Ciclismo

Aquel primer Giro de Italia

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Eberardo Pavesi, Carlo Galetti y Luigi Ganna (Foto: Cordon Press)

Si se descuidan les sale antes una Gran Vuelta que un país. Pero es que esto es Italia, amigos, y las cosas suceden como suceden. Su pelín de ópera, su mucho de histrionismo calculado (aunque parezca oxímoron), su más allá de apasionamiento extremo, su pizca de ironía ante lo que cada mañana habría de surgir. Y su picaresca, claro. Como en el Giro. Que nació en plan picaresca, cómo podría ser de otra forma.

Ni cuarenta años. Ni cuarenta años llevaba Italia siendo Italia (pero Italia-Italia de verdad, no Italia en plan la Italia del Renacimiento) cuando arranca el primer Giro, allá por 1909. Cuarenta años. A los cuarenta años muchos aun cenan sopas en casa de sus papis mientras ven First Dates, mira ese, menudo notas. Un lío. Y una aventura. Cuando la carrera sale de Milán hay muchos (vamos, digo yo que hubiera muchos, no estaba allí para sacarles el dni) que habían visto todo el proceso, desde sus condados, marquesados, reinos, estados, ciudades semiindependientes, ducados y etcéteras diversos hasta ver a un Saboya en el trono. Aquí también tuvimos, sí, un Saboya en el trono, pero eso es harina para costal de otro rato. Y, además, ya lo dijo don Benito Pérez Galdós… no puede reinar en España alguien de rima tan fácil… Y eso, que en 1861 Victor Manuel II de Saboya se proclama rey de Italia. Digamos que se ha dejado cachitos por el camino, no vayan a creer. El Véneto aun sigue en manos austriacas, Niza, Saboya (ya es mala leche) y Córcega van para gabacholandia. Ah, y los Estados Pontificios, que continúa gobernando el Papa. No será hasta 1870 cuando Italia quede dibujada como (más o menos, aun queda la Primera Guerra Mundial) es ahora en su mapamundi.

Treinta y nueve años antes del primer Giro. Díganme si no es esfuerzo loco. Qué maravilla.

Porque no era lo único. Lo de la política, digo. Por expresarlo de forma suave… Italia estaba lejos de unificarse aunque la hubiesen unificado. No tienen idioma, no tienen ferrocarriles, apenas hay carreteras, las desigualdades entre norte y sur son… bueno, como las de hoy, más o menos. Todo muy bonito, muy cuqui, muy opera de Verdi, pero en el día a día… Con todo eso lo de hacer una vuelta que abrazase a todo el país (o a parte de todo el país, de ese todo el país que no era ni todo ni casi era país) pues se nos hace un poco cosa rara, un poco cuesta arriba. A quién podría ocurrírsele semejante locura. Pues a ellos. Como pasa siempre. Mitad por negocio, mitad por convencimiento. «Somos pobres pero honrados», dirá Cougnet…

Venecia, cinco de agosto, año 1908, y perdonen la rima interna. Telegrama para il signore Cougnet, Armando Cougnet. Dos frases y una firma. «La necesidad obliga a la Gazzetta a lanzar un Giro de Italia sin demora. Vuelve a Milán. Tullo». Algo parecido llega a Emilio Camillo Costamagna mientras estaba en Mondovi. Era dueño del periódico, Tullo Morgagni ejercía como director, Cougnet venía a ser redactor jefe para cosas de bicis. Volvamos a la Lombardía. En fin…

Pero ¿a qué viene tanto jaleo? Tullo Morgagni explica. Miren, que gente habla. Habla. Habla mucho. Los secretos, que son golosísimos. Y a mí ¿saben quién es Angelo Gatti? Antiguo empleado de la fábrica Bianchi. Salió mal, ahora ejerce en Atala, que es la otra gran empresa en esto de ruedas y sillines. Bueno, la ha fundado, así que no piensen en quien arregla cámaras. De hecho, Atala era su madre, Atala Naldi, porque en Lombardía la mamma es la mamma

Pero Gatti era majo, y conservaba relación personal con su antigua casa. Con Gian Fernando Tomaselli, por ejemplo. Ciclista de éxito, mánager de Bianchi. Y un bocazas, un bocazas enorme. Buen palmarés, pero… fue quien habló con Gatti. Sí, mira, andamos a puntito de cerrarlo todo. Con el Corriere della Sera y el Touring Club Italia. Sí, entre ellos y Bianchi vamos a hacer una vuelta ciclista que dé la vuelta al país. No se lo cuentes a nadie…

Y Gatti (majo, pero rencoroso; majo, pero algo cabrón) anduvo presto a contarlo.

