Ciclismo

En la despedida de Peter Sagan, el pícaro que pudo reinar

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Apareció como los grandes. Sin pedir permiso, sin ir mejorando poco a poco. Eso es para el resto, eso es para los que no son Peter. Apareció y nunca nada igual, porque parecía destinado al Gotha, y quizá habite el Gotha, pero es un Gotha con más gente del Gotha que todos pensamos entonces. Apareció y las cámaras lo adoraron por (no) primera vez. Su sonrisa, sus ojillos glaucos, sus gestos de adolescente travieso al que pillaste echando vino al vasuco.

Fue en una carrera por Australia. Critérium, para qué voy a andar yo engañándoles. Adelaida, año 2010. Destacó. Vamos, que incluso anduvo en una escapada Peter. Aunque no había cumplido los veinte, aunque corría edades saronnianas (hoy diríamos evenpoelianas). Ocurre que nadie, casi nadie, puso mirada en él. Porque aquello era chirigota, sí. Pero, especialmente, por uno de sus compañeros en la fuga. Diecinueve añucos mayor, siete Tour de Francia corrían por sus venas en aquel entonces. Aquel dieciocho de enero Lance Armstrong había vuelto al ciclismo doce meses atrás. Vi a Carlos Sastre por la tele y, en fin… pensé que podía probar a cepillarme dos o tres Grandes Boucles. Así, como propina.

(Menudo gilipollas, macho. Que cayera por un combinado de megalomanía y chaladura externa en forma de menonita chiflao es una de las historias más gozosas de este absurdo mundo).

Armstrong no ganó aquel día, y tampoco ganó nada en aquel bienio, y perdió (casi) todo lo que había ganado desde esa tarde de Oslo con tanta lluvia. El otro, el chavalín… agua. Y en el Tour Down Under… pues agua también. Tercero y cuarto en Stirling y Willunga. Buena pinta, ilusionante. Desde hace mucho no vemos un adolescente metiendo codos con tipos grandotes de verdad. A ver cómo sigue, no me lo extravíen en el radar de saber más que nadie.

Y no tardó…

Fue en París-Niza. Allí Peter Sagan se puso en plan epatante. Todos aprendimos a escribir Žilina, los más lerdos arrugaron morro al saber que Eslovaquia no es Eslovenia (algún influencer de ciclismo habrá que aun no lo sepa). A buscar antecedentes… Que si Cornet, que si aquel Naciones de Jacques, que si las locuras del Giuseppe setentero, que si Vanderaerden siendo Eddy sin llegar nunca a ser Eddy. Peter Sagan era un desafío a la historia de este deporte. Vean… quinto en el prólogo. Luego segundo por Limoges, triunfante por la Aurillac de Gerberto (Gerberto tenía una testa que hablaba casi tanto como Peter), por Aix-en-Provence, otra vez segundo en Tourrettes-sur-Loup. Ocho días, dos victorias, tres veces más bien cerquita. Empieza una era.

Aquel primer Sagan era espectacular. Exuberante. Dormía en camas de pinchos, desayunaba colacao con chile, hacía entrenamientos como los de Balboa en Rocky IV (pero sin ayudar a pobres campesinos soviéticos). ¿Un repecho? Latigazo. ¿Recta de meta? Ya verás qué sprint. ¿Montaña? Pues mira, no pierdo horas… Siempre ese estilo algo tosco, como si llevase la bici tres tallas chica, aire de aficionado cuarentón que sale los domingos para bajar cocidos. Muy erguido, las patas cortas, rodillas un poco abiertas. No me pongan a Peter, no, en las escuelas, porque nunca fue un estilista. Él únicamente ganaba…

Y mucho. Y en sitios excelsos. Y de mil formas distintas. Aquella Vuelta a España de 2011, con lo de Córdoba y el sprint que no quiso pero debió… O su imagen juvenil, sufridora, guiando a los buenos hasta casi Les Cabanes. Y aquella victoria en Grindelwald, subiendo un monstruo como Grosse Scheidegg, aguantando a tipos que parecían niñucos a su lado, jugándosela en la bajada para pillar a Cunego y luego batirlo sin deshacer mueca. Ah, aquella bajada… era (es) una maravilla Peter, en las bajadas. Porque controla la bici como nadie, porque resulta espectacular, porque va con precisión de metrónomo, porque su estilo tiene un algo de Kevin Schwantz exprimiendo la Suzuki. Uno no llega a explicarse cómo alguien así nunca ganó en la Via Roma (bueno, o en el Lungomare Italo Calvino, que es el nombre más guay para terminar una carrera que jamás exista). Ganar, no sé, al estilo Kelly. Pues nanai. Creo que nunca seremos conscientes de cuánto daño hicieron a Peter esa(s) no victoria(s) frente al Mediterráneo.

