Salió de casa siendo un niño y pasó por todas las categorías inferiores del Real Madrid hasta alcanzar la primera plantilla, donde estuvo diez años y logró cinco Ligas, dos Copas de la UEFA, dos Copas del Rey, dos Supercopas y una Copa de la Liga antes de marcharse como capitán. Cuando debutó con el primer equipo, Agustín Rodríguez (Marín, 1959) venía de protagonizar una de las temporadas más recordadas de la historia del Castilla, la que acabó con el filial disputando la final de Copa del Rey. Fue un partido que concluyó con el enfado del portero y su negativa a hacerse la foto de familia con los campeones debido a la falta de garra de algunos compañeros.
Pese a que fueron poco más de un centenar de partidos los que defendió la portería del equipo de Chamartín (123), el que fuera Zamora a las órdenes de Alfredo Di Stéfano en la recordada campaña 1982/1983, ha estado presente en varios encuentros que forman parte de la historia de la entidad. De hecho, fue él el que se puso bajo los palos en la final de la Copa de Europa ante el Liverpool (1981) o la de Recopa frente al Aberdeen (1983), en las que los suyos acabaron hincando la rodilla. También fue titular tanto en la ida como en la vuelta de la final de la Copa de la UEFA (1986) con el Colonia como rival, título que no oculta la decepción de las anteriores derrotas continentales.
Testigo directo de la explosión de una Quinta del Buitre a la que años más tarde privó de dos títulos ligueros con el Tenerife, Agustín charla con nosotros durante dos horas y media con la Escuela de Golf de la Federación de Madrid como marco para repasar una carrera que ha tenido de todo.
¿Tú amor por el fútbol nace en casa?
Mi familia no era muy futbolera. Para nada. En casa éramos ocho hermanos y a mi padre le gustaba la caza y la pesca. No había tiempo para más. Como yo le decía: «No había televisión, hijos, hijos, hijos, caza y pesca». Cuando iba a jugar al fútbol o a entrenar, lo hacía solo, pues no era tan habitual como ahora ver a los padres por ahí.
Él trabajaba en la Escuela Naval de Marín, pero apenas unos días después de que yo naciera lo llamaron para la Escuela de la Armada y nos marchamos todos a Vigo, por lo que es allí donde fue mi vida. Dado que tanto mi madre como mi padre eran de Marín y tenían a sus padres allí, sí que íbamos de vez en cuando, pero me crie en Vigo.
También es cierto que tuve dos tíos que jugaron profesionalmente, ambos por parte de madre. Uno fue Sansón, el hermano mayor de (Carlos Santiago) Pereira, que murió muy joven y estuvo en varios equipos como el Plus Ultra, Salamanca o Alavés. El otro fue el propio Pereira, que pasó por Valencia, Racing de Santander o Atlético de Madrid y con el que llegué a enfrentarme, algo que me dio mucho orgullo.
Sin embargo, no me digas de dónde me viene lo de ser portero. En aquella época yo era un seguidor: seguía al Athletic de Bilbao, al Real Madrid… No se televisaba demasiado fútbol y lo que se emitía era en blanco y negro, campos embarrados y fines de semana.
En esos primeros años jugaba al fútbol por diversión. Me gustaba mucho y al lado de casa tenía unos campos naturales donde recuerdo que soltaban a los caballos a pastar. Y te estoy hablando del centro de Vigo, pues vivía cerca de la Plaza de España, donde estaba el Hospital General. Eran los años sesenta, así que imagina cómo era. Quieras o no, no es lo mismo que ahora.
También teníamos el campo del colegio Hogar, un lugar que siempre he apoyado mucho, pues fue el primer centro de enseñanza tecnológica y recogía a gente de todas las zonas de Galicia para enseñarles una actividad. Además, hacían el equipo del barrio, jugabas contra otros barrios de la zona y se hacían competiciones de ping pong, fútbol o baloncesto. También tenían un cine y cada domingo te ponían dos películas de vaqueros.
Me acuerdo que te daban un carnet en el que te ponían dos sellos si ibas a la misa de ocho, pero la del sábado precisamente coincidía con que daban el partido de fútbol, por lo que a mí me costaba mucho ir. Si no asistías, tenías que ir a la misa de diez el domingo, pero esa igual coincidía con que tenías que jugar con el equipo federado, que en este caso era el Couto. Por eso siempre era «don disculpas», ya que quería estar en el equipo del barrio pero era necesario el carnet.
Además, dependiendo de los sellos que tuvieras cuando acabara el año, te daban regalos. ¡En aquella época en la que no tenías ni Reyes! Imagínate. Me llamó Agustín Raimundo, y por aquel entonces don Raimundo, que se murió hace algo más de año y medio, me decía: «Agustín, tú que te llamas como yo, nunca te has llevado un regalo». ¡Claro, porque no iba a misa nunca! (risas).
Me recuerdan muchas veces compañeros a los que me encuentro ahora que cuando echaban alguna película de vaqueros por la tarde, tenían que irme a buscar a casa, porque si no… En esa época hacía un tiempo infernal, de lluvias, pero la verdad que teníamos muchas posibilidades de jugar. Por ejemplo, cuando llegué al Couto, que era uno de los equipos punteros de Vigo, nos íbamos a un descampado que estaba a ocho kilómetros de allí, hacíamos autostop para poder ir a entrenar o cogíamos un autobús. Era todo muy de la época.
¿Siempre fuiste portero?
Sí. A veces quería jugar de delantero, pero no me dejaban. De verdad te lo digo. Era muy rápido, muy ágil y además era alto. Siempre he hecho mucho deporte, en esa época no había coches y cuando mi padre se compró el primero yo tenía trece o catorce años, por lo que toda mi niñez siempre estaba subiendo, trepando, corriendo y jugando. «Yo quiero jugar adelante también y me gustaría meter goles», les pedía, pero me querían de portero.
Y opino que lo hacía muy bien. Era muy fino, muy ágil, también jugaba al balonmano e incluso me quiso fichar un equipo. Me ponía de portero y salían las cosas naturales, sin más. Era algo innato, como si tuviese metido un gen. Pero en el fútbol también hay que tener más cosas como la personalidad, sobre todo cuando llegas a un equipo grande. También otro tipo de capas para asumir los distintos avatares que van sucediendo.
Mientras te ibas formando, ¿tuviste algún espejo en el que te miraras?
No, nunca. En mi época se hablaba de Lev Yashin, Iribar, Junquera… pero no tenías a nadie a quien seguir. No había los medios que hay ahora para poder hacerlo: había un partido a la semana. Hoy en día, la gente ha tenido la oportunidad de ver el noventa por ciento de los partidos que ha jugado Messi, pero en nuestra época no había esta opción. De hecho, en aquellos momentos se veía más el baloncesto. Cuando me junto con Fernando Romay, lo hablo con él: «En los años ochenta se veía más el baloncesto que el fútbol».
¿Cómo llegas al Real Madrid?
Cuando tenía catorce años, el Celta me hizo un contrato para jugar con ellos por medio de un amigo de mis padres que estaba en la directiva, pero el Real Madrid se metió por medio y dije que quería jugar ahí. Este directivo no puso impedimento y no ejerció la opción de llevarme al Celta. Fue así como llegué a Madrid.
Nuestro entrenador, Luis Viñas, cada cierto tiempo llevaba algún jugador al Real Madrid a hacer una prueba en verano. Llegué con él en agosto de 1974, y me pusieron a jugar un partido contra el amateur del Real Madrid junto al resto de chicos que vinimos. Por aquel entonces tenía catorce años y esos chavales contra los que nos enfrentábamos tenían diecinueve.
Cada uno de nosotros venía de un sitio, era campo de hierba y nos dieron un buen repaso, pero tiempo después sí que me comentó Jesús Paredes, que luego acompañó a Luis Aragonés durante tantos años y estaba por aquella época de preparador físico en las categorías inferiores, que cuando me vio bajó al club y avisó: «A este chaval hay que ficharlo».
Me vio mandando mucho, dirigiendo, saliendo, tirándome, muy ágil y que con esa edad ya media un metro noventa. Tras esa prueba en césped en la que me comí todo, hice otra en tierra en la que acabé con heridas en todos los lados y tras la que me informaron de que me quedaba, aunque fui a Galicia, donde por aquel entonces estaba estudiando cuarto de Bachiller y fue en febrero cuando vine con el cambio de residencia.
¿Por qué en febrero? Sinceramente, no lo sé. No sé si es que les había fallado el portero, si les había gustado mucho y pensaron que era el momento de que llegara… nunca me lo dijeron. Las cosas del fútbol nunca sabes cómo vienen.
Desde ese momento, paso por todas las categorías del club. Cuando llego, lo hago para jugar un campeonato en Palencia. Eran una serie de eliminatorias y entre estas una enfrentaba al Real Madrid con el Celta de Vigo. Ellos presentaron alegaciones y ya se levantó un poco de polémica, porque fue el Real Madrid el que ganó y nos clasificamos para la final.
El año siguiente lo comencé en el Juvenil C, pero cuando había transcurrido la mitad ya me subieron al B y un año después al Juvenil A con Amancio. Esa primera temporada, el Athletic Club nos eliminó en la Copa de España y no pudimos lograr el título, pero en la siguiente llegamos a la final y ganamos al FC Barcelona. Era el año 1978, justo cuando muere Santiago Bernabéu.
Esa campaña 1977/1978 también cambió un poco mi vida porque hubo un momento en que se lesionan García Remón y Miguel Ángel, voy convocado como suplente por primera vez al Bernabéu con el primer equipo en un partido contra el Valencia e incluso llegó a rumorearse que podía jugar pese a que todavía era juvenil, aunque al final fue Amador el que lo hizo.