Con esto les va Morgagni a su jefe Costamagna y su redactor Cougnet. Vaya, parece buena idea. Pero es que estamos prácticamente en quiebra. Lanzamos muchos periódicos, pero pagamos regular a los reporteros y periodistas. En fin, que está todo inventado… Pero Cougnet piensa que, oye, igual sí, por qué no. Si ya hicieron Milán-San Remo y el Giro de Lombardía. Vamos, que sabe. Y luego que sin Giro… pues nos vamos todos a la mierda. Tenemos un diario y mucho espacio libre para el autobombo… Igual deberíamos empezar por ahí.

Ecco… il Giro.

Siete de agosto, 1908. Titular a todo lo ancho en portada. Falta el dinero, eso sí. Hablemos con alguien, saquemos los cuartos al primer inocente que quiera creer en nosotros. Total, no tenemos nada que perder… jajaja, ¿lo entiendes?, que estamos pelaos, colega, pelaos. El elegido fue Primo Bongrani, tipo simpaticote y contable de un banco, la Cassa di Risparmio. Entra hasta el fondo, el mi pobre, porque le encanta eso de la bici, y porque quiere emociones en su no emocionante existencia. No solo suelto parné sino que los ayudó con patrocinador. Joder, estamos de suerte, tío.

El Giro 1909 a su paso por Perugia (foto: Cordon Press)

(Bongrani fue tan bueno en sus bisbiseos que no solo sacó cuartos a un buen montón de empresas, sino que hasta logró pellizco desde el mismísimo Corriere della Sera… sí, sí, como lo escuchan, convenció a sus dueños de que el proyecto de la Gazzetta estaba totalmente cerrado y estos no dudaron en aflojar panoja. Tiene mi dies, señor Bongrani. También lo tiene Francesco Sghirla, antiguo periodista en la Gazzetta, que enredó para el asunto al Casino di San Remo. Pasta y glamour. Esto ya sí parece una carrera de bicis).

Vale, de primeras pinta bien. Tenemos 166 inscritos. De varios países, no se crean. Italianos, claro, pero también veinte que llegan desde fuera. O diecinueve, porque el triestino ese acabará siendo de los nuestros que lo sé yo, háganme caso. También había belgas. Y franceses. Y alemanes. Hasta un argentino extraviado. Al final solo van a salir 127 tíos, que no está nada mal. Eso sí, el tema de los foráneos quedó deslucido, porque las marcas comerciales querían ir a lo seguro, y mandaron a sus mozuelos al Tour de Bélgica, que es algo mucho más asentado, y con aroma a pasta que tira para atrás. Como el ciclismo es cosa pillastres algunos (tíos como Georget o Dortignacq) hicieron preinscripción bajo pseudónimo (bueno, bajo nombres ridículos como Gingdt o Caliste, que suena a helado veraniego con anunciante paliducho) pero aquello no llegó a buen puerto,  porque… porque, en fin, lean lo anterior, tampoco tenemos que extender más el asunto. Así que solo cinco extranjeros en la línea de salida. Lucien Petit-Breton, Louis Trousselier, André Pottier, Maurice Decaup (todos ellos llegaban desde el Hexágono) y Henry Heller, ciudadano de Trieste (Trieste Libera e Redenta, hostias, ya). Ah, también había un conjunto inglés… porque la empresa británica de bicis Rudge-Whitworth patrocinó a Carlo Galetti, Giovanni Cuniolo y Ernesto Azzini

