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Ballesteros: «La llegada de Tebas a LaLiga es una de las cosas más nefastas que le han ocurrido al fútbol español»

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El centro de València bulle de actividad en los días finales de las Fallas. Al filo del mediodía, una figura entra por la puerta del vestíbulo del hotel y, sin excepción, todos los presentes le echan una mirada furtiva. Algunos le reconocen, y ayudan a ubicar a sus acompañantes respecto a ese exfutbolista de rostro baqueteado y armazón inabarcable. O, como mi padre solía decir, «un armario ropero con las puertas abiertas». La conversación con Sergio Martínez Ballesteros (Burjassot, Valencia, 1975) sirve para ir pelando, una a una, las capas de un hombre con fama de «tipo duro» durante su extensa carrera pero que, siempre que sale el tema, destaca que jamás lesionó a ningún compañero de profesión. El aficionado del Levante ya le llamaba «¡padre!» hace década y media, antes de que los jóvenes lo pusieran de moda en redes sociales; apenas una de las centenares de anécdotas de un exjugador al que sus casi veinte años de trayectoria deportiva le pasaron con rapidez… aunque no tanta como la demostrada en aquella carrera mano a mano con Cristiano Ronaldo.

Sergio Martínez Ballesteros. Siempre he pensado que los futbolistas que usan el segundo apellido como nombre deportivo tienen algo distinto, porque parece que nadie se acuerda de las madres en el fútbol…

Sí, pero no fue algo mío. Sucedió cuando firmé en Tenerife. Yo era «Sergio» y ya está. En el hotel, durante la firma, me preguntaron sobre el nombre que se iba a poner en la camiseta. Y fue mi agente, García Quilón, el que propuso «Ballesteros» por mi madre y tal. Me cambiaron el nombre en el acto, porque él decidió que Sergios había muchos, pero Ballesteros no había ninguno. Mi madre se alegró mucho (risas).

Han pasado casi diez años desde tu retirada. ¿El tiempo pasa más rápido o más despacio cuando dejas de estar en activo?

Pues… ¡es que llevo la misma vida! El mismo tipo de vida, el mismo rollo, la misma dinámica… Lo único que cambia es que, en lugar de irte a entrenar por la mañana, te vas a hacer otras cosas. Es verdad que disfruto más de la comida (risas). También la dinámica es igual con la familia. Tengo una hija mayor, de 24 años, y un hijo pequeño que tiene 11.

¿Son futboleros?

Bueno, el pequeño era un bebé en mis últimos años jugando, venía al campo con carrito. Me hubiese gustado que me hubiese visto, la verdad, porque le gusta mucho el fútbol: juega, tiene mucha pasión y le hubiese molado el rollo de los partidos. Porque ahora va al Ciutat de València y me pregunta muchas cosas. Cuando me para la gente, me piden fotos… Se ha acostumbrado a eso. Tengo la suerte de que la gente me tiene cariño. Ayer mismo, en la mascletà, había un par de chavales que me pidieron fotos y tal. Me pasa bastante.

¿De qué juega tu hijo? ¿Conoce lo diferente que es el fútbol base ahora respecto a cuándo empezaste?

¿Él? Como yo, de corte destructor. Somos destructores en la familia (risas). La verdad, los niños de ahora ni se lo imaginan. Creo que, en los tiktoks esos, el concepto de campo de tierra ni aparecerá. Y, si aparece, será en plan: «¡Mira esto!» Ellos no entienden cómo se vivía el fútbol hace 30 años, ni se lo imaginan.

¿A qué se dedicaba tu familia?

Mi padre trabajaba en una fábrica de madera, llevando una de las máquinas. Mi madre era planchadora en una fábrica que había debajo de casa. Cuando llegaba un golpe grande de ropa para planchar, llamaban a mi madre y, de repente, teníamos un montón de ropa en casa, con los colgadores aquellos de hierro y las perchas. Nos veías a nosotros subiendo ropa a casa, bajando ropa a la fábrica… Yo tocaba todos los palos: ayudaba, cargaba, planchaba…

Éramos cuatro hermanos, todos chicos. Pleno. Yo soy el pequeño: era la última bala, la última oportunidad de tener una niña. Bromeo mucho con mis padres sobre eso. Ahora se hacen ecografías, pero antes llegaba el padre al hospital y, cuando salía el bebé, se veía si había «pilila» o no había (risas). Me imagino la decepción de mi padre, estaba loco por tener una niña. Bromeo mucho con eso, pero iban buscando la chica. Mi hermano mayor tiene 63 ahora, nos sacábamos 4 o 5 años cada uno de nosotros. Todos con un físico bastante grande, como yo.

Dicen que, en familias numerosas, el hermano más pequeño es el más «espabilado»…

Lo primero: ser el pequeño implica que lo heredas todo. Heredas ropa, heredas zapatillas, botas… (risas). Por ejemplo, el hermano que llegó justo antes que yo jugaba al baloncesto, en el Basket Lliria. Lo hacía muy bien, pero encontró trabajo y lo dejó. Yo jugaba al fútbol en mi calle, la calle Maestro López. Ahora es una arteria vital de Burjassot, pero entonces todavía era una calle de tierra. También en el colegio, en los campeonatos de fútbol sala que se jugaban. No había fútbol-8 ni nada: pasabas del futbito a jugar, en benjamines, a campo completo de fútbol-11. Futbito, baloncesto y fútbol: así me tiraba jugando todas las tardes.

Acabas en la escuela del Burjassot CF.

Ojo, el Burjassot era una buena plaza. El primer equipo estaba en Tercera División, la Tercera de antes. Campos llenos, mil personas en Los Silos… La tele hizo mucho daño. Los horarios de las televisiones se han cargado el fútbol regional. Yo llegué allí con 11 o 12 años. Pasabas de alevines a infantiles y ya juveniles, la categoría cadete llegó años después. Yo era grande y tirando a gordito; luego pegué el estirón y gané estatura.

El interés del Levante llegó de forma curiosa: mi padre es murciano y mi madre de Granada, así que todos los veranos me iba un mes a Murcia de vacaciones, a un pueblo pequeño, con muchos vecinos que trabajan el campo, son pastores y tal. Aquel verano yo andaba algo cansado del Burjassot, no llegué a tiempo a la pretemporada porque me daba un poco igual todo.

Para qué nos vamos a engañar, ¿no?

¡Es que es verdad! Además, empecé a trabajar allí en verano, había faena por un tubo: recogiendo paja y tal, lo típico de aquella época… Los que veníamos de la ciudad llegábamos y estaban las fiestas, los rollos de los pueblos en verano, estaba muy guapo. A la vuelta, Pepito «el Gordo» –un clásico de Burjassot y vinculado a la Federación Valenciana- me dijo que el Levante UD estaba haciendo pruebas y que me había conseguido una para que me vieran en el Campo de la Malvarrosa. Llegamos allí y éramos cincuenta o sesenta chavales. La «prueba» era jugar partidos entre nosotros. Te cogían, te preguntaban la posición en la que jugabas y (Alejandro) López Ufarte montaba los equipos. Él fue uno de los encargados de hacer las pruebas deprisa y corriendo, porque el Levante se había metido en la Superliga juvenil aquel año a última hora y no tenían jugadores suficientes para montar el equipo. Hicieron pruebas a punta pala. Jugué el primer partido y, al acabar, López Ufarte me dijo: «No vengas a hacer más pruebas. Vente la semana que viene y nos ponemos a entrenar». Así empezó todo.

Cuéntame la anécdota de la moto. Si no recuerdo mal, sucedió por aquella época.

Lo de la moto… Es increíble. Mi hermano tenía una Derbi Star roja, aquella que llevaba las planchas por delante con las ruedas pequeñitas. Aquella moto no arrancaba; tenía que correr cien metros con ella, montarme y, ya en carrera, la moto tiraba. Para arrancarla, corría por los bajos de las gradas del estadio, de punta a punta. Se le salía la cadena veinte veces cada día: yo llegaba a entrenar cada día con las manos llenas de grasa y le pedía jabón a Vicente Arastey «Pirri» (histórico utillero del Levante) para lavarme.

Llegó un día en que aquella moto dijo «basta». Con el dinero que había ahorrado de los veranos en Murcia me compré la Derbi Variant, que era la hostia. Buenísima moto. Me la compré, me compré el candado, y durmió esa noche en la calle. En la segunda noche, debajo de mi calle, debajo de mi ventana, con el candado puesto en una farola, 50.000 pesetas que me había costado nueva… pues a tomar por culo. Desaparecida. Yo tenía amigos del colegio que vivían ahí en los bloques, me cogí a uno de ellos y nos fuimos para el barrio de La Coma. Estuvimos por los bloques dando vueltas, hablando con unos, con otros… y nada. Seguro que, en menos de dos horas, la moto estaba ya desguazada.

