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Borja Bauza: «En España el fenómeno ultra está menos asumido y más perseguido que en otros países de nuestro entorno»

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Borja Bauza

La historia es bastante cíclica; muchos fenómenos se repiten. Comentaba Florentino Pérez, para justificar su Superliga, que los niños y los adolescentes estaban dejando de seguir el fútbol en directo porque les aburría. Hay diversos estudios de hábitos de consumo que apuntan en esa dirección, sin embargo, no es un fenómeno nuevo. En España, ya ocurrió a finales de los 70 y principios de los 80, cuando las gradas empezaron a envejecer como los tendidos de las plazas de toros. A los jóvenes les interesaba más el rock y otros fenómenos. Conscientes del problema, cuando los presidentes se encontraron con la formación de grupos ultras en sus fondos, se alegraron y trataron de fomentarlo. Por fin algo volvía a traer chavales a los estadios. El resto es historia. En no pocas ocasiones, teñida de sangre. El periodista Borja Bauza (Madrid, 1985) ha relatado toda la evolución del fenómeno ultra en España en ‘La tribu vertical’ (Libros del KO, 2024), un estudio que cuenta con profusión de fuentes y, sobre todo, de anécdotas impensables hoy. O eso creemos.

¿Por qué surgieron en Europa grupos de jóvenes aficionados al fútbol y a destrozar trenes y dar palizas?

Eso lo hacían sobre todo en Inglaterra. En Italia las cosas eran algo diferentes; había más diversidad. Podríamos decir que el hooligan –el «modelo» inglés– tiene la violencia por bandera. Aunque luego la combine con otras cosas, la pelea es su prioridad. Luego está el ultra, el «modelo» italiano, que es un arquetipo mucho más polifacético.

Hay ultras a los que les tira mucho la violencia, pero también hay otros a los que según el día, algunos a los que no les interesa demasiado –prefieren dedicar su tiempo a la grada, las coreografías, la animación–, e incluso ultras a los que no les gusta y se muestran críticos con ella.

¿Por qué empiezan a aparecer chavales así en los fondos de los estadios de Inglaterra, Grecia e Italia en los 70?

Esa es la gran pregunta. Hay varias teorías al respecto, algunas bastante interesantes, como la que mete en el candelero las dinámicas de la Europa de posguerra y el rol de la juventud continental en ellas, pero a mí no termina de convencerme ninguna. Parcialmente quizás, pero no íntegramente. Entre otras cosas, porque hablamos de lugares muy diferentes. La Inglaterra de los sesenta, la Grecia de los sesenta, la Italia de los últimos sesenta y los primeros setenta…

¿Tiene que ver con la clase obrera, con la alienación de las personas y la soledad, con la sensación de sentirse alguien dentro del grupo, de la masa, porque tienes una vida mediocre?

En algunos casos habrá sido así, pero no deja de ser un estereotipo. En España, en los fondos, siempre ha habido gente de su padre y de su madre. Puede que al principio la clase obrera, la chavalería de barrio, fuese predominante. Pero incluso entonces solo era eso: predominante, no la única realidad social. Y tampoco en todos los lugares. En Valencia, por ejemplo, muchos de los primeros alborotadores eran más bien tirando a clase media. Con lo cual no hay una regla. Ha sido un fenómeno bastante diverso también en ese sentido.

Siempre me ha dado la impresión de que todo ese discurso que dice que los radicales del fútbol son personas procedentes de familias desestructuradas, con una vida mediocre, peña traumada, psicópatas y etcétera es un constructo acuñado por una sociedad que siente la necesidad de poner tierra de por medio.

Como el ultra me genera rechazo, pues me saco de la manga que a esa persona le pasa algo, que tiene una vida totalmente diferente a la mía. Claro que hay gente así; peña que está tocada del ala, o solísima, y encuentra en el fondo del estadio de turno un refugio. Y eso te lo reconocen en todos los grupos. Pero por lo que sé y he podido observar, esa visión no refleja el perfil más común.

La mayoría de ultras que conozco tiene una vida al margen del fútbol de lo más normal y, en muchas ocasiones, satisfactoria en lo personal.

En España, dices en tu libro, la clave para su aparición fue el Mundial 82

El Mundial supuso un espaldarazo, pero ya había movimiento antes. En el fondo sur del Vicente Calderón había gente armando bulla desde los primeros setenta. En el Ramón Sánchez-Pizjuán desde 1975. En el Betis te citarán a la Peña El Chupe, que es de 1969, aunque no sé si era como la peña Biri-Biri sevillista o algo más tranquilo, pero en cualquier caso de ahí salen luego los Supporters Gol Sur.

En el Molinón también había un par de grupos dando ambiente. Y en dos de las tres capitales vascas, Bilbao y San Sebastián, igual: ya había vida en los fondos antes del Mundial 82. También en Barcelona, Cádiz y Salamanca.

Los chavales de aquella época ya habían visto lo que había en Italia e Inglaterra gracias a los kioscos que traían revistas de importación, como Guerin Sportivo, y por los reportajes con un enfoque europeo como los que aparecían de cuando en cuando en Don Balón. Lo que pasó en el Mundial fue que pudieron ver en vivo y en directo a los que aparecían en todas esas fotos e informaciones. A los ingleses, sobre todo, porque los italianos, aunque ganaron el torneo, tampoco dieron mucho de qué hablar.

Los hooligans ingleses, en el País Vasco, pasaron bastante desapercibidos. Sin embargo, al superar la fase de grupos y desplazarse a Madrid empezó a registrarse jarana. En parte porque no todos los que habían estado en el País Vasco se desplazaron a Madrid; muchos regresaron a casa y solo viajó a la capital una pequeña parte.

Precisamente, por ser pocos, se comieron todas las emboscadas que les hicieron militantes de extrema derecha –gente de Fuerza Nueva y del Frente de la Juventud– por el tema de Malvinas y Gibraltar. Hubo varios apuñalados y uno de los ingleses, Mark Buckley, no murió de milagro. Y eso que en aquella época esos grupos de extrema derecha ya estaban en declive.

Una de mis fuentes –uno de los fundadores del Frente Atlético, que entonces militaba en el Frente de la Juventud– me dijo que fue entonces, durante esos encontronazos, cuando se dieron cuenta de que había que darle una vuelta de tuerca a lo que se hacía en España. Al mismo tiempo, algunas de las personas que pusieron en marcha los Ultras Sur estuvieron confraternizando con los ingleses. Bebiendo. Ellos también recibieron esa influencia directa.

De este episodio, me hace gracia el detalle de que la policía española publicó en la prensa inglesa un aviso a los hooligans diciendo que no se iba a cortar con ellos

Sí, los ingleses ya tenían pésima fama y se publicó un anuncio en un periódico llamado Liverpool Echo unos días antes del Mundial avisando de que mejor viniesen relajados porque en España tonterías las justas. Hay hasta una película, Arrivederci Millwall, que relata la tensión entre la policía española y los hooligans ingleses en el Mundial.

