Entrevistas

Gregorio Parra: «Antes leías el Marca y había gente que escribía como los ángeles, ahora es un tebeo»

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Gregorio Parra

Tiene 78 años y vive donde quiere vivir, en Majadahonda, desde donde tiene las llaves de la sierra de Madrid. Pero para nosotros el suyo es uno de esos nombres que escandalizan la nostalgia: Gregorio Parra García, un periodista que no tenía la capacidad para dejar indiferente a nadie en aquellos años ochenta y noventa en las que el atletismo podía ser «prime time» en TVE con el duelo González-Abascal.

Y la voz que nos lo relataba casi siempre era la de Gregorio Parra, desde 1977 hasta 2007 cuando un ERE lo jubiló en contra de su voluntad. Y nos quedamos sin él. Sin el hombre que podía criticar igual una actuación de los hermanos Castro que gritar hasta el infinito, «gana, gana, gana», en el Europeo de Münich 2002 cuando Marta Domínguezde la que luego dijo que le engañó– venció a Sonia O’Sullivan, porque la de Gregorio Parra fue una voz inconfundible, barnizada por ocho JJOO y por la sensación de que él no se concedía a sí mismo permiso para callarse. «No le veía sentido. Me parecía más importante decir lo que uno piensa».

Desde que se jubiló en 2007  nunca ha vuelto a un estadio de atletismo, «lo que no significa que haya dejado de amar el atletismo». Pero al año siguiente de dejar TVE, en los Juegos Olímpicos de Pekín, se sorprendió a sí mismo. «No sentí necesidad de ver nada. No sabía que fuese a reaccionar así».

Tu padre quería que fueses corresponsal en Nueva York y no lo cumpliste.

No, no, mi padre que era médico, otorrino y el hombre pensaba que yo iba a ser corresponsal en Nueva York cuando le dije que quería a estudiar periodismo. Pero después con el hecho de que trabajase en TVE estaba encantado. Date cuenta que fui el primero de sus nueve hijos que se puso a trabajar.  En realidad, mis hermanos y yo tuvimos mucha suerte con nuestros padres.

Fuiste el segundo de nueve hermanos.

Cinco hombres y cuatro mujeres, sí.

¿Y cómo se desenvuelve uno en una familia tan numerosa?

Todo lo que diga a propósito de eso será bueno, porque estamos vivos los nueve, tenemos un buen nexo familiar con las cosas de la vida, sus momentos mejores y peores, estamos repartidos por España, dos en Valencia, dos en Murcia, uno en Lorca y cuatro en Madrid.

De hecho, tú vives en Madrid.

Sí, es un sitio que amo de veras y no me importaría morir en Madrid. Nací en Águilas y me siento de Lorca, pero es verdad que Madrid me encanta. Me parece una ciudad acogedora. Me siento a gusto en su entorno. He subido a todas las montañas que la rodean y ha sido una gozada.

¿Y el periodismo fue una de esas montañas que escalaste?

No, porque el periodismo siempre me encantó, y encima logré vivir de ello desde que entré en RNE en el segundo año de carrera y me doy cuenta de que soy un afortunado porque veo venir todos los días, a las cuatro de la tarde, a ese hombre o a ese mito de amplias gafas oscuras, llamado Matías Prats, que venía a llamar por teléfono en esos tiempos en los que para hacer una llamada a Córdoba te salía el Servicio de Espera.

Matías Prats Cañete.

Era como una vedette. Recuerdo que yo llevaba cinco días en la redacción de la calle General Yague y entró él. Me quedé flipado. Me saludó efusivamente con palabras muy positivas. Me dijo, «voy a entrar al despacho del jefe a hablar con mi casa». Y a los 40 segundos de marcar unos números mágicos ya estaba hablando. A mí, que necesitaba días para hablar con mi madre en Lorca, me pareció algo mágico.

¿Y cuál fue la magia?

Tardé tiempo en saber cuáles eran esos números hasta que descubrí que eran el «004 Servicio Oficial dígame». Y a mí, que soy un tipo parlanchín, me empezó a dar vergüenza que la gente se pensase que iba a trabajar allí, para hablar por teléfono con Lorca.

Gregorio Parra

¿Y te llamaron la atención?

No, qué va. A los mediados de las prácticas, Manolo Gil, que era mi jefe, me dijo que le gustaría que me quedase.

Y te quedaste.

Al principio, pensaba que no era el sitio ideal para aprender. Pero luego fui más práctico y pensé que era una manera de liberar de una carga a mis padres. Y comencé a tener un sueldo de 6.500 pesetas en el año 67. Y con ese dinero, incluso, alquilé un piso en Pozuelo de Alarcón.