Me quedé sin moto. Ante eso, me cogí una bicicleta vieja e iba a entrenar en bici. Aquello ya fue el show máximo: yo iba al instituto, entrenaba a uno de los equipos de futbito de mi colegio y luego iba a La Malvarrosa a entrenar. Iba de culo, porque encima el instituto estaba muy lejos. Bici, bici, bici todo el día. Como quería ir rápido a todas partes, y la bici era malísima, de esas de hierro, me cargué el manillar de tanto hacer fuerza.

Un día que estaba lloviendo me planté en el Nou Estadi (ahora Ciutat de València) sin manillar, cogido al telescopio de la bici, así encogido… (se coloca en postura encorvada mientras se ríe). Me vieron llegar: «Pero, ¿y esto?» Les expliqué que me habían robado la moto, que la bici estaba como estaba… Un desastre. Y Miguel Ángel Ruiz, directivo del club, me dio 50.000 pesetas para comprar otra moto. Encontré una Vespino ALX mirando en el periódico. De segunda mano, claro; lo mío era siempre heredar todo lo de los demás (risas).

Pero, al menos, ya tenías moto.

Claro, lo importante era tener moto. Que funcionara… y que corriera, claro (risas). Ponerle el «baqueador» de cobre, el rectificador, el «tubarro» grande para la gente que ya tenía más pasta… Con la Variant fui el amo de Burjassot un día, hasta que me la robaron.

Siempre ha sido muy clásico para esas cosas. También para las botas.

Siempre he usado unas Lotto Stadio negras con el logo verde, las de toda la vida. Los que tenemos el pie ancho teníamos que meter las botas en un cubo de agua caliente unos minutos, para que cediesen un poco, y luego te las calzabas rápido. Yo necesitaba que ensancharan, porque si no me tiraba dos semanas con callos y unos dolores tremendos.

Se te recuerda por tu etapa como central, pero tus inicios fueron como centrocampista.

Yo jugaba mucho de mediocentro. De hecho, el Tenerife me firma como mediocentro: antes de aquel partido de Copa contra el Levante, yo ya llevaba muchos partidos jugando ahí con Carlos Simón como entrenador y con Fede Marín, Íñigo, César… A veces, Simón se venía muy arriba e incluso me usaba como 10. Yo le decía: «Carlos, ¿pero tú me has visto? ¿Qué haces dándome el 10?» Pero me ponía arriba, y fue una época en la que hice dos o tres goles, varias asistencias…

Temporada 1994-1995, Juande Ramos te incluye como jugador de la primera plantilla. ¿Cómo era el Levante aquellos años?

Aquello era muy familiar. Subías a la oficina y la estructura del club la llevaban cuatro personas. Pirri manejaba el vestuario y era el amo: daba igual que viniera cualquier entrenador, si Pirri decía que un jugador se tenía que subir a la camilla, se subía. Raimon Ferrer (histórico jardinero del club), lo mismo: lo que decía Raimon iba a misa. Eso era el Levante. Las cosas han cambiado mucho desde entonces.

Antonio Calpe, que en paz descanse, estaba junto a Juan Muñoz en la secretaría técnica del club. Toni me contó que le habían enviado a Argentina a ver a un chiquillo que decían que lo hacía muy bien: un tal Messi. Y el pobre, al volver, hizo un informe que decía: «Enano y cabezón», y que no llegaría a la élite (risas). El pobre Antonio me decía: «Yo la cagué dos veces como ojeador: con Messi, y luego contigo, porque yo decía que eras muy tropellot. Que físicamente ibas bien, pero que con balón…»

Es la temporada famosa de las trece victorias seguidas, que derivó en aquella leyenda urbana sobre el Levante y los días de celebración: siempre que había una fecha especial, el equipo se la pegaba.

Juande fue clave en mi carrera. Había 25.000 personas en el Nou Estadi aquel día contra el Girona, que podía ser el récord de catorce victorias seguidas… y empatamos 2-2. Aquel año empezamos con tres o cuatro mil espectadores, pero conforme sumábamos victorias iba subiendo a diez mil, doce mil…

Aquel equipo no subió a Segunda. Han pasado casi treinta años desde el verano de 1995 y la gente todavía recuerda el partido de promoción en casa contra el Écija, con dos goles de Paco López y 2-0 al descanso. Se dijo de todo: se habló de un desencuentro por la cuantía de las primas, de champán abierto antes de hora… ¿Cómo pudo aquello acabar 2-4?

Yo jugué ese partido. Y lo que recuerdo es que estuvimos muy bien en la primera parte, con dos goles de Paco, pero fue salir en la segunda mitad y al primer córner, gol. 2-1. Luego vino una falta, y 2-2. Fuimos a por ellos a ganar el partido, y en una contra y en otro córner nos metieron el tercero y el cuarto. Puede ser que nos relajáramos, pero era un partido que teníamos controladísimo. Luego, en el partido de vuelta, fuimos a por ellos y se encerraron bien atrás, no hubo manera. Empatamos en el Municipal San Pablo, que apretaba mucho, hubo mucha presión.

Así llegamos al Levante-Tenerife de Copa, donde Jupp Heynckes decide lanzarse a por tu fichaje.

Pasado el tiempo me enteré de que, nada más conocerse el rival en el sorteo, ellos habían visto los tres o cuatro partidos siguientes antes de jugarse el de Copa. Casualidades de la vida: tienes la suerte de estar en el lugar adecuado, de estar bien en ese momento y de que le «encajes» a quien te quiere. El entrenador de porteros de Jupp hizo los informes de aquellos partidos y resulta que hice dos goles, dos pases de gol, metimos goleadas, demostré recorrido en el centro del campo…

Luego llegó el partido contra el Tenerife y les ganamos 1-0. Carlos Simón me mandó a por Jokanović: no era un marcaje al hombre, pero tenía que estar muy pendiente de él, casi jugué de mediocentro ofensivo aquel día. Lo pasó mal. En el partido de vuelta, Carlos me puso como segundo punta en Tenerife, una locura. Me dijo que «saltara» a por Julio Llorente, que jugaba en el lateral derecho. Y también lo hice muy bien allí, aunque nos metieron seis goles: era un Primera que jugaba en Europa contra un Segunda B. Era un equipazo: Pizzi de Pichichi, Juanele, Felipe, Chano…

De hecho, al año siguiente y ya contigo en Tenerife, llegáis a semifinales de UEFA.

¡Nos echan en la prórroga! En casa ganamos 1-0 al Schalke, y en Alemania nos marca Linke el gol en el minuto 70, y Wilmots nos hace el 2-0 en el minuto 110 o por ahí. El antiguo Gelsenkirchen estaba a reventar, un ambiente increíble. Hubiésemos jugado la final con el Inter, y la acaba ganando el Schalke. Antes le habíamos metido a la Lazio cinco en otra eliminatoria en Tenerife: Chamot, Nesta, Igor Protti… Tenía un equipazo.

Son los años en los que poco a poco empiezas a retrasar tu posición y empiezan también a colgarte la etiqueta de defensa duro, leñero… ¿por tu aspecto, quizá?

Sí, puede ser. Lo he dicho siempre: yo no soy un jugador estético. Mi forma de correr nunca ha sido estética, no llevo tatuajes, no llevo «pelitos»… Lo reconozco. Pero nunca me he considerado duro. ¿Contundente? Sí. ¿Pero en plan hacerle daño a alguien o hacer alguna entrada de este tipo? Para nada. Siempre dicen que he sido muy leñero, pero la verdad es que en más de cuatrocientos partidos nunca he lesionado a ningún compañero.

En mi época del Villarreal, coincidieron dos salidas consecutivas a Santander y Valladolid en las semanas en las que se le daba mucha caña a Javi Navarro, a Pablo Alfaro y a alguno más. De hecho, años después, yo estaba en el campo cuando a Juan Arango lo revientan de un codazo en un Mallorca-Sevilla. Aquello fue criminal: Arango estaba ahí tirado, echando espuma por la boca. La suerte que tuvo Juan fue que, en aquel momento, llevábamos un ATS en lugar de un fisio como llevaba todo el mundo: un chaval que estuvo con Rafa Nadal al principio de su carrera, y que estuvo rápido en meterle el tubo a Arango. Aquello le salvó. Cuando fuimos al hospital para ver cómo estaba, le vimos una brecha de veinte centímetros en la rodilla: a Arango no sólo le metieron arriba, fue codazo y tacos en la rodilla.

