Ciclismo

Naranco 93, treinta años de la inolvidable gesta de Rominger en La Vuelta

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Tony Rominger en La Vuelta’93 asciende al Naranco (Foto: Cordon Press)

Amanece en el Hotel La Gruta de Oviedo. Desde el cuartel general del CLAS alguien corre la cortina y mira al monte Naranco. Allí se decidirá esta edición de La Vuelta ciclista. Mirada más arriba, al cielo. Algún claro intenta abrirse paso entre tanta nube. Los mecánicos realizan los últimos ajustes a las máquinas. Los auxiliares tonifican las piernas de los ciclistas. Desayuno. Es 14 de mayo de 1993, un bonito día para escribir la historia.

En aquella edición del año xacobeo, se esperaba la consagración de aquel asturiano de Suiza. Un año antes, Tony Rominger conquistaba no solo su primera Gran Vuelta, sino también el corazón astur. Corría en el equipo de casa, el de la Central Lechera y, si formaba parte del equipo, se le nacionalizaba y punto. En ese tiempo, la vuelta no se caracterizaba por tener una enorme participación. Se corría todavía en abril y el frío, la lluvia y la lejanía con el Tour de Francia no favorecía para que Bugno, Induráin o Chiappucci acudieran a la ronda española. Podías contar los rivales con los dedos de una mano: Perico Delgado, que quería revivir sus tardes de gloria; Jesús Montoya, que ponía en jaque al del CLAS el curso anterior; y por último el bloque de la ONCE, con Breukink como jefe de filas y un (no tan) tapado Alex Zülle, ganador de París – Niza y contrincante de Rominger en Criterium Internacional e Itzulia. ¿Un presagio de lo que podía ocurrir en las próximas tres semanas? Por lo demás, para de contar. Los Cubino, Fuerte o Millar no parecían inquietar a los grandes favoritos.

El recorrido contaba con un total de 115 km contrarreloj divididos en cuatro etapas, una de ellas cronoescalada. Esto, sobre el papel, beneficiaba a Rominger y solo los corredores de la ONCE podían plantarle cara en esa disciplina. Por otro lado, los escaladores tendrían cinco etapas con final en alto para intentar contrarrestar el tiempo perdido en la batalla individual. Así, pues, Tony partía como principal favorito para enfundarse el amarillo bajo la catedral de Santiago.

Comienza el combate. En los dos primeros asaltos es Zulle quien golpea primero. Más de un minuto le mete a Rominger en etapas contra el crono, la segunda con final en Navacerrada, y muestra sus credenciales para conseguir la victoria en la ronda española. El siguiente asalto es para el corredor del CLAS. Llega la montaña y triunfa en Cerler aventajando en 47 segundos al de la ONCE y en más de dos minutos al resto de rivales. Nueva contrarreloj en Zaragoza, ésta resuelta prácticamente con empate técnico: tan solo 14 segundos a favor Tony. El combate será cosa de dos, nada de una Royal Rumble (los que veíais Pressing Catch me entendéis). ¿Conseguirá aguantar Zülle el liderato en una carrera de tres semanas? ¿Será capaz Tony de doblegarle? Quinto asalto, La Cruz de la Demanda (o Ezcaray si así queréis llamarlo) donde el campeón da otro testarazo al joven aspirante y le arrebata el jersey amarillo.

Tony encuentra en la montaña la manera de ganar una Vuelta que, a priori, parecía que iba a conseguir en la lucha individual (1:30 de ventaja en etapas que la carretera se empinaba hacia el cielo, mientras que su compatriota ganaba 51” en las cronos). Quedaban tres finales en alto y los 44,6 km que separaban Padrón de Santiago de Compostela, que se disputaban contra el cronómetro. Estábamos viviendo un duelo espectacular, una lucha de tú a tú, una batalla que se intuía iba a ser feroz la última semana de carrera.

Si seguimos la lógica marcada durante la carrera, Tony seguiría abriendo la brecha en las etapas de Alto Campoo, Lagos de Covadonga y Naranco, para tener así un margen que le permitiera llegar a la última etapa con las mayores garantías posibles. Pero el guión de esta edición estaba para romperlo y los contendientes firman tablas en los dos asaltos siguientes (en este caso, en favor de los Amaya Montoya y Rincón, que ganan en la cima cántabra y junto al Ercina respectivamente).

Rominger afrontaba las dos etapas decisivas con tan solo 33 segundos de ventaja sobre Alex Zülle.

Y llegó el día.

Si su intención era afrontar la etapa de Santiago con ciertas garantías, tenía que ser en los montes asturianos donde Tony tumbara en la lona a su rival. Necesitará para ello una tarde mágica. Además, estábamos en Asturias, en casa, y Juan Fernández ansiaba vencer ante su afición, como ocurriera un año antes con Mauleón en el mismo escenario. Reunión de equipo previo a la etapa y la premisa era clara: atacar.

