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José Montero: «Atlanta Hawks me escribió una carta para ir a la NBA, pero en el Joventut no me la dieron»

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José Montero

Alguien me dijo una vez que despertar el interés de los ojeadores americanos en los ochenta es un mérito casi mayor que el haber jugado en la NBA. Pese a que a mediados de aquella década las franquicias americanas iban prestando cada vez más atención al baloncesto europeo, algo olvidado hasta entonces, en aquellos años solo atendían a los casos que verdaderamente tuvieran una gran relevancia.

Fernando Martín fue nuestro pionero, el primer español drafteado por la mejor liga del mundo en 1985, aunque su desembarco en la NBA se produjo un año después. En 1986 fueron drafteados jugadores de la talla de Drazen Petrovic o Arvydas Sabonis, que tuvieron que esperar aún más hasta debutar en esta liga. Y en 1987 Atlanta Hawks seleccionó al segundo español, José Antonio Montero, o Jose Montero, como a él le gusta que le llamen. En ese Draft también aparecieron otros europeos muy importantes, como Marciulionis o Christodoulou, pero todavía eran muy pocos los jugadores del Viejo Continente que, sin haberse formado en universidades americanas, despertaban el interés de la NBA.

Jose Montero es, sin duda, uno de los grandes nombres del baloncesto español, él ha sido uno de los pioneros, el segundo español elegido en el Draft de la mejor liga del mundo de baloncesto. ¿Saben cuántos años pasaron hasta que otro español fue drafteado? 10 años, demasiados ¿verdad?, cuando en 1997 Roberto Dueñas fue elegido por Chicago Bulls.

Lo cierto es que no eran muchos los españoles que a finales del siglo XX no pasaban desapercibidos para la NBA, ese honor recaía sobre unos pocos elegidos. Había que tener algo especial para que tu baloncesto traspasase fronteras y llegara al otro lado del charco, y el de Montero llegó. En cambio, nadie es profeta en su tierra y su carrera deportiva no se ha valorado lo suficiente en nuestro país, posiblemente el hecho de que esté retirado del mundo mediático no le ha ayudado en este sentido, porque vive muy alejado de los focos y del mundo del baloncesto, a pesar de que estuvo trabajando muchos años en la Federación Española de Baloncesto.

Él no ha necesitado vivir de su pasado para tener éxito profesional (actualmente ocupa un cargo importante en LALIGA), estudió mientras jugaba para poder construir la vida que quería después del baloncesto. Aquel capítulo de su vida lo cerró y miró hacia el futuro, aunque no lo ha olvidado y ha decidido abrirse como nunca antes lo había hecho.

Desde el primer momento que me puse en contacto con él percibí que era alguien especial, amable, sensible, cercano, sincero… y esto se fue corroborando cuando llegó el momento de la entrevista y lo conocí en persona. Aquel día nos citó en el imponente Museo LEGENDS, en pleno centro de Madrid, pero enseguida pusimos rumbo a El Espigón, un restaurante en la zona de Plaza Castilla donde continuamos la entrevista de manera más relajada.

Allí, durante más de 3 horas, además de tratarnos de manera inmejorable, Jose se vació con nosotros, tenía ganas de contar su historia y de que algunos episodios de su carrera deportiva vieran la luz. Montero ha ido cargando con una mochila demasiado pesada desde muy joven en una época en la que no había los medios de ahora para tratarla salud mental de los deportistas.

Posiblemente hay personas que han sido injustas con él y lo han juzgado sin conocer al hombre que hay detrás del jugador de baloncesto. Algunos tampoco le perdonaron que se fuera del Joventut al Barça, y a él le pasó factura llevar colgada la etiqueta del hombre de los 100 millones de pesetas y que se le mirara con lupa más que a los demás, pese a que otros jugadores también mejoraron sustancialmente sus contratos durante aquel boom del baloncesto español.

Pero él no quería rendirse, se caía y se levantaba, hasta que ya no pudo más. Una Copa Korac con el Joventut (con un papel destacadísimo en la final), tres ligas ACB y dos Copas del Rey con el Barça. Montero ganó varios títulos, pero también perdió finales, algunas de ellas de manera muy cruel. Sin embargo,  más allá de las victorias y derrotas hay algo innegable durante los nueve años en Badalona y los 7 en el Barça, los dos equipos crecieron con él, o lo que es lo mismo, cuando él se fue del Joventut el equipo era mejor que cuando llegó, y lo mismo sucedió en el Barcelona. José Montero consiguió algo que no aparece reflejado en su palmarés, ser parte muy importante del crecimiento de los dos equipos de su vida.

Tu vida ahora discurre entre Madrid y Barcelona.

Así es. Estoy de lunes a viernes en Madrid y los viernes por la tarde me voy a Barcelona.

Estás trabajando en LALIGA, explícanos en qué consiste tu trabajo.

Trabajo en LaLiga como Director del Área de Asuntos Públicos y Relaciones Institucionales. Mi labor consiste en establecer relaciones con todos los agentes implicados o que puedan estar implicados en la actividad del fútbol. Esto incluye desde otras entidades deportivas y disciplinas hasta, sobre todo, los stakeholders políticos a nivel internacional, nacional, autonómico y municipal.

¿La gente te reconoce más por tu trabajo actual o por haber sido jugador de baloncesto?

Creo que ya me reconocen más por mi trabajo actual, porque llevo retirado 27 años. He estado más tiempo en la vida civil que jugando, que fueron 17 temporadas, que no es poco. Aun así, hay gente que todavía me recuerda por mi etapa en el baloncesto, y sin duda esa experiencia deportiva me ayuda en mi trabajo actual.

¿Llevas ahora un ritmo de vida tan ajetreado y estresante como en tus años de baloncesto?

Bueno, en LaLiga llevamos un ritmo de trabajo muy intenso, hacemos muchas cosas y tenemos mucha carga de trabajo. Pero el estrés y la presión que se siente como jugador, especialmente en algunos equipos en los que jugué, es algo distinto.

¿Cómo es un día habitual en la vida de Jose Montero?

¿Un día normal?

Sí, por ejemplo, hoy.

Me levanto y estoy en la oficina entre las 7:45 y las 8:15. A partir de ahí, depende del día. Por ejemplo, la semana que viene tengo una agenda muy movida: acompañaré al presidente a una comparecencia en la Subcomisión contra los Delitos de Odio en el Congreso de los Diputados, y de ahí me iré a Bruselas para reunirme con europarlamentarios y miembros de la Comisión Europea. Estaré allí dos días y luego volveré.

Un día normal implica muchas llamadas, correos, visitas y contactos con senadores, diputados y stakeholders políticos e institucionales. Los martes, miércoles y jueves, que suele haber sesiones plenarias en el Congreso y en el Senado, paso más tiempo fuera de la oficina. Los lunes, cada 15 días, tenemos Comité de Dirección, donde trabajamos los aspectos estratégicos de LaLiga. Y los viernes son algo más tranquilos, más centrados en temas administrativos. Aunque hoy, por ejemplo, hemos tenido una visita con un par de personalidades políticas aquí en el Museo LEGENDS.

¿Qué es el Museo LEGENDS?

Es un museo que se inauguró hace un año y medio y alberga la mayor colección de reliquias de la historia del fútbol. Se trata de un espacio de siete plantas y 4.200 metros cuadrados, ubicado en plena Puerta del Sol, en el corazón de Madrid. LEGENDS nace del amor profundo por el fútbol y es un tributo a su historia, a las leyendas, a las federaciones, a diversas instituciones y, sobre todo, a los aficionados.

A lo largo de los años, en una obra sin precedentes, hemos podido recuperar, salvaguardar y ahora exhibir y compartir el testimonio original de la historia del fútbol mundial en una colección única. FIFA, UEFA, CONMEBOL, el COI, LaLiga y las leyendas se han unido para dar forma a LEGENDS. Los visitantes pueden recorrer la historia del fútbol a través de una experiencia interactiva que los transportará a sus recuerdos.

En la cuarta planta se encuentra el espacio más exclusivo, la «joya de la corona», el espacio LEGENDS. Esta planta cuenta con un VIP lounge, una sala de acceso restringido diseñada para hacer la experiencia más exclusiva, y el concepto artístico más innovador del mundo, que combina por primera vez en la historia arte y fútbol: la llamada «Experiencia Football Art».

José Montero

Nosotros estamos en la última planta.

Sí, la última planta no es menos importante. Está dedicada a la zona gastronómica, desde donde se accede al cielo de Madrid. Cuenta con un restaurante y un rooftop que ofrece las vistas más privilegiadas de la Puerta del Sol y una experiencia culinaria única. En definitiva, con LEGENDS intentamos salvaguardar, proteger y compartir la historia del fútbol. Y Madrid lo ofrece en pleno corazón de la ciudad.

Tu familia.

Tengo dos hijos, un chico y una chica, de 31 y 33 años. Y nada, feliz, sigo felizmente casado.

¿Ninguno se ha dedicado al deporte?

Mi hijo jugó en las categorías inferiores del Joventut Badalona, llegó a estar en la selección española sub-16 y disputó el Campeonato de Europa. Pero al final decidió centrarse en sus estudios: es ingeniero industrial y esa fue la vía que eligió. El mayor vive en Madrid porque trabaja aquí, está casado y tanto él como su pareja trabajan en la ciudad. Mi hija es abogada, licenciada en Ciencias Políticas y vive en Bilbao.

Antes de trabajar en LALIGA, estuviste trabajando muchos años en la Federación Española de Baloncesto.

Sí, estuve 20 años. En la federación ocupé varios cargos. Los últimos tres años fui vicepresidente ejecutivo y director general. Antes de eso, fui director de relaciones internacionales, director general del Eurobasket 2007 y director de operaciones y organización del Mundial 2014. También formé parte de la comisión de competiciones de FIBA y FIBA Europa durante gran parte de mi etapa en la federación. Fue una experiencia muy gratificante y de la que me siento muy orgulloso.

Has estudiado Ciencias de la Actividad Física y el Deporte.

Sí, soy licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Empecé estudiando Medicina, pero no la terminé y decidí abandonarla. Después estudié Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, compaginándolo con mi carrera deportiva. Terminé la carrera después de retirarme del baloncesto, porque me quedaban algunas asignaturas pendientes. Año y medio después de dejar de jugar, hice un MBA (Master in Business Administration), coincidiendo con mi entrada en la FEB.

Entonces estuviste estudiando una carrera universitaria mientras jugabas al baloncesto, mientras quizá tus compañeros preferían divertirse.

En mi caso, sinceramente, los estudios me servían como una válvula de escape, me permitían desconectar y tener otros entornos más allá del baloncesto. Siempre he considerado que la formación es algo muy importante. No te garantiza nada, pero desde luego suma, no resta. Así me lo transmitieron mis padres. Además, me ha servido después, en mi vida tras la carrera deportiva, para tener más opciones profesionales.

Hay muchos jugadores de tu época que, cuando se retiraron, vivieron una especie de vacío. ¿Tú tuviste claro, antes de retirarte, cuál sería tu camino después del baloncesto?

Mis padres me enseñaron que uno debe ser dueño de su propio destino. En las conversaciones que tuvimos sobre lo que implicaba ser deportista profesional —los sacrificios y la posibilidad de dejarlo algún día—, siempre me inculcaron que la formación era la clave para poder elegir qué hacer en la vida y cómo hacerlo. También me lo insistieron mucho cuatro profesores del colegio donde estudié en Madrid: Nancho, Keka, Joaquín y René. Les estoy muy agradecido por los consejos que me dieron; de hecho, hoy en día sigo viéndome con ellos.

Tener una carrera no te hace mejor ni peor que alguien que no la tenga. No creo que estudiar te haga más o menos inteligente; en la vida hay muchas circunstancias que influyen en la posibilidad de estudiar o no. Pero lo que sí me ha permitido la formación es poder decidir qué quería hacer. Si no hubiera estudiado, probablemente habría tenido menos opciones y habría acabado aceptando lo primero que surgiera. Eso no significa que hubiera tenido más o menos éxito o que fuera más o menos feliz, pero sí creo que una parte de la felicidad está en poder elegir tu propio camino.

Cuando vi que no iba a poder cumplir mi sueño de ser médico —porque no me sentí con fuerzas para compaginar la carrera de Medicina con el baloncesto— decidí que quería dedicarme al mundo de la gestión deportiva. Era el entorno que mejor conocía y donde tenía más experiencia. Así que me formé para ello, y en eso he trabajado desde entonces.

Te estoy imaginando en algunas concentraciones, en algún viaje, con los libros y los apuntes, estudiando.

Bueno, un poco de todo, pero tampoco demasiado. Creo que el trabajo se hace en casa. Es cierto que en algún desplazamiento he aprovechado para leer o estudiar un poco, pero no he sido de los que se pasan los viajes con los apuntes en la mano. Para mí, ese es un trabajo que se hace de puertas para adentro.

Acabas de cumplir 60 años y me has dicho que mucha gente todavía se acuerda de ti y te felicita.

Sí, mucha gente me ha felicitado gracias a tu publicación por mi cumpleaños. Pero, la verdad, no le doy demasiada importancia. Mi etapa como jugador de baloncesto fue hace mucho tiempo. Como te decía, llevo 27 años retirado, muchos más de los que jugué. No soy una persona que viva en el pasado ni que se ancle en él. Tampoco creo que ser deportista me haga especialmente relevante. Fue una etapa maravillosa, sí, pero sucedió y ya está. No me considero alguien excepcional solo por haber tenido una carrera deportiva relativamente satisfactoria y exitosa.

José Montero

La gente te sigue recordando, Jose.

Creo que tuve la suerte de formar parte de una época clave para el baloncesto, marcada por aquella selección del año 84 que revolucionó la historia de este deporte con la medalla de plata en Los Ángeles. Esa medalla provocó una auténtica catarsis en el baloncesto nacional y lo convirtió en un deporte popular. Hasta entonces era más bien un deporte minoritario, sin la dimensión que adquirió a partir de ese momento. El éxito en Los Ángeles hizo que el baloncesto entrara en los medios de comunicación y marcó el inicio de la ACB, entre otros cambios importantes.

Tuve la suerte de formar parte de un equipo de jóvenes que irrumpieron en ese escenario, cuestionando la hegemonía del Madrid y el Barcelona, especialmente la del Madrid en aquella época. Éramos chavales con ganas de comernos el mundo, de triunfar y de pasarlo bien. Y para mí, ese es el mayor logro de mi carrera deportiva. Conseguimos que todo un país se hiciera del Joventut, y eso me parece de una trascendencia enorme.

Me reconforta mucho más haber conseguido eso que los títulos que gané: las ligas, las Copas del Rey o las finales de Euroliga o Copa de Europa que jugué —y que, por una cosa u otra, no pudimos ganar. Los títulos, evidentemente, tienen su valor y me llenaron mucho, pero le doy más importancia a lo que logramos como equipo y a la conexión que conseguimos con la gente.

Otra cosa que me llena de orgullo es que, en los equipos donde estuve durante mucho tiempo —nueve años en el Joventut y siete en el Barça—, siento que cuando me fui, el equipo era mejor que cuando llegué. Creo que contribuí modestamente, con mi granito de arena, a que esos equipos crecieran. En Limoges estuve solo un año, así que ahí no sabría decirlo, pero en el Joventut y el Barça siento que dejé algo positivo detrás. Y eso, para mí, vale mucho.

