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Aleksandar Djordjevic: «Ivkovic no me seleccionó en el 89 porque con Petrovic y yo juntos hubiéramos necesitado dos balones»

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Djordjevic durante su entrevista telemática con Jot Down Sport
Djordjevic durante su entrevista telemática con Jot Down Sport

Seguro que a todos se nos viene a la cabeza la imagen de algún líder en el mundo del deporte, aquel deportista dotado de carisma y carácter que tiene la habilidad de influenciar a los demás e indicarles el camino. Alguien a quien el resto de sus compañeros escuchan con atención y dirige al grupo hacia el éxito. Pues bien, Aleksandar Djordjevic (Belgrado, 1967), sin duda, uno de los más claros ejemplos de liderazgo que encontramos en el baloncesto. El serbio, además de ser uno de los mejores bases europeos de todos los tiempos, siempre ha sido un referente en todos sus equipos a lo largo de sus más de veinte años como jugador profesional. En el 2005 se retiró y comenzó su carrera como entrenador. Actualmente, es el seleccionador de China.

Junto a Iván Rodríguez (La Magia del Basket) entrevistamos a esta leyenda del baloncesto europeo, quien nos atiende desde Milán.

Estás ahora de seleccionador de China. ¿Qué tal te va allí? ¿Te ha cambiado mucho la vida con respecto a Europa?

Bueno, a esta edad ya hemos visto de todo. Conocemos el país, conocemos a la gente y, cuando recibí esa llamada, me lo pensé con mi familia y me lo he tomado como un desafío profesional y personal enorme. Es un gran cambio. Fuimos un par de meses para conocer a todo el mundo y crear nuestro staff.

Hablé con muchos directivos sobre lo que nos esperaba, también con Yao Ming, mi guía de la federación. Para mí es un enorme placer y un honor haber sido el elegido. Y luego, me puse a trabajar, vi a todos los jugadores, a todos los equipos, conocimos a mucha gente… Y bueno, es baloncesto, como digo yo. No hay secretos, solo una ilusión, una pasión que nos lleva y hay que continuar.

¿Cuándo decides que quieres ser entrenador de baloncesto?

Muy tarde. Siempre decía, sobre todo durante mis últimos años jugando, que no quería ejercer de entrenador. Estaba muy convencido. De hecho, me fui un poco fuera del baloncesto buscando otras cosas. Disfruté de mi familia, de ver crecer a mis hijas. Cuando estaba jugando mi último año en el Scavolini de Pésaro, le dije a un dirigente: «No, nunca voy a ser entrenador. Ya tengo bastante, no puedo más…». Y él me decía: «Te escucho, pero te digo que no». Yo: «¿Cómo?». Y él: «Tienes el virus de baloncesto dentro de ti, y no podrás escapar».

Querer, quise salir, pero cada vez que pisaba el parqué, no cuando veía los partidos, sino cuando lo pisaba con mis propios pies haciendo lo que fuera, por dentro sentía que algo se estaba cambiando. Pensé que, quizá, al cabo de unos años, cuatro o cinco, cuando acabase la carrera de entrenador, merecía la pena tomar ese camino. En cuanto acabé en Milán, me llegó una oferta para ejercer de entrenador. Habían decidido cambiar y querían apostar por mí. Yo solo era un ex jugador que sabía bastante de baloncesto, pero no de todo lo que hay que saber para ser entrenador. Necesitaba experiencia y todo eso. Y bueno, como te he dicho, me fui por otros lados buscando otras cosas, pero el baloncesto es algo que se lleva dentro. Está esa pasión, ese virus que siempre te vuelve a meter dentro.

El joven Djordjevic (Foto: MNPRESS)
El joven Djordjevic (Foto: MNPRESS)

 

Has estado rodeado de grandes maestros, como Obradovic, Scariolo, Ivkovic, Cosic…

D’Antoni, Aíto

Cierto. También con Pesic en tus inicios con la selección yugoslava. ¿Te identificas especialmente con alguno de ellos en tu forma de entrenar?

Bueno, identificar no, porque pienso que cada uno tiene que elegir su propio camino como persona, como jugador y, ahora, como entrenador. Pero me ayudó muchísimo la experiencia con todos los que has nombrado. Además, tuve la suerte de trabajar un año con el profesor Nikolic en Partizan, el primer año de entrenador de Zeljko.

Todas esas leyendas fueron mis entrenadores y mis profesores. De cada uno busco coger algo, ejercer como alumno porque la verdad es que he tenido suerte de haberme cruzado con todos esos entrenadores en mi camino. Como jugador estoy muy agradecido. Y ahora, como entrenador, me doy cuenta todavía más de su importancia. Primero, de que me apoyaran, me reconocieran y escogieran. Y segundo, que me enseñaran, me entrenaran, hablaran conmigo, intercambiaran experiencias y opiniones… Luego, cuando decidí ejercer de entrenador, me acordaba mucho de cada uno de ellos, según las circunstancias. No me cuesta nombrarlos y recordar lo que decían, porque la verdad es que me dejaron una huella muy grande.

Centrándonos en tu etapa de jugador, que da para hablar largo y tendido…

(Aleksandar interrumpe la pregunta) Mira, cuando hablamos y me mandaste el mensaje, pensé: «Ya soy mayor. La memoria ya no es lo que era». Esta etapa pertenece al pasado. Mi cabeza ya no piensa como jugador, piensa como entrenador (risas).

Vamos a intentar recordar aquellos años. En tus inicios, me imagino que como tu padre era entrenador, el baloncesto estuvo presente en tu vida desde niño.

Ya que has nombrado a mi padre, él fue entrenador de Estrella Roja en el año 70, 72, 73 y 74. Ganó la última liga de Estrella Roja en la vieja Yugoslavia. Jugaron la Copa de Europa y la Recopa de Europa, y se enfrentaron al Simmenthal de Milán. Estaba Art Kenney como jugador. Era un equipazo. Creo que Sandro Gamba era el entrenador, pero no me acuerdo.

Mi padre entrenaba al Estrella Roja, yo tenía cinco o seis años, y en un derbi contra Partizan me puse la bufanda y una banderita del Partizan… con él de entrenador del Estrella Roja. Recuerdo que salió un artículo en un periódico yugoslavo de la época con el título El hijo contra el padre. Lo tengo todavía. Guardo muy buenos recuerdos de esos inicios porque mi padre siempre me dejaba estar dentro del Palacio, me llevaba con él a ver a los grandes jugadores. Así empecé un poco a decidirme por ser jugador.