A esas alturas ya estaba yendo con las inferiores de la selección y ya empieza a rodar un poco más el fútbol. Hasta ese momento, ya había entrenado con ellos, pero en mi mente no estaba el primer equipo. Simplemente iba pasando fases.
¿Cómo es la adaptación a Madrid para ese chaval de catorce años que viene de Galicia?
Vivía en una pensión. En un chalecito muy mono que estaba en Mateo Inurria, cerca de Plaza Castilla y donde vivían también otros jugadores jóvenes. Por allí estaba Juan Morgado, un jugador que era mayor que nosotros, años más tarde estuvo de delegado en el Real Zaragoza durante mucho tiempo, y que venía a comer… Allí te veías como estos jugadores, con ilusiones. Todos teníamos muchas ilusiones, pero sabíamos que llegar a tocar el Real Madrid como jugador era muy complicado.
Cuando avanzan los años y llega la época de salir, ¿cómo era ese Madrid de finales de los setenta y principios de los ochenta?
Nosotros teníamos el Mol de Chamartín, Macumba… teníamos buen ambiente por allí, pero tampoco es que hiciéramos locuras. Éramos chavales jóvenes y nos movíamos por esa zona, pero hablamos de algo mucho más sano de lo que se ve ahora. Tampoco había un ambiente muy pernicioso para la gente.
En tu primera temporada en el Castilla el entrenador es Juan Santisteban, pero nada más comenzar la segunda llega Juanjo Santos.
Santisteban era más de la vieja escuela, por así decirlo. Juanjo era un tío más joven, más abierto y nos daba mucha confianza. Santisteban era más de amarrar y Juanjo de soltarnos, de dar rienda suelta a la juventud. ¿Sabes qué pasa cuando uno te dice «tú puedes», «inténtalo» y «hazlo»? Pues que te lo crees. Esa es la diferencia.
Todos éramos chavales jóvenes de diecinueve o veinte años y, de hecho, pienso que el mayor era Javi Castañeda, un libre con una velocidad tremenda, un cierre que por aquel entonces andaba por veinticuatro y luego acabó en Pamplona jugando diez temporadas con Osasuna. El resto era gente de mucha potencia, muy agresiva y que se dejaba todo en el campo.
Te hablo de los delanteros, que además de la calidad que tenían eran muy trabajadores y ayudaban a la defensa al igual que la defensa ayudaba al centro del campo. Era un todos para todos… excepto en el partido ante el Real Madrid.
Estas dos temporadas en el Castilla, pero siempre se recordará la segunda precisamente con aquella final de Copa del Rey.
Personalmente, considero que ambas fueron buenas. El Castilla siempre se iba alimentando de los jugadores que llegábamos del juvenil y algún otro que llegaba de fuera. A estos había que sumar los que se iban haciendo veteranos, aunque te hablo de chicos de veintidós o veintitrés años, porque después salían automáticamente a cualquier equipo de Primera o Segunda División más punteros.
Tras aquella 1977/1978 en el juvenil en la que llego a ir convocado con el primer equipo pasé al amateur y mediada la temporada ascendí al Castilla. En esos primeros años todo fue muy progresivo y cuando me subieron al filial, empecé a jugar e hicimos una muy buena campaña. En verano de 1979 jugué el Mundial juvenil de Japón, donde nos eliminó Polonia en cuartos de final. Fue una putada, porque teníamos un gran equipo pero empatamos a cero.
Estaban Marcos Alonso, Tendillo, Cedrún o Juan Carlos Rojo, fuimos primeros de grupo después de ganar a Japón y México, tiempo atrás habíamos ganado a la propia Polonia en su estadio y ese fue un partido para haberlos metido cuatro. Nos pasó eso que habitualmente le pasaba a España: les dimos un baño, acabamos yendo a la tanda de penaltis y perdimos 4 a 3. En semifinales estaba la Unión Soviética y si hubiésemos llegado a la final nos habríamos enfrentado a la Argentina de Diego Maradona.
Recuerdo que compartíamos hotel con ellos, haber visto al propio Maradona y decirle: «Nos encontraremos». Años más tarde sí que nos enfrentamos cuando él jugaba en el FC Barcelona y a nosotros nos entrenaba Alfredo Di Stéfano y, nuevamente, después cuando yo estaba en Tenerife, él en Sevilla y acabó expulsado por unas protestas. En ese 1979 él era el auténtico estandarte del Mundial juvenil, venía sonando mucho después de no haber ido al Mundial de 1978 y tenía mucho foco.
Ya de vuelta al Castilla, al año siguiente me afiancé como titular e hicimos una primera vuelta muy buena. Sin embargo, íbamos terceros en la clasificación y recuerdo que antes de enfrentarnos al Sabadell en la jornada veintiuno nuestro entrenador Juanjo Santos, entró llorando y me confesó que me tenía que quitar de la portería. En aquella época estaba Miguel con nosotros, un chaval que había venido de Castellón y era el que estaba entrenando con el primer equipo.
Entonces, el primer equipo quería que jugara él y tuviera partidos. Lo mismo que en su día los había tenido yo, ahora querían probar a Miguel. Recuerdo que estábamos los dos en la habitación y dije: «Coño, ¿pero qué he hecho ahora para que me quites?». Ahí ya piensas que te están cerrando la puerta.
Precisamente en esa época estaba preparándose el Mundial de España y había una selección a y otra b. Era marzo de 1980, yo era un portero que estaba jugando, había pasado por todas las categorías de la selección, fui con la sub’23 que llevaba Pepe Santamaría a jugar contra Inglaterra B en Sunderland e hice un partido espectacular, aunque perdimos 1-0.
Tanto es así que allí me preguntaron si me interesaría ir a Inglaterra para jugar en el Manchester United y dije que sí. Comenté que me encantaría ir para continuar con mi carrera, pues veía que había una puerta cerrada y pensaba que lo mejor sería irme para allí unos años y hacerme portero. Pero no veas la que se lio aquí. Llamaron de la Federación para avisar que no saldría nunca. Antiguamente firmabas como juvenil y ya estabas retenido de por vida hasta que salieron las leyes posteriores.
No digo que fuera porque estuviera yo o no, pero coincidió que cuando dejé de jugar el equipo comenzó a bajar en la clasificación. Luego llegó la Copa del Rey y se disparó todo, pues ya estábamos jugando contra equipos de Primera División, me salieron buenos partidos y volví a reengancharme. Fue por eso por lo que luego hice la pretemporada siguiente con el Real Madrid. Pasé de estar fuera, porque había que ser muy tonto para no verlo, a llegar al primer equipo.
Hércules, Real Sociedad, Sporting de Gijón… a aquel Castilla le hacen falta muchas remontadas para llegar a la final de Copa ante el Real Madrid. ¿Un vaticinio para lo que pasó luego con el primer equipo años más tarde en Europa?
Después de esa temporada subimos al primer equipo Ricardo Gallego, Paco Pineda y yo, pero no creo que esas remontadas luego influyeran en lo que hizo el primer equipo en Europa. Uno de los primeros partidos que vi en el Real Madrid fue contra el Derby County. Después de una ida en la que los ingleses habían ganado por 4-1, el equipo le dio la vuelta en el Bernabéu metiéndole 5-1. Estamos hablando de 1975.
El ADN del Real Madrid es no entregarse nunca, viene desde la época de Di Stéfano, se ha ido transmitiendo a todos los jugadores y se resume en una cosa: ganar o ganar. Siempre digo que el Real Madrid es el equipo que más sufre del mundo, igual que su afición. ¿El motivo? necesita ganar. Sí o sí. Otros equipos dicen: «Ganamos, somos felices y si perdemos, bueno, es lo que toca». El madridista necesita ganar. Siempre.
En esta Copa elimináis a Real Sociedad y Sporting de Gijón, que son segundo y tercero en Primera División tras el Real Madrid. ¿Consideras que vuestras victorias y el desgaste pudieron contribuir a que el primer equipo ganara la Liga?
¿Sabes qué ocurre? El primer o segundo partido que la Real Sociedad pierde esa temporada es contra nosotros. Ellos hicieron una temporada espectacular y sólo cayeron en un partido de Liga, contra el Sevilla, apenas unos días después de hacerlo con nosotros en Copa.
He estado con varios jugadores de aquel equipo como Arconada, Górriz o Gajate hace como un año en San Sebastián y me reconocían: «¡El palo que nos disteis!». Ese año, tenían la Liga ganada y, de hecho, ganaron las dos siguientes, que es justo lo que les decía: «Vosotros me quitasteis a mí dos Ligas, al igual que sucedió después con las dos del Athletic Club, por lo que yo podría tener diez». Pero es lo que toca.
¿En todo ese camino a la final, cuál fue la eliminatoria que visteis más complicada?
Todas eran complicadas. Sí hablas con los jugadores tanto del Sporting de Gijón como de la Real Sociedad o el Athletic Club te van a confesar que nosotros les sorprendimos. Que fuimos justos vencedores pero que ellos también podían haber ganado. Nuestros rivales también tuvieron buenas ocasiones para ganar los partidos, pero al final terminaron cayendo de nuestro lado.
En el fútbol, siempre hay un punto de suerte que a veces te hace tener ese plus que puede llevarte a ganar, pero no es que nosotros fuéramos superiores a la Real Sociedad, al Athletic de Bilbao, el Sporting de Gijón o el Hércules.
Precisamente, el equipo que más confiado vino al Bernabéu fue el Hércules, porque evaluó: «A estos ya les hemos metido 4-1 en la ida»… sin embargo, se fue abriendo el campo, se fue llenando y cuando se quisieron dar cuenta tenían el cazo dentro. Tanto el Sporting como la Real y el Athletic jugaron partidos de tú a tú y ese punto de suerte que hay en el fútbol se volcó con nosotros.
Y llega la final contra el Real Madrid. ¿Ese partido no se podía ganar?