En España sería raro que hubiese una película contando, no sé, un viaje de los Ultras Sur a Eindhoven, pero allí hay sustrato para que surja un producto cultural así

Sobre todo en el Reino Unido, principal productor de películas de esa índole y el lugar donde hay todo un género conocido como «literatura hooligan» cuyos libros se encuentran hasta en el aeropuerto. Son sobre todo libros de memorias, aunque hay alguno más transversal.

En ningún otro lugar, que yo sepa, se da algo similar. Italia tiene algunos libros y dos o tres productos cinematográficos, pero no es comparable. Argentina también cuenta con alguna cosilla. Y luego tienes productos culturales sueltos en Polonia, Alemania, Rusia, la República Checa o los Balcanes.

En España, lo que tenemos son algunos trabajos académicos, como los del historiador Carles Viñas, que han tratado de arrojar luz sobre el fenómeno al margen de enfoques más sensacionalistas como, por ejemplo, el que presenta Diario de un Skin. Un libro que, por otra parte, lo que busca es explorar el entramado neonazi español y el rollo rapado asociado a él. Habla de gradas, sí, pero no es el tema central del libro.

Borja Bauza

Barrionuevo pidió perdón por el trato que le dio la policía a los hooligans en el Mundial

Fue cuando todavía era concejal de Seguridad en el Ayuntamiento de Madrid, en la época de Tierno Galván, y a raíz de unas cargas que realizó la policía poco antes del partido entre España e Inglaterra. Es que debieron de excederse un poco bastante.

Esa es al menos mi conclusión después de leer que varios corresponsales ingleses, quienes por lo general eran muy críticos con sus hooligans, pusieron el grito en el cielo en sus crónicas. Así que sí: las cargas debieron ser bastante duras y les debieron desgraciar de tal manera que, después de que la prensa británica pusiese el grito en el cielo, llegaron las disculpas.

¿Cuál es el origen de la palabra ultra en el fútbol?

Según los fanáticos de la Sampdoria, la palabra «ultras» es el acrónimo de una pintada hecha por alguien de los suyos contra el otro equipo de la ciudad, el Genoa, en una de las paredes de Génova. Uniti Legneremo Tutti Rossoblu Ancora Sangue, creo que decía. Algo así como «Unidos apalearemos a todos los azulgrana hasta que sangren», en alusión a los colores del Genoa.

Esta es una teoría que algunos disputan –gente del Torino, por ejemplo– pero que el periodista Pierluigi Spagnolo, autor de un libro titulado Los rebeldes del estadio, da por buena. Supongo que los de la Sampdoria la utilizarían primero, por ese motivo, y poco después fue adaptada por otros grupos a lo largo y ancho de Italia, y más tarde del extranjero, por su sonoridad y quizás también porque alguien vio que en latín significaba «más allá» y gustó la copla aplicada a su pasión por el equipo.

Aquí, cuando le plantearon a Vicente Calderón crear un grupo de ultras le pareció bien, pero no le gustaba que usasen terminología italiana

Por lo visto, le presentaron un proyecto llamado Brigata Rossibianca o algo así. Según lo que me ha contado la fuente que mencionaba antes, que estuvo en esa reunión, Calderón leyó el papel y dijo: «Me parece una idea cojonuda ¿pero por qué cojones no le ponéis el nombre en español?». Entonces idearon lo de Frente Atlético; un guiño evidente al Frente de la Juventud, que ya en 1982 estaba de capa caída tras el asesinato de su fundador, Juan Ignacio González, en un crimen nunca resuelto.

Antes ya había una peña en el fondo sur del Calderón

Sí, la Peña Fondo Sur. Fue la primera en animar de manera más o menos coordinada en las gradas del Calderón. Ahí había mucho hijo de militar. De hecho, solían portar boinas bordadas, como las boinas militares estilo falangista.

Algunos de los que luego fundarían el Frente Atlético entraron en contacto con este primer grupo, que tampoco pasaba de mover banderas, animar y de alguna macarrada suelta contra la afición madridista, cuando eran apenas unos críos.

De todas formas, y ya que estamos hablando de los orígenes del Frente Atlético, conviene matizar que –pese al origen del nombre y a la militancia política de muchos de sus fundadores– en los ochenta y buena parte de los noventa fue un grupo que encerró cierta pluralidad y en el que, si lo que querías era animar al Atleti sin cantearte demasiado políticamente hablando por el otro lado, podías encontrar tu sitio.

Hasta el punto de existir una sección –un subgrupo, en jerga ultra– llamada Red Stars y compuesta por gente de izquierdas cuya pancarta, si no recuerdo mal, era amarilla con letras rojas. Es cierto que no eran muchos, y que terminaron desapareciendo, entre otras cosas, porque en la mayoría de grupos la mayoría de gente, alcanzada una cierta edad, lo va dejando. Pero su mera existencia me parece reveladora.

En la época en la que surgieron los grupos ultras, el fútbol se enfrentaba al grave problema del envejecimiento de su público

Ese es uno de los motivos que, creo, explican el surgimiento y el primer impulso de los grupos ultras. A los clubes les vienen muy bien para atraer a la juventud. A finales de los ochenta dos antropólogos sevillanos realizaron un estudio sobre lo que se cocía en el fondo del campo del Sevilla y en el fondo del campo del Betis, y se encontraron con que los clubes no es que rechazaran el fenómeno, sino que incluso lo fomentaban para combatir, precisamente, el envejecimiento de sus respectivos estadios.

Si iban chavales, montaban bulla que atraía a más chavales y encima era bulla destinada, en muchas ocasiones, a animar al equipo… ¿qué iban a objetar desde el palco? Máxime cuando el factor ambiental, en aquella época, podía influir en el resultado. También ayudó que hasta lo de Heysel, en 1985, la prensa española, cuando informaba del fenómeno, lo hacía más movida por la curiosidad que por el ánimo de denuncia. No había alarma social.

¿Y en Barcelona?

Los Boixos Nois fechan su origen en una bronca ocurrida durante un partido de Copa del Rey contra el Rayo Vallecano jugado en 1981. Pero no sé hasta qué punto será un mito fundacional. No digo que no sucediese la bronca, pero desconozco si fue realmente un punto de inflexión o una más de varias. Porque, normalmente, el origen de los grupos ochenteros suele ser un proceso gradual.

Otro ejemplo parecido sería el de los Riazor Blues. Ellos hablan de un derbi contra el Celta de Vigo jugado en 1987 en el que hubo unas hostias como panes entre coruñeses y celtistas ya que la policía ubicó a estos en el fondo local porque de aquella no había zonas visitantes. Fue su momento fundacional. Sin embargo, quienes montaron el grupo ya se conocían de antes.