Tomé la decisión un día en el que estábamos viendo un partido del Mundial de Colombia. Yugoslavia jugó contra la Unión Soviética o contra Estados Unidos. Eran las 3 de la madrugada y le dije a mi padre: «Yo voy a ser eso». Y mi padre: «¡Ah!, jugador de baloncesto». Yo: «No, no, jugador de la selección». Mi padre: «¡Ah, bueno! Qué buena ambición tienes». Yo: «No, no me entiendes. Voy a ganar medalla con la selección».

Siempre me recordó este episodio en el que decidí ser jugador de baloncesto. A partir de ahí, mis comienzos fueron en el Estrella Roja cuando era joven. Luego, a los 15 años, en el Partizan. Yo era hincha del Partizan. Crecí en el barrio donde juega el Partizan. Crecí con leyendas como Kikanovic o Dalipagic. Siempre iba a ver los partidos. Mi abuelo fue partisano, héroe de guerra. Mi abuela me cosía camisetas blancas y negras. Era mi padre el que era del Estrella Roja, que era de los comunistas, no de los partisanos. Así fueron los inicios. Fui del Partizan desde niño.

¿Cómo se trabajaba el talento en la antigua Yugoslavia? ¿Ha cambiado mucho la manera de entrenar?

Teníamos doce equipos en la serie A yugoslava y cada equipo era como una pequeña selección. En Eslovenia estaba Olimpija Ljubljana; en Montenegro, Buducnost; en Sarajevo, Bosna; en Croacia, dos o tres equipos, Split, Zadar, Cibona, y en Belgrado Partizan y Estrella Roja… Esos equipos fichaban a los mejores jugadores de la región y se quedaban con ellos mucho tiempo. Así se creaba un núcleo de jugadores de gran calidad que estaban siempre cerca de la selección.

Para llegar a cualquiera de estos equipos tenías que tener muy buena calidad. Los doce que estuvieran eran los mejores del momento. Como no podíamos fichar por el extranjero hasta los 28 años, estos equipos tenían su propio estilo e identidad. Sobre la cancha, era como una guerra deportiva diaria. Se entrenaba a tope, en cada club había uno de los grandes entrenadores de la escuela yugoslava. Cada club era una pequeña selección, siempre lo digo.

Djordjevic en el Partizan (Foto: MNPRESS)
Djordjevic en el Partizan (Foto: MNPRESS)

Hacíamos entrenamientos muy duros, con mucho trabajo individual. Por las mañanas hacíamos muchas sesiones individuales, correcciones, técnica, mucho tiro, mucho manejo de balón, situaciones de 2×2 y 1×1. Situaciones que, luego, por la tarde, tenías que ejecutar en colectivo. Se hacían un par de horas o dos horas y media muy fuertes, jugando mucho con entrenadores que tenían una autoridad máxima.

Eso es lo que hemos perdido por el problema de los resultados. Siempre digo lo mismo, la desesperación te lleva a no dejar que un entrenador permanezca dentro de una entidad, que se haga un núcleo fuerte. Un ejemplo de lo que estoy diciendo es el Joventut de Badalona, donde los jugadores y los entrenadores suelen estar mucho tiempo. Los jugadores crecen con el mismo entrenador. Estoy seguro de que en un par de años les vamos a ver en Euroliga como ese gran club, con una gran historia, que va a volver.

En mi época había esa continuidad en el trabajo. Había esa seguridad de que, una vez que estabas ahí como jugador, te iban a entrenar, te iban a enseñar y te iban a llevar en la dirección adecuada. Los entrenadores eran los jefes de todo el sistema. Pero todo esto ha ido cambiando poco a poco.

Ahora ha entrado más dinero, se han abierto las fronteras y entra y sale mucha gente. En mi época, en el Barcelona estaban San Epifanio, Siblio, Audie Norris, Solozábal y tal, ese era el corazón del Barcelona. En el Real Madrid, Corbalán, Iturriaga, Martín… ese fue el corazón del equipo mucho tiempo.

Con nosotros era igual, y los jóvenes aprovechábamos ese gran trabajo individual que nos motivaba para trabajar más. Nuestros entrenadores eran muy detallistas. Eso no quiere decir que ahora no los haya, además, hay muchas fuentes de información, libros, sistemas, eso está al alcance de la mano de cualquiera. En nuestra época solo estaba al alcance de los grandes entrenadores.

¿Cómo era la preparación física en tu etapa juvenil y júnior? Creo que con Pesic en la selección júnior, cuando estabais preparando el Mundial del 87 en Bormio, os hacía subir una montaña de escalones todas las mañanas.

Sí, bueno, hay una película o documental de esto. No sé si lo habéis visto. Se llama 250 escalones. Os invito a verlo porque es interesante. Se pueden ver esos 250 escalones, que son de la rampa de saltos de esquí en una montaña cerca de Sarajevo, donde iniciábamos nuestra preparación. Cada mañana había que hacer sprints por ahí, por la pendiente, que empezaba un poco suave y luego se ponía casi vertical. Uff… Era otra época, había mucho tiempo para prepararse para una competición. No había muchas posibilidades de jugar partidos amistosos como ahora.

Tenías mucho más tiempo para trabajar sobre ti mismo y para crecer individualmente. Ahora todo tiene otra dinámica. No llegas ni a los 14 o 15 años y ya estás en todos los libros o informes de todos los scouts del mundo. Ahora es completamente distinto. El desarrollo de los jóvenes se fija en otra dirección, no en mejorar con una metódica y progresión natural que te lleva a dar tu máximo a los 22 o 23 años, que es donde puedes dejar tu huella en el primer equipo. Ese punto se ha bajado mucho. Todo esto influye también sobre el trabajo que se hace y nos tenemos que adaptar.

En esta época que me comentabas con la júnior, nos despertábamos a las 7, corríamos 45 minutos, luego hacíamos un desayuno tranquilo, y después dos horas y media de trabajo de escalones por la mañana. Recuerdo que corríamos con unos chalecos, el de los pívots, de 12 kilos; el de los aleros, 10, y nosotros, 6-8 kilos.

Había gente como Divac que sacaba los pesos del chaleco y metía periódicos del tamaño de los pesos (risas). Había que adaptarse. El entrenador se ponía en la cima de la montaña, con una panorámica de 360º, y te decía: «Hoy hay que correr esto». Y tú allí, una hora y media corriendo, luego sprints, saltar… Después a comer algo, descansar, y luego dos horas y media de baloncesto, hasta que había luz en el Palacio.

También es verdad que algunos de nosotros, sobre todo ahora, a esta edad sufrimos físicamente. Algunos hemos acabado con la cadera artificial, a mí me tienen que poner la segunda. Se jugó mucho, nos han exprimido. Todo pasa factura.

¿Mantienes el contacto con los compañeros de aquella selección júnior?