Lo dicho: un par de años antes, en 2002, me coincide que saco el codo en un córner en Santander y le hago una brecha a Regueiro, que empieza a sangrar una barbaridad. La sangre es muy escandalosa. La imagen aquella, con la camiseta blanca del Racing toda manchada de sangre, es muy llamativa. Y, a las dos semanas, disputo un balón en el área en Zorrilla y le pego con el brazo en el pómulo a Torres Gómez. Y le rompo el pómulo. Claro, con sólo dos semanas de diferencia… Me metieron en el saco de los «leñeros».

Hay veces en las que no es necesario marcar el terreno a base de patadas; basta con una mirada, o con un gesto. ¿Lo has hecho alguna vez?

Hombre, claro. Ha habido partidos… Recuerdo un 0-4 del Barça al Levante al descanso, e iban a por más. Me acerqué a Messi y le dije: «Mira, esto no es así». Muchos jugadores lo hacen muchas veces, lo hacemos, y es por una sencilla razón: ves que hay mucha diferencia. Es la realidad. Aquel día en concreto el Levante estaba bien, sin apuros, pero es que vas 0-4 al descanso…

Hay jugadores, como Messi, que ves que son gente de fútbol y entienden esas situaciones: la gran capacidad que tienen para hacerte daño y darse cuenta de que no es necesario llegar ahí. Otra cosa sería que, el año anterior, hubiésemos inflado a patadas a Messi y ahora quisiera meterte otros cuatro, pero yo siempre he respetado a los rivales.

Los famosos códigos del fútbol. Hilando el tema con un jugador actual, ¿es entender esos detalles lo que le falta a Vinicius Júnior? ¿Entender que no es necesario acabar todos los partidos peleado con todo el mundo?

Yo veo dos cosas ahí. La primera, que Vinicius es muy joven todavía: a veces vemos a un jugador y pensamos que ya es una persona formada a todos los niveles, pero tiene veinte años y todavía es un crío. Yo con veinte años era un crío. Los tiempos son los tiempos, y las experiencias que tiene uno en la vida. La segunda: el concepto del fútbol que tienen los brasileños, en general, es diversión y espectáculo.

Suele ocurrir que, si tratas de parar a un jugador así de cualquier manera, sin hablar las cosas, sólo consigues que se rebele todavía más. El error no es de Vinicius: el error es de quien quiere ir a por él. Es más fácil decirle: «Escúchame, si yo soy un ‘desgraciao’ y tú eres veinte veces mejor que yo. Voy a intentar pararte. Gáname, pero no me vaciles. Si me ganas, me quito el sombrero y nos vamos para casa».

El error es pensar que, por una patada, Vinicius se va a achicar. Primero, porque no debe achicarse: si lo hace con el Mallorca, luego irá a Alemania contra el Bayern y lo van a inflar. Y segundo, que esta gente tan joven no llega tan rápido a un nivel tan alto sin tener carácter, un fondo de carácter fuerte. Es absurdo querer intimidad a un jugador así, me parece un error.

Buen equipo aquel Tenerife: Chano, Jokanovic, Felipe Miñambres, Vivar Dorado, Robaina, Neuville… y el «Pichón» Juanele.

Juanele era un fenómeno como futbolista y como compañero. Un tío siempre alegre, daba juego en el vestuario. Era un tío espectacular, siempre tuve un concepto de él buenísimo en todos los sentidos. También era… un poco genio, ¿no? Y los genios tienen días y días. Yo nunca lo había sabido, pero cuando salió lo de su trastorno (bipolar), lo que pasó con su mujer… Su infancia no fue idílica. Acabas entendiendo cosas. Pero, como compañero y como persona, todo lo que viví con él fue espectacular.

Me acuerdo del primer partido que jugué en el Bernabéu, con Heynckes pidiendo un marcaje al hombre… a todo el equipo del Madrid. A todos: Redondo, Seedorf, Víctor, Raúl en la izquierda, Mijatovic y Suker. Juanele estaba con Hierro, por ejemplo, y a mí me tocó marcar a Mijatovic a campo completo. Ese partido es para verlo en vídeo (risas). Acabamos 0-0 en el Bernabéu, aquello fue increíble.

Ahí sientes que puedes jugar a ese nivel. El primer año de Jupp quedaron quintos, y empezamos el segundo año con un 6-0 en casa contra el Compostela y otro 6-0 contra el Sporting. Una «sobrada». Y luego ya vas al Bernabéu y dices: «Bueno, están aquí Mijatovic y Raúl, pero me tienen que ganar».

Es cierto que pudiste acabar en la Premier en aquella época?

Hubo una oferta de Southampton, sí. Yo acababa de renovar con el Tenerife y entendieron que la oferta no era suficiente, o algo. Me lo llegué a plantear porque me parecía una opción interesante, pero dependía de que el Tenerife aceptara. No dependía de mí, y tampoco iba a presionarles: tenía 22 años y no era cuestión de hacer eso al club en el que estaba.

El segundo año de Heynckes acabáis novenos y se marcha al Madrid a ganar la Copa de Europa. Llegan a Tenerife tipos como Meho Kodro, Roy Makaay… Empieza el año Víctor Fernández en el banquillo y lo acabáis con Juanma Lillo.

Gestionar el éxito es difícil. Después de Heynckes, en Tenerife se les fue… Se gestionó muy mal. Víctor era muy buen entrenador, pero Las Palmas nos echó en una eliminatoria de Copa ¡Pero claro, la Copa es la Copa! Y Las Palmas era un buen equipo de Segunda. Javier Pérez bajó al vestuario y lo echó, diría que casi en directo. Morir de éxito, vamos.

Firmaron a Artur Jorge, el portugués. Claro, te traen a un entrenador al que se le acababan de morir la mujer y el hijo en un accidente de tráfico. Y al año, se le había muerto el otro hijo de un cáncer. Un drama absoluto. Apareció el hombre allí y… Muy buen entrenador, pero su tristeza era absoluta. No tengo ningún recuerdo de verle sonreír.

Empezábamos a meternos abajo, y lo echaron. Firmaron a Lillo y nos salvamos a última hora. Cuando llegó, se encontró con un equipo deprimido, en un club muy convulso. Nos metía entrenamientos de dos horas, dos horas y media. Mucha táctica. No funcionó, de hecho duró muy poco al año siguiente.

Le sustituye Carlos Aimar, que os pegaba golpes en el pecho al salir al campo.

Sí, te pegaba una hostia que… (risas). Mira, aquello empezó a ser la decadencia total. Aimar iba siempre con la boina roja; llevaba encima un trozo de tapete con una tiza y ahí nos hacía la táctica. Tenía una cantidad de supersticiones increíble. O te concentraba un viernes para jugar el domingo… ¡en casa! Ahí las cosas ya se nos habían ido de las manos.

Todos los entrenadores tenían su punto, pero las circunstancias del club, de los jugadores que tenía… Pienso que, muchas veces, los entrenadores que fracasan lo hacen porque no se adaptan a los jugadores que tienen. Y si encima el nivel de los jugadores es bajo…

¿Es un error que has intentado no cometer como entrenador?

Yo no entreno, la verdad, porque no me quiero mover de Valencia. En Llíria he estado dos años llevando a cadetes y se me ha dado bien, he conectado con los chavales enseguida y me ha gustado. Pero no me veo dando más pasos: una de las cosas por las que más he luchado en el fútbol ha sido por mantener un equilibrio emocional.

Si te tomas en serio el fútbol, en serio de verdad… Yo «iba» de verdad: por ejemplo, es imposible que yo llegase tarde a un entrenamiento. Jamás. He llegado a ir una hora y media antes. Me lo he tomado siempre muy en serio. Cuando perdíamos, estaba muy jodido. Ese vaivén afecta. Por eso mi máximo esfuerzo fue mantener un equilibrio.

Cuando cogí los cadetes en Lliria me pasaba lo mismo: si lo vives, lo vives. Me habían pedido el favor, cogí al equipo último con una victoria de once partidos… Cinco partidos después, todavía estábamos mal. Yo decía: «No nos salvamos ni de coña». Y me fui al director deportivo a decirle que me iba a mi casa, porque estaba padeciendo. Y me dijo que no importaba: si se bajaba, se bajaba. Acabamos salvándonos. El otro día me encontré a un chaval que recién ha acabado la carrera, y recuerda aquel año con nosotros por el «subidón» de permanecer en Preferente. Ya ves: ¡en Cadete Preferente!

Que no se me olvide: fuiste un fijo con la selección española sub-21, y ganáis en Bucarest la final del Europeo en 1998. Ese título nunca te lo sacan a la palestra, y resulta que jugabas casi todo con aquel equipo.

De hecho, no había visto los partidos repetidos porque no los televisaron en abierto, sólo por Eurosport y necesitabas parabólica. Pude verlos hace poco. Ahora tienes cualquier campeonato sub-14 por streaming.

