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La drogadicción de caballos de carreras en los años 70 con tranquilizantes y heroína

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Barboza testificando sobre las carreras de caballos ante el Comité del Congreso en 1973.

Fue uno de los mafiosos más buscados por la propia mafia, incluso su abogado perdió una pierna por un coche bomba. Cuando entró en el programa de protección de testigos y le ocultaron con toda su familia en un faro frente a Massachusetts, la mafia intentó lanzar una lancha-bomba y explotar todo el lugar. Al final, dieron con él en San Francisco en 1976, donde se ocultaba con un nombre falso. Le dispararon a quemarropa con una escopeta la salir de casa. Su abogado dijo «con el debido respeto a mi cliente, no creo que la sociedad haya sufrido una gran pérdida». Su carrera como sicario no había sido menos brutal. Le apodaban «El animal». Sus padre era portugués, José Barbosa, y boxeador, profesión que también desempeñó su hijo con el mote de «El Barón». En su carrera, ganó 8 de 11 combates profesionales, 5 de ellos por KO.

Joseph Barboza todo lo conseguía a golpes. Cuando lo metieron preso en la cárcel de Massachusetts, logró escapar, ciego de whisky de contrabando y anfetaminas, golpeando a los guardias. En la calle, eufórico, fue golpeando al azar a la gente que se encontraba. Lo capturaron de nuevo en 24 horas y lo volvieron a encerrar. En este ambiente, con las entradas y salidas de prisión, se fue comprometiendo con la mafia y empezó a colaborar con el clan Patriarca, un grupo formado en Boston por un siciliano, Gaspare Messina, ligado con los Bonnano de Nueva York, una de Las Cinco familias.

Nunca llegó a formar parte de la familia por no ser italiano. De hecho, sus compañeros le llamaban «El negro» por ser portugués. Paradójicamente, Barboza era profundamente racista. Según revelan John Partingon y Arlene Violet en The Mob and Me: Wiseguys and hte Witness Protection Program, había asesinado indiscriminadamente a otras personas solo por ser negras. Al menos, a dos.

Su gran historia fue como sicario. Cometió multitud de asesinatos. También, como informante. Porque colaboró con el FBI, pero les dio testimonios falsos contra rivales para quitárselos del medio. Una vida de película de Scorsese, tanto era así que tenía un Osmobile Cutlass con un sistema para echar humo negro tras de sí. Los propios agentes que le seguían le apodaron «James Bond».

Sin embargo, una de sus tramas secundarias tuvo todavía más repercusión que sus ejecuciones, que se calculan en torno a las treinta. En 1973, la Cámara de Representantes de Washington informó de que, con todas las carreras de caballos que se habían amañado hasta el momento, iban a proponer que drogar caballos fuese un delito federal castigado con hasta 20 años de prisión. Esta era una sola de las prácticas que había confesado Barboza al FBI. También se cambiaba la documentación de los caballos para sustituirlos por otros más lentos, se les aplicaban descargas eléctricas o se amenazaba con una paliza a los jockeys para amañar el resultado.

El origen del problema estaba en la falta de rentabilidad de las carreras. La mayoría de los propietarios no podía compensar los gastos de la compra de buenos caballos, el establo, los entrenadores y veterinarios con los premios de las victorias. El sistema que fue surgiendo fue uno en el que no solo se garantizaba un mínimo de victorias a los inversores, sino que el arreglo les permitía también apostar y obtener ganancias significativas. En esta tendencia, los propietarios con menos recursos se fueron aliando con mafiosos y, en pocos años, las carreras estaban totalmente infiltradas por el hampa. Mientras esto sucedía, el Estado miraba para otro lado porque las carreras estaban generando 85 millones de dólares en impuestos y nadie quería tocar la gallina de los huevos de oro.

Este caso llevó a testificar al mismísimo Frank Sinatra. Barboza dijo que había sido testaferro de su patrón, Raymond Patriarca. Lo cierto es que el cantante había invertido en un hipódromo cofinanciado por mafiosos y del que había sido nombrado director, cargo del que dijo que se había enterado por la prensa de que lo tenía. En 1972, la mitad de los caballos de Nueva Inglaterra eran propiedad de la mafia. Barboza se dedicaba a detectar a propietarios de caballos con problemas de deudas, también a generarlas con chicas y otros vicios, luego se ofrecía para cubrir sus préstamos a cambio de luego manipular las carreras con sus animales.