A veces nos da pereza vernos, pero nos vemos, por ejemplo en la Final Four o en algún campeonato de la FIBA. Nos abrazamos y tal, y, si te fijas, todos estos ex jugadores, cuando caminan, cojean. La espalda, la cadera, la rodilla, tal… Pero también hay jugadores que tenían otro tipo de cuerpo y que podían soportar todo ese esfuerzo. La verdad es que hicimos un gran trabajo y tengo grandes recuerdos de aquellos años.

Fue duro, pero no fue un sufrimiento, porque amaba el baloncesto, lo quiero todavía. Todos queríamos mucho el baloncesto, había amor hacia el deporte que hacíamos, por eso no puedo hablar de un sufrimiento enorme. Se hizo eso, que llegabas y pensabas: «Ya estamos aquí, a ver, ¿hoy que nos toca?, una hora y media corriendo, pues a correr». Se pasaba así…

Djordjevic con Yugoslavia (Foto: Cordon Press)
Djordjevic con Yugoslavia (Foto: Cordon Press)

¿Qué tenía aquella fantástica selección yugoslava júnior, además de talento, para maravillar al mundo y ganar el Mundial en el 87 derrotando a Estados Unidos en dos ocasiones?

Bueno, lo primero es que fue el resultado de una selección increíble en la antigua Yugoslavia. Para seleccionarnos, había unos mini camps de tres o cuatro días en cada ciudad. En Podgorica, Montenegro, en Liubliana, Eslovenia, otra vez en Belgrado… Seleccionaban a los mejores. Fuimos, la verdad, una generación increíble, como lo fue la vuestra, la de Pau, Juancar, Carlos, Calderón… y la de Rudy y Llull todavía.

Así dejamos nuestra huella en el baloncesto mundial. Tuvimos la mala suerte de tener la guerra de por medio. En el 91, nos separamos, pero si hubiese existido más tiempo ese país, hubiera sido una selección increíblemente fuerte, todavía más de lo que lo era. Desde el 91, bueno, desde el 92, fue Croacia, Yugoslavia, Eslovenia… Se estaba separando, poco a poco, esa fuerza enorme.

En el 87, todo el mundo se dio cuenta de que el baloncesto existía fuera de las fronteras de Estados Unidos, y ese Mundial de Bormio aparece en los libros e informes de David Stern, de Bora Stankovic, de todo el mundo, que, en ese momento, habían empezado a crear el Open McDonald’s. Llegaron los Boston Celtics a Madrid, y también jugaron los New York Knicks con Pésaro, no me acuerdo dónde… Empezaron a abrirse las fronteras.

Nuestra generación fue la demostración de que había talento en baloncesto fuera de las fronteras de Estados Unidos. Empezaron a abrir los ojos y a ver que había un Kukoc que en la fase de grupos de ese Mundial hizo 11/12 triples. Luego, en la final, ganamos por segunda vez a Estados Unidos, y fue una mezcla de nacionalidades, de eslovenos, bosnios, croatas, serbios, montenegrinos, etc. Fue el resultado de esa escuela yugoslava.

Cuando yo tenía 15 o 16 años, ya estaba jugando con el primer equipo del Partizan, también con los júniores. En cada uno de esos países, los jugadores crecían así. Y cuando teníamos 18 o 19 años, ya atesorábamos una cierta experiencia como veteranos de ligas potentes. No solo éramos jóvenes que, quizá, en un par de años iban a llegar a ser buenos. Ya llevábamos un par de ligas detrás, un par de finales, un par de finales de la Copa, como la Jugoplastika, que en aquella época ganaba tres Euroligas seguidas.

Antes de la Jugosplastika fue la Cibona un par de años, con Drazen Petrovic, luego Partizan… Fue esa época donde la escuela yugoslava dominaba el baloncesto. Y fue exactamente por eso que te estoy diciendo, por ese sistema de educación, por los métodos de trabajo cotidianos en los clubes. En verano nos pasábamos un par de meses en las montañas. No había ni teléfono, ni dvd, ¡qué digo dvd!, ni vídeos. Había una cinta de un partido All Star de no sé qué, que la veíamos cada noche, siempre.

Se crecía así. Jugar, jugar, jugar, entrenar, correr por las montañas, hacia arriba y hacia abajo, y tener los ojos abiertos cuando llegaba la competición de verdad para intentar cumplir nuestros sueños. Jugamos también con mucha hermandad. Kukoc dormía en mi casa de Belgrado, y Pavicevic venía cada dos o tres días. Uno se cogía una cama y el otro estaba por el suelo. Crecimos así, con una amistad auténtica, una amistad pura, una amistad sin ningún otro objetivo, solo porque nos gustaba estar juntos.

Salimos con esa fuerza e hicimos este Mundial. Después se jugó en Seúl 88, donde yo ya estaba en el quirófano para hacerme el trasplante de la cadera y no me llevaron. Y luego fue el Europeo 89, el Mundial 90 y el Europeo 91, que fue último campeonato como Yugoslavia. Allí, en la semifinal o cuartos de final, llegó una llamada desde el gobierno esloveno y a Juri Zdovc no le dejaron jugar esos últimos tres partidos porque empezó la guerra, empezaron los conflictos en la tierra yugoslava. Así se terminó esa gran escuela. Nos estábamos separando como país.

¿Y cómo viviste el comienzo de la guerra durante el Europeo del 91 en Roma? Aunque arrasasteis en aquel campeonato, supongo que sería durísimo jugar y abstraerse de todo lo que estaba pasando en Yugoslavia.

La verdad es que no había manera de comunicarnos. Para llamar por teléfono dos minutos a tus padres una vez cada tres días había que pagar muchísimo, y no tenías ni dinero. No sabías lo que pasaba de verdad en casa. Pero cuando volvimos, nos dimos cuenta de que la situación era grave, de que habían empezado verdaderos conflictos. Bueno, aquel campeonato fue como The Last Dance para esos grandes jugadores yugoslavos, con el gran Ivkovic, nuestro entrenador. Y bueno, así lo terminamos.

Estando en Roma, ¿pensabais que iba a ser vuestra última oportunidad de jugar todos juntos?

Sí, sí. Se sabía y hablábamos entre nosotros. Se sabía, podías sentirlo, oírlo también, aunque tuvimos tranquilidad y tiempo para prepararnos y concentrarnos para jugar. Pero sabíamos que iba a ser así.

En 1987 disputaste con la selección absoluta el Eurobasket de Grecia. Sin embargo, no volviste con tu selección hasta el Europeo del 91, es decir, te perdiste tres grandes campeonatos, los Juegos Olímpicos de Seúl, el Europeo de Zagreb y el Mundial de Argentina. ¿Qué pasó?