Los partidos los ganábamos 1-0 aunque no amarrábamos, jugábamos bien al fútbol. Pero es cierto que, con Iñaki Sáez, éramos muy fuertes defensivamente: el estilo de Clemente estaba impregnado en todas las categorías. Estando Clemente de seleccionador, era imposible ver a una sub-21 jugando con alegría. Teníamos muy buenos jugadores: Michel Salgado, Benjamín, Víctor Sánchez del Amo, Ito, Guti, López Rekarte, Arnau… Todos han tenido trayectorias de muchos partidos en Primera División.

En el campeonato me rompí la cadera, y me tiré ocho meses con el hueso roto. Me cayó encima un noruego de metro noventa, un tal Lund, y me jodió bien. Me rompí el acetábulo de la cadera, una herida limpia: la recuperación consistió en estar totalmente parado durante seis meses, desde verano hasta principios de enero. Y luego estuve dos meses para volver…

Apenas jugué en la temporada 98-99, en la que el Tenerife descendió. Fue un desastre. Cuando empiezo a jugar ya estábamos en marzo y quedaban cuatro o cinco partidos, ya estábamos en Segunda. No se pudo hacer nada. Allí la gente llevaba muy mal el descenso. Me quería marchar, pero acabé quedándome un año más.

El año de Segunda tuviste de entrenadores a Sandreani, Fernando Castro Santos y, las últimas jornadas, a Ángel Cappa.

Era la decadencia total: error tras error en cuanto a entrenadores, perfiles de entrenadores, jugadores de medio pelo que traían…

Te recuperó Juande llevándote al Rayo Vallecano.

Sí, la época en que la presidenta era Teresa Rivero, la mujer de Ruíz Mateos. Eso era un espectáculo (risas). Esa mujer era un espectáculo: no tenía ni «papa», ni idea de nada, pero era muy simpática.

Estaba de delegado Víctor (de la Cruz), el que era su chófer y ha hecho hace poco una serie sobre aquello. No la he visto, porque sé cosas que Víctor nos contó en su día y… Al ver que ha sacado una serie, piensas que hay temas que es mejor que se queden sin contar, sobre todo de gente que te ha dado trabajo. Imagino que lo ha hecho por dinero.

Keller en portería, Míchel, Jon Pérez «Bolo», Lopetegui, Iván Iglesias, Clotet… Os invitaron a jugar la UEFA por vuestro fair-play, por ser el equipo que menos amarillas había visto el año anterior, y os acabó eliminando en cuartos el Alavés de Mané.

Es que nosotros íbamos lanzados, igual que el Alavés. Allí en Vitoria nos liquidaron en la primera parte. Y en la vuelta, marca Jordi Cruyff el 0-1 muy pronto. Ganamos 2-1, pero la clave estuvo en la ida.

Fue un año buenísimo en lo personal, porque la salida de Tenerife había sido dura, me lo pusieron muy difícil. Yo había firmado un contrato de diez temporadas allí: desde 1996 hasta 2006. Hablé con Javier Pérez y ya al final le dije que no podía estar otro año igual en Segunda. Me vendieron al Rayo por sólo el 50% del pase.

No me sorprendió la trayectoria como entrenador de Juande, porque ya lo conocía del Levante. Juande es un entrenador que, quitando su época posterior al Madrid, siempre ha sacado un rendimiento tremendo allí donde ha estado. Está muy arriba en mi lista.

Y el Villarreal se lanza a por tu fichaje en 2001.

Pagaron cuatro millones de euros. El Villarreal quería firmar un central, y tenían como opciones a García Calvo y a mí. Yo acabé firmando en el apartamento que José Manuel Llaneza tenía en la playa, en un papelito. La negociación de García Quilón con Tenerife y Rayo fue dura y se retrasaba mucho, así que Llaneza me llamó a su apartamento diciendo que quería conocerme (risas). José Manuel era muy listo.

Era una apuesta, pero se veía que Villarreal era un sitio que valía la pena. La gente que estaba detrás, como Fernando Roig, tenía ganas de hacer las cosas bien. Tenían ganas de hacer crecer su ciudad deportiva. Fue el inicio de los mejores años del club, hasta ahora.

Era un equipo con jugadores de talento, como Amor, Víctor, el canario Guayre… pero quizá, por estilo, chirriaba un poco Víctor Muñoz como entrenador.

Porque había hecho buena temporada el año anterior. Cogió al equipo en zona media y acabó séptimo, acabó muy bien el año. Por eso continuó. Pero no era el tipo de entrenador para lo que querían en Villarreal: un estilo muy físico, muy directo, tal cual había sido Víctor como jugador. Era un tipo duro: se ponía a veces con nosotros a hacer series y acababa el primero, era un portento físico.

Empezaron a firmarse muchos argentinos, que al principio funcionaron bien, pero llegó un momento en que eran demasiados. Sobre todo, para un equipo que quiere crecer desde la base y poco a poco.

¿Estabas el día en que a Palermo le cayó encima un muro en un Levante-Villarreal? Salió Fernando Roig a rajar sobre el estadio y replicó el directivo granota Paco Fenollosa diciendo que los terrenos del Villarreal siempre habían sido un «corral de vacas»…

Yo estaba en la grada, era partido de Copa y ese día no jugué. Madre mía… Se rompió todo: tibia y peroné. Podría haber sido incluso peor. Pero imagínate el panorama: la inversión económica que hicieron firmando a Palermo, y que le caiga un muro encima y le rompa la pierna. Es tremendo. Y sobre la ciudad deportiva del Villarreal… yo voy ahora y flipo con ella. Es flipante.

De Palermo, que era un jugador mediático, pasamos al fichaje de Román Riquelme y al boom que conllevó.

Riquelme era un pedazo de jugador. Entrenar… entrenaba pocos días, porque no le gustaba entrenar. Se regulaba mucho. Hay que entender que hablamos del fútbol de hace veinte años; a muchos les parecerá que estoy diciendo una barbaridad, pero hace veinte años un jugador que estaba por encima del nivel del resto se le permitía que descansase un par de días más, porque el domingo era el día de dar el callo. Ojo, y el domingo lo daba.

A mí nunca me fastidió esa situación… hasta el día en que el domingo no «iba». A partir de ahí empezamos a tener problemas con él y su círculo, porque ese privilegio sólo lo tenía si rendía. Hoy en día, eso sería inviable: no se permite que un jugador deje de hacer un entrenamiento.

Eso sí, cuando tenía el día… Riquelme es el compañero al que más cosas increíbles he visto hacer en un campo de fútbol. Hemos jugado en Europa eliminatorias en Turquía, en Grecia, con el marcador ajustado y faltando un cuarto de hora; le dabas el balón a él y se acababa el partido.

Empezabas a jugar y sabías que todos los demás éramos sus acompañantes. Cuando el balón le llegaba a él, los demás se movían. Fue el año de la Intertoto, que empezamos con Benito Floro y acabamos la temporada con Paquito de entrenador y llegando a semis de la UEFA. Riquelme manejaba al equipo, Sonny Anderson empezó a hacer goles… y el cambio total vino cuando llegó Diego Forlán. Llegó él y, justo una semana después, me marché.

¿Manuel Pellegrini no contaba contigo?

¡Al revés! Yo había tenido problemas al final de la 2003-2004 con lo que he comentado antes, temas de vestuario y tal. Para bien o para mal, siempre que he visto «algo», lo he dicho. Y si creo que tengo razón, voy con todo hacia adelante. Y eso no sentó bien, era un equipo hecho en torno a Riquelme.

Vino Pellegrini y, nada más llegar, me dijo: «Me han contado cosas de ti, pero me da igual. Yo te voy a respetar». Hice toda la pretemporada y, al final, me dijo que me recomendaba quedarme, que quería que me quedase. Me quedaban dos años de contrato, pero Benito Floro se había ido a Mallorca y me insistía mucho en que fuera para allá.

La gente recuerda más a Floro por aquella charla en el vestuario del Real Madrid que por lo verdaderamente importante que fue como entrenador

Benito ha sido un pionero. De verdad te lo digo. Conceptos actuales como el bloque alto, el bloque bajo, la salida de balón con el portero, jugadas ensayadas… Podría entrenar hoy mismo en cualquier escuela que juegue a tener la posesión y no desentonaría; seguramente, incluso añadiría más cosas. Siempre ha ido muy, muy por delante.

Se rieron mucho de él con aquello de la importancia del saque de banda. Y fíjate, hoy en día, que los equipos los trabajan como jugada clave porque saben de su importancia a partir de la línea de tres cuartos de campo. O el balón parado. O los marcajes en zona. Le costó una barbaridad hacernos entender que aquello era lo mejor, y lo consiguió al enseñarnos números y datos que lo respaldaban. Benito sabía mucho, y había quien lo confundía con prepotencia, pero es un tío muy llano.

