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Jesús Mari Zamora: «Antes con el Madrid no había nada que hacer, lo de los árbitros era descarado»

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A finales de los años 70 y principios de lo 80, en la Real Sociedad confluyeron varios elementos que permitieron construir un equipo inolvidable, capaz de cambiar durante unos años el statu quo del fútbol español. Por un lado, un presidente, Jose Luis Orbegozo, con una idea muy clara de hacia dónde quería dirigir el club. También una pareja de entrenadores de la casa, Alberto Ormaechea y Marco Antonio Boronat, con ganas de innovar y que sabían cómo manejar un vestuario como el de la Real. Y, por último, una generación de futbolistas de la cantera con una calidad extraordinaria y un gran espíritu colectivo. La unión de todos esos elementos dio como resultado una tormenta perfecta que llevó a un equipo pequeño a lograr dos Ligas, una Copa y una Supercopa.

El hombre que ponía a funcionar esa máquina de hacer fútbol, el cerebro en el campo de aquella Real Sociedad, era Jesús María Zamora (Rentería, Guipúzcoa 1955). Uno de los grandes centrocampistas de la historia del fútbol español, que eligió desarrollar toda su trayectoria como futbolista en el equipo de su tierra y contribuir al crecimiento del mismo. También una persona que ha permanecido fiel a unos valores de esfuerzo y sacrificio que aprendió desde muy pequeño.

Naciste y creciste en un pueblo industrial y obrero como Rentería.

Yo viví en Rentería hasta los 27 años, que me vine a vivir a Donosti. Toda mi infancia transcurre allí, en una Rentería muy distinta a la de ahora. Dentro de una infancia de mucha alegría, los recuerdos que tengo son en blanco y negro. Llovía mucho más que ahora. Las calles, la luz… todo lo recuerdo más oscuro. Detrás de la calle Viteri (la principal del pueblo) había todavía caseríos. Ese era el entorno en el que pasábamos todo el día. Jugábamos en las campas, te bañabas en el riachuelo, te subías a los árboles y volvías a jugar a las campas. Ahí adquirí, de manera natural, muchos conceptos que hoy en día enseñan en las escuelas de fútbol. Coordinación, movilidad, saltar, correr… todo eso lo aprendíamos jugando en la calle, chutando a los bordillos y viendo hacia dónde iba el balón.

En ese mundo pequeño que todos tenemos de niños, ¿Donosti y la Real quedaban muy lejos?

Todo quedaba lejos. La Real ni la conocía. En casa no teníamos televisión y solía ir los domingos a casa de mi tío a ver el partido que echaran. Pero la Real estaba en Segunda División y por televisión sólo echaban un partido a la semana, sobre todo del Real Madrid. La gente no iba a Atotxa a ver a la Real, iba a ver al equipo de su pueblo y los campos solían estar llenos. A mi hermano y a mí nos llevaba el aita a ver al Touring (el equipo de Rentería), un fútbol totalmente diferente. Pocas veces estaba el campo en buenas condiciones, casi siempre estaba embarrado. Jugaban con un balón durísimo, que cuando lo chutaban sonaba como una piedra. Era el fútbol que había, muy físico y de todo eso te vas impregnando también. Luego, cuando la Real vuelve a Primera y empieza a ser importante, la gente de los pueblos empezó a ir a Atotxa y los equipos locales perdieron parte de su prestigio.

Suele decir Valdano que todo futbolista profesional empieza siendo el mejor de su barrio, ¿En tu caso fue así?

Eso no soy yo quien lo tiene que decir (risas). Yo hice todo tipo de deporte y todos se me daban bien. Con seis años, en el pueblo, participe en una carrera con chicos de todas las edades y la gané. Ahí me dieron mi primera copa, hecha con papel para envolver chocolate y con diez céntimos dentro.

En esa época hacíamos cualquier deporte; fútbol, baloncesto, pelota… y no teníamos más objetivo que pasarlo bien. Había empezado estudiando en la escuela pública y a los ocho años, los aitas me llevaron a Don Bosco, un colegio que estaba subvencionado por la Caja de Ahorros Municipal y tenía unas muy buenas instalaciones. Ahí empecé a jugar en el equipo del colegio y quisieron que me dedicara al baloncesto, pero me gustaba más el fútbol.

Jugábamos en la playa de la Concha de San Sebastián, contra rivales que podían ser hasta tres años mayores y no tenías más remedio que hacerte fuerte o te quedabas. Con trece, catorce años me ofrecieron fichar por el juvenil de la Real, pero en el Don Bosco lo tenía todo. Estaba con mis amigos y además teníamos un entrenador muy bueno, Kike Arizmendi, que falleció hace unos años. Era muy buena persona y conocía el mundo del fútbol. Había llegado a jugar en Segunda. Yo siempre he sido muy competitivo, pero Kike nos enseñó a competir en un fútbol de mucha fuerza y garra. Aunque he sido un jugador con buena técnica, si hubiese jugado en otro equipo, igual me hubiera faltado algo más para ser profesional.

Con ese equipo subimos a la máxima categoría juvenil y le ganamos la final de la Copa de Guipúzcoa a la Real, que tenían a Idigoras, Arconada y muchos jugadores que luego fueron compañeros míos en el Sanse. Y con Arconada de portero, les ganamos a penaltis.

¿Y Arconada no paró ningúno?

No recuerdo si paró alguno, pero les ganamos (risas).

Después del Don Bosco pasaste al Sanse.

Sí. Había firmado ya con 17 años, pero seguí un año más en Don Bosco. En ese momento, no pensaba en llegar a ser profesional ni nada por el estilo. Solo me lo empiezo a plantear cuando me hago titular en el Sanse y veo que estoy jugando bien.

¿En el Sanse se vive ya una rivalidad por ser titular?

¡Terrible! En Don Bosco había cierta rivalidad, aunque no era tan clara. Éramos más amigos y nos los pasábamos muy bien. Fíjate, te voy a contar una anécdota que creo que no he contado nunca, pero refleja un poco lo caprichoso que podía ser yo en ese momento. Son cosas que vas aprendiendo con el tiempo.