Unos eran del Madrid, otros del Barcelona, pero todos, o la gran mayoría, éramos del Joventut. Y eso, como comentas, tiene un gran valor.

Sí, y es una reflexión que tenía en la cabeza, pero que nunca había acabado de formular bien hasta que, en 2018, un aficionado al baloncesto en Tenerife me lo hizo ver. Fue durante el Campeonato del Mundo de Baloncesto Femenino, que organizamos desde la Federación y donde yo fui director general.

Recuerdo que se acercó a mí y pensé que venía a pedirme un autógrafo, pero me dijo: «No vengo a pedirte un autógrafo, vengo a darte las gracias por haber hecho que todo un país se convirtiera en seguidor del Joventut Badalona». Me quedé impactado y pensé: «Madre mía, esto sí que es trascendente». En ese momento le di las gracias y le dije que me hacía muchísima ilusión lo que me estaba diciendo, pero con el paso del tiempo, siete años después, creo que es uno de los regalos más bonitos que me han hecho en mi vida como jugador de baloncesto.

Es muy impactante lo que te dijo aquel aficionado.

Sí, me emociona pensarlo.

Naciste en Barcelona el 3 de enero de 1965, pero muy pronto os trasladasteis a Madrid, aunque antes también vivisteis en Marbella.

Sí, mi padre, junto con mi tío, se dedicaba a poner en marcha hoteles, lo que en aquel momento empezaban a ser los primeros resorts en España. Nací en Barcelona y, cuando tenía seis meses, mi padre tuvo una oportunidad de trabajo en Marbella, así que nos fuimos a vivir allí. Estuvimos hasta que yo tenía dos años o dos años y medio, y luego nos trasladamos a Madrid.

A los 16 años mi familia volvió a Badalona, en gran parte motivada por la oferta que me hizo el Joventut. Coincidió con una serie de circunstancias familiares y personales, como la enfermedad de mi abuelo, y el Joventut también hizo una propuesta para que mi padre pudiera trabajar en Barcelona. Así que nos trasladamos a Badalona.

Antes de iros a Badalona, también te dio tiempo a practicar atletismo. He visto algún vídeo tuyo haciendo salto de altura y no se te daba nada mal.

Sí, hay uno que circula por las redes. A ver, en mis primeros años estudié en el King’s College de Madrid y después pasé al Colegio Agustiniano. Como todos los niños de la época, jugábamos mucho en la calle y en el colegio, algo que ahora ya no sucede. Los fines de semana íbamos a jugar al colegio, que abría las puertas para que los niños pudiéramos practicar deporte, y eso ahora tampoco sucede.

Tuve la suerte de que el Colegio Agustiniano era grande, con muchas pistas y campos de baloncesto, además de pistas de atletismo. Se practicaban muchos deportes, y además vivía cerca del Club de Natación Canoe. De pequeño hice atletismo, natación, fútbol, baloncesto… todo lo que se presentaba. Éramos niños que jugábamos a todo, y por eso durante unos años practiqué atletismo.

Y el salto de altura se te daba muy bien. Supongo que esa capacidad de salto te vendría muy bien después para el baloncesto.

Sí, se me daba bien, pero al final…

José Montero

En el vídeo se te ve saltar 1,48 m con 12 años.

Creo que llegué a saltar 1,57 m. Pero al final, la pelota de baloncesto era lo que realmente me atraía. Me pasó lo mismo con la natación. Mi madre había practicado natación y le gustaba que yo también lo hiciera. No se me daba mal, tengo que reconocerlo. De hecho, Fernando Carpena, que hoy es el presidente de la Federación Española de Natación, fue mi profesor y entrenador de natación. Mantengo una excelente relación con él y le tengo mucho aprecio.

Pero lo del agua y la línea negra arriba y abajo (risas)… tengo que reconocer que no me divertía tanto como el baloncesto. Además, en el Canoe llegó un entrenador holandés que nos dijo que teníamos que entrenar a las seis de la mañana antes de ir a clase. Y eso ya no me convenció. No es que sea especialmente noctámbulo, pero entre el frío, la hora y estar solo en el agua… Siempre me ha gustado compartir, y el baloncesto me ofrecía eso.

¿Tienes hermanos?

Sí, tengo un hermano, tres años menor que yo. Él también se quedó con la cultura de la natación que había en casa. Jugó de manera amateur al waterpolo y sigue nadando; de hecho, compite en los Campeonatos de España de veteranos. En mi casa siempre ha habido cultura deportiva. Mi padre fue jugador de fútbol y llegó a jugar en el Espanyol. El deporte ha sido siempre parte de nuestra vida.

Llega un momento en el que dejas la natación y el atletismo para centrarte en el baloncesto.

Sí, creo que dejé el atletismo el año en que el Estudiantes me vino a fichar, en mi último año de infantil, que debió ser en la temporada 78/79.

Te ficha el Estudiantes.

Estuve tres años, aunque en realidad fueron dos temporadas completas, porque el fichaje llegó casi al final de una campaña. Jugué en el infantil C y, al año siguiente, pasé al infantil A y al juvenil A. Me quedaba un año de juvenil, pero entonces me llegó la oferta del Joventut y me fui a Badalona.

¿De qué jugabas en esos inicios?

Jugaba de pívot en el colegio. (Se queda pensando unos segundos). Bueno, antes de eso, tengo que decir que siento un profundo agradecimiento hacia Mariano Bartivas, porque fue la persona que hizo lo indecible para ficharme.

Siempre cuento una anécdota sobre eso. Yo jugaba en el colegio, estamos hablando de finales de los setenta, cuando el deporte profesional no era lo que es hoy. En esa época, ni se me pasaba por la cabeza jugar a nivel profesional, ni siquiera federado. Lo único que quería era jugar con mis amigos del colegio, nada más.

Por algún motivo, en aquel momento tanto Clifford Luyk —que entrenaba al juvenil del Real Madrid— como Mariano Bartivas —que dirigía el infantil del Estudiantes— me vieron jugar y pensaron que tenía proyección. Me quisieron fichar. Le dije que no a ambos. Clifford Luyk se conformó, pero Mariano Bartivas insistió. Llamaba a mis padres, sobre todo a mi padre, de manera constante. A veces pienso que le acabé diciendo que sí casi por agotamiento.

Pero también recuerdo que, en una conversación, le dije que lo que realmente me apetecía era seguir jugando con mis amigos en el colegio. Entonces, él decidió fichar a un par de amigos míos para convencerme. Bartivas vio en mí algo que otros no vieron, y le estoy profundamente agradecido por eso.

Me sabe mal que, cuando me fui a Badalona, no tuve el valor de llamarle para decirle que me iba. Tengo su teléfono, pero todavía no me he atrevido a llamarle. Espero hacerlo algún día y decirle lo muy agradecido que estoy y lo mucho que ha significado para mí. Si él no hubiera insistido, probablemente yo no habría sido jugador de baloncesto ni habría vivido esta experiencia maravillosa de haber sido deportista de alto nivel.

Habría tenido otra vida, seguramente igual de feliz o quizá más o menos, quién sabe. Habría seguido con mi carrera, mis estudios y mi trabajo, pero él cambió mi vida y le estaré eternamente agradecido.

Él y Miquel Nolis son las dos personas que cambiaron mi vida.

Mariano Bartivas también cambió la vida de Fernando Martín cuando luchó con tesón para que se pasara del balonmano al baloncesto en su colegio, para después llevárselo a Estudiantes.

Sí, sí. Y Mariano Bartivas nunca ha tenido ese reconocimiento. Es la persona que nos fichó a Fernando Martín y a mí para el Estudiantes.

Bueno, me habías preguntado si siempre has jugado de base. En el colegio jugaba de pívot, pero cuando Mariano Bartivas me vio, detectó en mí una serie de condiciones y me hacía jugar un poco de todo, aunque no exactamente de base. También jugué mucho tiempo de alero.

Cuando terminé mi último año de infantil, la federación organizaba unas concentraciones de jugadores llamadas Nuevos Valores. Me invitaron a participar en una de ellas en 1979, cuando tenía 14 años. Recuerdo que allí estaban jugadores como Jordi Villacampa o Pepe Arcega, entre otros muchos que luego llegaron a ser importantes. Me dieron el diploma al mejor jugador promesa, y había un nivel altísimo. Los entrenadores eran Vicente Paniagua y Jaime Ventura, y de preparador físico estaba Pepe Casal —«Pepiño»— que después fue preparador físico del Barça y de Pau Gasol.

Este grupo de gente vio cierto potencial en mí, y ahí pensé: «Oye, pues a lo mejor esto del baloncesto…»

José Montero

Podías tener futuro en el baloncesto.

Sí, me salía bastante natural. Entonces volví al juvenil del Estudiantes. Empecé sin jugar mucho, porque era de primer año y más joven que el resto. Mi entrenador era Paco Garrido. Pero, de repente, sin haber jugado demasiado y sin entender muy bien cómo, Miquel Nolis e Isma Cantó me llevaron a una concentración de la selección juvenil para preparar el Campeonato de Europa de ese verano.

Fui allí prácticamente como un desconocido, pero Miquel Nolis debió ver algo en mí porque me llamó para esa concentración juvenil. A la vuelta de las vacaciones, Paco Garrido me dijo: «A ver si demuestras por qué te han llevado a la selección». Seguía jugando muy poco, así que un día fui a hablar con mi padre y le dije que quería dejarlo. Pero mi padre no me dejó. Me dijo que me había comprometido con 11 personas más y que tenía que cumplir mi compromiso hasta final de temporada.

Llegó Semana Santa y nos fuimos a jugar un torneo en Bilbao. El primer día jugábamos contra el Barça y uno de los bases del equipo no vino porque estaba castigado por las notas, y el otro base se puso malo. Paco Garrido preguntó quién quería jugar de base, y yo salté como un resorte diciendo: «¡Yo mismo!» Lo que quería era jugar. Y en ese torneo quedé como máximo anotador. A partir de ahí, jugué de base siempre.

Qué curioso…

Son dos anécdotas que han marcado mi vida. Una es que alguien fichara a un par de compañeros del colegio y a un amigo del Canoe solo para que jugaran conmigo. Y la otra, que lamentablemente un compañero se pusiera malo y al otro no le fuera bien en los estudios. Eso fue todo.

Son detalles los que pueden hacer cambiar el rumbo de la vida. En tu caso, fueron esas dos anécdotas.

Por eso, cuando veo que la gente intenta programar tanto la carrera deportiva de sus hijos, me pongo de los nervios. Las cosas tienen que fluir de manera más natural. El talento acaba saliendo si está ahí. No se puede forzar.

Y a ti ese talento te salía de forma natural. ¿Eras consciente de que tenías un don especial para jugar al baloncesto?

No, pero sí me daba cuenta de que tenía facilidad para jugar, que metía puntos… Pero claro, también pensaba que estaba jugando en un colegio, que ese no era un nivel extraordinario. Luego, cuando empecé a jugar a nivel federado, en el Estudiantes, me di cuenta de que también tenía esa capacidad.

Al final, algunos entrenadores te hacen ver que tienes talento y apuestan por ti. Y no hace falta que te lo digan directamente. El jugador lo percibe en la confianza que le dan, en los minutos que juega, por ejemplo.

Recuerdo una vez con Miquel Nolis, que fue entrenador del primer equipo del Joventut una temporada —creo que fue en la 84/85, aunque no soy muy bueno para las fechas…

Un año después, en la 85/86.

Eso es. Pues un día estaba jugando fatal, y le pedí el cambio. Y Miquel me dijo: «No, no. Quiero que pienses en cómo puedes contribuir al equipo incluso el día que estás jugando mal». Y me dejó en el campo. Para mí, jugar mal era fallar los tiros. Pero esa fue una gran lección. No solo fue una lección táctica, sino también una demostración de confianza.

Los entrenadores no necesitan decirte directamente «Eres muy bueno». Miquel era de ese tipo de entrenador, igual que Mariano o Alfred Julbe. Con esos gestos, te daban confianza y te hacían sentir importante dentro del equipo. Y eso marca una gran diferencia.

Algo que es muy importante para los jóvenes: la confianza.

Bueno, para los jóvenes y para los deportistas en general.

¿Cómo se produjo tu fichaje por el Joventut? ¿Cuándo empezaron a interesarse por ti?

Fue muy sencillo. Ese año, después de lo de Bilbao —cuando quedé máximo anotador—, fuimos al Campeonato de España juvenil. Quedamos terceros; perdimos la semifinal, creo que contra el Barça.

Siendo juvenil de primer año, ¿no?

Sí, siendo juvenil de primer año. El último día jugamos por el tercer y cuarto puesto contra el Joventut, y les ganamos bien. Fue un campeonato en el que anoté muchísimo. Imagino que Miquel Nolis debió fijarse en mí.

Estábamos todos los equipos alojados en el mismo hotel, y en un momento vino un jugador que luego fue compañero mío en Badalona, Quique Azcón, que jugó en Murcia.

Sí, el jugador más bajo de la historia de la ACB.

Sí. Pues Quique me dijo: «Oye, que Manel Comas quiere hablar contigo.» Y yo le respondí: «¿Quién es Manel Comas?» Es que yo, en ese momento, no sabía ni quién era ni qué significaba el baloncesto profesional. Y Quique me aclaró: «Es el entrenador del Joventut».

Entonces, Manel Comas me pegó una charla tremenda que no entendí mucho en ese momento. Lo recuerdo porque tenemos un grupo de WhatsApp de los antiguos jugadores de ese juvenil del Estudiantes, donde está Julio Torres.

José Montero

Sí, el pívot.

Sí, y también Javier González, que era miembro del equipo y con quien compartía habitación. En el grupo, Javier contó: «Jose vino un día y me dijo que había venido un tal Manel Comas que quería hablar con él porque el Joventut quería ficharle». (Risas).

Yo no me acordaba de ese episodio, pero Javier me dijo: «No te acordarás de lo que te dije, ¿verdad?» Y efectivamente, no lo recordaba. Entonces me dijo: «Te dije que aprovecharas y te fueras al Joventut Badalona porque era una buena oportunidad».

Javier después entrenó alguna temporada con el equipo de Estudiantes y llegó a ser ayudante de entrenador algún año.

¿Y qué pasó después?

No me acuerdo bien, de verdad. El siguiente recuerdo que tengo es a Manel Comas y a un directivo del Joventut sentados en mi casa, que habían venido a ficharme. Recuerdo a mis padres diciendo: «Bueno, esto es una decisión del niño». Y sin que ellos dijeran nada, no sé por qué, algo en mi cabeza me dijo: «Bueno, yo me voy a Badalona».

Es verdad que en mi casa había pasado una circunstancia personal complicada. Mi padre había tenido algún problema de salud, y mi madre estaba preocupada porque mi abuelo también había estado muy enfermo. Y de repente, sin pensarlo demasiado, lo solté.

Tu abuelo vivía en Barcelona, ¿no?

Sí, mis abuelos vivían en Barcelona porque toda mi familia es de allí.

Entonces, ¿qué dijiste?

Se me ocurrió decir: «Bueno, si le ofrecéis un puesto de trabajo a mi padre en Barcelona, nos vamos». Mis padres se quedaron de piedra, sin saber cómo reaccionar. Los del Joventut se fueron, pero poco después volvieron e hicieron la promesa. En ese momento ya me sentí comprometido porque, claro, lo había dicho yo.