Era un buen dinero entonces.

Pero a mí nunca me ha preocupado el dinero. He tenido esa suerte, y mira que nunca me han pagado mucho. Pero jamás he sentido envidia de los que cobraban más. Era feliz con lo que hacía, con las exigencias que me planteaba a mí mismo y que hacía lo posible por cumplir.

En aquella época el mundo no era tan materialista.

No, no quiero pensar que lo que digo es una respuesta de persona mayor ni que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero creo que era un mundo menos materialista que este y con más memoria. Había periodistas maravillosos. Ahora creo que el periodismo va a peor, no a mejor. Pero en esa época leías el Marca y había gente que escribía como los ángeles.

¿Y ahora?

Ahora, el Marca es un tebeo. No quiero hacer enemigos, pero creo que salta a la vista. No sé si es lo que buscan, pero…

Entonces en este periodismo de hoy no pintarías nada.

No lo sé, probablemente no. A mí me encanta el periodismo. Pero, desde luego, la TVE de hoy nada tiene que ver con la que yo disfruté.

¿Sabes lo que es un clickbait?

Ni puñetera idea.

¿Sabes que es una buena audiencia hoy en día en TVE?

Eso son números. Supongo que una buena audiencia son números. Pero como yo siempre trabajé en TVE…. Al ser una televisión pública, la referencia no era la audiencia, sino la calidad del producto que se vendía. Y en eso se falló. TVE nunca fue algo parecido a la BBC que era lo que yo creía que podía hacerse: una televisión que te formase, te informase y te divirtiese. Y menos ahora. TVE tuvo buenos momentos, pero están todos allí atrás.

¿Entonces no sabes que hace Rosana Romero, actual jefe de Deportes, que fue una de tus discípulas?

No, no, fue una de mis compañeras. Pero yo no la siento como discípula. Sí es una persona a la que quiero mucho. Y reconozco que vi los JJOO y vi la Eurocopa. Pero, si te digo la verdad, yo TVE no la veo.

¿Y no te llama Rosana para pedirte consejo?

No, por Dios. ¿Cómo va a llamarme a mí? Además, nadie tiene que pedirme consejo. No soy quién para dar consejos a nadie. Procuro estar muy lejos de eso.

¿Y si yo te pidiera consejo no me lo darías?

Hablaría contigo. En general, nos entendemos fácilmente. Te doy esta entrevista porque a ti no te puedo negar nada, nada más. Pero yo pienso que ya soy un personaje amortizado.

Estuviste en ocho JJOO.

Una suerte, un privilegio. Yo no podía ser como algunos compañeros que iban a los de verano e invierno porque mi especialidad era el atletismo. Pero siempre les decía en la redacción que los JJOO empezaban cuando arrancaba el atletismo. Todos me miraban sorprendidos y me decían «no, es que hoy empieza el atletismo», pero la realidad es que el atletismo llegó a meter 100.000 personas en un estadio como en Sidney que, para mí, fueron los mejores JJOO de la historia.

Tus primeros JJOO fueron Munich 72.

Me los pagué yo y me acreditó RNE. Fui a mirar, a disfrutar de momentos como el triunfo de John  Akii-Bua en los 400 vallas que miraba hacia atrás y se reía de su perseguidor… Pero, sobre todo, fui a pasarlo bien sin responsabilidad ninguna. Me alojé en un hotel con los compañeros de televisión. No tenía a nadie en Alemania para recurrir a ellos y no existía el B&Bs.

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Sigues viajando por el mundo.

No tanto, pero trato de hacer viajes que nos ilusionan a mi mujer y a mí. Estoy en esa etapa de disfrutar. Mira, para mí, la vida es un recorrido que lo divido en tres plazos. 30-60-90. Los primeros 30 años para aprender. De 30 a 60 para desarrollar lo que has aprendido. Y de los 60-90 para disfrutar de la vida. Pero, sobre todo, entre los 30 y los 60 empiezas a adquirir algo maravilloso que es la  experiencia, que te permite distinguir el grano de la paja.

«Me esforcé toda mi vida por saber más que los ratones colorados».

Es una frase mía, efectivamente. Era consciente de que trabajaba en el medio de comunicación  más poderoso de España como era TVE. Tenía que estar a la altura. La forma de lograrlo era prepararme. Desde el principio, entendí que la cámara no estaba hecha para mí.

De hecho, yo no quería salir en imagen. Siempre pedí a mis compañeros realizadores que no se me viese. Para eso están los presentadores que, además, luego a lo largo de su vida sacan crédito de haber salido en televisión porque hacen galas, presentaciones… En definitiva: es una forma de seguir ganando dinero de color negro después de jubilarse. Pero a mí eso no me interesaba.