A Benito y a muchos otros les exigían mucho en el Bernabéu. ¿Cómo fue la experiencia de jugar allí? ¿Algún otro estadio a destacar como visitante?

El Bernabéu impresiona, impresiona mucho. Mestalla también. Y, en Europa, el Olímpico de Roma: aquel partido contra la Lazio, con todo el campo lleno. Pero diría que el partido con más presión que he vivido fue con el Mallorca en el Bernabéu, aquel día que el Madrid se jugaba la Liga y el Barça iba ganando 3-0 al Girona. Empezamos 0-1 ganando y, tras el descanso, salió Reyes y marcó dos goles.

Floro te llevó a Mallorca tras la marcha de Luis, que fue nombrado seleccionador ese verano.

Y Benito no duró mucho porque de equipo íbamos muy justos. De hecho, durante muchas jornadas estuve arrepintiéndome de haberme ido del Villarreal: traen a Forlán y acaban la temporada terceros, mientras que en Mallorca sufrimos y fue un año tremendo. Benito lo intentó, pero éramos un equipo flojo, muy justito.

Aquella temporada pasará a la historia por la frase del presidente del Levante, Pedro Villarroel, a falta de cuatro jornadas del final: «Lo siento por mi amigo Mateu Alemany, pero el Mallorca ya es equipo de Segunda División». Fue el Levante el que acabó descendiendo.

Nosotros en Mallorca estábamos muertos. De hecho, Cúper hizo unas declaraciones y dijo algo así como que él iba a preparar la plantilla del año siguiente en Segunda División. Nuestro propio entrenador nos dio por muertos. Dos o tres jornadas después, Villarroel se descolgó con aquella frase. Y claro…

Yo era uno de los capitanes, y la semana en que el míster habló, nos juntamos ahí en el vestuario, fuimos al despacho de Cúper y le dijimos: «Escúchame… No nos molestes» (risas). «Tú déjanos estar. Haz las alineaciones, pon a los que consideres, pero no nos molestes porque lo vamos a sacar». Ganamos cuatro partidos y empatamos tres en las últimas siete jornadas.

Quedaban ocho o nueve jornadas cuando le dijimos eso. Esa semana fue de entrenar, de reunirnos y tal. Cuando salimos del hotel y fuimos al estadio, el míster siempre solía dar una charla de un par de minutos y ponía el equipo titular. Bajamos del autobús, Cúper fue corriendo a la pizarra, puso nuestro equipo –ni siquiera puso el once del rival- y, cuando estábamos allí sentados, nos dijo: «Haced lo que queráis o lo que podáis» (risas). ¡Eh, y ganamos aquel partido y empezamos a remontar!

En el fondo es normal: Cúper era allí entrenador, casi el director general, y muy querido por toda la afición. Y lo hablábamos antes: hay entrenadores que se adaptan al equipo, y otros tratan de imponer su estilo. Si tú firmas a Jorge López, a Farinós, a jugadores de toque… no podemos estar pegando pelotazos. Cúper insistía en hacer siempre lo mismo, y al final nos metimos abajo. Por suerte, tuvo la capacidad –entre comillas- de, una vez hablamos con él, meterse en esa corriente y convertirse en uno más de esa reacción. Al año siguiente volvimos a las mismas, y tuvo que dimitir.

¿Qué recuerdo guardas de Mateu Alemany?

Mateu trajo allí jugadores con los que el club hizo negocios tremendos. Recuerdo a Pisculici, un chaval que rendía bien, pero que sobre todo tenía un disparo increíble. Metió tres o cuatro golazos y acabó yéndose a Arabia por una pasta, un pelotazo para el club. Y como ese, un montón de jugadores a los que les sacó grandes rendimientos económicos. Como gestor y en lo personal, un tío extraordinario. Tengo un gran recuerdo de él.

El Mallorca acaba séptimo en la 2007-2008 con Dani Güiza como «pichichi».

¡Aún está jugando, el tío! A veces me tocó estar con Dani en la habitación cuando estaba saliendo con Nuria Bermúdez (risas). Imagínate. ¡Luego fue su representante! Dani era un tío espectacular en el vestuario, un cachondo. Y un jugadorazo, eh.

El ejemplo del jugador curtido y veterano que vuelve a casa a jugar sus últimos años cada vez se ve menos. Muchos prefieren irse, y lo digo con cariño, a «atracar» a cualquier otro sitio: Arabia, China o Estados Unidos antes que volver a su club de origen. En verano de 2008, con el Levante destruido, en Segunda División e inmerso en un concurso de acreedores… decides regresar.

No es algo tan raro: este año lo vemos con Iborra en el Levante. Puede haber algún partido en el que no esté bien, pero Iborra tiene siempre que estar en el campo. Es importante su ejemplo.

Yo rechacé varias ofertas aquel verano, porque desde finales de julio Miguel Ángel Ruiz me había hablado de la posibilidad de volver. Me quedaba un año en Mallorca; de hecho, firmé por el Levante con la temporada empezada, un 29 de agosto. El Levante jugó su primer partido de Liga contra el Zaragoza el día que yo estaba regresando en barco, con el coche y toda la casa a cuestas.

¿Por qué volví? Para mí, el año anterior del Levante había sido vergonzoso: el concurso de acreedores, lo que había salido de las primas de aquel partido contra el Athletic, la protesta aquella del Bernabéu… Era vergonzoso, se estaba generando un ambiente de mierda y la imagen que daba el Levante al exterior me daba mucha lástima.

Yo tenía una casa aquí, me la compré en mis años en Villarreal. Tenía ofertas de Turquía, pero no quería irme. Cuando estaba en el Tenerife o el Rayo, las ofertas de Inglaterra me hubiesen encantado. Pero con casi 33 años, ya no. Así que volví: de hecho, mi contrato tuvo que ser validado y firmado por los tres administradores concursales (Vicente Andreu, Mariano Durán y Celestino Aparicio). El Mallorca se portó bien y me pagó parte de la ficha del último año a cambio de la rescisión.

¿Qué te encontraste al volver a casa?

Me contaron lo que pasó al principio, que había sólo tres jugadores entrenando en la pretemporada de Oliva. Para cuando llegué yo, había un ambientazo y un grupo espectacular. Jugadores cedidos, o que no jugaban, o que estaban en sus últimos años o que salían de lesiones. Y Luis García Plaza, un tío espectacular. Junto a Pedro Rostoll (segundo entrenador) y Estanis Asensi (preparador físico), los tres montaron un grupo que superaba todas las adversidades.

Y las había, ojo: te hablo de entrenamientos en los que, al acabar y siendo un equipo de Segunda División, no teníamos ni agua caliente en las duchas. No había dinero para nada, todo eran noticias malas. Todo era un desastre y, sin embargo, nuestro día a día era magnífico gracias a ellos. Eran los primeros en quedarse con lo positivo y apartar lo negativo. Había una mezcla de cuatro o cinco veteranos y luego mucha gente joven.

El objetivo era no bajar a Segunda B, y de hecho acabamos bien, en mitad de tabla y sin problemas. Nos faltaba gol arriba: Alex Geijo era muy buen delantero, pero no era un goleador. Al año siguiente, con Javi Guerra y Rafa Jordá, ya fue otra cosa.

Es obligatorio repasar aquella temporada 2009-2010: coincidió el centenario del Levante UD con un ascenso que ni el más optimista se podía imaginar.

Hombre, estaba el Betis, el Hércules, la Real Sociedad… Fue histórico, la verdad. Histórico por la manera de conseguirlo y por el grupo con el que se logró.

Muchos de nosotros compartimos un recuerdo para siempre: tras conseguir el ascenso ante el Castellón, el último partido de Liga era ante el Betis… y la despedida que tuvimos en el parking al acabar nos hizo llorar a todos. Porque, tras subir, Manolo Salvador (director deportivo) iba llamando al despacho a todos en la semana posterior y ya sabíamos quiénes seguían y quien no, porque casi todo el mundo acababa contrato, sólo se firmaban jugadores por un año.

Claro, había gente muy importante para el grupo a los que ya les habían dicho que se iban. Había jugadores que habían sido generosos en todos los sentidos: jugando poco, pero estando en el día a día y poniendo su mejor cara. Aquel día fue espectacular, tuve la sensación de que habíamos conseguido ser una familia de verdad.

¿Has vivido esa sensación en algún otro equipo?

No. Lo de ese año no lo he vivido en ningún sitio. Fíjate: en Mallorca pasamos treinta jornadas muertos y acabamos saliendo de abajo, con vuelta de honor en Son Moix y con Farinós subido a mis hombros. Aquello fue increíble, pero tampoco lo puedo comparar con lo del Levante.