En los informes sobre las carreras de caballos de los 70 se destacaba que lo más frecuente era que los jockeys, individualmente, se corrompieran en busca de dinero fácil. De ahí que un personaje como Joseph Barboza estuviese siempre a su alrededor, frecuentando los mismos lugares donde salían y tratando de enredarles o presentarse como solución a sus problemas, aunque él fuese quien se los había creado.

El jockey Lonnie Ray (Foto: thejoanphippsstory.com)

Drogar a los caballos era una práctica frecuente para amañar carreras. En Italia ya había habido casos en los que, al pasarse con la dosis, cuando se veía que los caballos estaban idos o se echaban a dormir, se había tenido que suspender la carrera mientras los apostadores rabiosos arrojaban botellas a la pista. Generalmente, se les inyectaban los tranquilizantes que se empleaban para que los caballos viajasen por carretera tranquilos. También se hacía a la inversa con estimulantes.

Las autoridades italianas creían que al menos un tercio de las carreras estaban amañadas. En un reportaje que realizó el New York Times, un asiduo a las carreras declaraba: «Antes el estribo era el símbolo de este deporte, ahora es la jeringa». En Estados Unidos, desde los años 30 hasta los 80, se estimaba que la mitad de los caballos habían corrido dopados. Se empleaban cocaína, heroína, estricnina, cafeína y anfetaminas. Durante este periodo, aumentaron las lesiones en los animales por su falta de percepción del dolor.

Barboza se convirtió en informante del FBi después de ingresar en prisión en 1967 por posesión de armas. Como suele ocurrir en estos casos, después de haber asesinado y haberse arriesgado por sus jefes, le dejaron tirado cuando le vinieron mal dadas. Los agentes que le captaron le prometieron una nueva vida en California, con una cirugía plástica y un restaurante incluidos, promesas que no se cumplieron. Sus acusaciones no se limitaron al ámbito de los caballos, en baloncesto involucró a la estrella de los Boston Celtics, Bob Cousy, al jugador de fútbol americano Babe Parelli y el beisbolista Gene Conley. Todos ellos por amañar partidos para las apuestas.

En la misma comparecencia de Barboza en el Comité Selecto de la Cámara de Representantes, también habló Bobby Byrne, otro mafioso radicado en Boston. Al igual que Barboza cuando incriminó a Sinatra, este testigo también se adornó presumiendo de que arreglar carreras en Estados Unidos era tan difícil como quitarle un caramelo a un niño. Él mismo había administrado tranquilizantes a los caballos. Así se eludían los test, que solo se hacían en los que quedaban primeros. A veces se llegaba a drogar a seis de los diez caballos que corrían.

Byrne se ganaba a los jockeys y untaba a los mozos de cuadra para que mirasen para otro lado mientras ponía las inyecciones. Según explicó: «Uno busca un jockey sin dinero y con una debilidad, nueve de cada diez veces son las chicas o el dinero, pero a unos les gustan los chicos y a otros la marihuana, cualquier cosa que quisieran se la conseguíamos». A los caballos les inyectaban de todo, hasta heroína, pero el fármaco estrella era Acepromazina, que en los años 50 se usaba como antipsicótico para humanos Todos los productos se probaban antes en un solo caballo, Robert Kope era su nombre. Byrne se mofó de esta práctica, dijo en su comparecencia «habría que donar su cuerpo a la ciencia». (declaración completa)

También tuvo palabras para los aficionados: «El público de las carreras está siendo estafado todos los días». En el reportaje que realizó Sport Illustrated sobre las revelaciones de los mafiosos, se dijo que podían ser exageradas, «no deben aceptarse como una verdad incuestionable», decía, pero había que hacer con ellas lo mismo que con las autoridades deportivas, ya que también «Al deporte le gusta jactarse de que se vigila a sí mismo, y tal vez lo intente». Otra cosa es que tuviera el más mínimo éxito.

Con la sola mención en los medios de los aparatos electrónicos con los que se podía estimular a los caballos, se desencadenó una neurosis, no así tanto con las drogas. En Filadelfia se dio el caso de que al jockey Lonnie Ray le hicieron prácticamente desnudarse en público. Toda esta situación, desgraciadamente, no es un relato vintage. El dopaje de caballos sigue a la orden del día. Al igual que con humanos, el negocio está en las drogas que no pueden detectarse en los protocolos antidoping. El dopaje siempre va por delante de la prohibición.

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