También sentí que hacía muy feliz a mi madre por volver a Barcelona. Y nada, ese fue el fichaje. Evidentemente, imagino que defraudé a la gente del Estudiantes, pero bueno… así fue como acabé en Badalona.

A ver si puedes retomar el contacto con Mariano Bartivas.

Sí, es una conversación que tengo pendiente. Mariano Bartivas vivía cerca de mi casa, en el Barrio de la Estrella, en Madrid, en la calle Pez Austral, donde estaba el Colegio Agustiniano. Él vivía por la zona de Mariano de Cavia o Plaza de Conde de Casal, así que para ir a su casa pasaba por la mía.

Prácticamente todos los días, después de entrenar, me llevaba a casa, y muchos días también pasaba a recogerme para ir a entrenar. Él veía algo en mí, pensaba: «Este tío vale». Pues bueno, supongo que sí…

Llegas al Joventut con 16 años. ¿Cómo fueron los inicios? ¿Tu adaptación a la vida en otra ciudad? ¿Cómo fue todo aquello a nivel personal siendo tan joven?

El primer recuerdo que tengo es el del traslado. Mis padres se encargaron de la mudanza, pero lo que más recuerdo es que no me despedí de la gente como me habría gustado. No pude despedirme bien de mis amigos y de mucha otra gente, porque ese verano, cuando terminó el curso, todavía no sabía que me iba a Badalona. En el colegio te despides de los amigos y no vuelves a verlos hasta tres meses después.

La decisión de irme a Badalona se tomó prácticamente a mediados de julio. Me fui con la selección juvenil a jugar el Europeo en Grecia. El entrenador era Miquel Nolis, el ayudante era Isma Cantó y el delegado era Carlos Pastrana, que también ha sido una persona muy importante, no solo para mí, sino para mucha otra gente. Ya hablaré más adelante de Carlos Pastrana.

Sin despedirte, porque te pilló en verano, y claro, no había móviles y habría gente que estaría fuera de Madrid.

Eso es, claro. Son esas cosas que uno valora con el paso del tiempo. Mis padres hicieron la mudanza mientras yo estaba en el Europeo, así que no me enteré de nada. Volví del Campeonato de Europa, pero no fui directamente a Barcelona, donde ya estaban instalados mis padres, sino que me fui con el primer equipo del Joventut, que estaba de gira.

¿Con el primer equipo del Joventut? Solo tenías 16 años.

Sí, porque desde el primer año juvenil, cuando me fichó el Joventut, ya me integré en el primer equipo. Debuté con 16 años y Manel Comas me puso de titular.

Pero Manel Comas se fue del Joventut esa temporada, la 81/82.

Sí, se fue a mitad de temporada, pero él fue quien me puso de titular nada más llegar.

¿Desde el principio, nada más llegar?

Nada más llegar. La anécdota que recuerdo es que me fui con el equipo, que estaba jugando un torneo en Italia, creo que en San Remo, aunque no estoy seguro. Jugamos un partido en una cancha exterior y, esa primera noche, me tocó compartir habitación con Jordi Villacampa, que el año anterior había ascendido al primer equipo.

Lo que quiero contar es que, esa primera noche, venía directo de la selección española y los veteranos empezaron a hacernos mil y una jugarretas. (Risas).

Las típicas novatadas.

Sí, las típicas novatadas… Cubos de las papeleras del baño llenos de agua, los cubos para arriba y para abajo… Llaman a la puerta y le digo a Jordi: «Abre, abre, que tiro el cubo». Y nada, levanto el cubo de basura lleno de agua y, al abrir la puerta, era Manel Comas. Lo empapamos de arriba abajo. Ese fue mi inicio en Badalona.

Claro, porque a ti te lo habían tirado antes.

Sí, estábamos en plena guerra de cubos de agua. Y pensé: «Madre mía, la he liado».

¿Y cuál fue la reacción de Manel?

Nada, luego Manel lo contaba muerto de la risa. Pero en ese momento yo me quería morir. Pensé: «Me van a echar antes de empezar».

El segundo recuerdo que tengo de ese torneo en Italia es que creo que jugamos contra el Scavolini de Pésaro, y jugaba Kikanovic, una de las grandes leyendas del baloncesto yugoslavo. Nada más empezar el partido, se me puso a defender de espaldas.

¿De espaldas?

Sí, me defendió de espaldas, en plan: «Eres un don nadie, un niñato, te desprecio». Yo acababa de llegar a Badalona. Era mi primer o segundo partido con el Joventut, en un torneo amistoso, llevaba dos días entrenando con el primer equipo… Y de repente, una leyenda del baloncesto yugoslavo me hace eso.

José Montero

Qué falta de respeto. Bueno, los yugoslavos las gastaban así.

Sí, no supe qué hacer. Manel Comas me sentó y me soltó un buen sermón. Y lo que sí recuerdo es que pensé: «Chaval, o espabilas o te comen». Eso sí me quedó grabado.

Y espabilaste, claro.

Qué remedio. A base de golpes también se aprende, dicen. Y entonces empezó mi adaptación a Badalona.

¿Vivíais en Badalona o en Barcelona?

En Badalona. Mi recuerdo es el de un niño de 16 años que de repente lo meten en un vestuario de adultos, y con la sensación de que ese no era el sitio donde yo debía estar a esa edad. Ese es el recuerdo que tengo.

Lo pasaste mal en esos inicios.

Sí, porque el recuerdo que tengo es de pasar de jugar con mis amigos del colegio, de mi edad, y en casa con mi hermano, que es tres años menor que yo. Jugábamos a los Madelman y a esas cosas. Y de repente me meto en la dinámica de un grupo de profesionales, donde las conversaciones ya eran de adultos.

Te saltaste algunos pasos de la vida.

Exactamente. Y además fue una época convulsa en el Joventut porque Manel Comas tomó decisiones difíciles, se enfrentó a jugadores y nos obligaron, de alguna manera, a posicionarnos o a definirnos a favor de unos o de otros. Y eso no me gustó nada, nada de nada.

Recuerdo que no disfrutaba. Y un día, antes de Navidad —creo que en octubre, porque Manel dimitió en diciembre— le dije a Manel: «Mira, Manel, yo no quiero seguir jugando en el primer equipo. Quiero jugar con gente de mi edad, quiero disfrutar».

Manel, que probablemente es la persona más relevante de mi vida deportiva junto a Mariano Bartivas y Miquel Nolis, fue el que confió plenamente en mí y me puso de titular con 16 años. Y me dijo una frase que se me quedó grabada para siempre: «Has venido a Badalona, has movido a toda tu familia contigo, no puedes hacer eso». Apreté el culo y p’alante.

Lo que comentas de los jugadores precoces es interesante.

Sí, porque lo he vivido en primera persona y estoy en contra de esos entrenadores que se quieren poner la medalla de haber hecho debutar en la ACB a un jugador con 14 o 15 años. Me parece una barbaridad.

Para apuntarse el tanto ellos.

Claro. Hay que quemar etapas. Si metemos a un niño de 14, 15 o 16 años en una dinámica profesional, lo que estamos haciendo es… Yo siempre hago una reflexión sobre esto: valoramos y juzgamos a jugadores muy jóvenes como si fueran adultos. Vamos al fútbol o al baloncesto y estamos juzgando a chavales de 20 o 25 años como si fueran personas de 40.

Las personas jóvenes cometen errores, es parte de la vida, y los juzgamos muy duramente por esos errores. Creo que no es justo. Y como padre, es algo que siempre me ha preocupado mucho. Mi experiencia en la vida es que los jóvenes pagan muy caros sus errores. Una borrachera, coger un coche y tener un accidente…

Errores que los pueden pagar toda la vida.

Exacto. Podríamos dar dos millones de ejemplos, ¿no?

Sí.

Por eso, lo de quemar etapas demasiado pronto, incluso en jugadores con muchísimo talento, no me convence. Creo que lo que estamos haciendo es crear adultos que en el futuro van a tener problemas de salud mental, ansiedad o lo que sea, en mayor o menor grado.

En mi caso, algo de eso sí hubo. Viví con mucha angustia mis dos primeros años en Badalona. Sentía que tenía que demostrar mucho, que no podía fallar a mis padres ni a mucha otra gente.

Mucha presión.

Sí, sentía que tenía una responsabilidad muy grande encima de mis hombros.

Por entonces, el tema de la salud mental era algo…

Vamos, ni se podía plantear. Era un tema tabú en este país, sí. Pero también tengo que decir que ese primer año fue muy difícil. Además, cuando Manel se fue, tuve una sensación de pérdida y abandono muy grande.

Era la persona que te había llevado al Joventut, quien había confiado en ti siendo muy joven.

Sí, porque además la mujer de Manel y el directivo del Joventut que me fichó, Joan Antoni, y su mujer, Paquita, se hicieron muy amigos de mis padres. Acogieron a mi familia y han sido amigos desde entonces. De hecho, recientemente falleció mi madre y tanto Joan Antoni como Paquita estuvieron en el funeral.

Vacío.
Sí, una sensación de pérdida, de vacío y de pensar: «Estoy solo aquí». Pero, por otro lado, también me endureció. Me dije: «Tengo que sacar esto adelante».

¿Hablabas con alguien o te lo guardabas para ti?

No, solo hablaba con mi padre y mi madre. Hablamos mucho sobre esto. No soy una persona especialmente extrovertida; soy bastante introvertido y tampoco suelo compartir demasiado. De hecho, hoy te estás llevando unas cuantas exclusivas que nunca he contado en mi vida. Y esta es una de ellas.

¿El pensar en dejarlo en tus inicios?

Sí. Mis padres incluso se plantearon: «Oye, pues si lo quieres dejar, lo dejas». Pero sentí que no podía ser, porque había montado todo un cristo para venir a Badalona. Había tomado una decisión importante y no podía echarme atrás.

Tengo que decir que, en esa época, el club estaba buscando su identidad. Manel, el año anterior, había conseguido la Copa Korac, fue el precursor de lo que vino después. Pero el año siguiente fue muy complicado. Pusieron de jugador-entrenador a Jack Schrader, que el pobre hombre no sabía ni por dónde le venía el aire. Pero a partir de la segunda temporada, sentí que el club me arropó muchísimo, más allá de algunas circunstancias difíciles.

Levantas camino.

Sí, ahí empezamos a levantar camino y ya está.

José Montero

Estamos hablando de que tenías 16 años y pasaste por situaciones muy difíciles. Además, te sentías con la presión añadida de haber tomado una decisión que arrastraba a toda la familia. En definitiva, lo pasaste mal en una época en la que la salud mental era un tema tabú.

Eso es. Y además vivía las circunstancias de casa. Mi hermano sufrió mucho esos años porque, claro, a él lo sacaron de su entorno y, al final, a él esa película ni le iba ni le venía. Entonces, sacamos adelante la situación lo mejor que pudimos, gracias a una madre muy fuerte y con unas convicciones muy firmes.

Tuve la suerte de tener unos padres muy comprensivos con todas las circunstancias. Entendían los errores que cometen los jóvenes —faltar al colegio durante una temporada, por ejemplo— y siempre supieron reconducir la situación desde el diálogo y el apoyo.

En aquella época compaginaba los estudios con el baloncesto. Estaba haciendo lo que hoy serían los dos últimos años de Bachillerato —entonces eran tres de B.U.P. y C.O.U.— y, claro, llegué a Badalona y pasé de entrenar cuatro veces a la semana a entrenar tres veces al día.

Entrenaba por la mañana con el primer equipo, por la tarde con el primer equipo y, después, con el júnior. Pero con el júnior apenas jugaba porque ya estaba en la dinámica del primer equipo y viajaba con ellos en la época de Manel. Solo jugaba con el júnior en partidos importantes, como contra el Barça o el Granollers, pero poco más. En esa misma situación estaba Jordi Villacampa.

Te faltaban horas en el día.

Claro. Mis padres me ayudaron mucho. Me pusieron una profesora para recuperar clases porque ellos siempre me dijeron que tenía que ser el conductor de mi propia vida y que no podía dejar de estudiar. Su condición era que, como mínimo, tenía que terminar C.O.U. en el tiempo previsto. Luego, en la universidad, ya podría ir más relajado, y si tardaba seis, siete u ocho años en acabar una carrera, pues no pasaba nada.

Fue un esfuerzo grande, pero valió la pena porque he sido muy feliz en el baloncesto, a pesar de los muchos sinsabores que he tenido.

Tus padres te ayudaron mucho en esa etapa.

Sí, mucho. Creo que fue una de las claves. Si me hubiera ido solo a Badalona…

Como les pasó a varios jugadores de tu época.

Sí, como a tantos y tantos jugadores. Sacar a los jugadores de su entorno familiar tan jóvenes me parece un error. Estoy muy agradecido al club porque hizo todo lo posible para que estuviera en un entorno que fuera bueno para mí. Creo que también lo hizo con Jordi Villacampa, con Rafa Jofresa, con Juanan Morales… En general, con todos los jugadores.

Escuchaste en esos inicios muchas veces: «No puede ser base, es demasiado alto».

Eso me ha acompañado toda la vida. Antonio Díaz-Miguel, que en 1986 me llevó por primera vez a la selección —hice la concentración para el Mundial de España, aunque luego no lo jugué—, había dicho que yo no era un base. Y no fue el único entrenador que pensó eso. No quiero nombrar a más porque no guardo ningún rencor contra nadie, pero lo de Díaz-Miguel lo digo como ejemplo. Decían que no era un base.

Pero Manel Comas lo vio claro.

Sí, Manel Comas fue el precursor de eso. Dijo: «Aquí tenemos que ser como los yugoslavos, que tienen bases de 1,90». La primera persona por la que apostó fue Jordi Villacampa, a quien hizo debutar como base por algún motivo. Y luego, al año siguiente, me vio a mí y dijo: «Esta es la pareja de futuro. Sobre estos dos jugadores hay que construir el futuro del Joventut. Estos son los dos que tienen que jugar atrás». Manel fue un visionario.

Era una época en la que los bases en España eran casi todos bajitos.

Sí, y durante mucho tiempo yo fui el único base alto. Algún jugador salió, muy esporádicamente, pero en general los bases eran pequeños. Incluso en el Barça intentaron formar a un jugador para que fuera el «anti-Montero».

¿Se puede decir el nombre?

No, prefiero no decirlo porque es muy buen amigo. Si lo lee, él sabrá que hablo de él.

Él estaba en el Barça y tú en el Joventut, ¿no?

Sí, y estuvo mucho tiempo enfadado conmigo porque, claro, le metieron la presión de que tenía que ser como yo. Y ese es el gran error. Siempre he dicho que ser base, alero o pívot depende del talento y de la comprensión del juego, no solo de la altura. El baloncesto es un deporte de gente alta, sí, pero mi talento era para jugar de base, no para jugar de alero. Mi comprensión del juego, mi capacidad de dirección… eso era lo que me definía.

Nikos Galis, por ejemplo, medía 1,85 y era un anotador brutal. Si la gente hubiera seguido los cánones clásicos del baloncesto, lo habrían puesto de base y se habría perdido a un gran anotador.

Independientemente de la altura, mira Magic Johnson.

Exacto. Magic Johnson ha sido un referente para mí, mi jugador fetiche. Algún entrenador me hacía ver vídeos suyos para aprender el bote de protección o los cambios de dirección. Lo importante es el talento, independientemente de la altura.

