
Fue uno de los mejores tiradores de la historia de la NBA. En su carrera, anotó 1760 triples. Ganó dos veces el concurso de triples de la NBA. Ganó la copa del mundo con Yugoslavia en 2002 y el Eurobasket de 2001. Peja Stojaković, serbio de Croacia, conoció los baloncestos más competitivos del mundo en su tiempo: el Yugoslavo, el griego y la NBA. En una entrevista en Knuckleheads, conducido por Quentin Richardson y Darius Miles, ha repasado toda su carrera con especial hincapié en la relación con su hijo, Andrej, que juega en los California Golden Bears.
Padre e hijo han tenido una relación singular durante muchos años. Peja Stojaković reconoce que tuvieron etapas prolongadas de no dirigirse la palabra, «pasábamos por fases en las que no nos hablábamos, pero ahora es más mayor y, como yo digo, menos sensible. Ahora podemos tener una conversación. Ahora hablamos más, podemos hablar cosas».
Le ocurrió, como a muchos padres jugadores con hijos que también lo son, que el chaval escuchaba cualquier consejo menos los suyos. Los ignoraba, solo los seguía si se los decía otro. Peja se parte de risa recordándole cómo le gritaba: «te dicen algo que yo llevo diciéndote años, y ahora sí te parece bien».
Al final, sus recomendaciones son bien conocidas. Son cien por cien escuela yugoslava, todo consiste en el trabajo, en el esfuerzo. «Siempre, siempre le digo esto, que para mí es muy importante: el trabajo equivale a confianza y la confianza equivale a rendimiento». Esa es la fórmula para eliminar toda ansiedad: «Puedes estar nervioso, pero el trabajo eliminará todos los nervios de inmediato».
Peja Stojaković en Yugoslavia
Propiamente dicho, Peja solo trabajó en esa escuela yugoslava para divertirse, como un deporte más escolar. Fue, como tantos otros, víctima de la ruptura social y literal de las fronteras que supuso la guerra: «Crecí en un país llamado Yugoslavia, un país multiétnico. Mi familia y yo éramos serbios que vivíamos en Croacia en ese momento, y de hecho solo había jugado al baloncesto en la escuela secundaria, era más bien recreativo. Y luego, después del octavo grado, comenzó la guerra civil en nuestro país y mi familia y yo tuvimos que dejar todo atrás, así que nos fuimos a Serbia, a Belgrado, y ahí fue donde todo empezó para mí».
Su scouting fue más bien por el boca a boca cuando llegó a Belgrado junto a la primera oleada de refugiados procedentes de Croacia. Al margen de la tragedia, pronto empezaron a sonar los teléfonos en el mundillo deportivo: «Un entrenador del Estrella Roja nos llamó y dijo algo como: ‘Tengo un amigo con el que hice el servicio militar, que vivía en tu ciudad y te ha visto jugar. Estoy dispuesto a darte una oportunidad. ¿Quieres venir a entrenar con nosotros?’».

Peja tenía solo 14 años, era muy alto, pero no consideraba que tuviese ningún atributo particular, solo que sus movimientos estaban coordinados, lo cual ya es bastante a esa edad. A partir de ahí, empezó a entrenar a diario y, poco a poco, fue sintiendo que todo iba encajando. Especialmente, porque el juego fue la única forma de huir de la situación en la que se encontraban: «Fue mi vía de escape. Me ayudó a encontrar algo nuevo, algo positivo en mi vida. Ver a mis padres y a otras personas que lo habían perdido todo, lo que habían trabajado durante toda su vida, tuvieron que dejarlo atrás».
Hasta el punto de que, posiblemente, sin la guerra igual no hubiese sido profesional: «Incluso hoy en día pienso que si la guerra no hubiera sucedido, no sé si estaría jugando al baloncesto. Porque crecí en una ciudad pequeña de 20.000 personas, y los únicos deportes que practicábamos eran en la escuela. Probablemente habría seguido los pasos de mis padres, tal vez trabajando en el pueblo, en la tierra o en una granja… no sé. A día de hoy sigo sin saberlo». Pero lo cierto es que en solo un año se convirtió en el mejor jugador de lo que quedaba de Yugoslavia en ese momento.
