Benito Floro (Gijón, 1952) todavía conserva maneras de profesor. Esas de maestro del curso de entrenadores que matiza cada pregunta que le haces y te responde con otra cuestión. Mira a los ojos, te pone a prueba y hace que dudes. Mantiene ese carácter irreductible que lo llevó a convertirse en uno de los técnicos referencia de los años noventa después de llevar a la gloria a la ciudad de Albacete y ser comparado con Arrigo Sacchi. Ocupó durante un año y medio el banquillo del Real Madrid y lo abandonó después de una bronca televisada a sus jugadores en el vestuario de Lleida que precipitó su despido.
Nace en Gijón pero el comienzo de su carrera en los banquillos es en la zona de Levante…
Mi padre era Guardia Civil desde que acabó la Guerra y lo enviaron a Asturias. Fue allí donde nacemos los tres hermanos, pero con el paso de los años mi padre fue cambiando de destino para acercarse a su familia. Progresivamente bajamos hasta Castilla-La Mancha y yo me marché interno a un instituto en Manzanares con una beca. Estuve allí hasta los dieciséis o diecisiete años, cuando mis padres ya se habían ido a vivir a Silla (Valencia).
¿Cómo fueron esas primeras patadas al balón?
Cuando llegué al internado yo era un renacuajo, pero consintieron que pudiera estar pese a tener un año menos. Por aquel entonces, jugábamos con pelotas de papel o de trapo en el patio, pero siempre al fútbol. Marcábamos la portería en las paredes y solo nos dedicábamos a eso. Hubo una época en la que nos cambiaron al profesor de Educación Física y comenzamos a jugar al voleibol e incluso llegamos a formar un equipo con el que disputamos competiciones en distintas ciudades como Oviedo y Zaragoza. Por aquel entonces, yo tendría trece o catorce años, pero siempre estaba muy atento e intentaba entender cómo y por qué otros hacían cosas que nosotros no hacíamos para explicárselo a mis compañeros: cómo colocarnos, recibir y golpear la pelota… Sin embargo, el fútbol siempre estaba ahí. Recuerdo observar a los veteranos del Manzanares en los entrenamientos, jugar en las eras detrás del internado, oír como chocaba el balón contra las vallas…
Llegó incluso a jugar durante un tiempo, pero cuelga las botas con tan solo veintiséis años…
Sí. Yo había sido futbolista en varios equipos. Lo hacía como central y mediocentro. Mi primer equipo fue el propio Manzanares, donde llegué a ser incluso capitán. Luego estuve aquí en Silla y me marché a Benifayó. Por aquella época me acababa de casar, tenía alrededor de 22 años y aproveché para sacarme el título de entrenador con el número uno. Después pasé por Alaquàs y Alzira, con el que estuve en Tercera, pero tuve que retirarme por un problema de vértigos: me infiltraron para poder jugar un partido y se juntó con una infección motivada por anginas, lo que provocó aquella reacción. Eran Navidades, nunca más volví a jugar y a partir de ahí ya me pongo a entrenar al Silla.
Entrenó al Silla durante dos temporadas y al Torrent pasando de Primera Regional a Tercera. Sin embargo, en sus siguientes equipos (Denia, Gandía, Alzira, Ontinyent, Olímpic y Villarreal), tan solo dura una temporada pese a que también logró algunos ascensos. ¿Por qué?
Normalmente firmaba por un año y si luego se llegaba a un acuerdo continuaba más tiempo. En estos casos no lo hubo. Yo tengo claro que si un equipo me contrata como entrenador es para que lo maneje yo, para que los futbolistas me miren a mí y piensen en mí, porque yo no soy un cualquiera. Yo me he dedicado en mi vida y en el deporte a eso, y es lo que hay.
¿Para usted, qué es ser entrenador?
Un entrenador es el estratega del equipo y un formador. Yo desde muy joven siempre tuve un interés muy grande por la pedagogía en el deporte y su filosofía. La filosofía es la madre de todas las ciencias, aunque todo lo que rodea al fútbol ha provocado que no sea tomada en serio.
Llega al Albacete en 1989 y en tres años lo convierte en uno de los equipos más queridos de España después de dos ascensos y consolidarlo en Primera División. ¿Cómo definiría lo qué ocurrió?
Fue una locura. A nivel personal, para mí lo más especial fue tener a un grupo con grandes profesionales, dirigidos por un sensacional presidente.