No, en la vida. Tiempo después hablé con algunos jugadores como Pirri o Juan. Juan, por ejemplo, estaba encendido. «Nada, Agustín. Vosotros habíais hecho todo y para nosotros era peor que una Copa de Europa, porque era nuestro prestigio». Para ellos, era su todo. Una final de la Copa de Europa, como nos pasó al año siguiente, la podías perder, pero ese partido el Real Madrid no lo podía perder en la vida. Y nosotros no salimos como solíamos hacer, sino como amigos.
Algún directivo os llegó a pedir «tranquilidad» antes del partido…
Es verdad, pero no nos lo dijeron con el ánimo de que nos dejáramos ganar, sino que fuera un partido mucho más relajado y resultara bonito. De hecho, al descanso nos fuimos 2-0. Lo que pasa es que el Real Madrid salió con el cuchillo entre los dientes y nosotros no, por lo que fue un partido muy plácido para ellos.
Por ejemplo, no hubo ni una entrada por nuestra parte, ellos fueron más al choque desde el principio y lo afrontaron como es realmente un partido de fútbol. Pineda lo recordaba: en la primera entrada que le hizo Pirri ya le dejó claro a lo que venían.
Sabiendo que era «imposible» ganar al Real Madrid en la final, ¿cuándo os clasificáis no piensas: mejor que pase el Atlético de Madrid en la otra semifinal y así tenemos más opciones?
Vas día a día. Nosotros nos clasificamos, después se enfrentan Real Madrid y Atlético de Madrid y acaba pasando el Real Madrid en los penaltis. Yo no me acuerdo, pero la gente, por los comentarios que he escuchado a compañeros, pensaba que el mejor partido que podía tocar era Castilla – Atlético de Madrid, que sería un partido de mucho morbo. Pero también te digo que jugar contra el Real Madrid dio la posibilidad al Castilla de ser el único filial que jugó una competición europea.
Ricardo Gallego.
Era un Beckenbauer. Un jugador frío, técnicamente excelente que se posicionaba muy bien en el campo y podía jugar tanto de libre como de mediocentro.
Me resulta curioso que después de esa final hay una foto en la que aparecen los jugadores del Real Madrid y el Castilla, pero tú no estás.
No, porque me fui muy cabreado. Los goles, excepto uno de Paco (García Hernández) cruzado desde el borde del área, fueron todos en jugadas en las que se metían con el balón hasta el fondo. Vamos a ver, técnicamente y en todas las condiciones, los jugadores del Real Madrid por su calidad y nivel de excitación a la hora de jugar ese partido estaban mucho más metidos que nosotros. Nos barrieron, pero me dio rabia que nos barrieran de esa forma, porque no nos lo merecíamos.
En esa histórica final, el presidente era Luis de Carlos, que hizo esa transición a lo que vino después.
Su relación con nosotros era paternal. Luego llegó Ramón Mendoza y él era más empresarial: veía al Real Madrid como una empresa grande a nivel mundial que estaba mal gestionada económicamente, a la que él veía capaz de ser como la Coca-Cola, y quería sacar por todos los lados.
Sin embargo, no encontraba el cómo. Recuerdo un día cuando estaba negociando con él para renovar, le dije de broma: «Dame una parte de la ciudad deportiva». Se reía, pero yo sabía por qué se lo decía, pues él estaba detrás de ese tema ya en aquella época. Era muy consciente de que el Real Madrid acabaría en un momento dado dando un giro a toda la estructura financiera, porque veía a la entidad con potencial para más cosas, aunque no fueron capaces de hacerlo hasta que no se metieron las televisiones, etcétera.
¿La apuesta de aquellos años por la cantera era por calidad o por necesidad económica?
A nivel económico era tremendo, no había un duro. No lo había en el fútbol español. Sin embargo, cuando la gente habla de la cantera del Real Madrid te das cuenta que es una de las más ricas que ha habido en cuanto a número y calidad de los jugadores. Hay jugadores criados en la cantera prácticamente por toda España y en casi todos los equipos.
¿Qué ocurría? Pues que en el Real Madrid en aquella época nosotros pasamos tres, y dos años más tarde pasa la Quinta. Antiguamente, se fichaba a uno o dos extranjeros que daban un poquito de nivel diferencial al equipo, pero el resto eran jugadores que jugaban en la Liga o de la propia casa, por lo que se tiraba de esos equipos filiales.
Me acuerdo del fichaje de Laurie Cunningham, cien millones de pesetas de la época. Pero también recuerdo cuando se fichó a Maceda, Gordillo y a Hugo, que llegaron por cuatrocientos. Imagina lo que costarían ahora esos jugadores. Fue una apuesta y hubo que hacer unos artilugios financieros para poder hacerlo, porque no había dinero por ningún lado.
Además de aquel Mundial juvenil en 1979, vas a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980.
Sí, jugué los tres partidos y empatamos todos. Siempre digo que fuimos a la Olimpiada y ni ganamos ni perdimos. Ese que fue a los Juegos Olímpicos fue otro gran equipo, pero salimos ya con problemas desde aquí. Le cuento a la gente lo bien que están ahora los jugadores, que pese a todas las competiciones que hay llegan a Navidad y saben que tienen cinco o seis días, llega el verano y, por lo menos, tienen derecho a… Nosotros no teníamos derecho a nada.
Recuerdo que ahí fui duro, porque estábamos concentrados en el hotel y dije que teníamos que negociar las primas por ir a la Olimpiada, pues veíamos que teníamos buen equipo y además jugábamos contra la República Democrática Alemana, Siria y Argelia. Y eso le sentó mal a Porta o alguno de estos. «¿Qué somos? Nosotros somos profesionales. Estoy cotizando a Hacienda ya», decía yo. Tras esto, fuimos allí, nos metieron en un campo de concentración, porque estuvimos fuera de Moscú y fue otro desastre. Una auténtica pena.
Una vez eliminados sí que estuvimos diez días en Moscú, que yo pensaba: «¿Por qué no nos vamos a casa ya?». «No hemos tenido vacaciones, no nos habéis pagado un duro y ¿ahora nos tenemos que quedar aquí?». Fui bastante rebelde y eso me costó mucho. Al menos conocí Moscú: salía con Gajate, nos íbamos al metro, llevamos un intérprete y nos fuimos a la Plaza Roja, conocimos los garitos… pero no había nada.
Preguntamos dónde estaba la juventud y nos comentaron que los habían metido en campamentos porque no querían que vieran el ambiente deportivo de la gente de fuera. Y eso que ni siquiera estaba Estados Unidos, que había hecho boicot. Al final, lo recuerdo como una experiencia más.
En categorías inferiores has sido titular por delante de Buyo, Cedrú, Zubizarreta… Ahora me dices que fuiste rebelde y eso «te costó mucho». ¿Eso incluye no ir luego a la absoluta?
Seguro.
Cuando subes al primer equipo en la 1980/1981, por ahí están Miguel Ángel y García Remón. Imagino que las perspectivas no serían muy halagüeñas.
Llegué sabiendo que no me habían dejado irme y cuál era mi posición: entrenar, entrenar y entrenar. Antes del debut sí que había jugado algún partido amistoso y en pretemporada también, pero el futbolista necesita sentirse. Que juegues un partido no te da nada. Si sabes que el entrenador está contigo, tú con él y te da confianza, cuando esas dos cosas convergen, el futbolista es cuando de verdad rinde. Si no, es imposible.
¿Cómo recuerdas aquel debut en Salamanca en 1981?
Cuando iba de suplente a algún partido, tal y como sucedió aquel día antes de la lesión de García Remón, ya estaba preparado con las botas, las espinilleras y los guantes para salir. Por lo tanto, lo único que tuve que hacer fue quitarme el chándal, salir y ponerme en la portería. Antiguamente, al igual que sucede ahora, el Real Madrid era el equipo a batir y fue un partido duro que acabamos ganando por 1-3.
¿Crees que el Real Madrid no dejó crecer todo tu potencial?
El Real Madrid es muy complicado. El error que cometió el club conmigo fue no dejarme ir. Y me refiero a un error de visión de futuro, porque era dejar marchar a un jugador de veinte años, que pudiera hacerme en un fútbol como el inglés, que recuerda lo que era en esos años.
Pero las miras en aquella época eran muy de inmediatez, por lo que prefirieron dejarme como tercer portero. ¿Qué pasó? Pues que ese año acabé jugando, aunque tuvieron que darse muchas casualidades. Si esa casualidad hubiese llevado a ganar la Copa de Europa después de tantos años, pues igual también hubiese cambiado la situación.
Pero si te das cuenta de las circunstancias de aquellos días, nosotros llegamos a la última jornada jugándonosla con la Real Sociedad y perdemos la Liga ganando en Valladolid porque ellos empatan en Gijón casi en el último minuto con el gol de Zamora. Se llevan el título por goal average y nosotros tenemos que ganar la Copa de Europa si queremos jugarla otra vez el año siguiente, lo que hace que llegues con una presión distinta… Pero es lo que te decía antes: el fútbol son pequeños detalles.
¿Cómo afrontaste aquella final de Copa de Europa? Apenas llevabas unos partidos con el primer equipo.
Por aquel entonces tenía 21 años y había jugado cuatro partidos de Liga y las semifinales de Copa de Europa ante el Inter de Milán. Tenía la mentalidad y la presión de que la gente estaba diciendo que era muy joven. Quieras o no, oyes. Que si debería jugar Miguel Ángel, que si tal… El fútbol era muy distinto al de ahora y la gente era más conservadora. Mucho más.
