Las verdades de la Fórmula1 duelen por mucho que uno trate de justificarlas y es mejor admitirlas antes que buscar una base cuántica científica que las racionalice para poder demostrar por qué un coche va más rápido que otro o peor, para poder explicar ante un público ansioso de respuestas qué es lo que acaba de ocurrir.
No hay respuesta para justificar el Carspotting, el acto que los anglosajones catalogan como la afición al arte de ver pasar coches sin más, como si fuera un noble sentimiento íntimo japonés de compleja expresión para el que inventaron una palabra que evite la vergüenza sentimental. En español de Castilla sería ver coches pasar desde un puente siendo un chaval o de viejo en la carretera que cruza el pueblo que rompe el silencio, el hastío y el tedio.
El Carspotting también es una droga al estilo de la novela Trainspotting con la que Irvine Welsh trató de explicar en los 90 el hartazgo en una sociedad sin salida y sin futuro, como la rueda de un ratón que se mueve sin ir a ningún lado en una juventud sin futuro avocada a trabajar y pagar impuestos hasta el día que acabar entre malvas.
En las carreras es igual, se mueven sin ir a ninguna parte, los vemos pasar sin sentido, incluso a veces sabemos quién va a ganar, pero qué jodidamente divertido es lo que pasa entre medias.
Decía un piloto que la vida eran las carreras y todo lo demás, esperar a la siguiente. Lo mismo le pasa al yonki, el sentimiento es el mismo, aunque uno tenga más o menos estilo que otro. La vida pasa demasiado lenta, no ocurren cosas que la llenen o al menos que vayan a los 300 kilómetros por hora de un monoplaza como dios manda.
Cuando se apaga el semáforo todo cobra sentido y empieza la vida que nos prometieron y nos damos cuenta de que eso era lo que esperábamos cuando éramos niños y veíamos a los adultos hacer cosas que parecían divertidas. Luego descubrías que algunas eran una forma más de matar el tiempo y simplemente servían para llevar la psique en busca de emoción.
Ahí está la clave, la emoción de una pelea, de besar a una chica o robar en el supermercado. La esencia de las carreras, la velocidad. He ahí la primera y genuina variante de la fórmula para sentirte vivo, la emoción, y tal vez por eso sea su nomenclatura: Fórmula1.
Es tan animal como el instinto de reproducción. Correr sin más en un deporte tan antiguo como el Imperio Romano, donde las cuádrigas ya competían unas con otras para saber algo tan sencillo, quién llegaba antes del punto A al punto B. Es nuestra esencia, nuestra naturaleza, competir y ser más rápido que cualquiera y eso es mucho más humano que meter una pelota en una portería, por ejemplo.
No trates de explicárselo a la masa porque lo que haga o crea la mayoría no significa nada, lo dijo Robe Iniesta «la mayoría de gente es idiota». Y, de hecho, la Formula1 no quiere ser un deporte de masas, la rechaza porque siempre ha sido un deporte de señoritos, de caballeros, nos gusta decir, donde la realidad es la siguiente: si no tienes dinero no corres.
Razón por la cual no todos pueden correr, tener un monoplaza, entrar en un equipo de carreras, por lo que, de primeras, este deporte genera un rechazo al ver correr a niños ricos en coches grandes a toda velocidad. Raro es el caso de quien encuentra un sponsor que le pague la fiesta y haga al niñato algo más humano. Corren hijos de oligarcas, hijos de fortunas con aviones privados. Todo empieza por nacer en un lecho de billetes que te permita correr o morir intentándolo.
Eso hace difícil encontrar un piloto al que seguir, los más entendidos siguen al equipo. Las sociedades avanzadas que construían coches como la británica o la alemana son las que se apropian intelectualmente del campeonato. El resto somos ganado. Son de Williams, Mercedes o Ferrari.
Nosotros seguimos al piloto porque nunca tuvimos un SEAT Fórmula1 Team dando por saco al todopoderoso McLaren. Pero sí lo hizo Fernando Alonso Díaz de Oviedo, España ganándole dos Mundiales a Schumacher y eso crea afición.
Bueno, afición de bufanda y resultados, porque estar pendiente de la carrera es otra cosa. Nos gustan los deportes de bar, de socializar, de conversar, levantar la mirada y ver que el partido va 0-0 y de repente gritar gol o insultar a la pantalla. Ver deporte acompaña, descifrarlo es otra cosa y no apto para cuñados de frases hechas. Aunque hay esperanza para algunos, porque si te gustó ver un coche pasar, te encantará entenderlo.
Ver Fórmula1 exige la atención plena, saber el neumático que lleva, la estrategia y entender cómo traza. Si no, es la rata dando vueltas. Cuando entiendes por qué va un poco más despacio o por qué gira un poco más ancho el jeroglífico empieza a cobrar sentido. Trata de explicar a un random que el coche con la punta de velocidad más alta no gana, si no el que pasa más rápido por la curva.
Si cierra la boca es una buena manera de filtrar. Entre tanto hay que mantener el misticismo porque el ingeniero en el fondo no quiere que entiendas, siempre tendrá una excusa de datos para refutarte, y que su trabajo parezca de otra dimensión. Deporte a la altura de la NASA. Es parte del misterio y el secretismo de la F1.
Si el disco de freno izquierdo está 10º centígrados por encima de la temperatura óptima perdemos 0.001 segundo por vuelta. Y les encanta que no sepas la razón y mentirte con una excusa seguramente desviando la atención a los neumáticos, los culpables de todo, nunca el coche o el piloto.
Si descubres lo que pasa te miran mal por sacar el conejo de la chistera. Por eso hay una corriente para humanizar las carreras, que sean más igualadas y donde importe más el piloto. Pero eso no es F1, porque se nos olvida que F1 son carreras de coches, de máquinas. Entonces el gran público se va porque quiere pelea, igualdad artificial y muchos adelantamientos.