Peja Stojaković en Grecia
La situación calamitosa en Serbia le llevó a plantearse una salida prematura del país porque no le faltaban ofertas. Tenía solo 16 años y Grecia llamaba a su puerta, lo que le sirvió para estabilizar la situación financiera de los suyos: «Para mí eso fue un alivio, porque podía aportar, podía asegurarle una casa a mi familia. Podía darles a mis padres lo que habían perdido, intentar reconstruir sus vidas».
«Jugábamos contra hombres», dice de sus primeros partidos en Grecia. Pero lo más importante fue que logró aprender a disciplinarse, a entrenar a su debido tiempo, llegar a la hora en todo momento. Para él eso fue tan importante como la experiencia de ser profesional. Por lo demás, sus referentes eran los yugoslavos que ya triunfaban por el mundo: «La tradición en Serbia y Yugoslavia se remonta a cuarenta o cincuenta años atrás, yo tenía delante a la generación de Vlade Divac, que luego fue mi compañero, Dino Radja o Toni Kukoč, que estaba en Chicago. Eran mi referencia porque tenían diez años más que yo».

En aquella época circulaba el dinero en Grecia y alguien como Dominique Wilkins pudo jugar en el Panathinaikos, rival del PAOK de Peja: «Jugué contra él cuando yo todavía tenía 17 años. La verdad es que Dominique cambió el juego. Estaba ya en el final de su carrera, pero trajo el primer campeonato de Europa al Panathinaikos. Luego han ganado cinco o seis más, pero Dominique fue el que abrió ese camino».
Estos americanos iban creando escuela en Europa, sobre todo con jugadores jóvenes como él: «También jugué contra Xabier McDaniel y otros estadounidenses increíbles que me prepararon para lo que venía. Como Anthony Bonner, que jugó en los Knicks. Era un veterano duro, muy duro».
Peja Stojaković en la NBA
Por eso, la llegada en Estados Unidos, después de la experiencia helena, fue piece of cake. La presión de la NBA era un chiste comparado con lo vivido en Grecia: «En mi primer playoff con los Sacramento Kings, un periodista me preguntó: ‘¿Sientes presión?’ Y dije: ‘No, no siento presión’. Me dijo: ‘¿Por qué?’ Y respondí: ‘Bueno, siento presión por jugar, es un partido importante, pero presión es cuando el dueño del equipo entra en el vestuario antes del partido y dice: si pierden, no cobran.’ Eso es presión».
El ambiente era tan distinto que, para empezar, en la NBA se podía respirar. En Grecia, como el Magariños, todavía estaban todos los pabellones llenos de humo de tabaco: «Jugué en pabellones donde se permitía fumar. ¡Incluso los entrenadores fumaban! Los entrenadores fumaban mientras estábamos jugando, y los aficionados también. Estábamos allí con el humo en la cara mientras jugábamos».
Dos semanas antes del draft había hecho un entrenamiento en Chicago con Žydrūnas Ilgauskas. Se interesaron por él varios equipos muy rápidamente: «Ahí fue cuando empezaron a preguntar: ‘¿Quién es este chico? Este chico puede tirar, tiene tamaño… Tal vez su juego pueda adaptarse a la NBA’. Y todo eso pasó muy rápido, en unas dos semanas antes de la noche del draft. Después de eso, recibí invitaciones para entrenamientos individuales con Sacramento, con los Bulls y con los Pacers. Esos entrenamientos eran otra cosa. Jamás los olvidaré.
Lo más curioso es cómo le ficharon. Tuvo que fingir que jugaba mal: «Uno de los entrenamientos fue con los Chicago Bulls. Jerry Krause era el general manager en ese momento. Ellos tenían el pick 28 o 29 porque eran el mejor equipo. Me dijo: ‘A partir de ahora, no hagas bien ningún entrenamiento y te seleccionamos nosotros en el 28’. Básicamente me estaba diciendo que bajara el nivel, que ellos me iban a elegir».