Y cuando te hablo de conservadora, lo hago contándote que de mí han llegado a exponer que fallaba porque era alto y con ojos azules. Eso lo he visto escrito. Me han llegado a poner a parir por cualquier cosa. Recuerdo una temporada, la 1985/1986, en la que nosotros ganamos todos los puntos en el Santiago Bernabéu y en el último partido el Sporting de Gijón tuvo un penalti al final para empatar a dos y evitarlo. Pues bien, paré el penalti y al día siguiente me pusieron a parir porque decían que me había movido.
La propia prensa de Madrid: «Agustín se ha movido». Y pensaba: «Joder, en vez de contar que somos campeones de Liga ganando todos los partidos en casa, dicen que Agustín había parado un penalti moviéndose como una bailarina». Te cuento este ejemplo para que veas que yo debía tener muchos enemigos por ahí. Y al final, era consciente de la presión que había.
¿Cómo fue esa noche de antes?
Compartía habitación con Miguel Ángel y él lo único que decía era: «Tranquilidad, Agustín, que esto es sólo un partido». Lo que sí recuerdo, sobre todo, es la salida al campo con Goyo Benito, porque era su último año en el Real Madrid y para él era su última opción para ganar. Le señalé: «Goyo, tú tranquilo, que estoy bien».
Las miradas estaban muy puestas sobre mí por el hecho de ser el más joven en ese partido. Si te fijas, el portero del Liverpool, Ray Clemence, era uno de los veteranos tanto del equipo como de la selección inglesa. Era un partido con mucha presión y, en el fondo, yo antes la presión la llevaba bastante bien y la asumía, pero me he dado cuenta que después de perder aquel partido…
Además, el gol viene de varios errores: el saque de banda nos pilla saliendo porque era a nuestro favor, pero ellos sacan rápido y el árbitro los deja; las líneas eran de cal y estaban abultadas, el compañero (García Cortés) intenta despejar y le da un bote, veo movimiento de gente que viene corriendo, creo que Kennedy va a dar el pasé atrás, pero tira y me pasa el balón rozando la cara.
Él ya lo reconoció en su día: «Cerré los ojos y golpeé». Unos minutos antes habíamos tenido una ocasión de gol por medio de Camacho… fueron una serie de circunstancias que eran de no ganar ese partido.
Muchos ojos estaban en Laurie Cunningham.
Aquel partido estaba lesionado. El problema de Laurie es que en Inglaterra era uno más y aquí se encontró endiosado porque era el jugador del Real Madrid y le abrían todas las puertas porque había costado cien millones. Pienso que aquí lo engañaron en todo, al pobre lo trajeron loco.
Ese gen del que me hablabas antes y se transmite de generación a generación, en esos primeros años tuyos en la primera plantilla está muy representado por Camacho y Juanito.
Pirri se había ido cuando nos ganaron la Copa del Rey al Castilla, pero estaba Goyo, y algunos más como estos que comentas. Estamos hablando de un gen que se va transmitiendo de veterano a veterano y también de veterano a joven. Pero no es un tipo de transmisión de «ven aquí que te voy a contar», sino que se palpa.
¿Esa derrota cambió tu historia en el Real Madrid? Tal vez hubieras tenido otra continuidad en el equipo si hubierais levantado la Copa de Europa.
Totalmente, porque me hubiesen protegido mucho más. Estaba haciendo un buen partido y fui de los destacados. Si hubiésemos ganado esa competición hubiera tenido una protección mayor. También me hubiesen protegido mucho más en esta época por el tipo de portero que era, pero uno nace cuando nace y juega cuando le toca.
Además, siempre decía -hablando de las épocas en las que estuve más o menos activo en el Real Madrid- que la gente se acordaría que el club estuvo en cuatro finales europeas, algo a lo que no se dio importancia. Cuatro finales continentales en tan poco tiempo es algo que no se puede conseguir así como así.
En ese lustro del que hablas se dieron varias remontadas: Anderlecht, Inter de Milán, Borussia Mönchengladbach… ¿con cuál te quedas?
Las remontadas son todas importantes. Cada uno vive las suyas como tal, pero a mí me hizo ilusión en la que Juan sale del campo dando botes al ser sustituido por Martín Vázquez en el minuto 90 de la vuelta de octavos de final contra el Borussia Mönchengladbach con 4-0 (temporada 1985/1986, ndr). Esa es la demostración de la alegría de un jugador, ya veterano, con treinta y un años después de un gran partido.
De cualquier modo, la diversión de aquellos partidos, créetelo, era ver el Bernabéu con ciento veinte mil personas y que no pudieras hablar con el que tenías al lado porque eras incapaz de escucharte. Para poder entenderte con el compañero tenías que hablarle al oído. Era tal el ambiente, el ruido, que se te ponían los pelos de punta.
Cuando a un jugador le dices que todos los partidos son iguales, efectivamente es así, pues todos tienen un puntaje: los dos o tres puntos de la victoria, uno del empate, la clasificación para la siguiente ronda… pero cuando ves un matrimonio perfecto entre afición y equipo, esa comunión que los lleva de la mano, eso es la mayor satisfacción.
Es como cuando vas a un concierto y estás entregado a tope. Si me preguntas: «Agustín, de toda tu vida deportiva ¿con qué te quedas?», lo hago con el ambiente del Bernabéu lleno en un partido de máximo nivel con el público contigo a muerte y no poder hablar con el compañero si te separa más de un metro.
En todos estos partidos de los que hablamos en los que el equipo se venía con tres o con cuatro goles de desventaja de Alemania o Bélgica, cuando nos metíamos en el vestuario pensábamos: «Esto es imposible. No hemos hecho nada para que nos metan tres o cuatro goles. No hemos jugado para que haya esta diferencia en el marcador».
No me digas qué cojones había en las estrellas del firmamento en esos momento para que llegaran cuatro veces y nos metieran cuatro. Te ibas cabreado. Recuerdo, por ejemplo, un partido de pretemporada en el que veníamos tiesos perdidos, fuimos al Olímpico, que además estaba vacío, y el Bayern Múnich nos metió nueve.
No es el mismo caso que lo que nos pasó años después cuando fuimos a jugar con el Milan y nos metió cinco. Ahí veías que no nos dejaba pasar ni del centro del campo y cuando lo hacías estabas en fuera de juego pese a que lo sabías y lo trabajabas. Pero con estos equipos, no. Con los alemanes era ya una cuestión psicológica.
Cuando nosotros goleábamos en el Bernabéu era distinto. Desde el comienzo los achuchabas y los metías atrás. Había veinte o veinticinco minutos que no salían de su área. Generabas muchas ocasiones y acababas marcando. Sin embargo, en el otro caso, estabas jugando de tú a tú, pero te llegaban y era gol. Y gol, Y gol. Con el Anderlecht fue así. «¿Qué ha hecho el Anderlecht?», pensábamos cuando había terminado el partido. Y nos metieron tres.
Curiosamente, un equipo como el vuestro que se caracterizaba por las remontadas, vio como el Kaiserslautern le remontaba un 3-1 haciéndole un 5-0 en la UEFA de 1981/1982.
Ese fue un partido que no tenía que haber disputado. Venía de una lesión de hombro, me pincharon para jugar, la verdad que no estaba bien y jugué muy mal. Fue de los peores partidos. En el de ida en Madrid íbamos ganando 3-0, nos marcaron un gol de penalti casi al final y me acuerdo que salí cabreado del campo porque, aunque íbamos tres a cero, la gente estaba silbando.
Fue de esos partidos broncos, con una buena ventaja y el público en contra nuestra. En la vuelta, llegamos allí, su público estaba a tope y nos barrieron. Básicamente, lo que hacían los equipos alemanes antes. Y yo, personalmente, reconozco que jugué con un brazo en vez de con dos. Las cosas como son.
Ese año logras la Copa del Rey y eres titular en el 2-1 de la final ante el Sporting de Gijón. ¿Te quitó la espinita de la final del Castilla?
No. Acabamos la final, llegamos a Madrid y nos fuimos a casa.
Esa Copa del Rey es el único título del Real Madrid entre 1979 y 1984. ¿Cómo se vive esa situación en un club tan acostumbrado a ganar?
Muy mal. De 1981 al 1984 fueron cuatro años en los que perdimos las Ligas prácticamente en el último partido. Precisamente por eso entendí cuando perdieron en Tenerife, porque ya lo había vivido. Sin embargo, lo expongo de otra forma: Al final ha perdido la Liga en el último partido en varias oportunidades, pero el Real Madrid siempre está ahí.
Lo peor es que la gente sólo busca ganar, ganar y ganar, pero no cuentan con la ilusión que transmite el estar luchando hasta el final, durante tantos partidos. Estamos hablando de los años ochenta, el Real Madrid gana cinco Ligas y pierde varias en la última jornada, por lo que tenía en la mano ganarlas casi todas. ¿Dónde se ve eso? Es casi imposible.
Esas cuatro temporadas de las Ligas de la Real Sociedad y el Athletic Club, ¿la cosa hubiera sido distinta para vosotros si hubierais tenido un goleador con las cifras que tuvo después Hugo Sánchez?
Eso lo comentaba también Alfredo Di Stéfano. Él era de los que decía que la diferencia de los equipos ganadores era tener un delantero que hace treinta goles por año. Por ejemplo, en ese año en el que jugamos con él de entrenador y fuimos subcampeones de todo, el Real Madrid acabó la temporada como el equipo menos goleado. Pero el máximo goleador fue Hipólito Rincón con el Real Betis, con veinte goles.
No estás convocado con España, pero ¿cómo vives ese Mundial de 1982 en nuestro país?
Seguí los partidos. Mientras se disputó el Mundial estuve en Galicia y tuve la oportunidad de ver a la selección italiana, que empató los tres partidos pero luego acabó campeona del mundo. En un principio me recordaban a lo que nos había pasado a nosotros en los Juegos Olímpicos, pero dije: «Joder, y se han clasificado». En cuanto a España, en ese Mundial fue un mar de dudas, como siempre.
