Ciclismo

Yo nunca estuve en Les Arcs, y usted tampoco

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Stéphane Heulot, en la etapa 7 del Tour del 96, Chambéry-Les Arcs

En casa tengo un atlas de carreteras. Bueno, tengo varios, pero, a lo que nos importa… uno de Francia. Particular, que solo se vende en España a los nacidos entre 1975 y 1985. Tú te vas allí, hasta la Saboya, y ves montones de carreteritas con sus colorines, sus curvas, sus señales avisando pintoresquismos. De Bourg-Saint-Maurice salen tres. Al norte, Cormet de Roselend. Oeste, dirección Moûtiers. Y sureste, Col d´Iseran, el más alto de los Alpes (no me hagan trampitas), el final de Bobet, los chepazos de Chiapucci, las paredes de hielo.

¿Un camino asfaltado que empieza en Bourg-Saint-Maurice y tira para el sur cruzando L´Isere? Pues no, miren, no me suena. En este atlas, edición forofos de la bici 1975-1985, no viene. No hay. Ch´est quoi Alégia? Hmmm? Qu´eche que vouos lui voulez a Alégia? Nous ne chavons pas oú ch´est, Alégia!

Seguro que entienden.

A ver. Cuatro letrucas. «Arma que sirve para disparar flechas». Ummm, no sé… ¿Cerbatana cuántas tiene? Espera, segunda definición. «Construcción curva que se apoya en dos pilares o puntos fijos y cubre el vano entre ellos». Vale, sí, perfecto… bóveda. Pero no son cuatro letras. Lo siento, doctor, es que no me sale. No le sale. No, es algo superior a mí. Venga, inténtelo… No pasa nada… si ya transcurrió el cuarto de siglo. Perdone, doctor… preferiría drogas. Sabe qué podría ayudarle. No, diga. Ponerlo por escrito. Joder.

Ese lugar innominado

A ver cómo coño escribo un artículo sobre Les Arcs sin nombrar Les Arcs (veo ciertas fallas en mi planificación). Cien veces que me tire con la bici por los Alpes y jamás subiré Les Arcs. Qué puerto tan feo, qué mierda todo. Si ni siquiera ha vuelto el Tour, y me parece bien, me parece lo adecuado, no tendría que volver, no, la Grande Boucle a Les Arcs, o a Pra Loup, ay, Pra Loup. Porque luego vas allí y te encuentras gente sonriendo, y felicidad, y alegría, y no debería existir, porque son espacios del dolor, son recuerdos de no recordar. Es cómo hacerte selfis en Berézina, no jodas…

A ver, no voy a contarles yo todo el Tour de 1996, porque ya saben ustedes lo que fue aquello (el frío, la lluvia, el mamarrachismo, nuestros dolores), y porque aquí venimos a exorcizar fantasmas, y hasta tan cerquita, pero tan cerquita de meta en el parcial siete pues… fantasmas pocos. Incluso Miguel dijo que pensaba atacar, que quería vestirse de jaune. Y después… rien. Esto va bien, congeniamos, pero no quiero volver a verte. Oye, pues perfecto. Puta vida. Y nada, que entre Chambery y Les Arcs. Seguramente nunca vaya a ninguno de esos sitios. Quizá ni pise el Chamberí madrileño, por si acaso. Demasiada destrucción de esperanzas, demasiada.

Etapita inicial de Alpes en aquel Tour nunca disputado. De aquellas dijeron que sencilluca, que calentamiento, que vaya puta mierda. Hoy lo miras y, coño… un Hors Catégorie (La Madeleine), un Primera con sabor a más (Cormet de Roselend) y esa subida estúpida, ridícula, que jamás debió asfaltarse. Casi cuatro mil de desnivel solo por puertos. Oye, cumplidora.