Por eso, en mi época hubo un par de casos concretos de jugadores que eran aleros, pero como medían 1,85 los hicieron jugar de base. Y creo que ahí se perdieron o no tuvieron la carrera que podrían haber tenido jugando en otra posición.

También, por entonces, se acostumbraba a poner etiquetas a los jóvenes con talento que empezaban a destacar: el primer base moderno español (José Antonio Montero), el Toni Kukoč español (Ricardo Peral), el Petrovic de bolsillo (Jordi Soler), Magic Abad (Santi Abad).

Efectivamente. Y creo que eso no les ayudó mucho. Añadía presión sobre ellos y generaba falsas expectativas.

Es una presión añadida con la que cargan en edades de formación.

Claro. Es que no hay nadie igual, no se puede comparar a nadie.

Cada jugador es único.

Exacto. Cada jugador es único, y para mí los entrenadores realmente buenos son los que saben cómo sacar ese talento y ese juego que tiene cada uno, respetando sus particularidades.

José Montero

¿Cómo te acogieron los veteranos del Joventut en aquellos comienzos?

Bueno, los veteranos del equipo en aquella época eran Jordi Ribas —que es el padre de Pau Ribas—, Margall, López Rodríguez (El Sapo), Josean Querejeta —con quien tuve una relación extraordinaria— y Ernesto Delgado. Sobre todo, tuve muy buena relación con los que vinieron de fuera.

Claro, nos llevábamos las broncas que se llevan siempre los jóvenes, y también las burlas y las bromas. Pero pasaban dos cosas: ellos tenían claro el talento que teníamos —Jordi Villacampa lo había demostrado la temporada anterior— y, sobre todo, estábamos protegidos por Manel Comas, que no dejaba que nos marearan más de la cuenta.

En 1983, siendo dos años más joven que algunos de tus compañeros, como Jordi Villacampa, fuiste convocado con la selección española júnior para disputar el Mundial en Palma de Mallorca.

Sí, dos años más joven. Me acuerdo de todos los compañeros, me los sé de memoria. De hecho, tenemos un grupo y hace poco hicimos un encuentro en Zaragoza, organizado por Carlos Pastrana y José Antonio Martín Espíldora. Les estoy muy agradecido por habernos reunido.

Evaristo Blázquez…

Sí, también estaban Villacampa, Vecina, Óscar Peña, Pepe Arcega, Hernangómez, Rementería, Pedro Rodríguez, Carlos Montes y Marrero

El entrenador fue Ignacio Pinedo.

Sí.

Ya habías jugado antes con la selección española juvenil, ¿no?

Sí.

¿Qué recuerdas de aquel Mundial júnior?

Pues fíjate, tengo un buen recuerdo. Jugué de alero porque Ignacio Pinedo decidió que jugaría de alero, y me pasé todos los años de la júnior jugando en esa posición, aunque en el Joventut jugaba de base. No lo digo como crítica, simplemente como un hecho.

Entiendo que al año siguiente, cuando tocó la júnior de mi edad, subió Rafa Jofresa, que estaba en la juvenil de esa época, y hacíamos buena pareja. Jugábamos juntos en el Joventut y ya teníamos cierta compenetración.

Guardo un buen recuerdo porque, primero, quedamos cuartos del mundo, que para aquella época fue un hito. Luego hemos vivido una etapa dorada de las selecciones júnior, pero en aquella época los resultados todavía no eran tan espectaculares. Solo había una medalla de plata de la selección en Roseto, con Romay, Epi, Llorente y Arcega.

Sí, en el 78.

Sí, y también hubo una medalla de bronce de la selección de Fernando Martín en Damasco.

En el Europeo de Damasco, en el 79.

Eso es. También hay una medalla de plata de la selección juvenil con Miquel Nolis, en el 82 o el 83, pero vamos, era algo excepcional. No había mucho más.

Quedar cuartos del mundo en ese Mundial fue un gran logro. Y, a título individual, también me fue bien porque, siendo dos años más pequeño, salí elegido en el segundo quinteto ideal. Así que quedé satisfecho. Hombre, me aburría un poco jugando de alero, pero bueno… al menos me divertía jugando.

Y fíjate qué nombres había en aquel campeonato. En la Unión Soviética estaban Sabonis, Marciulionis, Tikhonenko o Volkov.

Lo sé. Todos ellos luego han sido muy amigos míos. Y lo siguen siendo.

¿Sí?

Sí, porque coincidí mucho con ellos.

¿Cuando estabas en la Federación Española?

Sí, con todo el tema de FIBA. Además de que hemos tenido vidas de crecimiento paralelo por edad, por ejemplo, Sabonis fue presidente de la Federación Lituana y Volkov fue presidente de la Federación de Ucrania cuando se clasificaron para el Campeonato del Mundo de 2014, que yo ayudé a organizar.

Marciulionis también quiso ser presidente de FIBA Europa y le dimos apoyo. Y ya en nuestra época de jugadores tuvimos relación. Muchos de ellos jugaron en España. Sabonis jugó en España, Tikhonenko también.

Empezamos a coincidir en el Campeonato de Europa juvenil de 1981 en Atenas. Petrovic también estuvo en ese campeonato. Y Detlef Schrempf.

José Montero

¿Quién impresionaba más por entonces?

Lo de Sabonis en el Europeo juvenil del 81 fue… impresionante. Medía 2,12, cogía el rebote y hacía coast to coast, salía botando el balón, no se lo quitaba nadie, pegaba unos brincos y la metía para abajo que te morías.

Es que nosotros hemos visto al Sabonis lesionado, pero cuando no estaba lesionado era algo extraordinario. Yo incluso digo que Sabonis cojo, casi como el Cid Campeador, hizo campeona olímpica a la Unión Soviética en Seúl. Se comió con patatas fritas a David Robinson y a todos los demás, y estaba cojo, que no podía ni andar. Lo sacaban ahí, como el Cid Campeador.

Sabonis, junto a Petrovic y Kukoc, probablemente son los mejores extranjeros contra los que he jugado. Son los que más me han marcado. Seguramente me dejo alguno, pero creo que esos tres han sido jugadores extraordinarios.

También Volkov, que fue el primer jugador interior que empezó a jugar de cara al aro. Y Marciulionis, que era una bestia de la naturaleza, con una técnica individual extraordinaria. Bueno, que me enrollo…

También estaba en aquel Mundial júnior Detlef Schrempf, el alemán.

Sí, ya se veía el potencial que tenía.

Los de aquella selección española júnior os volvisteis a reencontrar hace dos o tres años en Zaragoza, 40 años después.

Sí, fue muy bonito, un reencuentro muy especial. En eso juega un papel muy importante Carlos Pastrana. ¿Te acuerdas que te dije que luego hablaría de Carlos Pastrana, el delegado de la selección juvenil en la que jugué por primera vez?

Carlos Pastrana ha sido un friqui del baloncesto. Él no se ha ganado la vida con el baloncesto; ha tenido su trabajo —trabajó mucho tiempo en Nike y en Reebok—, pero cuando se jubiló, después de haber sido durante muchos años delegado de las selecciones inferiores españolas, se dedicó a recopilar la información de todos los jugadores.

Ha ido aglutinando a todo el grupo, organizando comidas, reuniones… Y es muy bonito, 40 años después, volverte a ver con todos ellos. Fíjate, Guillermo Hernangómez hoy es el padre de dos jugadorazos, y reencontrarte con gente después de tanto tiempo es una experiencia muy bonita. Me parece una labor extraordinaria lo que está haciendo Pastrana.

Volviendo al Joventut, ¿cómo era la convivencia con los Jofresa, sobre todo con Rafa, que fue con el que más temporadas compartiste en Badalona y con el que te disputabas el puesto de base?

Te hablo de Rafa Jofresa. Creo que fuimos capaces de compaginar bien el hecho de jugar los dos en la misma posición. Al final, cuando dos jugadores comparten posición es lógico que haya cierta competencia, porque todos queremos jugar y todos pensamos que deberíamos jugar más que el otro.

Pero creo que Rafa y yo conseguimos un equilibrio, una relación personal sana y honesta. Y en los dos últimos años que estuve en Badalona, especialmente con Herb Brown y en el año que ganamos la Copa Korac, compartimos mucho tiempo jugando juntos. Fue una relación muy sana.

Fueron pasando muchos americanos por el Joventut y algunos de ellos eran muy peculiares, como Reggie Johnson, del que me contaron que acostumbraba a llevar una mariconera cuando salíais a tomar algo, y dentro tenía un muelle para fortalecer los dedos de las manos. Así luego era capaz de destrozar una manzana con una sola mano.

Sí, cogía la manzana y la rompía. El resto ni siquiera éramos capaces de marcarla, pero él la rompía con una mano.

De todos los años que jugué en Badalona, Reggie Johnson ha sido el mejor americano con mucha diferencia. Con muchísima diferencia, a todos los niveles. Era un señor fuera de la pista, un compañero extraordinario y un jugador que cambió al equipo.

Después de que yo me fuera, llegaron Corny Thompson y Harold Pressley, que también coincidieron con la mejor época del Joventut, la época de los títulos. Pero para mí, Reggie fue el mejor.

He tenido buena relación con algunos otros americanos. Por ejemplo, con Lemone Lampley hice muy buena amistad; era un tío divertidísimo.

Greg Stewart.

Sí, Greg. Hice mucha amistad con Greg Stewart. Sabes que falleció muy pronto también. Pero Mike Schultz fue un jugador extraordinario.

Y luego tuvimos a uno que vino de Valladolid… ¿cómo se llamaba? Aíto se lo cargó enseguida. Estuvo solo dos meses porque era demasiado bueno para el entrenador que teníamos y pensó: «Uf, voy a tener problemas con este»

Walter Jordan.

¡Eso es! Walter Jordan, un jugador extraordinario.

Tus compañeros españoles en el Joventut fueron, entre otros, Margall, Villacampa, Andrés Jiménez, Xavi Crespo, los Jofresa… ¿Con quiénes tuviste mejor relación?

Hubo una época en la que Jordi Villacampa, Rafa Jofresa, Xavi Crespo y yo éramos inseparables. También con Rafa Vecina.

Miki Abarca también fue muy buen amigo. Andrés Jiménez fue un capitán extraordinario en el Barça. Es el jugador con el que he jugado más años, junto a Margall y Villacampa. Jugué nueve años con cada uno de ellos. Eso no se puede olvidar.

De Margall tengo que decir que es el mejor jugador con el que he jugado.

¿Como compañero de equipo?

Sí. Margall tenía un carácter fuerte y era muy exigente. Siempre se lo he dicho y me sabe mal porque a veces chocábamos un poco, pero era una delicia verle jugar.

No he conocido a nadie que entendiera tanto el baloncesto como Margall. Todo el baloncesto le salía de forma natural, tan sencillo, que prácticamente no necesitaba ni entrenar. Así como digo que Epi es el jugador más determinante con el que he jugado —me causa una gran admiración por su fortaleza mental y me ha parecido un ser extraordinario como jugador de baloncesto—, Margall era diferente.

Margall hacía mejores a los demás. Epi te hacía campeón, pero Margall conseguía que el equipo jugara mejor. Era capaz de decirte: «Tú dame la pelota que hoy te voy a hacer famoso». Y acababa el partido y pensabas: «¡Ostras! He metido 15, 16, 18 o 20 puntos porque me ha puesto un bloqueo perfecto aquí, me ha dado un pase allí, ha aclarado el juego en otro momento…»

Y luego, los dos —Epi y Margall— tenían algo en común: en los momentos difíciles del partido siempre querían el balón. Siempre sabías que en los momentos clave se lo tenías que dar a ellos.

Recuerdo que en una ocasión Margall me dijo: «Yo siempre tengo un lema, el baloncesto es un deporte de listos. ¿Cuál es la altura más importante del jugador? La que hay entre las cejas y el cabello, es decir, la frente para pensar. La diferencia es la cabeza».

Margall tenía un talento innato para la comprensión de este juego que yo no le he visto en nadie, en algún yugoslavo, pero en muy poca gente.

José Montero

Has tenido muchos entrenadores a lo largo de tu etapa en el Joventut. ¿Qué destacarías de cada uno de ellos? ¿De quién aprendiste más?

Nolis fue un entrenador extraordinario, aunque quizá no se sintiera cómodo en el ámbito profesional. A nivel de conocimientos era excepcional. Hay que recordar que Miquel Nolis entrenó a toda la generación del Barça cuando llegó Zeravica, es decir, Sibilio, Epi, Solozábal, De la Cruz… Probablemente ha sido el entrenador más influyente en el baloncesto español, ya que la mayoría de los jugadores jóvenes importantes que ha habido en este país han pasado por sus manos. Creo que Antonio Martín comentó algo parecido recientemente en unas declaraciones.

Alfred Julbe, a mi modo de ver, fue extraordinario y poco valorado. No he conocido a nadie con mayor intuición para leer y entender un partido. Tenía un talento increíble para preparar los encuentros. Me acuerdo de las estrategias que diseñaba contra el Madrid y el Barça; hacíamos cosas que los descolocaban por completo. Era brillante, aunque le faltaba constancia.

El primero que tuve fue Manel Comas, una auténtica fuerza en el banquillo. Sabía cómo cambiar la dinámica de un partido, jugar con los árbitros, provocar técnicas para modificar el rumbo del encuentro. Era un apasionado del baloncesto.

Después de Manel Comas, tuve a Joaquim Costa, que además fue ayudante de Ignacio Pinedo en la selección júnior. Probablemente es una de las personas con más pasión por el baloncesto que he conocido. No puedo juzgarlo mucho como entrenador porque solo lo tuve durante seis meses, más allá de la selección júnior. Tampoco tuvo muchas oportunidades para entrenar posteriormente, pero le tengo mucho cariño.

Luego llegó Jack Schrader, una situación complicada porque fue entrenador y jugador al mismo tiempo. Era curioso cuando decía: «Salimos tú, tú… y yo». Recuerdo a una persona frustrada porque sufrió una grave lesión de rodilla. Había sido un jugador extraordinario en el Cotonificio, pero la rodilla no le respondía. Quería jugar, pero no podía, y eso le afectaba también en su papel como entrenador.

Después de Schrader llegó Aíto, una personalidad muy compleja. Luego, como mencioné antes, tuve a Nolis y posteriormente a Julbe. Más tarde nos dirigió Herb Brown, con Pedro Martínez como asistente, aunque Brown fue destituido al poco tiempo.

¿Qué significó Herb Brown para el Joventut?

Herb Brown me parece una de las personas más importantes en la historia del Joventut. Era una persona difícil, muy desconfiada, pero profesionalizó al Joventut Badalona. A mi modo de ver, una gran parte de los éxitos que tuvo el club fueron consecuencia directa de ese proceso de profesionalización que impulsó Herb Brown. Jordi Villacampa y yo, cuando ganamos la Copa Korac, le regalamos una réplica del trofeo. Se la merecía. Se emocionó mucho. Creo que la Penya le debe mucho.

¿Por qué lo despidieron?

Lo despidieron porque insultó a un directivo.

Jordi Villacampa mencionó que tuvo que ver con unas apuestas en los tiros libres.

Herb Brown fue despedido porque los directivos del club no estaban preparados para la transformación que él proponía. Quería profesionalizar el club, pero los directivos no estaban dispuestos a aceptar esos cambios. Herb era una persona temperamental y directa, y eso generaba tensiones.