Y hay muchas razones. Por ejemplo, ten en cuenta que yo soy mayor que Quico Catalán (presidente del Levante). ¡Y con Luis García estábamos casi a la par! Yo venía de jugar trescientos partidos en Primera División, y era consciente de la importancia de subir. Todos lo éramos. Pero la situación en la que estaba el club provocaba que, si no subías, te metieses en un problema muy serio.

Tú veías la capacidad y el nivel de Quico como directivo en esos años, una persona súper preparada… y, al final, lo que faltaba era dinero. Decíamos: «Lo tenemos todo pero, si no subimos, la cosa se va a poner muy fea». Hablaba mucho con Quico sobre esas situaciones.

Luchar por sobrevivir. El Levante de aquellos años era ‘The Wild Bunch’, un grupo salvaje que se jugaba mucho más que tres puntos en cada partido. Quizá eso explica la célebre foto de Ballesteros agarrándose las partes nobles tras un empate en Mestalla que daba la permanencia…

Me volví loco ahí. La tensión era una barbaridad. Voy a contarlo tal cual pasó, y luego ya lo escribes como quieras…

Aquel día en Mestalla, las cosas ocurren por algo. Nunca he ido contra nadie: yo, si me salvaba, con eso me servía. Pero ese día vino Quico a la merienda, tras haber estado en la comida de presidentes. Se ve que, allí, algún iluminado de la directiva del Valencia brindó «por un Valencia en Primera y un Levante en Segunda». Algún iluminado que había por allí, no me acuerdo de quién fue. Quico es un tío educado y prefirió callarse, pero le quemaba por dentro. Vino a mi habitación luego y me lo contó. Y al final del partido, me salió aquello.

Dijiste que se lo habías dedicado al presidente en el palco.

Y es la realidad, yo no mentí. Se lo dediqué a nuestro presidente… y también a ese tío: «Lo hemos sacado con dos cojones». Durante mucho tiempo se interpretó como un desprecio a los aficionados del Valencia, pero yo jamás hice eso. Si alguno se lo tomó así, tampoco puedo preocuparme a estas alturas.

Y luego, lo que ocurrió durante el partido: nos quedamos con diez jugadores en el minuto 15, el Valencia iba con todo… Entiendo que el deporte debe ser competición sana, pero yo he vivido situaciones a favor y en contra y hay que entender las situaciones. A veces, no es necesario.

Por ejemplo, el año del ascenso, el Betis nos metió cuatro… ¡pero es que esa semana nos habíamos ido tres veces de capea! ¡Es que ya habíamos conseguido el objetivo! ¿Por qué voy a fastidiarle yo a este otro? Yo salgo al campo e intento ser profesional, pero no es lo mismo que yo me juegue el descenso con el Mallorca contra el Betis, que la semana tras conseguir un ascenso con tres capeas, cenas con las mujeres y tal.

Por cerrar lo de aquel ascenso tan épico, el partido contra el Castellón (3-1) y aquellos tres goles son ya historia del levantinismo.

Juanlu, Xisco Muñóz y Javi Guerra: golazos los tres. Y al acabar, la gente saltó dentro del campo. Se me pone la piel de gallina al acordarme: el paseo en el autobús, junto a las familias, la cena de celebración, los entrenamientos… Semanas antes, en Cartagonova habíamos dado el golpe definitivo, con aquel 3-5. El Cartagena también se jugaba mucho, alguna vez lo comenté con Juan Ignacio Martínez después.

Quince años después los aficionados del Cartagena siguen acordándose. Da la sensación de que las rivalidades en Segunda son mucho más encarnizadas que las de Primera.

La Segunda es otro rollo, y más como está montada ahora. Este año va a haber dramas, ¿eh? Entre subir y no hacerlo, ojo con Levante, Granada, Las Palmas, Eibar, Alavés… Va a ser un drama para el que no suba.

¿Es el fútbol de ahora más «correcto» que el de antes?

Claro, y ahí el VAR tiene mucho que ver. El VAR ha hecho mucho daño y va a hacer más daño todavía. Realmente, me aburro viendo fútbol. Y eso que hay partidos de 0-0 en los que es difícil aburrirse. No sé si acaban de entender que un penalti cambia un partido tanto, tantísimo, que no puede ser que a un tío le pegue el balón en la mano cuando la tiene así puesta y que la revisen veinte veces desde no sé cuántos ángulos para acabar pitándolo.

La de cosas que preparas entrenando durante la semana: salida de balón, cómo presionar, cómo defender, los kilómetros que corres… y que una mierda así cambie tanto un partido es terrible. Llega un punto en que dices: «Esto no es fútbol».

¿Ballesteros podría haber jugado al fútbol con VAR?

Pues no lo sé. No sé si me hubiese adaptado o no. Supongo que, si hubiese querido seguir jugando, me hubiese adaptado. Y si no lo hubiese hecho… supongo que habría salido todos los días en las noticias (risas).

Y tampoco permiten a los futbolistas hacer declaraciones contra los arbitrajes. ¿Algo que destacar sobre los árbitros en tu carrera?

Siempre he tenido buena relación con ellos. Bueno, con alguno no tanto… Undiano Mallenco me expulsó alguna vez. Y algún árbitro valenciano tampoco. Pero, por ejemplo, con Mejuto González me llevaba muy bien, y con muchos otros más. Con Muñiz Fernández y esos árbitros algo menos, porque directamente no te dejaban hablarles. Te pitaban de una manera u otra dependiendo del equipo con el que jugaras.

Hemos sacado antes de la charla el tema de Enríquez Negreira y el Barça, y no parecías demasiado sorprendido…

Es que, cuando vas al Camp Nou y vas al Bernabéu, sabes a lo que vas. Vas al matadero. Es cierto que, desde que existe el VAR, ya no es tan escandaloso. Los árbitros se cortan un poco más. No sé cómo acabará lo de Negreira, pero yo pondría la mano en el fuego por ellos. No creo que se hayan comprado árbitros, pero claro… Otra cosa es, y forma parte del ser humano, que desde arriba se marque una línea y tú la tengas que seguir.

Tienes que seguir esa línea. Por ejemplo, tú eres periodista y sabes cómo funcionan algunos periódicos o radios. Si quieres ser súper independiente y te la juegas, vale. Y si te lo aceptan, vale. Pero puede ser que no te lo acepten y te vayas a la calle. Pero ya te la estás jugando.

En esos campos pasan esas cosas. Y todavía se siguen designando árbitros a dedo, un tema que deberíamos preguntarnos por qué sigue sucediendo, con tantas máquinas que hay. Hay alguien que decide que tú vas al Bernabéu o tú vas al Camp Nou. Y la semana que viene hay una semifinal de Copa o una final, o un Madrid-Barça. Partidos «guapos».

No creo que se haya comprado a nadie, pero si yo quiero pitar un Madrid-Barça la semana que viene y me designan a un Valencia-Osasuna, con el Valencia último en la tabla… Te están enseñando la puerta. No lo hacen conscientemente, pero es algo que está en el aire. Es mi opinión, y seguramente me equivocaré.

Se abrió una etapa de esplendor en el Levante tras el ascenso, de crecimiento año a año.

Recuerdo, nada más ascender, tener ese puntito de miedo: «Vale, has conseguido esto, pero ahora en Primera a ver qué pasa…». Se fichó muy bien aquellos años: Manolo Salvador hizo un equipazo, sobre todo para el año de Juan Ignacio. El anterior también, y Luis García se marchó al Getafe a crecer, aunque también hubo una oferta del Valencia y seguro que lo hubiese hecho muy bien allí.

José Mourinho llegó a España en ese primer año, y tuviste con él tus más y tus menos. Todo empezó con un duelo de Copa…

Un partido en el que nos meten 8-0 porque, según supimos después, si marcaban no sé cuántos goles, Mourinho les iba a dar a los jugadores algún día más libre. Y nos coge a un equipo recién ascendido a Primera; en Copa, que ni siquiera era nuestra prioridad; con un montón de jugadores que no eran habituales; ellos sacaron un equipo titularísimo; en el Bernabéu un 20 de diciembre, con la rasca que hace en Madrid…

Pues una sangría. Una cosa que no tenía ni pies ni cabeza. Y no sólo eso: la saña con la que se emplearon, de querer hacernos ocho sí o sí, y buscar más y más goles. Yo acabé jodido el partido, aunque nuestro objetivo era la permanencia y la Copa, cuanto antes acabase, mejor.

El lío llegó en el duelo de vuelta, el día de Reyes. Tú no estabas convocado y lo viste desde el palco.

Cuando saltaron los equipos a calentar, algunos del Madrid hacían gestos en plan: «Venga, que podéis, a ver si nos remontáis». Dos semanas antes, Mourinho también se había reído de Manolo Preciado. Y también había tenido lío con un médico de otro equipo.

