Ciclismo

Trescientos kilómetros entre Milán y San Remo: sobre La Classicissima

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Greg Van Avermaet

Es tan largo, sí, el camino entre Milán y San Remo.
Tan largo.
Casi trescientos kilómetros, oigan.
Tan largo.

Pero, en realidad, no son trescientos. No. Es el paso del interior, de la Lombardía, de las nieblas y el escarchar en amaneceres… al mar, al Mediterráneo, a la costa ligur, al sol que asoma anaranjándose como una promesa de noches. Es el salto del invierno a la primavera, es flores que siguen a nieve, es el negroni en unos navigli mirando barquitos o el negroni en una terraza mirando barquitos. Es todo eso, la Milán-San Remo.

Eso y, claro, la Classicissima.

La idea de unir Lombardía y San Remo nace en 1907. Bueno, nace ese año en bici, que doce meses antes se hizo lo mismo pero con coches, y los coches apenas pudieron con el recorrido, pero los ciclistas llegaron mucho mejor, porque no hay motor más grande que las piernas de un chiflao. Y eso, que en 1907 ganó Lucien Petit-Breton (alguien que oximonorea la frase «Petit-Breton es un tío tranquilote»). Estuvo la cosa tan jodida que Giovanni Rossignoli pedaleó unos metros por Pavía bajo el paraguas que aguantaba su madre. La buena señora había salido a sofocar un poco los sufrimientos del chavalín, tan complicado iba el asunto, con su lluvia y su nieve (y no suspendieron). Segundo hizo Giovanni Gerbi, a quien llamaron El Diablo Rojo. Solo que después Giovanni fue tercero, porque segundo quedó Garrigou, porque a Giovanni lo descalifican por agredir a Garrigou, y los equipos (los mecánicos, los directores) de Giovanni y Garrigou se enzarzan en una buena ensalada de hostias, y finalmente Gerbi reconoce que sí, que hizo mal, pero lo reconoce treinta años más tarde, y ya me dirás qué arregla eso, pero tampoco vamos a quejarnos. Ah, este Gerbi fue el primero que se afeitó las patas para montar en bici, así que es promotor de muchos cortes y costritas los sábados de junio. Decía que era para penetrar mejor el aire, y también se rapó completamente la cabeza, claro, así que fue igualmente pionero en ciclistas calvetes, estirpe de gran renombre…

Fue, también, primer sprint en esa carrera (sí, se resolvió al sprint… once horas para resolver al sprint), que es algo muy habitual en San Remo. Ayuda que sea competición buscando el océano, ayuda que el recorrido se mantenga casi como lo conoció Giovanni Gerbi. Salimos de Milán (o similares), llegamos a San Remo. Normalmente… Vía Roma, que es escalofrío para cualquier aficionado. Durante lustro y cachito la Vía Roma anduvo de parranda, y aquello terminaba en el Lungomare Italo Calvino, que es el espacio más ma-ra-vi-llo-so donde carrera alguna jamás haya terminao, porque La Classicissima es muy Si una noche de invierno un viajero (siempre con tanto principio) y los pelotones siempre hablan oulipo. Ah, también tenemos, aquí, caballeros inexistentes…

El recorrido, dijimos. A ver…
Se sale de Milán. Y ya a las afueras de Milán atacó Fausto Coppi en 1946, cuando il Campionissimo parió la nueva Italia. Saliendo de Milán fue, comentábamos, y pronto queda solo, pronto será solo, como siempre fue Fausto, como siempre acabaría siendo. Pasó el túnel del Turchino, y la gente se volvía loca, y desde allí es todo cuesta abajo hasta la mar, y toda Italia anima, toda, porque aquel túnel duró seis años, porque aquel túnel es una guerra, porque aquel túnel tiene tanto de Freud como de Pierre Chany. Ganará Coppi, y mientras llegan los otros (los otros que no son Fausto, los otros que no son él) suena música clásica, música clásica en la Classicissima. Ganará Coppi, primera de tres, igual que gana al año siguiente Bartali, tercera de cuatro. Ganará Coppi, e Italia sonríe, e Italia vuelve a sonreír.