Con Don Bosco jugamos el campeonato de España escolar, después de ganar la fase de clasificación de la zona norte. Fuimos a Madrid a jugar la fase final, con un calor de muerte. Hicimos un desfile similar a los Juegos Olímpicos, con música franquista sonando de fondo. Quedamos terceros de España, pero sin ese calor podíamos haber quedado campeones. El caso es que, en un partido de clasificación que ganábamos fácil, un compañero, más chupón de lo debido, se quedó solo delante del portero y, en vez de pasarme, quiso meterla él mismo y la falló. Ahí se me cruzó el cable, me puse en el punto del centro del campo y me quedé parado. Sacaba el portero y yo quieto. El entrenador me preguntó si pensaba moverme o iba a seguir quieto y le dije que no me iba a mover. Entonces me cambió y al final se nos complicó el partido. Son situaciones que reflejan cómo era uno. Luego los compañeros, el entrenador, te ayudan a ver esas cosas.

El Sanse sí que era muy competitivo. Empezábamos la pretemporada cuarenta jugadores y nos quedábamos veinte o veintidós. El resto se tenían que volver al equipo del que venían. Yo venía del equipo del colegio, de jugar en un campo de gravilla y en el Sanse me encontré con gente muy hecha físicamente. Siempre he sido fuerte, pero no había tenido el entrenamiento debido respecto, por ejemplo, a los juveniles de la Real. Si hubiera entrado en la Real cuando me lo ofrecieron la primera vez, pues seguramente, en vez de haber debutado en el primer equipo con veinte años, habría debutado con dieciocho. Pero bueno, yo quise hacerlo así y cuando llegué al Sanse y vi los entrenamientos, pensé que tenía que ponerme las pilas o no iba a jugar. Fíjate hasta qué punto fue grande el salto del Don Bosco al Sanse, que hasta mi último año juvenil no fui a la selección guipuzcoana. La guipuzcoana, no la española ni nada. Y jugando contra Vizcaya en San Mamés, me cambian en los últimos quince minutos porque los gemelos ya no me aguantaban. Esa era la condición física con la que llegué al Sanse.

¿Y ahí te esfuerzas más para ser titular?

A muerte, me esforcé a muerte. Técnicamente andaba bien, eso estaba ahí, pero físicamente me faltaba. Me encontré con entrenamientos en los que todo eran duelos; uno contra otro, un equipo contra otro equipo… Con Javier Expósito (entrenador del Sanse) hacíamos entrenamientos de tres horas como mínimo y hacíamos de todo. Conseguíamos un gimnasio y hacíamos ejercicios con balones, tableros…, luego hacíamos jugadas, tiros, centros…, luego un partidito… Todo con duelos en los que tenías que intentar ganar a tu compañero. Entrenábamos en el hipódromo de Lasarte y entonces llovía más que ahora. Muchos días estaba lleno de barro, lluvia, nieve, frío… Yo nunca había entrenado con tanta intensidad y muchos días llegaba a casa muerto. Es verdad que Javier era muy exigente. El que no estaba a la altura de esa exigencia, lo tenía muy difícil para jugar. Pero a mí me vino muy bien, porque yo venía de jugar para pasármelo bien y con él vi que había que tomárselo en serio, que el fútbol profesional era así de exigente.

Imanol también es muy exigente en los entrenamientos y también pasó por las manos de Expósito.

Sí, Imanol también tiene ese criterio. Luego le añade la parte táctica del fútbol de hoy, pero lo que es el esfuerzo, la intensidad en el entrenamiento, le viene de la mentalidad de antes.

Después de todo ese entrenamiento, ¿cuándo te haces titular en el Sanse?

Los primeros meses estuve en el banquillo. Incluso, en la pretemporada, tuve un pequeño tirón en el abductor. Hasta que llega un partido en Atotxa en el que se lesiona el titular y ya empiezo a jugar yo. En ese momento Santi Idigoras estaba jugando de delantero centro, pero se lesiona y Javier me pone a mí en ese puesto. Vamos a Miranda y meto dos goles, vamos a Guadalajara y meto otros dos… Ya cuando se recupera vuelve a jugar él y yo paso al centro del campo. Pero siempre he tenido gol; sólo que solía jugar más retrasado y tenía que hacer tantos metros que, muchas veces, al llegar al área me faltaba oxígeno.

Más tarde se lesionó Salva Iriarte y Expósito me puso a mí en el centro del campo por la izquierda y Perico (Alonso) entró en mi posición. No sé por qué tomó esa decisión, pero a partir de ese momento ya hice toda mi carrera jugando por la izquierda, a pesar de ser diestro.

Alguna vez te he escuchado decir que en los años del Sanse jugaste el mejor fútbol de tu vida.

Yo creo que sí. Luego he tenido muy buenos momentos, pero en esa etapa jugábamos muy bien al fútbol y yo particularmente me sentí muy a gusto. Incluso metimos goleadas en una Tercera que era muy fuerte. Nos enfrentamos, por ejemplo, a Santos, uno de los cinco magníficos del Zaragoza, que ya era veterano y jugaba en el Tudelano.

Y es ahí cuando te llaman para subir a la Real.

Desde el principio de mi segunda temporada en el Sanse me venía diciendo gente del club que estaban pensando en que pasara a la Real, pero tampoco me afectaba. Después de un partido contra el Real Unión, Elizondo (en ese momento entrenador de la Real) le preguntó a Javier Expósito si yo siempre jugaba así y Javier le contestó que no, que jugaba mejor.

Un día, paseando por Rentería con Lourdes, mi mujer, vino mi hermano a decirme que habían llamado del club para que me presentara al día siguiente por la mañana en Atotxa. Yo pensé que estaba de broma y no le hice caso. Hasta que, al volver a casa, me insistieron en que era verdad, que me tenía que presentar al día siguiente para entrenar con la Real. Fui a Atotxa y Andoni Elizondo me dijo «empiezas a entrenar con nosotros ya, vas a hacer la ficha con el club y el domingo vas a jugar».

