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Los «Doce deportes peregrinos» (¿o por qué lo llaman deporte?)

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El artículo de Enrique Ballester Tardé bastante en saber que la caza era un deporte, publicado aquí en Jot Down Sport, me ha hecho pensar en lo tarde que yo también he sabido que muchos entretenimientos, algunos de ellos peregrinos, eran y siguen siendo considerados como deportes.

Abusando del título de los Doce cuentos peregrinos de García Márquez (pido disculpas si hiero sensibilidades literarias), a mí se me ocurre un título parejo para este ensayo tal vez tonto o divagatorio, pero que escribo, en principio, sin ánimo de molestar. He aquí mis Doce deportes peregrinos. Empiezo por el golf (1), práctica que goza, para mi asombro, de mucha audiencia televisiva. Nunca he sabido por qué se le llama deporte a lo que Ortega definía como la operación sofisticada consistente en darle a una pelotita con un palo. Disculpará mi reparo el aficionado al golf. Pero del deporte he tenido siempre una visión bruta, como de clase obrera. Si no hay sudor proletario de por medio me cuesta considerar que algo se considere deporte. El fútbol es hoy un negocio muy emputecido, sí; pero siempre nos quedará la inolvidable estampa de Zidane sudando a chorros.

Acumulo varias frustraciones vitales. Entre ellas no haber sido arquitecto, no saber tocar la batería por patoso descoordinado y desconocerlo todo sobre esa «summa» de estrategia bélica y fluidez mental que se llama ajedrez (2). Me seducen las vidas de los grandes ajedrecistas de la historia. Jamás puse rostro a Bobby Fisher, pero yo siempre supe quién era Bobby Fisher (igual que sé que los armenios son muy duchos en el ajedrez). Pero la pregunta es la siguiente. ¿Por qué es un deporte el sedentario ajedrez?

Si nos ponemos a cuatro patas (y que nadie piense en gimnasias anatómicas), no entiende uno que la hípica (3) se considere deporte e, incluso, disciplina olímpica. Vestir con galanura de club social para ricos, saber montar un bello equino y vencer obstáculos de cartón piedra puede dar pie a bonitas estampas. Pero vuelvo al marxismo deportivo: un jinete no suda, el trabajo lo hace el cuadrúpedo. Y, además, ¿por qué las carreras de caballos no se consideran deporte olímpico? Al menos los caballos en el turf sudan muchísimo por las crines.

El tiro con arco (4) sólo me lleva a evocaciones difusas (confieso que apresuradas y no poco patateras). Pienso en la caída de Bizancio en 1453, junto al Cuerno de Oro, con aquel magnífico cruce de flechas entre otomanos y bizantinos. Pienso en la flecha del indio apache que hace descabalgar al soldado y panza azul del Séptimo de Caballería. Pienso cómo no en Robin Hood y pienso hasta en Vicky el Vikingo. Pienso en el martirio de San Sebastián, icono del orbe gay, asaeteado por las flechas. Sin embargo, nunca pienso en el tiro con arco como disciplina deportiva. Sólo caigo en ello cada cuatro años, cuando en una olimpiada se nos ofrecen imágenes del Guillermo Tell de turno o de la respectiva Diana cazadora.

Y, ya que estamos, quien dice tiro con arco dice también tiro con carabina (5). Desconozco si la Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos es el lobby que presiona para que el tiro con carabina pueda ser considerado un deporte olímpico (matar a tiros, para las mentes desquiciadas, sí podría considerarse una afición deportiva). Al hilo del tiro con carabina, tampoco hallo razones para que la caza (6), de la que hablaba Enrique Ballester, sea considerada una modalidad deportiva. Y, hablar de caza, con la revista Jara y sedal en el subconsciente (es lo primero que se viene a la mente en clave cinegética), es hablar también de pesca (7), que también goza de estatus como práctica deportiva. Junto al mar de Galilea, Jesús les dijo a Pedro y a Andrés que haría de ellos pescadores de hombres. Pero que yo sepa, de Mateo (4,19) no se colige nada de que Jesús pudiera haber instituido la pesca como deporte.

A menudo, por el canal Eurosport suelen ofrecer campeonatos de billar (8). Lo desconozco todo sobre el diestro arte de la carambola. No dudo que esta práctica exige concentración, lucidez y precisión. Pero me pregunto si un jugador de billar que goce de estas cualidades sobrenaturales ha de considerarse deportista. Leo incluso que la Confederación Mundial de Billares promueve que el billar sea considerado deporte adicional en la Olimpiada de París 2024. Tal vez deba uno agradecerlo, ya que no hallo distingos por mi parte entre coger un palo de billar y un palo de escoba.

Uno de los deportes más asombrosos al que llaman deporte es el curling (9). Dícese de la práctica consistente en deslizar piedras de granito de 20 kg sobre un corredor de hielo de 146 pies de longitud (medida anglosajona) y de 15 pies y 7 pulgadas de ancho. El momento más vistoso llega cuando los compañeros de equipo del lanzador usan con gran denuedo sus cepillos para lijar la superficie helada y hacer variar la trayectoria de la piedra hacia la diana. Lo dicho, asombroso.

Hablando de superficies heladas, también tengo mis reservas para considerar como deporte el patinaje artístico sobre hielo (10). Incluyo, de igual modo, el patinaje artístico sobre ruedas. No diré que no son modalidades muy plásticas de ver, a medias entre la pirueta circense, el arte y la danza fina y delicada, todo ello armonizado bajo fluidos musicales. Pero me cuesta considerar esta afición como un deporte. Sí es cierto –o a mí me lo parece– que el patinaje sí que encierra cierta competitividad malsana entre participantes, por mucho que por televisión pongan caras de admiración o de asepsia cuando conocen la mejor puntuación del ejercicio del rival mientras se disputan la preciada medalla de oro.

Creí al principio que era una broma. No digo que de mal gusto, pero broma. Al parecer, el breaking (quiere decirse el break dance de siempre nacido en el Bronx neoyorkino) va a alcanzar también en París 2024 el estatus de práctica deportiva. Sí, lo han oído bien. Es indudable que las cabriolas de un B-Boy o de una B-Girl (así se llaman sus practicantes) exigen gran forma física. De ahí sus batallas en el aire, donde el mundo chándal se fusiona con la música urbanita de los márgenes. Pero, como decía, no es una broma y sí una verdad: el breaking (11) es ya hoy por hoy un deporte.

Por último, incluyo entre mis doce deportes peregrinos…¡el buceo! Quien lo practica mejora la capacidad pulmonar. Proporciona confianza. Resta estrés y relaja y, en general, mejora las funciones psicomotrices. No dudo que bucear traiga consigo, de añadido, una inmersión en la potencialidad de las capacidades mentales y corporales del individuo. Leo además que el buceo deportivo consiste, entre otras destrezas, en tirarse al agua en paso de gigante, saber nadar en superficie y en modo inmersión, realizar apneas y escape libre, emerger pesos, buscar objetos perdidos en la oscuridad, etcétera. Pero, digan conmigo: ¿el buceo es un deporte? Lástima que el añorado Jacques Cousteau no pueda ya sacarnos de dudas.

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