En el 88, el equipo lo llevó Ivkovic. En el 87, fue Kresimir Cosic, que incorporó a cuatro jugadores de esa selección júnior, Divac, Kukoc, Radja y yo, y nos llevó a ese Europeo en el 87, donde Grecia ganó por primera vez. En el 88, fue el año de los Juegos Olímpicos de Seúl. Después de una semana de preparación, sentía un dolor en la cadera, en el psoas, y me tuve que operar. Ya tenía una artrosis importante, después de todos esos escalones y todo eso… (risas). Y me perdí esos Juegos Olímpicos.

En el 89, en Zagreb, el seleccionador, Ivkovic, tres días antes de dar la lista de 16 jugadores, hizo una declaración, conservo todavía los periódicos, diciendo: «Aleksandar Djordjevic es el mejor playmaker de Yugoslavia tras una temporada excepcional». Habíamos ganado la Copa yugoslava y la Copa Korac, pero tres días después no me puso en la lista de 16.

Me lo tomé muy mal. Me fui a hacer un año el servicio militar porque era obligatorio en aquella época, y salí en el año 90. En este año fue el Mundial, pero llevaba un año sin jugar, me fui con los Celtics para hacer un campus y luego volví en el 91.

En el 89 fue el Europeo en Zagreb, con Drazen Petrovic como protagonista excepcional, que había jugado en el Madrid y después se había ido a la NBA. Él dominaba… él dominaba. Y es cierto que hubo un episodio ahí que todo el mundo conoce, pero ya… no quiero ni hablar de eso.

Djordjevic con la selección yugoslava en un partido contra Letonia (Foto: Cordon Press)
Djordjevic con la selección yugoslava en un partido contra Letonia (Foto: Cordon Press)

Entiendo… Sabemos a lo que te refieres (Al parecer, después de un enfrentamiento entre Cibona y Partizan, Drazen le dijo a Sasha que nunca volvería a jugar con la selección. Aquel año, 1989, Djordjevic no fue con Yugoslavia).

Sí, porque fue, la verdad, un episodio, para mí, muy fuerte, muy duro. No sé si es por eso por lo que no estuve en el 89, pero años después, ya como entrenador, empecé a comprender las razones por las que el seleccionador Ivkovic no quiso llevar a un jugador que era ofensivamente bueno, un playmaker de muchos puntos y que tenía el balón, como era mi caso. No quiso meternos a Petrovic y a mí juntos porque hubiésemos necesitados dos balones.

Drazen era el mejor, por eso lo justo fue construir la fuerza del equipo metiendo, defensivamente, un jugador un poco más alto, o dos jugadores que podían acoplarse mejor con Drazen, que fueron Jure Zdovc y Zoran Radovic, que jugaron ese Europeo de una manera excepcional. Creo que ganamos de más de 20 puntos a cada adversario.

El Eurobasket de 1991 en Roma supondría la última presencia de Yugoslavia en competiciones internacionales. La sanción impuesta por la ONU impidió vuestra participación en cualquier competición hasta 1995, momento en el que Yugoslavia volvió a competir con jugadores serbios y montenegrinos. Aquel año disputáis el Eurobasket de Atenas, derrotando en una memorable final, uno de los mejores partidos de baloncesto que se han visto, a la Lituania de Sabonis y Marciulionis, y con un auténtico partidazo tuyo, 41 puntos, 9/12 en triples… Pasaron muchas cosas durante este encuentro, como el amago de retirada de los lituanos, tu posterior conversación con Sarunas Marciulionis…

Sí, fue un partido histórico, la verdad, uno de los mejores, como dices tú, si no el mejor… Lituania, vamos, con los nombres que tenía, Kurtinaitis, Marciulionis, Karnisovas, Sabonis, Chomicius, muchos de ellos, si no todos, jugaron en España. Era un equipazo increíble. En el 87 salió Marciulionis destacando en el baloncesto mundial por su fuerza. Fue uno de los primeros que se marchó a la NBA. Jugó increíble. Desde la posición de base, con su potencia física, fue impresionante jugar contra él. Tenía una fuerza increíble. En estos momentos no hay jugadores, y no ha habido después de él, con su fuerza. Era una fuerza sobrenatural.

En el 95 hicimos una competición de clasificación en Bulgaria, antes de irnos al Europeo. Durante tres años, con el embargo, estuvimos completamente fuera de cualquier competición. Eran, quizá, mis mejores años como jugador, con madurez, con 24 años ganando Euroliga con Partizan. En el 92, 93 y 94 no jugamos con la selección en ningún lado. Y en el 95 ganamos en la prórroga contra Bulgaria para clasificarnos para el Europeo, pudimos no habernos clasificado para ese Europeo. En Sofía ganamos un partido muy duro.

Me acuerdo también que Bosnia y Herzegovina no quiso jugar contra nosotros, perdió 20 a 0. La guerra había llegado a algo increíble en ese momento. Para nosotros, fue una época de rehacerte, de rehacer tu vida, de rehacer tu orgullo, de hacer algo grande por tu país. Y también de rebelarse contra alguna cosa que nosotros pensábamos que era muy injusta. La historia ha demostrado que fue muy injusta. Este es un tema que no es muy popular y, desafortunadamente, se ha vuelto a hacer otra vez en dos países como Ucrania y Rusia, donde ha habido una historia antes.

Para nosotros este momento era como una oportunidad única. Jugamos con ese orgullo, nos preparamos muy bien. Fuimos ya Yugoslavia sin Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina, fuimos solo, prácticamente, Montenegro y Serbia. Y jugamos ese partidazo contra Lituania.

Me acuerdo de que también ganamos contra Grecia, que eran los anfitriones, en la semifinal. Fue un partido muy duro, muy físico, muy sucio, muy particular. Ganamos de poco y en la final toda la afición griega iba contra nosotros. Bueno, les habíamos ganado, es normal. No obstante, somos pueblos hermanados y tal…

También hubo unos problemillas en las tribunas, incluso con nuestras mujeres. Con la mujer de Ivkovic también, que le dieron un puñetazo y tal… buff… Fue un poco rara aquella situación. La final, como partido, fue el encuentro con el que sueñas toda tu vida, y lo jugamos en un momento muy particular para nuestro país.

Nos salió muy bien, a mí me salió muy bien. Metí 41 puntos, creo que todavía es el récord de todas las finales FIBA. Nos salió un partido muy físico, pero era normal. Era una final, había nervios y eso hace que haya muchas faltas, muchos contactos, mucha defensa.

Defender a Marciulionis fue muy, muy difícil. A mí me salió ese partido como me salió, muy bien, y la verdad es que estoy muy orgulloso. Nuestro país se volcó con nosotros. Le dimos una enorme satisfacción. Fue un día muy especial, un orgullo. Cada vez que se recuerda ese partido, cada año, repito lo mismo.