Uno de los detalles que más llamó la atención de aquel equipo es que incorporó a un psicólogo…
No soy un fenómeno, pero estoy atento a los que saben más que yo. Cuando hago el curso de entrenadores en Valencia ya se hablaba de la figura del psicólogo, que es el que analiza cómo son las emociones, cómo son las cosas… Eso hay que entenderlo. Y yo lo aplicaba. Lo que no aplicaba eran las matemáticas o la leche en vinagre. La presión en el deporte debe gestionarse con gente experta.
Recuerdo ir a Vallecas en octubre de 1990 y que su Albacete saliera aplaudido después de un 1-1.
¿Eres del Rayo? ¡Qué suerte tuvo Camacho de estar allí! Sí, en mi primera etapa con el Albacete fuimos a jugar al campo de Vallecas. En todos los partidos que se jugaban en el estadio cada dos semanas se reunían varios entrenadores y gente del cuerpo técnico de distintos equipos. Era normal que estuvieran allí viendo los partidos Juanito, Del Bosque, Zambrano… Ese domingo que jugamos nosotros allí hicimos un partido impresionante. Tanto es así que los aficionados locales terminaron aplaudiéndonos, algo que también ocurrió en Eibar. Yo pensaba que era para alentar a sus jugadores, pero era para nosotros. El Rayo es un equipazo. Un equipazo.
En aquel partido marcó Zalazar, que fue clave en todo lo que vino después.
Yo cuando era futbolista lo hacía como mediocampista central, por eso sé que el futbolista que juegue en el mediocentro tiene que ser un líder. Tiene que saber jugar y también saber organizar. Y él lo era. En su posición, él ha sido uno de los jugadores más completos a los que he dirigido en toda mi carrera.
Y bajo los palos, Conejo.
Nosotros en Segunda División B teníamos a José Luis (Rodri), un portero que luego jugó en el Levante. A mí me gustaba y era bueno. A Conejo se le vio jugar en el Mundial de Italia en 1990 con Costa Rica y se decidió ficharle. Nada más llegar yo le fui claro: «Entiendo que a ti te hayan entrenado de cierta manera, pero aquí el que entrena a los porteros soy yo». Además de ser un gran líder, era un guardameta moderno, con buen juego con los pies y que dominaba el área.
Curiosamente, años después, cuando estuve entrenando en Costa Rica al Alajuelense, yo hablaba muy bien de él y su etapa mi equipo. Sin embargo, un par de veces me dijeron que no lo alabara tanto que allí no era demasiado querido.
Desde Villarreal se lleva a Chesa, un jugador que terminó siendo vital para aquel «Queso Mecánico» en Primera División.
Un día recibo la llamada de una persona en la que tenía mucha confianza y me avisa que hay un futbolista muy interesante y tengo que verlo. Estaba en los juveniles del FC Barcelona pero no contaban con él. Yo, cuando me cuenta la historia, le digo que me lo lleve a Villarreal para probarlo. Al día siguiente jugó con nosotros un partido de entrenamiento y apenas dos minutos después de comenzar, le apunté a Higinio, uno de mis jugadores clave en aquel equipo: «Ahí tenemos la llave que necesitamos». Él pensaba exactamente lo mismo. Y así fue.
En la primera temporada en Primera División el equipo acaba a un punto de la UEFA después de perder seis de los últimos ocho partidos. ¿Pudo afectar la presión a los jugadores?
Estaban dando lo que podían y más. La gente se conformaba con no bajar, así que lo que transmitían era ilusión, nunca presión para los jugadores. Hubiera sido agradable haber logrado la clasificación para la UEFA, pero tal vez nos faltó un poco de experiencia tanto en el campo como en los despachos.
El rendimiento del Albacete en Segunda División provoca que el Real Madrid contacte con usted para intentar su fichaje.
Unas semanas después de comenzar la temporada, Ramón Martínez vino para hablar conmigo. Fue en un restaurante cerca de Albacete, donde me dice que venía de parte de Ramón Mendoza. El presidente estaba enfrentado a John Benjamin Toshack y ni se quería ver con él. Él quería fichar a Luis Aragonés, que en esos momentos estaba en el Español, pero estaba teniendo problemas para poder hacerlo. Yo le respondí que tenía contrato con el Albacete, por lo que no podía ir y que tendría que hablar con Candel. Al final no se hace nada y Ramón Mendoza acaba fichando a Radomir Antic.
De forma paralela, Ramón Mendoza ya había firmado a Pacho Maturana para la temporada siguiente, pero los buenos resultados de Radomir Antic provocan que el serbio siga la temporada siguiente.
Eso es.
Aunque no fue en esa temporada 1990/1991 ¿seguía manteniendo contacto con el Real Madrid?