Había llegado un punto en el que se estaba faltando con mucha gente. Por lo menos, yo lo entendía así. Y me jodió mucho. Y al descanso bajé. Y… ya no cuento más.

Vale, pues te voy preguntando y me dices si es cierto o no. Tengo entendido que vas cara a cara con Mourinho y básicamente le vienes a decir que, en tu casa, se va a reír de su prima.

(Asiente ligeramente con la cabeza). Mira, una de las cosas que yo tenía muy claras ese año es que nadie se iba a reír del Levante. Lo que hablábamos antes de respetarse a uno mismo para que te respeten: tú vienes a mi casa y yo soy el Levante. No soy ni Madrid ni Barcelona, pero soy el Levante. Respétame, gáname y vete a tu casa. Pero no vayamos a más. Eso lo he llevado muy a fuego.

Luego también Mourinho hizo unas declaraciones diciendo que dábamos muchas patadas. Justo un compañero mío, Nacho González, se acababa de romper el cruzado por una patada que le dio un jugador del Madrid. Y, nada más conocer la noticia, me llamaron de una radio y me pusieron las declaraciones de este tío quejándose de que dábamos muchas patadas. Y los periodistas de Madrid eran para flipar: «¿Lo de Nacho González? Nada, mala suerte, se ha roto la rodilla». Yo lo que dije es que este tío era un papanatas.

Aunque Mourinho declaró tras el partido que no le habían tocado, que no había pasado nada y que no sabía quién eras, cuentan testigos presenciales que lo agarraste de la pechera y que su ayudante Silvino Louro te dio varios puñetazos.

Sólo sé que, al llegar a casa, escuché sus declaraciones diciendo que no había pasado nada. Y yo pensé: «Pues es verdad, no ha pasado nada» (risas).

Lo que más me gustó de todo aquello: en todas las visitas que vinieron después, jamás hubo ningún problema con Mourinho. Me quedo con eso.

De hecho, ganasteis 1-0 al Madrid al año siguiente, con gol de Arouna Koné. Noche para la historia en el Ciutat de Valencia en la que quedó inmortalizado el sprint que le ganaste a Cristiano Ronaldo en el minuto 92. 36 años tenías.

¡Es que yo siempre me he considerado rápido! De hecho, una de las cosas por las que me firman en Villarreal es por un vídeo que García Quilón les manda con una carrera mía mano a mano con Roberto Carlos. Una carrera de medio campo en la que, tras tirarse larga la pelota, no consigue ganarme y le tapo el centro al área. En las pruebas de velocidad en todos los equipos yo acababa el segundo o tercero.

Lo de Cristiano fue en el minuto 92, y mover los noventa kilos o así que tenía entonces desde parado en una carrera de tres metros no es lo mismo que moverlos en una carrera de veinte. Son lances del juego, estás en el partido y simplemente vas al cruce y ya está, como cualquier otra jugada. En su momento no le di más importancia; luego vi que mucha gente sí se la había dado.

Y falta preguntar por aquella visita del Madrid que empezó con el codazo de Navarro a Cristiano y acabó con triunfo visitante (1-2). Se montó la mundial en la enfermería tras el partido, con una melé con jugadores de ambos equipos y tú por medio. Ramos dijo después: «Si no le gusta el fútbol y le gusta otro deporte como el boxeo, que se cambie».

Al final, por resumirlo mucho, repito lo de antes: nunca me han gustado las faltas de respeto, y eso es lo que ocurrió cuando acabó el partido y lo celebraron entrando a vestuarios. Lo que sucedió después es anecdótico, no tiene importancia.

Lo que dijese Ramos sobre mí me resbala bastante. En ese momento ya me resbalaba, pues imagínate ahora (risas).

Juan Ignacio Martínez «JIM» llegó al Levante en 2011 con una idea de juego que no parecía casar con la idiosincrasia del equipo. ¿Es cierto que os reunisteis con él en el vestuario para cambiarla y volver a lo que sí sabíais hacer?

A ver, él venía de Cartagena, de jugar un fútbol muy atractivo. Empezamos la pretemporada y el míster quería jugar como el Cartagena, pero claro… (risas). Ten en cuenta que teníamos a gente con 35 o 36 años: Javi Venta, Juanfran, Nano, Munúa, Juanlu, yo… Quería hacer cosas que estaban muy bien, pero no lo veíamos. Todos éramos de la vieja escuela, en el sentido de mantener la portería a cero como prioridad, luego intentar ponernos por delante y, por último, ya jugar al fútbol, tocarla y disfrutar.

En La Manga, tras un partido de pretemporada que salió mal y perdimos, nos quedó a todos una mala sensación. Fuimos los capitanes a hablar con él y le dijimos: «Míster, esto hay que cambiarlo». Luego, el día de la presentación contra Peñarol en casa, perdimos 0-2 haciendo el ridículo. Ahí ya se vio que no funcionaba.

También es mérito del entrenador: Juan Ignacio fue muy inteligente. De hecho, todo lo que llegó después sucedió porque se adaptó a nosotros. Creamos un equipo con una comunión espectacular y él fue partícipe, añadiendo más cosas todavía a nuestras virtudes.

En octubre, el Levante se pone líder de Primera División en la jornada 8 tras meterle un 0-3 al Villarreal en El Madrigal…

Ya se notaba en pretemporada, cuando vino Javi Venta de Villarreal y más gente. Yo decía: «Este año tenemos un muy buen equipo». Pero cuando llegó Arouna Koné el 25 de agosto y lo vimos entrenar, ahí ya pensabas: «Este año hacemos algo importante».

He hablado mucho con Estanis, el preparador físico de aquella época, y me recuerda siempre la gestión física que se hizo con Koné. Cuando llegó, acababa todos los días con dos bolsas de hielo en las piernas. Venía hecho polvo en Sevilla, de estar un año y medio sin jugar y recién operado de cruzado de las dos rodillas. La gestión que se hizo con Koné a la hora de regularlo, medirle los esfuerzos y tal, fue extraordinaria.

Si Koné marcaba 18 goles aquel año, renovaba automáticamente por el Sevilla. Así que el Levante hizo todo lo posible para evitarlo, poder ficharle libre y luego revenderle, como así acabó sucediendo.

Sí, al Wigan por 5 millones de euros. Fue una lástima, la verdad. Porque Koné marcó su decimoséptimo gol en Gijón contra el Sporting, y acabamos perdiendo aquel partido. Tuvo otras dos ocasiones de gol y el tío… (risas). Estábamos luchando por entrar en Liga de Campeones. Después de Gijón no volvió a jugar: ni contra Zaragoza, ni Mallorca ni Athletic. Perdimos los dos primeros por 1-0; si hubiésemos ganado uno de esos dos, nos hubiésemos metido en Champions.

Ver al modesto Levante jugando la Champions hubiese sido tremendo.

No sé, igual hubiese sido peor porque te plantas en la previa contra un equipo fuerte, te echan y te vuelves para casa. Sin embargo, en Europa League superamos la previa y acabamos jugando seis partidos y dos eliminatorias. Le ganamos a Olympiakos y le plantamos cara a los rusos del Rubin Kazan.

Jugar en Europa con el Levante fue increíble. Hace diez años de aquello. Recuerdo algo tan simple como ver a todo el club viajando en el avión, en la expedición oficial. Ver a Paquito Fenollosa (presidente de honor) en los palcos de Holanda, o de Alemania. Ver a la gente de oficinas, la gente de toda la vida, ahí en el avión… Era como irse de excursión. Eso es muy bonito, joder. Gente que ha vivido las épocas de Segunda B, de Tercera, cogiendo el avión y yendo al campo de Olympiakos en Grecia. Y les competíamos.

Aquella hazaña coincide con años buenos del Valencia en Champions, y esa temporada los dos equipos de la ciudad de València jugaron en Europa. ¿Es molesto vivir en la comparativa constante? ¿Qué se te considere un emblema del Levante te ha generado problemas con los hinchas del equipo rival?

Sí, porque te expone mucho. Alguna vez he tenido algún problema, porque siempre hay algún descerebrado que se lo toma todo muy a pecho. Pero yo con el Valencia y sus aficionados no me he llevado mal. Es verdad que siempre he tenido ese punto de rivalidad: recuerdo que, en 1995, el Trofeo Ciudad de València se lo ganamos al Valencia en Mestalla (1-3) con Juande como entrenador. Y ganar allí mola (risas). Siempre he tenido esa rivalidad, pero bien entendida.

El año del EuroLevante se acabó estropeando al final, con el conflicto entre Barkero y varios compañeros tras acusaros de que habíais bajado la intensidad en aquel 0-4 en casa ante el Deportivo. ¿Qué pasó ahí?