Con él hacíamos un concurso de tiros libres al final de cada entrenamiento. Nos dividía en dos equipos de seis jugadores y teníamos que anotar doce tiros libres seguidos. El equipo ganador se llevaba unos 50 euros, una cantidad simbólica para la época. Pero Herb le pedía ese dinero a los directivos, y ellos le decían que no.

Antes de jugar la semifinal de la Copa Korac en Sarajevo, Herb pidió el dinero al gerente para organizar el concurso en el entrenamiento previo al partido. El directivo volvió a negárselo, y me imagino que Herb acabaría poniendo el dinero de su bolsillo. El partido fue muy complicado: al descanso perdíamos de 20, pero conseguimos remontar y terminamos empatados. Como era una eliminatoria a doble partido, el empate nos servía. La tensión fue enorme.

Cuando terminó el partido, en el autobús de vuelta, Herb Brown se dirigió al directivo que le había negado el dinero y lo insultó gravemente. Fue el detonante de su despido.

Creo que detrás de esa decisión también hubo otras razones. Los directivos veían que ese año íbamos a ganar algún título. Habíamos jugado la final de la Copa del Rey contra el Zaragoza, éramos favoritos y la perdimos, pero habíamos terminado primeros en la fase regular de la liga. Finalmente, ganamos la Copa Korac contra el Scavolini de Pesaro, dirigido por Sergio Scariolo.

¿Qué papel tuvo Walter Magnifico en la salida de Herb Brown?

Creo que el Joventut ya tenía el fichaje de Lolo Sainz cerrado, y eso les dio la excusa perfecta para despedir a Herb Brown. Hubiese sido complicado justificar el despido de un entrenador que acababa de hacernos campeones.

Hasta ese momento, habíamos jugado ocho finales y no habíamos ganado ninguna, más allá de alguna Copa Príncipe de Asturias, pero nunca una liga, una Copa del Rey o un título internacional. Por eso creo que ese fue el verdadero motivo de su despido: tenían a Lolo atado. Estoy seguro de ello porque ese año Lolo intentó ficharme para el Madrid, pero de repente dejó de llamarme.

El baloncesto alcanzó un nivel de popularidad enorme en aquellos años. ¿Cómo era vivir en Badalona en esa época?

Vivir en Badalona en aquella época era asfixiante. Todo el mundo opinaba y comentaba sobre el equipo, para bien o para mal. También se perdieron muchas finales, y la gente no dudaba en recordarlo.

En Badalona mucha gente perdió de vista que, de repente, aparecieron cuatro chavales de 20 años, con la incorporación de Jiménez durante tres temporadas, pero aún muy jóvenes. Es cierto que llegamos a ocho finales importantes —entre títulos de liga, Copas del Rey y competiciones europeas— y las perdimos.

Pero el valor estaba en que competíamos y cuestionábamos el orden establecido.

Me fui de Badalona en 1990, justo antes de la llegada de Lolo Sainz, Obradovic y todo lo que vino después. Me marché al Barcelona pensando que allí podría vivir algo que en Badalona ya parecía imposible. Sin embargo, los cuatro primeros años de los siete que estuve en el Barça fueron muy convulsos. Fue un proceso de reconstrucción complicado, con Maljkovic y Aíto enfrentados, y todas las tensiones que eso generaba en el club.

Por eso me siento muy orgulloso de haber contribuido a reconstruir el equipo y de haber ayudado a ganar tres ligas seguidas.

¿Cuestionabais la hegemonía del Madrid y el Barcelona?

Sí, le estábamos plantando cara al Madrid y al Barcelona, que en aquella época se repartían todas las ligas. Que nosotros irrumpiéramos y llegáramos a ese nivel era casi un milagro. Es verdad que en el año 84 o 85 jugamos una final contra el Madrid. Ganamos el primer partido en su cancha de 21 o 22 puntos. Alguien debería preguntarse por qué perdimos aquella final, porque deberíamos haberla ganado.

¿Por qué la perdisteis?

Siempre he pensado que quizá no se quiso ganar.

¿Por qué crees eso?

Porque llegamos al campo del Madrid después de haber eliminado al Barça y con una confianza enorme.

Y ganasteis el primer partido en Madrid de forma contundente.

Sí, y pasaron muchas cosas extrañas.

¿En el primer partido?

Ya desde el primer partido. En toda la eliminatoria ocurrieron cosas raras.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, que el día del partido apareció publicado en Marca el sistema que íbamos a utilizar. Y aun así ganamos. Lo curioso es que no vi ni a un solo periodista en aquella reunión.

José Montero

¿En los entrenamientos?

No, en la reunión previa al partido, el día antes. Preparamos la estrategia y al día siguiente apareció publicada en Marca.

¿Todo lo que habíais preparado apareció publicado?

Sí, todos los dibujos que habíamos hecho en la pizarra. Y aun así ganamos el primer partido. El segundo fue más complicado, y en el tercero estuvimos a punto de ganar. Pasaron muchas circunstancias extrañas.

Creo que el verdadero mérito estaba en cuestionar la hegemonía, más que en haber ganado títulos. Ojalá los hubiésemos ganado, porque entonces la historia habría sido diferente para todos nosotros, especialmente para aquel equipo. Pero el valor estaba en que eliminamos al Barcelona en aquella semifinal y conseguimos plantar cara a los grandes. Éramos cuatro chavales de un equipo modesto, sin capacidad económica para competir contra dos gigantes que se sostenían con el dinero del fútbol.

Pusisteis las bases para los éxitos que vinieron después.

Sí, lo que hizo el Joventut Badalona tiene un valor incalculable. La prueba es que, 30 años después, eso no se ha vuelto a repetir y probablemente no vuelva a ocurrir. ¿Quién empezó a construir todo eso?

Vosotros.

Todos: entrenadores, jugadores y directivos. Pero fue Manel Comas quien encendió la luz. El club tuvo clara la cultura que quería construir: un equipo con jugadores de la casa, formados en el club, en un entorno de armonía.

Y cuando salías a la calle, la gente os lo hacía notar.

Claro. La gente en Badalona es muy apasionada. Cuando ganabas, todo era maravilloso. Pero el día que perdías contra el Madrid, enseguida te decían: «Vaya partido que has hecho hoy…». Llegó un punto en el que era difícil convivir con esa presión. Al final, muchos acabamos viviendo fuera de Badalona para estar más tranquilos.

Badalona tenía ese doble filo: te hacía sentir muy querido, pero esa misma cercanía también se traducía en críticas directas cuando las cosas no salían bien.

Volviendo a las finales perdidas durante tus años en el Joventut, no hay que olvidar los equipos que tenían el Real Madrid y el Barcelona por entonces: Brian Jackson, Wayne Robinson, Fernando Martín, Corbalán…

Es que lo has dicho todo. Basta con empezar a citar los jugadores del Madrid y del Barça.

En la primera mitad de los ochenta, el Madrid dominaba en España, y después llegó la hegemonía del Barça. Eran dos auténticos transatlánticos.

Es que el Barça de las 4 ligas consecutivas, una Copa del Rey en Tenerife nos la gana en la prórroga.

¿Qué os faltó? ¿Érais demasiado jóvenes?

Creo que nos faltó un poco de suerte y confianza en nosotros mismos. Probablemente también que otros creyeran que éramos capaces de hacerlo.

¿Hay que perder finales para luego ganarlas?

Claro. Con el paso del tiempo, lo veo así. Esta generación maravillosa del Barça que ganó cuatro ligas consecutivas… ¿cuántos años estuvieron para lograr dos títulos seguidos ante el Madrid? Hasta la primera de las cuatro ligas del Barça, ¿cuántas había ganado el Madrid?

El Real Madrid, desde la temporada 81/82, que es cuando llegas al Joventut, hasta la primera de las cuatro consecutivas del Barça, había ganado cuatro ligas en cinco años, y tres de manera consecutiva.

Ahí lo tienes. Esa generación del Barça acabó ganando cuatro ligas, por supuesto, pero para llegar a ese nivel tienes que cuestionar el orden establecido. Y creo que ese cuestionamiento no se ha valorado lo suficiente.

No pasaste desapercibido para la NBA. Fuiste el segundo español, tras Fernando Martín, elegido en el draft. Los Atlanta Hawks te seleccionaron en el 87 e incluso te mandaron una carta para invitarte al campus de verano. Sin embargo, te enteraste de esa carta demasiado tarde. ¿Qué pasó?

¿Que cómo fue eso?

Antes de entrar en detalles, ¿te había llegado hasta entonces algún interés de la NBA?

Cero, cero patatero. La noticia me la dan estando en Italia en un torneo que jugábamos en Reggio Calabria.

Previo al Eurobasket del 87.

Sí, previo al Eurobasket del 87. Y no sé quién me llamó para decirme que estaban no sé qué, pensé que era una broma de mis compañeros, y dije algo así: «Vete a freír vientos con la puta broma».

¿No recuerdas quién te llamó?

No, no me acuerdo, pensé que era un compañero de equipo que me estaba haciendo una broma. Vamos a hablar de esa historia.

(Le enseñamos la carta y él me muestra y me manda todos los documentos que le enviaronlos Atlanta Hawks y que sigue conservando).

José Montero

¿Esa carta de dónde la has sacado?

Está por internet, creo que había alguna copia en el Museo FEB.

Sí, la carta la conozco bien. Te cuento la historia.

La historia de la carta empieza por el hecho de que, salvo en el último año de mi carrera, cuando me fui a jugar a Francia, nunca tuve agente. Siempre he llevado personalmente las negociaciones, con la ayuda de algún abogado, pero sin agente.

En el verano del 87 estábamos preparando el Eurobasket en Reggio Calabria cuando me llamó un periodista —no recuerdo quién fue— para decirme que estaba en el draft de la NBA. Pensé que era una broma de mis compañeros de selección, así que lo mandé a paseo. Además, en esa época yo era joven en comparación con los veteranos, así que lo tomé como una broma.

Sin embargo, dos o tres días después salió publicado en la prensa. Me llamó mi mujer para decirme que había visto la noticia en Madrid.

Después del torneo de Reggio Calabria tuvimos unos días de descanso y fui a Badalona. Miqui Forniés me hizo una foto con la camiseta y la gorra de los Atlanta Hawks. Esa foto apareció en algún periódico, pero nunca supe nada más.

Seis o siete meses después del draft, cuando estaba renovando mi contrato con el Joventut, subí a las oficinas del club. Había unos cajones donde nos dejaban las cartas. Al fondo de uno de ellos, revolviendo bastante, vi un sobre naranja que me llamó la atención. Lo miré y ponía «Atlanta Hawks» y «José Antonio Montero». Lo abrí y dentro estaban el contrato, los billetes de avión y toda la propuesta para que me fuera a los Hawks.

¿Para hacer el campus ya de ese verano?

Sí, pero claro, ya habían pasado 6 meses, ya había perdido la oportunidad. Claro, ¿qué es lo que pasó? Uno, hay que ponerse en antecedentes, es una época en la que no hay móviles etcétera etcétera. Dos, no es la época de la globalización, yo no tenía agente, esta gente, no sé por qué, no debió saber cómo localizarme y no se le ocurrió otra cosa que enviar la carta al club, el club debió ver la carta y pensó: «No se la demos, no vaya a ser que nos pida más dinero en la renovación». Y lo uno por lo otro la casa sin barrer. Y 6 meses después… y nada, esa es la historia.

Pero cuando subiste al despacho…

El derecho al pataleo, nada más.

¿Ibas buscando algo? ¿Cómo la encontraste?

No, nosotros teníamos como una especie de taquilla o de sitio donde la gente enviaba cartas a nuestra atención. Había uno que te decía: «Me gustas mucho como jugador, fírmame un autógrafo». Otro te enviaba un rollo de papel higiénico y te decía: «Eres como el culo de jugador, vete a freír monas». Había de todo, hombre, normalmente era gente que te escribía para pedirte un autógrafo. Yo sé de algún compañero que sus padres le ayudaban y contestaba a todo el mundo, yo no contesté a nadie porque no tenía tiempo para… bueno, no pensé que fuera muy importante.

¿Y tu primera reacción cuando descubres todo?

Cagarme en Buda. Me sentó mal, y al directivo que estaba en aquel entonces, que me iba dando largas, y que me iba diciendo: «No sé qué y no sé cuántos…», y que estaba con la renovación, cuando descubrí lo de la carta ya había renovado, y entonces le dije que el siguiente contrato le costaría más. El siguiente contrato ya no firmé más, ya está.

¿Recuerdas quién fue la primera persona con quien hablaste cuando encontraste la carta?¿Llamaste a tu mujer?

Me lo llevé y se lo debí decir, es que ni me acuerdo, se lo debí decir a mi mujer: «Mira lo que me han hecho».

Conservas esa carta.

Sí, la conservo, tengo varias copias, una la doné al Museo de la Federación.

Esa carta también incluía tu contrato, ¿no?

Sí, estaban los contratos. En el contrato figuraba el dinero que me iban a pagar por estar allí entrenando durante un mes. La verdad es que no le di demasiada importancia, ninguna en realidad. En aquella época estaba estudiando Medicina, y cuando volví en verano me extrañó que nadie me dijera nada. Pero como llegué del Campeonato de Europa y enseguida tuve que ponerme a estudiar para los exámenes de septiembre, lo dejé pasar.

Fue un gran error. Habría sido una operación de marketing extraordinaria y, sobre todo, una experiencia fantástica. Pero como nadie me llamó…

Cuando terminé mi carrera deportiva, Sasha Volkov, que en aquella época jugaba en Atlanta y con quien hice una gran amistad como jugador —y después también—, me preguntó un día en una reunión de la FIBA: «Oye, ¿por qué narices no viniste a la NBA?». Entonces le expliqué la historia.

Es increíble…

Él tampoco lo entendía. Y en 2014, cuando Ucrania se clasificó para el Mundial, yo era el director de organización y operaciones, y el entrenador de Ucrania era Mike Fratello. Sasha Volkov me hizo contarle la historia a Fratello. Cuando terminé, Fratello me dijo: «No lo entiendo, ¿por qué no viniste? Yo te quería allí, queríamos probarte». Le expliqué lo que había pasado y él solo decía: «No me lo puedo creer».

O sea, que hablaste con Mike Fratello en 2014, el que podría haber sido tu entrenador en los Atlanta Hawks.

Sí.

Entonces, ¿habrías ido a probar al campus de verano si la carta te hubiese llegado a tiempo?

Bueno, no le di demasiada importancia. También te diré una cosa: en aquella época pensaba que jugadores como yo, con mis características, había dos millones. Quizá, si hubiera nacido en la época actual, habría pensado que tenía más posibilidades porque ahora hay más jugadores europeos en la NBA.

Antes, el primero había sido Glouchkov, luego Fernando Martín y, después, llegaron los rusos, que en aquella época estaban a años luz de nosotros.

Pero el detalle del club… me imagino que fue una forma de esconder la carta para no perder al jugador o para facilitar la renovación.

Para la renovación.

Exacto, para la renovación. Con la perspectiva del tiempo, no fue un detalle bonito, pero tampoco guardo ningún rencor.