Volviendo a Barcelona, aquellos primeros boixos escogieron Boixos Nois porque querían llamarse, en catalán, «Chicos Locos». Sin embargo, lo correcto hubiese sido «Bojos Nois», no Boixos Nois, pero como eran chavales de 13, 14 o 15 años que no habían estudiado en catalán pues acuñaron mal el plural de «locos». También hay una versión alternativa que hace alusión a un juego de palabras hecho con la parada de metro de Can Boixeres, pero la gente de Barcelona con la que he hablado se decanta por la primera opción.

Muchos dicen que los Boixos Nois son la evolución natural de un grupo que existió justo antes que ellos y que solía ejercer de guardia pretoriana de José Luis Núñez: Los Morenos. Por guardia pretoriana me refiero a que amedrentaban a periodistas críticos con Núñez en el párquing del Camp Nou y cosas así.

Sin embargo, lo que me han explicado mis fuentes es que estos eran más bien derechistas, nostálgicos del franquismo incluso, y los primeros integrantes de los Boixos Nois tenían muy poco que ver con ese rollo. Con lo cual, según estas fuentes, no hay relación de continuidad entre Los Morenos y los Boixos Nois.

Borja Bauza

Una vez formados los Boixos Nois, que se dedicaran a darle paliza a los aficionados del Espanyol acabó creando un monstruo

Fue un proceso algo más complejo. En el Espanyol había un grupo llamado Peña Juvenil, puesto en marcha por cuatro estudiantes de los Escolapios de Sarriá, que no querían violencia, solo meter un poco de ambiente al campo con sus banderas. Llevaban una existencia alegre y festiva, pero cuando había derbi metían a los del Barça en el mismo fondo y, según me dijo uno de ellos, «nos tostaban que no veas».

Los derbis eran un calvario. Hasta que a mediados de los ochenta algunos se hartan y montan un grupo más cañero, las Brigadas Blanquiazules, con idea de hacer frente a los barcelonistas.

Muchos de ellos estaban vinculados a la extrema derecha de Barcelona. Incluso andan por ahí algunos de los hermanos Royuela, cuyo padre estuvo en busca y captura por el atentado contra el Papus. Por ahí es por donde, según me cuentan las fuentes, comienzan a llegar skinheads a Sarriá.

Skinheads, cabe aclarar, simpatizantes de la ultraderecha españolista porque el fenómeno skin, que entonces llevaba varios años de existencia en Barcelona, ya había sufrido la brecha ideológica entre derechistas y antifascistas que lo definirá de ahí en adelante.

Ese cúmulo de cosas es lo que convierte, según todos mis informantes barceloneses, a las Brigadas Blanquiazules en el grupo más chungo de la ciudad condal durante el resto de aquella década.

También influye que, durante la segunda mitad de los ochenta, los Boixos Nois están enfrentados a Núñez. Eso conlleva fragmentación e incluso un amago de disolución. Hasta que a finales de la década algunas personas particularmente capaces asumen las riendas del grupo, en paralelo empieza a llegar gente bastante marrullera, y en 1990 la cosa se iguala desembocando en una especie de guerra civil en las calles de la ciudad y localidades colidantes; unos enfrentamientos que duran hasta el año 1992 o 1993, aproximadamente, y dentro de los cuales se enmarca, en 1991, la muerte de un simpatizante de las Brigadas Blanquiazules llamado Fréderic Rouquier.

En 1983, aparece un reportaje en Interviu que se considera la zona cero de los Ultras Sur

La foto que ilustra el reportaje sería inverosímil hoy: aparecen algunos de los miembros más destacados del grupo, adolescentes con una pinta de quinquis de cuidado, sobre el césped del Bernabéu enseñando el culo. Luis de Carlos, el presidente del Madrid en esa época, se enfadó bastante.

He hablado con gente que aparece en esa foto y me ha contado que les hizo ir al despacho, donde les echó una bronca de tres pares de cojones. Algunos habían sido expulsados previamente del club por los incidentes de la final de la Copa del Rey de Zaragoza, jugada en la primavera de 1983, pero me dicen que a Luis de Carlos eso no le importó tanto como lo de salir mancillando el nombre del estadio haciendo un calvo en una revista de tirada nacional.

También es interesante fijarse en el titular de aquel reportaje. «Hay que matar catalanes»; una cita literal que había soltado uno de ellos durante la entrevista con el periodista. Muchos han querido ver una declaración política en aquella frase, pero yo creo que era un rollo más tribal, más de Madrid contra Cataluña, que otra cosa.

No descarto que ya entonces hubiese un cierto españolismo por ahí flotando, pero me cuesta pensar que la declaración tuviese la impronta ultraderechista que terminó adquiriendo el grupo años después. Entre otras cosas, porque en sus primeros tiempos Ultras Sur también fue un grupo bastante más diverso de lo que muchos creen.

En los Biris, en Sevilla, escribes que hubo dos sensibilidades, una de derechas y otra que era «la heavy»

Eso lo cuentan los dos antropólogos que he mencionado antes. Creo que ellos hablan de facción heavy y facción pija. Y explican que se acaba imponiendo la primera, que se identificaba más con la izquierda.

¿Y cuándo se volvieron casi todos estos grupos cabezas rapadas?

El fenómeno skin entró por Barcelona. Carles Viñas, que es un experto en dicha subcultura, señala en uno de sus libros que Quique Gallart, del grupo Skatalà, fue el primer rapado de la ciudad. Influenciado por un francés que veraneaba en la costa catalana, abrazó el rollo en torno al año 1980.

En un principio, no era una subcultura particularmente ideologizada, sino que orbitaba en torno a la música y a una visión algo romántica de la juventud de clase obrera. Luego, poco a poco, el tema se fue extendiendo y ahí ya empezaron las divisiones que desembocaron, como decía antes, en una facción antifascista y antirracista y otra abiertamente fascista, que fue la que nutrió las filas de las Brigadas Blanquiazules. Estoy simplificando un poco, ya que el proceso fue algo más complejo y amerita matices, pero para entendernos creo que sirve.

También hubo subcultura rapada muy pronto en otros dos lugares: Madrid y el País Vasco. Se suele decir que a la capital llegó desde Barcelona, entre otras cosas, por un concierto ofrecido en 1982 por la banda catalana Decibelios en la desaparecida sala Rock-Ola, pero uno de los primeros rapados de Madrid me lo ha desmentido. Él dice que la influencia fue directamente británica.

Gente que viajaba a Londres a pillar música o que, si no tenía posibles, hacía lo propio en El Rastro de Madrid, donde un tipo apodado Drácula, del que por cierto habla Iñaki Domínguez en su libro Macarras Interseculares, vendía cintas pirata con música procedente de las islas. En cuanto al País Vasco, según tengo entendido, fue una mezcla. Hubo influencia británica, hubo influencia barcelonesa y hubo un ecosistema local que ejerció de campo de cultivo.

¿Qué supuso la tragedia de Heysel?

En España, supuso que parte de la prensa, y me viene la revista Don Balón a la cabeza, dejase de ver a los grupos ultras con curiosidad para empezar a verlos como un peligro que urgía atajar antes de que fuese demasiado tarde. Es decir: antes de terminar como los ingleses.