Pero yo estaba muy a gusto en el Sanse, me veía muy bien y lo que quería era jugar. No tenía prisa por llegar a la Real, no quería pasar para estar allí; quería jugar y no me importaba esperar. Tenía diecinueve años, pero creo que tenía la suficiente madurez como para ver las cosas. Hablé con Javier y con el presidente y les dije que, si ellos me veían con suficiente capacidad como para jugar en la Real, adelante, pero que no me importaba esperar.

Debutaste en la Real en un momento en el que se empezaba a dar un cambio generacional en el equipo.

Debuté el 16 de febrero del 75 en Málaga, que fue también el último partido de «Pela» Arzak. Estaban otros veteranos como Carmelo Amas, el «Chino» Martínez, Gorriti y compañía. Pero ya habían subido Satrus y Kortabarria, acababan de llegar Diego y Arconada… Estaban los veteranos, alguno de edad intermedia y los jóvenes.

Yo entré al vestuario calladito, sin decir nada. Cada uno tenía su sitio adjudicado, su camiseta… Cuando ya se acercaba la hora del partido, los veteranos empezaron a hablar, a dar indicaciones, a motivar… Me quedé impresionado. Pensaba «como no estés a la altura, te van a llamar de todo». Ahí te pones las pilas. Además, físicamente ya estaba muy bien. Pero los jóvenes teníamos muy claro que no podíamos llegar y ponernos a tocar el balón. ¡No se va a poner Carmelo Amas, con 32 años, a trabajar para que yo pueda mover el balón! Nosotros teníamos la mentalidad de ponernos a currelar y dejar que la toquen ellos. Y si llega alguna oportunidad, ahí sí, la tocas. Es como habíamos aprendido las cosas. Había que respetar a los veteranos y ayudarles para que ellos desarrollaran el juego.

¿Ese liderazgo de los veteranos os ayudó a integraros en el equipo y en la Primera División?

Fue muy positivo para saber lo que era la Real Sociedad. Lo empiezas a aprender en el Sanse, pero lo más importante lo aprendes al llegar al primer equipo, que es alrededor del que pivota todo el trabajo del club. Yo siempre he dicho que mucha parte de nuestro éxito estuvo en los valores que nos enseñaron estos veteranos. Entrega total a los colores, entrega al compañero, que no prevalezca tu figura en detrimento del equipo… En el vestuario de Atotxa había un águila disecada debajo del que se podía leer la palabra «garra» y ahí se reflejaban esos valores de la Real.

Ellos nos enseñaron a vivir y a entender lo que era la Real Sociedad. Si no tienes claro todo eso, no funcionas bien como equipo y cuando ya te haces un jugador importante y te viene un club con una buena oferta, igual empiezas a pensar en ti mismo, coges y te vas.

¿Es esa conciencia de club la que hizo que, muchos de vosotros, rechazarais ofertas muy importantes y siguierais en la Real?

Hay un trabajo que empieza desde los dirigentes, en cuanto a ir mejorando el club. Si van llegando buenos jugadores y además vas haciendo un buen equipo, porque pueden salir jugadores pero no ir al son del equipo, los dirigentes van reforzando el club. Luego vas consiguiendo nuevas metas, como podía ser entrar en la Copa de la UEFA, la afición se va ilusionando y tú también te empiezas a preguntar hasta dónde podemos llegar. Porque, en mi primera temporada en la Real, el equipo ya se había clasificado para la UEFA y pude jugar contra el Grasshopper y el Liverpool. Al final, todos esos años se dio una progresión y cuando termina de entrar la nueva generación de jugadores, ya empezamos a ser quintos, cuartos, casi primeros… Todo eso te va generando una conciencia.

No sé el caso de los demás compañeros, pero, en mi caso, cuando me han venido los equipos grandes, yo no he querido irme, lo que quería era mejorar mi contrato. Y ahí, el club, en la medida en que pudo, respondió. Porque, por mucho derecho de retención que hubiera, si hubiéramos querido, nos habríamos marchado.

¿Cómo eran esas negociaciones de contrato? Satrus contó alguna vez que iba a comer a Galarreta con Orbegozo y al terminar ya había renovado.

En mi caso, en algún momento no fue así. Había recibido una oferta muy importante y nunca sabes qué puede pasar cuando te retires. Fuimos Lourdes y yo, que teníamos 25 años, a hablar con Orbegozo, que era un empresario de cuarenta y tantos. Yo le dije «no me quiero ir de la Real y no te voy a pedir la misma cantidad de la oferta. Pero, si yo voy a hacer un esfuerzo, creo que los dos tenemos que hacerlo». Ahí se dio la única discusión que he tenido con Orbegozo. La Real estaba cerrada en banda y yo les dije que no iba a jugar. Hasta que, a falta de una semana para empezar la temporada, José Luis me dijo «venga, vamos a firmar».

¿Fuisteis la primera generación de la Real que pudo vivir únicamente del fútbol?

Después del fútbol no hemos podido vivir de ello ninguno. Sí hemos tenido una situación holgada, pero no como para vivir el resto de nuestras vidas. En nuestros años el club hizo un esfuerzo para mantener la plantilla, porque era la única manera de hacer un equipo fuerte y lograr lo que logramos.

La directiva hizo también una labor importante para que el club creciera.

Sí. José Luis Orbegozo se pegó muchas veces en Madrid. Cuando ya empezamos a ser importantes, iba a Madrid y decía «ya vale de los oriundos, ya vale de esto y de aquello». Y ahí sí se notó un cambio, incluso arbitral. Porque antes ibas a Madrid y era un desastre. No se podía ganar. Te daban por todos los lados y no pasaba nada. Pero ya estábamos a la altura del Madrid y te respetaban más.

¿Cuándo empezasteis a notar ese cambio?

Con el primer título de Liga o quizás un poco antes.

¿Cuál fue la aportación de Ormaechea a ese equipo?