Sí, un día recibo una llamada para preguntarme si quería reunirme con Ramón Mendoza, porque él quería charlar conmigo. Fui a Madrid una noche y cuando llevamos un rato sentados, arranca: «¿Y usted qué opina del equipo?». Por aquel entonces el Real Madrid ya llevaba cinco partidos con Antic.
Yo le fui sincero: «Usted tiene a Hierro de central. Fernando Hierro de central no está expulsado de los partidos únicamente porque juega en el Real Madrid. No tiene la agilidad parar girar rápido. Él es un hombre vertical. Pero ojo, yo respeto a Antic. Usted tiene a Spasic, y ese tío, si lo saca, con dos zapatazos que pegue, mueve a todo el equipo rival». «Es que tenemos miedo de que nos pegue también a nosotros», me respondió.
Le manifesté que esa era la realidad en ese momento. Había un equipo que estaba descompuesto. Una situación de un futbolista que estaba de central y que debería estar más arriba, llegando al área y haciendo goles porque no tenía la agilidad necesaria. Esa misma semana Hierro ya estaba jugando más adelante y marcando goles.
Durante aquellos años fue comparado con Arrigo Sacchi, uno de los técnicos que cambió el fútbol moderno y se convirtió en verdugo del Real Madrid en la Copa de Europa.
Los dos tuvimos una trayectoria un tanto similar antes de llegar a la cima. Sin embargo, lo que hizo Sacchi, lo hizo con un gran equipo. Y yo lo hice con un equipo mediocre. Pero, lógicamente, los que sí entendían sabían que mi equipo tocaba el balón y hacia las jugadas de ataque muy por encima de el del otro. ¿Qué ocurre? que los jugadores de su equipo eran mucho mejores que los del mío. Como entrenador, no tengo madre.
Y finalmente, en 1992 se cierra su fichaje por el Real Madrid. ¿Cuál fue el primer diagnóstico que hizo del club?
Era un equipo que pasó de vivir una etapa muy buena a la tristeza de perder la Liga en el último partido en un margen de poco tiempo. No había hombres fuertes y esa fue la causa de no alcanzar la cohesión adecuada. Eran y son buenas personas, sabedores del equipo al que representaban, pero entre ser educados o llevarse bien y exigirse más como grupo, hay una diferencia. Es la competitividad colectiva, que se demuestra en los vestuarios, entrenamientos, partidos y postpartidos.
El club pensó que Hugo Sánchez y Gordillo iban a estar para toda la vida. Y lo que había era unos niños de Madrid. Era una plantilla que individualmente estaba compuesta por buenos futbolistas, pero no había conexión entre ellos. No es que se pegaran, pero no creaban esa situación con un par de líderes que tiraran para adelante y provocaran que hubiera una mayor unión. Eso no lo hubo. Yo siempre lo he dicho y ellos lo han reconocido. De aquel equipo me quedo con los luchadores. Lasa, Villarroya, esos sí que iban siempre para adelante.
¿No había nadie que diera un golpe sobre la mesa?
¿Quién tenía que hacer todo eso? ¿Los Lasa y compañía? Por el amor de Dios, eran buenos futbolistas, pero no estaban mandados para hacer esto. Ahí tenían que estar Sanchís, Hierro o Míchel. Butragueño es un madridista absoluto y sí que estaba pendiente, pero se marcharon Gordillo y Hugo Sánchez, y así se quedó el equipo.
Se ha dicho mucho que los miembros de la Quinta del Buitre fueron muy buenos hijos de los que estaban pero malos padres de los que vinieron después…
Lo que faltó es que los que les tenían que dirigir hubieran tenido más mano dura.
En las primeras reuniones con Ramón Mendoza, ¿qué jugadores se ponen sobre la mesa para reforzar el equipo?
En la primera temporada, hablamos de que sería conveniente fichar a otro defensa central y un delantero centro con un buen remate de cabeza. Además, pedí que siguiera Hagi, pero la situación económica no era buena y fue necesario venderlo.
Para la delantera se acaba apostando por Iván Zamorano…
Sí. Hablamos también de traer a Jürgen Klinsmann, pero nos decidimos por Iván Zamorano por su edad, idioma y economía, pues junto a él se contrató a Nando desde el Sevilla. Mi petición para la defensa fue Roberto Solozábal, que entonces jugaba en el Atlético de Madrid. Era un jugador rápido y con cualidades que se ajustaban a lo que yo quería, pero el presidente me dijo que no era posible.