¿Qué le dijiste a Marciulionis cuando, al final del partido, abandonaron la cancha y se sentaron en el banquillo amenazando con retirarse?

Bueno, era mi amigo y, sobre la cancha, mi enemigo. A mí siempre me gustaba jugar contra estos grandes nombres. Y se pusieron, en un momento, a protestar, se sentaron e intentaron romper un poco el ritmo del partido. Fueron muy listos. Nos dijeron, después de muchos años, que no había nada raro con los árbitros, que no fue nada que influyera en el partido, pero quisieron cortar nuestro momento. Yo me puse ahí, con Marciulionis, y le dije: «Oye, a nosotros también nos han pitado una técnica en el primer tiempo, vamos a seguir jugando. ¿Vais a hacer esto y no vais a tener huevos para volver a jugar? Volved a la cancha y terminemos el partido». (risas). No es que volvieran por eso, pero lo dije…

Pero inmediatamente después de tu conversación con él, todos los lituanos se levantaron y volvieron a la cancha.

Sí, yo le dije eso: «Volved y jugar el partido con huevos. Terminad como deportistas».

La temporada 91/92 es una de las más importantes de tu carrera deportiva. Aquel año ganas la Euroliga, por entonces Liga Europea, con tu Partizan. Todo comienza en Fuenlabrada…

Sí, el año pasado se cumplieron treinta años. Estaba trabajando en el Fenerbache y no pude ir a Fuenlabrada porque teníamos un par de partidos en esa fecha. Nos llamaron y nos llamáis Partizan de Fuenlabrada, y es justo porque ese año Fuenlabrada fue nuestra cancha en la Euroliga, ya que en nuestro país había empezado la guerra. Jugamos todos los partidos de casa allí, en un pabellón nuevo.

Poco a poco íbamos creciendo como grupo y empezamos a conocer a la gente. Eran muy simpáticos, el alcalde siempre nos animaba. Jugamos un buen baloncesto. La gente venía a animarnos incluso contra equipos españoles, contra Estudiantes o Joventut. Para nosotros fue increíble. Rafa Jofresa me decía que ellos tampoco se lo podían creer: «¿Cómo es que están animando contra nosotros?». Y Alberto Herreros igual. Fue la época donde dominaba el Joventut en España y Estudiantes tenía un equipazo increíble.

Djordjevic con el Barça (Foto: Cordon Press)
Djordjevic con el Barça (Foto: Cordon Press)

Estudiantes os ganó en Fuenlabrada aquella temporada. Creo que fueron los únicos que lo hicieron allí.

Sí. Nosotros ganamos al Joventut, pero contra Estudiantes no pudimos. John Pinone era un gran pívot. Todos jugaban un buen baloncesto. Siempre vamos a estar agradecidos a Fuenlabrada desde lo más profundo de nuestro corazón por el apoyo, por el amor que nos dieron, por este empujón hacia un reto tan importante, tan increíble. Nadie lo creía.

Me acuerdo que ganamos el último partido, me parece que contra Jonventut, y la afición se quedó en el pabellón animándonos a volver otra vez a la cancha para saludarles. En ese momento nos sentimos especiales. Y en ese momento crecimos aún más como jugadores, como grupo, como equipo, entendimos por fin que éramos un gran equipo, que podíamos hacerlo.

Aunque eso era algo que había que decirlo con la voz baja y nunca frente a Zeljko o al profesor Nikolic. Pero bueno, estábamos jugando un buen baloncesto. Y tuvo mucha repercusión, toda la gente habló muchísimo, y terminó como terminó, con otro sueño para un chaval de Belgrado que creció como hincha del Partizan y luego fue el capitán de su único trofeo europeo de Euroliga hasta ese momento, con el tiro en el último segundo, ganando contra un gran equipazo como el Joventut. Fue, la verdad… (Sasha se queda pensando)

Impresionante.

Impresionante, un sueño. La verdad es que la regla que si había dos equipos del mismo país tenían que enfrentarse en semifinal nos ayudó muchísimo, porque si nos hubiésemos enfrentando a Estudiantes en semifinal, estábamos fuera. Contra el Estu tuvimos problemas, eran muy difíciles para nosotros.

¿Os veías con opciones reales de ser campeones a lo largo de todos esos partidos en Fuenlabrada?

La verdad es que esa idea la fuimos asumiendo poco a poco. Me acuerdo también de un partido en Milán, donde ganamos contra el Philips, y a este equipo le ganamos en semifinal de Final Four y también les ganamos en Fuenlabrada, pero cuando ganamos en Milán nos creció ese sentimiento de que éramos un equipazo y podíamos con los mejores.

En las temporadas hay esos momentos donde los entrenadores, los jugadores y todo el club sienten el momento. Cuando se hace ese clic, ese clic de aquí, no hay bromas, se juega para ganar y podemos hacerlo. Y nos salió en ese momento. Dejamos Fuenlabrada y jugamos los cuartos de final contra Virtus de Bolonia, el único partido en Belgrado ese año. No había muchos seguidores nuestros, pusieron unas entradas muy caras… No fue el ambientazo que hay ahora en Belgrado. Fue muy raro, pero ganamos el primer partido. Y la regla era que el primer partido se jugaba en casa del peor clasificado y luego dos partidos en casa del mejor clasificado. Y ahí, en ese momento, cuando ganamos a la Knorr de Bolonia en Belgrado, se veía ya. Entramos en el vestuario y dijimos: «Ahora estamos. Ahora somos un equipo serio. Lo podemos hacer».

En la Final Four de Estambul derrotáis a la Philips de Milán en semifinales. Y en la final, contra el Joventut, se produjo una de las canastas más icónicas de la historia del baloncesto, tu triplazo a escasos segundos para el final que os daba la victoria en la Euroliga, por entonces, Liga Europea. Háblanos de este triple. ¿Qué pasaba por tu cabeza cuando recibes el balón a falta de 9 segundos para finalizar el encuentro? ¿Ibas con la idea fija de jugarte el triple, o dependía del tipo de defensa que te hiciera Tomás Jofresa?

Botaba solo para tener un espacio donde poder hacer jump stop para el tiro. Yo, de jugador, me fijaba mucho en la geometría, en las líneas. Ese espacio para mí fue un poco, no sé… Todavía, como entrenador, pienso que esa geometría es muy importante. Pero en aquella época ya sabía cuál es el sitio desde donde había tirado muchas veces, y quería llegar hasta allí y jump stop. Ahora estoy enseñando a todos los jugadores, con las preguntas: «Si tú como playmaker o como jugador vas por el centro hacia mitad de la cancha o hacia dentro, ¿por dónde pueden llegar las ayudas? Por todos los lados, ¿no? Puede llegar la ayuda en defensa por todos los lados. Pero si tú vas hasta el córner, hasta la esquina, ahí no te llega nadie, no te pueden parar, sobre todo en la transición, sobre todo en un contraataque». Aunque digo esto cuando vosotros tenéis a Llull por ahí que os mete todo lo que quiere, o Navarro antes.