Él no hizo caso, siguió entrenando lo mejor que pudo en Sacramento e Indiana y al final en el draft se lo llevaron los Kings, aunque él a lo que temía era a su aspecto: «Fui al draft. Estuve allí. Fue la primera vez que usé un traje. Incluso hoy, mis hijos se burlan de ese traje… y de la gorra, que no me quedaba bien. Recuerdo ese momento. Estaba muy nervioso porque no hablaba inglés. Me preocupaba que, si me seleccionaban, tendría que levantarme y hablar con la prensa, y mi inglés era muy pobre. Me preguntaba cómo iba a representarme».
Al final, todo conspiró a su favor. En el draft llegó Jason Williams y lograron firmar a Vlade Divac, que se convirtió en su maestro, referencia y amigo en el vestuario. El equipo, que estaba para la zona media, de repente se convirtió en una escuadra capaz de llegar a los playoffs, donde cayeron ante los Utah Jazz de Karl Malone y John Stockton en el quinto partido.
En la adaptación al equipo, rechazaba los consejos que ahora él va dando por ahí: «En su momento no podía soportarlo: no soportaba que me dijeran ‘ten paciencia y trabaja duro’. Lo odiaba. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Todo el mundo se lo dice a los jugadores jóvenes: ‘ten paciencia, trabaja duro’. Pero, ¿sabes qué? Es la verdad. Tienes que mantenerte firme, esperar tu oportunidad y encontrar la manera de ayudar al equipo».
Sobre su fama de anotador, confiesa que se debe a sus compañeros. Todos eran grandes asistentes y se desató la tormenta perfecta: «Yo tuve la suerte de jugar con grandes pasadores y que eran jugadores muy generosos. Y eso es un sueño para cualquier jugador joven: llegas a la NBA y tu base no quiere tirar, quiere pasar. Tu mejor jugador, Chris Webber, también es generoso. Y Vlade, igual».
Algo que se vio reflejado en la calidad del juego del equipo: «Empezamos a añadir cosas al sistema. Pete Carril, que venía de Princeton, trajo elementos de su ofensiva, y los adaptaron al sistema que ya teníamos, con Chris y Vlade en el poste alto, con las jugadas de esquina, los cortes, el split action… Luego llegaron Bobby Jackson, Doug Christie, Hedo (Turkoglu), Scott Pollard… Y el juego se volvió precioso, porque a ninguno de nosotros nos importaba quién anotara».
Una forma de jugar que llegó a ser adictiva: «Se volvió contagioso. Aprendimos que hacer un sacrificio por tu compañero —como hacer un corte fuerte— no siempre te va a dejar libre, pero sí va a liberar a otro. Si pones una buena pantalla, otro se libera. Y eso se volvió contagioso. Empezamos a pensar en los demás, en lugar de pensar en nosotros mismos. Y eso lo cambió todo».
Las amistades también lograron potenciar ese equipo en una ciudad, además, que solo tenía esa franquicia para estar en el mapa. Por un lado, Chris Webber era consciente de que él y Hedo Turkoglu eran extranjeros e hizo todo lo posible para que se adaptaran. «Cuando lo draftearon, usó todo su contrato para pagar su cláusula de salida. Me acuerdo que llegó y dijo: ‘¿Cómo voy a vivir con lo que me queda?’. Creo que le quedaban como cien mil dólares». Así recuerda Peja la llegada de Hedo Turkoglu a los Sacramento Kings.

Un joven turco de enorme talento que aterrizaba en la NBA con el bolsillo casi vacío y sin referencias: «Pero desde el primer momento sentimos que Hedo era como nuestro hermano menor. Yo lo entendía, y Vlade —que era como mi hermano mayor, mi mentor— también. Sentimos que teníamos que dar un paso al frente». La familia improvisada que construyeron Stojaković y Divac en el vestuario de los Kings fue clave para la integración de Turkoglu: «Estaba en mi casa. Mi madre le cocinaba. Estaba con nosotros todos los días. Viajaba con nosotros».