Sinceramente, creo que el hecho de que estuviera en el draft de la NBA no ha sido muy reconocido a nivel nacional. El primer jugador español fue Fernando Martín, luego estuve yo y, después, pasó mucho tiempo hasta que hubo otro jugador en el draft.

José Montero

Sí, diez años hasta que fue seleccionado Roberto Dueñas.

Exacto. Hay un montón de jugadores de aquella época que no llegaron a estar en esa situación. Pero bueno, qué le vamos a hacer. Es lo que hay.

(Revisamos y comentamos los documentos que le enviaron a José Antonio Montero los Atlanta Hawks y que nos cede de manera muy generosa para la entrevista).

Carta de los Hawks

Está la carta de presentación y también los contratos.

Sí, los contratos, los billetes de avión y la propuesta económica.

¿En caso de que ficharas por ellos o solo por ir al campus?

No, no, solo por ir al campus. Eran varios miles de dólares por estar allí un mes. Era una fortuna, más dinero del que ganaba en el Joventut en aquella época.

¿En un año?

Sí, en un año.

O sea, habrías ganado más en un mes en Atlanta que en un año en el Joventut.

Eso es.

(Seguimos comentando los documentos de los Hawks).

Mira, este es el sobre que encontré.

Qué bueno.

Ves, Ausiàs March, Badalona.

¿Podemos incluir todo esto en la entrevista?

Te lo voy a pasar para documentar la historia… para que todo el mundo vea que es verdad, que no me lo estoy inventando.

Muchas gracias. Los contratos están firmados por ellos, solo falta tu firma.

Sí, falta la mía.

¿Te sentiste engañado?

(Resopla).

Te vas del Joventut ganando la Copa Korac 89/90 en casa, haciendo un partidazo en la vuelta en Badalona con 28 puntos y cinco triples anotados.

Fue una satisfacción enorme. Me he preguntado muchas veces por qué el Joventut no quiso renovarme el contrato justo en ese momento. Me sentía tan identificado con el club, estaba tan implicado emocionalmente, que creo que habría renovado. Pero las circunstancias no se dieron. La oferta tardó en llegar y, cuando llegó la definitiva, ya había decidido valorar otras opciones. Y las valoré. Fue el momento de irse al Barça.

¿Cómo se fueron sucediendo los hechos durante aquella temporada? Se habló de una puja muy fuerte entre el Madrid y el Barcelona por ti.

Sí, pero ese año empezó muy pronto. Lolo Sainz era el general mánager del Madrid y quiso ficharme. La primera conversación con él fue en noviembre del 89. Después sucedió lo de Fernando Martín y estuvimos un tiempo sin hablar. En enero o febrero, el Barça me llamó.

Acababas contrato con el Joventut, ¿verdad?

Sí, acababa contrato. A Lolo le dije: «Mira, Lolo, no quiero avanzar mucho en este tema, quiero esperar al final de la temporada». Creo que él lo puede corroborar. También le dije: «Lo único que te digo es que a mí me gustaría seguir en Badalona, eso es muy importante para mí. Sé que Badalona te va a hacer una propuesta. Lo único que quiero es que, si aceptas la oferta de Badalona, me lo digas para poder tomar mi decisión». Para mí era muy importante que él pudiera estar en Badalona.

Pero Lolo dejó el club y entró Pedro Ferrándiz en su lugar.

En el puesto de Lolo.

Sí. Ferrándiz fue muy insistente. La anécdota que tengo con él es que le dije que no quería hablar de mi futuro hasta que terminaran los playoffs. Perdimos el playoff contra el Barça y, a la mañana siguiente, Ferrándiz me llamó a las ocho de la mañana a mi casa y me dijo: «Ya se han acabado los playoffs, ¿hablamos de la renovación?». Eso me decidió a no fichar por el Madrid. Me pareció… no sé, inapropiado.

En ese momento tampoco tenía una oferta definitiva del Joventut. Entonces apareció el Barcelona, que me hizo una oferta en firme. Es cierto que en la operación intervino Joan Gaspart, que años antes ya había intentado ficharme para el Barça. En aquella ocasión le dije que tenía tres años de contrato con el Joventut y que pensaba cumplirlos.

Joan Gaspart había tenido relación profesional con mi padre y con mi tío por temas de hoteles. Me comprometí con el Barça una mañana y, esa misma tarde, recibí la oferta del Joventut. Pero ya había dado mi palabra al Barcelona y, como me han enseñado, cuando das tu palabra tienes que cumplirla.

Es cierto que Lolo me llamó. Yo sabía, cuando aún no lo sabía nadie —unos dos meses antes de que terminara la temporada—, que Lolo iba a ser el entrenador del Joventut.

¿Y qué te dijo Lolo en esa llamada?

Lolo me dijo: «Me ha hecho una oferta el Joventut. El año que viene voy a ser el entrenador del Joventut Badalona. Te lo digo por lo que comentamos sobre tu decisión». Le respondí: «Gracias, Lolo, lo valoro mucho». Y me fui al Barcelona.

¿Ya habías hablado con el Barcelona cuando recibiste la llamada de Lolo Sainz?

No, Lolo me llamó antes. Luego valoré la situación. Me fui al Barça porque la oferta era prácticamente irrechazable y todavía no tenía una oferta definitiva del Joventut.

Sinceramente, creo que si el Joventut me hubiera hecho una oferta importante después de ganar la Copa Korac, habría renovado. Recuerdo que desde la celebración de la Korac hasta el final de temporada, en el ayuntamiento solo se escuchaba: «Montero, quédate; Montero, quédate». En el pabellón, cada día se repetía lo mismo, incluso había algunas pancartas pidiéndolo.

Pero el Joventut ese año fichó a Ferrán Martínez y creo que centraron todos sus esfuerzos económicos en ese fichaje. Supongo que pensaron —y con razón— que con los hermanos Jofresa tenían el puesto bien cubierto. Además, en un club como el Joventut, fichar a un jugador que venía del Barça fue muy relevante para ellos, así que se centraron en Ferrán.

No guardo ningún rencor. Quizá se confiaron y pensaron que acabaría renovando, pero las circunstancias fueron las que fueron.

La oferta del Joventut era muy inferior a la del Barça y, además, llegó tarde.

Sí, sobre todo llegó tarde. Todo se desatascó al acabar la temporada porque Joan Gaspart se metió por el medio. Esa fue la realidad.

Pedro Martínez fue tu último entrenador en el Joventut. Sustituyó a Herb Brown al final de la 89/90.

Sí, Pedro Martínez fue el entrenador con el que ganamos la Copa Korac. Ya en 1990 se veía que iba a ser un entrenador importante. A estas alturas de su carrera, creo que Pedro ya merecería haber dirigido a un equipo como el Madrid o el Barcelona. Es un entrenador extraordinario.

Pedro heredó un equipo que ya tenía una dinámica ganadora, pero tuvo la inteligencia suficiente para dejar que el equipo volara solo en lugar de intentar imponer su sello.

José Montero

Dejar que la inercia del equipo siguiera funcionando.

Exacto. Eso demuestra su inteligencia. No solo ganamos la Copa Korac, sino que estuvimos muy cerca de ganar la liga. Creo que nos faltó un poco de suerte en los momentos clave. Lástima que se nos escapara aquella final. Habría sido la guinda perfecta.

¿Cómo se tomó la Penya tu decisión de irte al Barça?

Los aficionados, fatal. Los directivos… tengo mis dudas. Deberías preguntarles a ellos.

Está claro que la afición fue muy dura contigo, pero ¿cómo se comportaron tus compañeros? ¿Esperabas que en el club hubieran sido más comprensivos contigo?

Bueno, lo entiendo todo. La línea entre el amor y el odio es muy fina: cuanto más amor, más rechazo provoca después. Me he sentido muy querido en Badalona toda la vida, y cuando me marché, la reacción fue la típica en estos casos.

Otra cosa diferente es que algunos descerebrados, como hay en todos los clubes, el día que jugaba contra el Joventut se plantaban delante de mi casa y la llenaban de banderas de la Penya. Me llamaban al teléfono fijo hasta las cinco de la mañana para no dejarme dormir. 

¿Vivías en Barcelona?

Vivía en Alella.

¿Se plantaron delante de tu casa?

Sí, delante de mi casa. La empapelaron con banderas del Joventut. El día que jugaba en Badalona, me llamaban al teléfono fijo toda la noche para que no pudiera descansar. La primera vez que volví a jugar allí, me lanzaron puñados de monedas desde la grada. Recuerdo que algún compañero del Barça me dijo: «Nunca habíamos visto algo así en una cancha de baloncesto».

¿Qué le vamos a hacer? Había sido un jugador muy querido que, de repente, decidió marcharse. Me respondieron con el mismo rechazo que amor me habían dado. Es así.

De un extremo al otro.

Sí. Es cierto que eché de menos un poco más de comprensión por parte de algunos compañeros. Somos profesionales y tomé una decisión, pero bueno… La vida es así. Lo entiendo. No guardo ningún rencor en ese sentido.

¿No guardas rencor?

No.

Lo pasaste mal, pero supongo que también fue muy duro para tu familia.

Sí, muy duro. Mi mujer y mis suegros son de Badalona. Mi suegro había sido directivo del Joventut en otra época —no cuando yo era jugador— y eran abonados al club. Mi cuñado también había jugado en el Joventut. Eran de la Penya de toda la vida.

Sufrí mucho por ellos, porque hubo mucha gente que les hizo el vacío en Badalona. Pero la prueba de amor que me demostraron mis suegros, después de que yo tomara la decisión de abandonar Badalona, fue una gran lección de vida y un legado enorme que me dejaron.

Me sabe mal porque sé que sufrieron mucho y que les causé dolor, pero en aquel momento pensé que la decisión era lo mejor para mí y para mi familia. No me arrepiento.

También mi mujer. Recuerdo su disgusto el día que le dije que había decidido irme al Barça porque la oferta era irrechazable. Pero enseguida me apoyó y estuvo a mi lado en todo. Ese camino en el Barça lo hicimos juntos, en lo bueno y en lo malo, y le estaré eternamente agradecido por su apoyo.

Siempre he dicho que en Badalona me hicieron jugador de baloncesto y en el Barça me hicieron hombre. Con eso me quedo. Eso es lo que ha habido.

El baloncesto de entonces era muy salvaje, tanto dentro como fuera de la cancha. Lo que has vivido parece impensable hoy en día.

Claro, era una época en la que los jugadores prácticamente empezaban y se retiraban en los mismos clubes: Epi, Solozábal, Villacampa…

Los españoles.

Sí, bueno, es lo que había.

Tu etapa en la selección española. Me has dicho que estuviste en la gira de preparación del Mundial de España del 86, pero finalmente no lo jugaste.

Fui de invitado y me salieron bien las cosas en los partidos de preparación. Pero al final me lesioné y tuve que operarme del tobillo.

Un año después eres convocado con la selección para el Eurobasket del 87 y allí se produce tu famoso marcaje a Nikos Galis. Habrás sido de los pocos que consiguió anular a este gran jugador.

Es curioso porque ya le había anulado en el torneo de Reggio Emilia, previo a ese campeonato. Estas cosas son de mérito relativo. No es solo una cuestión de ser buen o mal defensor; a veces hay jugadores a los que simplemente se te da bien defender y otros a los que no.

Por ejemplo, Drazen Petrovic era un jugador que, aunque me anotara muchos puntos, conseguía bajarle los porcentajes de tiro, y eso ya era muy relevante. Con Nikos Galis pasaba algo similar: yo tenía más envergadura, así que, si hacía un buen trabajo previo para que no recibiera el balón, podía contenerlo.

Pero luego había jugadores a los que no lograba defender bien. Danilovic, por ejemplo, nunca fui capaz de frenarlo. Hay veces que se te dan bien ciertos jugadores y otras que no. Lo mismo ocurre con las canchas: hay pabellones en los que te sientes cómodo y otros en los que no.

En Lugo, por ejemplo, casi nunca conseguía jugar bien. Seguramente algún día habré hecho un buen partido allí, pero el recuerdo que tengo de jugar contra el Breogán es de pasarlo mal. Ese campo no se me daba bien.

¿Y qué tal en Ferrol? Todavía hoy hay mucha gente de Ferrol que sigue recordando aquellos años.

En Ferrol tengo muchos amigos. Dejé allí una buena relación con gente como Loureiro, Salaña, Ernesto Delgado —que también estuvo allí— y Manolito Aller. He pasado mucho tiempo con ellos y guardo muy buenos recuerdos de Ferrol.

Creo que Juan Fernández fue un adelantado a su tiempo. Le hicimos mucho daño cuando montamos una huelga en una Copa del Rey que debía haberse jugado en Ferrol. El sindicato tenía sus motivos, aunque quizá, con la perspectiva del tiempo, nos equivocamos.

Guardo un recuerdo extraordinario de Ferrol. Es una pena que se haya perdido el baloncesto allí porque era un sitio que me gustaba mucho.

José Montero

Volviendo al partido contra Grecia y tu marcaje a Nikos Galis, ¿te dieron algunas instrucciones previas para poder defenderlo o ya con lo que habías hecho en aquel torneo preparatorio tenías claro lo que había que hacer?

No, creo que yo…

Estamos hablando de Nikos Galis, que fue el MVP del torneo. Grecia se proclamó campeona de Europa y él venía de meterle 44 puntos a Yugoslavia…

Sí, lo único que pensé fue: si recibe el balón, estoy muerto. Era un jugador explosivo, imparable y mucho más rápido que yo. La clave era que, de cada cinco balones que le pasaran, si conseguía que solo recibiera tres en vez de cinco, ya estaría reduciendo su capacidad anotadora.

Esa fue mi estrategia: intentar que recibiera menos balones de lo habitual y, sobre todo, que lo hiciera más lejos del aro de lo que estaba acostumbrado. A Galis le gustaba dar uno o dos botes, pararse y tirar. Si en vez de recibir a seis metros y tirar desde cuatro —donde era infalible— le hacía recibir a ocho metros y tirar desde seis, ya le estaba sacando de su zona de confort.

Además, mi envergadura supongo que le incomodaba. No lo sé… A lo mejor fue simplemente eso: de repente apareció Montero y contra este no se encontraba cómodo.

Al igual que se te recuerda como un jugador elegante, con mucho estilo y técnica en ataque, también destacabas en defensa. Eras un jugador muy rápido y con una gran capacidad defensiva.

Bueno, se intentaba. Siempre he pensado que defendía peor de lo que la gente decía, pero bueno.

 También estuviste en los Juegos Olímpicos de Seúl 88.

Sí. El primer recuerdo que tengo es que Antonio Díaz Miguel hizo una revolución y dejó fuera al jugador más determinante que había en esos años en España, que era Fernando Romay.

Pero si no recuerdo mal, Fernando Romay estaba lesionado.

No lo recuerdo bien, pero el hecho es que Romay no estuvo. Y eso fue el primer hándicap para el equipo. Creo que Romay ha sido uno de los jugadores más infravalorados en cuanto a su aportación y su trascendencia en la cancha. Era un jugador que lo cambiaba todo.

Después tuvimos algo de mala suerte. Ganamos el partido clave en la fase de grupos para entrar en los cuartos de final, que fue contra Brasil. Veníamos de perder un amistoso contra ellos por 20 puntos y les dimos un repaso.

118 a 110, con un gran partido tuyo.

Sí, y luego nos cruzamos en cuartos con Australia y perdimos por poco, fallando un tiro clave al final. Fue cuestión de mala suerte. A partir de ahí, el equipo se hundió.