Tras el Mundial llega Alfredo Di Stéfano, ¿qué recuerdos tienes de su paso?
Alfredo era consciente que vino al Real Madrid en una época en la que no había dinero y tenía que hacer lo que estaba acostumbrado a ser: un equipo ganador. Cuando llega, él quiere remodelar la plantilla, pero no puede. Entonces, el equipo va con sus altibajos, luchando por todo pero sin destacar en esa época.
Por ahí estaba el Athletic Club, también la Real Sociedad o el Sporting, por lo que era un periodo de mucha igualdad. ¿Dónde se diferenciaban los equipos? En ese encajar menos goles, los goleadores, el concepto de grupo de trabajo… Nosotros teníamos un buen equipo y, de hecho, estuvimos luchando hasta el final por todo. Quedamos subcampeones de todo. ¿Eso es normal en el Real Madrid? No.
Entramos en la dinámica negativa de no ganar nada y el equipo no se convenció, no creíamos en nosotros. Cuando jugamos con el Aberdeen, justo se comentaba: «Se pone a llover, el campo se embarra y eso les benefició a ellos». ¿Y?
¿Te dolió más perder la final de Recopa contra el Aberdeen o aquella Copa de Europa con el Liverpool?
Sí, mucho más. Había participado más. Perder aquella final de Copa de Europa contra el Liverpool, claro que me dolió, porque sabía de la importancia que tenía tanto para el equipo como para mí, pero en la del Aberdeen había tenido una mayor participación, estaba más rodado y además me encontraba muy bien en esa época.
Valoro que estuve muy bien en todas las eliminatorias y, sin embargo: un balón perdido, Juan José que se tira allí, sale hasta la esquina y no corta el balón, otro contragolpe, el Madrid atacando… y pierdes en la prórroga. Me dio mucha rabia e hice mal, porque al final no fui ni a recoger la moneda esa que te daban. Pero me dolió, no por ellos que hicieron su partido, sino por el Real Madrid, porque también era la primera Recopa que podría haber ganado el club.
Alex Ferguson.
Ahí lo hicimos grande nosotros, porque luego se fue al Manchester United.
Esa temporada de los subcampeonatos eres el portero menos goleado de Primera y te llevas el Zamora.
Lo cojo y me voy a casa.
¿No le diste importancia?
No habíamos ganado nada. Fui a recogerlo por deferencia.
¡Cinco subcampeonatos! ¿Cómo se vive eso?
Muy mal. En el Real Madrid, muy mal. Todo esto se vive así en un club como este. Por eso digo que el Real Madrid es el club que más sufre de todos, pues su costumbre es ganar. Lo que para cualquier otro equipo puede ser un hito por estar ahí hasta el final dando ilusión a su gente y luchando, en el Madrid no vale.
Una final es como una competición de cien metros lisos: igual uno es el mejor, pero por lo que sea, ese día a saber qué pasa, pues son diez segundos. Aquí, la final de una competición son esos diez segundos y quien esté más acertado es la que se lo va a llevar. En el Real Madrid tienes que estar en la final y, después, llevártela.
Esa misma temporada un gol de Tendillo también os deja sin Liga. ¿Cómo lo vivió Di Stéfano?
Dominando otra vez, al palo, que si penalti, que si no sé qué… Y mira que él estuvo en el Valencia y había ganado la Recopa e incluso la Liga unos años antes. Él lo llevo muy mal. Y pienso que lo llevó muy mal porque vio que con los mimbres que tenía el equipo, los jugadores que venían de Segunda División y los veteranos, hizo una amalgama pero no daba.
Tú veías como otros equipos como el FC Barcelona fichaba a Maradona o Schuster y él decía que para luchar por todo le costaba mucho y sé que tuvo problemas con la directiva y se tuvo que ir. Luego se dio cuenta de lo que empezaron a fichar a partir del año 1985 con Ramón Mendoza y comentaba: «Es que aquí no había un duro. No he tenido la posibilidad de decir quiero a este, este o este».
Tú vienes de ganar el Zamora, pero en la segunda temporada de Di Stéfano empiezas a jugar menos. ¿Te dieron alguna justificación?
No. Según va pasando el tiempo, vas mejorando, pero ocurren esas cosas que son las que te digo que van desequilibrándote mentalmente. Pensarían que no estaba para jugar.
Esta temporada 1983/1984 es la del ascenso de la Quinta del Buitre. ¿Cómo se vivió en la primera plantilla?
Todo se vivió con mucha normalidad. Desde el club estaban más pendientes de la economía que de hacer un club fuerte, mientras en otros sitios como Alemania, Italia o Inglaterra estaban más pendientes de poder potenciar los equipos para poder luchar por lo importante: las competiciones europeas.
¿Notasteis un mayor foco mediático desde ese ascenso de la Quinta a la primera plantilla?
El foco es que se necesitaba ilusionar. Cuando llevas dos años en los que no ganas, porque la Copa del Rey que se ganó era como ganar la Carabela de Plata, lo que se necesitaba era ilusionar a la gente. Entonces, los medios empezaron a hacerlo con la Quinta.
Gente joven: rubito, pequeñito, no sé qué; Míchel, morenito, guapito, no sé cuanto… es otra figura. No el jugador tosco, sino otro tipo: más fotogénico, por así decirlo. Todo esto hace que entre otro tipo de gente al campo, aquello que decían de «cualquier madre lo quiere para su hija». Empieza a entrar en el fútbol otro tipo de aficionado y aficionada con Míchel, Martín Vázquez, Butragueño… se empieza a ver, quizá, la época fan del fútbol.
Ahí son los medios los que ven que el fútbol va perdiendo mucha fuerza y hay que empezar a darle. Cuando los medios quieren, calientan y tienen lo necesario para hacerlo. Hubo un cambio generacional en todo y en ese momento había un tipo de jugador que se paraba, que era fotogénico y al que incluso seguían los paparazis.
¿Y cómo reaccionaron los Camacho, Juanito, etcétera a esta situación?
Los exigían más: «Nene, déjate de tanta m….. y dale más».
¿Y no había un enfado por el tema de que chavales que todavía no habían hecho nada ya fueran tan protagonistas?
Veías que había un cambio. Había algo y notabas que se estaba preparando un cambio generacional en el mundo del fútbol al igual que lo ha habido ahora. Antes, ibas a la ciudad deportiva, salíamos y estábamos ahí con la gente haciéndonos fotos. Después comenzaron a poner vallas, más tarde a cerrar aquello y luego empezaron a cobrar entrada…
El que sí cambió el paradigma fuiste tú, que incluso te casaste por el juzgado…
Aquello mío fue una revolución. Quizás ellos se dejaron llevar porque era lo habitual. Que me casara por lo civil sí fue una convulsión en el Real Madrid. De hecho, no fue nadie a mi boda.
¿Y desde el club te dijeron algo de por qué no fue nadie?
Que les llevara el libro de familia, nada más.
¿No sienta mal?
(Sonríe). Son circunstancias.
Alguna vez se ha achacado a la Quinta, que fueron muy buenos hijos pero no tan buenos padres. Aquellos Míchel, Sanchís Butragueño y Martín Vázquez no eran Camacho, Juanito, Goyo Benito y compañía a la hora de transmitir ese gen.
Míchel sí vivía mucho el fútbol. Quizás, de la Quinta era el que más vivía el madridismo. Comparando la Quinta con los de antes, al final eran familias distintas. Lo que hay que ver es de dónde venía cada uno, qué tipo de educación, perspectivas y concepto de la vida tenían… eran distintos. Pero sí vinieron bien.
Crearon otro paradigma en el club. Era necesario que en el Real Madrid se generara una nueva ilusión y estos jugadores, que eran un poco de dibujos animados, crearan lo que no creó el Castilla de la Copa del Rey.
¿Se fue injusto con aquel Castilla en el que jugaste porque aquel de la Quinta lo tapó?
Esos son intereses que había en ese momento y surgió así. Era el momento. Te hablo de intereses periodísticos, pues el periodismo vende con ese tipo de cosas. El periodismo te puede subir, bajar o ponerte en la órbita. «La Quinta del Buitre lleva ochenta mil personas al campo», decían. Pero, ¿cuántas veces llenamos el campo nosotros?
A nosotros, el único homenaje que nos hicieron fue la agencia EFE. ¿Si se ha sido injusto con nosotros? No digo nada. Digo que, si hubiera pasado en Inglaterra u otro sitio, se estaría homenajeando todavía. Sin embargo, la Quinta del Buitre, de forma muy justa, tuvo su momento de gloria que perduró y sigue perdurando en el tiempo. No digo que sea injusto, sino que la Quinta del Buitre tuvo su gran momento y este vino acompañado de un gran apoyo.
Pero esa Quinta de la que tanto se habló también estaba acompañada por otros que debutaron antes como Ricardo Gallego o Chendo y que también fueron importantes…
Es la vida. Nunca doy por sentado que a todo el mundo se le va a reconocer lo que ha hecho en la vida. ¿Cuántos ingenieros, médicos o personas que han dado su vida en este mundo por el bien de la humanidad han quedado en segundo lugar y se ha beneficiado un tercero o un cuarto? Es como funciona la vida.
También se ha especulado con que Ochotorena era el portero de la Quinta y eso provocó que él acabara jugando muchos partidos en vez de tú…
Tuve una reunión con Molowny años después cuando estaba en el Tenerife y me indicó que cuando él entrenaba prefería que jugara yo, pero tenía órdenes de arriba. Él era una persona de la casa, muy bueno, y personalmente pasé un momento muy malo: cuando el Real Madrid estaba jugando con el Anderlecht en diciembre de 1984, en la famosa remontada del 6-1 en la vuelta de octavos de final de la UEFA, a mí me estaban operando para ver si podía volver a caminar.