Con los años, la camaradería se convirtió en admiración. «Y Hedo tenía un talento increíble. La gente no entiende lo talentoso que era. Medía dos metros y ocho, era un 6’10 legítimo. Y si miro atrás, me gustaría haber tenido más tiempo de jugar con él en nuestro mejor momento». Pese a su carácter despreocupado, o precisamente gracias a él, Hedo se ganó rápidamente un lugar en el equipo y en el corazón de sus compañeros. Stojaković, que conocía como pocos el rigor del baloncesto europeo, supo ver en aquel joven turco a un jugador distinto: versátil, generoso y espontáneo.
Y por las formas de vestir de los extranjeros, llegaron las bromas. «Empezaron a llamarme Tight Jeans. Incluso teníamos una jugada que se llamaba ‘PJ’. Era una jugada para mí: salía de dos bloqueos escalonados para tirar. Y Doug Christie gritaba: ‘¡Vamos, Tight Jeans!’. Y todos sabían que esa era mi jugada». Así recuerda Peja Stojaković, entre risas, el apodo que sus compañeros le pusieron por su forma de vestir en los vestuarios de la NBA a comienzos de los 2000. Se convirtió sin ser consciente y sin buscarlo en un icono de estilo, su apodo acabó bautizando una jugada diseñada especialmente para él.
«Obviamente, viniendo de Europa, todos se reían de nosotros», confiesa. «Vlade nunca se preocupó por vestirse. Siempre llevaba pantalones de vestir, lo que fuera. Pero yo empecé a usar trajes, y todos eran entallados». Mientras la liga aún estaba dominada por la ropa holgada inspirada en el hip hop, Stojaković apostó por la elegancia ajustada de corte europeo. En un momento en el que la moda era sinónimo de volumen, su silueta delgada destacaba… y provocaba más y más bromas.
«Ahora todo el mundo en la NBA los lleva. Todos. Pero yo fui un pionero en eso», afirma con una mezcla de orgullo y satisfacción. «Recuerdo que Bobby Jackson cada vez que me veía decía: ‘¡Dios mío! ¿Cómo puedes meterte en esos pantalones? ¡Necesitas cirugía para salir de ellos!’». Dos décadas después, fue el propio Jackson quien adoptó aquellos trajes entallados que tanto había criticado. «Cuando trabajábamos juntos en los Kings, Bobby llegaba con esos trajes ajustados, y yo le dije: ‘¿Te acuerdas de lo que me decías hace 20 años?’. Me contestó: ‘Sí, lo recuerdo’». En la NBA, no hay broma que no tenga camino de ida y vuelta.
Peja Stojaković en el concurso de triples
El All star también ha cambiado, recuerda Peja. «Hoy ya no es así. Ahora todo gira más en torno a las estadísticas. Pero creo que entonces se valoraba el impacto que tenías en las victorias del equipo. Para mí, esos eran los criterios correctos», reflexiona. La nominación no solo representaba un reconocimiento individual, sino la validación del juego colectivo que caracterizaba a aquellos Sacramento Kings. «Y también sentí una gran responsabilidad. A partir de ahí sabes que no puedes tener noches malas. En esta liga hay tanto talento que cada noche tienes que rendir». La distinción no otorgaba privilegios: exigía más compromiso.

Sobre su experiencia en el concurso de triples, del que fue bicampeón, admite que nunca fue una prueba fácil. «La verdad es que estaba nervioso. No es fácil. Es distinto a tirar solo en el gimnasio, en tu rutina, en tu ritmo. Aquí estás sentado en el banquillo 20 o 30 minutos, con toda esa gente alrededor, los focos encima, y de repente te llaman: tienes 60 segundos. Vamos». La clave, explica, era encontrar el ritmo y bloquear todo lo que lo rodeaba. «Todo era bloquear los ruidos, encontrar el ritmo lo antes posible. Porque nunca sabes. He competido contra grandes tiradores. Pude haber perdido contra cualquiera de ellos». Participó cinco veces, y siempre con la misma sensación en el cuerpo: «Siempre tenía esas mariposas. Incluso durante los partidos. Pero una vez que empezaba el juego, después de unos minutos, todo desaparecía. Entrabas en el ritmo, te concentrabas, y simplemente hacías lo que habías entrenado para hacer».