Para rematarlo, el último día jugamos contra Puerto Rico por el séptimo y octavo puesto y nos ganaron con una canasta desde medio campo en el último segundo. Esa es la historia.

Fue una pena porque creo que, con un poco más de suerte, podríamos haber estado entre los cuatro primeros. Habría sido un éxito, porque en esa época no podíamos aspirar a mucho más. Estados Unidos, la Unión Soviética y Yugoslavia estaban muy por encima del resto. Para nosotros, ser cuartos habría sido como ganar una medalla de oro.

Creo que la falta de Romay fue clave. Si Romay hubiera estado, el equipo habría sido más competitivo.

Tampoco estaba Fernando Martín porque ya había jugado en la NBA.

Exacto, tampoco estaba Fernando Martín.

También estuviste en el Eurobasket de Zagreb al año siguiente.

Sí. Creo que después del Europeo del 87, donde entramos en semifinales —perdimos con Rusia y luego el partido por el tercer puesto contra aquella Yugoslavia que empezaba a sacar todo su talento joven (Djordjevic, Radja, Danilovic, Vrankovic, Petrovic…)—, Antonio Díaz Miguel decidió empezar una revolución dentro de la selección española.

Fue una etapa difícil en cuanto a resultados. Desde mi punto de vista, aquella revolución fue inexplicable después del buen papel que hicimos en el Europeo del 87.

No se obtienen buenos resultados, como dices, después del Eurobasket 87. Tu última presencia con la selección española fue en el Mundial de Argentina 90, donde se obtuvo una decepcionante décima plaza.

Solo hay que ver las selecciones que había en Argentina. Ese fue el resultado. Y a partir del Mundial del 90 ya no volví a la selección.

Cuando fichas por el Barça, ¿qué pasó?

Eso tendrías que preguntárselo a Díaz Miguel, a Lolo y a Aíto. Yo no puedo dar respuestas. Sé muchas cosas, pero no puedo dar respuestas.

Antonio Díaz Miguel continuó hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona y después llegó Lolo Sainz, a partir del 93. No fueron años de buenos resultados para la selección española, a excepción de la medalla de bronce en el Eurobasket del 91. Háblanos de Antonio Díaz Miguel. Me han contado muchas anécdotas en torno a su figura.

Era una máquina de anécdotas. Creo que fue un adelantado a su tiempo, sobre todo por esa voluntad de ir a Estados Unidos para aprender de la NBA. Pero, en mi opinión, después fue víctima de su propio éxito.

Creo que en el Mundial de Argentina, durante la fase de consolación en Salta, os aburríais bastante.

Sí. Acabamos jugando a la gallinita ciega por la desesperación y la frustración que arrastrábamos. No había mucho que hacer, Salta era un sitio bastante recóndito en aquel momento. Además, la frustración por haber perdido con Grecia, lo que nos alejó de la lucha por las medallas, también influyó.

Llegas al Barça en la temporada 90/91 después de nueve temporadas en el Joventut. ¿Cuáles son los principales cambios que notas?

La sensación más clara que tuve fue que pasé de una pyme a una multinacional. En Badalona, hasta 1990, cada día iba a entrenar con mi bolsa y mis zapatillas, y me lavaba la ropa en casa. Cuando llegué al Barça, la ropa de entrenamiento te la ponían y te la lavaban. Fue un cambio de nivel. También estaba el tema de las ruedas de prensa, de viajar con uniforme… Era una estructura mucho más profesional y avanzada.

¿Era otro mundo?

Sí, otro mundo. El Joventut había dado un paso muy grande con Herb Brown, pero todavía estaba lejos de ese nivel de estructura. Y la repercusión mediática entre un equipo y otro era enorme.

Cuando llegas al Barcelona está de entrenador Boza Maljkovic, y tengo entendido que el ambiente dentro del equipo era complicado. Boza apostaba por los jóvenes y tenía más tensiones con los veteranos.

No, no había problemas con los veteranos. Lo que pasó es que había dos gallos en el mismo gallinero. Aíto puso de entrenador al técnico que le había ganado la Copa de Europa el año anterior.

Porque Aíto…

Se puso de general mánager.

Pero debía de ser complicado intentar controlar a Maljkovic, que te había ganado la Copa de Europa el año anterior con la Jugoplastika.

Claro. Pones al entrenador que te acaba de ganar la Copa de Europa y, como general mánager, ¿qué haces? Si Maljkovic pedía un jugador y a Aíto no le gustaba, ¿qué pasaba? La relación entre ellos fue muy tensa. Creo que Maljkovic quería una serie de jugadores que no encajaban con la idea de Aíto o con la política del club. Pero desde dentro, estaba claro que había dos gallos en el mismo gallinero.

Me han contado salvajadas de Boza, graciosas algunas, no sé si recuerdas en un entrenamiento que Nacho Solozábal se llevó un golpe en sus partes, y estaba retorcido de dolor y llegó Boza…

Y le dio una patada en los pies.

Sí, y le dijo Boza: «Ahora ya no te duelen los huevos, te duelen las pies».

Maljkovic era muy gracioso, tenía un humor muy muy gracioso, mucho. Hacía comentarios que eran para partirse el culo, no sé… a mí me decía, para quitarme presión: «No pienses en los que están en las gradas, son todos unos alcohólicos que vienen aquí a gritar», claro, yo me descojonaba, porque lo decía así (imita su acento yugoslavo): «Jose, no te interesa alcohólicos que hay arriba de ti, no interesa». Era muy gracioso, era un tío con un humor muy gracioso. Era muy difícil porque claro, el general mánager pone al entrenador que le acaba de ganar la Copa de Europa, no sé, ¿cuántos años consecutivos? Dos años, ¿no?

Sí, había ganado la Copa de Europa con la Jugoplastika los dos años anteriores.

Se las gana a Aíto las dos, ¿no?

Sí.

Y el entrenador que viene como campeón de Europa siente la presión de que tiene que ser campeón con el Barça. Entonces ahí, me imagino, que se montó un caldo de cultivo de desconfianza que acabó fatal.

¿Cómo recuerdas aquellos duelos con la Jugoplastika? ¿Eran tan buenos?

Eran muy buenos.

Aquel año se había ido Radja, pero seguían teniendo a Kukoc, Perasovic…

Bueno, yo recuerdo ese año como… mi primer año en el Barça jugamos la final de la Copa de Europa.

En París.

En París contra la Jugoplastika.

Llegasteis con muchos lesionados a la Final Four.

Sí, ese fue el problema. Llegamos con Xavi Crespo recién operado de la rodilla, Andrés Jiménez también operado de la rodilla y Audie Norris con una lesión en el hombro que apenas le permitía levantar el brazo.

Un equipo sin Audie Norris en plenas condiciones y sin Andrés Jiménez —que fue un jugador determinante en el baloncesto europeo— perdía mucho potencial. Si a eso le sumas la presión de ser los favoritos y el hecho de que Maljkovic era nuestro entrenador, todo se complicó. Perdimos.

Recuerdo que internamente la situación fue muy tensa después de la Copa de Europa. El fin de semana anterior a la final, habíamos perdido contra el Valladolid en los playoffs, que eran al mejor de tres partidos, y habíamos caído en casa. El Barça siempre se ponía la etiqueta de favorito, pero esa derrota fue una decepción tremenda.

El ambiente era difícil. Maljkovic hizo algo que no era habitual: habló con los medios de comunicación y criticó públicamente a algunos jugadores, como Piculín Ortiz. No recuerdo tanta tensión en mi vida como la que hubo en las horas previas al segundo partido contra el Valladolid. Si perdíamos en Valladolid, estábamos fuera, y ese año habría sido un fracaso absoluto.

Habíamos ganado la Copa del Rey, pero habríamos fracasado en la Copa de Europa y en la liga. Además, Audie estaba lesionado y jugábamos con el equipo en cuadro contra un Valladolid que tenía a Sabonis y Tikhonenko, que no era precisamente un equipo fácil. Esa fue una de las experiencias más duras de mi carrera, junto con la otra final de la Final Four que perdimos.

José Montero

Llegáis a la final de la ACB y os gana el Joventut. ¿Cómo se lleva eso? Supongo que un poco de rabia daría, el hecho de que justo después de irte ellos ganen la liga derrotándoos a vosotros en la final. ¿Qué sentimientos tenías?

Lo que pensé fue: «Pan, ajo y resina». Y a seguir trabajando. Después vino otra liga para el Joventut, dos para el Madrid y luego llegaron tres seguidas para nosotros.

Claro que sentí un poco de envidia. Pero era una envidia sana. Pensaba: «Coño, he venido al Barça para esto y, en dos años, ellos han conseguido lo que yo quería conseguir». Y no solo eso: ganaron también la Copa de Europa, algo que el Barça nunca había conseguido hasta entonces, y precisamente nos ganaron a nosotros en las semifinales con Obradovic.

Luego levantáis el vuelo después de unos años complicados en tus inicios en el Barça y acabas ganando tres ligas seguidas, además de dos Copas del Rey en tus siete años allí.

Sí. Me enorgullece la capacidad que he tenido de…

¿Superación?

Sí, de superación y de levantarme ante todas las dificultades.

Como el Ave Fénix, que has tenido situaciones muy difíciles y te has levantado.

Sí, muchas.

¿Lo has pasado muy mal jugando?

En el Barcelona tuve una época muy dura. Ahora soy consciente de que pasé por una depresión. Hubo un momento en el que tuve muchísimas ganas de abandonar, de decir: «No puedo más, no quiero seguir jugando». Sinceramente, a día de hoy, no sé ni por qué seguí jugando.

Alcancé un nivel de frustración muy grande. Viví con mucha ansiedad y ahora sé que sufrí una depresión. Tuve problemas de salud mental. Nunca lo había explicado, pero tengo 60 años y ya no me avergüenza decirlo. Sufría estrés y ansiedad. No era capaz de dormir por las noches, no descansaba y llegaba a los entrenamientos destrozado.

¿Cuándo fue aquello?

Al tercer o cuarto año en el Barça.

A lo mejor todo lo que llevabas dentro y que habías vivido desde tan joven acabó explotando.

Seguramente. Intenté poner remedio por mi cuenta y, bueno…

Tu mujer te ayudaría mucho.

Mi mujer siempre me ha ayudado mucho, tanto como jugador como fuera de las canchas. Ha sido y es muy importante en mi vida.

Pedí ayuda e intenté salir con apoyo. Coincidió también con mi última etapa en el Barça. Después me fui a Francia y decidí que había llegado el momento de hacer otras cosas.

¿Nadie en tu entorno del baloncesto sabía esto?

Nadie, nadie supo nada. Una vez le pedí al entrenador que me dejara descansar unos días para recomponerme porque no podía más, pero no me dejó. No sé todavía cómo no me fui a casa sin decir nada. Supongo que el sentido de responsabilidad que tengo no me permitió cuidarme a mí mismo.

Han pasado casi 30 años, ¿cómo recuerdas la final de la Euroliga contra el Panathinaikos? ¿Qué se te viene a la cabeza? Veníais de derrotar al Real Madrid en las semifinales después de una gran remontada.

Sí, sí, pues eso es lo que pasó, es que el partido contra el Panathinaikos, si no recuerdo mal, también a falta de 10 minutos para el final perdíamos de mucho.

A falta de 3 minutos perdíais de 12.

Y recuerdo que hubo un minuto, no voy a decir lo que se dijo en aquel minuto porque los secretos de vestuario son secretos de vestuario.

¿En un tiempo muerto?

Sí, lo que sí recuerdo es hablar con un par de compañeros, muy especialmente con Andrés Jiménez, y decir: «Oye, esto o intentamos remontarlo a base de matarlos a hostias y que vayan al tiro libre y que fallen, o no hacemos nada». Recuerdo que la primera falta que hicimos para parar el tiempo y a ver si podíamos remontar, el base, que no me acuerdo…

Korfas, el que tiraba los tiros libres con una mano.

Exactamente, falló los dos tiros libres, y volvimos a hacer falta y yo percibí que le temblaba la mano, y a partir de aquí golpes, golpes, o sea, no golpes, es decir, a partir de aquí era…

Que no podían correr los segundos porque si no, os quedabais sin tiempo para poder remontar.

Exacto, y así  poco a poco, poco a poco… y llegó la última jugada y ya todo el mundo lo sabe. Se me ha criticado mucho porque unos dicen que hice pasos, otros que si tenía que haberla metido para abajo. Yo, lo siento, la gente que diga lo que diga, yo hice lo que tenía que hacer, que es tirar la canasta a tablero para asegurar que entrara, que yo he visto muchas veces gente que iba a hacer un mate o hacer una bandeja y fallarlo, y perder. Y a partir de aquí pues todo lo demás depende de toda la gente.

Vamos a ver, tienes que agacharte, estás casi parado, no vas lanzado en carrera…

Pues eso, lo has dicho tú todo.

No era una situación de un contraataque claro, en el que perfectamente habrías tenido capacidad para hacer un mate.

Vrankovic viene, hay un jugador que está en medio de Vrankovic y se aparta.

¿Viste venir a Vrankovic?

No, no lo vi. Cogí el balón estando casi de espaldas, no completamente de espaldas a la canasta, pero la tenía de lado. Cogí el balón, hice el gesto… y ya está.

Hay una película de Woody Allen que se llama Match Point, que empieza con una pelota de tenis en el aire. Si la pelota cae de un lado, ganas el punto; si cae del otro, lo pierdes. Eso fue exactamente lo que pasó: salió cruz. Pero es lo que tiene el deporte. La línea entre el éxito y el fracaso es muy fina, tan fina que no hay mucho más que decir.

Creo que incluso el balón estaba un poco…

Sí, el balón estaba un poco mojado. Eso sí lo recuerdo. Moví un poco la mano para secarlo mientras lo botaba, pero…

¿Volverías a hacer esa jugada otra vez?

Probablemente sí. No lo sé, porque cada circunstancia es diferente. Es verdad que en esa época no jugaba mucho y no estaba en el momento de mayor confianza, pero hice lo que había que hacer.

Asegurar la canasta.

Exacto. Pero la pregunta que siempre me hago es otra. Todo esto está muy bien para justificar lo que queramos justificar, pero ¿por qué llegamos a perder de 20 en esa final? Que alguien lo explique. Que la gente vea el vídeo y encontrará las respuestas ahí.

No es un partido en el que vayáis ganando y se os escape, sino que el partido prácticamente lo teníais perdido.

Claro, ese partido estaba perdido. Pero, en un momento determinado, los jugadores con más experiencia conseguimos remontar y se dio lo que se dio. ¿Qué le vamos a hacer?

O el árbitro no lo quiso ver o no lo vio, pero el caso es que no lo señaló. Desde entonces, esa jugada ha dejado claro lo que es. Nunca más hemos vuelto a ver una situación igual. Pero el destino no quiso que fuésemos campeones, y ese destino se llevó a jugadores extraordinarios del Barcelona que nunca pudieron ganar la Copa de Europa.

Me parece muy injusto que, por un error tan grave de arbitraje, se te culpe a ti por la última acción.

Había mucho interés en desviar la atención.

¿Cómo recuerdas la llegada al vestuario? ¿Alguna imagen que tengas grabada?

Lo que más me sorprendió fue que el entrenador viniera a preguntarme si el balón había tocado el tablero.