Entonces nunca te posicionaste para presentar un telediario.

Sólo lo hice una vez y fue una experiencia horrorosa: entendí que esa no era la función que yo quería hacer en televisión.

Desde 1977 a 2006 fuiste la voz del atletismo en TVE.

Tuve esa suerte de que confiasen en mí, sí.

Y entonces casi todo el mundo sabíamos quienes eran Antonio Prieto, José Luis González, José Manuel Abascal…

Y Mayte Zuñiga y Antonio Corgos y Antonio Serrano… había muy buenos atletas…. Y sólo había dos canales de televisión y yo era uno de los privilegiados que lo contaba.

¿Y es verdad que los atletas suele ser gente vanidosa, egoísta?

Todos no, pero, en general, los seres humanos somos vanidosos. A mí me horroriza eso. Recuerdo que una de mis referencias profesionales, que era un maravilloso periodista de radio y televisión, Juan Antonio Fernández Abajo, nos decía en verano a las diez de la noche a la gente que trabajábamos con él en TVE: «¿nos vamos al cine?»

Nosotros le contestábamos, «pero donde vamos a ir si no tenemos las entradas» y él decía, «no es problema, eso lo arreglo yo» y llegaba a la ventanilla del Coliseum, de los cines de la Gran Vía… y siempre le decían: «Hombre, Don Juan Antonio, ¿qué quiere usted?’. ‘Pues, nada, que vengo con unos compañeros, ¿tiene usted cuatro entradas?» Las pagábamos, ¡eh!, pero las tenían, nos las daban y veíamos las películas pero eso era gracias a Juan Antonio. Él no era vanidoso pero sí sabía que tenía esa influencia y la utilizaba.

¿Y eso no es vanidad?

A mí nunca me pareció que fuese vanidoso, pero, en cualquier caso, tuve muy claro que yo tenía que huir de eso, que no quería que me sucediese a mí. Es más, procuraba que nadie me conociese. Me gustaba andar por la calle como un ser maravillosamente anónimo.

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Y que no te invitasen en los restaurante o te impidiesen pagar por ser un periodista conocido.

Eso nunca lo deseé. Son muy pocos los sitios donde he sido invitado. He sido de responder de mis gastos. Y te puedo contar que en la profesión había un ranking que lo llamábamos de gañoteros. Y allí se distinguía entre medallas de oro, de plata y de bronce. Y lo que eso incluía era comer gratis en un restaurante de más o menos estrellas y rematar con un Montecristo, porque de gañoteros andábamos sobrados. A partir de comer cinco veces gratis en un mes uno pasaba a categoría superior.

¿Y quiénes encabezaban ese ranking?

Recuerdo los nombres de periodistas que aún están en activo como Carlos Herrera, Roberto Gómez… que, además, lo contaban orgullosos. Yo, por suerte, no caí en esa trampa.

En la Federación Española de Atletismo te llamaban el «hijo de puta de Parra».

No, eso me lo llamaba el señor Odriozola. Una persona de la que es preferible no hablar que no me aportó nada ni creo que haya aportado nada al atletismo, aunque se pasase 28 años de presidente. No cumplió lo que prometió de luchar contra el dopaje. Un ser pequeño. Que le vaya bien.

Dices que no consiguió echarte.

No, seguro que lo lamentó muchas veces. Pero hubo algún imbécil que dio la noticia de que habían conseguido mi cabeza. Y eso era mentira, porque ninguno de los altos responsables de TVE accedió a eso, quizá porque yo era, o intentaba ser, un buen currante. Es de las cosas que me puedo enorgullecer toda mi vida: de haber sido leal a mi empresa y de esforzarme por hacer las cosas cada día mejor.

A veces no es suficiente ser un buen currante. ¿Cómo un hombre como tú, que no se callaba ante nada, pudo durar tantos años en la misma empresa?

Los altos responsables, que no sabían mi desempeño, lo consultaban a las personas que sí lo sabían y de todos logré buenas calificaciones. Es la realidad. Por lo tanto, así la cuento. Por suerte hace años luz de aquella situación y ya no tengo capacidad de rencor. No es un  mérito mío. Es una suerte que tengo. Hice caso a mis padres que me decían que la gente que no es buena, bastante tiene con soportarse a sí misma.

Pero todos los compañeros, que tuviste en TVE, eran buenas personas.

Unos mejores que otros. Con unos llegabas más. Con otros menos. Las personas que han permanecido en mi vida de TVE las cuento y me sobran los dedos de una mano . Alguno porque lo veía de uvas a peras. Pero amigos, amigos, creo que ahora ninguno. La palabra amigo tiene una grandeza a la que la profeso verdadero respeto.