El médico me vino a levantar al día siguiente: «Agustín, vamos a ver…». Efectivamente, caminé mal, pero caminé. El siguiente paso fue una rehabilitación de ocho horas diarias durante cinco meses. Nunca se comentó nada de ese tema. Venía de estar un año y pico jugando inyectado, con unas agujas, hasta que reventé la espalda y salió el disco. Fue en un entrenamiento, el último balón, campo embarrado en la Ciudad Deportiva y me sacan en ambulancia.
Una vez me recupero después de tantos meses, en esa temporada 1985/1986 ya estoy como un tiro: se me han pasado todos los dolores de espalda y me como el mundo. Entonces, le comenté a Molowny: «Míster, sé que estoy de puta madre. Elige quién quieres que juegue». Y llega el trofeo Bernabéu y escoge a Ochotorena.
Respetuoso cien por cien, seguí entrenando a tope hasta que me puso a jugar a mí. Así, tiempo después, cuando estoy en Tenerife jugando tuve una charla con él un día que nos vimos y me expuso eso, que arriba querían que jugara Ochotorena.
¿Cómo fueron esos meses de recuperación en los que ni siquiera sabes si vas a volver a jugar?
Te lo puedes imaginar. Es como cuando un jugador se rompe la rodilla, todo ese sacrificio que debe hacer. Caminaba con un bastón. Me iba a la piscina de la Guardia Civil en Príncipe de Vergara, porque mi mujer tenía un tío que era Guardia Civil, me la dejaban y allí iba con unas aletas y me pasaba horas y horas nadando. Luego me iba a rehabilitar con uno de la ONCE y luego con el Real Madrid. Eso nada más que lo sabe quién lo ha pasado. Nadie sabía lo que hacías hasta que volvías.
En 1985 llega Ramón Mendoza. ¿Se percibe mucho cambio en la estructura de la entidad después del periodo de transición de Luis de Carlos?
Se nota que le quiere dar una visión de modernidad al club diciendo: «Tengo que sacar pasta de donde sea». Él busca dinero de todos los sitios y, de hecho, creo que la venta de la ciudad deportiva del Real Madrid la tiene en mente desde el primer momento. De hecho, la gran deuda que acumula el club es porque él tenía mucha economía sacada de distintas empresas para potenciar la entidad con las nóminas que pagaba a los jugadores.
El Madrid siempre fue como muy modosito a la hora de los pagos a los jugadores y pagaba por «premios». No era uno de los clubes que mejor pagaba y Ramón Mendoza era consciente de que si quería hacer un club grande, tanto a la Quinta como a los jugadores que traía, como Hugo Sánchez, los tenía que poner en un nivel económico alto para luchar por todo. El equipo venía de ganar, él trae a tres o cuatro jugadores, se sigue ganando, pero Europa ya se resiste.
Juegas la final de la Copa de la UEFA ante el Colonia en 1986 y es tu primera victoria europea después de las derrotas con Liverpool y Aberdeen y que Miguel Ángel jugara contra el Videoton un año antes. ¿Te vale para quitarte un peso?
Nada. Piensas que has perdido dos importantes y ganas esta. Ganar la UEFA era muy complicado, pues era una competición que la jugaban los segundos, terceros y cuartos, por lo que se trataba de equipos muy buenos y que se reforzaban para ganarla. Sin embargo, estéticamente eras consciente de que era la segunda o tercera competición en Europa en importancia.
Cuando la juegas, es importante ganar cualquier competición, pero a la larga sabes que en el Real Madrid es la Copa de Europa la que prima. En la Recopa me quedó mal sabor de boca por haberla jugado durante todo el año y haberla perdido en la forma en que se perdió en un partido en el que en teoría éramos los favoritos. En el caso de esta Copa de la UEFA, ganarla, sinceramente, no me sacó ninguna mala espina.
Después de esa Copa de la UEFA bajo los palos, Ramón Mendoza ficha a Paco Buyo con la vitola de titular. ¿Qué pasó por tu cabeza cuando te enteras?
Sé que Buyo era el protegido del gerente (Fernández Trigo) y que me va a costar, pero estaba en un momento bueno e intento, digamos, seguir trabajando. Sin embargo, lo que me extraña es que después de ganar todo y acabar bien, ese año no jugué ni un solo partido. Entonces, nuevamente intento irme del Real Madrid.
¿Charlaste sobre el tema con Leo Beenhakker?
Con Beenhakker no hablaba. Era uno de los capitanes del equipo, pero con él no tuve ni una palabra en ningún momento. La única ocasión en la que hablé con Beenhakker es más de un año despuésen el hotel Ercilla de Bilbao, porque habían expulsado a Buyo con el PSV, yo tenía que jugar la vuelta de cuartos de Copa de Europa, y le dije que qué cojones me va a contar después de un año y medio.
Y cuándo le dices eso, ¿qué te responde?
Nada, se calló.
¿Era así de hermético con todos los jugadores o sólo en tu caso?
Conmigo no tuvo ni la deferencia de explicarme qué quería él de un portero, qué es lo que pensaba, si no contaba conmigo para nada… Solamente le dije: «Si tiene cojones, no me saque contra el PSV». Nada más.
En ese partido con el PSV, precisamente salvas al equipo al final de la prórroga con una mano a cabezazo de Lerby…
Sí. Además, tú sabes que en esa época los equipos vivían de las taquillas. ¡El fútbol ha cambiado tanto! Cuando acabó aquel partido, recuerdo que Ramón Mendoza entró al vestuario dando voces: «¡Agustín, nos has salvado!». «Díselo a este cabrón» (risas).
¿Y Beenhakker te comentó algo?
No, no. Seguimos sin hablar y lo único que salió al día siguiente es que Butragueño había estado en el banquillo.
Por lo que deduzco, tú relación con la prensa no era muy fluida. ¿Había alguna razón?
Nunca me he negado a dar ninguna entrevista, pero es verdad que soy muy aséptico con ellos y daba esa imagen. Quizá, como he visto que recibía palos y no sabía muy bien por qué… A mí me pueden explicar: «Agustín ha estado mal por esto, por esto o por esto», igual que cuando he estado bien. Pero cuando solamente veía que «Agustín ha estado mal», pensaba: «Joder, pero en algún momento he estado bien, ¿no?».
Era muy raro todo y eso hace que te encierres un poquito. Tampoco le daba mucha importancia, porque iba a la ciudad deportiva y salía de la ciudad deportiva. No me escondía de nadie. No era una persona huraña a la hora de tratar con la gente y hablaba con el que fuera. Como capitán que fui del Real Madrid en los últimos años, cuando había algún problema, hablaba con la prensa para solucionarlo o juntaba a un compañero con la propia prensa si había pasado algo…
El hecho de que fueras capitán hace todavía más grave el hecho que Leo Beenhakker no cruzara palabra contigo…
Es más, hubo un hecho que a mí me marcó mucho, que fue una vez en la que nos dio una charla, al día siguiente salió en la agencia EFE y vino a darnos la bronca: «Parece mentira que aquí los chivatos…».
Sabía que había gente que hablaba con la prensa, porque siempre los ha habido, y me hice con esa cinta: se la puse a los capitanes del Real Madrid que eran mayores que yo, Camacho y Santillana, y les digo: «Mira quién es el hijo de puta que dice todo». Y era el propio Beenhakker dando la charla.
Muchos ven precisamente la eliminación ante el propio PSV un año antes como la gran oportunidad perdida.
Ahí se perdió la Copa de Europa. Teníamos un equipo lo suficientemente importante para haber ganado la competición ese año. Era lo que teníamos en mente. Además, si te das cuenta, son momentos de la vida en que no estaban los equipos ingleses, tampoco quedaban ya italianos ni alemanes y a esas alturas estaban un portugués, un holandés y nosotros por medio.
Ese partido ante el PSV me recordó a los que jugué en Moscú o en Japón: dominar, dominar y dominar y ver que el portero la paraba, el defensa la sacaba debajo de los palos… esos choques en los que no entiendes el porqué, pero no los ganas.
Con el AC Milan fue distinto…
Claro. Es lo que te decía: después van saliendo equipos de mucho nivel. Esto es algo que veía Ramón Mendoza. La sociedad financiera, Hacienda, había llegado a acuerdos con las empresas para que financiara a los equipos, entra dinero a espuertas para poder fichar y AC Milan, Inter… hacen auténticos monstruos.
Ahí llega un momento en el que ¡puf!: entre los entrenadores con sus ideas nuevas, las ciudades deportivas que hacen, porque la del Real Madrid ya se queda obsoleta, provoca que nos empiecen a pasar por encima. Nos barren. Directamente, ahí ya no había nada que hacer. Te enfrentabas a ellos, sabías cómo había que jugarles y qué iban a hacer, pero te lo hacían una vez y te lo volvían a hacer.
Tú tenías un equipo competitivo pero que no llegaba. Aquel AC Milan era un equipo muy trabajado tácticamente, pero con una calidad fuera de lo normal. Ellos son, quizás, el primer equipo que hace el scouting, analizar en vídeo cómo defender con líneas, cómo trabajar durante toda la semana viendo cómo te quedas dos metros por detrás…
Todo eso, junto a la calidad que tenían Baresi y todos los que tenía a su alrededor, cada uno con su función, o los Van Basten, Rijkaard y Gullit, provocó que liaran la que liaron.
Tras el 5-0 llega Toshack y con él apenas juegas.
Lo hice ante la Real Sociedad. No me preguntes el porqué de la razón, pero recuerdo que el día anterior me dijo que iba a jugar. Hacía un tiempo magnífico, pero el día del partido se puso a diluviar .Jugué ese día y en el primer gol, cuando fui a coger el balón se metió entre los focos de Atocha y se me fue de las manos porque no lo vi.