Ahí se iba a cerrar el capítulo de contrataciones, ya que en el filial había algún que otro jugador capacitado para jugar en el primer equipo. Sin embargo, al poco de empezar se dio la posibilidad económica de contratar a Martín Vázquez y también se hizo.
El regreso de Martín Vázquez fue un hito después de marcharse al Torino cuando era el mejor centrocampista de Europa. Sin embargo, su rendimiento no fue el esperado.
En un equipo se nota si un futbolista está para lo que está o no está para lo que está. Y en ese equipo estaban los jóvenes: Lasa, Villarroya… así como los canteranos que saqué, como Ramis ese mismo año o Morales en el siguiente. Esos sí estaban.
Robert Prosinecki.
Una lástima, porque le afectó mucho la guerra. Pero era un chaval fenomenal y un futbolista extraordinario que siempre pedía la pelota y nunca se escondía. No tuvo la fortuna que hubiera merecido.
¿Cómo recuerda a Ramón Mendoza?
Era un fenómeno. No tenía ni idea de fútbol, como la mayoría de los presidentes. Y si no es la mayoría, una gran cantidad. Pero era una persona sensacional.
Después de haber destituido a Radomir Antic la temporada anterior porque el equipo no exhibía buen juego pese a ser líder, ¿qué le pidió Ramón Mendoza en cuanto a estilo para el equipo?
Lo habitual, que el equipo ganase jugando bien.
¿De dónde venía el Real Madrid con Leo Beenhakker?
Leo quedó marcado, como muchos, por la Naranja Mecánica de Rinus Michels utilizando la formación de tres defensores, cuatro medios y tres delanteros, con un juego de ataque de combinación y una defensa agresiva en el momento de la pérdida del balón para recuperarlo lo antes posible. Sin embargo, hay que disponer de jugadores muy completos en todo, lo cual no es fácil. Por eso, una gran parte de sus imitadores no triunfaron con ese estilo, especialmente cuando jugaban contra equipos de nivel semejante pero más equilibrados en la formación con una línea defensiva de cuatro defensas, como requiere el juego, ante los cuales les tocaba jugar al contraataque incluso en la propia cancha. Esa, en mi opinión, fue la causa de que no triunfasen en Europa.
¿Cómo asumieron los futbolistas el cambio en la forma de jugar tras su llegada?
Todos ellos han reconocido que yo era un entrenador como debe ser. ¡Todavía tengo los entrenamientos grabados! Cuando llegué vi que el césped estaba demasiado corto y que se regaba mucho antes de los partidos. Yo quería aprovechar la calidad de los jugadores que tenía el equipo, así que le pedí al jardinero que dejara de regar tanto el césped y lo dejara crecer. Era la mejor fórmula para que la técnica de nuestros jugadores saliera a relucir. Un día, Butragueño se me acercó para preguntarme porque hacía esto y tuve que explicárselo, aunque finalmente lo entendió.
Los comienzos no son sencillos: el Real Madrid pierde en la primera jornada ante el FC Barcelona y además el equipo está en el medio de una guerra mediática entre dos gigantes de la comunicación como José María García y José Ramón de la Morena.
Nada más llegar a la caseta el primer día como entrenador del Real Madrid advertí que tan solo hablaría con la prensa después de los entrenamientos y los partidos. Yo no iba a ir a ninguna radio ni a ninguna televisión. Yo iba a trabajar. Sabía que el Real Madrid requería muchas cosas, pero yo tenía que estar centrado en lo mío y no iba a ir a dar explicaciones a ningún programa. ¿Qué pasaba? Pues que Mendoza estaba en mitad de una guerra entre los medios y eso tenía que pagarlo yo. Yo había ido al Real Madrid para entrenar y para que los jugadores estuvieran pendientes de lo que había que hacer, no de lo que oyeran por ahí.
¿Qué explicación tiene para esto?
En todos los lugares de la Tierra, los medios de comunicación ligados a los espectáculos deportivos son empresas que compiten entre sí para ver quién vende más informaciones o desinformaciones. En aquellos años, había dos medios muy influyentes en las opiniones de los aficionados y, por qué no decirlo, en las decisiones de los presidentes, entrenadores e incluso jugadores.
Yo no quise ser el confidente de ninguno de los dos y me imagino que sus comentarios hacia mí serían negativos. Y digo imagino, porque aunque es difícil de creer nunca he estado pendiente de lo que decían de mí cuando estaba en activo.
Al igual que sucedió en Albacete, decidió contar con un psicólogo también en el Real Madrid. En aquella época se vio como algo extraño, pero ahora es habitual.