En el Turchino, sí, triunfa también Eugène Christophe, le Vieux Gaulois, año 1910. Cuando la nieve, y la ventisca, y la casita que asoma más allá del camino, la casita con luces, el barreño con agua caliente, las ropas sobre su cuerpo en temblor. La voluntad férrea de volver, de volver allí, de volver a hacerse daño, de volver al sitio de donde no se vuelve. Regresa, sí, Eugène Christophe, llega solo a San Remo. Segundo hace Giovanni Cocchi, a una hora y un minuto, tercero es Marchese. Cuarto llega Enrico Sala, dos horas y pico. Nadie más entra en San Remo aquella tarde.

Luego llegan los Capos. Los Capos. Que son subidas que ni de subida merecen nombre. Kilómetro y medio, tal que así. Capo Mele, Capo Cervo, Capo Berta. Calentar patucas. A veces, incluso, más… En Capo Mele se quedaron solos Chiapucci y Rolf Sørensen aquel 1991 en que Claudio pasó de simpático intruso a Diablo adorable…

Bajan Capo Berta, que ni bajada le podríamos decir a eso, y entran en Porto Maurizio. Allí ataca Merckx, que levantará los brazos cuarenta kilómetros de pedaladas más adelante. En Porto Maurizio labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

Ah, luego viene La Cipressa. Que bien poca cosa, La Cipressa. Cinco al cuatro, ya ven. Ahí atacó loquísimamente Pantani, año 1999, época pre-cincuenta y dos. Era una muestra de chulería, de ambición, un miradme, soy Marco, nadie puede conmigo. Michele Bartoli, que siempre quiso focos del Pirata, entró, tiró, cazó, perdió. Ambos palmaron la Vía Roma mucho antes de la Vía Roma, porque estaban compitiendo por asuntos diferentes. Tchmil hizo una arrancada de las suyas viendo meta y se anotó la victoria más multinacional que hayan visto ustedes…

Salvatore Puccio en el Poggio

Y entonces empieza el Poggio. El Poggio. Lo que se inventó Torriani al morirse Coppi, tan tristes estábamos todos. El Poggio, que es el repecho con olor a puerto más conocido del ciclismo. El único mito donde ningún aficionado debe poner pie a tierra. Ni siquiera su primo Luis Alfonso, el gordinflas, ni siquiera ese. La leyenda que da cosita cuando estudias longitudes y porcentajes. Da igual… Poggio es sacro, como la Gioconda (que resulta bien pequeñaja) o la pasta al tartufo (meh).

Los corredores pillan un desvío, a mano derecha. En realidad sigue la misma orientación que llevaban antes, así que entran a toda leche. Allí se puso a tirar como un loco un chavaluco belga, año 1966. Se llevará diez tíos a rueda, ganará sprint. Al comienzo del Poggio labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

Un kilómetro subiendo el Poggio. Aquí se va a mil por hora, aquí tiran gregarios fortísimos en un sprint cuesta arriba (solo que no muy cuesta arriba). Jalabert lanza latigazo, Jalabert captura a Maurizio Fondriest, Jalabert es, ese 1995, casi invencible. Ah, en ese mismo punto saltó el Merckx que ya no era Merckx pero aun seguía siendo Merckx. A su rueda, Jean-Luc Vandenbroucke. Corderillo, matadero. Así que a mitad del Poggio labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

Setecientos metros hasta la cima del Poggio. Decía Laurent Fignon que había una alcantarilla, una alcantarilla precisa. Justo después del descanso, una alcantarilla, allí. El sitio perfecto, el sitio donde debes atacar. A él le salió fenomenal, dos años seguidos. Años más tarde Maurizio Fondriest volvió a hacerlo, primavera del noventa y tres. Esa alcantarilla. Después asfaltaron y ya no hay alcantarilla, o ya no se ve tanto. Ningún símbolo es eterno, ni siquiera los más tenues…

