La noticia hoy son siete aficionados de la Real Sociedad heridos y tres apuñalados antes de su partido contra la Lazio, pero el problema viene de largo. De hace décadas. Los seguidores radicales de este club empezaron su andadura en 1971 como Comandos Monteverde Lazio. En 1974, serían los Vigilantes. En 1977, las Águilas. En 1987, Irriducibili. Desde 2020, Ultras Lazio. Han sido muchas denominaciones y grupos diferenciados, pero si en algo ha coincidido la afición ultra del Lazio ha sido en sus ideas de extrema derecha y los incidentes violentos.
Es algo que parece que viene con el paisaje. El Estadio Olímpico de Roma se encuentra en la antigua Academia Fascista de Educación Física. Un paseo por la zona basta para encontrarse con todo tipo de monumentos de la era fascista, desde obeliscos –restaurados- en honor al Duce a murales con relieves contando sus hazañas.
Sin embargo, este estadio lo comparten la AS Roma y la SS Lazio. Si hubiera que distinguir entre aficiones, los laziali proceden de los barrios históricamente más acomodados de la ciudad y de zonas periféricas. En la región del Lacio, fuera del municipio de Roma, hay 1,3 romanistas por cada laziale, y en el interior de la ciudad la proporción es 3 a 1.
Aunque sus aficionados son minoría, la Lazio fue el primer club de fútbol de Roma. Y su afición, una de las más antiguas a la hora de abrazar la extrema derecha. En 1974, cuando eran Eagles Supporters, tenían un estandarte con un águila con las alas desplegadas como el de la Wehrmacht. El diseño tuvo que ser modificado, pero el grupo siguió con la misma línea ideológica.
Por si hubiera más dudas, otros grupos que surgieron, como los Folgore, se llamaban así en honor un regimiento de paracaidistas de elite del ejército italiano. En 1978, cuando se denominaron Vikings, exhibieron un drakkar en sus pancartas, tal y como se llamaba el bar favorito de la rama más dura de los Ultras Sur del Real Madrid.
En los 80, cuando aparecieron Irriducibili, como tantos otros grupos, se copió lo que se veía que llegaba de Inglaterra, como explicaba Borja Bauza en esta publicación. Su mascota, que aparecía siempre en su fanzine, Mr. Enrich, era siempre dibujado con botas de punta de acero, según la estética skin.
Desde entonces, la dirección recaía sobre un pequeño grupo con sede en el barrio de Ostiense: Fabrizio Piscitelli Diabolik, Yuri Alviti y Fabrizio Toffolo. Según un informe de la DIGOS (Divisione Investigazioni generali e operazioni speciali) el grupo no se dedicaba solo a tomar decisiones sobre la animación cada domingo, sino que había pasado rápido a ser un negocio de distribución y venta de ropa y productos de la Lazio.
Llegaron a tener quince tiendas, desde las cuales se organizaban los desplazamientos y la venta de entradas, que fue lo que les dio verdadero poder. A partir de ahí, se convirtieron en una organización «jerarquizada», «con tendencias delictivas» y capacidad para cohesionar e incitar a la violencia a todos los aficionados. Posicionado, «en la derecha más radical», su principal objetivo eran las fuerzas de orden público. En una manifestación por errores arbitrales le lanzaron un cóctel Molotov a un policía.
En este tipo de incidentes, la policía identificó entre ellos a numerosos militantes del movimiento de extrema derecha Forza Nuova. La propia web de los Irriducibili fue registrada por Stefano Andrini, conocido por su pertenencia a los grupos neofascistas Movimento Politico Occidentale y Alternativa Nazionale Popolare.
Los escándalos de corte fascista han sido permanentes. Uno de los más recientes, su aparición la víspera del día de la Liberación, 25 de abril, 70 ultras sacaron una pancarta en el Corso Buenos Aires de Milán que decía «Honor a Benito Mussolini» y en un rincón, «Irr», la firma de los Irriducibili. Cantaron varios eslóganes fascistas e hicieron el saludo romano. Matteo Salvini condenó los hechos, pero no pronunció la palabra «fascismo».
