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La Segunda B, una categoría que era como nosotros

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El mítico Chili en su etapa en la Preferente Asturiana, donde fue pichichi con 35 goles.

La mayoría de las cosas que tenemos en nuestra vida no las echamos realmente en falta hasta que ya no están, como si fuese una obligación que estén ahí siempre. Los abuelos, los veranos de tres meses, la vida sin alquileres, las pachangas en el barrio y la Segunda B.  Muchos buscamos y encontramos durante años en dicha categoría el lugar donde sentir aún la teórica pureza del fútbol, en esa línea tan estrecha que separaba el profesionalismo del amateurismo. La Segunda B tenía todo eso, ni era una liga regional ni tampoco tenía la atención mediática de una LFP que se alejaba cada vez más de los nostálgicos. Una nostalgia sin fundamento real, ya que la Segunda B no se parecía a nada que añoraremos. Más bien era nuestra pseudo revolución, esa plataforma que nos podía traer un fútbol más justo, más cercano y con esa dosis de autenticidad de la que iba careciendo ya el fútbol profesional.

Pero más allá de lo que pudo suponer para cada uno de nosotros está su papel como testigo presencial de todos los acontecimientos de nuestra historia reciente. La Segunda B fue un experimento como cualquier nueva categoría y más aún en aquel laboratorio que era la España setentera.

Se estrenó solo tres meses después de las primeras elecciones democráticas y la segunda temporada la terminó con la Constitución ya aprobada. Tocaba recuperar todo el tiempo perdido en 40 años de oscuridad. Y claro, en el fútbol también. España tenía que ponerse a la altura del resto de Europa con categorías semiprofesionales en la antesala de la segunda categoría.

Probablemente no se hiciera de la mejor manera y hubiera otras formas mucho más determinantes. Pero con sus fallos, tragando con muchas cosas y quizá sin mirar demasiado atrás se llevó a cabo algo totalmente necesario. Sin olvidar que tampoco había mucho margen de maniobra, ya sabéis.

En aquella época de cambio la Segunda B iba dando pasos poco a poco. Llegaban desde Segunda clubes patrocinados por empresas estatales, quizá prediciendo un poco su futuro no solo deportivo. Eran los casos del Ensidesa, Calvo Sotelo de Puertollano, Barakaldo o clubes con menos éxito como el Pegaso de Tres Cantos o Díter Zafra.

Atlético Madrileño 5-0 Ensidesa. Estadio Vicente Calderón 16-09-1979. Granda, Avendaño, Zurdo, Calvo, Miguel Ángel y Quico. Vallina, Busto, Villaverde, Esteban y Villa.

Los suculentos patrocinios iban desapareciendo a la par que las empresas públicas se hundían ante la incipiente desindustrialización. Algunos predijeron la caída y se “privatizaron” a tiempo, como el Ensidesa que se fusionó en 1983 con el Real Avilés. Entonces llegó 1986 y las primeras reestructuraciones de la categoría. Tocaba modernizarse y los dos grupos no estaban a la altura de las exigencias. Pasamos en solo dos años a tener cuatro grupos en la 87-88.

Entre medias una temporada de transición de un solo grupo con los ascensos de Tenerife, Lleida, Granada y Real Burgos. Casi nada y además ya éramos europeos. Los cambios en el momento concreto, así era la Segunda B. La reconversión industrial dejó tocado y hundido al fútbol del norte. Barakaldo y Sestao cohabitaron durante muchos años en Segunda y posteriormente en la parte alta de la Segunda B.

Los Altos Hornos de Vizcaya iban apagándose poco a poco y los clubes de la Margen Izquierda empezaban a ver el barro cada vez más cerca. El Baraka, que jugó 31 años en 2ª, nunca más ha pisado la plata desde entonces, mientras que el Sestao Sport Club desapareció en 1996 junto a los Altos Hornos.

El fin del mecenazgo de las grandes empresas en el fútbol también se llevó por delante a otros clubes sin vinculación pública. El Lemona, con apenas 3.000 habitantes, se movía como pez en el agua en la Segunda B ochentera y noventera. Hasta que Cementos Lemona cortó el grifo y el equipo desapareció definitivamente en 2012.

España dejaba atrás ese pasado industrial, sobre todo en el norte y se hipotecaba en el ladrillo. Empezaba el Aznarato y aquel Age of Empires infinito que borró los ascensos de clubes norteños y cada mes de junio se volvía una fiesta en el Sur y Levante. El Grupo III de la B, el mediterráneo, era como la Serie A de los 80 y eso que allí no jugaba la Gimnástica.