¿Y cuál fue el desengaño más fuerte?

Quizá Paloma del Río. Me sorprendió mucho. Ella y yo hablábamos mucho de las cosas que no debíamos hacer nunca o cuando fuésemos elegidos jefes. En aquella época madrugábamos. Muchas mañanas, antes de entrar, veníamos por el Retiro a dar un paseo y a hablar y nos contábamos.

Cuando se produjo el ERE del año 2007 en TVE, Paloma se quedó. Me desilusionó su comportamiento con muchos de mis compañeros de entonces. No se portó bien con la gente, y eso me lo contaron a mí mis compañeros. Y le escribí a ella, incluso, y nunca me contestó.

Ahora, si ella está bien, me alegro. Muchas veces que paso por la casa de su madre y sus hermanos en Majadahonda me acuerdo de ella, aunque creo que ya no vive aquí, que se fue a vivir a Bilbao, en fin…

Tú llegaste a ser redactor jefe de Deportes.

El que trataba de ordenar, de repartir, sí. Pero siempre era una situación incomoda. Había gente que quería escaquearse. Me permitió distinguir bien a quienes les gustaba trabajar de los que no. Había gente que disfrutaba de lo que hacía como Paco Grande, que es un gran profesional, pero había otros… Y a esos otros les pagaban igual que si fuesen buenos. Ahora bien, si ellos están en paz… Llevo mucho tiempo disfrutando de la vida. Así que hablar de gente que no fue honesta o que fue rácana con su propia empresa y que se aprovechaban de ella…, no sé qué sentido tiene.

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¿Nunca te aprovechaste?

Claro que me aproveché. Disfruté mucho con los viajes que me pagó TVE. Di vueltas al mundo haciendo el serial de «Los dioses del estadio». Seleccioné los 126 personajes que iba a entrevistar. Gracias a ellos estuve con los más grandes atletas de la historia. Entrevisté a todo lo que se te ocurra.

Valery Borzov, Henry Rono, Viktor Saneiev, Joao Carlos de Oliveira o Willie Banks, que me contó en Tokio, donde estaba trabajando aquella vez, cuando requirió en Estocolmo los aplausos de la gente que estaba callada para no perturbar la concentración de los saltadores. Aquello marcó un antes y un después en la historia y yo estaba allí.  Desde entonces, ¿cuántas veces hemos visto a los saltadores dar palmas para que el publico les acompañase? Yo mismo lo retransmití para TVE.

¿Cómo se puede agradecer?

Mi forma de agradecerlo era querer hacerlo mejor. Ese era el entusiasmo. Es verdad que tenía gente que me ponía a parir pero yo decía «otros vendrán que bueno me harán».

¿Y te han hecho bueno?

Hay gente que me dice «Gregorio, cómo me acuerdo de ti», pero no soy quien para decirlo ni para hacer frente a esa pregunta.

Además, el halago debilita.

En mi caso, no. Me dejé pocas veces halagar. No consentí que nadie debilitase mi exigencia. Tenía claro lo que debía hacer y cómo hacerlo. Incluso, por las noches, cuando llegaba a casa,  antes de acostarme, escribía en una agenda las noticias que más me habían llamado la atención en la sala de teletipos de televisión en la que yo pasaba horas, porque entonces no existía Internet.

Cuando empecé a ganar dinero me suscribí a las principales revistas de atletismo que conocía por el mundo. Si una de mis parejas no los hubiese quemado, tirado o destrozado tendría cientos de libros y revistas de atletismo de todos los países en los que las compré, hasta en la República Democrática Alemania….

¿Y las quemó?

No lo sé, pero lo que sí sé es que no siguieron estando en una propiedad que era de ambos.

¿Has sido un hombre difícil?

No lo creo.

¿Y autocrítico?

Según mi actual pareja, no. Pero cuando trabajaba sí era muy autocrítico. Sabía cuando lo había hecho bien o no cuando terminaba la retransmisión. Pero, fuese como fuese, siempre había tratado de disfrutar y de contar con luz y euforia lo que el atletismo transmitía.

¿Y por qué atletismo?

La vida me llevó a deportes.  Al principio, a montajes de partidos de fútbol en «Estudio Estadio» en TVE hasta que en el 77 me propusieron retransmitir una competición de atletismo en Eslovenia en la que debutó Martí Perarnau. Y fue nada menos que a mí, que no había pasado de 6,60 metros en salto de longitud ni de 1,76 en altura saltando a tijera.

Llegaste a trabajar en «Informe Semanal» con Jesús Hermida.

