
Tenista ochentero que se retiró en 1995, el australiano Darren Cahill ha sido más reconocido como entrenador que por sus logros profesionales, ya que no llegó a superar el número 22 en el ranking ATP. Más ahora, que se encarga de Jannik Sinner, aunque ha anunciado que después de esta temporada lo dejará para siempre. Por eso, una entrevista con él como la que le han hecho en Tennis Insider Club no puede ser más provechosa. Cuando hablan los preparadores es como mejor se ve la trastienda.
De hecho, con el sancionado por dopaje, su papel ya no ha sido tanto de entrenador como de consultor y guía. Con Andre Agassi, Simona Halep o Lleyton Hewitt fue diferente. Con el italiano ha trabajado más la estrategia que el trabajo cotidiano. En sus propias palabras: «Ha sido diferente para mí. No estoy con él día tras día, pero sí he estado en momentos clave, trabajando mucho en la estrategia, en el enfoque, en el entorno del equipo».
La colaboración entre ambos comenzó en 2022, cuando Cahill fue invitado a acompañar a Sinner durante la temporada de hierba. El primer torneo que compartieron fue en Eastbourne, donde Jannik cayó en primera ronda ante Tommy Paul. En una primera lección, Cahill le felicitó por la derrota, porque le vio en la buena senda, «nunca había ganado un partido en hierba en su carrera hasta ese momento», y así se fue forzando un vínculo basado en la confianza.
Jannik Sinner
Cahill añade que Sinner es un jugador con un talento natural muy pulido, pero que se esfuerza por evolucionar: «Hemos trabajado en muchos detalles: su saque, su slice de revés, el uso de la dejada, y también el saque y volea ocasional. Cosas que antes no formaban parte de su repertorio». Según Cahill, estos recursos técnicos no buscaban solo mejorar el rendimiento inmediato, sino también preparar al jugador para una carrera larga, versátil y con capacidad de adaptación a distintos rivales y superficies.

Si algo le dio la razón fue la irrupción de Carlos Alcaraz. No pudo haber un estímulo mayor para Sinner: «la llegada de Carlos al circuito a una edad tan joven y teniendo ya todo ha sido buena para él [Sinner]. Porque ha podido ver que un solo estilo de juego —ser bueno, pero no excelente en todo— no es suficiente. Tienes que ser excelente en algunas cosas, pero también tienes que ser bueno en todo». Desde que el español empezó a destacar, Sinner decidió trabajar en ser un tenista más versátil para poder competir contra una nueva generación.
En cuanto al carácter personal de Jannik, Darren lo describe como «un joven maduro, humilde, con todos los valores fundamentales, alguien con quien da gusto compartir tiempo». A pesar de esta madurez, también advierte que no deja de ser un joven de 23 años que tiene que disfrutar la vida fuera del circuito. Sería un error caer en la trampa de una vida centrada únicamente en el tenis. Cahill insiste en que parte de su trabajo también es cuidar ese equilibrio y fomentar un ambiente en el que Sinner se desarrolle como persona, no solo como deportista.
Sobre el momento más duro de su carrera, su positivo por dopaje, su entrenador, lógicamente, no va a decir lo que es evidente para la mayoría, pero ha destacado su templanza en una situación tan crítica. Muchos jugadores, ha dicho, se derrumbarían en un momento así: «Algunos encuentran en las líneas de una pista de tenis su refugio seguro. Es como si todo lo demás se silenciara». Parece que Sinner reaccionó con orgullo, a tenor de una respuesta que le dio, «no tomes críticas de alguien de quien no aceptarías un consejo», le dijo.
Para Darren, escuchar eso de un jugador de 23 años fue una sorpresa: «Me quedé pensando: ¿de verdad tienes 23 años? Esa frase dice mucho del tipo de mentalidad que tiene, del nivel de conciencia que maneja y de su capacidad para filtrar el ruido externo». Ese carácter le parece que marca la diferencia.
Finalmente, el triunfo de Sinner en el Abierto de Australia es el punto culminante de esta etapa. Cahill resalta especialmente cómo el italiano fue capaz de cambiar por completo su plan de juego contra Medvedev, y lo hizo con una calma alucinante. «Verlo ejecutar ese cambio, mantenerse sereno, jugar con tanta claridad… yo pensaba: ¿cómo estás haciendo esto? Yo estaría perdiendo la cabeza». Más allá del resultado, en ese torneo se apreció claramente su madurez y el fruto de todo el trabajo que habían hecho juntos.
Ahora Cahill dice que puede presumir de que Jannik «esté orgulloso de la persona que es». A través del trabajo técnico, táctico y emocional, el equipo ha construido una estructura que prioriza el crecimiento integral. Porque, como dice Cahill, «no se trata solo de ganar partidos, sino de acompañar a un ser humano en su camino».