Tony tenía uno de esos días de concentración total, con exigencia máxima tanto a compañeros corredores como auxiliares. Nada podía salir mal. Si había que quitarle peso a la bicicleta se le quitaba de donde fuese. Poniendo tornillos de titanio, haciendo agujeros en la bielas y platos y dejando el peso de la Colnago en apenas 7kg, algo que ahora mismo no pasaría ningún control de la UCI. Máquina lista, corredores mentalizados. Sólo quedaba dar pedales. Sólo eso.

La etapa, que salía de Gijón, tenía un recorrido de 153 km, no muy larga para la época, pero con los altos de La Reigada, Cobertoria, Padrún, Manzaneda y la ascensión final a la cima del Naranco como dificultades montañosas. Terreno más que de sobra para pensar escabechinas y no esperar a las últimas rampas.

Zülle, en el Naranco en la etapa de 1993 (Foto: Cordon Press)

Atacar sí, pero cuándo era otro tema. Hasta ahora, Tony solo había distanciado a Zülle subiendo. Era impensable hacerlo en otro sitio. Afrontan La Cobertoria con las primeras gotas de lluvia y los CLAS marcan el ritmo exigido con Unzaga y Arsenio González a la cabeza. A 3 km de la cima Javier Mínguez mueven ficha. Amaya veía desde un segundo plano la evolución del combate, pero también disfrutaban de cierto protagonismo en él. Se jugaban el podio y otra posible victoria de etapa a sumar a las ya conseguidas. Así pues, Oliverio Rincón ataca e Iñaki Gastón, compañero de Rominger, responde. El movimiento no va muy lejos y son neutralizados antes de coronar el puerto. Otro acelerón en el grupo, en este caso Perico, que emulando los tiempos en los que era grande, intenta la hazaña a 50km de meta. Solo que el segoviano está lejos de aquellos años de grandeza. Vuelve a ser Gastón quien frena estos golpes y rebasan la pancarta del Gran Premio de la Montaña apenas unos metros por delante de Tony Rominger.

Y de repente…

Todo cambió.

Había que ganar y tenía que ser a lo grande. Estaban lejos de meta, la lluvia se convirtió en diluvio, pero daba igual.

Primeros metros de descenso cuando Iñaki Gastón ve pasar una mancha amarilla a su lado que le dice «vámonos». Pues eso, piensa Iñaki, «vámonos». Ahora La Cobertoria es una carretera ancha, lisa, limpia… Pero hace 30 años aquello era una pista de patinaje, estrecha y llena de baches. Y aquellos dos locos se lanzan jugándosela en cada curva. Y aquel suizo de la ONCE de maillot verde que no entra bien en un giro. Y que se va al suelo. Y que «flogues que pican». Y que no encuentra la bici que estaba «en flogues». Y que se levanta. Y que le dan su máquina. Y que los otros dos chiflados ya están lejos. Y que pierdo La Vuelta.

Era una época en la que no había pinganillos y las órdenes de equipo llegaban cuando el coche podía situarse a tu lado. No es hasta el final del descenso cuando Juan Fernández consigue llegar al lado de sus dos pupilos, ya entre Pola de Lena y Mieres, momento en el que por fin reciben las primeras referencias del estropicio que acaban de hacer: «Oliverio Rincón a 45, Zülle a dos minutos y medio. Se ha caído, bajando se ha caído», se le oye decir al director del CLAS en la retransmisión de TVE, que acababa de conectar.

A partir de ahí estaba claro. No iban a parar. Iñaki Gastón tenía que ayudar a Rominger hasta donde aguantara, aproximarlo al Naranco y que el suizo gastara lo menos posible. Así hizo hasta que en las rampas del Padrún sucumbió al esfuerzo. Desde ese momento, el maillot amarillo tendría que afrontar su particular contrarreloj individual.

Por detrás se producían dos persecuciones. Por un lado, los Amaya intentando dar caza a la cabeza de carrera y, por otro, la escuadra de la ONCE que luchaba por contactar con el grupo de los de Mínguez y perder el menor tiempo posible. La unión se produce y ahora los que tiran como posesos del segundo grupo son Bruyneel y Breukink.

Nos acercamos a Oviedo y Juan Fernández se vuelve a acercar a su pupilo: «Delgado, Cubino, Oliverio, Montoya, Zülle, Breukink y otro más… un minuto. Pero aquí ya no te quitan tiempo. Abajo en el plano te han quitado porque venían muy fuertes pero aquí no te van a quitar. Tú sigue a tu paso que aquí eres más fuerte».

Tony no necesitaba que le animasen. De hecho, no quería a nadie jaleando y diciendo que «eres el mejor». Quería referencias concretas. A cuánto los tengo. Quiénes vienen. Cómo vienen. Cuánto queda. Juan lo conocía mejor que nadie y quizás ese temple, conocimiento y comunicación director-corredor haya sido uno de los ingredientes principales del éxito de Rominger a lo largo de su carrera.