En el Real Madrid tuvimos dos psicólogos. Cuando se armó todo el revuelo, subí a los jugadores a una sala y les di un papel a cada uno con un test para que marcaran respuestas con una cruz. No había que firmar ni escribir nada, pues yo no quería que pensaran que les quería identificar. Había varias cuestiones sobre distintos aspectos, pero en lo que a la presencia del psicólogo se refiere, más del noventa por ciento de los jugadores dio una valoración positiva. De puertas para afuera se decía eso, otra cosa era lo qué sucedía dentro.
El mal inicio provocó que naciera el apodo de «Benito el breve». Sin embargo, todo cambia tras una derrota ante el Sevilla (2-0) en la jornada quince…
Veníamos de ganar dos partidos en casa por 1-0 y en nuestra salida anterior habíamos perdido frente al Rayo Vallecano. Pese a que aquel día jugamos bien, en el Sánchez Pizjuán también acabamos perdiendo por 2-0.
Tras la derrota, y con todo lo que estaba pasando, yo creía que me iban a echar. Cuando llegamos al hotel salí a dar un paseo por el jardín para pensaren mis cosas y de repente noté que me echaban la mano por encima del hombro. Me giré y vi que era Mendoza. «Lo siento presi, no hay más». Pero él me respondió: «No se preocupe, ya le advertí yo a usted que no sería fácil, pero usted no se me caiga. Es lo mejor que yo he tenido aquí. No sé mucho de fútbol, pero sí de calidades. Siga adelante y usted no se preocupe».
En aquel Sevilla jugaba Diego Maradona…
Sí. Antes del partido estaba tumbado debajo de un escalera, en un hueco, hablando por teléfono. Cuando lo vi, le dije: «Venga hombre, qué tú eres un fenómeno, no des este espectáculo aquí». Él me contestó: «Profe, estoy hablando con la familia…». «Sí, pero hazlo en otro sitio, que eres Maradona, joder», le volví a señalar yo. Es lo único que yo hablé con él en mi vida.
Michel reconocía en una entrevista de la época que «El Madrid no sabe la suerte que tiene con Benito Floro».
Por supuesto. Y él tampoco.
Tras esa derrota en Sevilla el equipo no vuelve a perder en Liga hasta la última jornada.
Empezamos a funcionar bien táctica, física y emocionalmente dado a los buenos trabajos de José Portolés, el preparador físico, de Emilio Cidad, el psicólogo, y de ellos mismos, que fueron poco a poco uniéndose más según venían los triunfos.
Sí que caen eliminados en la Copa de la UEFA, después de una derrota rotunda ante el Paris Saint Germain por 4-1 después de haber ganado 3-1 en la ida. ¿Cómo lo recuerda?
Es simple: era un equipo mejor que nosotros. Y fue en el último minuto.
Y se repite la misma historia que la temporada anterior: Llegan a la última jornada a Tenerife con la Liga al alcance de la mano y pierden. En esta ocasión, algunos jugadores aterrizaron después de un vuelo complicado sin aire acondicionado que incluso tuvo que dar la vuelta a Madrid y llegó de madrugada. ¿Pudo influir de alguno modo en la derrota?
Yo iba en ese segundo avión (risas). No fue agradable, pero no influyó para el partido. Sí que hacía un calor tremendo y algunos jugadores llegaron con la ropa completamente empapada en sudor, pero lo de Tenerife fue el resultado de todo lo que estaba sucediendo contra Mendoza.
Celino Gracia Redondo.
Ni lo nombres. ¿Tú viste el partido?
Apenas unos días después de esa derrota en Tenerife el equipo logra sobreponerse y levanta la Copa del Rey tras vencer al Real Zaragoza por 2-0. ¿Cómo se recupera a una plantilla en ese estado?
En ese partido de Tenerife el equipo hizo todo lo que pudo, pero hubo cosas contra las que no se pudo luchar. Cuando entramos al vestuario les reconocí que estaba contento con ellos porque habían aguantado una situación jodida. Les informe que a la vuelta no íbamos a ir a Madrid y nos marcharíamos directamente a Valencia para estar una semana y juntarnos en el Parador. El partido era allí y si íbamos a Madrid todos los jugadores iban a estar pensando en lo que había pasado. Les comenté que si ganábamos la final, el madridismo iba a entender lo que había pasado en Tenerife, porque ese último partido no lo perdió el equipo, se esfumó. Ninguno se quejó y todos estuvieron de acuerdo.
