiero seguir en este camino, que no sé si es el correcto, pero es el que me ayuda y me sienta bien.

En una conferencia en México, Carlo Ancelotti dijo algo que está muy relacionado con lo que estamos hablando: «Yo a veces les pregunto a los jugadores: ‘¿Quién eres tú?’, y ellos me dicen: ‘Soy un jugador’, y yo les digo: ‘No, tú eres una persona que juega al fútbol’». La distancia entre el ser y el hacer.

Personalmente, así lo vivo. Yo soy el ser antes que el personaje. No te defines por lo que haces, el cuerpo que tienes o la camiseta que llevas puesta. Ni tampoco por tu nombre. El ser va más allá.

Estoy muy agradecido por lo que tengo y debo cuidarlo, claro que sí. Pero partiendo de lo prioritario, lo que hace que nuestro cuerpo tenga espíritu, energía, vida. Vamos a cuidar también ese ser, que es lo que normalmente no nos enseñan a cuidar. De hecho, es como si no existiera.

A mí por lo menos esta reflexión me centra mucho, me ayuda a no despistarme. Haz las actividades que tengas que hacer, pero desde el ser. Si no te centras en el personaje, es más difícil ser dirigido por el ego. Intenta no ir al personaje, sino al ser, aunque luego puedas utilizar al personaje para hacer cosas buenas.

Antes de nada, aceptarnos tal y como somos.

Qué regalo. Para mí la aceptación es como el amortiguador de un coche. Lo ideal sería ir por una autopista toda tu vida. Pero cuando hay caminos de tierra, si no tienes amortiguadores, mal asunto. Si tienes amortiguador, puede ser hasta divertido.

Para mí, la aceptación es el amortiguador en la vida. Hay cosas que no te gustan, momentos en los que nos encantaría estar en la autopista, pero no toca. Con la aceptación, me siento menos mal, y dependiendo de cómo estés de cerca de tu verdadera esencia, puedes sentirte hasta bien. Aceptas lo que ocurre desde el sentimiento, no desde la teoría.

Antes de seguir con estos temas, cuéntanos un poco cómo fueron tus inicios en el tenis y el recorrido hasta llegar a ese punto que te hizo replantearte todo.

Yo nazco en una familia que tenía junto a su casa una pista de tenis, y ahí comienza mi vinculación con el deporte.

DSC 7067

En una pequeña localidad de La Rioja.

Sí, nazco en Arnedo hace cincuenta años. Mi madre jugaba al tenis en esa pista. Ahí venía un entrenador, un señor que jugaba con mi madre, y otros amigos que venían invitados. Era una pista privada, pero venía gente.

Estaba siempre viendo jugar a otros y me encantaba. Estaba conectado al tenis y también me gustaba estar cerca de esas personas, así que empecé a jugar, y se me fue dando bien. De un pueblo pequeño pasé a uno más grande, Calahorra, y después a Logroño, la capital de la región, e iba ganando torneos.

Conocimos a una persona que había ido a un stage de verano con Andrés Gimeno. Ya eran palabras mayores. Mi madre llamó para ver si podía ir, pero era muy pequeño. Tenías que tener doce años, y yo creo que tenía nueve. No sé por qué ni cómo, pero al final me aceptaron. Parece ser que lo hice bastante bien allí y llamé la atención de Andrés, que le ofreció a mi madre la posibilidad de quedarme en su casa para poder entrenar con él.

Imagínate para un niño lo que es eso; que esa persona de la que te habían hablado, un excampeón de Roland Garros, una leyenda… Y para mí el tenis era mi vida. Lo único que hacía era jugar e ir al colegio.

Para ti, a esa edad, sería como tener la opción de ir todos los días a Disneyland.

Exacto. Lo que pasó es que, cuando fui a Barcelona, resultó que aquello no era Disneyland. Por un lado sí, porque jugaba al tenis, pero por otro lado lloraba mucho, porque no estaba mi madre. Irme a vivir a Barcelona significaba estar lejos de mi familia.

Arnedo está a quinientos kilómetros. Mi padre había muerto, mi madre era todo. Pero yo quise ir, nunca me obligaron. Cuando llegué, conocí la otra cara: lloraba a diario. Cuando acababa el día, me metía en el baño y lloraba antes de cenar, durante veinte minutos o media hora.

Luego llegaba la hora de llamar a mi madre, que era como un bálsamo, pero seguía llorando. Al mismo tiempo, no quería que mi madre viniese a por mí para volver a casa. Ella venía a verme más o menos cada dos fines de semana.

En Barcelona estudiabas y jugabas al tenis. A esa edad, y con lo que pasaba cada noche, es sorprendente que pudieras rendir durante el día.

Bueno, ahora te lo cuento con la madurez que entonces no tenía. Ahí era algo instintivo. Me levantaba, iba al colegio, estaba entretenido estudiando, a las cuatro de la tarde salía e iba a jugar al tenis. Era mi momento. Llegaba a casa, se había acabado el tenis y el trabajo físico que hacíamos, y ahí tenía un agujero. Era mi día a día, no había consciencia.

Con diez, once, doce años lo hacía muy bien en el tenis. Era de los destacados a nivel nacional, pero cada año que pasaba el dolor y el sufrimiento eran mayores, y llegó un punto… Al decirme que era un niño que jugaba mejor de lo normal, que tenía una técnica que no habían visto antes, que tenía una habilidad que llamaba mucho la atención, yo empiezo a tener fantasías y a ponerme unas expectativas altas. Si soy tan bueno, significa que tengo que ganar, porque soy el mejor.

¿En esos años tenías a algún jugador profesional como referente? Alguien en el que te fijases especialmente para intentar imitarle.

Sí. En la pista que teníamos en casa, había una pared en uno de los lados. Yo la utilizaba de frontón. Ahí hacía mis partidos de Borg contra McEnroe. Era la final que se repetía más en la época, y yo era de Borg. Me pasaba horas jugando contra la pared. Un golpe lo daba Borg y el otro McEnroe, y al final siempre ganaba Borg. Al límite. Cuando era el momento definitivo, pegaba McEnroe y fallaba. Yo era de Borg, aunque, curiosamente, yo tenía el revés a una mano y él a dos [sonríe].

Volviendo a lo anterior, cada año que pasaba sin que fuese campeón era una frustración. Con 12 años me agarraba al futuro, al «tú de mayor serás». Pero el éxito no llegaba, tampoco con 14 años. Los nervios antes de un partido cada vez eran mayores, como la presión que notaba en mí. Tenía sentimientos de culpa y frustración. En casa no me lo pedían, pero yo creía que tenía que ser el mejor. Y no respondía a esa expectativa.

¿Durante los partidos te bloqueabas?

No, simplemente no ganaba, pero no llegaba a bloquearme.

Con 16 años gané el Campeonato de España. Había dos torneos nacionales: en tierra batida y en pista rápida, y yo gané el de pista rápida. Eso fue como oxígeno en vena, pero ya tenía 16 años, y un jugador alemán que se llamaba Boris Becker ganó Wimbledon con 17. Fíjate lo lejos que estaba: de un Campeonato de España de pista rápida, de cadetes, a ganar Wimbledon.

Pero en mis sueños yo podía llegar. Era lo que quería y me ilusionaba, aunque estaba lejos. Tenía 17 años y no estaba ni en el mundo profesional. Ya con 18 entré en el ranking de la ATP, pero había jugadores de mi edad mejores que yo, como Alex Corretja. Él era mucho mejor. Pensaba que tenía que ser como él, y no lo conseguía.

Félix Mantilla también es de tu generación.

Sí, pero despuntó más tarde. Alex era el mejor desde pequeño. Y Félix Mantilla empezó a ser muy bueno cerca de los 18; con 16 no estaba entre los mejores. El surgió después, como otros, pero yo no. Y a mí me habían dicho que yo era un fenómeno. Eso llevó a un momento en el que la angustia era enorme.

Antes, con 12 años, Andrés Gimeno me había mandado a entrenar con Luis Bruguera. Veía que yo iba bien y que tenía proyección, y él no contaba con una instalación adecuada. Luis Bruguera crea una academia, la primera que existe en España dedicada al tenis. Yo soy tres años menor que su hijo Sergi, que ganó dos veces Roland Garros. Con 17 años yo me sentía una porquería. Era un buen jugador, pero no llegaba.

DSC 7035

¿Tuviste que dejar los estudios?