Medio kilómetro hasta la cima del Poggio. Donde están las rampas más duras, aunque ninguna rampa es dura en este mito de rampas blandas. El monte a un lado, el helicóptero al otro, olor a salitre ya en la nariz. Allí, a quinientos metros del Poggio labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

La cima del Poggio. Giro a la izquierda, las calles del pueblo, una cabina de teléfonos que sigue ahí, como recuerdo del pasado, como remembranza de lo que fue, una cabina donde Marcello Rubini dice que llegará tarde a casa, que tiene curro, que no lo esperen despierto. Allí, justo allí, atacó un año Eddy Merckx para lanzarse cuesta abajo como si aun no se hubiese estrenado con los pros. En la cima del Poggio labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

Bajando el Poggio. Hay tres curvas de herradura seguidas, dos casi en escuadra que se pueden pillar a mil por hora o a cien por hora, depende de lo que quieras morirte o vivir en éxito. Argentin va por delante, Kelly va por detrás. Argentin corre en Ariostea, lleva pedales automáticos, tiene entrenamientos y batidos de fruta que le prepara Michele Ferrari. Kelly corre en Festina, lleva rastrales, un casco feísimo, un coulotte que nunca debió aceptar ponerse y tiene piel paliducha del que entrena mucho en inviernos con fango. Argentin anhela ganar, pero también anhela vivir, y para Kelly vivir siempre fue ganar. Allí, en tres horquillas y dos escuadras, lima diez segundos. Será su última gran clásica. Ah, al principio de esta bajada labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

Milán-San Remo de 2013

Via Roma… es el momento de Sagan. Ha atacado como un loco en el Poggio, ha destrozado los pedales, el cuadro que llora, su potenciómetro gritando, bip, bip, dónde vas, menuda fuerza. Ha atacado como un loco en el Poggio, porque Sagan se adapta a esta carrera como ningún otro ciclista se ha adaptado a ninguna otra carrera (salvo, quizá, Eddy a tantos sitios), y se le escapa, y no la conquista, y no puede, y quizá sí, quizá este año, quién es Ciolek, mira aquello de Nibali. Sagan se va solo, pero no solo-solo, Sagan se va solo, pero es un solo con hielo, es un solo con Alaphilippe, y un solo con Kwiatkowski, y no deberíamos tener problema, porque nos los cepillamos, que para eso ganamos volatas en Francia, pero no, no, hombro contra hombro, golpe de brazos, Michał se cuela, Michał vence. Sagan, el tío que nació para ganar en San Remo, nunca ganó en San Remo. Ah, en estos doscientos últimos metros labró una victoria Eddy Merckx, pero es que Eddy Merckx ganó aquí de todas las formas posibles.

La misma línea, la rayita blanca que hay pintada sobre el suelo. Hasta el centímetro final, todo cuenta, sí, en esta prueba de trescientos kilómetros. Erik Zabel levanta los brazos, Erik Zabel gana por quinta vez, Erik Zabel mira a los ojos a Eddy, va a por Eddy, tiene tan cerca a Girardengo. Solo que no. Una sombra, una sombra anaranjada. Costado derecho, justo por debajo de la mano celebrante. Zabel lo ve, y entiende. Zabel ha hecho el ridículo, Óscar Freire ha ganado su primera San Remo. Llegarán otras dos, ninguna para el germano desde entonces. Qué difícil debe digerirse eso, colega, qué difícil.

Así termina.

En esa tarde tan larga de Liguria. En la carrera que empieza todas las demás carreras.

 

14 Comments

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  2. Excelente como siempre Sr. Pereda

  3. Tantas cosas por escribir de ciclismo y que tengan que ser contadas con semejante estilo de blogero del 2003. Qué pena que, por nombrar uno, el señor Izagirre no tenga la misma productividad que Pereda.

  4. Da gusto leer a alguien con tanta cultura ciclista, pasión y humor como Marcos Pereda.

  5. Muy bueno.

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