Sí, pero tú fuiste uno de los pioneros en este tipo de canastas. Es un tiro que ha pasado a la historia del baloncesto.

Fue un tiro muy importante, fue un tiro hecho después de 40 minutos sobre la cancha. Fue un jump stop, parar y tirar. Una parada después de un sprint muy fuerte. El gesto técnico fue guapo. Fue interesante, no fue un tiro así… Tenía mi cadera todavía, no la de acero como ahora (risas). La verdad es que después del 88 estuve cuatro meses con las muletas, sin poder apoyar el pie derecho. Después hacía estiramientos y ejercicios para reforzar las piernas. Entraba cada día en el gimnasio para hacer ejercicios de gemelos, de tobillos, glúteos…

Djordjevic con el Real Madrid (Foto: Cordon Press)
Djordjevic con el Real Madrid (Foto: Cordon Press)

¿Se nace con ese don para hacer ese tipo de canastas o se entrena?

Se entrena, se entrena. Siempre me quedaba en los entrenamientos a hacer algo de lo mío. En los últimos años me acuerdo de que, no sé, por ejemplo, pasaba un balón sobre el tablero, cogía el rebote, uno, dos, tres, cuatro botes y a tirar. Un tiro con mano izquierda, con una finta, con algo que te puede pasar en el partido. Y esos automatismos los creas, tanto física como mentalmente. Lo puedes hacer.

Me ponía algunos retos y terminaba así los entrenamientos. Hasta que no terminaba estos ejercicios, no me iba al vestuario. Los jugadores lo entrenan, el año pasado tenía gente como Sehmus Hazer, Akpinar y Biberovic. En un momento les dije: «Vamos a hacer esto. Los jugadores que podéis tener el balón en los últimos tres segundos, tenéis que hacer algún tiro que a vuestras características les vaya bien. Y tenéis que encontrarlo vosotros. Yo no os digo que hagáis esto o lo otro».

Recuerdo que cometí este error con Juan Carlos Navarro cuando jugaba en Barcelona. Juancar salía y hacía esos tiritos con una pierna, la bomba y tal. Y yo le decía: «Juancar, macho, no puedes hacer eso (risas). El nivel es alto. Tienes que hacer parada y entonces ahí, como la vieja escuela, como Galis, como San Epifanio, como todo el mundo. Parada en la pintura, tal, con dos piernas, entonces puedes pasar, puedes dar asistencia, puedes tirar».

Juancar decía: «Sí, sí. Bien, Sasha. Gracias, gracias». Y lo estuvo intentando durante un mes o mes y medio, pero no anotaba. Entonces, como en los entrenamientos seguía metiendo sus bombas, le dije: «No te voy a tocar, hijo. Haz lo que quieras» Y él seguramente pensó: «A tomar por culo, Sasha. Voy a hacer mi ‘bomba’», y creó uno de los tiros con menos posibilidades en la historia del baloncesto europeo.

Por eso, ahora como entrenador no les digo: «Vais a hacer esto». Algunas cosas sí porque son el abc y hay que hacerlo. Pero lo que creo es que cada jugador tiene que encontrar su propia facilidad para hacer esas… Lo que hace Llull, no sé ni cómo lo llamáis.

Las mandarinas.
Las mandarinas son un arte, un arte. Bota con la derecha, tira arriba y le entran. Es que es increíble.

Cada uno tiene su propio estilo.

Sí, sí.

Me gustaría detenerme en el tema del liderazgo. Cuando pienso en un líder en los equipos siempre se me viene tu imagen a la cabeza. ¿Qué cualidades crees que tenías para ser un líder? Los que estuvieron contigo hablan de la seguridad que transmitías, de que te las jugabas desde el primer día y les demostrabas que eras un auténtico líder, la seguridad en tus charlas, en tus mensajes, en tu manera de jugar, en todo…

Pues eso (risas). La verdad es que podemos hablar mucho de esto. Es un tema que me gusta mucho y que me sale de dentro. Pienso mucho en ello y en cómo lo voy a hacer en el futuro, en los roles que van a coger los jugadores en el grupo. Hace media hora lo hablaba con Sani Becirovic, que fue mi asistente en la etapa de Panathinaikos, fue general manager de Olimpija Ljubljana y ahora ha vuelto a Panathinaikos.

Acaban de perder un partido y hemos estado hablando. Y le he dicho: «Mira, ahora quizá hay que trabajar más sobre la cabeza y ayudar, desde el punto de vista psicológico, a tu entrenador, al equipo, a los jugadores… Pero tienes que saber que es mucho más difícil hacerlo desde fuera del vestuario que cuando estabas dentro del vestuario como jugador, porque hay muchísimos jugadores que fueron líderes absolutos, pero dentro del vestuario es una cosa y fuera del vestuario es mucho más difícil, no te va a salir natural».

Pienso que dentro del vestuario la parte humana juega mucho, la parte de tu personalidad, cómo eres como persona, si eres una persona abierta, extrovertida, hablador o no, de eso depende lo que vas a hacer en ciertos momentos, cómo escuchas a tu entrenador, cómo dices, no sé: «¡Vamos, al ataque!», pero no como Napoleón Bonaparte, que está en el caballo blanco y le dice a todas sus tropas: «¡Id vosotros!». Es más como en Braveheart, que Mel Gibson dice: «¡Vamos, seguidme!», y él es el primero en la guerra.

Uso estas metáforas a veces porque me ayudan a explicar un poco el tema porque un partido es una pequeña guerra, que es una palabra muy bruta ahora, muy fea por lo que pasa, pero es así. Ahí tienes que ser valiente, ser tú mismo, tienes que transmitir algo que esté alrededor tuyo.

Ahora le estoy diciendo a todo el mundo en las charlas y en las entrevistas una cosa que me pasó en Barcelona, y no todo el mundo la entiende, pero a mí me dio mucha confianza, hasta credibilidad. Cuando tus propios compañeros te dicen: «¡Vamos, campeón!». Ellos lo piensan, y te lo dicen: «¡Vamos, campeón! Lidéranos». Pero lo tienen que pensar. Y eso a mí me pasó con Salva Díez, con Xavi, con Manel. Bueno, Manel y Quique me daban las hostias en los entrenamientos, y Roger y tal. Pero sentía esa fe de los compañeros que me daba la posibilidad de ejercer como líder.