Lo dejé a los 17. Ahí tenías que decidir: seguir como tenista, o dejarlo y dedicarte a los estudios. Ambas cosas, en ese momento, era muy difícil: muchos viajes, sin las infraestructuras que hay ahora… Con 18 años es cuando colapso y caigo en la bulimia. Entro en un proceso de autodestrucción hasta el punto de cuestionarme si valía la pena vivir así.

Ahí tuve que buscar, y mi manera de buscar fue a través de los libros de psicología. Estuve unos dos años estudiando todo lo que caía en mis manos y los libros de la carrera. Se los pedía a la gente que estaba haciendo esa licenciatura y me sumergí en ellos.

Después pasé a libros más de autoayuda, que me empezaron a despertar, a tocar teclas que me movieron mucho, porque me hacían sentir lo que tenía guardado: mi soledad, mi miedo, mi falta de amor…

Quiero dejar muy claro que estoy agradecido por el hogar que tuve. Pasé momentos dolorosos, porque mis padres se divorciaron cuando yo tenía cuatro años, y mi padre murió cuando tenía siete; pero sólo puedo dar las gracias a mi madre y a mi entorno familiar, que fue de acompañamiento. Nunca recibí una presión o un gesto negativo por haber perdido un partido de tenis. Nunca.

Quise ir a Barcelona y no quería dejar el tenis cuando de niño lo pasaba mal, porque era lo más importante en mi vida, lo que más quería. Y con 23 años me encontré en el circuito profesional, jugando Roland Garros, Wimbledon, Montecarlo… Todo lo que deseaba de niño.

¿Cómo lo dejé de golpe y porrazo, si es lo que más me gustaba desde los ocho años? Porque realmente no era lo que más me gustaba, era lo que necesitaba. Con el tenis recibía más atención, más «caramelos», que ya veremos que no son tan buenos; una atención por hacer algo que otros no hacen.

Una atención que dependía de los resultados, no de la persona.

El ser no es lo mismo que el cuerpo humano, aunque estén juntos. Por un lado, hay que cuidar al cuerpo humano. Si no come y bebe, muere en dos o tres semanas. Si come a base de regalices, piruletas y caramelos, y bebe vodka, ginebra y whisky, vivirá más tiempo, pero tendrá infinidad de enfermedades y problemas. Y si se alimenta bien, aguantará muchos años y con calidad de vida. Eso lo entendemos con el cuerpo, que es una parte nuestra.

La otra parte es la del ser. También necesita ser alimentada, pero en este caso de amor. Cuando uno siente o recibe amor, esto es algo que le hace sentir como nada más en este mundo. Si no recibe amor, el ser muere.

¿Qué es amor? Es respeto, aceptación, cariño, comprensión, acompañamiento… Todo eso engloba el amor, y más cosas. Si recibes falso respeto o falsa aceptación, subsistes con ello, pero no te alimenta el ser.

Con el tiempo, me he dado cuenta de que en esta sociedad uno busca fuera el respeto, la aceptación, el halago. ¿Por qué? Porque no estoy bien conmigo, y necesito que los demás me hagan estar bien. Yo eso no lo sabía de niño. En mi colegio nadie jugaba al tenis como yo. Imagínate cuando fui campeón de La Rioja, cuando me fui a Barcelona, cada vez que volvía al pueblo… La frase era: «¡Ha venido el Imaz!».

Que en realidad sólo era un joven jugador de tenis.

Me alimentaba de atención y de respeto falsos. Si dejaba de ser jugador, esa atención desaparecería. Entonces cumplo los dieciocho años, y estaba muerto en vida porque no tenía amor. Y es a través de la búsqueda en libros durante años, cuando me doy cuenta de qué era lo que perseguía: buscaba y necesitaba amor. Cuando eso ocurrió fue [respira profundamente] como una apertura.

¿Cómo explicarías ese momento en el que te das cuenta de que has encontrado lo que estabas buscando?

Fue un algo repentino. No lo sé, apareció. Después de años de buscar y estudiar lo descubrí, y empecé a darme amor. Al principio escribí una lista que yo llamé «mágica», porque cambiaba mi estado: «Tengo que poner diez cosas que me gusten de mí». Claro, llevaba años sin decirme nada bueno. Lo mejor que me decía, cuando hacía algo bien, era un «ya era hora».

Entonces, cuando noto y siento que es el amor lo que estoy buscando, creo esa lista, en la que me obligo a poner diez cosas sobre mí que me agraden. No llegué a diez, porque no me salían. ¿Qué hice? Llamar a gente que sabía que me quería y preguntar si podían decir algo que les gustase de mí. Así, hasta llegar a diez. Esa lista la hacía todas las mañanas, todos los mediodías y todas las noches.

Además, en el pequeño apartamento en el que vivía había un espejo. Cada mañana me ponía delante, me acercaba y me miraba a los ojos, a las pupilas, para decirme: «Te amo». Y me quedaba uno o dos minutos. Entre esto y la redacción de la lista noté cambios muy rápidamente. En unas semanas empecé a sentirme mejor, a tratarme mejor en la pista.

A mí siempre me ha gustado experimentar antes de creer; saber a partir de vivencias. Una cosa es creer algo porque tú me lo dices, y otra es saber porque lo he experimentado yo mismo. Una de las cosas que he aprendido es la fuerza que tiene el pensamiento a través de las vibraciones. El agua es un conductor muy bueno, y el cuerpo tiene un porcentaje altísimo de agua. Nuestros pensamientos son generadores de energía a nuestro alrededor.

Hice un experimento. Cocí cien gramos de arroz blanco, y con él llené dos botes de cristal. Cerré los dos botes y puse un trapo encima. Cada bote lo puse en una habitación diferente. En uno volqué odio y miedo, y en el otro amor. Dediqué cinco minutos a cada frasco, cada día, durante tres semanas.

Sacaba pensamientos de enfado, de rabia, de miedo, y miraba hacia un frasco. Y hacía lo mismo con el otro, pero en este caso con pensamientos de amor, de bienestar. No te puedes ni imaginar las ganas que tenía de que pasasen esas tres semanas. Cuando junté los botes y quité los trapos, me di cuenta de lo que podía hacer el pensamiento en mi cuerpo. Decidí que nunca más me dedicaría malas palabras.

Entonces, se me ocurrió otra cosa. Pensé: «¿Cuántas veces golpeo la pelota al día? Miles». Con cada golpe uno, de manera inconsciente, emite juicios: esta pelota va corta, esta larga… Decidí que con cada golpe, en lugar de un juicio, diría un «me amo». Eso ya fue lo que cambió todo, porque pasaba varias horas en pista cada día.

DSC 7277

Tus resultados mejoran muchísimo a partir del descubrimiento de la fuerza del amor. Y sin embargo, decides dejar el tenis con 23 años. Suena paradójico.

Fíjate, es una paradoja desde la perspectiva del ego, pero es natural desde la perspectiva del ser humano, ¿me explico? Empiezo a tratarme bien y los miedos desaparecen porque yo no necesito que los demás digan cosas bonitas de mí; yo ya sé quién soy: un ser humano que se ama y se respeta. Entonces me libero, juego sin miedo a perder, más tranquilo, en armonía. Así, mi potencial empieza a florecer.

Llega un punto en el que empiezan los comentarios sobre mis buenos resultados. ¿Y qué ocurre? Que en mi entorno más cercano, lo digo con todo mi respeto y amor, porque lo entiendo perfectamente, están más contentos. Está claro que en el fondo me aman igual, pero la relación con ellos no es igual, porque gano y todo es más maravilloso.

Están más contentos por el personaje, ¿y qué hay de José? Nadie ve a José; sólo ven que está saliendo por la tele y en la prensa, que ha ganado un partido en Roland Garros… Todo se va haciendo más grande.

Entonces, de manera inconsciente, hay partidos en los que aflojo. Esto hay que entenderlo bien. Yo tenía un amigo, Emilio, un compañero de viaje y un hermano para mí, que jugaba muy bien. Él estaba ya metido en el circuito: estaba el setenta o el ochenta del mundo.

Cuando mi tenis se transforma, él reconoce todo lo bien que estoy jugando, pero hay algunos partidos en los que nota una bajada de rendimiento y me pregunta si es que quiero perder. Yo le digo que está loco, pero cuando me observo me doy cuenta de que es verdad. Mi intensidad no es la misma.