Así que… día grande. Jueves, Milán, frente a las oficinas de La Gazzetta dello Sport. Piazzale Loreto, aunque esto sucede treinta y seis años antes del fiestón gordo en la Piazzale Loreto, cuando lo de los embutidos colgaos. No se olviden, nunca, de los embutidos colgaos. Y, en fin, que los ciclistas van pasando, uno a uno, delante de un fotógrafo, para que los jueces tuviesen sus retratos y nadie se cambiase por un gemelo malvado en algún punto intermedio. Que ya sabes lo puto golfos que son algunos ciclistas…

Son las 2:53 de la mañana y Vittorio Cavenaghi, presidente de la Federación Italiana de Ciclismo, da salida. Primera etapa en la historia del Giro. Un sueño que nace. De Milán a Bolonia, apenas 397 kilómetros, que no es plan de cansarnos desde el principio. Sale también una caravana compuesta por un total de ocho vehículos: cuatro para atender a los ciclistas, dos para reporteros, uno para jueces y otro para miembros de la organización. También hay tifosi que aplauden enfebrecidos, como si tuviesen la enfermedad de la bici en sus venas. Cuidado con esto, ¿eh?,  porque tifosi viene del tifus, que es una cosa con la que te puedes morir y que, en los últimos estertores, provoca delirios y espasmos parecidos a los que aun hoy puede ver usted en cada cuneta (salvo si ataca Jai Hindley, que la gente no mueve ni dos músculos entre pestañas y labios). Vamos, que se les llama tifosi porque «epilépticos» quedaba muy largo…

¿Dijimos que era de madrugada? Como el tema de las luces iba fatal,  era los aficionados cargan antorchas. Queda todo muy friki, muy Star Wars, muy no quiero acordarme de más ejemplos porque todos me salen súper fascistas. Cuando la gente queda atrás y el brillo se desvanece… hostias. Ni dos kilómetros y el Giro de Italia sufre su primera montonera. Un niño asustado dicen algunos. Que no se ve na, gritan los otros. Giovanni Gerbi, a quien llaman «El Diablo Rojo», se lleva la peor parte. Coglioni. Cazzo. Rueda hecha un ocho, horquilla como las grietas del Cervino. Cazzo. Coglioni. No pasa nada, Giovanni da media vuelta y se acerca hasta la tienda de Bianchi en Milán, que, con esto del Giro, estaba open. Primer establecimiento de bicis nocturnas, como esos que salen ahora por las ciudades, tan hipsters, tan llenos de barbudos y pijos que fingen no serlo. Pero… Gebi. Que arregla la máquina, Gerbi, y sale persiguiendo, Gerbi. Pasan unos minutos de las tres, otra más y me vuelvo a casa. La última, lo prometo.

Carlo Galetti (Foto: Cordon Press)

El Giro tenía ocho etapas en total. Para 2448 kilómetros, lo que da una media de… esperen… sí, algo más de trescientos por día. No está mal. El primero saca media un poco superior a los veintisiete kilómetros por hora, que yo solo lo veo, eso, cuando tengo entrenamiento llanuco, llanuco… Ya si meto Carmona… olvídate. Así que mérito, creo.

Pero estábamos aun en Lombardía. A mala hostia, además. ¿Quieren subiditas? Pues vamos a treparnos por el Lago di Garda, que es una cosa muy chula. No vean qué amaneceres, qué belleza. Solo que ustedes lo pillan de noche, y jadeando. En fin, qué le vamos a hacer. Hay caídas. Petit-Breton piensa que se ha hecho pupita de la buena, que debe retirarse, pero no. Nada, tranquis, que solo tengo el hombro fuera. Espera, me lo recoloco con la otra mano. Ay, joder, eso dolió, pero mira, mira qué sonrisa. Si me dan ganas hasta de cantar. En fin, seguimos. Siempre seguimos.