Bueno, bueno, eso no es realmente así. Yo era el mosqueperro que estaba allí para cuando necesitaban una noticia de deportes. Y entonces, sí, me llamaban. Pero es que yo también fui un soldado raso y bien orgulloso que me siento. Sobre todo, porque a partir de ahí alguien vio algo en mí que me elevó al siguiente piso.

Y me atreví. Pero lo que nunca quise ser era jefe, porque ser jefe es complicado. Cuando uno es jefe y habla poco ya tiene mucho ganado y yo no hubiese valido. No hubiese sido bueno. Hubiese fastidiado a la gente.

Sí tuve un compañero al que he querido mucho que podía haber sido un jefe maravilloso. Ramón Pizarro, que tiene una cabeza prodigiosa y es una persona a la que quiero mucho. Ya se jubiló y se fue a vivir a Cádiz, pero sigo teniendo relación con él. Tenía todas las cualidades para haber sido jefe. Pero yo no. Así que me conformé con sentirme satisfecho.

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Y lo lograste.

Honestamente, creo que sí. Tengo razones para sentirme feliz con mi recorrido. Sé que había gente bien preparada y, sin embargo, el que viajaba era yo. Por eso tenía que estar a la altura y la única forma de estarlo en aquellos tiempos era la de buscar información, la de leer y la de decir lo que uno pensaba. Podía hacerlo, porque yo no trabajaba en política, sino en un territorio como el atletismo que te daba libertad plena.

Recuerdo que nunca congenió con José Luis González de comentarista.

José Luis González fue un grandisimo atleta. José Ángel de la Casa y yo le  propusimos que nos echase una mano en el Mundial de Sevilla 99, porque hay cosas que sólo pueden aportar los atletas y entonces creímos en él como en Teresa Rioné. Y, mientras Teresa lo hizo de maravilla, Pepe no.

Pepe quería ser siempre el protagonista. Yo le decía «tranquilo, Pepe, ya te dejaré tu minuto para que hables cuando llegue el momento». Pero él no supo ser ni noble ni leal. No tengo relación con él desde hace muchos años. No merece la pena seguir hablando de eso.

En aquel Mundial de Sevilla 99 nuestro ídolo fue Yago Lamela.

Sí, ya lo creo. Pero Yago era un hombre difícil. Tuve muy poco trato con él. Era huidizo. No había opción. Nadie, ningún periodista puede decir que era amigo de él. Yago no lo propiciaba.

Y falleció a los 36 años.

Cuando uno muere a esa edad hay que compadecerle. Es lo que acabo de decirte. Yo no tuve capacidad para hablar con él.

Es difícil hablar de la muerte.

Siempre digo que a mí me gustaría morir valiéndome por mí mismo. Muchas veces se lo decía a mi madre y se lo he dicho a mis parejas. No quiero que la persona que me quiera me cuide el día que no pueda valerme por mí mismo. Vi morir a mi padre de Alzheimer y eso es durísimo. Pero, si algún día me sucede, ¿seré capaz de recurrir al suicidio? Te aviso que no me tiraré de una novena planta sino que me tomaré una pastilla que me lleve dormido al otro barrio.

¿Entonces no descartas el suicidio?

No lo descarto, no. No quiero que las personas a las que quiero mucho como mi actual pareja tenga que sacrificar su vida para cuidarme. No quiero esa tarea para ella. Prefiero morir.

Tienes 78 años.

Pero me veo bien para aguantar seis o siete más.

Y, además, sigues conduciendo.

Pero voy a dejar de hacerlo cuando cumpla los ochenta. O a lo mejor antes. Ya no conduzco bien por las noches. No me siento seguro. Ya no disfruto con el coche. Ya no corro. Ya no paso de 120. Y mira que me encantaba. Yo he hecho Madrid Bilbao en 2 horas, 30 minutos. Eso era volar. Ahora pienso qué suerte tuve de hacerlo.

Estuviste a punto de perder la vida en el coche.

Pero no fue culpa mía. Fue un tipo que venía en dirección contraria a la mía en mi carril. Iba a mi casa a Las Rozas. Fue el 3 de abril de 1988 en el túnel de la Ciudad Universitaria tras venir con mi mujer y mi hija de un operativo en una Final Four de baloncesto en Münich. No sé cómo escuché al sanitario de la ambulancia decir de mí, «está fiambre». Tuve mucha suerte. Una vez me pidieron que fuese a un programa de televisión para dar testimonio de eso y contar lo que se siente.

Pero no fui porque es mentira. No se siente nada. No te da tiempo a sentir. Sólo te puedes sentir afortunado una vez que pasó todo, porque se rompió el cinturón de seguridad y caí al suelo. La primera persona que vino a recogerme se creía que estaba muerto. Hasta que vino el otro sanitario y me encontró el pulso.