Nadie me podía decir que yo tiraba un partido en el que había luchado y había perdido 6-4 en el tercer set, pero en mi interior empiezo a descubrir que en algunos momentos no quería ganar. Porque ganar conlleva que el personaje se hace más grande, y del ser humano se olvidan más. Eso me hace decidir un día que se acabó el tenis.

Me di cuenta de que yo no podía cambiar a la gente y al mundo, pero sí podía decidir cambiar mi vida. El amor me hacía sentirme mejor y ganar más partidos, pero ese mismo amor me acabó alejando del tenis profesional. Esto, visto desde el ego. Pero para mí la vida cobró otro sentido.

Hasta los 18 años te hubiera dicho que el éxito es ganar y ser mejor que los otros. Ese es el éxito en esta sociedad. Ahora me preguntas por el éxito y te digo que para mí es estar bien contigo mismo; hacer lo que te hace sentir bien, lo que tú deseas, y sobre todo, cuidarte mucho. Entiendo que los que no han conocido ese sufrimiento y sólo conocen el camino convencional, que es el que yo conocía antes, nieguen esta afirmación sobre el éxito.

A mí estos años la vida me ha dado un regalo: me ha hecho y me hace estar con personas de todo tipo de nivel y éxito, de cero a diez. He visto que una persona, sea cual sea su nivel y éxito profesional, es infeliz si no está cuidada por dentro. ¿Ah, que no puedes estar bien contigo y ser tenista profesional y ser un campeón? Nadie ha dicho eso. Claro que se puede.

El éxito para mí es estar bien con uno mismo; si esto lo consigues ganando más partidos que otros tenistas, ¿qué problema hay? El problema está en que tú vivas de ese éxito, que dependas de eso para sentirte bien; cuando dependes de algo externo para sentirte bien, tienes miedo. Miedo a perder eso que tienes.

Si ponemos aquí a diez personas a las que les caigas realmente mal y te acompañan a todas horas, a ti te va a afectar si no estás conectado con tu ser. Tú no vas a aguantar, porque dependes de lo externo. Ahora imagina que te ponen al lado a diez personas que te adoran, que te alaban.

Te van a subir el ánimo, pero tú estás dependiendo de sus opiniones. Si te tratas bien y te cuidas, estás empoderado; no dependes de factores externos. Yo no he llegado a este estado natural; estoy caminando hacia él. Sé que tengo trabajo por hacer, pero estoy bien conmigo y me trato con cariño. Es la gran diferencia.

A mí me ha tocado desde este sillón tener, a través de Zoom, el privilegio de conectar con personas de todo el mundo. Recuerdo a un pianista que tenía un gran estrés porque no conseguía sus objetivos. Tocaba muy bien, pero se bloqueaba.

Logró entender que era mucho más que su manera de tocar el piano, y empezó a tratarse con mucho amor; a tocar el piano para él y no para los demás. Al año siguiente pasó una prueba que era muy importante para él, pero valoraba más otro éxito: había aprendido a cuidarse.

La importancia del equilibrio y la armonía. En una charla con José Morón, de Punto de Break, te escuché poner el ejemplo del tigre antes de cazar: está tranquilísimo, hasta que de repente mete el zarpazo.

Claro. ¿Qué es armonía? Para mí, es tener un estado interno, a nivel emocional, que no te influya negativamente. ¿Qué ocurre? Que se confunde armonía como parsimonia, con un «me da igual todo».

El deporte del tenis es explosivo, requiere resistencia. ¿Qué le va bien al corazón? ¿Armonía o estrés? ¿Qué le va bien a un músculo para reaccionar? Si yo te digo que pongas tu brazo en tensión, luego que lo encojas y luego que lo saques rápido… Haz la prueba. Y ahora deja el brazo relajado, y sácalo rápido. ¿Has visto? Es increíble.

A nivel muscular, cuando estás en armonía, todos tus músculos lo están, esperando para dar el zarpazo.

Además el tenis, aunque se pase muchas veces por alto, es un deporte muy estratégico. No es simplemente que la pelota pase con fuerza por encima de la red, y para pensar con claridad debes estar bien.

Es que para mí, Javier, el amor es la única cosa que yo conozco que le va bien a todo. Lo que pasa es que esto no se nos enseña; se nos enseña el camino convencional, que es el del sufrimiento, y el que más aguante mejor. Pero imagínate que te ponen diez metros de clavos y cristales rotos, y te dicen que pases por encima sin zapatos.

Habrá gente, y yo me incluyo, que da dos pasos y se retira, que no aguanta. Hay gente con capacidad de sufrimiento, que va a pasar; con los pies rajados, pero va a pasar. Todo el mundo dice que ha tenido éxito porque ha aguantado el sufrimiento, que es la única manera. Pero de repente viene uno y comienza a andar, y lo consigue pasar tranquilamente.

Nadie puede ver sus pies, y ante la sorpresa general, pasa de nuevo. ¿Cómo lo ha hecho? Con botas en los pies. Cuando uno hace una actividad, la que sea, desde el amor, el cariño y el respeto, la puede hacer en armonía. Y sin sufrimiento. Con botas en sus pies.

Te vuelvo a decir que no estoy al cien por cien en esa preparación, pero mi nota ahora es infinitamente mayor. Tengo muchísimos momentos de armonía, y cuando me ocurren cosas desagradables noto que tengo algo de ese amortiguador que es la aceptación.

Yo no digo que esto sea la verdad. Es un compartir y una experiencia vivida, no una enseñanza para nadie. Esto me encantaría ponerlo con letras mayúsculas [Pepe insiste en que sus palabras no sean consideradas como una lección o una verdad absoluta; NdR].

Cuando te retiras, estás un tiempo parado y luego comienzas a dar clases de tenis. ¿Cómo fue ese proceso de alejamiento y de vuelta al deporte?

Bueno, yo no me alejé del tenis; me alejé de la competición y de su concepto de éxito. A mí el tenis es un deporte que siempre me ha encantado.

Cuando dejo el tenis, lo dejo en una armonía maravillosa. Yo nunca he odiado el tenis o me he saturado. De hecho, mis tres últimos años de profesional… Fueron una maravilla, un disfrute, con mis capacidades tácticas, técnicas y físicas a un nivel que era insospechado para mí.

No lo dejé de una manera convencional, por edad o por estar quemado. No quería seguir jugando porque iba a buscar la felicidad en otro lugar. Aún no sabía dónde, pero tenía claro que sería fuera de la competición.

Ahora pasa algo parecido con mi hijo. Hace poco estuvimos en una boda con unos amigos de Karina [la mujer con la que Pepe comparte su vida; NdR]. En esta sociedad lo que está visto como normal es estudiar, y ser buen estudiante. Yo les dije a esos amigos que tengo un hijo maravilloso, Philippe, pero ha decidido dejar de estudiar.

Llevaba tiempo con esa idea en la cabeza. Sus profesores decían que tenía una capacidad intelectual muy por encima de la media de los estudiantes de su edad, pero Philippe sentía que no estaba en el lugar más adecuado para él.

Estos amigos se quedaron sorprendidos, pero esa decisión que ha tomado él es muy importante. A partir de ella, si hay armonía, si no hay presión, si no existe la obligación de «tener que»… Que se escuche y haga su camino, que aquí estamos para acompañarle. ¿Y qué nota? Armonía y bienestar. Cada vez que lo ven otras personas, destacan la alegría, felicidad y frescura que transmite.

Ahora, de hecho, ha empezado una pequeña empresa con sus propios medios. Y nosotros le acompañamos en el proceso. Hay que dar a cada persona libertad: cada cual tiene su momento.

DSC 7160

¿Por qué acabaste en Marbella, Pepe?

Estaba en Barcelona, con dudas sobre mi continuidad en el tenis. Jugaba muy bien y me resistía a retirarme. En ese estado vine a ver a un amigo que me trataba como tal, no como al Pepe que le va bien en el tenis y sale por la tele. Venía por una semana, y me quedé otra más.

Acababa de recuperarme de una lesión importante. No era consciente de que mi cuerpo no quería seguir jugando. Tenía un torneo que iba a servir para rodarme, al que fui directamente desde Marbella. Y en ese torneo es donde siento que debo dejarlo.

Después me quedé algunos días más en Marbella y comuniqué mi decisión de retirarme. Viajé a Barcelona a por mis cosas y ya me establecí aquí. De semana en semana llevo 25 años [sonríe].