Hay también otro ejemplo, ahora que estamos hablando de mi época ahí en España. Aíto, en mi primer año, me explicaba el concepto de menos es más, de que a veces no hace falta jugar 30 o 35 minutos, meter 25 o 30 puntos… Yo le decía: «Lo puedo hacer. Puedo darte más». Y Aíto: «No, tranquilo. Menos es más». Y yo: «¿Por qué?». Y ahí me dio una lección, me dijo que si en los partidos el equipo está acostumbrado a que el propio líder o el mejor jugador siempre meta 35 puntos, en los partidos grandes, cuando son finales, o semifinales, tus 35 o 30 puntos van a ser 18 o 20. Si el equipo no está acostumbrado a llevar esa parte del juego, lo vamos a pasar mal.

Pero también nos decía que en algunos momentos había que pensar individualmente y decirte: «Mira, aquí lo tienes. Por favor, hazlo». Lo cierto es que Aíto lo hizo en el partido contra Estudiantes en la final de la Copa Korac en el 99. Si os acordáis, habíamos perdido de 16 en Madrid, y jugamos el segundo partido en casa. Estábamos a -2 o +2, no me acuerdo, del intervalo. Entramos en el vestuario y Aíto, la primera cosa que dice es: «Sasha, en este momento necesitamos tu liderazgo, tus puntos ¿Me entiendes?». Y yo: «¡Menos mal!, bienvenido. Gracias». Hicimos un segundo tiempo súper. Ganamos esa Copa Korac. Y me ha enseñado eso. Cuando los profesores te enseñan, te lo tienes que apropiar. Puedes escuchar, pero tienes que casarte con esa idea. En ese momento entendí completamente la filosofía de entrenadores grandes y de los equipos grandes.

Djordjevic como seleccionador de China (Foto: Cordon Press)

¿Por qué se produjo tu salida del Barcelona? ¿Tenías contrato todavía?

Tenía una opción para seguir. Sinceramente, ganamos la liga, me parece, y también la Korac. Tenía una opción de quedarme, pero después de una semana me dijeron que querían un jugador, un base, más físico, más alto… Simplemente me dijeron: «Bueno, no vamos a seguir contigo». Y yo: «Vale, ok. Gracias». Lo acepté. Estaba ya mejorando lo de mi ego (risas). Siempre te mata algo así, pero yo ya había madurado.

Creo que puse muy buena cara, que tuve mucha profesionalidad. Hice una rueda de prensa donde todo el mundo, vuestros colegas, esperaban que iba a echar fango, pero no, mostré mi agradecimiento al Barcelona, al club, al equipo, al entrenador, a todo el mundo. Salí y dije: «Gracias a Dios».

Después de tres meses llegó la llamada de Madrid. Cambiaron al playmaker que ficharon en verano. Sergio Scariolo era el entrenador, él ya me había entrenado en Bolonia. Tuvimos una relación que todavía sigue siendo excepcional. Me agarré a esa oportunidad con las dos manos y me fui. Fue otra experiencia súper de mi vida.

¿Qué similitudes y diferencias encuentras entre el Barcelona y Real Madrid?

Son dos clubes con un nombre, de máxima importancia. En Barcelona siempre se ha dicho que son más que un club, siempre ha sido Barcelona para Cataluña. Eso representa algo increíble, es la expresión de un pueblo. En el otro lado, el Real Madrid es otra cosa, otro peso pesado. No se me ocurre cómo compararlos porque no sé decir nada inteligente. Simplemente que para mí fue un honor que ambos me eligieran para defender sus colores.

Cada día, lo hice lo mejor que pude tanto en uno como en otro. La salida de Barcelona fue una elección del club, la acepté, y me fui al máximo rival, que para mí lo fue todo, lo representaba todo. En el Madrid repetí el primer año lo que había logrado con el Barcelona, ganamos el quinto partido en casa del otro. Fue muy especial. Una final histórica, muy sentida, muy física, con mucha, mucha calidad y mucha, mucha rivalidad ¡Buah! Disfruté mucho mis años en España. Como decís vosotros: disfruté un huevo. Disfrutaba cada día al entrar en el pabellón, en el vestuario… Fue un placer.

Te sale una sonrisa al recordar aquellos años.

Sí. Mis hijas, una nació en Barcelona y la otra en Madrid. Cuando hay derbi la verdad es que no les interesa mucho el basket ni el fútbol, pero al principio, cuando quise poner algo de deporte en sus vidas, sí que se peleaban. Ahora pasan.

En el Palau, con los brazos levantados al acabar el partido ¿Cómo te salió aquello? ¿Fue espontáneo o lo llevabas preparado?

La verdad es que si buscáis un poco hay un gesto igual, idéntico, con la camiseta del Barcelona en la cancha del Madrid, en el quinto partido, que fue un gesto de cuando se ganaba algo grande, un gesto para comunicarme con todos los demás y decir: «Somos número 1». Y me salió así. Era el orgullo de un joven jugador que estaba ahí para ganar, que disfrutaba ganando los títulos, que lideraba a un grupo de personas hacia un título importante.

Si jugué como juegan todos los ex, con algo más dentro porque mi salida podía haber sido injusta, pues ya no me acuerdo. Yo ya era así, muy de carácter, de enseñarlo siempre, aunque sin faltar el respeto a nadie. Y bueno, salió la escena con mi ex compañero, con Nacho, pero fue normal la parte suya, y la parte mía de reaccionar de esa manera. Luego fue como un bombardeo…

En los periódicos de Madrid se hablaba de la victoria y, en Barcelona, se hablaba de mi gesto y no se hablaba de la derrota. Bueno, igual como la CNN cuando bombardeaban Serbia y hablaban de Michael Jackson todo el día, de si molestaba al niño o no molestaba al niño. Pues es eso, ¿no? Los medios de comunicación son así. Pero me lo tomaba con filosofía, con tranquilidad. Pero estoy tranquilo, sé lo que hice tanto por un lado como por el otro. A mí me basta y me sobra.

¿De qué es de lo que más orgulloso te sientes de toda tu trayectoria como jugador?

Bueno, te puedo decir de los títulos, de las medallas y todo eso. Eso es una parte, pero otra parte son mis relaciones con las personas, mis amistades de verdad con gente que ha sido importante, con mis compañeros, directivos, presidentes… Eso se me va a quedar siempre.