Gregorio Parra

Luego, ganaste la batalla en la UCI.

Pero nunca supe el médico que me salvo la vida, porque te insisto: yo me estaba muriendo. Me tuvieron que rajar el estomago y ahí se vio que el hígado había sufrido un estallido y estaba roto. Había que coser e inyectarme tres litros de sangre. Eso me salvó la vida. Mi hermano mayor, que es médico, me dijo que el  98% de las personas en mi situación hubiese muerto.

Y sigues vivo.

Pero no se me ocurre pensar que eso era una señal de que iba a vivir muchos años. La fortuna es que todavía tengo sitios a los que ir y disfrutar. Aun tengo el cariño de la gente y la ilusión mínima por recuperar a mi hija.

A tu hija.

Esa ha sido la derrota más cruel de mi vida, que mi hija se apartase de mí por la maldad de su madre. Si quería hacerme daño lo logró. Me ha hecho mucho, mucho daño. Es imposible de cuantificar. Pero yo sigo queriendo a mi hija.

¿Tu hija leerá esta entrevista?

No lo creo, pero la vida son casualidades, quién sabe, a lo mejor lo lee, no lo sé. Pero no lo cuento para que ella lo lea. De hecho, yo le escribo, le sigo escribiendo correos que no contesta, ¿por qué?, no lo sé, esa es la pregunta que más me duele.

Todavía queda tiempo.

Eso espero, y mira  que me considero una persona que ha tenido suerte en la vida al ser hijo de los padres que tuve, la familia que tengo y por haber tenido la fortuna profesional. He conocido mucha gente que se merecía haber sido magníficos periodistas. Tenían condiciones, pero la vida atropelló sus sueños. Sin embargo, yo fui muy bien tratado por esa misma profesión, ¿por qué yo sí y ellos no? ¡menuda pregunta!

Es importante pensar en los demás.

Creo que tengo amigos, gente a la que quiero mucho. A veces incluso tus hermanos pueden ser amigos. Y toda esa gente de la que te hablo está muy repartida por el mundo y aún así seguimos hablando.

Hablo hasta con gente mayor, con gente que conocí cuando tenía nueve años y setenta años después sigo disfrutando de esa persona, de su inteligencia, de su generosidad. Eso no solo se puede pagar con agradecimiento y con cariño.

Pero eso también es triunfar.

Me siento bien pagado con los amigos que tengo. Para mí, el éxito material es secundario. Tengo suficiente con tener un sitio donde estar y donde dormir. Tengo suficiente dinero para vivir y no quiero más. Trato de ahorrar para seguir viajando, para mis caprichos, para comprar regalos a seres pequeños que están creciendo, a gente que forma parte de mi familia, a mis sobrinos… ¿Cuánto tiempo me va a permitir la vida seguir haciendo eso? Para mí, lo más bonito es ver las sonrisas de los niños. Son los seres en los que más me fijo.

¿Y qué aprendes de ellos?

No aprendo, pero me divierten sus reacciones, me divierte su generosidad, me divierten sus sentimientos… Es verdad que hay de todo. Hasta en mi propio vecindario. Pero los niños tienen la ingenuidad de no haber tenido malas ideas. Con eso ya marcan diferencias.

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¿Cómo hubiese sido esta entrevista hace 35 años?

Siempre he tenido tiempo para atender a mis amigos. Nunca he dicho «es que no te he podido escribir porque estaba muy liado». Jamás. Todos tenemos tiempo y dinero para hacer lo que queremos en algún momento de nuestra vida. Eso siempre me lo decía mi madre. El dinero sólo sirve para comprar algo. Pero con el dinero no se puede comprar solidaridad, emoción ni pasión. Eso está contigo o no está. No debemos supeditar nuestros intereses al dinero que tenemos.

«El periodismo sin pasión no merece la pena».

Totalmente. Alguien que quiera compartir lo que pasa en el mundo y no sienta pasión no lo contará bien. Por eso yo tuve la suerte de que me apasionaba lo que hacía. Además, el atletismo es la manifestación más pura del ser humano luchando en su hábitat. El culmen de la exigencia como yo aprendí de mi padre cuando me decía: «no tienes por qué ser el mejor, pero sí el más exigente contigo mismo».

Y hoy,  que toda mi vida laboral ya pasó y que casi ha pasado el tiempo para recordarme, aquí me tienes feliz: feliz de haber cumplido, feliz de haberme emocionado y de haber intentado emocionar a la gente y, eso sí, con una única pega: los atletas que me engañaron por dopaje y que no supe darme cuenta, porque eso también es duro: que le engañen a uno y no se dé cuenta, pero, en fin, a todos nos pasan algunas cosas malas en la vida.