Mientras tanto, el Naranco ya estaba vestido de gala para recibir a su campeón. Era viernes, en principio laborable. Pero había gente que había pedido el día en su trabajo, alguno había salido antes, otros, los más osados, que si asuntos propios o la enésima operación de cadera de la abuela. Los adolescentes o universitarios tenían una clase más importante a la que asistir en la ladera del monte ovetense que en las aulas. Olor a bollo preñao, sidra y kalimotxo, más típico de un Martes de Campo que de una carrera ciclista. Banderas y pancartas de todo tipo. La mayoría de Asturias, algún cartel reivindicando los derechos de los trabajadores de Duro Felguera, en conflicto laboral por entonces. Todos esperando que aquel asturiano venido de Suiza les diese su segunda Vuelta.

Y todo ahí, en el Monte Naranco. Residencia de verano del rey Alfonso II el Casto (siempre me parece curioso poner en la misma frase una referencia a monarquía y castidad), lugar donde el ejército de regulares de Franco asesinaba a una niña en octubre de 1934. Donde 2 décadas antes otro asturiano (pero este de Limanes, El Tarangu que llamaban) firmaba otra gesta, también atacando (bajando) y desde lejos (desde Pajares) para entrar en solitario en la meta que ahora esperaba a Rominger.

El Monte Naranco, lugar querido por los ovetenses, iba a ser testigo de una nueva batalla, de otra exhibición, de otro día de gloria. Llegaba Tony a la capital asturiana llena de gente. Maillot amarillo, gorra azul del CLAS recién puesta (la otra se la había arrebatado un espectador en La Manzaneda) con 45 segundos de ventaja sobre sus perseguidores y máximo rival.

Los que estaban en el último kilómetro podían oír el murmullo que venía de abajo. Un solo grito, una única palabra que se repetía y subía progresivamente de volumen. Tony…. Tony… Se acercaba el ídolo. Pasaba junto a Santa María del Naranco donde siglos atrás descansaba el Casto pero que ahora no había lugar para el relajo. Tony… Tony… giraba en la horquilla de San Miguel de Lillo, lugar de culto religioso y, ahora ciclista. Tony… Tony… Atravesaba los kilómetros más duros de esa ascensión, los que van entre la iglesia y el último kilómetro, donde tenía que atestar su golpe más certero. Tony… Tony… mientras se acercaba a la meta, Zülle se quedaba sin compañeros y subía a un ritmo alto para dar caza a quien parecía arrebatarle el ansiado triunfo en la ronda española.

Tony… Tony… el del CLAS que se abre paso entre el gentío nunca visto en una etapa al sur de los Pirineos, animando a «su paisano», alzándole hasta el triunfo. Tony… Tony… último kilómetro y Cubino que ataca, pero ya es tarde. Nada va a impedir la victoria a quien vino a la tierrina para quedarse, ese que los más escépticos no veían como campeón año y medio atrás en el momento de su fichaje, el que enseguida se ganó el corazón de sus compañeros y de una afición necesitada de éxitos. Tony Rominger, I de Asturias, ganaba en el Naranco ante su gente, conseguía una ventaja de 44 segundos sobre Zulle, parecía sentenciar la carrera y firmaba una de las gestas que más se recuerdan en una Vuelta a España.

Quedaba la crono de Santiago y entraron dudas, nervios, referencias que meten el miedo en el cuerpo pero que luego resultan ser falsas. Pero eso será otra historia. Etapa para Zülle que saca 48 segundos en meta al del CLAS. Insuficiente. Tony Rominger había sentenciado La Vuelta dos días antes. Como un campeón y delante de su afición.

Han pasado 30 años de aquel grandioso día que está marcado en la memoria de muchos asturianos y aficionados al ciclismo. Los que lo siguieron desde la cuneta, los que lo vieron en sus casas o incluso los alumnos de octavo curso del C.P. La Vallina de Luanco, que se encontraban en Francia de viaje de estudios y no pudieron enterarse de nada hasta un día después por la prensa del lugar.

Fuese como fuese y pasen los años que pasen, ese 14 de mayo de 1993 será recordado como el día en el que Tony Rominger unía a todos los asturianos para pedalear junto a él aquellas últimas rampas de una Vuelta a España que se quedaría, por segundo año consecutivo, en Asturies.

4 Comentarios

  1. Magnífico artículo, qué bien reflejas lo que vivimos muchos aquel día en el naranco. Reuerdo también que se cantaba «eo, eo, eo, puta jacobeo» porque teníamos la impresión de que a Romi guer se le ninguneaba desde las grandes cadenas de radio y la televisión, más partidarias xe la Once y del patrocinador de aquella Vuelta.
    Y racuerdo en ese penúltimo kilómetro, donde la parrilla Buenos Aires más o menos, cómo subía Rominguer, como una moto.

  2. En realidad, Asturies está en su mayor parte al norte de los Pirineos

  3. Alejandro Álvarez

    Todo correcto, hasta que metes la política por medio. Infórmate sobre Aida Lafuente en medios no intoxicados.

  4. No entiendo como se dedica un artículo a un corredor que es sabido y notorio que corrió y ganó completamente dopado en los 90. Me parece lamentable.

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