Frío, mucho frío. Agua, agua de narices. Jalabert que se queda, el equipo de Indurain vigila, Riis ataca para abajo en Madeleine, ciento veinte kilómetros al final, una cosa rarísima que nunca nadie explica del todo. Riis ataca, a Riis que lo cogen, Heulot, líder, llora por Meirallet. Todo tranquilo, los buenos se miran, Bruyneel marcha a por setas en Bonneval y piensa que, hostia, igual lo mío es ser director, creo que ahí sí podríamos ir pegando atracos de leyenda. Dramatización, por supuesto. Ah, Zülle se cae, Zülle se vuelve a caer, también Rominger y, en general, todo dios, porque aquello es complicadísimo.

Bjarne Riis y Miguel Indurain en el Tour del 96

Pero, mira, si vamos a tener suerte, si empieza Les Arcs y hasta sale el sol, si esto va a dejar aun más bonita la victoria de Miguel, grande Miguel, inabordable, Miguel. Ritmito, tracatraca, gregarios que tiran sin tirar del todo, una película que ya hemos visto. Bueno, igual es un grupo demasiado grande tan cerca del final, pero es que el puerto es lo que es (aunque yo no sé cómo es, porque nadie, en su sano juicio, debería ver nunca la altimetría de Les Arcs), así que…
En fin, a ello.

Puto psicoanalista, qué cosas me manda.

Lasciate ogni speranza

Y eso, que llegamos. Para qué seguir con las gaitas, si tendremos que llegar.

Faltan tres kilómetros y medio a meta. Aproximadamente, tampoco me pidan detalles, porque esto es como cuando te cascas con otro mozuco en la Zona de Vinos, dieciocho años tenéis, que recuerdas preludios y cardenales, pero todo lo mollar se te queda un poco en brumas. Eso, que tres y medio a meta. Por delante marcha Luc Leblanc. Luc Leblanc, con sus pintas de maldito. Luc Leblanc, con su desarrollo de sprinter cuesta arriba. Luc Leblanc, que tiene un año bueno y otro malo, que gasta mirares tranquilos (mirares rollo «oye, pues a mí David Lynch me parece un tío súper normal, porque piensa igual que yo»), que antaño fue niño querido por todos (la tragedia, la sonrisa, los ojucos glaucos) y ahora, caladas rarezas, pues es ese amigo con el que quedas para ver Wrestlemania, sí, pero al que nunca presentarías a tu hermana…

Ese Luc Leblanc.

Es curioso, lo de Luc. Alfa y Omega, pudiéramos decir. Él vestía de amarillo aquella tarde ardiente, demoledora, en Val Louron. Ese día, cuando Laurent pasó de ayudarlo, porque Laurent no regala respetos. Allí, en el comienzo de Miguel, estuvo Leblanc. Ahora… en fin, ahora es ahora.

(Afortunadamente Luc tuvo un último estrincón de mala hostia, terminando con el cesarismo telekomiano en aquellos Alpes de lluvia y frío, cuando empezó a lanzar latigazos bien locos, totalmente incomprensibles, desde Croix de Fer. Y los alemanes, soberbios, picaron, entraron a una ruleta rusa pensando que jugaban al twister. Que, también les digo, la imagen de Riis jugando al twister acojona más que una canción de Shakira).

Bueno, vale, venga, allá vamos… Tres y medio. Toma desde el helicóptero. Grupo estirado, un tipo pequeñajo y con chepa que tira. Debe ser Rominger, porque el interfecto viste de azul y Escartín va con maillot verde. Vale, quietud, tranquilidad. Pero entonces ocurre. Ocurre y el mundo se abre a nuestros pies, ocurre y se jode la adolescencia, ocurre y ya no te importa ni la mirada de Mari Vane, ay, Mari Vane, qué me estás contando, Mari Vane, que ha pasao lo que ha pasao. Ocurre y entiendes, de golpe, lo que es el nihilismo, la sinrazón. Ocurre y eres tu padre viendo a Ocaña esmorrándose en Menté, eres tu abuelo soportando las excentricidades de Federico, eres tu hermano, el mayor, que se quedó en casa aquella tarde de Luxemburgo, ya iré a la playa el domingo. Ocurre y entiendes que lo raro fue este lustro, que tu vida es un continuo carrusel de derrotas, de «ya te llamaremos», de «eres muy majo, pero», de «la novela está bien escrita, pero falta ritmo».