¿Recomendarías a un chaval estudiar periodismo?

Es una pregunta difícil. La profesión pasa por un momento fatal. Yo creo que no se va a recuperar. Muchas veces tú mismo me has dicho que te dicen que el periodismo que haces ya no está de moda. Pero por suerte todavía tenemos periodistas que se apoderan de nuestra atención cuando les escuchamos hablar o les leemos y son capaces de describir con las palabras precisas lo que está pasando.

¿Quién te emociona ahora?

Hay poca gente, pero, para mí, es una referencia obligada Carlos Alsina y también me gusta mucho Dieter Brandau. En cualquier caso, hay muchos jóvenes, hombres y mujeres, que tienen ideas especiales, ¿cuántas chicas estamos viendo en Palestina que están haciendo un gran trabajo?

Y entre todos ellos Matías Prats se mantiene al pie del cañón.

Matías es un hombre de otro tiempo. Un tipo inteligente que ha sabido hacer lo que sabe hacer y no se ha metido en lo que no sabe hacer. Y cuando ha tenido dudas ha sabido pedir ayuda a gente que se la podía dar. Y eso es inteligencia. Pero tampoco nos engañemos. Matías Prats nunca fue una referencia periodística. Otra cosa es si hablamos como presentador. Sí. Entonces sí.

Y qué es más difícil, ¿ser un buen presentador o un buen periodista?

Sin lugar a dudas, lo segundo. Pero hay gente que es muy buen presentador y muy buen periodista. No son dos facetas incompatibles. Se me ocurre Alsina que escribe maravillosamente y que habla maravillosamente en la radio. Pero, además, cuando escribe una cosa dirigida a un presidente del Gobierno, no sólo es lo que escribe, sino como lo lee.

Llegaste a entrevistar a 126 atletas, entre ellos Sebastian Coe.

Sí, a Sebastian Coe le entrevisté por mediación de Samaranch en Bristol adonde Coe había ido a ver un desfile de ropa interior femenina, claro que lo recuerdo.

Te faltó Carl Lewis.

Lewis tenía un manager terriblemente monetarizado. Decidimos que lo haríamos al final de la serie, porque, como me dijo Herbert Elliot, en la primera entrevista que hice en Melbourne en 1988, ya llegará.

Recuerdo que Elliot me preguntó a quienes iba a entrevistar. Nada menos que un hombre como él que había sido campeón olímpico en Roma en 1960 y que nunca conoció la derrota en 1.500. Le pasé la lista y la repasó y recuerdo que me dijo: «Cuando usted haya hecho diez entrevistas más, todos querrán formar parte de su historia».

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¿Y?

Amparado por eso, dejamos a Carl Lewis para el final, para que se fuese cocinando a fuego lento. Pero luego ocurrió lo que nunca podía imaginar. El Consejo Directivo de RTVE había dado el sí para este serial, a modo de tarjeta de presentación de la cadena en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, porque era un programa hermosísimo dedicado al deporte rey por excelencia, peroalguno de los jefecitos o jefazos pensaron que no iban a emitir el programa.

Me pareció una imbecilidad que se hiciese eso. Pero la realidad es que nunca se emitió. Nunca supe quién fue el maldado que le puso final a la serie y no me dio tiempo a hacer la entrevista a Carl Lewis.

No todas las vidas son perfectas.

Sin lugar a dudas, y es importante admitirlo cuanto antes.

¿Y cómo fue el día después de la jubilación?

Yo no quería apuntarme al ERE, porque me sentía en deuda con TVE. Me había dado mucho. Entendía que podía ayudar a jóvenes periodistas a moverse en el mundo. Había personas que pensaban como yo, pero otros decidieron que no.  Así que ni me acuerdo del último día en el que abrí los cajones. Sí recuerdo mi última retransmisión de las series  mundiales de Sttrutgart que la hice desde Madrid porque ya empezaba a no viajarse a todos los sitios. Llegaban las vacas flacas.

«Siempre me consideré el periodista con mayor posesión de datos. No es una cuestión de vanidad sino de exigencia».

Siempre mantuve viva la exigencia y la exigencia no es vanidosa. De hecho, yo nunca guardé ninguna transmisión de las que he hecho. Lo que hice ahí quedó. Sé que puse todo el empeño posible. No pude hacer más.

La gente lo habrá pasado bien o mal conmigo, pero yo hice mi trabajo entre otras razones porque estaba allí como en la Copa del Mundo de 1985 en Camberra (Australia), donde sólo estábamos José Ángel de la Casa y yo, los únicos periodistas españoles que vimos en directo el récord de Marita Koch en los 400 metros (47,60) que aún está vivo. ¿Cómo se puede pagar eso? La vida no sólo es saber. También es estar y yo estaba.