La acción técnicamente estaba bien hecha, la pelota me llegó a dar en las manos y se me escapó porque estaba diluviando. «Es que no he visto el balón», lo dije después del partido. Después de eso ya no me dio ni bola, se debió encabronar conmigo. No me pareció bien lo que hizo.
Era habitual que responsabilizara a los jugadores de las derrotas y referentes como Sanchís se lo llegaron a afear en el vestuario.
Yo también se lo eché en cara varias veces: «Sí usted quiere decir las cosas, dígalas aquí. Si quiere hacernos venir a entrenar a las seis de la mañana, venimos, que aquí por entrenar no hay problema». Sí, siempre trataba de echar la culpa.
Cuando vosotros le señalabais estas cosas. ¿Qué hacía?
Se callaba. Con él, tuve varias reuniones. Además, a mí me gustaba llevar normalmente a Chendo. Ya estaba buscando irme del Real Madrid y a Chendo le decía: «Tú vas a ser el capitán, pero vas a tener problemas con estos que se reúnen con el presidente».
Él solía venir conmigo a estas reuniones. «Ven, para que tú sepas cómo actuar con el entrenador, etcétera», le decía. En estas charlas con Toshack, nunca iba solo y le comentaba: «Mire, míster, usted ha dicho esto, esto y esto, pero nosotros no estamos de acuerdo», aunque a él le daba igual. «Usted está con nosotros o en contra de nosotros. Aquí no hay término medio. Si está con nosotros, a muerte. Si no, a tomar por culo». Él era mucho de los cerdos volando y esas cosillas…
Esa forma de actuar le pasó factura.
Claro que le pasó factura. Pero a los presidentes les da igual, porque ellos al final lo que quieren es un entrenador que sea su escudo y que ganen. Si ganan, les da igual. Si pierden, pasan de ellos.
Me comentas que había jugadores que se reunían con el presidente.
Había camarillas.
Pero esto es habitual en muchos equipos…
Sí, hay jugadores que se llevan mejor con el presidente o tienen una mayor afinidad por lo que sea.
Y en ese último año te acompañas de Chendo, que era el más veterano por detrás de ti…
Chendo después dejó de ser capitán. Tuvo un lío ahí. Yo ya estaba en Tenerife, pero escuché algo. Dentro de lo que es el estatus de cada uno, no es lo mismo ser capitán jugando que ser capitán sin hacerlo, como era mi caso.
Efectivamente, defendía a los jugadores ante cualquier tipo de situación e intentaba solucionar, por ejemplo, si había algún problema con un periodista, reuniéndolos. También si tenía que ir a hablar con el presidente o con el entrenador. Pero no es lo mismo estar jugando y ser parte importante dentro del equipo que estar un poquito en segundo plano.
A mí Toshack, el día que me informó de que iba a jugar, me comentó también que él no quería que el capitán fuese portero. «Tú no querrás que el capitán sea portero, pero aquí la historia dice que el más veterano es el capitán y el capitán soy yo», le respondí. Y eso también le sentó mal.
¿Desde cuando empiezas a pensar que la mejor opción es irte?
Llevaba mucho tiempo. No me voy antes porque se marchó Ochotorena al Valencia. Se lo comenté al presidente y él me ofreció dos años más en el Real Madrid. Tenía contrato y Ramón Mendoza me ofrece quedarme. Le dije: «Pero, presi, que me han faltado al respeto, coño».
Esto fue cuando le dieron el ABC de Oro a Butragueño, que fuimos a la entrega. Allí asistimos Di Stéfano, Santillana, Amancio, la Quinta del Buitre y también yo como capitán. Me reúno con él y me comenta: «Agustín, coño, quédate con nosotros. Te ofrezco dos años más de contrato». Le respondí: «Me buscas tú equipo o me lo busco yo». Yo, lo que quería era jugar. Lo había hecho: con veinte, veintiuno, veintidós o veintitrés había jugado todo lo que se podía aquí. Otra cosa es ganarlo, pero lo había jugado.
Sé que hubo compañeros que fueron al Mundial de México y cuando ficharon a Buyo dijeron: «¿Pero qué cojones haces?». Y a Buyo lo ficha el gerente. Es él el que trajo a Buyo. De hecho, el que yo no juegue ni un partido de la Copa del Rey es muy llamativo cuando el año anterior has ganado la Copa de la UEFA, la Liga… A partir de ahí digo que me quiero ir. «Presi, ni dos años ni cuatro. Ni cien ni doscientos millones. Lo que quiero es volver a jugar, sentirme parte de esto. Me quedan tres o cuatro años y quiero sentirme parte de este mundillo». Surgió lo de Tenerife y me fui a Tenerife.
Trigo mandaba mucho en aquel Real Madrid.
Efectivamente.
Cuando le dices que te «habían faltado al respeto», ¿a quién te referías? ¿alguien del club? ¿de la prensa?
A que me habían faltado al respeto.
Curiosamente, en tu segunda temporada en Tenerife llega Valdano, que había sido compañero tuyo. ¿Cómo había sido vuestra relación en el Real Madrid?
Era buena. Tuvimos algún enfrentamiento en los entrenamientos porque en mí última etapa ya estaba muy pasota por todo lo que pasaba y estaba forzando la salida mientras que a Jorge le gustaba mucho competir, pero fue todo bien. Cuando llegó allí, insufló al equipo algo al igual que había hecho Juanjo con el Castilla en su momento, le dio un plus además de cambiar tácticamente dos o tres cosas: «Oye, estáis haciendo una actividad que es un lujo, sois jóvenes, estáis en Primera División, esto se disfruta cada mucho tiempo y no sabéis el tiempo que vais a estar aquí».
Esto es lo que hizo Valdano con el Tenerife. Esas cosas que también les dije algunas veces: «Chicos, estoy en mi última etapa, pero esto es para disfrutarlo. Cuando lleguéis a los treinta y pico, ya veréis». Con todo esto conseguimos una armonía muy importante y la verdad es que el equipo fue funcionando.
Después de lo que venías con Leo Beenhakker y Toshack, ¿cómo te entendiste con el Valdano entrenador?
Muy bien, para mí fue una liberación. Él me dio mucha confianza y era consciente de todos los problemas que había tenido en el Real Madrid. Recuerdo que allí me operaron de una lesión de hombro que había tenido y me comentaba: «Contrólate, cuando estés bien entrena…». Él, lo que quería es que estuviese bien para los partidos.
Que hiciera un mantenimiento semanal y pudiera estar para los fines de semana, aunque había mucho respeto a los compañeros, que en esa temporada estaban Ochotorena y Manolo. Cuando tuviera que jugar Manolo, jugaba él o si tenía que jugar Ochotorena en algún partido en el que había que dar descanso, pues lo hacía sin ningún problema. Confió mucho en mí, y eso se notaba después en los partidos.
Esa temporada 1991/1992 está marcada por el recordado Tenerife – Real Madrid de la última jornada. Imagino que para Jorge y para ti sería una semana complicada.
¡Qué va! Todo lo contrario.
¿No hubo tensión con aquellas palabras de Núñez acerca de que sería difícil que ganara el Tenerife «porque hay mucho exmadridista ahí» y tu respuesta de «que le den por culo»?
No, porque ¿más presión que en el Madrid? De repente, te veías invitado a una fiesta muy grande en el fútbol con un protagonismo que era del Real Madrid y del FC Barcelona. Nosotros estábamos, digamos, invitados a esa mesa. En el fondo, pensaba: «¿Para esto vine a Tenerife?, ¿para encontrarme con esto? Manda cojones».
Recibí llamadas de compañeros del Real Madrid en ese momento y yo me reía: «Nada hombre, si nosotros ya hemos hecho todo». Hablé con Valdano en la previa y me señaló: «Gus, ¿pero quieres jugar o no?». Le contesté: «Pero Jorge, si ya estamos salvados de todo, la presión ha pasado. Lo lógico es que nos ganen, pero vamos a ver». Él me dio libertad para elegir si jugaba o no. ¿Qué ocurre? Efectivamente, al final los medios contaminan.
En el gol que meten, que casi lo saco, hubo gente detrás de la portería que empezó a gritar: «Agustín, que te has dejado meter el gol». Entonces pensé, «pues mira, me voy». Siempre he dicho que, si el Tenerife se está jugando lo que sea, continúo. Y decidí irme. Me había dado un golpe en la parte alta de la rodilla con el poste al intentar sacar el balón, salí y me puse hielo porque tenía un hematoma, pero hubiese continuado por encima de todo.
Después, cogí una silla para sentarme con el hielo a la altura del centro del campo, justo marcó el gol Hagi con aquel zapatazo de treinta metros que entró entre el centro de la portería y la escuadra y Manolo se quedó clavado. Me levanté y dije: «¿Manolo también se ha dejado meter el gol, no?».
Para que veas lo que es el fútbol, porque luego él hizo un partido muy bueno y remontamos. Veníamos en una dinámica de ganar, buen juego, y contra el Real Madrid todo el mundo quiere hacer un partido bonito. Nosotros ya habíamos ganado también al FC Barcelona, al Valencia… y esa última fase del campeonato había sido francamente buena porque Jorge había sabido inyectar a los jugadores ese plus de creer que podíamos hacer más de lo que estábamos haciendo. Y lo conseguimos.
Hubo un gol anulado a Milla con 1-2 que casi hubiera dado la Liga al Madrid.
Efectivamente. Todo cambia. Al final, es eso mismo que venimos hablando de los pequeños detalles: si en ese caso hay un VAR…
En relación a todo lo que se viene hablando desde hace meses con el caso Negreira. ¿En ese partido os sentisteis ayudados?