Ocurre.

Toma aérea. Pero toma aérea tipo años noventa, con una calidad en imagen como para peli de Mariano Ozores. Así que igual, mira tú, es que andas equivocándote. Porque no, él no está. Él. Lui. No está, no, Indurain. Entonces la cámara hace un barrido, tira cien metros para abajo, cien, que feísimo es el puerto de los cojones, pero qué feísimo. Trescientos metros y aparece. Sí, es Indurain. Indurain inconfundible, Indurain que nos confunde.

Luc Leblanc en la etapa 7 del Tour del 96, Chambéry-Les Arcs

En la tele lo anuncian. Al principio con medio estupor. Tranquilidad en tonos. Vale, igual se guardan dos o tres botellas de cava (quien dice cava dice whisky dyc, para recordar lo del 85), pero poca cosa. Ese aire de las noticias realmente funestas. Oye, que a ver si te acabas las alubias. Ah, y se ha muerto el perro, el gato, me han echao del trabajo y, además, tu madre se fugó con el del kiosko, ese que te regalaba frigopies. Aproximadamente. Luego ya sí, luego se van haciendo graves los tonos, las inflexiones. A Pedro González se le pone voz de «tenemos que hablar», se le hace el bigote más grande, se atraganta con el micro. Enfocan a Indurain y la cosa pinta a dramón gótico, con su héroe asfixiado, su carretera que esplende, sus copas de los árboles que son (sí, joder, ahora lo veo) ominosas. Ominosas. Les Arcs, ciudad hermanada con Dunwich, Innsmouth y R´Lyeh, pone en wikipedia. Su alcalde es Shub-Niggurath, que obtuvo un sesenta por ciento de votos en las últimas elecciones.

En fin.

Enfocan a Indurain, digo, y todos sabemos lo que viene. Porque uno llega joven, tiene inocencia, cierta panfilidad intrínseca… pero tonto tampoco es, y aquello luce a lo que luce. Un tío medio clavao (él, que nunca parecía clavao), sudando cual cochino (él, a quien hasta el sudor parecía darle más fotogenia), con guantes como para subir el Annapurna, el sartorio marcando tendones como arbotantes de Notre-Dame. Miguel pide agua con sales, el coche de la Gewiss (que no es un ferrari, aunque yo recuerde lo contrario) le da agua sin sales, él tira la botella, Pedro González, ya totalmente metido en su papel, pide la invasión de Italia, un saco en Roma y la devolución de Nápoles. Nadie sabe qué ocurre, todos saben lo que está por ocurrir…

Richard Virenque en la etapa 7 del Tour del 96, Chambéry-Les Arcs

Quedan tres kilómetros al seis por ciento. Un repechito, una miajuca, el cigarro de después. Quedan tres mil metros, e Indurain palma cuatro minutos. Cuatro minutos. Como Mottet en Val Louron (¿se acuerdan de Mottet?), como Lanfranchi en La Plagne (¿se acuerdan de Lanfranchi?), como Andrea Peron en Hautacam (¿se acuerdan de Andrea Peron?).

Ay.