De los duelos inolvidables que disputaron contra los Lakers, recuerda que cualquier pequeño error, era la eliminación: «Jugar contra Kobe y Shaq era muy difícil, porque los dos exigían un doble marcaje. Siempre nos obligaban a rotar, a correr detrás del balón», recuerda Peja Stojaković sobre aquellos duelos titánicos contra los Lakers. El problema no era solo contener a una superestrella, sino a dos al mismo tiempo, con estilos diferentes pero igual de implacables. «Decíamos: ‘Vale, vamos a proteger la pintura, vamos a hacerle el dos contra uno a Shaq’, y entonces el balón iba fuera y tenías que salir a por los tiradores. O el balón iba a Kobe, y tenías que empezar de nuevo. Era constante».
La lesión de Peja Stojaković
«Fui traspasado a los Hornets, pero ese primer año tuvimos que jugar en Oklahoma City. ¿Había estado yo alguna vez en Oklahoma City? Sí, el año anterior había jugado allí como visitante». Peja Stojaković llegó como agente libre atraído por el potencial del equipo. «Tener a Chris Paul y David West ayudó en mi decisión, además de razones económicas. Byron Scott era el entrenador, y había sido asistente en mi año de novato en Sacramento. También jugué contra él en Grecia. Es una locura». Aquel mismo año se incorporó Tyson Chandler, pero la temporada de Peja se truncó apenas dos meses después: «Me hice daño en la espalda y tuvieron que operarme. A partir de ahí, ya no fui el mismo físicamente».
«A partir de ahí, fue cuesta abajo. Siempre intentaba encontrar la forma de adaptarme, pero físicamente ya no estaba igual. Aun así, fue una bendición jugar con Chris. Era joven, pero ya mostraba lo generoso que era, lo bien que leía el juego». El propio Peja pasó a ejercer un rol diferente: «Yo pasé a ser ese tipo que abría la cancha, que espaciaba el juego para que él pudiera hacer el pick and roll con Tyson o con David». Aun con dolores, regresó al curso siguiente para vivir una buena temporada: más de 50 victorias, Byron Scott como Entrenador del Año y una serie de infarto que llevó a los Hornets al séptimo partido contra San Antonio.
Sobre Jokić y Doncic
Por último, comenta los cambios que ha habido en el baloncesto estadounidense, cuando los jugadores más importantes son extranjeros, aunque le pese a Kevin Durant. «Luka Doncic es de Eslovenia, Jokić de Serbia. ¿Los conocía antes de que llegaran a la NBA? No, eran demasiado jóvenes. Especialmente Luka… Jugué contra su padre. Su padre tiene mi edad».

Como le pasa a él, es un delirio cómo se confunden las generaciones entre padre e hijo, igual con los Sabonis: «Así es como conocí a Luka Doncic. Jugué contra su padre cuando éramos jóvenes. Y luego vimos cómo Luka apareció y explotó. Es uno de los mejores jugadores de la liga».
«Jokić, en cambio, no era muy conocido en Europa. Jugaba en un club pequeño en Serbia. Era uno de esos chicos que no se preocupaban demasiado. Seguro han visto esos vídeos… simplemente le encantaba jugar. Y Denver lo eligió en segunda ronda. Uno de los mejores de la historia». Para Stojaković este chico ha significado una ruptura con todo lo que antes se consideraba imprescindible para triunfar en la NBA.
«Han destruido todas mis creencias. Siempre pensé que había que ser atlético, rápido, fuerte… y ellos han echado todo eso por tierra. Son el ejemplo perfecto de lo que los fundamentos pueden hacer por tu juego». Antes no era así: «Cuando yo llegué a la liga, no había tantos jugadores internacionales. Ahora miras a los cinco mejores de la NBA… tres o cuatro son internacionales. Embiid, Giannis, Luka, Jokić… ¿Quién lo hubiera imaginado? Jamás lo habría pensado». El reconocimiento final es claro: «Los equipos de la NBA han aprendido a confiar. Ya no les importa de dónde vengas, sino si puedes jugar. Y el baloncesto se ha globalizado. Con las redes sociales, el talento se encuentra en cualquier rincón del mundo».
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