¿Cuándo empezaste a dar clases de tenis? ¿Surgió esa posibilidad sobre la marcha o hubo algún tipo de planificación?

Totalmente sobre la marcha. Mi amigo me dejó una habitación en su casa, y yo pagaba mensualmente una cantidad. Yo estaba encantado con él, y creo que él también conmigo. Empecé a jugar al pádel y hacía deporte, pero no tenía claro qué hacer; sólo estaba sintiéndome libre al tener claro qué era lo que no quería hacer.

Entonces me llamaron algunas personas; en concreto, dos chicos de Barcelona. Querían que los entrenase. Anteriormente me habían llamado otros jugadores de más nivel, profesionales, pero no quería volver al circuito. Sé lo que había y no me apetecía. Pero esos chavales, adolescentes, estaban pasando por un dolor con el que me identificaba.

Acepté que vinieran y comenzasen a entrenar conmigo. Sólo pretendía compartir lo que a mí tanto me había ayudado en los cuatro o cinco años anteriores. Luego llegaron más y surgió todo, pero no fue algo premeditado. Cuando uno se quiere y no se presiona las cosas ocurren en una armonía muy mágica.

Háblanos un poco de la organización de vuestro centro.

Aquí llevamos una escuela pequeña, porque tampoco queremos hacer algo muy grande. Por un lado tenemos la escuela para los niños pequeños, que juegan una vez a la semana o dos.  Luego están los niños de 13-14 años, que necesitan jugar más, y otro grupo que entrena al mediodía, de una a tres. Por último están los que quieren ser profesionales. Estos no tienen horarios marcados y el número de miembros está en torno a los diez.

La persona que viene con nosotros debe sentir que encaja en esto. También hay veces que sentimos que no somos la opción correcta para algunos jugadores, y se lo decimos. La escuela de niños es bastante más numerosa que el grupo de adultos.

En la escuela desarrolláis un trabajo técnico, táctico y emocional. Este último apartado es el factor distintivo respecto a otros centros, ¿no?

Yo no utilizaría la palabra distintivo. Has dicho técnica, táctica y el aspecto emocional, pero yo diría que hacemos la parte emocional, y sobre eso la táctica, la técnica y el físico. Cuando hablo de lo emocional me refiero al trato a la persona como ser humano.

A partir de ahí entrenamos a personas a las que les gusta el tenis, no el fútbol o la petanca. Enseñamos lo que buenamente sabemos, lo que hemos aprendido en nuestra vida tenística, pero con la base en esa persona: en ese niño, ese adolescente o ese profesional.

A diferencia del método de aprendizaje con el que te criaste, basado en la repetición, prefieres dar autonomía al alumno para que los movimientos fluyan de una manera más natural. También apuestas por la visualización antes del golpeo.

Sí, efectivamente; es la manera que nosotros tenemos de compartir, ya sea en la táctica o en la técnica. Sobre todo en la parte técnica, comparto lo que he vivido a través de mi experiencia y es mágico. Tú cuando imaginas, visualizas, estás interiorizando una información, y eso va a lo profundo de tu ser. Con lo repetitivo generas dependencia: necesito repetir para conseguir y para no perder lo conseguido. Siempre estás agobiado.

Mira cómo aprenden los niños pequeños. Aprenden viendo, visualizando cómo se hace, no con teoría. Ellos lo cogen rapidísimo, y cuando aprendes interiorizando, observando, no se te olvida nunca. Por ejemplo, un niño que haya aprendido a montar en bicicleta con seis o siete años, ya se le queda para toda la vida.

Si con setenta años vuelve a coger la bicicleta sabrá andar. Sin embargo, un adulto que aprenda a andar en bicicleta con cincuenta años, lo intentará hacer desde la teoría: cómo subirse, qué pie poner primero… Y si lo consigue, como deje de practicarlo y vuelva veinte años después, es muy probable que la coja, no tenga equilibrio y se caiga, porque ese conocimiento no está interiorizado. Eso se puede llevar a cualquier campo.

Los niños aprenden cualquier cosa mucho más rápido que cualquier adulto. Son como hojas en blanco. Los adultos no lo son; somos hojas con un montón de programación que nos han puesto. Para aprender algo, hay que desprogramar para luego programar. Es laborioso.

El ser del interior está limpio siempre. En mi opinión, ir hacia ese interior, a través de la visualización, ayuda un montón. Cuando tú ves a alguien haciendo algo puedes imitarlo; bueno, imagínate tener esa imagen cerrando tus ojos. Es una técnica que no sale el primer día, que hay que acostumbrarse a ella, pero es maravillosa.

DSC 7145

Estoy viendo las letras Amor & Paz en tu sudadera, y en la pared que está detrás de ti. Hemos hablado ya mucho del amor. ¿Por qué incorporas la paz al lema?

La paz es una consecuencia del amor. En mi opinión, para estar en paz tiene que haber habido amor previamente. El amor es respeto hacia ti, comprensión, aceptación, acompañamiento, ¿y eso qué te provoca? Paz, armonía. ¿Por qué surge Amor & Paz? No fue algo estudiado. Cuando siento que el amor me salva la vida, me encuentro en paz.

En ese momento yo jugaba a nivel profesional y había marcas que me pagaban por usar su material. Pensé que no había dinero en el mundo que pudiese pagar aquello que me había salvado la vida. Entonces, decidí que el amor sería mi mayor espónsor. Cuando dejé de jugar, que tenía mucha ropa deportiva, puse en todos lados Amor & Paz.

Al principio lo pusiste con letras chinas.

Sí, porque me daba vergüenza. Me importaba mucho el qué dirán. En aquel tiempo, aunque estaba algo más libre, seguía siendo esclavo de las miradas y opiniones ajenas. Cuando puse las palabras en letras españolas, podía percibir cuando alguien me miraba e interiormente se burlaba. Con el tiempo me fue importando menos.

Nos gusta mucho juzgar a los demás. Cuando eres menos severo contigo mismo, también eres menos duro en tus juicios a las otras personas. Al final va todo unido, ¿no?

Así es [permanece en silencio unos instantes]. Cuando uno se acaricia y se trata con cariño, puede ofrecer caricia y cariño. Yo he podido ofrecerte agua porque tenía en casa; si me pides whisky, no te puedo dar, porque no tengo. Si me pides piña, no tengo, pero a cambio he podido ofrecerte mango.

Uno da lo que tiene. Por eso, cuando uno desea que le den algo los otros, la vía directa es dárselo uno mismo. Para respetar al otro, entenderle y aceptarle, uno ha de empezar por sí mismo. A tratarse con respeto y aceptación. Además, así será más fácil entender al otro: no le exigirás respeto y aceptación, porque no lo necesitas.

Pero si no tienes, le vas a exigir al otro que te dé respeto y aceptación. Como si fuera un intercambio. Tú le estás dando una falsa aceptación y un falso respeto. Y él te está contestando con un falso respeto y una falsa aceptación.

Así no se puede salir del círculo vicioso del juicio y la crítica.

Cuando uno no está bien, un mal menor es que el otro no esté bien tampoco. Y si está peor que yo, de repente me siento mejor. El juicio provoca eso. Enjuicio mucho para poner al otro abajo, y entonces yo no me siento tan mal. Por un lado hace un poco la función de una medicina; con efectos secundarios muy graves, pero algo ayuda.

Por otro lado, como hemos sido educados en una sociedad donde impera lo externo, lo que haces y cómo lo haces, el ego y el juicio son los reyes. Estamos acostumbrados a juzgar desde el ego. Por eso vemos normal que, cuando se juntan unos cuantos en un corro, se ponga verde a otro. Eso a nadie le incomoda o le extraña.

Sin embargo, como tú en ese corro empieces a hablar sobre otro de manera amorosa, comprensiva, cercana, te van a mirar como si fueses un bicho raro. Claro, porque nos han educado para eso. Yo creo que es una mezcla de adiestramiento y de defensa: juzgo y así me siento por encima.

Aquí me viene el nombre de Alex Corretja, que ya salió antes. Es un referente como comentarista de tenis y de él destacas que evita los juicios. Analiza lo que ve, los aspectos del juego, sin entrar en valoraciones o suposiciones.

Es de agradecer que una persona como Alex Corretja, que ha sido un jugador top, del más alto nivel, y que sabe mucho de tenis, no se dedique a señalar todo lo que hace mal el jugador cuando está comentando un partido. Él va a la comprensión del jugador y se acerca al ser humano; se aleja del juicio.