Quedan tres kilómetros y el mundo gira despacísimo. Tres kilómetros y recibes una invitación de boda (una invitación a esa boda), Luis Enrique entra a por el codo de Tassotti, Mourinho celebra entre aspersores, a Ruper Murdoch se le ocurre montar un equipo. Dos ochocientos y ese ron parece demasiado claro, esa copa de más que llega, ese chupito-que-no-era-un-chupito. Dos y medio, a tomar por el culo Derecho Penal, a tomar por el culo Derecho Civil, dos y medio, la rampa de Peña Cabarga que es imposible, dos trescientos, llegas a casa un domingo, la espalda llena de moratones, a saber qué hiciste. Dos kilómetros y a Indurain lo pilla Zülle, y también Garmendia, y luego se queda, porque los dramas se hacen a lo grande, porque aquí somos clásicos y no posmodernos, porque la ironía es para pobres, dos kilómetros y se nubla julio, no hay quien pare en Los Locos, dos kilómetros y la policía pide documentación por La Concha, sábado noche. Dos kilómetros y qué puta mierda, dos kilómetros y Banesto es el banco de Conde y no el maillot de Miguel, dos kilómetros y a puro riñón, dos kilómetros y la máscara que fue anda descomponiendo en dolores, en agonía. Dos kilómetros y ya nada importa, no, más que llegar hasta el fin, más que echar telón y a otra cosa, dos kilómetros y Olano a lo mejor se viste de amarillo, pero es que en aquel entonces Olano ya va sufriendo en el Tourmalet, año 97, o ya se ha hostiao bajando Aubisque, año 98, porque entran todas las vidas, sí, en dos kilómetros.

Esos dos kilómetros miden siete mil ochocientos metros. Como poco.

Por delante es el despiporre, porque por delante todo estaba siendo un despiporre. Kilómetro y medio, te das cuenta de que hoy es seis de julio, de que mañana es San Fermín, y mira tú qué periódicos, joder, mira tú qué periódicos. Kilómetro y medio y no hay más que calvos, con Luttemberger (pero, ¿quién es Luttemberger?), con Piepoli (pero, ¿quién es Piepoli?, bueno, espera…), con Tony Rominger, que era calvo, y con chepa, y con mocos, y que nunca se vio en otra igual, Tony Rominger, que le llega el asunto tres años tarde, que tiene edades como para ir pensando en columna dominical y salida con los colegas, Tony, y hay también calvos soviéticos como Ugrumov, y calvos como Riis, que tiene venas, Riis, para rodar «Érase una vez la vida» sin microscopio, que tiene una cosa gordísima, Riis, en mitad de la frente, como lo que se le pone a mi amigo Monqui al tercer cubata. Ese Riis. Puto Riis.

Peter Luttenberger en la etapa 7 del Tour del 96, Chambéry-Les Arcs

La flamme rouge, y Miguel anda por detrás de Bo Hamburger, que fue pionero en las sanciones por tener hematocrito sobrepasando el cincuenta (dato aleatorio), mira tú, oye, lo que son las cosas. Setecientos hasta la línea, y Leblanc ya entró hace un ratuco (Leblanc saliendo a por todos en Tourmalet, Leblanc retorciéndose en Aspin, Leblanc con su cara de niño bien y su historia de tragedia, Leblanc volviendo loco a Riis, dejándole picueto como William Foster en la cola de la Agencia Tributaria, ese Luc Leblanc), y ahora entra Rominger, Rominger alucinado, Rominger diciendo que, joder, podía haber sido en Isola 2000, hostias, ya, y luego Luttenberger, menos palmarés que libros ha leído Jesé en el último lustro, y la dupla de Festina, que, mira, les iría bien teñirse el pelo de platino, ¿verdad?, estaría guapísimo Virenque con el pelo platino, claro que sí, joder, cómo no, y más tarde Escartín, que nos cae a todos fenómeno, Escartín, al que se perdona incluso esa postura fea sobre la bici, y Miguel sigue penando, porque Miguel ya no dejará de penar, porque Miguel termina su obra en la ciudadela de Briançon, tan Vauban, tan Bobet, tan Dauphiné (o Delfinado, no se me solivianten), allí acaba todo, y el resto son momentos tras el culmen, son los putos hobbits volviendo a La Comarca, son Stuart Redman y Kojak camino a Boulder, son esos tres meses que pasan desde que termina una relación hasta que realmente ha terminado. Todo eso fue, Les Arcs. Todo eso.