La temporada 1992/1993 acaba con esa victoria en la Copa del Rey, pero la necesidad de refuerzos es evidente. Pide a David Ginola, Roberto Carlos y Cafú pero le traen a Peter Dubovský y Claudemir Vitor.
Sí, no llegó ninguna de estas peticiones que se realizaron y todo se fue deteriorando con el paso de las semanas. En vez de mejorar, el equipo fue a peor. En aquellos años el Real Madrid tenía unas deudas grandes, por lo que al final se fichó a futbolistas con un criterio distinto al mío.
El equipo daba la sensación de estar sufriendo una degeneración.
Total y absoluta.
Por si esto fuera poco, también hubo que lidiar con un césped en pésimo estado. Hubo un 0-0 en enero contra Osasuna, que por aquel entonces era colista, en el que el Santiago Bernabéu parecía un patatal.
Sí. Todo nació en Navidad, que había programado un partido benéfico con los Reyes. En la previa llovió mucho y el campo quedó embarrado. Además, esa misma noche comenzaron una serie de heladas que destrozaron el césped por completo y no se pudo arreglar porque no entraba el sol suficiente.
Uno de los palos de esa temporada es la eliminación en Copa del Rey ante el Tenerife, que se había convertido en una auténtica bestia negra.
Antes de empezar el partido de ida en Tenerife transmití a los jugadores en el vestuario que había que salir a jugar y no achicarse. Sin embargo, hicieron una muy mala primera parte y al entrar al vestuario hubo una bronca fuerte. Aunque el equipo cambió en la segunda mitad y algunos jugadores regresaron contentos al vestuario, volví a mostrar mi enfado diciéndoles que yo no era ningún «latiguero» que tenía que reñirlos para que lo hicieran bien. En el vestuario estaban Pirri, Del Bosque, Zoco, Miguel Ángel… yo salí dando un portazo y me fui, pero ellos fueron detrás de mí para darme ánimos y un abrazo. Era el declive, no había conexión.
Y alguien se lo dijo a Ramón Mendoza…
En el avión de vuelta a Madrid ya había teléfonos y me avisaron de que Ramón Mendoza quería hablar conmigo. Me pidieron que fuera a un hotel que está enfrente de las Cortes porque él me estaría esperando allí. Nada más salir del aeropuerto fui directamente para allá y cuando entro ya estaban tanto Ramón Mendoza como el gerente, Manuel Fernández Trigo. «Míster, estoy aquí esperando a salir de un viaje y me comentan que ha tenido otra trifulca. Son futbolistas internacionales, esto no puede ocurrir», me expresó.
Yo le estaba exponiendo lo que pensaba de algunos futbolistas y las razones por las que había existido la riña en el vestuario cuando, de repente, miro a un lado y veo que hay una mesa llena de periodistas de un diario mirando toda la conversación. Al día siguiente salió todo publicado en la prensa.
«¿Dónde están esos cojones y la calidad y las ganas de jugar? ¡He dicho «maricón el que la pierda»! Poniéndolos, poniéndolos, y nada más. Y lo demás son tonterías. Un día uno, un día otro, un día el equipo, pero estoy viendo… ¡Qué lamentable! ¿Dónde está el equipo? A tomar por culo el balón, y las cagaditas, el pelele y lo otro y lo otro y quiero hacer mucho, total… ¡Joder, que sois el Real Madrid, hijos! Un montón de almas, un montón de cariño, un montón de déficit en el club». El equipo cae en la ida de cuartos de final de Recopa ante el PSG por 0-1 y ante el colista Lleida en Liga (2-1) cuando Canal+ muestra la famosa bronca. ¿Qué provocó su destitución, la derrota o el vídeo?
Que yo no siguiera, no tiene misterio. El presidente era consciente de las carencias del equipo, de que no había el dinero necesario para contratar dos o tres buenos jugadores y que, a pesar de todo, faltando diez jornadas para el final estábamos únicamente a dos puntos del Barcelona, que además debía venir a nuestro estadio. Por lo tanto, cabía la posibilidad de que conquistásemos el campeonato y él tuviese que pasar por el mismo lance que dos años atrás, cuando ya tenía contratado a un entrenador para la temporada siguiente y luego tuvo que seguir con el que acabó el campeonato.
Por eso, lo de la bronca le vino bien a quien la perseguía desde unas semanas antes con lo ocurrido en Tenerife y consideraron, no solo no eliminar ese audio ilegal, sino que lo transcribieron por si alguien no lo entendía, sabiendo las consecuencias de hacerlo público.