Andre Agassi
Otro de los pupilos de Cahill fue un número uno como Agassi. Su camino juntos fue bastante curioso, porque el primer partido que tuvieron que disputar fue contra Lleyton Hewitt en San José, en 2002, apenas unas semanas después de que el entrenador hubiese roto con él.

Cahill recuerda ese partido como una experiencia emocionalmente incómoda, no solo porque la separación estaba reciente, sino porque sentía algo en su conciencia: «Fue incómodo, sin duda. Lleyton ganó ese partido, y la primera persona que miró al terminar fue a mí. Era como si no solo le ganara a Andre, sino también a su antiguo entrenador».
A pesar del inicio con un traspiés, la relación con Agassi rápidamente pasó a ser de dos direcciones. De hecho, posiblemente el entrenador aprendió más de él que al revés: «Me enseñó más de lo que yo le enseñé a él. Aprendí de él a comunicarme mejor, a entender el momento emocional de un jugador, a analizar un partido con profundidad, y sobre todo, a simplificar lo complejo sin perder precisión».
Agassi no se conformaba con aumentar su repertorio de tácticas. Quería diseccionar cada escenario posible de un partido antes de entrar a la pista. Cahill cuenta que era agotador: «Me hacía cientos de preguntas tácticas. ¿Dónde se va a parar para devolver? ¿Si le tiro el saque abierto, va a cortar la bola o pegarle de lleno? ¿Y después? ¿Dónde se va a mover? No se trataba solo de estrategia; era ajedrez emocional y técnico a la vez». Esa preparación meticulosa, casi obsesiva, sirvió para que en el circuito se viera a un Agassi mucho más cerebral de lo que muchos percibían desde fuera.
Pero no todo era análisis. Con el paso del tiempo, Agassi también tuvo que adaptar su juego. Ya no podía aguantar largos intercambios físicos como en su juventud. Cahill lo ayudó a modificar forma de jugar al tenis: «Empezamos a usar más el slice, a variar alturas, a evitar los grandes golpes si no eran necesarios. Él lo hacía, pero no lo disfrutaba. A Andre no le gustaba ganar feo. Su estilo era su identidad. Y a veces eso jugaba en su contra».
Se conoce que era uno de esos deportistas a los que no les vale ganar de cualquier manera y eso le atormentaba: «Le costaba disfrutar las victorias tanto como sufría las derrotas».
Y el equilibrio no llegó hasta que no apareció Steffi Graf en su vida. Cahill la adora: «Es una de las personas más íntegras, generosas y centradas que he conocido». Fue gracias a ella que se dio cuenta de que había algo más que el tenis en la vida. A partir de ahí, comenzó con sus proyectos educativos, su escuela en Las Vegas y a trabajar con jóvenes que no tenían medios para llegar al circuito.
Más allá de sus logros deportivos, Cahill destaca el compromiso de Agassi con las nuevas generaciones: «Ha ayudado a muchos jugadores en los últimos diez años, y nunca les ha cobrado un centavo. Si necesitan ayuda, él se sube a la pista con ellos en Las Vegas, los entrena, los escucha, les da su tiempo. Sin pedir nada a cambio».
Otro punto que su exentrenador admira de él es su cerebro: «Es extremadamente inteligente, a veces demasiado para su propio bien. Complicaba las cosas más de lo necesario». Como anécdota, cita que todavía le manda mensajes sobre los chicos que entrena: «a veces leo lo que escribe y pienso: esto es demasiado difícil de digerir para un jugador común. Pero todo lo que dice es cierto».
Finalmente, lo describe en una sola frase que no necesita explicación: «Andre es ese tipo de persona que te daría la camisa que lleva puesta si la necesitas. Es un hombre con propósito, con corazón. Y eso no es algo que se vea todos los días, ni siquiera en el deporte profesional».
Lleyton Hewitt
La relación entre Darren Cahill y Lleyton Hewitt fue una de las más intensas en la carrera del entrenador australiano. En la entrevista, Cahill cuenta que conoció a Hewitt cuando este tenía apenas 12 años, y que todo comenzó casi por casualidad: «Tenía unos 30 o 31 años, sin saber qué hacer con mi vida, cuando un chico de 12 años llamado Lleyton se presentó en mi puerta y me preguntó si podía golpear unas bolas de tenis». A partir de ese momento, sin planearlo, nació una relación que duraría varios años y llevaría a ambos hasta lo más alto del tenis profesional.

Darren recuerda que en aquella época aún podía jugar bastante bien, así que comenzó a entrenar con él con frecuencia. «Terminamos peloteando tres o cuatro veces por semana durante los siguientes cinco o seis años», revela. En poco tiempo, Hewitt demostró ser un competidor nato, extremadamente rápido, con una mentalidad durísima y una energía extraordinaria ya desde la adolescencia.