Solo que, entonces, aun no lo sabíamos. Sagan era champán, era noches larguísimas, era el riff de Highway to Hell. Porque Sagan es bueno, buenísimo. Gana mucho, gana casi más que nadie. Pero, sobre todo, se impone en los intangibles. Eso que tienes o no, eso que puedes pasarte la vida persiguiendo solo para que alguien, un chaval imberbe con caidita de ojos, te lo muestre de forma innata. Porque no se entrena, porque no se adquiere.

El carisma.

Sagan tiene carisma. Qué coño, Sagan es el tío más carismático que ha dado jamás esto de la bici. O, bueno, igual se nos ha ido un poco… Sagan tiene el mejor ratio «carisma-palmarés» (le dicen «Escala PericoIndurain») desde Anquetil. Solo que Anquetil iba más por lo bonvivantcanallesco y Peter tira a pideteotracopalaultimaypacasa. Aproximadamente, líbreme Merckx de avanzar historietas.

Pero eso, Sagan y el carisma. A raudales. Sagan baja a comprar el pan y le cuesta un euro, ok, pero deja tonelada y media de carisma que llevaba por los bolsillos. Café con leche y carisma, desayuna. Sagan es ese paisano que te raya el coche sin querer, ha sido solo un golpecito, y acabas pagándole un arreglo, llantas nuevas y hasta la biografía de Stan Lee, por si te aburres en el mecánico. Entra en un bar y todos lo miran, va dentro del pelotón y rápidamente sabes dónde se encuentra. No lo hace a posta, no puede controlarlo. Fluye, como el agua por las pendientes o la EPO por los noventa…

Él ayuda, ¿eh? Joder, si ayuda. Peter graba un video imitando la actuación final de Grease junto a su novia y unos colegas. Que a mí se me ocurren pocas cosas tan mamarrachas, pocas cosas tan gloriosamente esperpénticas, como esto. Y sale bien parado, el tío, lo que hubiese podido quedar en peli de Alan Smithee resulta curiosidad simpaticona. Pena que no fuese «Aquí llega Condemor»…

¿Quieren otro ejemplo? Peter se enfunda el día de su boda con una mezcla de «El Señor de los Anillos», los Fraggle y «Águila Roja». O sea, que tú ves fotos y dices… no, hostia, esto no puede estar bien, esto ni medio normal resulta, esto son extras para la última de Guy Ritchie. Y… eso, que airoso. De nuevo. Viva Sagan, joder.

Son días de vino y rosas para Peter. Es el rostro fresco y algo naif en esto de las bicis, es un imán para los anunciantes. Pero es que, además, gana. Gana mucho, gana mogollón. Trinca etapucas allí donde compite (en la Vuelta, en el Tour, en Suiza, California, Romandía, Tirreno), se pasea por piedras y análogos (Gante, La Panne, Brabanzona, Harelbeke), empieza un tórrido romance con el verde del Tour. Mira, este fue uno de sus primeros pecados, porque al principio lograba la regularidad siendo cañero muchos días (y ayudando a montones en montañas o cotas), pero después se empecinó con récords que interesan lo justo y buscaba la regularidad a base de ser regular, que es la mejor manera de ser «regular-tirando-a-malo». Se veían algunos tics, pero todos queríamos hacer como si no…

Porque era una rockstar. Peter se deja el pelo largo, lleva bigotes o perillas chuloputescas, hace morritos a los fotógrafos, tira besos, pide al público que anime más fuerte. Y ellos animan más fuerte. Porque te habla el carisma. Lo aman, lo adoran. Es un genio, es alguien que rompe con esa imagen estereotipada, algo seriota (con sus variables seriota-cani y seriota-aldea), del ciclismo. Como Fignon en los ochenta. Como, otra vez, Anquetil. Peter sube Alpe d´Huez haciendo caballitos, sin manos, saludando. Nadie se marcha, forma parte del espectáculo.
(Peter hace esto, en sus años de gloria, después de trabajar todo el día, después de cascarse una semana metiéndose en todos los fregaos. Peter hace esto para complementar un desempeño deportivo, porque si solo haces esto, como Peter en sus últimas temporadas, ya no eres un campeón alegre, sino un payaso triste. Y los payasos tristes dan miedo de cojones).