Torrelavega agonizaba como el principal feudo obrero de Cantabria a la par que su equipo se quedaba a las puertas del ascenso en varias ocasiones durante aquellos mágicos 90 y principios de siglo. Mientras el norte industrial se desangraba, llegaba la consolidación de las islas Canarias como destino turístico de referencia. Así fue que a partir del 87 empezaron a asomar la cabeza multitud de clubes canarios en 2ªB, un techo que hasta ese momento estaba monopolizado por Las Palmas y Tenerife.

Ese crecimiento tan rápido provocó que se volviese habitual la presencia cada temporada de 5 o 6 clubes en la División de Bronce. Subían, bajaban y algunos ya con el músculo del negocio inmobiliario asomando lograban incluso subir a Segunda División. Imposible olvidar al Universidad de Las Palmas, que fue ya en el Siglo XX uno de los mejores equipos de toda la categoría, llegando a jugar en Segunda la temporada 2000-2001.

Y como en todo proyecto sin bases, ya sea de país o de club, los clubes canarios tocaron fondo con la crisis del 2008, descendiendo en masa en los años posteriores e incluso desapareciendo la mayoría de ellos. Atrás quedaban los tiempos en los que prácticamente cada isla tenía un club en la B. Queda su recuerdo, el Pájara Playas y poco más. Continuando con esa relación tan estrecha que llevó a cabo la Segunda B con la historia de la España democrática volvemos al Mediterráneo.

Lasesarre, testigo de once fases de ascenso sin suerte del Barakaldo.

Insisto en esa estrecha relación, a diferencia de Primera y Segunda, ya que los clubes de Segunda B mamaban directamente de patrocinios de empresas locales «fuertes». De ahí que se beneficiasen del principal «motor económico» del país en cada momento. Llegaron los 2000 y el nuevo siglo, y con ello el renacimiento de los caciques. ¿Qué mejor opción había en la España del ladrillo para invertir (o «reconvertir») ingentes cantidades de dinero? Pues si, que va a ser: Subir a un equipo a Segunda B o montar una promotora inmobiliaria aunque tus conocimientos de ambas cosas sean inexistentes. Lo mismo subías a un equipo murciano con unas pérdidas bestiales el año del ascenso, que un melonero te construía una urbanización de lujo. Todo valía.

No remarco el caso murciano por casualidad. En esas épocas previas a que todo estallara, se volvió una tónica habitual el ascenso de clubes de la Región, que tras un par de temporadas desaparecían, cambiaban de localidad o incluso «vendían» su plaza. Entrecomillo porque vender la plaza es ilegal, sí. Y luego estaba Lorca que cambiaba más de club que de coche, pero eso merece un documental de Netflix aparte.

Todo fue avanzando en esa dirección. Los clubes se arruinaban por “vivir por encima de sus posibilidades”, sin que la RFEF en ningún momento les hubiera dado el toque de atención o al menos de información. La clave era que la maquinaria no parase. Caían a la categoría clubes históricos que eran incapaces de remontar en ese pozo llamado Segunda B. Al final pasó lo que muchos esperaban y la burbuja reventó llevándose todo por delante, incluyendo el fútbol semiprofesional.

Sin las antiguas empresas públicas poniendo el huevo, sin mecenazgos de otrora empresas privadas potentes y sin caciques del ladrillo con la intención de maquillar su mierda en la Segunda B, la categoría se fue poco a poco apagando y convirtiendo en un lodazal del que era imposible salir victorioso. Mientras en España se normalizaron los desahucios , en Segunda B pasaba lo mismo con las desapariciones de clubes.

Tal fue el punto que en la temporada 2011-2012 se retiraron 2 equipos con la competición en juego (Sporting Villanueva Promesas y Poli Ejido) y otros 7 murieron al término de la temporada (Montañeros, Lemona, Sporting Mahonés, Badajoz, Ceuta, La Unión y Lorca Atlético). Sin olvidar aquellos que alargaron su agonía con un descenso administrativo como Puertollano o Palencia. La Segunda B se partía el mismo año que en España tenían lugar más de 500 desahucios al día.