La junta directiva, en palabras de Mariano Jaquotot en un cara a cara conmigo, votó no destituirme, pero el presidente me comunicó que el despido era consecuencia de aquella frase. Y con ello, todo resuelto.
¿Cree que si ese vídeo no hubiera sido emitido habría terminado la temporada en el banquillo?
Por supuesto. Y todavía estaría en el Real Madrid. Sin lugar a dudas. Todos los veteranos del Real Madrid siempre fueron muy agradables conmigo.
Pese a que el FC Barcelona gana esas dos Ligas, lo cierto es que en muchos enfrentamientos directos como las semifinales de Copa del Rey de 1992/1993 o la Supercopa de España de 1993se las acaba llevando el Real Madrid. Incluso Johan Cruyff salió en su defensa cuando fue destituido.
Johan Cruyff, con todo lo Dios que era, también era una persona sencillísima y amable. Yo le apreciaba muchísimo. Él decía que no sabía qué pasaba, pero que los equipos entrenados por Benito Floro siempre le causaban muchos problemas y complicaban que pudiera desarrollar su juego. Cuando nos enfrentábamos, yo le decía a Emilio (Butragueño) que se pusiera al lado derecho de Pep Guardiola y a BamBam (Iván Zamorano) que hiciera lo mismo con Ronald Koeman. Con eso, ninguno de los dos tocaba una pelota y el circuito de alimentación de envío de balones a Stoichkov y Laudrup se frenaba.
¿Se sintió maltratado por la prensa?
No. Por el periodismo nunca. Por el periodista sí, que es otra cosa.
Las burlas por su conferencia sobre la importancia del saque de banda en el fútbol de ataque…
Nada más salir de Madrid fui a dar una conferencia a Alicante sobre este tema. El auditorio estaba a rebosar y yo explique todo. Además, lo demostré con una serie de vídeos: cómo lo preparábamos, etc. Los asistentes estuvieron más de cinco minutos aplaudiendo, pero luego eso fue ridiculizado en algunos medios. Eso da muestra de muchas cosas, pues nunca debería consentirse que se ridiculice la enseñanza.
Vuelve a Albacete.
Un error. El equipo había cambiado mucho. Al final acabé dimitiendo porque no era ese Albacete que habíamos construido en el pasado. Todo había cambiado, incluso lo que rodeaba al club, y esa misma prensa que tan bien nos había tratado en la primera etapa en ese momento nos atacaba.
Cuando echa la vista atrás y piensa en aquellos años, ¿qué recuerda?
La etapa de Albacete es jodida. Más de lo que la gente cree. El primer periodo fue maravilloso, pero en el segundo, me maltrataron.
¿No sé queda con ningún momento de aquel regreso?
El gol de Nenad Bjelica al FC Barcelona en el Camp Nou. Imagina que un equipo como el Albacete vaya a Barcelona y logre la victoria con un futbolista que habían traído de los Balcanes pero no se le había dado casi bola. Fue un jugador que conmigo se hinchó porque era fantástico.
¿Tras una etapa breve en el Sporting de Gijón, apuesta por su primera aventura internacional y se marcha a Japón para entrenar al Vissel Kobe. Todo lo que venía acumulando durante tantos años provocó que se cansara de nuestro país?
No quise reventar mi vida. Ver cosas tan evidentes como la que pasó en Tenerife, con aquellos dos goles clarísimos…
Le escuché decir en aquellos años que la imagen que había dado la prensa de usted le hizo más fácil llegar al Real Madrid, pero que luego le complicó mucho encontrar otros equipos.
Sí, tanto que al final decidí marcharme de España.
Sin embargo, vuelve a los cinco años después de entrenar en Japón y México. Llega al Villarreal, donde había entrenado catorce años antes.
Yo regreso a España desde México después de entrenar a Monterrey. Llevaba cinco años fuera y estaba en la plaza de toros de Albacete cuando recibo una llamada de José Manuel Llaneza y me pide que fuera para allá. Fue la segunda vez que yo veía a Fernando Roig, pues la primera fue al regresar de Japón, que yo les recomendé a un brasileño que jugaba allí, aunque ellos no le ficharon. El Villarreal quería fichar a Joaquín Caparrós y por aquel entonces estaba Víctor Muñoz en el banquillo. Estuve viendo un partido del equipo y al día siguiente Llaneza me dijo que si me gustaría hacerme cargo del equipo. Yo le advertí que no iba a pasar por encima de un compañero que estaba haciendo su trabajo, pero él ya me informó que estaba sentenciado y se marchaba del equipo. Así que llegué e hicimos una temporada muy buena. Me acuerdo con mucho cariño de las palabras de Llaneza diciendo que a partir de Benito Floro había un antes y un después. Es un orgullo. Tanto él como Fernando son los que dieron forma a todo en lo que se ha convertido el Villarreal.