En la marcha del partido, en absoluto. Durante el choque se vio a un Real Madrid que con el 0-2 estaba muy tranquilo y era superior. Sin embargo, con el 1-2, dijeron: «¡Uh! A ver qué pasa». Pero si te das cuenta, luego el Real Madrid sigue en plan dominador, con su concepto de juego, está el gol, la expulsión y es cuando el Tenerife empieza a jugar un poquito más.
Pero claro, está el detalle del balón, está el detalle del gol, el tanto en propia puerta… son esas cosas que, de repente, tú ya no tienes nada que jugarte pero piensas: «Bueno, pues si ganamos, pues ganamos». No conozco a nadie que juegue a perder. Es el Real Madrid y si puedes hincarle el diente, lo haces. Y al final, le hincas el diente de la forma más gilipollas: Aquel que centra, el otro que la mete para dentro, y otro más que va corriendo treinta metros, se la encuentra y la enchufa. ¿Y a quién le das el campeonato? Al Barcelona.
Al menos hubo prima del FC Barcelona…
No hubo prima de ningún lado. Lo único que sé es que el presidente (Javier Pérez, ndr) montó no sé cuantas ópticas. Y una óptica vale pasta. El presidente era ginecólogo, y tiene las tres o cuatro ópticas montadas en Tenerife. No me digas si fue por lo que ganaba de sueldo, si fue por lo que se llevó… eso no lo sé.
Pues mira que se habló de las famosas primas…
Pero, ¿dónde llegó? El dónde llegó, cómo llegó, si llegó o quién lo recibió siempre fue… Hubo gente que habló que había recibido, otros que si se habían ido de vacaciones… a mí no me llegó nada.
Al año siguiente, la historia se repite. ¿Notaste al Real Madrid más atenazado después de lo ocurrido la temporada anterior?
Había más nervios. En el ambiente había más tensión, pero por los dos equipos. Así como nosotros, en el primer partido, estábamos bien dentro de esa tensión más relajada, el Real Madrid era consciente de que se estaba jugando una Liga. En el segundo, ellos tenían las reminiscencias de lo que había pasado, aunque nosotros estábamos más tensos también, pues era la primera vez que podíamos meter al equipo en Europa.
Ahí había una final auténtica. Ellos dijeron que si el viaje… Fue una auténtica final muy bonita, con una intensidad tremenda y que se vivió al máximo. No sé si ellos estaban o no tocados, pero lo que sí te digo es que para el Tenerife aquello era un partido a vida o muerte. Yo hice un penalti, que después vi que había sido y reconocí que lo había tocado en la bota. Pero nada más. Son esos pequeños detalles que con la tecnología que hay hoy, seguramente hubiesen o no cambiado el partido. Nunca se sabe.
También hubo un cruce de Copa del Rey ante el Real Madrid en el que os clasificáis. Os convertisteis en una auténtica bestia negra e incluso el FC Barcelona os invitó al Gamper.
Sí, eso fue el primer año. Nos invitó el Barcelona y ganamos el trofeo jugando muy bien. Por eso te digo que nosotros teníamos un gran equipo e incluso podríamos haber hecho un poco más. De hecho, en los años siguientes, el Tenerife fue tirando para adelante e incluso llegaron a disputar unas semifinales de Copa del UEFA. Nosotros dimos el primer paso y las cosas se hicieron bien hasta que, lógicamente, se va rompiendo todo.
Precisamente, tu último partido es en Copa de la UEFA. Un partido contra el Auxerre en el que Pier acaba de portero.
El Auxerre en aquella época tenía un gran equipo y en Francia era uno de los clubes punteros. Fue una jugada por su banda derecha en la que se meten hasta el fondo, centran atrás, llega un jugador a rematar y me llevó el hombro para atrás: se me fastidió el manguito rotador, tendón del bíceps y acabé con el hombro… El médico me dio seis meses de baja, pero como estaba tan a gusto jugando, intenté volver en tres, me volví a fastidiar y lo tuve que dejar.
¿Cómo es el día después de anunciar la retirada? El vacío de saber que no vas a volver a jugar…
Empecé con quince años en el Real Madrid y lo dejé casi a los treinta y cinco, pero digamos que lo viví con naturalidad. El Tenerife me ofreció quedarme allí, pero le había prometido a mi mujer que nos íbamos a volver para Madrid porque ella tenía aquí su trabajo, así que regresamos.
Una vez aquí, me llamó Telemadrid para hacer un programa de televisión y la verdad es que me divertí mucho. También estuve trabajando en Televisión Española y más tarde en John Smith para todo el tema de Olimpiadas, diseñar botas de fútbol, contratar equipos… me fui moviendo en distintos ámbitos hasta que me cogió el Madrid: «Oye, Agustín, ¿quieres acompañarnos los fines de semana?».
Y llevo como cuatro o cinco años en los que los fines de semana cojo el coche, salgo de viaje y me voy a las peñas a darles charlas. Me divierte mucho. Los voy dando lecciones de moral: «Que no se puede ganar todos los partidos. Ya de por sí sois los mejores, disfrutad de todo lo que habéis ganado».
¿Y no echas de menos el olor a césped?
Estuve, de hecho, entrenando con Víctor Fernández en el Tenerife en la 1997/1998 y después en algún equipo, pero son mundos muy complejos, que dependen de segundas personas, contactos y no de tu propia calidad… siempre he ido por libre, e ir así es muy complicado. Mi ego futbolero ha quedado muy cubierto, por lo que no me ha hecho falta.
¿Te quedó algún sueño por cumplir?
Como futbolista, todos queremos ganar. Es verdad que cuando fui a Tenerife dije «A este equipo lo quiero meter en Europa» y lo metí en Europa. Eso está escrito, ahí quedó y yo, por lo menos, logré ese objetivo. Con el Real Madrid, me jorobó no ganar la Copa de Europa y la Recopa, porque hubiese cerrado mi círculo.
¿Siguió volviendo mucho a tu mente el gol de Alan Kennedy?
Sí, lo he analizado mil veces. Si me quedo quieto… (piensa). Aunque igual hubiese entrado también.
Grande, mi tocayo. Más o menos, corría el año 83. Él estaba en la cima de su popularidad como portero titular del Real Madrid. Yo era un niño de unos siete años con importantes problemas de salud y estaba ingresado en la antigua Clínica del Trabajo (Cuatro Caminos). Mi padre, que se lo encontró por casualidad, le pidió subir a verme. Aceptó sin dudarlo. Nunca lo olvidaré. Me firmó un autógrafo y fue muy cariñoso conmigo. Supongo que ese tipo de gestos ya no se llevan tanto. O tal vez los hospitales infantiles han desaparecido. Qué sé yo.
Gratitud, honor y gloria, Agustín!
Malo como un dolor. El peor portero del Madrid en unas cuantas décadas. Además resentido, rencoroso y sin absolutamente nada de autocrítica.
Parece que te estuvieras definiendo a ti mismo… ay el subconsciente!
Para nada fue un mal portero Agustín. De hecho tendría que haber jugado más en el Madrid. Lameculos de periodistas sí que nunca fue, a diferencia de otro que vino unos cuantos años después.
Conocí a Agustín Rodriguez en el año 1974 en el juvenil C y posteriormente compartimos portería en el juvenil B, un chico muy alto para la época y para la portería.
Espinosa, Camacho(no el que luego fue jugador y lateral del primer equipo y de la selección), Ricardo Gallego, Pineda, todos íbamos andando a la ciudad deportiva con nuestras propias botas desde Plaza de Castilla.
Luis Sánchez,(no estoy seguro del apellido) era el entrenador del juvenil B aquel año y Lupion nos hizo las pruebas para pasar al juvenil A, y si, a él le subieron finalmente al Juvenil a, quizás su recomendación a través de Don Miguel Malbo tuviese algo que ver.
Las recomendaciones siempre han funcionado, y en aquella época también.
Un muchacho como yo, fuerte, ágil, deportista, mucho más perezoso que yo, y que Garcia Pozuelo en los entrenamientos, a Agustín no le gustaba nada entrenar, y eso Luis el entrenador del B no le gustaba nada, pero Agustín llegó impuesto, era lo que había, García Pozuelo se desmoralizó y dejó de ir los entrenamientos, no soportó la indiferencia de los entrenamientos, solo dedicados a Agustín.
El no tuvo culpa, claro está, tenía buenas cualidades físicas, era muy grande ocupaba mucho espacio, pero le costaba y mucho ir abajo y mucho más levantarse.
Yo fui al año siguiente , y tras las pruebas de agosto y con el visto bueno de Lupion al Juvenil A, empezamos a mediados de agosto, y tras ver qué allí estaba todo escrito, nueve éramos los candidatos a porteros del juvenil A, dos plazas ya estaban adjudicadas, Agustín y Miguel, (un tocho físicamente, malo como un venado), pero eran los recomendados, en fin, no quiero parecer resentido, y menos después de cuarenta y cinco años, pero si creo que yo estaba a su nivel y quizás más, así me lo dijeron Paredes y Lupion , pero yo no sería el elegido, con 16 para 17 años, eso fue una losa para mí, me dijeron que si quería jugar en regional preferente ese año con EMT, todo una encerrona, fue demasiado, lo dejé directamente.
Agustín nunca destacó como Miguel Ángel, García Remon, etc, si fue un gran portero, y vivió una época muy bonita en su vida, por lo que le felicitó, era un chico muy de su momento, un buen tipo, las cosas le vinieron dadas, y la suerte estuvo de su lado, me alegro por él, cierto es que no tenía nada, como ninguno teníamos nada en aquella época, muchos ni recomendación, otros como él, si fueron entre algodones, dentro de lo que en aquél entonces se podían considerar entre algodones.
Un saludo Agustín , aún estoy esperando que me devuelvas los pantalones cortos que te dejé para jugar uno de los partidos del juvenil B, un abrazo.