Con Elizondo había empezado la transición de jugadores. Luego a Irulegi le tocó la parte más difícil, la de decidir quién sigue y quién no sigue y no tuvo el reconocimiento que merecía. Y ya entran Alberto y Borono (Boronat), que terminan de definir la plantilla campeona. No el equipo, sino la plantilla, que es una diferencia importante. Porque nosotros teníamos a Murillo, Amiano, Iriarte… que nos ponían las pilas en todos los entrenamientos. Sabían que tenían difícil ser titulares, pero entrenaban más que nosotros. Cuando consigues eso, te das cuenta de que hay un grupo muy fuerte.

Con Alberto y Borono el trabajo se vuelve profesional en todos los aspectos. Borono había estado en Liverpool para conocer su método, traen de Alemania una máquina de ejercicios muy buena, mejora la nutrición, los entrenamientos, las concentraciones… Hay un cambio importante que son ellos quienes lo aportan. Ahí tomamos conciencia de que podíamos hacer cosas importantes. No se comentaba entre nosotros, pero en el trabajo diario veías que todo el mundo estaba en la misma línea.

Te quería preguntar por algunos partidos en concreto. El 5-0 al Athletic, el día de la ikurriña.

Ese es un día espectacular. Es uno de los momentos, políticos y deportivos, que he vivido con más emoción.

Fue idea de Uranga, ¿no?

De Uranga y de Inaxio Kortabarria y en el campo se les comunicó a los jugadores del Athletic, que dijeron que sí. Salimos al campo con la ikurriña (todavía estaba prohibida) y yo creo que no ha habido tal explosión de emoción en la gente en la vida. Si hubiera estado toda Euskadi allí, hubiera sido increíble.

¿Sentisteis miedo en algún momento?

Yo estaba haciendo la mili y pensaba que me podría pasar algo. Pero ya empezaban a cambiar las cosas y la ikurriña se legalizó poco tiempo después.

Aquel día hubo también un homenaje a Gaztelu y al Athletic le ganamos 5-0. ¡Le marcamos cinco goles a Iribar! Uno de ellos de Satrus, de cabeza desde el borde del área, impresionante, de los mejores goles que he visto en mi vida. Todo salió perfecto para nosotros aquel día.

La eliminatoria de Copa de la UEFA con el Inter.

Yo creo que es el partido emocionalmente más fuerte y duro que he vivido y en una comunión increíble con la afición. Habíamos vivido una experiencia muy desagradable en el partido de ida en Milán, sobre todo los aficionados. Mi mujer estuvo allí y les trataron fatal. Eso nos cabreó y les planteamos un partido de vuelta muy duro y ellos también a nosotros; que los italianos ahora son duros, pero antes sobre todo, eran tela marinera. Si el partido se hubiera jugado hoy en día, cuatro o cinco de cada equipo habrían terminado en la calle.

Veníamos con un 3-0 en contra de la ida, les metimos dos y pudimos haber marcado el tercero. Porque, a los diez minutos, le hacen un penalti a Roberto (López Ufarte) que no pitan. Antes la federación alemana, italiana, inglesa… pesaban mucho en la UEFA y se notaba en los arbitrajes.

Otro partido. 2-2 en el Bernabéu en la temporada 79-80

Es que con el Madrid no había nada que hacer. Lo de los árbitros era descarado. Íbamos 0-2 ganando, pero ahí nos jugábamos la Liga y nos dieron por todos los lados. De haber ganado aquel día éramos campeones.

Esa misma temporada perdéis la Liga y vuestro primer partido de la temporada en Sevilla. Bertoni ha contado que cobraron dinero por haberos ganado.

Sí, presuntamente 300.000 pesetas cada uno. O eso es lo que dicen.

¿Qué recuerdo tienes de ese partido?

Ahí nos salió la tensión acumulada durante todo el año. No estábamos tan frescos, tan ligeros como debíamos haber estado. También teníamos la baja de Roberto (López Ufarte), que era muy importante para nosotros. Hicimos lo más difícil, desempatar y cuando pensábamos que teníamos ganado el partido, nos salió más tensión. Unos querían defender, otros atacar, nos partimos y terminamos perdiendo. Fue el año del récord de imbatibilidad (la Real estuvo 38 partidos seguidos sin perder) y en algunos momentos nos pesó un poco, nos conformábamos con el empate.

¿Aquella experiencia os ayudó al año siguiente en el partido decisivo de la Liga en Gijón?

Para entonces veníamos ya de muchas experiencias positivas. Varios años buenos, eliminatorias en Copa de la UEFA… De hecho, las temporadas anteriores habíamos jugado mejor, pero con menos estrés mental. Porque, cuando juegas por el título, la presión es mucho mayor. La experiencia de Sevilla nos ayudó a soltarnos y pensar que podíamos volverlo a hacer. Porque es muy difícil que un equipo como la Real pelee por la Liga y tenga otra oportunidad. El Sporting tuvo la suya, pero no pudo ganar. Y yo creo que es lo más difícil que logramos nosotros. Volver a tener la oportunidad y ganar, no una, sino dos ligas.

¿Qué tenía aquel equipo para conseguir ser campeones un año después de haber perdido la liga?

La mentalidad de equipo. La cohesión del grupo. Siempre hay diferencias, pero éramos capaces de dejarlas a un lado y darle importancia al equipo y a lo que significábamos dentro del club y para el aficionado. Siempre he dicho que lo más importante en un club es la afición, nuestra afición, la de la Real Sociedad. Los jugadores somos la herramienta para lograr los objetivos, pero, teniendo detrás esa masa de gente, es como te haces más fuerte.

Precisamente Atotxa era un campo en el que había un contacto muy cercano con el aficionado.

En el vestuario había una ventana a la calle, la abrías y tenías ahí a la gente. Podías palpar cómo estaba el ambiente antes del partido. Y al terminar te encontrabas con la gente en la calle. Mis padres, mi mujer y mi hermano me solían esperar en la puerta 4. La relación con los aficionados era muy cercana, pero también con los periodistas.

¿Cuándo llegáis a Gijón para jugaros la Liga, os pesaba el fantasma de Sevilla o estabais convencidos de ganar?