Es la era del show por el show, que sea espectacular y a ser posible que quepa en un reel. La fiebre del Drive to Survive ha descubierto las carencias. En dos horas de carreras hay flashes espectaculares donde saltan chispas, pero no ocurre a cada vuelta. En el gran deporte de masas no hay goles en cada jugada, de hecho hay muchos errores, pérdidas de balón y lo aceptamos.
En la élite del motor no hay errores o muy pocos, porque si fallas a 300 por hora, puede que te mates. Hay que valorar llevar el coche al límite y que sólo haya décimas entre rivales. Eso si el coche es semejante.
Gana el de siempre es una buena excusa. Dominó Schumacher, luego Alonso, luego Vettel, luego Hamilton y ahora Verstappen. Con el coche dominador es más fácil ganar y si asumimos que no hay que penalizar al que mejor coche construye es justo que domine ahora Red Bull.
Otra cosa es que sea fácil de ver y asimilar, pero penalizar al más rápido sería aún más doloroso y, sobre todo, mediocre. Es como darle una mochila de 10 kilos a Usain Bolt para que no gane los 100m lisos con tanta facilidad y lo pasemos mejor. Eso es circo. ¿Cuántos Mundiales tiene Cristiano Ronaldo? ¿Cuántas Copas de Europa ganó Maradona? En carreras además de ser bueno también tienes que tener un buen equipo.
Lo importante es saber qué vas a ver. Que un Haas no ganará nunca a un Ferrari o peor, un equipo cliente de motores nunca ganará a la casa madre. Aston Martin con motor Mercedes no le arrebatará un Mundial a Mercedes si pelean de tú a tú. Por eso, además de construir tu coche has de tener tu propio motor. Eso acota todavía más las opciones de victoria, y luego está que tu equipo te elija como número 1.
¿O acaso creéis que es lucha justa en la pista? Cuando ha ocurrido, trae problemas. Alonso-Hamilton en McLaren, Barrichello–Button en Brawn, Vettel-Webber en Red Bull, Hamilton-Rosberg en Mercedes. Mejor elegir quién tendrá mejor estrategia, set-up, y evitar que se encuentren en el asfalto.
De alguna manera está dirigido y todos acatan el juego porque hay muchos intereses sobre el tablero. Ya lo dijo Alonso, «no consideraré más a la F1 como un deporte» en un enfado que tuvo en Monza. Es un sportbusiness y tantos patrocinadores e intereses hay detrás que conducir y lo que se ve en pista empieza a ser la última de las preocupaciones.
Es un deporte donde apenas se puede entrenar porque gastas, contaminas. La realidad es que la actividad en pista representa sólo el 2% del total de polución que genera el campeonato. Lo demás es transporte, promoción y derivados. Pero eso no se ve y los coches, sí. Hipocresía del Siglo XXI.
Sólo hay 10 equipos porque si hubieran más en pista, más show, más estructuras, tendrían que repartir el pastel. El dinero manda. No hay parrillas invertidas porque adulteras la competición, pero por otro lado quieres show artificial usando DRS porque si no, no hay adelantamientos. ¿Es playback o sólo es la base sonando para que el solista no esté tan solo? Porque eso es lo que se lleva ahora, Rosalía sin músicos en el escenario.
Rockstar son algunos de sus pilotos. Lewis Hamilton levita cuando anda por el paddock con su ropa de vanguardia. Marca el avance del tiempo y abre el panorama en un deporte tan cerrado. Todo lo que envuelve a la carrera también va a toda velocidad. Redes sociales, vips, moda, influencers, dinero, gloria y la foto junto al piloto.
De cabeza al futuro sin mirar a sus bases, a lo que le dio la gloria, pilotos que se dejaban la vida en una curva, otros ardiendo para dejarles la cara desfigurada, peleas épicas con Senna superando los límites de la física para ganar a Prost.
Todo eso ya no existe e incluso se tapa. Olvidar el pasado, las bases, hará que nazca un nuevo futuro sin ataduras, pero hará que le pierdan el respeto. Algo así como acabar con la familia tradicional y hacerse de género binario. Ya hay una generación que no ha visto ganar a Ferrari y eso puede ser el principio del fin de la tradición italiana y lo que significa o significaba Ferrari. ¿O creéis que Hollywood haga una película sobre Enzo ahora es casualidad?
Los circuitos clásicos mueren por los urbanos modernos y las curvas de 90º, es mejor correr cerca de la masa y sea más fácil que paguen que mandarles a un circuito a 30 kilómetros de la ciudad. Ahora es un evento con una carrera entre medias.
Las ciudades matan por limpiar su imagen y albergar un Gran Premio, ya sea en la cuna de la pose y la purpurina, Miami, o entre refinerías en Baréin. Las gradas estarán vacías o los pilotos se asfixiarán de calor como en Qatar porque todo vale, pero ahí también se organizó un Mundial de Fútbol, aunque supieran que las papeletas estaban compradas.
La droga está adulterada, mal cortada, y lo peor es que todo el Circo lo sabe. El show continuará mientras las televisiones paguen, las ciudades maten por estar y la música y el pan genere beneficios alrededor del circuito. Queremos una sociedad mediocre con carreras mediocres y lo estamos consiguiendo.
Dicen que incluso había coches dando vueltas en el Strip de Las Vegas mientras las tragaperras seguían cantando «1,2,3. Avances». Lo que ocurra en la pista está al final de lista por mucho que nos pese. Esto puede acabar como el fentanilo en EEUU contaminando a la sociedad o salirte bien como a Renton en Trainspotting, eso sí traicionando a tus amigos.
He llegado hasta «avocada». Madre mía…