Yo creo que eso es fabuloso, primero para él, porque seguro que le sienta muy bien, y después para los espectadores, porque no es normal eso. Lo normal es ponerte ahí y empezar a decir lo que hace mal el jugador: ese punto fallado, esa oportunidad desaprovechada…

¿Cómo es posible? Pues porque no lo ha conseguido, sin más. Habrá que respetar a esa persona. Al final un acontecimiento deportivo es convertido casi en una guerra de enjuiciadores; nos alejamos del disfrute y nos centramos en lo que no hacen bien.

Yo creo que detrás de la forma de hablar de Alex hay una toma de conciencia, porque si no, uno no lo puede hacer. A mí me parece maravilloso. Es un regalo poder escuchar a Alex o a cualquier otra persona que vea un partido desde la parte humana y no tanto desde la parte del ego, que al final es el que enjuicia.

Mientras el ego separa y destruye, el amor une y construye. Todos deseamos construir, pero debemos empezar por nosotros, con esa acción de amarnos. Entonces, luego es más sencillo ver las otras cosas.

DSC 7232

En tu caso, Pepe, cuando ves tenis, ¿cuál es tu implicación emocional si juega alguien con el que tienes o has tenido relación?

Te tengo que decir la verdad. No me pongo nervioso. ¿Y cómo es posible? Porque yo creo que uno se pone nervioso cuando se implica desde la necesidad de que gane aquel que él quiere, porque necesita eso para sentirse mejor. Si uno está bien por uno mismo, que gane uno u otro es una consecuencia del trabajo, pero no voy a vivir de ello. Tengo que vivir de mí.

Voy a contar mi experiencia. La teoría la tenía desde hacía muchos años, pero como jugador había vivencias por las que no había pasado. Recuerdo que en un torneo en el que acompañaba a un jugador, un padre que me conocía se acercó a mí: «Oye Pepe, te llevo observando una hora. ¿Tú no te pones nervioso o lo disimulas para que el jugador no te vea?».

Ni me ponía nervioso ni estaba disimulando. No lo entendía: «¿Pero cómo es posible? ¿Querrás que gane, no?». Expliqué que yo le acompañaba a él, que intentaba compartir todo lo que sabía técnica y tácticamente. Estaría muy bien que ganase pero, si yo quiero que gane, automáticamente estoy queriendo que pierda el otro, aunque sea de manera indirecta. Como si el otro me importase menos.

Yo intento ver, cuando me siento a presenciar un partido, a dos seres humanos. Es cierto que yo aconsejaba tenísticamente a Joel y no al otro, pero ahí se acababa mi cometido. Un partido lo veo para observar lo que hace el jugador al que acompaño, y luego, si él quiere, puedo compartir lo que he visto. Era lo que sentía y era mi verdad, aunque este padre se quedase sorprendido.

Pasó el tiempo y yo, en alguna ocasión, me preguntaba: «¿Y si en vez de ser un torneo nacional de chicos, de chavales, fuera la final de un Grand Slam? ¿Sería lo mismo para mí?». Y la vida me puso ahí, en una final de Grand Slam donde jugaba la persona que yo acompañaba, Novak Djokovic.

Además, era en Roland Garros [en 2016], un torneo que él aún no había ganado. Por ello, el deseo en él y su entorno era muy fuerte. Fui consciente después del partido de la situación en la que había estado. ¿Y cómo viví ese partido?

Pues igual que en el caso anterior: viendo a dos seres humanos jugar. Es cierto que la vida me había puesto en el camino de uno de ellos, y estaba encantado de acompañar a Novak, una maravilla de persona a ese nivel.

Pero eso a mí no me arrebató el bienestar. Vi la final [en ella Djokovic ganó a Murray en cuatro sets; NdR] en una armonía como la que sentí en aquel partido con Joel, 10-15 años atrás. Ahí hubo mucha euforia, que yo entendía absolutamente y que respetaba, pero yo no quería vivir algo que no sentía. Notaba que sobraba y me fui, sin juzgar lo que estaba ocurriendo.

Recuerdo que bajé las escaleras y regresé al hotel andando. Luego me perdí por el bosque de Boulogne. Ahí no podía coger un taxi, claro. Tardé tres horas en llegar al hotel. Y ahí me di cuenta de lo bien que estaba. Qué bonito.

Yo no me puedo apropiar de lo que vive o consigue otra persona. Pero tendemos a hacerlo, y a veces incluso con nuestros seres más queridos, o con los hijos. ¿Cojo parte de la vida del otro para sentirme bien? Es peligroso.

Sin esa apropiación no se entiende la afición a un equipo de fútbol, por ejemplo.

Fíjate, estamos hablando del tenis, y sí, se puede llevar al fútbol o a cualquier otro deporte. Pero puedes dar un paso más allá. Pasa a tu hijo. Tú puedes vivir a través de él, pero cuidado, porque entonces dependes de él.

Yo estoy bien hoy porque mi hijo está bien. Yo estoy mal hoy porque mi hijo está mal. Sin embargo, cuando uno está mal, necesita que el de al lado esté bien para que le ayude. Si no, le puede ayudar menos.

Todo esto es muy bonito teóricamente, pero hay que trabajar mucho para estar bien con uno mismo, para tratarse con cariño.

Ya ha salido el nombre de Novak Djokovic. ¿Cómo empieza tu relación con él? Sé que su hermano Marko tuvo un papel muy importante.

Sí, conocí a Marko antes de conocer a Novak. Marko llegó a mí a través de un jugador marbellí al que yo entrenaba, Carlos Gómez-Herrera. Que ahora, por cierto, está dentro del equipo de confianza de Novak.

Fui entrenador de Carlos durante más de 15 años, desde que él tenía 14. Carlos fue a jugar un torneo, no recuerdo bien si en Turquía o en Grecia. Diría que esto fue hace 12 o 13 años. Allí Carlos conoció a Marko, que fue al torneo con su entrenador. Marko quería ser tenista profesional y viajaba por todo el mundo. Carlos fue solo y se llevaron muy bien desde el principio. Iban a jugar dos o tres torneos seguidos, y acabaron compartiendo habitación.

Marko lo estaba pasando muy mal en ese momento. Estaba realmente mal. Carlos hablaba con él y sus palabras aliviaban a Marko, que se sentía a gusto escuchando lo que decía Carlos de su proceso personal, de lo que él recibía y aprendía. Llegó un punto en el que Carlos ya no tenía respuestas para todo lo que planteaba Marko, así que le ofreció la posibilidad de ir a Marbella a conocerme. Él ya había estado en España, en una escuela de Valencia.

Marko estuvo aquí una semana, que luego se convirtió en más tiempo. Vino de nuevo más adelante y decidió quedarse a entrenar en Marbella. El entrenador serbio que viajaba con él, Nikola, es muy majo y también ha estado por aquí algún tiempo.

Junto con el entrenamiento, empezó un trabajo a nivel emocional. Marko empezó a sentirse mejor, y Novak, que es una persona muy curiosa, además del hermano mayor, muy protector y atento hacia los suyos, se dio cuenta del cambio.

Entonces Marko le habló de un tal Pepe, y en su deseo de saber con quién estaba su hermano, le dijo que quería conocerme. Planteó la posibilidad de que yo fuese a Montecarlo, Marko me lo dijo y yo no tuve ningún problema.

¿En Montecarlo era donde Novak residía fuera del periodo de competición, no?

Sí, esto fue en pretemporada. Fui con Marko, y él cuenta que nuestro primer contacto fue algo extraño para Novak. Debió de pensar que estaba un poco loco [risas]. Pero bueno, ese fue sólo el primer encuentro.

Novak es una persona muy respetuosa, a pesar de que a él le gusta estar encima de los que quiere y hacer lo que pueda por ellos, así que respetó la decisión de Marko de querer entrenar y vivir en Marbella. Marko, que estaba muy mal, se iba sintiendo mucho mejor.

Esa circunstancia no pasaba desapercibida para Novak, que quiso saber más sobre mí. Nos fuimos conociendo mejor y ya me pidió que fuese a algún torneo con él. Con el tiempo, esa relación se ha convertido en muy cercana. Mucho más personal y humana que una simple relación profesional. Siempre he sentido verdad y cercanía en mi trato con Novak, y eso es muy importante.