Picaba entonces, Peter, a grande. Siempre, siempre. ¿Dos cerdos sota? Voy. ¿Rey caballo? Diez más. ¿Ni pares ni juego? Órdago, hostias, aquí vinimos por la leyenda. Va a De Ronde y sale detrás de Cancellara, intenta seguirlo, revienta y empieza a retorcerse como un cochino a medio emborrachar. Sube Kwaremont como sube usted la rampa esa puñetera, la que tiene llegando a casa, los días grandes. No importa. Es mi sitio, es mi sueño. Igual en el Tour, en Roubaix, en toda la Campaña del Norte. A veces, incluso, parece desesperar. Porque Sagan es el favorito en nueve de cada diez grupos que se vayan haciendo. Un sprinter que arranca para arriba como el mejor puncheur. Y los otros, claro, saben. Y los otros, claro, racanean. Perdió algunos ramos por no hacer trabajo ajeno. Parecía alguien al borde de la frustración, llenaba su cuenta con segundos y terceros. Más puntos que nadie, menos victorias de las que necesita…

Hasta Richmond. Allí, Campeonato Mundial, año 2015, Sagan rompió demonios. Interiores, principalmente. Allí, Campeonato Mundial, año 2015, ataca en el momento justo. Como tantas veces. Pero sale. En dos ocasiones se escapa su pie de la cala (Sagan moviendo la bici como si quisiera partirla, Sagan que parece Hulk Hogan). Lo normal hubiese sido una avería mayor, o chupar suelo. Lo normal hubiesen sido dientes apretados y, quizá, alguna lágrima a escondidas de las fotos. Pero no, ese día no. Maillot arcoíris. Liberación. Más aun… descanso.

Es como Freddy Maertens, dijeron algunos. Voraz, canchero. Un ascenso temprano, una promesa que epata. El carisma, las declaraciones, el mirar un poco de esa forma, como si pudiera explicarte bien claro lo que era el arrianismo. Él, Freddy, también tuvo su hype (qué odiosa palabra, esa de hype), también amasaba botines loquísimos, también fallaba cuesta arriba, también era un excéntrico, un joven, un Nikki Sixx, un amante de la buena vida. Estaba más grillado que Sagan, sí (ahora no, ahora Freddy está bastante bien, y algunos días te enseña el museo de Oudenaarde, pero antes hasta le hicieron un exorcismo, que no es poca cosa, tú, hacerte un exorcismo), pero tenían tanto en común… Oye, Peter, ya sabes lo de Freddy, ¿no? Sí, jamás ganó un Monumento. Nunca. Pero nunca, nunca. Y Mundiales… pues te sigue llevando uno. Así que aun te falta, colega, aun te falta…

Y se puso a ello. Primero De Ronde. En solitario, a lo grande. Como quiso ganar cuando Cancellara le demostró que no, que aun no estaba para ganar. Ahora manda él. En solitario, en campeón. Veinticuatro meses más tarde… Velódromo de las Hilaturas. Domina la carrera, se impone fácil a Silvan Dillier en un sitio de leyendas. Serán sus dos únicos Monumentos, pero ya aventaja a Maertens. También por arcoíris, que trinca tres seguidos. Nunca nadie lo había hecho. No hay ciclista en la historia con más arcobalenos en el armario.

Pasa que sigue ganado, pero… distinto. Confianza en el sprint, cero propuestas alternativas. Cotos de caza bien definidos (California, Suiza, el Tour), apariciones esporádicas aquí y allá. Es una máquina, vale, pero no es nuestra máquina. Y sigue lo de San Remo. La de 2013, que fue una San Remo falsa, una San Remo de marca blanca, una San Remo con distancia de etapa en la Vuelta (bueno, vale, con distancia de etapa larguísima para la Vuelta, que a la Vuelta ni se le ocurre poner esas distancias, pero ustedes me entienden), y que se apuntó Ciolek cuando ni siquiera debió estar allí, con los de delante. O, sobre todo, aquel sprint agónico, de sudor en mezcla y zapatillas rozando, que le ventiló Kwiatkowski (ese extraño elemento llamado Kwiatkowski) por 2017. Aquel del Poggio fue, quizá, el gran ataque de Sagan. El mejor de siempre, el más bruto que nunca hizo. Y le dio para ser segundo. Debió doler, debió generar dudas.

Debió modificar cosas. Acelerarlas.

Porque desde entonces Sagan es solo un esprínter. Salvo días sueltos (ese del Giro), salvo toquecitos puntuales. Vive de su colocación, de ser el más habilidoso sobre la bici, de imponer respeto y experiencia. Pero nada más. Decisiones extrañas, como renunciar a los Juegos de Río en ruta (qué hago yo allí, en un circuito para grimpeurs… ganó van Avermaet) y hacer la prueba en MTB (llantazo y para casa, Peter). Cierta sensación de desidia, de hartazgo. Sigue siendo una estrella del rock, sigue poniendo música a toda hostia en el autobús de sus equipos, sigue teniendo ese rollo muy «Tony Stark» y muy poco «Steve Rogers». Porque el carisma no se pierde. Pero es que era lo único que le iba quedando.