A veces, esa parte humana nuestra no se ve por mucho que uno quiera. Hablamos muy pocas veces de eso, y la verdad es que es muy importante para mí, mucho más de los resultados, de las medallas o títulos, o MVP, o lo que sea. Y es eso, con las oportunidades que tuve, pienso que he hecho algunas cosas bien, cosas muy bien y, a veces, seguramente, otras no tan bien. Y ahora me ayuda toda esa historia, toda mi experiencia de jugador de cierto nivel, de cierto carácter; me ayuda muchísimo para hacer otro tipo de trabajo, para construir grupos, saber elegir a jugadores, relacionarme con ellos… Todo eso me ayuda muchísimo y voy evolucionando, sin dejar de ser yo.

¿Cómo es Aleksandar Djordjevic fuera de las canchas? ¿Se parece en algo la persona al jugador y entrenador de baloncesto?

Ahora ya soy mayor, macho. Hay pocas energías. Antes, a veces, hasta podía ver todo el partido en directo de la NBA que empezaba a las 2 o 3 de la madrugada. Ahora no llego ni a terminar el telediario. Al final, cuando hay deporte, la cabeza… (hace un gesto como si se estuviese durmiendo) No, es una broma. Bueno, tengo mi familia, mis hijas, mi mujer. Cada vez que podemos estamos juntos. También estoy enamorado de otro deporte, del esquí. Te digo que soy el mejor esquiador entre los entrenadores y el mejor entrenador entre los esquiadores. Eso seguro (risas). Desafío a todo el mundo porque estoy… Me gusta mucho, me gusta mucho (sonríe y se le ilumina la cara). Y lo veo, y lo sigo cuando puedo. Hasta con la cadera artificial estoy ahí, defendiéndome.

No tuviste suerte en la NBA

No, era otra época. Yo me fui a la NBA en el año 1990, en un Campamento de Verano, después de un año sin jugar, de hacer el servicio militar. Estaba con Larry Bird, McHale, Parish… Luego, en 1996 fiché por Portland. Estuve ahí hasta diciembre o enero. No tenía ni agente. Firmé un contrato sin conocer a mi agente, hablé con él dos veces por teléfono. Aquella época era distinta para los bases, sobre todo para los bases sin el cuerpazo de Marciulionis. En la NBA, en aquella época se jugaba otro baloncesto, muy físico, muy duro, muy defensivo.

Ahora, en la parte defensiva, hasta las propias reglas no te dejan hacer lo que podías hacer antes en la Euroliga o en el baloncesto FIBA. En aquella época era otra cosa. Llegar a la NBA fue muy difícil. En nuestra época llegaban los mejores jugadores. Actualmente, los mejores jugadores de Europa se quedan allí, o se van mucho antes, a la edad de 20 o 22 años ya están ahí. En este momento, los mejores jugadores de la NBA son tres no americanos, es increíble. En nuestra época, todo un Drazen Petrovic se estuvo dos años en Portland sin jugar, y te metía hasta 61 o 63 puntos. ¿Cuántos metió en una final de la Recopa?

62 puntos.

¿De qué hablamos? ¿De qué hablamos? Todos recordamos que Drazen, que dominaba completamente el baloncesto aquí, a este lado, allí tenía problemas. Hasta tuvo que cambiar un poco y adaptarse al juego de allí, poniéndose más dóberman y hacer menos dribling y más salidas del bloqueo y tirar. Se adaptó, y llegó a ser el tercer mejor triplista de la NBA. Todo esto para decir que ahora, en este momento, tenemos a tres fenómenos, Jokic, Antetokounmpo y Doncic que, en el Eurobasket no pueden ganar. Es que es todo absurdo, pero demuestra eso de que menos es más, cómo hay que construir un equipo, que es como lo hace España, con esa continuidad. Es muy difícil para Doncic repetir título europeo, o para Antetokounmpo o Jokic ganar una medalla. Es muy difícil.

Djordjevic durante su entrevista con Jot Down Sport
Djordjevic durante su entrevista con Jot Down Sport

¿Qué opinas de lo que hizo España en el último Eurobasket?

Es un capolavoro (obra maestra) de Scariolo y de España. Quizá es la medalla de oro que menos esperabais, y por eso tiene que tener más valor, porque se ha hecho con un grupo, con un liderazgo de Rudy increíble, con una unión… Sergio Scariolo con su staff hicieron un milagro, y también todos los jugadores, Díaz, Brizuela, etc.

Cuando cogí las riendas de Serbia mi primera declaración fue: «Nosotros tenemos que ganar a España». Y nadie me entendía: «¿Qué está diciendo este seleccionador?», decían. «Nuestro objetivo es ganar a España», decía yo, porque España era el mejor equipo, quitando a Estados Unidos, en aquellos momentos. Fue un poco la metáfora. Y todavía estáis ahí. ¿Os puedo decir que sois unos cabrones? (Risas)… Lo digo con mucho cariño, pero sois unos cabrones…


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15 Comentarios

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  2. Gracias Javier, nos sorprendes con una gran entrevista a un inolvidable jugador de baloncesto seas del color que seas, viva la raza de jugadores como Djordjevic y no pares de hacer este tipo de entrevistas.

  3. Pingback: Aleksandar Đorđević o razlozima zbog kojih ga Dušan Duda Ivković nije pozvao u reprezentaciju - basketballsphere.com

  4. José Agustín García Talavera

    Formidable entrevista a Djordjevic pilotada genialmente por Javier Balmaseda, repleta de interesantes, curiosas, útiles y valiosas anécdotas baloncestistas: guerra yugoslava, sede del Partizán en Fuenlabrada, conquistas consecutivas de Liga en el quinto y definitivo partido del PlayOff: un año con el Barca en Madrid y, al año siguiente, con el Real Madrid en Barcelona, etc., etc.
    Chapó, Javier.
    De verdad, chapó.

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  7. Fco Javier Hernández González

    Que grade, los amigos de siempre (Somos del Madrid) vimos la final contra el Jouvetud estábamos a muerte con la peña, cuando sacaron de fondo se lo dije a mis amigos, bola para Djordjevic, y triple me llamaron agorero.
    Que bueno era, como jugador era demoledor!!!
    Gran entrevista!!

  8. Una vez más nos enseñas los rincones escondidos de los más grandes. Felicidades Javier. Gran entrevista a la altura del entrevistado

  9. Una gozada la entrevista. Mi enhorabuena. Sasha puro espectaculo y añoranza de aquel baloncesto. Nos vamos haciendo mayores.

  10. Increíble entrevista. Llena de anécdotas y curiosidades que no salen en viendo un partido de baloncesto.
    Me ha encantado la manera de entrevistar. Era como una conversación a tres, en la que yo me he divertido mientras escuchaba hablar, a dos fenómenos del baloncesto.
    Estoy deseando ver el documental-pelicula de 250 escalones.
    Bravo por la entrevista, Javier.

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