Estábamos convencidos de ganar. Pensábamos que algunos jugadores del Sporting preferirían que ganara el Madrid, porque habían jugado allí y estaba también el tema de las primas. Sabíamos que se podía dar esa situación, pero también estábamos convencidos de que no se nos podía escapar otra vez.

En tu autobiografía dices que, al marcar el gol que os da la Liga, tu primera reacción fue «ya está, lo hemos logrado». Cuando Messi ganó el Mundial en Qatar tuvo la misma reacción. ¿Es algún tipo de descarga de responsabilidad antes del estallido de alegría?

Sí, puede ser algo así. Es un todo y un nada, como si estuvieras en el limbo. No hay nada, porque ya está, ya lo hemos conseguido, pero al mismo tiempo hay todo, porque está todo el mundo ahí. Luego ya te liberas y no sabes lo que haces. Yo nunca había ido a la grada a celebrar, levantaba el puño y ya está, a volver a tu sitio, que sigue el partido. Pero ese día me salió algo intuitivo. La gente estaba ahí y salí corriendo hacia ellos. Ese es un momento de mucho estrés emocional todavía, porque el partido no había acabado todavía.

¿No sabíais cuánto tiempo quedaba? (se jugaron 11 segundos más)

Yo ya sabía que quedaba muy poco, porque lo había preguntado antes al banquillo, pero me dijeron que quedaba más tiempo. No sabes cuánto queda exactamente, pero sí sientes una liberación. Si te hicieran un encefalograma en ese momento, no sé lo que saldría.

La celebración de Argentina al volver del Mundial de Qatar, salvando las distancias, ¿te recordó a la de vuestra primera liga?

No sé, nuestra celebración fue impresionante. Si no lo vives, no puedes saber lo que significa. Primero hicimos noche en Madrid, para ir a jugar un partido de Copa a Sevilla, que jugamos de aquella manera, con todo el cansancio y la cabeza pensando en otras cosas. Volamos de vuelta a Vitoria y ahí nos esperaban los compañeros que no habían ido a Gijón. Desde ahí salimos para Guipúzcoa. Paramos en cada uno de los pueblos y comimos en Aranzazu. Cuando entramos en Donosti todavía tardamos hora y media en llegar hasta el ayuntamiento. Habíamos aterrizado a las diez de la mañana y salimos al balcón del ayuntamiento a las once y media de la noche. Y ahí, unos policías municipales de Rentería nos cogieron a Murillo y a mí, los dos del pueblo, y nos llevaron en un coche, con las sirenas puestas, al ayuntamiento, donde también nos esperaba un montón de gente. Al final llegué a casa a la una de la mañana y le dije a Lourdes «este día no quiero que se acabe».

Después de aquel título tuvisteis la capacidad de seguir compitiendo y ganar otra Liga más.

El desgaste físico y mental para ganar la primera Liga fue grande. Al año siguiente, faltando cinco partidos, teníamos la Liga prácticamente perdida. Estábamos a cinco puntos del Barcelona, cuando la victoria valía dos puntos. Ahí quizás el secuestro de Quini nos ayudó un poco, pero nosotros ganamos cuatro partidos y empatamos uno. Ahí demostramos una gran fortaleza mental como grupo. Saber lo que queríamos, lo que nos valoraba el club y la afición, no habernos ido a otro equipo… Todas esas cosas también hacen que puedas perder una Liga y luego ganar dos, la segunda cuando la tenías perdida. ¡Y con todos de casa! Porque tengo claro que, con dos o tres jugadores buenos de fuera, podíamos haber optado a más títulos. Porque en esos años ya aparecieron las lesiones de jugadores importantes.

¿Las lesiones fueron consecuencia del desgaste?

Es que lo jugábamos todo. Liga, Copa, UEFA, selección, selección de Euskadi también… era una barbaridad. Del 75 al 82 estuvimos jugando hasta los partidos amistosos contra el juvenil. Yo, a lo largo de mi carrera, tengo una media de 43 partidos por temporada, contando el tiempo que estuve lesionado.

Te lesionas en marzo del 82 en el Calderón.

Yo era mucho de tirarme al suelo, recoger y robar el balón. En ese partido se me escapa un balón, me tiro al suelo, se me clavan los tacos en la hierba y al levantarme me da un latigazo la rodilla. Sigo jugando, me da otra vez y ya me tienen que cambiar. Eso fue un mes y medio antes de ganar la segunda Liga, el año del Mundial. Y, ya en verano, me tuve que operar.

¿En ese momento ya se hacían infiltraciones?

Sí, todos nos infiltrábamos. Si no ¿cómo vas a jugar? Yo he jugado un montón de tiempo con dos esguinces, uno en cada tobillo.

¿Y después de la lesión de rodilla tuviste que infiltrarte para terminar la temporada?

No, la rodilla no me infiltré, porque no tenía dolor, pero, de repente, me volvía a dar el chasquido y me tenían que cambiar. O me daba en el entrenamiento y tenía que parar. Esos últimos partidos de liga, contra el Valencia, por ejemplo, no pude jugar. Sin embargo, el último, contra el Athletic, no me dolió nada.

Por cierto, en ese partido contra el Athletic que volvéis a ganar la Liga, también marcaste gol. Como Iniesta, tenías una capacidad especial para marcar en los partidos decisivos.

Sí, en la 80-81 marqué el 3-1 que nos daba el golaveraje a favor contra el Madrid, marqué el gol de Gijón, el del empate en Sevilla un año antes… Es que siempre he tenido capacidad goleadora. De haber jugado en la media punta, como jugaba Platini, hubiera llegado a cifras goleadoras muy interesantes. Y haber corrido menos para atrás también (risas). De más joven jugaba en esa posición y recuerdo haber marcado goles hasta directo de córner. En un momento le comenté a Alberto (Ormaechea) de jugar un poco más adelantado, pero me dijo que ahí ya estaba Roberto (López Ufarte) y me quedé de interior.