Conviene recalcar, sin embargo, lo de parte de la prensa, y es que si bien la Don Balón dejó de andarse con rodeos, no así otras publicaciones como Interviú, que hasta los primeros noventa siguió acercándose con más curiosidad que ánimo de denuncia al fenómeno. Hasta el punto de reunir, en 1987, a los cabecillas de diferentes grupos –Ultras Sur, Boixos Nois, Frente Atlético, Brigadas Amarillas, Ultra Boys y Herri Norte– en un restaurante de Madrid para que debatiesen sobre el mundillo. Cosa que, por cierto, hicieron.

Por otra parte, fue un episodio que marcó muchísimo a las dos primeras generaciones de ultras españoles; la que ya habitaba en los fondos a mediados de la década y la que llegaría a ellos pocos años después. Si hablas con gente de esa época, te va a decir que muchos fliparon con aquellas imágenes de televisión. Como diciendo: vaya la que han liado estos cabrones. Pero no en un tono necesariamente condenatorio. Tampoco laudatorio. Quedaron, simplemente, impresionados con el follón.

Poco después empezaron a sucederse los episodios macarras inspirados en la tragedia. Como cuando en un partido europeo contra la Juventus alguien del Barça sacó un trapo pintarrajeado en el que se podía leer «Liverpool thank you for the Juve’s deaths».

Macarrada al cubo por la que no sé si la Juventus se llegó a quejar y todo. O como cuando los Ultras Sur la liaron en Alicante, contra el Hércules, y provocaron una estampida de aficionados locales al grito de «¡Heysel, Heysel!». Otra macarrada.

Ultras Sur eran los más famosos

A partir de la segunda mitad de los ochenta empezaron a ocupar progresivamente la posición predominante en el imaginario colectivo español, sí. Aunque no fueron los únicos que experimentaron un crecimiento exponencial, fueron los que más fama alcanzaron por sus peleas contra los grupos italianos que visitaron el Bernabéu en los años ochenta y sobre todo por la que tuvieron con los ingleses que vinieron a presenciar un amistoso entre España e Inglaterra jugado en 1987.

Un encuentro que dejó varios anglosajones apuñalados. Total: que los Ultras Sur fueron ganando en macarrismo al tiempo que se alimentaban de su propio eco mediático. Y eso atrajo a un montón de chavales, claro, aunque los Ultras Sur de entonces todavía eran una mezcla de heavys, macarras varios y algunos skins.

Poco que ver con lo que ocurría en Sarriá, donde se podían juntar doscientos rapados perfectamente maqueados –bómbers, vaqueros descolorados con lejía, botas– por partido. El problema de los pericos, por lo que me han contado ellos mismos, es que no viajaban demasiado. Solían acudir a Zaragoza, Valencia, Logroño y Madrid a partir de su amistad con los Ultras Sur. Pero poco más.

Los Ultras Sur, en cambio, sí viajaban con regularidad. Gracias, también, a las facilidades proporcionadas por Ramón Mendoza, quien contribuyó al crecimiento del grupo con medidas como la de los pases, el cuarto dentro del estadio para guardar las pancartas y banderas, etcétera. No es que los tolerase, es que los fomentaba.

¿Y por qué la ayuda de Mendoza hacia los ultras de su club? Pues porque a Mendoza le parecía que metían una animación brutal y quiso consolidar ese fenómeno. Además, vio que los interlocutores que encontró dentro del grupo eran gente muy madridista. Como él.

Había gente del grupo que se metía miles de kilómetros con su propio coche para poder ver tal o cual partido europeo. Mendoza simpatizaba con ese tipo de aficionado; había sintonía. Y los Ultras Sur siempre le recordaron con cariño.

Cuando había peleas y la cosa se iba de madre, Mendoza lo que hacía era llamarles al orden. Pero en un plan muy paternalista: «me cago en la leche, coño, no la lieis, joder… si es por vosotros, que os van a dar una puñalada, que os van a hacer daño».

Borja Bauza

Interesantes los orígenes de Riazor Blues en una peña llamada Barrio Sésamo que iba con una cabra pintada de azul

Era una cabra blanca que pintaban con líneas azules. La peña Barrio Sésamo estaba formada por unos tipos de la Sagrada Familia, un barrio con fama de conflictivo. Se fue juntando gente en la grada donde se ubicaban y aquello fue creciendo espontáneamente. Pero en verdad, y hasta donde a mí me han explicado, nunca llegaron a ser lo mismo.

Gente de Coruña de aquella época me ha contado que también les inspiró lo que veían por la tele en los partidos de equipos que ya tenían grupo en el fondo. Hasta que un día, tras un derbi, El Faro de Vigo tituló que los deportivistas volvían a casa a ritmo de blues o algo así. Una metáfora que les gustó mucho y por eso decidieron escoger Riazor Blues.

El origen de Yomus también es extravagante

Sí, era el delirio de un alcohólico que rezaba a una deidad que había bautizado como Yomus. Los inicios de muchos grupos son muy curiosos, muy espontáneos. Lo que caracteriza la década de los ochenta era eso, el no tomarse las cosas demasiado en serio.

Bueno, en Sevilla el club sí que lo promovió seriamente

Si hablamos del viaje que hicieron varios de ellos a Roma para aprender un poco del ambiente, no fue tanto el club como un directivo que les dijo que si querían hacer las cosas bien, tenían que ir a Italia y tomar nota. Y, por lo visto, les pagó el viaje de su bolsillo.

Es curioso que en el campo del Sevilla, que es un club más de la burguesía local, se vieran tantas estrellas rojas y Ches Guevaras, mientras que en el del Betis haya sido al revés, más de simbología de extrema derecha.

Lo de que el Sevilla es de la burguesía es algo que algunos de ellos discuten, ojo. En cualquier caso, durante las entrevistas que hice en la ciudad para el libro me contaron que al principio en el gol norte del Sánchez-Pizjuán se ubicaba mucha gente procedente de barrios obreros.

Y con el Betis pasó lo que en tantos otros sitios: una evolución hacia la uniformidad. Cuando Iñaki Gabilondo entrevista en 1987 en su programa En Familia a los Supporters Gol Sur, que se habían fundado un año antes, estos se definen como independentistas andaluces.

A mí lo que me dicen desde allí es que al principio cada uno era de su padre y de su madre. De hecho, una de las primeras pancartas que colgaron decía, si no recuerdo mal, «Forever U2» o algo así, porque a uno le gustaba el grupo.

Es en los noventa cuando se politizan hacia la derecha. La duda que yo tengo es si lo hacen a raíz de ver cómo la estética e ideología claramente antifascista se asienta entre los ultras sevillistas. No he logrado saber hasta qué punto ese viraje es una reacción o responde a otros motivos.