Siento un cariño muy grande hacia él. Doy las gracias de haber tenido el privilegio de conocerlo a fondo, porque hemos compartido vivencias muy profundas. Es maravilloso el hecho de relacionarse con una persona así, que además tiene una gran avidez y deseo de adquirir nuevos conocimientos. A él le gusta mucho leer y acercarse a personas de las que cree que puede aprender, sin prejuicios.

DSC 7189

En los últimos años se ha hablado mucho de ti por tu relación con Djokovic. Y varias veces de una manera superficial o directamente malintencionada. Nunca has utilizado un éxito de Novak para sacar pecho. Al contrario, siempre dices que únicamente le has acompañado en parte de su camino; que el mérito de sus conquistas deportivas y crecimiento personal es sólo suyo. Habla muy bien de ti el hecho de que nunca hayas querido colgarte una medalla en ese sentido.

Con todo mi respeto a lo que las otras personas puedan creer o suponer, yo sé realmente lo que he vivido. Nadie puede saberlo mejor que yo, ya sea en el caso de Novak o con cualquier otro ser humano. Siempre es lo mismo. Lo que estoy haciendo contigo ahora, Javier, es compartir. Luego, a lo mejor, te puedes llevar algo de lo que hemos compartido, o quizás no. Pero lo que tú te lleves será tuyo, y lo utilizarás si quieres. No es nada mío.

Exactamente igual pasa con Novak, con Joel, con Juan, con Carlos, con Pedro, con María, con Patricia, con Jimena... Con quien sea. Se trata de compartir, y siempre desde un lugar que no es la verdad absoluta. Puedo compartir contigo mi recorrido y experiencia en este proceso. Has llamado a mi puerta y yo encantado. A partir de aquí, lo que saques es tuyo. Absolutamente.

En 2022 tu nombre apareció en los medios por la polémica en torno a Djokovic y su postura sobre las vacunas. ¿Cómo te afectó aquello?

Para contestarte eso, creo que debo ir un poco más atrás. Al momento de aprendizaje de lo que los demás piensan sobre mí. ¿Quién crees que me conoce mejor a mí? ¿Tú o yo?

Si ya te conozco mejor de lo que te conoces tú, mal asunto…

Y ya llevamos un rato aquí hablando. Imagínate gente que habla de mí sin haberme sentado yo delante de ellos. ¿Me conocerán ellos a mí mejor que yo? Creo que no. Yo intento observarme con la mayor honestidad, y también veo mis carencias, los miedos que sigo teniendo, mis inseguridades…

Me centro en trabajar sobre mis carencias, pero yo no puedo depender de lo que los demás crean, digan, opinen o supongan de cómo soy. Si no tienen ni idea, ¿a mí de qué me vale escuchar eso?

En el año 2016, Novak tuvo un problema físico del que ha hablado con posterioridad. En su momento no quiso hablar de ello, porque hay que conocerle. Con lo que yo conozco de él, es para quitarse siete sombreros.

No quería hablar de su codo, perdía y perdía, y era reticente a operarse. Quería trabajar con su dolencia de una manera más holística, natural, pero el dolor persistía. Eso hizo que su nivel de tenis bajara, y por las circunstancias que fueran, el responsable de este descenso de rendimiento era un tal Pepe Imaz; un Pepe Imaz que llevaba ya cuatro años junto a él, que no es que acabase de llegar a su lado.

Ahí fue donde, de la noche a la mañana, sentí que los medios fueron hacia mi persona. Ahí sí que me impactó, pero no de una manera negativa. Fue muy positivo. Un regalo para mí. El cien por cien de las cosas que se decían eran juicios.

No leo prensa ni veo la televisión, pero aun así me llegaban. Imagínate. Esa corriente hizo que me observase a mí mismo, para ver cómo estaba y dónde tenía puesto el termómetro; si dependía de eso, si mi ser era condicionado por lo que decían otros de mí.

Y ahí sí que experimenté un gran proceso de crecimiento, porque no noté que me afectara mucho el ruido. Pero en aquel momento mi hijo Philippe tenía ocho años, y escuchaba cosas en el colegio. Él usaba ropa de Amor & Paz, y de repente no quería usarla, y lo percibí. Y en mi carencia lo sufrí, porque dependía de que él estuviera bien.

Ahora, sin embargo, lo recuerdo con nostalgia y cariño. No con dolor, sino sorprendido por todo lo que vivió Philippe. Siento que fuese a través de mí, pero yo no quería cambiar. Entendí lo que pasó como un regalo para ver mis carencias y trabajar sobre ellas. Esto ocurrió en 2016, y ahora me sacas algo de 2022. Yo venía con un trabajo ya hecho.

Ahí entendí perfectamente lo que cada uno pudiera pensar, y que me situaran en un lugar o en otro; pero yo sé dónde estaba y dónde estoy, y yo sé quién es Novak. Y no va hacerle caso a cualquiera que le diga que haga esto o lo otro. Novak va a hacer lo que siente, como tú o como yo.

Entonces, no siento que me alterase lo que pasó en 2022, pero sí que es cierto que también me ayudó quedarme al margen. Como periodista, puedes imaginarte todas las peticiones que yo recibí, de todos los medios y a todas horas. ¿Quién era yo para estar tan solicitado? Dije que lo sentía, pero que no tenía nada que decir.

Entonces ocurrió algo que a mí me ayudó mucho. Decidí decir lo que sentía, y grabé un video, en la pequeñez de mis redes sociales. Ya ves tú, igual lo vieron cien personas, o quinientas, o las que fueran. Pero, para los interesados, quería que supiesen directamente quién era yo: un ser humano que aceptaba sus carencias y que trabajaba día a día en ellas.

Has dicho que no consumes información de los medios de comunicación. ¿Es simplemente una cuestión de falta de interés o crees que no te viene bien leer o escuchar algunas cosas?

Mira, yo creo que para estar bien no dependo de lo de fuera; dependo de mí, y soy consciente de que soy imperfecto y me puedo distraer. Si no tengo distracciones, es más fácil que no me distraiga.

Además, creo que uno se siente según las cosas que piensa. Si cierras los ojos y empiezas a pensar en situaciones desagradables de tu vida, te vas a empezar a sentir mal; y al contrario, si empiezas a pensar en situaciones agradables, te vas a sentir bien.

Observo que, de lo que recibimos a través de los medios y las redes sociales, el 98 % por ciento, y no digo 99 % por si acaso, es negativo. Eso me haría pensar en noticias negativas que no quiero meter en mi vida, porque no me van a ayudar.

Sí que utilizo redes sociales, pero para compartir aspectos de este camino que tanto me ha ayudado en mi vida. Tengo cuentas en Facebook, con el nombre de Pepe Imaz, e Instagram. También una página web.

DSC 7279

Volviendo a 2022, quería preguntarte por Novak. Con lo que pasó en Australia, y la imposibilidad de jugar en varios torneos durante los meses siguientes, ¿crees que le ayudó para mantener el equilibrio el tiempo y las experiencias compartidas contigo? ¿Sientes orgullo por todo lo que ha seguido ganando?

[Sonríe] Javier, yo no voy a contestar a eso. Pero mira [calla unos segundos], ayer me llegó una frase, y le hice una foto: «¿Deberías aceptar consejos de gente que no está donde quieres estar tú en la vida?». Yo diría que no.

De la misma manera, alguien que hace cosas maravillosas, que le aportan mucho a su vida, ¿te gustaría saber más de él? Hombre, claro. Te voy a remitir a él, porque sería precioso. Sin meter polémica ni juzgar, creo que lo sabio es indagar, escudriñar, buscar, saber cómo es la persona que ha conseguido hacer semejantes cosas.

De mí te puedo decir todo lo que quieras, pero hablar de otro, de sus vivencias, que además he experimentado de manera cercana… ¿Pero quién soy yo? Lo que está haciendo él es mágico, pero son sus cosas. Yo te entiendo, pero imagínate que tú y yo fuésemos muy amigos, y a mí me pregunta alguien sobre ti, y yo, como me siento muy cercano, cojo y contesto. Entonces tú dirás: «Pepe, campeón, que yo puedo contestar; que no te he pedido que me hagas de vocero».

Esto, que a nadie se le ocurre en su vida normal, en otros contextos lo vemos bien. Yo te entiendo que me preguntes, pero espero que entiendas esta postura. Estoy en cercanía con Novak, pero es que cada día comparto emociones y hablo con varias personas, también con los niños de la escuela de tenis.