¿Al Mundial 82 fuiste lesionado?

Después de una semana de vacaciones no me dolía nada. Luego ya, en el Mundial, volvió a dolerme. Me dieron un golpe contra Yugoslavia y el siguiente partido, contra Irlanda del Norte, no pude jugar. Y ya, contra Inglaterra y Alemania, jugué con la rodilla fastidiada.

Aún así le marcaste un gol a Alemania que recuerda al de Satrus a Iribar.

Eso es. Un remate de cabeza desde lejos. Bastante parecido al de Satrus.

Antes del Mundial os pusieron guardaespaldas, pero ¿sólo a los jugadores vascos o a toda la selección?

Sólo a nosotros. Después de terminar el partido contra el Athletic, en el que ganamos el segundo título, ya en el vestuario, nos llamó Orbegozo a los internacionales y un mando policial nos comunicó que a partir de ese momento tendríamos que llevar escolta.

¿Qué sensación te dejó aquel Mundial?

Pues que fue una pena, porque podíamos haber hecho un gran torneo, haber llegado a semifinales mínimo, pero no se preparó bien. No teníamos cambio de ritmo, no teníamos fuerzas. Intentamos corregirlo ya en plena competición, pero era tarde.

Con la selección habías llamado la atención en la Eurocopa del 80.

Ya antes de ir a Italia para la Eurocopa le comenté a Kubala que me veía muy bien y coincidió que me salió un gran europeo. Tanto que me destacaron entre los tres mejores, junto a Schuster y Ceulemans, a pesar de no haber pasado la primera fase. Para mí fue un gran motivo de orgullo, por ser un jugador de la Real que estaba a ese nivel tan alto. Eso ya me dio a conocer mundialmente, porque en ese momento la selección era un escaparate, ya que apenas había tantos medios audiovisuales como ahora.

Y te convocan para un partido de la selección europea.

Se organizó para recaudar dinero para las víctimas de un terremoto que había ocurrido en Italia. Jugamos la selección italiana contra la selección europea con jugadores de diferentes países. Nos convocaron a dos de la Real, Luis (Arconada) y yo, y del Madrid a Camacho, lo que demuestra el prestigio que tenía la Real en ese momento. La selección la hicieron Jupp Derwall (seleccionador alemán) y Josef Venglos (seleccionador checo). En una conversación con Luis y conmigo se mostraron muy sorprendidos de que un equipo de una región tan pequeña pudiéra ganar la Liga.

Como curiosidad, estando allí nos enteramos del golpe de Estado del 23-F. No sabíamos lo que estaba pasando y estuvimos muy preocupados, hasta que pudimos hablar con nuestras casas.

Luego hicisteis una gira de un mes por América para preparar el Mundial.

No fue la mejor opción. Yo tengo buena relación con Santamaría y él mismo reconoce que la planificación previa al Mundial no fue buena. Él quería hacerlo de una manera, pero no le dejaron y teníamos equipo para haber hecho mucho más. El año anterior habíamos hecho partidos muy buenos. Ganamos por primera vez en Wembley, con los dos goles marcados por jugadores de la Real. Satrus uno y yo el otro.

¿Qué te pareció el estadio de Wembley?

El estadio era una maravilla. Todo muy elegante, con un césped perfectamente cuidado. Ya al llegar se sentía un ambiente impresionante. Era, un poco, como la Meca del fútbol.

Jugasteis también en Maracaná contra Brasil.

Contra Brasil jugamos en Salvador de Bahía. Era prácticamente la misma selección que fue al Mundial. Zico, Socrates, Toninho Cerezo… un equipazo. Perdimos 1-0, pero pudimos haber ganado aquel partido. Por eso digo que teníamos un equipo muy bueno. Pero, si no haces una preparación adecuada, estás acabado.

¿Después del Mundial seguiste con tus problemas en la rodilla?

Para mí hay un antes y un después de la lesión. En el año 82 yo estaba en el punto máximo de mi carrera. Tengo el recorte de una encuesta que hicieron entonces entre aficionados y periodistas de todo el Estado y el número uno quedé yo. Luego me lesiono, me operan y veo que no había quedado bien, algo no había salido bien. Después del Mundial me llamó Miguel Muñoz preguntándome cómo estaba para que me convocara a la selección, pero le tuve que decir que no podía.

A partir de ahí ya mi objetivo era ser titular en la Real, hacerlo lo mejor posible y hasta donde llegara. Mentalmente ese fue un cambio muy duro para mí, porque había tenido siete años increíbles, a un nivel muy alto y los siete siguientes, intento dar el máximo, pero arrastro la lesión. Y la sigo arrastrando a día de hoy. Lo que pasa es que yo he sido muy metódico, muy profesional. Me he cuidado mucho y por mi cuenta he hecho un montón de cosas. Eso me permitió jugar siete años más al fútbol. Pero llega un momento que estoy muy mal de la rodilla, casi jugaba más andando que corriendo y con treinta años me planteo dejar el fútbol.

Ahí es cuando empiezas a entrenarte por tu cuenta con Félix Larrea.

Y eso es lo que me salva la vida. Sentía que había perdido fuerza en la pierna, velocidad… lo había perdido todo. Y Félix me pone unos entrenamientos de atleta, un trabajo fuerte para llegar a un nivel como para poder jugar en la Real, pero ya no con el nivel que tenía antes de la lesión.

¿Entrenar con Félix fue iniciativa tuya?

He vivido la profesión como si fuera mi vida. Incluso hasta demasiado. Le pedí a un amigo, Patxi Gabilondo, que me buscara un entrenador licenciado en INEF, que en el fútbol no había en ese momento y él me habló de Félix. Me puso unos entrenamientos que me moría. Iba al mediodía a Anoeta (donde está el actual estadio de la Real) y cuando llegaba a casa, a las cuatro de la tarde, le decía a Lourdes que me iba a la cama y ya comería después. Eso en vacaciones. Durante la temporada entrenaba con la Real por la mañana y por la tarde iba con Félix. Todo eso me permitió alargar la carrera cuatro años más y pude retirarme siendo titular.