Una reacción de chiste, habida cuenta de la inmensa cantidad de episodios racistas que ya habían protagonizado esos aficionados durante las tres décadas anteriores. Gritos del mono a los jugadores negros, pegatinas de «romanistas judíos» con imágenes de Anna Frank con la camiseta de la Roma. La insistencia en esta línea es cercana a lo neurótico, también sacaron en un derbi una pancarta que decía «Auschwitz es vuestra patria, los hornos vuestras casas», y en 2001 «Equipo de negros, hinchada de judíos». Todo esto sin descartar las batallas campales con aficiones no derechistas o directamente antifascistas, como la del Livorno, la del Nápoles o, en Europa, la del Marsella.
Tras la muerte del presidente emérito de la República italiana, Giorgio Napolitano, que fue un destacado antifascista y tras la guerra se unió al Partido Comunista Italiano, en la grada del Lazio se produjeron abucheos en el minuto de silencio que le costaron una multa al club.
Hace unos días saltaba la noticia del despido del cetrero de la Lazio por haberse sometido a una operación en la que le colocaron un implante de pene, pero no fue despedido cuando le hizo el saludo romano a la grada tras una victoria 3-1 frente al Inter.
Los incidentes que han provocado a veces han hecho correr su propia sangre. Fue el caso de Gabriele Sandri. En una pelea con aficionados de la Juventus, un policía disparó para disolver el tumulto y le accidentalmente dio en el cuello. Todo comenzó cuando los laziali abordaron con barras un coche en el que se estaban desplazando unos aficionados de la Juve. Esa noche, en Roma, los ultras atacaron comisarías, la sede del CONI y el estadio, incendiaron contenedores y autobuses e hirieron a veinte agentes de policía.
En este contexto, uno de los jugadores que pasó a la historia fue Paolo Di Canio, cuya imagen celebrando un gol haciendo el saludo romano dio la vuelta al mundo. El jugador, como Buffon, otro reconocido fascista, fue cobarde y explicó que hizo el saludo de Marco Antonio y Adriano, no de Mussolini.
Como se las gastan en esa grada es algo que aprendió pronto su lateral Elseid Hysaj, albanés, que a las pocas semanas de llegar al club, desde la Curva Nord se pidió su marcha. El delito, haber cantado Bella Ciao, uno de los himnos de los partisanos italianos, subido a una silla en una concentración. Le había grabado un compañero de esa guisa, la novatada para el recién llegado consistía en cantar una canción italia y él conocía esa. Esa noche, en el puente Milvio de Roma, se colgó una pancarta que decía «Hysaj gusano, la Lazio es fascista».
Uno de los líderes del grupo ultra, Franco Costantino, Franchino, advirtió al jugador de que debería saber cuál era la ideología de los aficionados de ese equipo: la extrema derecha. Y apostilló: «Lo digo con orgullo», porque, además, no se creía la versión del jugador de que la había oído por televisión: «No creo que en esa historia de que desconocía el significado de esa canción, es albanés, pero hemos investigado, su padre era un obrero que creció aquí, cualquiera que viva en Italia no puede ignorar el peso político de una canción como Bella Ciao».
Franchino es el mismo nombre que encontramos en la prensa cuando se dio la noticia de su disolución. Las declaraciones no eran más que alegatos demagógicos y apelaciones ridículas a la gloria del grupo ultra, mientras tanto, sobrevolaba la información el asesinato de uno de sus líderes, Piscitelli, Diabolik, de un disparo en la cabeza. Autodenominado como «el último fascista de Roma», este personaje no se limitaba al entorno ultra, sino que también tenía conexiones con redes del crimen organizado, como es la norma en muchos puntos de Europa. Y lo que finalmente sostiene estos grupos cuando son más peligrosos.