Escribiste un libro y lo autoeditaste.

Fue un regalo para mi familia. Un recuerdo para mi madre. Cuando iba a verla a Lorca, los hermanos nos turnábamos para acompañarla cada fin de semana en sus últimos años, y yo se lo decía: «mamá, estoy escribiendo un libro que va a ser un homenaje a tí». Y fui muy feliz al escribirlo. Pero también sé que ahora lo habría escrito infinitamente mejor.

He aprendido de los errores que cometí. Ahora hubiese sido más ordenado. Pero aun así creo que me salió un libro digno. Empecé a escribirlo en 2007 y lo terminé en 2015. Nunca tuve prisa. Las prisas no han invadido nunca mi territorio.

¿Y por qué no has vuelto a escribir?

Porque no soy escritor y para escribir hay que tener historias para contar y yo no las tengo. Tampoco tengo esa facilidad. Aquel libro supuso un gran esfuerzo. Por eso fue el único. Ahora, ese tiempo se lo dedico a las personas a las que quiero. Prefiero conocer gente, disfrutar de esa gente, aprender de ellos.

Si pudiésemos leer todo lo bueno que se escribe sería maravilloso. Pero ni los más grandes de la historia pueden hacerlo. No hay tiempo material. Por eso hay que aceptar nuestras limitaciones y a mí la única limitación que me molesta en esta vida es haber perdido a mi hija. Ansío volverla a ver. No la veo desde 2007. Pero la sigo queriendo como el primer día.

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¿Y si mañana se reencuentra con ella?

Pero es que eso no depende de mí.

¿Qué te queda por hacer?

Disfrutar de la vida, ¿te parece poco? La vida es un regalo maravilloso. La vida es un regalo en el que ahora mismo estamos aquí tú y yo hablando. La vida cada día nos permite hacer fotografías maravillosas con el móvil que luego nos ayudan a recordar. La vida no es maldad, la vida es disfrutar en la medida en la que se pueda y ésa es una exigencia que cada uno puede prepararse para cumplir.

¿Qué te faltó por contar en TVE?

Podría haber contado muchas de mis anécdotas vitales. He tenido muchas. Tengo un mosqueperro en Murcia que se llama Pablo Parra, que es catalán y que trabaja en una emisora de radio que siempre me dice: «¿cuándo vas a contar tu historia?» Y siempre le respondo que nunca. Mi historia no interesa a nadie.

Es verdad que hay muchas cosas que contar, pero si no interesan a los demás pierden todo valor. Por eso ya no escribo, prefiero dedicar ese tiempo a leer porque sé que aprenderé más. Y a mi edad todavía se puede aprender.

Al final, la vida son sentimientos y yo sólo soy uno más de esos sentimientos. Por eso siempre digo que vivo para relacionarme con la gente, para trasladar mi cariño y para recordar que cada día es maravilloso. Desde mi casa en Majadahonda me levanto y veo las montañas de la sierra, ¿cómo no me voy a considerar un afortunado?, con la paz de transmite ese cuadro.

6 Comentarios

  1. Miguel Escalona

    Me alegra saber de ti. Un abrazo Gregorio

  2. Jose Andres

    Qué gran entrevista a un incomparable narrador. El mejor que ha tenido TVE (José Angel de la Casa era magnífico, también en fútbol, pero no llegaba al nivel de Gregorio), que deja a la altura del betún a todos los gritones y gritonas que han pasado por el puesto de narrador de atletismo en la pública. Especialmente los de ahora, que son absolutamente espantosos. Y de Paloma del Río, qué decir, salvo que es una de las periodistas más repugnantes e insoportables que ha pasado por ese ente. Qué pena que no se hubiera jubilado en 1984.

  3. Gonzalo Martín Marín

    Hola, Gregorio. Estupenda entrevista; magníficas respuestas. ¡Qué tiempos desde la vieja escuela de periodismo [EOP] ! Un abrazo.

  4. Se nota bastante rencor y amargura en sus palabras. Al menos, ha viajado mucho y ha podido jubilarse dignamente. En fin, la vida es un asquito.

  5. geógrafo informado

    Primera frase y ya mal. No existe la Sierra de Madrid. Sierra de Guadarrama, Somosierra, pero la sierra de Madrid no existe. Hasta las pelotas del ombliguismo madrileño paleto.

  6. Rappael DellaGuetto

    Qué gracia nos hacía a mi hermana y a mí cada vez que decía «Frutos Feo» con su voz nasal.

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