Aunque luego se podían juntar ambos para pegar a los del Cádiz

Sí, pero eso fue en los ochenta y fue algo puntual. Yo tengo constancia de un partido concreto: un Betis – Cádiz en el que a los béticos se les unieron varios sevillistas para ir a por las Brigadas Amarillas; un nombre inspirado, curiosamente, en la Brigate Gialloblú del Hellas Verona. ¿Cómo cojones llega algo del Hellas Verona a Cádiz en 1982? Esa es una pregunta que me hubiese gustado poder responder a lo largo de la investigación.

Entre otras cosas, porque las Brigadas Amarillas, en los ochenta, fueron un grupo puntero en Andalucía. Y bastante chungo. Primero, porque eran más mayores, tenían unos años más que la media, y eso marca mucho la diferencia. Y, en segundo lugar, porque provienen de una ciudad bastante jodida, acostumbrada a manifestaciones, mucha lucha obrera, mucha droga y muchos bajos fondos.

Al parecer, en esa época, si ibas con un coche con matrícula de Sevilla a Cádiz, te podías quedar sin lunas. Lo mismo que le podía pasar a un coche con matrícula de Madrid en el País Vasco. Los sevillanos con los que he hablado no dicen que les pasara ni en Huelva ni en Málaga, sino en Cádiz.

Había mucha rivalidad entre ciudades. Hay una historia que me ha contado una de mis fuentes sobre un viaje a Cádiz, que por carretera solo tiene una entrada y una salida, en la que al paso de su autobús alguien tiró una lavadora desde un cuarto piso.

Con respecto a Ultras Sur, hablas de que entre ellos había un totum revolutum, pero pronto empezaron a distinguirse unos universitarios que no se relacionaban mucho con los demás y que resulta que tenían un colectivo llamado Bases Autónomas

Lo que me cuentan es que entre el ecuador de los ochenta y los últimos años de esa década el grupo estaba conformado por macarras o quinquis de barrio, algunos pelaos y un núcleo algo más pijo o clase-mediero. Todo ello con el famoso Ochaíta tratando de organizar un poco el tema.

Tratando, en fin, de que dejara de ser el ejército de Pancho Villa. Ese es el contexto en el que, según mis fuentes, aparecen unos chavales algo reservados que cada poco tiempo se dedican a repartir fanzines de un colectivo llamado Bases Autónomas. Un grupo de extrema derecha bastante peculiar porque apelaba a la acción directa en la calle mientras era denominado por la extrema derecha tradicional como un grupúsculo repleto de «elementos marginales».

Hay un desprecio mutuo enorme entre BB.AA. y organizaciones más tradicionales. BB.AA. está en contra del 20N, por ejemplo. Al final, el grupo logra presencia en el Bernabéu. También lo intenta en el fondo sur del Calderón, donde se crea un grupúsculo basista llamado Contundencia Rojiblanca, pero en la grada atlética la cosa no pasa de lo anecdótico.

La influencia de Bases Autónomas es uno de los factores que explican la politización definitiva de Ultras Sur. De nuevo, no es un proceso que se dé de la noche a la mañana, dura varios años, pero el sustrato digamos más facha se va volviendo algo uniforme, se radicaliza, y la gente que no comulga con eso va abandonando progresivamente el fondo.

Otro de los factores clave de esa politización, según gente que perteneció al grupo en aquella época, fue el viaje a Asturias que hicieron en otoño de 1988. Salieron de Madrid en autobús hacia Gijón, pero decidieron parar en Oviedo porque eran las fiestas de San Mateo.

Una vez allí se desperdigaron y unos que iban con una bandera española –a secas según la versión de los ultras madridistas y con el águila de San Juan estampada en ella, según los antifascistas asturianos– aparecieron de repente en una plaza llena de gente de izquierdas. A raíz de lo cual se montó una bronca que desembocó en una noche repleta de escaramuzas entre los unos y los otros. Hasta que la policía los detuvo y les dijo que se marcharan de la ciudad.

Sin embargo, como todavía les faltaba gente que estaba por ahí, fueron a buscarla antes de poner rumbo a Gijón. Aunque la versión de los locales dice que lo que en realidad fueron buscando en ese último paseo era vendetta.

Sea como fuere, al cabo de un rato aparecieron frente a un puesto llamado Topu Fartón, que estaba vinculado a la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) en el momento en el que lo estaban cerrando. Quedaba poca gente, vaya. Y ahí es donde se lía una bronca a botellazos en la que los madridistas también apuñalan a dos o tres antifascistas.

Pero esta vez, en lugar de enviarlos al cuartelillo y luego para casa, que había sido lo habitual hasta la fecha, el juez los mandó a la trena. Según cuentan, ese incidente, y la reacción al mismo por parte de la prensa, que empieza a definirles abiertamente como fascistas, contribuye a la radicalización política del grupo y sirve para que se consolide la tendencia ultraderechista.

Borja Bauza

Todo esto enlaza con la muerte a patadas de un chico en comendadoras que se estaba fumando un porro, el asesinato de Sonia en Ciudadela en Barcelona, el asesinato de Lucrecia…

Esos crímenes se vinculan a las gradas, pero de forma tangencial. Por ejemplo, uno de los asesinos de Sonia tenía el carné de los Boixos Nois. Lo que me ha explicado gente de la grada barcelonista es que era un tipo que iba allí, se compraba el fanzine, hacía bulto en la grada, pero no estaba relacionado con el núcleo duro, ni participaba en el día a día del grupo.

Yo estos asesinatos los relaciono más con el fenómeno de los skins neonazis que con el fenómeno ultra. Son fenómenos paralelos y, como ambos están en auge durante los primeros años noventa, pues se tocan, interactúan, pero también hay líneas divisorias.

¿Cuándo empezaron a cambiar las cosas para este mundo ultra?

Con la muerte de Guillermo Lázaro en Sarriá, ocurrida a principios de 1992. Una muerte que, de forma un tanto paradójica, no implicó a ningún ultra. Le mató por accidente un señor que acudió con sus hijos y un amigo al estadio y que se había comprado una bengala de salvamento marítimo, que son esas bengalas que salen despedidas a 200 kilómetros por hora, y entonces la dispara, esta hace una parábola, cruza el campo, e impacta en el pecho de Guillermo, que está en la grada de enfrente con su familia.

Muere casi en el acto mientras el tipo de la bengala, que no tiene ni idea de lo ocurrido, se sienta a ver el partido tranquilamente. Cuando minutos después la policía le detiene, no solo no ofrece resistencia, sino que se derrumba al saber lo que ha hecho.

En cualquier caso, es un incidente harto mediático, que escandaliza a la sociedad española, que pone a los ultras en el punto de mira y a partir del cual el Gobierno instaura la Comisión Antiviolencia. Es a partir de su creación cuando las cosas empiezan a cambiar; los despliegues policiales crecen, empiezan a prohibirse determinados viajes de ultras a otros estadios y, en líneas generales, se impone un modelo de prevención que poco a poco va dando sus frutos.

¿Qué pasaba con Herri Norte?