Pasadas las cinco de la tarde llegan a Bolonia. Justo cuando los primeros ciclistas entran en la ciudad empieza a llover. Na, chispea, esto para ahora. Jamás confíen, el ciclismo fue deporte predilecto para Murphy (al menos hasta que empezaron a suspenderse etapas porque «el aire está denso y me escuece en el vello de mis brazos»). Así que diluvio. Después de catorce horas de carrera Dario Beni se impone en la primera etapa de cualquier Giro. Tras él… bueno, a ver… cómo explicarlo. Mire usted, es que jarreaba, y tengo algunas dioptrías, y mezclé ácido clorhídrico con… no, espera, con anhídrido carbónico… no, vamos, que la he liao parda, que no me he enterado muy bien del orden, ¿eh?, ya lo siento, señor que solo ve el ciclismo como un banco de datos. Un poco a ojo fue, sí. En fin… qué más da.

(La clasificación general se decidía por puntos, y no por tiempo. De hecho, quien menos horas invirtió en esos casi 2500 kilómetros no fue ganador final. Eso sí que es cruel. Lo puto más peor. Horrible. Vuelvan a leerlo. Para pasarse al curling).

De ahí en adelante… historias. Giovanni Gerbi parando en una granja y pidiendo permiso para echarse un rato sobre la hierba. «Es que esto es muy duro, no se hace usted cargo». A un tal Andrea Provinciali lo descalifican por gafe (hay que ser gafe para subirte a un tren, algo completamente lógico en mitad de una carrera ciclista, y coincidir con los jueces en el vagón-restaurante). Cuniolo partiéndose un tendón de su rodilla mientras ascendía (siempre en pie, desarrollo imposible, carreteras que no son carreteras) el Valico del Macerone (cuatro kilómetros al ocho por ciento) después de haber hecho lo propio con el Piano delle Cinque Miglia (quince kilómetros al cinco por ciento). Otros tiempos, otros medios, otros tipos. Ya ven, fruslerías. Ah, ese día la etapa terminaba en Nápoles, y los seguidores partenopeos estaban tan enfervorizados que Armando Cougnet, director de carrera, tuvo que abrir paso a los ciclistas utilizando un látigo, como si fuera Ben-Hur. Sí, amigos, el director de una gran vuelta azotó a los fans, y no fue con etapas cada vez más cortas y emoción mantenida artificalmente.

Pero qué fantasía es esta…

El Giro estuvo a punto de morir por éxito. Penúltima etapa, llegada a Turín. Y la línea de meta la ponen… espera, ¿dónde habéis puesto la línea de meta?, que aquí no hay ninguna línea de meta tuvo una línea de meta, que yo no veo la línea de meta… Mira, es que lo guardamos en secreto, cada ciclista tiene un mapa del tesoro y… Había tantos tifosi que Cougnet decidió no hacer oficial dónde terminaba la competición hasta unos kilómetros antes. Pero, olvidos que tiene uno, se le pasó contárselo a los jueces de carrera. Vamos, que otra vez se cogieron los puestos de llegada un poco a ojo. Para la última fue aun peor, porque ni siquiera los ciclistas sabían dónde terminaba exactamente (no habían leído El Escarabajo de Oro, y así no hay manera), y además hubo caídas, y se cerraron pasos a nivel, y en la misma línea de meta, un poco improvisada, se desbocó un caballo, y varios tipos acabaron arrastrando el morruco por los adoquines. Ya ven, qué risa. Bueno, el caso es que ganó Ganna (no Filippo, sino Luigi), quien entró ese último día a rueda de su rival Carlo Galetti. Solo un par de puntos separaron a los dos hombres. Lo que, después de tantas aventuras, parece algo ridículo, ¿no creen?

Luigi Ganna en el primer giro (Foto: Cordon Press)

Primeras declaraciones del vencedor. Primeras declaraciones del primer vencedor que tendrá para siempre el Giro de Italia. Algo histórico, algo legendario, unas palabras que quedarán grabadas en el frontispicio de ese enorme templo que es la bicicleta. Las que repetirán los niños, las que se convertirán en icónicas. Haremos camisetas y tazas, sí, con estas primeras declaraciones de Luigi Ganna. Veamos… silencio, que empieza la entrevista.

Enhorabuena, signore Ganna, complimenti. Díganos, ¿qué se siente al ganar una carrera como esta?

Ganna toma aire, y responde, cansado.

Me brüsa tanto el cü.

Sí, amigos.

Me arde el culo.

Bienvenidos al Giro de Italia.

7 Comentarios

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