Baloncesto femenino

Zoë Wallis, baloncestista forzada a entrenar a altas temperaturas a la que un golpe de calor le cambió la vida

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Candice Jackson, a la izquierda, la entrenadora; y Zoe Wallis, a la derecha del todo, la jugadora que sufrió un golpe de calor.
Candice Jackson, a la izquierda, la entrenadora; y Zoe Wallis, a la derecha del todo, la jugadora que sufrió un golpe de calor.

Para este verano vuelven los pronósticos de altas temperaturas en todo el mundo. Un fenómeno que tiene especial incidencia en el deporte, pues impide que se pueda entrenar con normalidad ya sea a baja o alta intensidad. Si hay un ejemplo paradigmático de los riesgos que se corren haciendo ejercicio bajo altas temperaturas sin ningún tipo de control, es el de Zoë Wallis.

En el verano de 2014 era una de las jugadoras de baloncesto con más futuro de Estados Unidos. Tenía una beca deportiva en el College of Charleston de Carolina del Sur y entrenaba dándolo todo con sus compañeras. Había sido una jugadora muy destacada en el instituto, capitana de su equipo y nominada para los McDonald’s All American. Sela disputaron varias universidades y pudo permitirse el lujo de rechazar las ofertas de la Universidad de Saint Louis y la de Nebraska-Omaha.

Una mañana, tenían que salir a hacer carrera continua antes del amanecer. La entrenadora planificó un recorrido cronometrado de 8 kilómetros. Aunque aún no había salido el sol, la temperatura ya era de 31 grados y la humedad del 94%.

Wallis inició bien el ejercicio, pero en la segunda mitad, empezó a no encontrarse bien. Sentía que se estaba agobiando, que se le nublaba la visión y se le cerraban los ojos. En un momento dado, su entrenadora Candice Jackson la empezó a empujar, reveló New Yorker, le ponía las manos en la espalda y presionaba hacia delante, le decía «¡sigue moviéndote!». Cuando dijo que no podía, según la demanda que presentó posteriormente la jugadora, la entrenadora la llamó «débil» y le dijo que tendría que arrastrarse hasta la línea de llegada.

Como Wallis no respondía, Jackson ordenó que sus compañeras cargaran con ella. Intentaron sostenerla de los brazos para que no se cayera, la animaban a seguir adelante, que ya quedaba poco, pero a pocos metros del final del recorrido se desmayó. Se cayó sobre el pavimento del famoso e icónico puente Ravenel a peso muerto y se destrozó las rodillas. En lugar de llamar inmediatamente al 911, la colocaron el asiento trasero de un coche que había estado bajo el sol y se la llevaron al hospital así.

Cuando llegó a urgencias, su temperatura corporal había alcanzado los 40,5º y había entrado en un fallo multiorgánico. Estaba completamente desorientada, no sabía ni quién era. Estuvo una noche en la UCI y otra en el hospital, le diagnosticaron acidosis metabólica grave, insuficiencia renal aguda y anomalías electrolíticas. Cuando le dieron el alta, los médicos le prohibieron cualquier actividad deportiva hasta que su hígado y sus riñones no se recuperaran.

El problema no se quedó ahí, mientras se tomaba un tiempo, volvió a sus clases universitarias y se encontró con otro problema. No podría concentrarse. Escribía y no reconocía su propia letra. Antes tenía una caligrafía impecable, ahora parecía la de una niña de 5 años. La situación de nerviosismo no se quedó ahí, empezó a sufrir ataques de pánico a diario.

Volvió a los entrenamientos, pero la cabeza no le dio tregua. En la siguiente temporada, sufrió otro ataque mientras jugaba y un episodio de hiperventilación. Acabó en el vestuario llorando en posición fetal, se sentía completamente incapacitada física y mentalmente para seguir jugando al baloncesto, estaba promediando 0,8 puntos por partido. El drama en Estados Unidos con estas cuestiones no pasa por perder una afición deportiva, el baloncesto era lo que le había dado la beca para poder estudiar en la universidad. La perdió y tuvo que abandonar el centro.

Eso es lo que la llevó a denunciar, porque según el reglamento de la NCAA no se puede revocar una beca por una lesión mientras se hacía el deporte en cuestión. En 2019, consiguió llegar a un acuerdo por el que la universidad la indemnizó con 300.000 dólares.

Daba igual, el daño ya estaba hecho. En su ciudad natal, a los episodios de ataques de pánico tuvo que sumar el salir a la calle los días de calor. Sentía terror. Ahora se gana la vida en el mundo de la empresa y terminó sus estudios en la Universidad de Missouri.

Su experiencia demuestra la toxicidad de los entrenadores que llevan al límite a los deportistas durante el ejercicio físico, además de las terribles consecuencias que pueden tener esas prácticas inhumanas, pero también alerta sobre el cambio climático. Para las sesiones a altas temperaturas es necesario realizar aclimataciones graduales, contar con hidratación adecuada y llevar a cabo una monitorización de los signos de estrés por calor. Todo lo contrario de lo que hizo esta entrenadora.

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