Hay que diferenciar entre Herri Norte y Herri Norte Taldea. Herri Norte surgió primero y estaba comandado por un chaval llamado Óscar que, según cuentan, estaba enamorado del mundo ultra, del rollo italiano, y que no tenía muchos reparos en conceder entrevistas para explicar su pasión por el fenómeno.

Hablamos del ecuador de los ochenta. Recuerdo unas fotos suyas en Interviú, con motivo de ese almuerzo que organizó la revista en 1987, en las que aparece posando con un jersey azul de lana gruesa que parecía hecho por su abuela. Un tipo de apariencia muy normal. Hay unas declaraciones suyas bastante famosas en las que viene a decir que el Athletic le pone más que Ana Obregón. Cosas así.

Ocurre que a partir de un momento dado va tomando forma, dentro de Herri Norte, una facción mucho más abertzale, más dura, que termina escindiéndose tras acusar a Óscar y los suyos de ser unos tibios y unos peneuveros.

Es entonces cuando surge Herri Norte Taldea. Durante un tiempo ambos grupos conviven, más mal que bien, hasta que Herri Norte, que ha pasado a llamarse Herri Norte Boys, decide disolverse, dejando a Herri Norte Taldea como el único grupo del fondo norte de San Mamés.

Hablas de la diplomacia del speed

El speed consolidó la amistad entre Herri Norte (la facción de Óscar) y los Ultra Boys del Sporting de Gijón antes de que estos se escorasen del todo a la derecha. Al parecer las relaciones habían comenzado un tiempo antes, por correspondencia, hasta que un buen día varios gijoneses que estaban fiesteando en Bilbao quieren pillar speed y, no sabiendo muy bien a quién acudir, contactan con los bilbaínos. De aquella colaboración lúdico-festiva surgió una amistad grupal que duró un par de temporadas, más o menos.

¿Los Boixos no vivieron este tipo de contradicciones?

La evolución ideológica de los Boixos Nois no es fácil de explicar porque tampoco es fácil de entender, pero resumiendo mucho se podría decir que los primeros boixos eran eminentemente catalanistas y más de izquierdas que otra cosa, que luego el grupo fue virando hacia lo que ellos mismos definen como «nacionalsocialismo catalán», y que muchos años después entraron, también, algunos elementos de carácter españolista.

Esa evolución explica las escisiones que tuvieron a principios de los noventa por parte de gente de izquierdas: Sang Culé primero y la Inter City Culé –un guiño a los hooligans del West Ham– después.

En un Real Madrid – Atlético, prácticamente todo el Bernabeu, encabezado por los Ultras Sur, le hizo el grito del mono a Serge Maguy, lo que para la Comisión Antiviolencia fue un escándalo. ¿Hasta qué punto se impregnó todo de ideología de extrema derecha?

Cuando determinados cánticos pasan de 500 personas a 20.000 creo que la explicación va más allá del racismo consciente o de un racismo militante. El racismo claro que está ahí, es innegable, pero entran otras cosas en juego que tienen más que ver con el fútbol como representación simbólica de la guerra y la deshumanización del adversario.

Ahí entra el «Guti maricón», los cánticos riéndose de la enfermedad que terminó costándole la vida al hijo de Mijatovic o el insulto racista. Hay gente que a eso lo llamará racismo estructural y dirá que define a una parte de la sociedad española. La verdad es que no tengo una teoría acuñada al respecto. Podría ser.

En cualquier caso, creo que hay una reacción inconsciente, o mejor dicho, poco consciente, más fruto del comportamiento de la masa que de una militancia ideológica clara y definida. El anonimato ahí jugaba un papel fundamental. Hoy, en cambio, las gradas ya no son anónimas y por eso ya casi no se ven ese tipo de episodios.

Por eso y también porque hay una mayor sensibilidad en lo que al racismo se refiere, claro. Luego hay otra cuestión muy interesante, y es que, dicho todo lo anterior, hay estadios donde, incluso habiendo individuos genuinamente racistas entre la afición, no se han visto esos cánticos. Esos son estadios donde, casualmente, el principal grupo ultra es antirracista. Lo cual lleva a reflexionar sobre la influencia que pueden llegar a tener los fondos sobre sus respectivas aficiones.

Borja Bauza

¿Qué son los casuals?

Otro fenómeno asociado a las gradas que surge en el Reino Unido, concretamente en las ciudades de Liverpool y Manchester, y que es fundamentalmente estético. Tiene que ver con la forma de vestir. Quien más y mejor lo ha estudiado ha sido Phil Thornton, que en un libro llamado Casuals explica cómo todo comienza en las discotecas, en la calle vaya, antes de pasar rápidamente a las gradas de los estadios de esas dos ciudades norteñas.

¿Qué les distinguía? Que llevaban ropa de diseño –pronto pasaría a ser ropa de diseño deportiva– y un peinado atazonado como el que gasta David Bowie en la portada de Low, el disco que sacó en 1977. Conforme esas aficiones van visitando estadios –o reciben visitas en los suyos–, el fenómeno va contagiándose hasta llegar a Escocia y, a comienzos de los ochenta, ya es el estilo predominante en los fondos de los estadios británicos.

Al resto de Europa tarda algo en llegar, aunque dependiendo del lugar es antes o después, y en España aterriza en Barcelona con los famosos Casuals FCB, quienes a juzgar por los fanzines de la época se presentan en sociedad en el verano de 1992.

Los barcelonistas que ponen en marcha el grupúsculo empiezan a vestir ropa deportiva, con cierta fijación por Umbro, al tiempo que manifiestan querer «alejarse de la mariconada ultra italiana». Es una cita textual que, traducida, significa lo siguiente: hacer coreografías, murales, meter banderones, dar palmas al unísono y demás nos parece una parguelada.

Es una clara alusión a lo que empieza a cocerse en las gradas de Mestalla, el primer estadio español donde se ven los primeros tifos a la italiana de la mano de los Yomus, y en las del Calderón, que no tarda en seguir la estela de los valencianistas mejorándola, según muchos, hasta llevar el rollo italiano a otro nivel. Los Casuals FCB reaccionan contra todo eso; a ellos lo que les va es la jarana, la calle, el rollo británico.

De todos modos, en España los casuals tardaron bastante en cuajar. No fue hasta el año 2004 cuando empieza a pegar fuerte –aunque, según los puristas, el casualismo se importó tarde y mal– coincidiendo con una película llamada Football Factory, que fascina no solo aquí sino en media Europa, y que vino seguida de otra llamada Green Street Hooligans.

A partir de entonces es cuando en los estadios españoles empieza a verse cada vez más gente vistiendo polos, camisas y abrigos de marcas como Lacoste, Hackett, Burberry, Aquascutum, Stone Island y adoptando la etiqueta de marras. Lo gracioso, y uno de los motivos por los que los puristas echan humo por las orejas, es que el casualismo original promovía lo que en las islas llamaron el one-upmanship; la innovación constante para ir siempre un paso por delante en el tema de la moda.