Nadie me pregunta por ellos, pero aunque lo hiciesen, mi respuesta sería la misma. Y si ellos en su vida se encuentran mejor, y viene alguien y les pregunta si están así por la ayuda de Pepe, ojalá que hayan aprendido y lo nieguen. Yo lo único que he creado es mi cambio, y suficiente tengo con ello en el día a día.

Sí te diré algo que me encanta decir: Novak es un ser humano maravilloso. Tiene carencias, como tú y como yo; pero apuesta por crecer como persona y hace lo que puede en ese sentido. Yo no voy a decir ni una palabra de los momentos dificilísimos por los que ha pasado, pero han sido muchos más de los que la gente cree. Cuando los vives desde dentro… Ojo.

De todo lo que has vivido con Novak, cuéntanos algún recuerdo especial. Un detalle o momento que te venga a la cabeza, y que se pueda compartir ahora.

Te diría que hay muchos. Normalmente uno dice esto por decir, pero es que se me amontonan los recuerdos, los momentos que se quedan verdaderamente grabados. Hay algunos que no se pueden contar, porque son muy personales. Entre los que me vienen a la cabeza y puedo compartir, voy a quedarme con uno de las ATP Finals de 2016, que aquel año se celebraron en Londres.

Novak venía de una segunda mitad de temporada muy complicada por su problema en el codo, y llegó a la final de ese torneo, el último del año. El rival era Andy Murray, que se jugaba acabar el año como número 1 de la ATP. Novak, que era número 2 en ese momento, perdió y se marchó al vestuario. Los miembros del equipo fuimos detrás, pero nos quedamos en la puerta.

Él estaba muy enojado, pero yo sentí desde lo más profundo de mi ser que debía abrazarle. Llamé a la puerta y todos se quedaron sorprendidos. Abrí un poco y le pregunté si podía pasar. Novak estaba sentado en un sillón, con sus codos sobre las rodillas y mirando hacia abajo. Cuando me escuchó, levantó la cabeza y me miró. No contestó, pero su mirada era de aprobación.

Me acerqué a él, que estaba sentado a unos dos metros de la puerta y pregunté si podía darle un abrazo. A continuación se lo di. Veía a un ser humano con dolor, por no haber conseguido algo que deseaba con fuerza, y sentí que lo mejor que podía compartir era mi respeto, amor y cariño hacia él. Recuerdo muy bien esos momentos [hace una pausa]. Fueron maravillosos, como un bálsamo para él. Pude percibir al ser humano que había detrás de ese sentimiento de pena y rabia.

Ese mismo día, horas después, estuve con él y con su mujer Jelena, una persona maravillosa que le ha acompañado perfectamente todos estos años. Estuvimos en su habitación de hotel, hablando y compartiendo. Su hijo mayor, Stefan, que entonces era muy pequeño, ya estaba durmiendo. En aquella conversación no se habló de la final perdida. Fue un diálogo en el que nos miramos a los ojos y compartimos cosas muy personales.

Fue un privilegio que me abriesen las puertas, no de su habitación, sino de sus vidas. Para mí es el premio más grande que uno puede tener, más importante que cualquier trofeo. Pero claro, a veces sin darnos cuenta nos confundimos con las prioridades. Novak es un grandísimo ser humano. Y Jelena, su mujer, también.

A través de Djokovic pudiste conocer a Boris Becker, a cuyo triunfo en Wimbledon con 17 años te has referido antes.

Sí, y le dije que había sido un ídolo para mí. Junto a Ivan Lendl, Björn Borg o Henri Leconte.

Becker ha pasado por momentos personales muy delicados. ¿Cómo fue tu experiencia con él, cuando entrenó a Novak?

Fue muy bonito tener la oportunidad de conocer a un ser humano como Boris Becker; de tener la cercanía suficiente para conocer al ser que hay más allá del personaje. Todo el mundo conoce sus éxitos en el tenis, pero eso no es conocer a Boris. Para conocer a una persona ésta tiene que abrirse. Y ojo también al ser humano que hay detrás. Tengo recuerdos de conversaciones con él maravillosas. Cuando la prensa habla de Boris, no sé de quién está hablando, porque yo no he vivido eso.

DSC 7154

En tu labor de acompañamiento con tenistas, el equilibrio y la armonía emocional en los que trabajas día a día seguro que te ayudan a ver de una manera más analítica lo que ocurre en pista, sin que los sentimientos distorsionen tu valoración.

Yo diría que sí. Concuerdo con lo que dices, pero además estás aportando eso sin buscarlo. Imagínate a alguien que se acerca a ti tras estar en una pocilga. No te toca, no te habla, pero tú sientes a través del olfato lo mal que huele. Por el contrario, cuando viene hacia ti una persona recién duchada, te llega un aroma agradable.

Aparte de los cinco sentidos que nos conectan con el exterior, para mí el ser humano tiene una sensibilidad interna que permite percibir el ser de otra persona, conectarse con él. Si la persona que tienes al lado está en armonía, tú lo sientes: te está aportando sin decirte nada. Fíjate, esa persona se hace bien a sí misma y, sin hacer nada extra, al que está a su lado. Qué cosa más maravillosa.

Utilizas muchos ejemplos para explicar las cosas.

Es una forma de transmitir lo que a veces me resulta complicado expresar de una manera convencional. Los ejemplos y las analogías me ayudan en este sentido. Quizás sea por incapacidad mía o porque es difícil expresar lo que quiero con palabras.

Zaragata, un amigo muy cercano con el que he tenido muchas conversaciones, me pregunta que de dónde saco tantos ejemplos y que podría hacer varios libros con ellos. Yo no lo sé; según voy hablando, aparecen. No sé cómo se construyen, la verdad. A lo largo de los años algunos se van repitiendo.

De algo que puede suponer un límite acabas sacando una ventaja. Con este tipo de ejemplos, muchas veces relacionados con la vida cotidiana, consigues que la gente te entienda mejor y te vea como alguien más cercano.

Sí, y ahora que dices eso, me he acordado de Osvaldo, otra persona cercana. Hemos compartido muchas conversaciones, porque nos conocemos desde hace tiempo. Él llevaba a nuestros encuentros una grabadora pequeña, porque entonces los móviles sólo eran para llamar y mandar mensajes.

Un día sacó la grabadora de repente, y me preguntó si podía grabar nuestra conversación. De él saqué la idea de grabar todas mis conversaciones con la gente. Me encanta hacerlo, porque quedan cosas preciosas. Tengo miles de horas.

Osvaldo vuelve a escuchar las conversaciones que graba, así que a veces viene y me recuerda algún ejemplo que puse hablando con él. Y yo no me acuerdo, pero él se lo quedó y estoy agradecido.

Para mí es un regalo ser consciente de que lo que uno hace o comparte no es suyo. Es un instrumento momentáneo del que uno también se beneficia. Pero mira cómo el ego enseguida quiere apropiarse de todo: «Eso lo dije yo, eso lo inventé yo, ese ejemplo es mío…».

La fuerza que tienen las conversaciones cuando se hacen desde el respeto; sin creer que tenemos la verdad absoluta y escuchando puntos de vista diferentes al nuestro.

Claro. Ahora me viene otro ejemplo a la cabeza [ríe]. Imagínate una mesa que pesa 200 kilos, y a un grupo de personas que hacen fuerza para levantarla. Cada uno se ocupa de una parte y entonces llega un niño pequeño y pone su mano. Está ejerciendo una fuerza, está ayudando a su manera, ¿verdad? En una conversación todos pueden aportar.

Yo al curso [‘Las emociones en la competición’, que aparece citado al inicio; NdR] voy a aprender, y he pagado como todos los asistentes. A mí me tocó abrir el curso, porque la Federación llamó a mi puerta, y estoy encantado por ello. Pero el curso tendrá éxito con la ayuda de todos, porque habrá oportunidad para que cada uno exprese, comparta, pregunte, añada o disienta, y eso es lo que va a enriquecernos.

Todos y cada uno de los asistentes aportarán en el levantamiento de esa mesa, porque diez aportan más que ocho, pero veinte aportan más que diez.

Cada uno, en su espacio y su momento, expondrá su bagaje y conclusiones ante todos. Así, cada uno se irá con algo a casa. Ahí yo veo que hay amor, porque se está compartiendo.

¿En tu labor cotidiana ya percibes una mayor sensibilidad entre la gente hacia el factor emocional y su importancia?