¿Y qué le respondiste?

Le dije: «¿A ti qué te parece?». Y luego vino mi sentencia, porque añadí: «Independientemente de que haya tocado o no, deberíamos haber actuado como si hubiera tocado». Porque allí nadie hizo nada. Todas las protestas llegaron después. Esa pregunta del entrenador me sorprendió mucho.

¿Qué sentimiento reinaba en el vestuario? ¿Decepción, rabia…? ¿Vinieron tus compañeros a consolarte?

Sí, los compañeros vinieron a consolarme.

¿Recibiste alguna llamada inesperada de apoyo después de la final?

Sí, recibí una llamada que me hizo mucha ilusión. Fue del secretario general de Deporte de la Generalitat de Cataluña, Fidel Sust. Esa llamada me sorprendió porque era alguien que perfectamente podría haberse ahorrado el gesto. Evidentemente, también recibí muchas llamadas de amigos y de la familia.

José Montero

La FIBA reconoció el error.

¿Y para qué sirve eso? La FIBA reconoció el error y dijo que el Barça era campeón de la Copa de Europa, pero cuando la gente cuenta las Copas de Europa o las Euroligas, cuentan las que cuentan. Y esa no se cuenta nunca.

¿Has soñado alguna vez con esa acción?

No. Me ha acompañado toda mi vida y me la recuerda todo el mundo, pero no he soñado con ella. He soñado con otras cosas de mi carrera deportiva, pero con eso no. Tengo la conciencia bastante tranquila.

Por supuesto.

No lo había pensado, pero ahora que lo dices… Uno sueña con las cosas que tiene pendientes, y con esto nada. No, para nada.

¿Con qué cosas de tu vida deportiva has soñado?

Con alguna situación con algún compañero, alguna entrevista, alguna declaración, algún gesto… Pero con eso, no. A lo mejor no me da tiempo a soñarlo porque, como me lo recuerdan tanto… ¿Qué le vamos a hacer?

Tu última temporada en el Barcelona fue la 96/97. Se fichó a Djordjevic en diciembre.

Sí, y había overbooking, así que decidieron que no contaban conmigo.

¿Te apartaron del equipo?

Sí, me dejaron al margen de los entrenamientos y de todo lo demás. Pero ya está. Lo único que puedo decir es que eso quedará o no en la conciencia de quien quiera asumirlo, pero no en la mía. Siempre me he considerado un profesional impecable.

De esa época tengo un agradecimiento especial hacia Andrés Jiménez —que era el capitán—, Manel Bosch, Quique Andreu y Rafa Jofresa. En todo momento me dieron su apoyo. Incluso se presentaron a declarar en el juicio contra el Barça. Ese gesto les honró como profesionales y mi agradecimiento hacia ellos es eterno. No lo olvidaré nunca.

Te vas al Limoges la temporada siguiente, tu último año como profesional. ¿Te apetecía salir de España? ¿Recibiste alguna oferta de algún equipo español?

Recibí alguna oferta de España, pero… no sé. Limoges quizá fue algo que no debería haber hecho. No le he dado muchas vueltas, pero lo que sí tenía claro es que ya no tenía demasiadas ganas de seguir jugando al baloncesto.

Después de los últimos seis años en el Barça y de todo lo que había pasado —y después de 16 años de carrera con tantas vivencias—, sentía que era el momento de parar. Pero mi familia y algunos amigos me decían: «No te puedes retirar con este mal sabor de boca».

No estaba convencido, pero pensé: «Bueno, vale, quizá sea el momento para intentarlo». Y me fui al Limoges. La verdad es que allí volví a sentirme bien y a sentirme jugador, pero creo que ya no tenía la cabeza en el baloncesto. Mi mente estaba en otra parte, en qué hacer después.

Fue una experiencia interesante. Vivir en el extranjero fue enriquecedor. Mi mujer aprovechó para sacarse los títulos de francés en la universidad y mis hijos hoy en día hablan francés perfectamente. De hecho, el mayor se fue a estudiar a Francia cuando terminó la universidad y ha estado cinco años en París.

Pero, siendo completamente honesto, aquella ya no fue mi etapa. Jugamos la final de liga, pero ya no sentía que aquello fuera para mí.

Creo que el punto de inflexión fue cuando, en diciembre de la temporada 96/97, el Barça nos apartó a Salva y a mí para fichar a Djordjevic. Luego recuperaron a Salva, pero a mí no. En ese momento pensé: «Ya no estoy para esto».

¿Ya no volviste a jugar los últimos seis meses?

No, ni a entrenar. Me hacían ir al gimnasio, pero nada más.

De esa situación, el recuerdo que tengo no es tanto de culpar al entrenador. El entrenador propone, pero el club no tiene por qué aceptar. Creo que fue un error institucional. El club, por imagen y por respeto a la trayectoria de un profesional, no debería haber permitido que un entrenador apartara a un jugador de esa manera.

Pero bueno, es lo que pasó. El tiempo lo cura todo.

¿Te han quedado muchos amigos del baloncesto?

Sí, ni muchos ni pocos. Los justos y necesarios.

¿Con qué gente del baloncesto sigues manteniendo una relación más o menos fluida?

He tenido mucha relación con Javi Zapata, que fue compañero mío en el Barça; con Manolito Aller, con Juanan Morales, Manel Bosch, Quique Andreu y Salva Díez. También he tenido mucha relación con Romay porque hemos trabajado juntos durante mucho tiempo en la Federación. Y con muchos más.

Te he oído decir alguna vez que te quedas con los amigos que te ha dado el baloncesto.

Claro. Para mí, el baloncesto, por encima de todo, son las experiencias vividas y los amigos que me ha dejado. Creo que eso es lo más valioso que deja el baloncesto. Evidentemente deja mucho más: una manera de actuar, de comportarte, unos valores, unas reglas… pero sobre todo, los amigos.

27 Comentarios

  1. Buenos dias después de leer toda la entrevista he podido confirmar algunas cosas que se intuían en Montero por su puesta en escena en una pista de baloncesto.
    Siempre vi a José con alegría jugando en la Penya y un rostro gris con la camiseta del FCB.
    Puede que me equivoque pero siempre fue mi impresión.

  2. Gran entrevista, gran jugador y mejor persona
    Un ejemplo a seguir para cualquier jugador de baloncesto

  3. José Luis García

    Qué maravilla, he aprendido muchas cosas qué no sabía sobre Montero, una larga pero muy muy amena y agradable entrevista. Enhorabuena por ello

  4. Grande, Montero!
    Fue el primer base alto de élite en el basket español . Un jugador excepcional en la Penya.
    En el Barsa, no lo tuvo fácil. Siempre quedará marcado por aquella fatídica noche. Francamente, creo que tomó la decisión correcta . Sin embargo, la más grande de las injusticias se confabularon en contra del Barsa.
    En líneas generales, fue un extraordinario base.
    Hasta siempre, Montero!

    • Injusticia es que un equipo le pague a Negreira y que no solo no le envíen a segunda o que le sancionen duramente, sino que encima uno de los que le pagó siga siendo presidente de dicho club. Injusticia es lo de Olmo. Lo de Pamplona, lo de la copa del Rey del 2000 o lo del cochinillo.

  5. Lluís Figueras

    Gracias José! He aprendido aspectos que no conocía de ti y me alegra de ver que eres, para empezar, un caballero y una gran persona aparte de haber sido un gran jugador. Me alegro por ti y tu trayectoria profesional!

    • Qué buena entrevista, ha valido la pena su lectura… qué cosas entre «bambalinas» más interesantes. Gracias por contarlo todo, Jose!

  6. Muy buena entrevista

  7. La mejor entrevista que he leído en mi vida. Montero, extraordinario. Además, impecable su testimonio del deporte y de la gente que le rodeó. Muy grande

  8. Warren Jabali

    Está claro que con Aito no se entendió. Otros hablan maravillas, pero el origen de los problemas del Montero del Barsa siempre es Aito.

  9. Manuel Segura

    Gran entrevista compañero y maravilloso José Montero. Fue una de las grandes personas que conocí en el mundo del deporte. Hace muchísimos (demasiados) años que no le veo, pero repasar este texto ha vuelto a mí presente un gran tipo que sufrió demasiado sin culpa alguna. Felicidades a los dos

  10. Enorme entrevista , la he leido absolutament toda y he disfrutado mucho . He seguido toda la carrera deportiva de Jose Montero y siempre he pensado que no se le ha valorado lo suficiente. Un jugador excelente, de los mejores que ha tenido este país , pero me doy cuenta de que como persona era mucho mejor.
    Felicidades por la entrevista .

  11. José Antonio

    Fenomenal entrevista. Muchas gracias.

  12. Entrevista en profundidad. Perfecta. Creo que no se ha dejado nada en el tintero. Uno de los grandes dentro de la pista y de los enormes fuera de ella. Gracias por contarlo.

  13. José Agustín García Talavera

    Interesantísima y enriquecedora entrevista de Javier Balmaseda a Jose Montero, repleta de significativas curiosidades: compañerismo sincero con Jofresa, carácter elogiable de Margall, profesionalización inculcada por Herb Brown, Copa Korac ganada contra el Scavolini, emocionante Final de Liga 84/85 contra el Real Madrid (tras publicarse sorprendentemente en prensa el sistema de juego a desplegar), oferta en firme de la NBA (Atlanta Hawks) que no le fue comunicada, impecable marcaje a Nikos Galis en varios enfrentamientos internacionales, durísimas sendas derrotas en las Finales de la Copa de Europa contra Jugoplastika y Panathinaikos, depresión sufrida con problemas de salud mental, ser apartado del equipo (y sin permitirle ni siquiera entrenarse) cuando el Barcelona fichó a Djordjevic, aprovechamiento cultural en Francia durante su última temporada como baloncestista profesional, etc., etc.
    Reitero y reafirmo la gran calidad de esta entrevista.
    Chapeau.

  14. Juan Francisco

    Que maravilla de entrevista, me habéis dejado ambos anonadado, me alegro mucho que su vida y trayectoria le vaya tan bien y solo tengo cosas buenas de su recuerdo:
    – Ser el segundo jugador Español llamado para NBA
    – Su cargo que actualmente ocupa en la LFP
    – Haber estudiado una carrera mientras sus compañeros disfrutaban de otras cosas y ahora su vida se lo ha agradecido.
    – A sus 16 años de la mano de Mariano ficha por Estudiantes.
    – Cuando Miguel Nolis se lo lleva a la selección y de ahí demostró lo que iba ser su gran carrera de Basket.
    – Cuando Manel Comas se lo lleva a la Penya
    – Las palabras tan bonitas sobre el Matraco lo cual me alegro de otro grande.
    En fin volverá a leerla porque no tiene desperdicio ninguno, gracias Javi por hacerme disfrutar y saber de un Grande !! Abrazos

  15. Muy buena entrevista, felicidades !
    Y sobre todo gracias por compartir esta experiencia tan grande!
    Valores, sacrificio, compañerismo, eso es , EQUIPO!

  16. Joan Francesc

    Soy madridista y no profesarle mucho cariño en su etapa culé nunca me impidió reconocer su enorme valía como jugador de baloncesto. Tengo grabada una imagen suya de hace menos de 30 años , apoyado absorto en la barandilla de madera y con su mirada perdida al marino e infinito horizonte, en el camino paralelo al del litoral entre Platja d’Aro y Calonge. Hacía algunos años que se había retirado como jugador profesional.
    Excelente entrevista.

    .

  17. Llevaba la idea de leerla en varios días porque sabía que era muy larga. Imposible, la he leído del tirón. Es alucinante como un crack como Montero ha contado tantas cosas. La mejor entrevista que he leído en mucho tiempo. José Antonio Montero me ha encantado. Enhorabuena.

  18. Enhorabuena al periodista por la entrevista (bien documentada, como debe ser). Y gracias a Jose Montero por ser como es: un ejemplo que deberían seguir muchos ahora. Eso sí, coincido con alguno que ha dicho que en el Barça daba la impresión de tristón, ya que también a mí me parecía que no jugaba con la misma alegría que cuando estaba en la Penya. Como colofón, sólo una puntualización, que en realidad es una tontería: la memoria le falla cuando dice que la canasta ganadora de Puerto Rico en la lucha por el 7º puesto fue desde el centro del campo. En realidad fue un triple a 45 grados por la izquierda del ataque a menos de 7 metros.

  19. Tengo ahora 45 años y he de decir que José Montero fue mi ídolo cuando jugaba en el juventud y después en el Barcelona.
    Un grande del baloncesto español

  20. En mi opinión en España en esa época los medios subían y bajaban jugadores a su antojo .Fue el mejor base de finales de los 80 y principios de los 90 pero llegó a un equipo en declive y los medios le metieron demasiada caña.En semifinales de euro liga del su primer año mete 25 puntos pero de eso apenas se hablo ,mejor hablar de rayos .Se le el metió demasiada presión.Aveces te echabas las manos a la cabeza como se subía a Bases muy inferiores como Creúsa o Azofra y como se machacaba a Montero

  21. Gonzalo Acero

    «Conseguimos que todo un país se hiciera del Joventut, y eso me parece de una trascendencia enorme»
    Ese fue el caso de un niño de 9 años que alucinó con el equipo del 90 y se quedó enamorado de la Panya para siempre. Mi caso.
    Magnífica entrevista. Como las que ya no hacen. Ahora todo es de consumo rápido e instantáneo. Es profunda, eleborada, detallada… Como un ataque de aquel baloncesto.
    ¡Gracias!

  22. Chapó por la entrevista y por cómo se ha abierto Montero. Ha cambiado la imagen que tenía de él después de leer la entrevista. Muy duro todo lo que pasó y muy bien por haberlo contado. Enhorabuena por la entrevista.

  23. No es habitual que un deportista de la talla de Montero cuente tantas cosas como ha contado en la entrevista, eso le honra y me hace empatizar con él porque ha tenido una historia muy complicada. Felicidades por la entrevista

  24. Mira que me gustaba Montero, después de leer la entrevista me gusta todavía más. Chapó por la entrevista.

  25. Lemone Lampley

    Me ha encantado la entrevista.
    Yo era un chaval cuando empezaron a despuntar Jordi y Jose en la Penya.
    Fue una delicia disfrutar de su gran talento.
    En Badalona se vive el basquet como en ningún sitio; Jose fue el primer base alto en España como Andrés Jimenez fue el primer alero alto, primero en el Coto, después en la Penya y finalmente en el Barça.
    Lo que no ha contado Jose, quizás por cierta vergüenza, es que la Penya disponía de un grupo de seguidoras femeninas en toda España, ya que esos 4 jovenes que habla eran también muy atractivos.
    Yo conocí a su hermano Sergio y era un tío estupendo con el que te podías reir a todas horas. Guardo muy buen recuerdo de él.
    En la parte más negativa, también hay otro episodio que la entrevista pasa de puntillas: el primer añó que Jose fue al Barça, la Penya ganó la Liga justamente gracias a un robo de balón que le hizo Tomás Jofresa. En Badalona se comentó aquello como de justicia poética.
    Me encanta la manera natural en la que Jose comenta la relación amor-odio derivada de la rivalidad Penya-Barça. Y sobretodo la manera en la que describe el tema del exceso de presión.
    Gracias a Jose por todo lo que me hizo disfrutar, y gracias también por regalarnos esta entrevista

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