Cahill reconoce que al pasar de jugador a entrenador sin transición ni formación formal, cometió muchos errores durante esa etapa: «Cualquier jugador que pasa directo a entrenar entiende el juego, pero comete errores. Y yo cometí muchos. Fue como subirme a un Porsche sin frenos y empezar a correr con él en una pista con otros cien coches». En un momento dado, describe cómo mientras Hewitt ascendía rápidamente en el ranking —«Zoom, zoom, zoom, zoom, zoom»—, le miraba buscando soluciones y él, aún sin respuestas claras, simplemente le decía: «Acelera más». Era una carrera sin manual de instrucciones, explica.
La relación profesional entre ambos terminó cuando Hewitt todavía era muy joven. A pesar de los éxitos que consiguieron juntos, llegaron a un punto en que sus caminos debían separarse: «En algún momento, ese Porsche sin frenos tenía que estrellarse», EL final era inevitable dada la intensidad de la relación y la falta de experiencia que ambos tenían. Lo reseñable es que poco tiempo después de esa ruptura profesional, Hewitt ganó el US Open y se consolidó como el número uno del mundo.
Hoy, con perspectiva, Cahill valora profundamente lo que vivieron juntos. «Si pudiera volver atrás, haría muchas cosas de forma diferente. Pero aprendí muchísimo, y estar en ese viaje desde el principio, ver a un niño convertirse en campeón del mundo, es una experiencia que no cambiaría por nada».
Simona Halep
La etapa de Darren Cahill como entrenador de Simona Halep fue toda una aventura de superación. Ella ya era top cuando empezaron a trabajar juntos, pero aquí sí que se puede decir que la puso en órbita: «Ella ya era una gran jugadora. Había sido número 2 del mundo. Mi primer torneo con ella fue Indian Wells, y lo ganó… en un partido dramático, por cierto».
Cahill destaca que Halep tenía una relación muy física con el tenis: «No tenía un gran saque, no le gustaba ir a la red, no hacía dejadas… solo le gustaba correr y competir. Era impresionante cómo lo hacía». Esa capacidad de lucha, sin depender de recursos contundentes, hizo que pasara años en la cima del ranking sin bajarse del top 5, algo que Darren considera una hazaña en sí misma: «Para su estilo de juego, eso es increíble, porque cada partido que jugaba era duro. Nada era gratis para ella».

Lo más conmovedor llega cuando Cahill habla del trauma que supuso para Simona perder la final de Roland Garros. Darren, que en ese momento intentó mantener una postura de quitar hierro al asunto y reconoce que se equivocó. «Decidí ser el tipo positivo, decirle que íbamos a estar bien, que seguiríamos luchando. Pero era lo incorrecto para ella. Ella estaba sufriendo, tenía dudas, miedo, estaba rota por dentro. Y yo no mostraba que sufría con ella».
Ese error emocional supuso una etapa complicada en su relación. Durante varias semanas, Cahill intentó animarla sin éxito, mientras Halep acumulaba derrotas dolorosas: «Después de perder en primera ronda del US Open contra Sharapova, me preguntó entre lágrimas cómo había jugado. Yo le hablé de técnica, y fue un idiota de mi parte. Ella no quería escuchar eso. Se levantó en medio de mi respuesta y se fue llorando».
Fue el preparador físico del equipo, Teo Sesel, quien le mostró lo que estaba pasando realmente. Se enfrentó a él y le dijo: «Sé lo que estás intentando hacer, pero lo estás haciendo mal. Tienes una chica joven, nadie esperaba esto de ella, y tú necesitas decirle que está haciendo cosas increíbles». Cahill, tocado, lo entendió. «Al día siguiente fui a verla y le dije: ‘Todo esto es culpa mía. He cometido un gran error. Sé que estás sufriendo, y yo también sufro. Pero no lo he mostrado’».
Halep respondió con una frase llena de ternura: «He estado esperando este abrazo desde hace tres meses». Ese momento de vulnerabilidad y sinceridad fue el punto de inflexión que necesitaban. A partir de ahí, Halep volvió a jugar más liberada. Dos semanas después, venció a Sharapova en Asia y, un año más tarde, consiguió lo que tanto habían perseguido juntos: su primer Grand Slam en Roland Garros 2018.
Darren no oculta que fue uno de los momentos más emocionantes de toda su carrera: «Fue, sin duda, el momento más emotivo que he vivido como entrenador o como jugador. Ver el viaje que recorrió, el sufrimiento, la lucha… y cómo finalmente lo logró. Fue inolvidable». Incluso se le quiebra la voz en el podcast.
En retrospectiva, Cahill reconoce que Simona le enseñó una de las lecciones más importantes de su vida profesional: adaptar el estilo de coaching al estado emocional de la persona. «Ella me hizo mejor entrenador. Me obligó a salir de mi zona de confort. Aprendí que a veces el liderazgo no es decirle a alguien que todo estará bien, sino sentarse a su lado y compartir el dolor».
Y por eso se dopó hasta las cejas, claro.