Si a ti te había costado Dios y ayuda conseguir un jersey de la marca no sé cuántos y al cabo de un par de domingos se lo veías, en la grada, a uno de tus compadres se te caía el alma a los pies. Sin embargo, aquí –y en otros muchos sitios– ocurrió lo contrario: uno encontraba no sé qué página web que vendía no sé qué gorras, y al día siguiente tenías a cuarenta con la misma gorra.

Entonces pasan más a pensar en vestir que en darse de hostias

Eso dice una de las fuentes de Thornton, sí. Que a partir de un momento dado la gente llegó a darle tanta o más importancia a ir mejor vestido que el de enfrente que a darle de hostias. Habla del Reino Unido, no de otros lugares.

Tampoco sé hasta qué punto esa fuente exagera, pero algo de eso hubo. Es un fenómeno, el del casualismo, interesantísimo. Entre otras cosas porque, al final, hablamos de gente que se mueve en ambientes harto belicosos a sabiendas y llevando mil o mil quinientos euros de ropa encima. Ropa que, muy probablemente, tengas que tirar a la basura más pronto que tarde.

¿Qué es el anti-ultra de los Herri Norte Taldea?

Una filosofía que introducen a través de un fanzine que se llamaba así, Anti-Ultra, y que aparece en Bilbao a principios de los noventa. A esos athleticzales en cuestión no les gustaba el rollo ultra primero porque era una historia italiana, mediterránea, que no casaba con la filosofía norteña y en segundo lugar, y sobre todo, porque es un concepto que asocian a grupos como Ultras Sur o Ultra Boys cuando estos ya están totalmente politizados.

Y por si eso fuera poco, está el estigma que acompañaba, en España, a la palabra. Y es que durante los años de la Transición, e incluso en los noventa, la prensa –y parte de la sociedad– utilizaba el término «ultra» como sinónimo de «ultraderechista». Con lo cual, y por resumir, la filosofía anti-ultra transmite la idea de que si eres antifascista no deberías identificarte como ultra por ser sinónimo de ultraderechista españolista.

Durante un tiempo aquella visión fue la imperante entre los grupos antifascistas españoles por el tirón y la influencia que tenían los Herri Norte Taldea debido a que eran vascos muy políticos, algo que embelesaba a la izquierda radical española, y porque en la calle eran muy duros. Si eras un grupo de carácter españolista, San Mamés no era ninguna broma. Solo hubo un par de excepciones a la norma: las Brigadas Amarillas del Cádiz, cuyo fanzine se llamaba Ultra Cádiz, y los Biris Norte del Sevilla. En los Riazor Blues también hubo gente que nunca renegó del término.

El declive de la filosofía anti-ultra, que hoy sigue imperando entre los grupos vascos y algún otro, comienza a principios de los dos mil, cuando una nueva generación profundamente identificada con la filosofía ultra italiana –en la forma de organizar el grupo, la dedicación a la grada, etcétera– asume las riendas de los Bukaneros, el grupo del Rayo Vallecano.

Como bajo su dirección el grupo creció mucho, empezó a liderar iniciativas contra el llamado fútbol negocio y el racismo, y además en la calle no eran mancos, Vallecas empezó a ser una plaza en la que muchos otros grupos antifascistas comenzaron a mirarse. Y como allí la gente no solo dejó de tener problemas con la denominación «ultra» sino que la abrazó, pues el estigma se fue perdiendo.

Borja Bauza

Al final, en Madrid el que pone coto a los ultras es Florentino Pérez

La directiva de Florentino Pérez es la que expulsa a los Ultras Sur del Santiago Bernabéu tras las convulsiones internas, y el cambio de liderazgo, que experimentó el grupo madridista entre el otoño del 2013 y los primeros meses del 2014. Correcto. Y diez años antes había sido Joan Laporta quien, al poco de asumir la presidencia del Barça, entró en guerra con los Boixos Nois y terminó expulsándolos del Camp Nou.

Por eso, para mucha gente son un ejemplo a seguir, y cada vez que algún grupo la lía más de la cuenta, salen voces preguntándose por qué tal o cual club no sigue su ejemplo. No obstante, pienso que esas voces pasan por alto tres datos bastante relevantes e íntimamente ligados entre sí: el tamaño de la masa social de ambas entidades –son clubes globales–, lo que representaban, numéricamente hablando, tanto los Ultras Sur como los Boixos Nois dentro de sus respectivas aficiones y la relación que mantenían con ellas.

Indiferente en el mejor de los casos y mala en la mayoría. En otras palabras: tanto la directiva de Florentino Pérez como la de Joan Laporta tenían una serie de circunstancias a favor para conseguir expulsar a ambos grupos. Circunstancias que no se dan en otros estadios.

¿Se les domestica con gradas de animación?

Los clubes, salvo excepciones, llevan intentando entenderse con sus grupos ultras prácticamente desde el principio y sobre todo desde que, en 1992, la creación de la Comisión Antiviolencia les obliga a tomar medidas –o a hacer como que las toman– para esquivar la furia de las autoridades.

Y sí, ese entendimiento pasa por domesticar su faceta liante –que es la que genera mala imagen, críticas, presión social, multas– al tiempo que se intenta retener lo bueno: la animación, el colorido, el ambiente. En ese sentido, las gradas de animación suponen la última gran iniciativa en esa dirección.

Según las conversaciones mantenidas con mis informantes, circulan dos teorías al respecto. Una, que yo llamo la teoría benevolente, entiende que el club intenta diluir la presencia del grupo en cuestión invitando a un sinfín de peñas y gente joven a compartir el mismo fondo pero sin atacarlo directamente. Es decir: se intenta mantener el ambiente y el tifo rebajando mucho la agresividad –estética y de otra índole– de esa grada.

La segunda teoría sería la crítica, y es la que afirma que hay un proceso de apropiación cuyo ejemplo más claro sería el de la famosa Grada Frans del Santiago Bernabéu. Una grada diseñada cuidadosamente y a la que se le exige desde el palco una docilidad prácticamente absoluta.

En estos casos el club lo que busca no es solo diluir al grupo ultra mezclándolo con elementos mucho más amables de la afición, sino aprovechar un proyecto que busca erradicar la violencia para cargarse, también, el aspecto rebelde e irreverente que forma parte de la identidad de muchos grupos ultras.

Para que la gente lo entienda: no se trataría únicamente de desterrar la violencia, determinados símbolos políticos y una estética agresiva e intimidante, sino también evitar que te monten un pollo por una mala temporada, por la mala gestión del club o por ser un chorizo. Evitar que te hagan la que le hicieron los Biris Norte a José María del Nido, las Juventudes Verdiblancas a Ángel Lavín, los Bukaneros a Martín Presa o la que le está montando el valencianismo militante a Peter Lim, por citar cuatro ejemplos.