¿Ve mucho cambio en relación a su etapa anterior?
Sí, hubo un cambio muy importante. Ya era una estructura de un equipo de Primera División.
Era el Villarreal de los argentinos. Allí estaba a Martín Palermo, al que se le cayó una grada encima celebrando un gol y dijo que la lesión que sufrió le impidió triunfar en España.
Le tengo mucho cariño. Era un fenómeno. A todos los argentinos que estuvieron en el equipo. Ellos me quieren mucho también y todavía chateamos de vez en cuando.
Ganan la Intertoto y llega Juan Román Riquelme.
Ese verano Jorge López se marchó al Valencia, por lo que el equipo necesitaba un centrocampista que pudiera canalizar el juego. Mantuvimos una reunión y me consultaron sobre qué futbolista sería el ideal para ocupar su puesto: «Yo, para lo que estaba haciendo Jorge, os digo que el mejor de todos es Juan Román Riquelme». Me preguntaron que si no había visto lo que le había pasado en Barcelona, pero yo les respondí que sucedía porque no sabían manejarlo. «Ese es el mejor mediocampista que podemos tener».
Unos días después tuve una charla con el propio jugador. Cuando nos sentamos y hablamos hubo una cosa que le sorprendió: lo llamé por su nombre, Román. Dijo que era algo que no esperaba y le gustó. Después le expuse: «Román, te voy a contar algo. Tú eres internacional argentino, un futbolista extraordinario que ha tenido mala suerte porque el Barcelona ha traído al brasileño (Ronaldinho), que no es mejor que tú. Tú eres un futbolista de elite y quiero explicarte que si vienes vas a encontrar un equipo que va a jugar para ti, pero con una condición: cuando viajes a Argentina tienes que evitar seguir jugando allí con los amigos en pachangas. Aquí, conmigo, tienes que jugar como si estuvieras jugando con tus amigos. No en tu equipo, sino con tus amigos, porque quiero que recuperes balones». Y si ves las estadísticas, observarás que era el que más balones robaba.
Sin embargo, deja el equipo antes de que acabe la segunda temporada después de una derrota en Zaragoza por 4-1…
Decidí marcharme por una serie de encontronazos entre algunos grupos que se crearon en el vestuario. El equipo funcionaba bien, pero la cosa se fue deteriorando con el paso de los partidos. Había una serie de futbolistas que provocaron esta situación porque no se sentían titulares y, después de advertirles durante esa misma semana, en el partido ante el Real Zaragoza vi cosas que no me gustaron. Fue ahí cuando le transmití a Llaneza que presentaba mi dimisión. El capitán y algunos compañeros intentaron convencerme para que siguiera, pero yo ya no di marcha atrás.
Pasa unos meses en el Real Mallorca y le llega la oportunidad de regresar al Real Madrid, aunque en esta ocasión como director deportivo. Un cargo muy diferente al de su anterior etapa en el club. La prensa de la época señalaba que había recomendado a Bernd Schuster como entrenador, pero apenas dura unos meses después de la dimisión de Florentino Pérez…
En ese momento, como director deportivo, tenía que dar forma a la plantilla. También marcar el estilo de juego que el equipo tenía que desarrollar. De nombres concretos, prefiero no hablar.
Pasa tres años al frente de la selección de Canadá y luego casi un año en Costa Rica entrenando al Liga Deportiva Alajuelense. Pero desde 2017 está alejado del primer plano. ¿Acabó harto del fútbol?
No, pero lo que no voy a hacer es irme a un equipo donde no hay un presidente como Dios manda o un capitán que sepa manejar y sea yo el que tenga que hacer eso. Yo solamente tengo que enseñarles a jugar y cómo hay que hacer las cosas.
¿Qué sueño le queda por cumplir a Benito Floro?
Es algo en lo que no pienso. Lo único que sé es que yo sigo siendo un profesor de la escuela de entrenadores. Ya no voy a dar clases, pero lo sigo siendo. Veo que no saben hacer bien un saque de córner, que se dejan llevar por las modas…
Siento que debo hacer un tratado del fútbol bien hecho, para que se sepa que el fútbol no lo puede manejar nadie. El balón es el que juega y es a lo que los jugadores deben estar atentos. El fútbol habla solo, y dice: un portero, dos laterales, dos centrales, dos mediocentros, dos extremos y dos delanteros.
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