Desde entonces nunca más se levantó cabeza. Era habitual que cada verano salieran plazas a subasta derivadas de los descensos administrativos de clubes. Los compradores eran casi siempre los mismos Blackstone y los filiales de turno, ya sean pisos o licencias para jugar en 2ªB. Estos últimos, con el respaldo del primer equipo, eran los únicos capaces de sobrevivir. No había tregua, lo mismo descendía por impagos la Gimnástica que desaparecía la histórica UD Salamanca o el Ourense. Con equipos hiperendeudados y presupuestos bajos, los mejores jugadores de la categoría cogieron el macuto y se fueron por Europa.

David Gallo, temporada 97-98, vistiendo la camiseta del Lemona mientras formaba pareja de delanteros con Aiert. Seguían los años dorados del club.

Chipre, Polonia, Grecia o Rumanía se volvieron destinos habituales de los futbolistas de Segunda B, mientras que el resto elegían Alemania para buscar curro por aquel entonces. Con todos estos problemas y sin soluciones más allá de la austeridad, la Segunda B fue cayendo en el olvido y nadie hizo nada por salvarla. La brecha con Segunda División se hizo más grande también, algo que siempre pasan por alto los eruditos de nuestro fútbol y que es muy peligroso.

La Segunda B tocó techo o en este caso fondo. Se alargó la agonía, pero como casi todo en este país, sin solucionar el problema de raíz. Bajo mi punto de vista la última reforma no va solucionar gran cosa a largo plazo. «Profesionalizar» un poco más la Primera RFEF, engañar a los clubes de Segunda RFEF diciéndoles que siguen siendo clase media y desguazar la Tercera RFEF quitando el atractivo a una categoría que fue potente en su día. Porque si, negar la evidencia no cambia nada. La Segunda B murió y ninguna de las categorías resultantes son su heredera. Como los Logroñeses vaya. Ahora llegó la nostalgia y ese recuerdo imborrable de lo que pudo ser y no fue. De aquella categoría que nos acercó a muchos un fútbol que parecía del pasado pero que podía traernos un mejor futuro. La Segunda B no se libró de una. Cada revés que sufrimos los españoles, a ella le afectaba de lleno.

Al final los clubes de la B eran como cualquier familia de clase obrera. Todo el año ahorrando y pasándolas putas para en verano cruzar media España para pegarte un baño o jugar la liguilla de ascenso. Era una idealización momentánea, ya que en el fondo el objetivo era huir de ella y ascender. Quizá para un aficionado de un club de Segunda B era una idealización desmedida cual Teresa de Calcuta con la pobreza. Era nuestra Segunda B con jugadores que hablaban de salarios mensuales y en neto. La Segunda B éramos todos nosotros. Quizá algún día vuelva y ya nada sea como antes. Siempre quedará su recuerdo y la sensación de que se quedó a medias.

Aquella categoría que podíamos ver gratis los viernes en TVE2, antes de que todo se volviera completamente de pago. En el fondo fue prediciendo todo, sin dejar pasar una. Bueno, quizá lo que nunca vio venir fue su muerte. Llevaba años siendo un paciente crónico pero parecía que se mantendría inmortal para siempre, como si esa enfermedad fuera la clásica crisis momentánea que tantas veces había sufrido. Resulta innecesario darle más vueltas y buscar más conclusiones.

Fue la puta Segunda B, punto.

4 Comments

  1. El Pegaso jugaba en la Ciudad Pegaso de Madrid desde su fundación hasta 1990, lo de Tres Cantos es del siglo XXI y algo muy lejano a lo que era el espíritu de aquel club.

  2. LUIS SÁ

    Salvando a Tenerife y Las Palmas, como representativos provinciales y clubes «profesionales», hasta 22 equipos canarios han militado en Segunda «B», siendo Universidad y Vecindario los únicos que consiguieron llegar a Segunda División. Actualmente, el primero no existe y el segundo se tuvo que refundar tras desaparecer en 2015. Tristemente este ha sido el desenlace de muchos de estos equipos, cuando no el militar ahora mismo en categorías regionales. El Mensajero, que se quedó a las puertas en dos ocasiones del salto a la «División de Plata», es junto con el filial de la UD la entidad que más participaciones atesora en Segunda «B» (2ª RFEF) con 13 temporadas. Afortunadamente para los rojinegros, con años malos (2 campañas en Preferente) y buenos (2 ascensos a Segunda «B» / RFEF) se mantiene con vida.

  3. Héctor

    La UD Lanzarote se mantiene con vida en Tercera RFEF y después de campañas mediocres (el año pasado salvó el descenso por UN GOL de diferencia), parece que este año poquito a poco vuelve a asomar la cabeza 🙂

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