¿De qué depende que haya una grada de animación u otra? Pues del estadio en cuestión. De la masa social. Cada caso es un mundo, porque las circunstancias nunca son las mismas. En el Bernabéu, la directiva de Florentino Pérez pudo imponer un modelo muy en línea con el que dibuja la teoría crítica. En otros casos, como el de la Real Sociedad o el del Celta de Vigo, se cumple más bien lo de intentar diluir dentro del estadio y fuera del mismo, en la calle, si te he visto no me acuerdo.

Esas tensiones entre domesticación y clandestinidad, por cierto, fueron de alguna manera las que rodearon el apuñalamiento de Aitor Zabaleta en las inmediaciones del Vicente Calderón a finales de 1998. Quienes matan al hincha donostiarra son ultras del Atlético de Madrid que han dejado de sentirse identificados con el Frente Atlético y andan tratando de consolidar un grupo alternativo –hay quien diría que paralelo– llamado Bastión 1903 volcado hacia el radicalismo político y la calle.

Un grupo que no quiere saber nada de Jesús Gil. Un grupo, en fin, que busca situarse en los márgenes, ajeno a cualquier intento de ser controlado. El lugar donde resulta asesinado Zabaleta, de hecho, es un bar que se encuentra en la zona del fondo norte, bastante alejado de los lugares de reunión habitual del propio Frente Atlético, que están tocando el fondo sur, y fuera del perímetro de seguridad.

Es más: siempre se ha acusado a un policía municipal de haber enviado allí a Zabaleta, a su novia y al resto de sus acompañantes de la Peña Izar a propósito, pero yo tengo mis dudas. Si el agente realmente les indicó ese bar, estaba alejándoles del fondo sur. Por otra parte, Bastión 1903 era un proyecto que llevaba muy poco tiempo existiendo y que todavía no tenía un sitio fijo de reunión antes de los partidos.

De ahí mis dudas sobre la intencionalidad de aquel agente municipal. Aunque también hay gente que sostiene que, aunque no fuese territorio del Frente Atlético e independientemente de Bastión 1903, en aquel bar se juntaba gente bastante marrullera del Atleti. A saber. Yo no he conseguido dar con el agente y, por lo tanto, no he podido hablar con él.

Lo que hay que intentar entender, en definitiva, es que salvo contadas excepciones la relación entre los clubes y sus fondos no deja de ser una negociación: vale, hasta aquí mandas tú, pero a partir de aquí déjame en paz.

Eso también explica, creo, por qué desde hace ya muchos años los estadios españoles se consideran lugares tranquilos en los que rara vez ocurre nada significativo y, en paralelo, la violencia practicada por los radicales futboleros es un tema interno: se enfrentan entre ellos, sin implicar directamente a terceros, y normalmente lejos del estadio de turno.

Ahora que mencionas a Zabaleta, lo de «no nos engañáis, Aitor Zabaleta era Jarrai» se siguió escuchando muchos años después…

Yo ese cántico lo meto en la misma categoría donde figura el mensaje de «Liverpool thank you for the Juve’s deaths», los cánticos burlándose del hijo enfermo de Mijatovic, o los que se mofaban del cáncer de José Francisco Molina.

Es decir: en el saco del macarrismo que hace gala de un pésimo gusto. Una forma de deshumanizar al otro. Pero ahí los clubes no se metían –ahora yo creo que sí lo harían– porque entendían que eso entraba dentro de lo tolerable frente a peleas, invasiones de campo, el uso de bengalas y demás.

¿Por qué la selección española no tiene ultras?

Hubo un intento llamado Orgullo Nacional promovido por algunos grupos ultras menores: el del Valladolid, el del Badajoz, el del Recreativo de Huelva y demás. El problema, según dicen ellos mismos, es que los grupos grandes tipo los Ultras Sur o el Frente Atlético no quisieron unirse.

Toleraban el invento, pero sin implicarse. No a nivel de grupo, al menos. Y parece ser que por eso, tras un puñado de partidos repartidos entre los últimos años noventa y los primeros dos mil, el tema se diluyó.

Borja Bauza

Ahora, cuando se habla de Grada Joven de animación, etc… llama la atención que se ve ahí a gente de cuarenta y pico años

En el libro utilicé indistintamente los dos términos, pero luego en las correcciones puse solo Grada de Animación precisamente por ese motivo. Antes solían ser gradas pensadas para facilitar el acceso a los jóvenes, que normalmente tienen menos dinero y esas cosas.

Se habla mucho de la pérdida de espectadores jóvenes en directo. ¿Afecta este fenómeno a las gradas?

No tengo una opinión bien formada al respecto. Lo único que puedo decir es que allí donde el fútbol es una fiesta, donde el sentimiento de comunidad y el de pertenencia están firmemente asentados, hay jóvenes. Me refiero a Coruña, Vitoria, Vallecas, Oviedo, Málaga, Santander, Vigo, San Sebastián, Bilbao, Sevilla o el Metropolitano, por citar los primeros ejemplos que se me vienen ahora mismo a la mente.

La diferencia puede que resida en una terminología que no es del todo inocente. Quizás muchos jóvenes no quieren ser meros espectadores de un deporte al que, si le quitas ese sentimiento de pertenencia y esa sensación de comunidad, y más allá de las cuatro excepciones de primerísimo nivel que todos tenemos en mente, dejas huérfano de emoción.

En Coruña no hay espectadores. Ni en Vitoria. Ni en Vallecas. Ni en el Metropolitano. Ni en el resto de sitios que acabo de citar. Lo que tienes son aficionados, hinchas, gente que participa porque se siente parte de. No un mero consumidor que depende estrictamente de lo que sucede en el terreno de juego para sentirse satisfecho con la experiencia.

¿Cómo valoras los sucesos que ocurrieron con el Frente Atlético en el útlimo derbi?

Creo que fui el último español en enterarme de lo sucedido en el derbi madrileño porque cuando se jugó estaba fuera del país trabajando en una serie de reportajes. Supe que había ocurrido algo a la mañana siguiente, cuando vi que en todos lados se mencionaban una y otra vez los «incidentes».

Llegué a pensar que había un muerto o algo así. Luego ya vi lo del lanzamiento de objetos a Courtois y la consiguiente suspensión del partido durante unos minutos. De todas formas, tengo la sospecha de que la repercusión mediática que ha tenido el episodio se explica por la importancia del partido en cuestión.

Puedo estar equivocado, pero supongo que de haber sucedido en otro estadio y con otros protagonistas, el asunto se hubiese despachado de otra manera. En cualquier caso, lo que este derbi madrileño ha vuelto a poner de manifiesto es que en España el fenómeno ultra está mucho menos asumido –y más perseguido– que en otros países de nuestro entorno.

No hablo de Serbia o Grecia sino de lugares como Austria, Suiza o Alemania. La pregunta, para mí, sería la siguiente: ¿cómo es posible que, dado el contexto tan adverso en el que se desenvuelve, continúe existiendo? Y creo que la respuesta está relacionada con su gran capacidad de adaptación.

Un comentario

  1. Borja sabe de lo que habla, cuando era más joven se codeaba con ultrasur y estaba bien orgulloso

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