¿En ese momento sacrificaste parte de tu salud futura?

Sí. Evidentemente ahora podría estar mejor, pero nosotros éramos así. Todos hemos jugado en unas condiciones de salud increíbles.

La temporada siguiente al Mundial os quedasteis a las puertas de una final de la Copa de Europa.

Contra el Hamburgo, en semifinales, jugué el partido de ida, pero, por la rodilla, no pude jugar el de vuelta. Satrus tampoco pudo jugar, ni Kortabarria y Gajate. Perico (Alonso) y Santi (Idigoras) ya se habían ido. El equipo que ganó las ligas se estaba desmantelando y aún así, estuvimos a punto de eliminar al Hamburgo y llegar a la final contra la Juventus. Y ahí ya, podía pasar cualquier cosa.

¿Cómo es posible que, en una semifinal de Copa de Europa, termine como linier alguien de la misma ciudad que uno de los equipos? (en la vuelta, disputada en Hamburgo, el linier se lesionó y fue sustituido por otro árbitro, nacido en esa ciudad)

Antes era así. Como te he dicho, las federaciones italianas, alemanas… tenían mucho poder en la UEFA. La Real protestó, pero no se podía hacer nada. Esas instituciones nunca han sido democráticas, pero antes lo eran menos.

¿Después de esa temporada empieza el desgaste de Ormaechea?

No es tanto un desgaste. Íbamos cumpliendo años, algunos jugadores fueron traspasados, se lesionaron otros… Para el 85 Alonso, Idigoras, Diego, Kortabarria, Celayeta… ya no estaban. Ahí se va haciendo una nueva transición.

¿Le vino bien al equipo la llegaba de Toshack?

Le costó seis meses, pero le dio otro espíritu, otro estilo. El equipo necesitaba algo y con Toshack volvimos a pensar que podíamos ser campeones. Bakero ya se había consolidado en el equipo, Larra (Larrañaga) también. Luego entró «Txiki», llegó Rekarte… Y con Toshack van adquiriendo peso en el equipo.

En su primer entrenamiento Toshack se acercó a ti y te dijo «tú viejo».

Yo le contesté que no, que tenía treinta años y me insistió, «no, tú viejo». Ahí me fui a casa, se lo conté a mí mujer y le dije que no me olía nada bien. Imagino que le habrían pasado vídeos de la temporada anterior y claro, si ve eso, podía pensarlo. Pero ahí fue cuando yo empecé los entrenamientos por mi cuenta, porque, si no, sí que estaba viejo, pero viejo de verdad. Yo llegué al nivel que quería y a Toshack ya no le parecí tan viejo y contó conmigo.

Además el sistema de Toshack te beneficiaba.

Me beneficiaba mucho, porque jugaba más adelante. ¡Como que esas fueron las temporadas que más goles marqué! Cambió el sistema y pasamos a jugar con tres centrales y dos carrileros largos. Larra jugaba de libre, un poco más atrás de los centrales. Ahí Toshack genera cosas nuevas. Yo ya no tenía que hacer tanto recorrido y eso me benefició.

Y en la final de Copa del 87 jugáis con Bakero como falso nueve.

Seguramente lo hizo porque los centrales del Atlético de Madrid eran más altos y fuertes, entonces, tener a Bakero moviéndose por ahí, en vez de estar como un nueve de referencia, les complicaba el trabajo. Además a Toshack le gustaba hacer esas cosas y solía acertar.

¿Qué suponía para vosotros llegar a penaltis en una final de Copa y tener a Arconada?

No creas que Arconada era tan bueno en los penaltis. ¡Si le ganamos con Don Bosco! (risas). Estudiaba muy bien a los rivales, cómo tiraban, hacia dónde apuntaban… Al final, cuando tienes un portero de ese nivel, siempre es una garantía. Sabías que, a lo largo de la temporada, te iba a dar muchos puntos. Pero teníamos mucha confianza en todos los compañeros también. Fíjate que, en aquella final de Copa, nos cambian a mí y a Roberto y entran «Musti» Mujika y Martín Beguiristain. Los dos terminan tirando penaltis y los meten. Que hay que salir de suplente en una final y meter tu penalti. Eso también lo he destacado mucho siempre.

La temporada siguiente perdéis la final de Copa frente al Barcelona, ¿Qué os faltó ese día?

Quizás fue un exceso de confianza. Habíamos hecho lo más difícil, eliminar al Madrid y al Atlético y llegábamos muy bien, pero quizás hubo un exceso de confianza. Ellos necesitaban ganar para entrar la temporada siguiente en Europa. No jugaron un buen partido, pero nosotros jugamos peor. Tuvieron el acierto de adelantar líneas para dejarnos en fuera de juego y no supimos contrarrestarlo. Nos confiamos, nos pudo la presión de ser favoritos y no supimos estar.

Después de aquella temporada se van Bakero, «Txiki» y Rekarte. El año anterior se había ido López Ufarte. En poco tiempo dejan el equipo muchos jugadores importantes.

Se cortó la transición que se venía dando. Y la temporada siguiente nos retiramos Arconada y yo. Ahí abren la puerta a los extranjeros.

A mí la duda que me ha quedado es ¿por qué no se hizo una apuesta por retener a esta gente? Si no estás ahí es difícil saber los motivos. Imagino que sería una cuestión económica. Pero bueno, no lo sé.

Pero todavía os dio tiempo para hacer una muy buena Copa de la UEFA.

Por muy poco nos quedamos fuera de jugar la final contra el Nápoles de Maradona. ¡Y con todos de casa! Que nadie lo resalta, pero yo sí. Le ganamos al Dukla de Praga y al Sporting de Portugal. Luego al Colonia, que tenía a llgner, Hassler, Littbarski… Y perdimos por penaltis con el Stuttgart. Tuvimos un poco de mala suerte y quizás nos faltó un poco de experiencia de lo que era competición europea.

Y, después de eso, ¿eres tú quien toma la decisión de retirarte?