Hasta la decadencia. Los últimos años de Sagan han sido de cierto bochorno. Qué difícil defenderlo, qué difícil no pensar… ¿Recuerdan la boda? Pues acabó divorciándose, y desde su divorcio su cabecita, que no era la más centrada del mundo, empezó a grillarse fuertemente. Cuando se saltó el confinamiento, durante el covid. O las concentraciones a mitad de temporada en América. Pero concentraciones no para sudar la gota gorda, sino para reproducir fotogramas de El Gran Lebowski. Esto (como el video de Grease) hace gracieta cuando vas de exhibición en exhibición… Sin victorias es pasar de Karstens a Milikito… Sumen a eso que Sagan intenta compensar su falta de fuerzas con… en fin, llámenlo oficio. O codos. U hombros. Guarrerías. Suciedad. Cada vez es un llegador más polémico, cada vez mete más peligro en los sprints. Antes hacía malabares, ahora se exige saltos sin red.

A su actual equipo, Total Energies, le ha metido un butrón de los buenos. Un butrón tipo Curro Jiménez se cruza con el Duque de Alba, un butrón que te lo protagoniza Paul Newman. Sagan fue donde su equipo y les dijo que comprasen sellos del Forum Filatélico, que invirtiesen en Martinsa, que las preferentes eran oro puro, que Rumasa iba a durar siglos. Sagan anda por las carreteras pasadísimo de peso (pasadísimo de peso estilo «ciclista-profesional», para el estilo «escritor-sobre-bicis» va bastante bien), sudando como un lechón, con arrugas de carne acumulándose aquí, entre cogote y espaldilla. Es comparsa, es atracción para fotógrafos, es Yvette Horner con su acordeón.

Ahora Sagan anunció que se retira. Que se marcha de la carretera a fines de este año, que seguirá hasta los Juegos Olímpicos, meses más tarde, porque quiere competir en la disciplina de MTB. Suena a noticia recalentada, porque todos tenemos la impresión de que dejó la bici hace mucho. Que sigue porque tiene clase para regalarle a usted, a usted y a Froome. Que continúa con el carisma intacto. Pero ya no es un corredor pro. Se marchará con más de ciento veinte victorias, y con muchos ¿y si…? en el casillero. Se marchará con ciento veinte victorias, y nos deja sensaciones de que la suma pudo haber sido mayor. Mucho mayor.

Vuelvan a leerlo, no hay mejor apunte de grandeza. Otra vez Freddy Maertens.

Hasta el final.

5 Comentarios

  1. Marcos, te has dejado el codazo a Cavendish. Codazo que puede, de momento, no permitir al britànico tener el record en solitario de étapas ganadas en el Tour.

    PS: cómo me divierto con tus símiles.

  2. Ya en el último año en Bora daba la sensación de estar superado por todo y de ir pasadísimo de peso, no de grasa sino de músculo. Porque fuerte era pero en Bora dio sensación de estas más musculado que nunca. De Ronde y Roubaix aparte, su victoria es Richmond 2015. En cuanto demarra, se ve claro que se va y que es suya. Ese ataque en Libby Hill, bajada aerodinámica posterior y 5 minutos eternos. Doha y Bergen son al sprint, en dos mundiales tan fuleros que parece vulgar asociarlos a Peter Sagan.

    Se va un genio de la bici que, muy a nuestro pesar, deja esa marca de sólo dos monumentos, como si fuese un Terpstra de la vida (su mejor enémigo posteriormente compañero)… ¡pero con tres mundiales! porque hay que ganar tres seguidos. Y le hizo mucho daño en sus últimos años forzar siempre a tener la camarilla de su hermano, Daniel Oss y más gente por alimentar. Lo de ahora, con Total Energies, es un Jordan en los Wizards o un Cristiano Ronaldo en Arabia.

  3. Escribe usted más alambicado aún que Ainara Hernando, que ya es decir. Al terminar el tercer párrafo acabas agotado. Sagan no se merece esto…

  4. Saganismo o barbarie

    De «niñato» a mito. El tiempo pondrá en valor lo que fue en sus mejores años. El precedente de esta nueva hornada de chavales que, en muchas ocasiones, parece que corren por y para el show.

    Nunca me hartaré de decir que su mejor victoria (en mi escala de valores) es la de Doha 2016. Evitar ver a Cavendish otra vez de arcoíris no tuvo precio.

    ¡Gracias por todo Peter!

  5. Una pena estos últimos años. Es de los ciclistas con los que más he disfrutado, metiendose en todos los fregados y ganando de todos los colores.
    Al final lo de los 2 monumentos es un número. La figura del rock star ha estado a la par que su palmares, y el ciclismo le debe mucho.
    Larga vida a Sagan!
    P.D.: Me quedo con la imagen cuando subió al podio con gafas de esquiador 😎

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