Te voy a hablar desde mi propia vivencia. Sin datos ni encuestas. Empecé hace más o menos 25 años a compartir y a entrenar. En aquella época, tratar a una persona con cariño o darle un abrazo después de un partido no es que fuese raro. Era inaceptable. Recuerdo unos juicios sobre mí…

Por ejemplo, yo entrenaba a Christian, un chico alemán, y recuerdo un torneo en Portugal. Él se autoexigía demasiado, se maltrataba mucho a sí mismo, pero estaba en proceso de quererse más. Yo había dejado de jugar hace poco, y en el ambiente de los torneos de formación mi presencia llamaba la atención. Notaba que había personas que venían a ver a Pepe Imaz, no al chico que estaba jugando.

Durante el partido, me dirigí a él y dije lo que sentía: «No te centres en ganar. Trátate bien. Ámate».  Yo creo que, tras este rato de conversación, tú entiendes perfectamente lo que quería decir en ese contexto. Pues entonces oías comentarios del tipo «Pepe Imaz dice que da igual ganar, que no hace falta. Y que se ame» o «este tío está loco, ¿cómo voy a dejar yo que mi hijo entrene con él? Si lo que quiero es que sea un campeón».

Eso pasaba hace 25 años. Ahora, siendo todavía una minoría, veo a muchísima más gente que va en esta línea. Si lo ponemos en porcentajes, habremos pasado de ser un 3 % a estar cerca del 40 %. Pero sigue siendo una minoría. Yo no digo que A sea mejor que B. Yo escojo A, porque a mí me sienta mejor. Tú eliges B, y me parece estupendo. El problema es que hay gente que está buscando A y no tiene A a su disposición. Esa es la pena. Por lo menos intento que se conozca. Nada más.

DSC 7068

Al menos dar la posibilidad de elegir. Que no se piense que sólo existe un camino.

Para mí es un regalo que aquellos que desean esa opción sepan que existe; que hay personas que la han vivido y que les ha ayudado mucho. Y las que no lo quieran para ellas ni para sus hijos, no hay problema. Ya tienen la opción B.

Yo también pensaba que sólo había un camino, pero con 17 años me pegué el porrazo y vi que no me servía, así que tuve que buscar otro, y lo encontré. No sólo para el tenis, para mi vida. Me he dado cuenta en estos años. El amor a cualquier cosa le sienta bien.

Ahora que hemos dejado atrás la época del ‘Big Three’, ¿por qué crees que nos ha costado tanto ser capaces de disfrutar de los tres? Parecía que había que posicionarse con uno o con otro.

Yo creo que entre líneas hemos tocado esto. El ego es el que te hace posicionarte, como si ese al que animas fuese más «tuyo». Yo soy de Federer, yo de Nadal, yo de Djokovic… ¿Por qué lo haces tuyo? Porque el ego quiere apropiarse de sus triunfos.

Si sigues al ser, porque te encanta el tenis, mira qué nivel de partidos hemos tenido: Nadal contra Federer, Nadal contra Djokovic… Como el ego se impone normalmente, no ves el tenis para disfrutar. Te posicionas del lado de un jugador al que ni siquiera conoces, pero te gusta decir: «Es mío, lo llevo en el corazón». Ese es el ego.

Antes te has referido al fútbol. ¿Por qué tiene tanto éxito? ¿Por qué despierta esos sentimientos? Porque los aficionados hacen suyos al equipo, y a los jugadores. Dicen lo que está bien y lo que está mal, lo que pueden hacer y lo que no. Equivocados o no, podrán hacer lo que quieran. Ese equipo no es tuyo, y mucho menos sus jugadores.

Para mí el ego es de lo más torpe que hay. Tiene mucho poder y fuerza, sí, pero es torpe hasta decir basta, porque te nubla todo. Nos hace actuar y reaccionar de una manera muy tonta, y en muchas ocasiones autodestructiva. El amor, sin embargo, es mucho más que inteligente: es sabio y un buen guía. El ego te obliga, te impera, te manda.

El tenis es un deporte que requiere una concentración total en cada punto. ¿Crees que ahora, con los dispositivos móviles y las redes sociales, es más complicado para un profesional mantener el foco en el juego? El propio Carlos Alcaraz ha reconocido que pelea contra estas distracciones. Quizás las generaciones anteriores lo han tenido más fácil en ese sentido. No sé cómo lo ves…

La inconsciencia de vivir en el ego produce miedo. Y la consciencia de vivir en el ser nos da armonía. Eso no ha cambiado en todo este tiempo.

En el caso de las redes sociales, la exposición puede generar miedos, porque dependemos de lo que digan de nosotros. Mi opinión es que debes ser consciente de quién eres, de tu ser, antes de buscar la aprobación externa. Puedes ser tenista, futbolista o un hombre de negocios, pero haz lo que te guste, o lo que tengas que hacer, desde el ser; verás que el miedo y el estrés no te comen ni te muerden tanto.

Has citado a Alcaraz, pero vale para cualquier tenista. Estar en el ser te aleja del estrés. El ego, por su parte, te da la posibilidad de gozar, pero siempre te cobra un peaje muy alto. Es como una droga. Tú puedes estar muy bien, con energía y sano. Si no estás sano, te puedes inyectar una droga que aumente tu energía, pero vas a pagar un peaje muy elevado.  Pero si tú estás bien, en armonía y con buena salud, no necesitas nada externo.

A Carlos no le conozco. Conozco a su padre, que jugaba muy bien. Él tiene tres años más que yo, pero coincidimos en torneos de tenis. Es una persona maravillosa. Cuando era más joven, Carlos venía a Marbella. Puedes ver en él la sencillez de su padre.

Pero claro, vive en un escenario grandioso, donde te dicen constantemente que eres un ganador y el mejor. Para mí, Carlos Alcaraz es un ser humano divino y maravilloso. Pero eso no depende de lo que gane; ese pensamiento puede ensuciar su calma y armonía. Es mucho más que todos los títulos que ha conseguido.

Vamos a ponernos en la situación de Alcaraz. Imagina que fueses premiado con un Pulitzer por tu trabajo, y más de un año. Tendrías entrevistas por todos lados, la gente te diría lo bien que escribes, cómo plasmas los sentimientos de la gente con la que hablas…Y eso te va salpicando aunque no quieras.

La persona puede seguir siendo maravillosa, pero ya irá por la vida despistada y estresada. A veces los artículos saldrán peor, hay otros periodistas que trabajan muy bien y que ganarán ese premio otros años… Y te agobias. Pero, ¿a ti qué te importa lo que otros hagan o a quién le den el premio?

El listón de tus expectativas se vuelve contra ti.

Porque nos hemos ido de lo importante. Aquí ha llovido esta mañana. Nosotros hemos estado dentro de la casa, pero si hubiésemos salido fuera, nos hubiésemos mojado. El ser, que es lo importante, está dentro de nosotros; si salimos fuera, creyendo que nuestro valor depende de lo que hacemos, nos mojaremos.

No se trata de estar encerrados. Se puede vivir con normalidad. Se trata de ser conscientes de quién es ese ser humano que sale a una pista de tenis o que va al club de tenis a entrenar.

DSC 7291

¿Por falta de interés o porque crees que no te viene bien leer o escuchar algunas cosas?

Mira, yo creo que para estar bien no dependo de lo de fuera; dependo de mí, y soy consciente de que soy imperfecto y me puedo distraer. Si no tengo distracciones, es más fácil que no me distraiga.

Además, creo que uno se siente según las cosas que piensa. Si cierras los ojos y empiezas a pensar en situaciones desagradables de tu vida, te vas a empezar a sentir mal; y al contrario, si empiezas a pensar en situaciones agradables, te vas a sentir bien.

En el camino que has seguido estos años, ¿ha jugado algún papel la religión? Hablas mucho del ser personal, de la dimensión interior del hombre… Es un elemento que se encuentra en el catolicismo, por ejemplo.

Tengo muchísimo respeto por todo. Un respeto absoluto, pero la religión no ha jugado un papel en mi proceso. Lo ha jugado el amor. ¿Que hay religiones que se abren al amor? Maravilloso, pero para mí, el amor no tiene grupos. El amor es el amor.

Recuerdo cuando fui a la India y escuché que había algo así como tres mil y pico religiones. Y yo creía que había cinco o seis…El amor está dentro de cada uno en nuestro ser. Luego, que cada uno esté donde quiera. Para mí el amor respeta todo.

Creo que el amor no es de nadie y es de todos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*