Sí. La rodilla estaba sufriendo y yo también sufría físicamente. Estaba haciendo un desgaste mayor del que podía, porque jugaba Liga, Copa y UEFA. Ya meses antes de terminar la temporada, le comuniqué al club que no iba a seguir. Para mí fue muy duro, porque, de haber estado bien, podía haber seguido tres, cuatro años más y hubiera seguido con la misma pasión e ilusión de siempre. Me ha quedado esa pena de pensar hasta dónde podía haber llegado de no haber tenido la lesión. Pero en la vida pasan estas cosas y había que asumirlo.

¿Con que sensación te quedas de tu trayectoria profesional?

Muy buena. Me quedé en la Real porque quise y eso no tiene un valor económico, tiene un valor más sentimental, emocional, que es desde donde se genera todo lo que hemos logrado en la Real. Todo eso tiene que ir acompañado, también, por el trabajo desde la dirección. Pero, al final, poniendo en valor a toda la gente que ha pasado por la Real, a la afición también, creo que podemos decir que hay un antes y un después de nosotros en la historia del club.

En 1999 vuelves a la Real y en 2002 pasas a ser segundo entrenador con Olabe de primero.

Entramos cuando el equipo estaba en puestos de descenso y quedaban nueve partidos. Pero había jugadores muy buenos. Estaban Kovacevic, Xabi Alonso, Aranburu, Aranzabal, Javi de Pedro… Cambiamos algunas cosas, insuflamos un poco de espíritu y salió bien. Hubo un partido crucial contra el Espanyol, que ellos tienen una ocasión delante de nuestro portero y la fallan y luego nosotros marcamos. De haber perdido ese partido igual seguíamos hacia abajo, pero conseguimos salvarlo.

Al año siguiente sigues como segundo entrenador. ¿Qué es lo que cambia con la llegada de Denoueix?

Cambia muchísimo. Raynald era muy inteligente y muy buena persona. No pedía nada más que trabajo. Venía de entrenar a un Nantes sin figuras, pero que jugaba muy bien. Yo había ido con Etxarri a ver a ese equipo y me había encantado. Y cuando vino a la Real trasladó todo ese trabajo que había estado haciendo allí.

Hacía un tipo de entrenamiento extraordinario. Ahora ya estoy desvinculado del fútbol, pero yo no he visto nada mejor que los entrenamientos de Denoueix. Tenía ejercicios para resolver cualquier problema que se produjera en un partido. ¡Así hicimos la temporada que hicimos! No ganamos la Liga porque nos faltó experiencia en los últimos partidos y porque nos enfrentábamos al Madrid, que ganarles siempre es dificilísimo.

Cuando ganamos en Sevilla, que ellos tuvieron varias contras y no marcaron y nosotros, en una, marcamos gol, le dije a Aranzabal «esto me está recordando al año que ganamos el título. Vamos a estar ahí». Se estaban dando todas las situaciones que se nos dieron a nosotros. Pero, al final, Xabi Alonso tuvo fiebre, Jauregi también y cuando nos enfrentamos al Celta, ellos se estaban jugando la Champions.

Con Denoueix hiciste muy buena relación.

Sí. Cuando dejó la Real nos ofreció a Julen Masach (preparador físico) y a mí seguir con él. Pero, al final, su mujer se puso enferma y se volvieron a Nantes.

Luego entraste en la directiva con Miguel Fuentes, en una situación muy complicada que termina con el descenso. ¿Crees que se podía haber hecho más?

Bueno… igual se podía haber hecho algo. Yo comentaba que había que hacer lo que fuera, pero, sobre todo, evitar bajar a Segunda. Económicamente, la situación era tan negativa que ¿cómo haces para intentar formar un buen equipo? Querías traer a uno muy bueno, pero no había dinero y el barato no tenía nivel. Es lo mismo que le pasa este año al Valencia.

También había un clima muy hostil.

Esa es otra. Yo soy de la Real y aquello me pareció vergonzoso. Había gente que lo que quería era poder y estaba pensando en todo menos en la Real. Luego, cuando bajamos, por lo menos dejaron de molestar. Aquello me dejó una sensación muy mala y no he querido volver a estar en la Real.

¿Cómo ves al club ahora mismo?

¿Ahora? Impresionante.

Antes hablabas de Orbegozo y me recordaba a Aperribay.

Sí. También quiere hacer crecer a la Real. Quiere ponerla al nivel, no de los más grandes, pero sí justo detrás y de hecho, ahora mismo está ahí.

Cuando debutó Oyarzabal me recordó a ti. Ya no se juega igual, pero me pareció que podía hacer el juego que tú hacías en la Real. Coger el balón abajo y subirlo hasta los delanteros.

Es diferente. Yo he sido más de creación. Él es más delantero. Es un jugador todo-terreno, que lo da todo y con una mentalidad ganadora y ahora mismo es el emblema de la cantera.

¿Imanol qué te parece?

Gran parte del éxito de esta plantilla es suyo y de su cuerpo técnico. Es un entrenador normal, natural, honesto. Sobre eso ha empezado a trabajar, las cosas han ido bien, ha tenido una buena plantilla también… Y ahora lo que quieren es entrar cada año en Europa y hay gente capaz y dinero para ello. Ya ha hecho historia y sigue haciéndola.

6 Comentarios

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  3. Creo que al bueno de Jesús Mari le falla la memoria cuando hace referencia al secuestro de Quini, que perjudicó notablemente al Barça en la temporada 80-81, la primera que gana la Real. La temporada siguiente los azulgranas se desfondaron de forma incomprensible en las últimas jornadas.

  4. Por eso la Real Sociedad ganó dos ligas seguidas, la primera en la última jornada en el último minuto prácticamente. Y en la temporada anterior solo perdieron un partido. No se podía hacer nada contra los arbitrajes. Qué poca vergüenza. Dirá algo de Negreira?

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  6. Qué pena que un jugadorazo como él sea tan aldeano para comprar los falsos clichés de siempre: la opresión al pueblo vasco, la mano negra del Madrid… ¡Hay que evolucionar, gañán!

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