Anda ya Berzin de amarillo, y todo da igual, porque Indurain no llega, Indurain no llega. Llueve muchísimo en aquel puerto donde le dio por no llover. Llueve muchísimo sin agua, y hay bajona importante, y a lo mejor te pones a leer una novela de Ray Loriga, así, para acabar de joderte el día. Por ahí que llega Indurain, por ahí, arrastrando ese corpachón que (hoy entendemos, hoy vemos, hoy admitimos) es demasiado grande para los montes, mira, es que lo de otros años era lo maravilloso, era lo taumatúrgico. Apenas avanza, Indurain, y qué feo es su maillot del 96, también influye, creo, lo feo que era el maillot, lo mal que le quedaban esos guantes largos, la gorra que tenía posada, no puesta, posada. Apenas avanza, y por allí entra de todo, entra una marmota, entra Michele Ferrari con siete litros de naranjada, entra mi abuelo, que mantiene el golpe de pedal. Entran todos, entra Indurain, son cuatro minutos, son cinco años, es toda una vida. Entra Indurain y se fue quien antes estuvo.

Entra, y nosotros salimos.

No hagan caso, no, a lo que oyeron en su día. No. No crean el optimismo furibundo, las banderas flameantes, el «esto se remonta», el «a mí el pelotón que los arrollo». Indurain era una máquina, era un metrónomo, era el agrimensor que te sacaba hasta el último pie del Imperio. No le pidan a Indurain, no ahora, no entonces, locuras, Les Orreses o Superbagnères. Está bien para vender periódicos, pero es que ese Tour acabó allí, en Les Arcs (y qué bello hubiese estado Eugeni vestido con el sol, mucho más que el viejales danés), y todo lo otro, todo lo que vino, es un mal sueño provocado por sobredosis con agua de Lourdes. Allí terminó, sí, allí terminó.

Allí terminaron.
Tantas cosas.
Nunca, pero nunca, nunca, me hablen de Les Arcs.
Por favor.

4 Comments

  1. «Ominosas. Les Arcs, ciudad hermanada con Dunwich, Innsmouth y R´Lyeh, pone en wikipedia. Su alcalde es Shub-Niggurath, que obtuvo un sesenta por ciento de votos en las últimas elecciones.»

    Jajaja ¡maravilloso!

  2. Fernando

    «allí acaba todo, y el resto son momentos tras el culmen, son los putos hobbits volviendo a La Comarca…»
    Jajajajaja, enorme Marcos.
    Pd: qué (tristes) recuerdos… 12 años gastaba en aquel momento , al día siguiente era el viaje a Benidorm con la family… y lo hice con el regusto amargo de las lagrimas (esas que sólo habían aparecido antes por culpa de Tassotti…)… pero pensando que en la cronoescalada quedaría claro que todo había sido un mal sueño… pero no, porque allí en [semehaolvidadoelnombre] acaba todo
    BRAVO!!!

  3. Para ganar el tour 96 Indurain habría necesitado:
    1- Tener más hambre que nadie de victoria (Parecía cansado mental y físicamente)
    2- Tener armonía con los directores de equipo y total confianza en el cuerpo médico (Unzué se comportó como un auténtico sinvergüenza desde el 95 y Padilla ya no estaba en el staff)
    3- Tener grandes gregarios (Tenía un equipo flojísimo)
    4- Estar dispuesto a jugarse la vida…probando lo útimo que había en el mercado (una combinación peligrosa de EPO, transfusiones, hormonas, etc) y hasta las últimas consecuencias. (Lo de Riis teniendo que despertarse cada cierto tiempo y cambiar de postura para evitar coagulaciones en la sangre…llega a niveles de aberración deportiva y humana)

    Nada de esto se dio y pasó lo que pasó .

    Sea como sea, Indurain en ese tour demostró lo que era, una persona digna, trabajadora y que sabe perder.

  4. Enorme Pereda, y aún en esa derrota enorme también Miguel.

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