Aquello fue un desastre. Todo viene porque, supuestamente, algún iluminado le dice a Tebas que el 0-4 en casa contra el Deportivo estaba arreglado. Para flipar. Porque quedaban siete jornadas, jugábamos en casa y todavía nos jugábamos entrar en UEFA. Estábamos casi salvados y a dos o tres partidos buenos de meternos en la pelea. Lo hablábamos en el vestuario.

Es cierto que había sido un año jodido: habíamos llegado a cuartos en Copa, a cuartos en la Europa League, teníamos una plantilla con mucho jugador mayor, nos habíamos quedado sin Martins en enero, las lesiones de Valdo o Barkero… El equipo andaba muy justo.

Decir esas cosas cuando pierdes en casa 0-4 es una barbaridad. Nunca voy a saber de dónde vino, ni por qué le llegó eso a Barkero. Me puedo imaginar de dónde vino. Porque Tebas estaba loco por meterse como presidente de LaLiga. En el juicio se dijo claramente. La inconsistencia de su discurso en el juicio fue tremenda.

¿Por qué os señaló Barkero a Juanfran, Juanlu, Munúa y a ti?

No lo sé. Luego nos pidió disculpas, salió en rueda de prensa también a hacerlo. Fue increíble, no me acababa de creer lo que había hecho. De hecho, estuve preguntándole varias veces a santo de qué lo había hecho, de dónde le había venido eso, y nunca me quiso decir quién se lo había dicho.

Al final… era un pobre desgraciado, por decirlo en pocas palabras. Le contaron cuatro cosas que no tenían ni pies ni cabeza, y se las creyó. No acabamos bien: me pidió disculpas personalmente, pero no se las acepté porque me pareció demasiado grave lo que había hecho. Pedir disculpas tras todo el lío que había montado no me servía de nada. No le he vuelto a ver, y espero no hacerlo.

Coincidió en el tiempo con la denuncia de LaLiga por amaño del Levante-Zaragoza de 2011. Aunque nos podamos meter en algún lío… ¿qué opinión te merece Javier Tebas?

No creo que me meta en ningún lío, porque podría decir muchísimas más cosas. Las declaraciones que él hizo en un juzgado las puede oír cualquiera, y ver qué tipo de personaje es.

Opino que la llegada de Javier Tebas a LaLiga ha sido una de las cosas más nefastas que le ha podido ocurrir al fútbol español. De lo peor que ha ocurrido en los últimos cincuenta años: que este tío haya llegado a ser presidente de LaLiga y haya hecho lo que ha hecho.

Lendoiro, el presidente del Depor, llegó a declarar públicamente que tú eras el «cabecilla» de los amaños y dirigías las conversaciones con otros equipos.

Se dijeron una cantidad de cosas… En ese momento, Lendoiro era el número dos de LaLiga. Para que veas por dónde van los tiros: cuando Lendoiro dejó su cargo en LaLiga, en el juicio, hizo otras declaraciones retractándose de lo que había dicho ¡Y luego volvió a decirlo otra vez! Hubo un «baile» de declaraciones increíble, todo incoherencias. Los propios jueces le llamaron la atención varias veces porque no eran coherentes.

La sentencia, seis años después y ya en 2019, os absolvió a los 36 jugadores acusados de amaño. A todos.

No sólo eso: la sentencia y lo que dice el juez es para leerlo. Lo que pasa es que, en este país, ya sabes cómo va esto. Lo que se pretendía era tener una foto de un equipo entero de Primera yendo al juzgado, y eso se consiguió. Lo demás ya les daba igual. Se consiguió a nuestra costa.

Se pasa mal, porque te sientes señalado y te la tienes que comer. ¿Lo peor? Que no puedes hablar. Que durante toda la instrucción, esos seis años, no puedes hablar. Me preguntaban si daría mi opinión y no podía hacerlo, tenía ahí a mi abogado y cualquier cosa que dijera en una entrevista, si me «calentaba», podía ir en mi contra. ¡Que me estaban pidiendo cárcel, coño! Encabezar esas denuncias ayudó a Tebas a ser presidente. Fue su caballo de batalla.

¿Os ha pedido Tebas disculpas alguna vez? Porque, por ejemplo, esa situación aceleró tu retirada en 2013.

¿Perdón? ¿De qué? ¿A quién? ¿Él? ¿Ese señor? ¡Qué va!

Yo acabé ese verano y ya está. No salió nada que me pudiese interesar: salían propuestas pero no me quise liar. Ya llevaba un tiempo planteando en casa lo de dejarlo. Me costaba mucho, acabé tocado física y mentalmente aquella temporada, ya lo notaba durante el año. Tenía fatal el tobillo y la rodilla, hice mucho trabajo de recuperación en el tendón rotuliano porque son muchos años jugando.

Y el ambiente familiar que había en ese vestuario se rompió.

El vestuario que se había generado esos años… Se rompió todo, se lo cargaron. Todo. Y no consiguieron arreglarlo durante años. No se generó un vestuario igual ni siquiera con el ascenso de 2017.

Al final, hay cosas de despachos aquellos años que desconozco. Pero sé lo que pasó, y sé como acabó. Y que no tuvo ningún tipo de consecuencias para el que puso la denuncia. Además, con cobardía. Porque si tú vas contra mi ante el juez, y no te da la razón, entonces yo sí puedo ir contra ti. Pero Tebas nunca puso una denuncia: maniobró para conseguir que la Fiscalía nos acusara, él se adhería al proceso, y ahí no puedes buscar ninguna compensación. Nunca hemos podido ir a reclamarle una indemnización a LaLiga por ese tema legal; si no, se hubiesen encontrado con 40 querellas.

Al retirarte, cambiaste los campos de fútbol por los campos de agricultura.

El año de mi retirada, me marché a Murcia de nuevo con mi familia. Tengo primos que tenían ovejas, cabras… y uno de ellos se había montado una granja de pollos hacía un par de años. Vi la instalación, el funcionamiento, y vi que me gustaba y encajaba con el tipo de vida que quería llevar.

¿Gestionas el negocio sólo o eres de subirte al tractor?

De subirme al tractor, claro. Y así me tiro mucho tiempo, en la zona de Llíria. También planté limones, tengo muchos limoneros.

Tras casi una década fuera del club, volviste al Levante en 2021 como Responsable de Identidad. ¿En qué consiste esa labor?

La época reciente de éxitos en el Levante arranca con el ascenso a Primera en 2010, aunque luego se descendiera. Las bases de lo que es hoy el Levante se pusieron ahí, cuando el equipo estaba en concurso de acreedores y se genera y retoma el sentimiento levantinista de verdad. Los valores, volver a sentirnos importantes en Valencia, recobrar una masa social que se había ido perdiendo… Quico (Catalán) y los demás hicieron un gran trabajo.

Mi labor se centra sobre todo en la escuela. Hay una parte institucional, en la que sí he representado al club en algunos actos como el COTIF y otras historias, pero sobre todo estoy en la cantera. La idea es trasladar a los chavales quiénes somos y de dónde venimos. Y que sepan que todo lo que tienen se debe a muchas personas que se lo dejaron todo, parte de su vida, por amor al Levante. Muchas veces, sin grandes contraprestaciones.

En las charlas, les recuerdo a los chavales los valores del Levante, que se generaron como identidad de la escuela hace muchos años. Y los dos principales son: resistir, y levantarse después de que te peguen un golpe.

La frase del periodista Paco Gandía: «Forjado en el yunque de la adversidad».

Son dos valores intrínsecos a la historia del Levante como club. De hace cincuenta años, de la época de Tercera División, de caerse, estar a punto de desaparecer, y luego ser capaz de volver. Y remontar. Y subir a Segunda B, subir a Segunda, y volver a caer. Y volver a subir, y llegar a Primera, y entrar en concurso de acreedores. Esa es la historia del Levante.

Es un club valenciano y arraigado en Valencia que, sin embargo, en 2015 estuvo a punto de ser vendido a capital extranjero. Finalmente, la venta a Robert Sarver –que luego compró el Mallorca- no se formalizó. ¿Fue lo correcto?

Fue todo un acierto. Siempre es muy goloso un movimiento así, el glamour de que venga alguien con cien mil millones y te traiga a este o aquel jugador, o haga instalaciones nuevas. Al final, eso acaba siendo un error. Lo pienso al cien por cien. Esté donde esté el equipo, en la categoría que sea, tienes que ser de ese equipo.

El aficionado de un club debe ser soberano para opinar lo que le dé la gana. Hay que ser críticos, no todo vale. Y se puede aplicar a jugadores, a dirigentes…

Eres comentarista de los partidos del Levante en su radio oficial y, cuando no te ha gustado algo, te he escuchado decirlo sin cortapisas.

Claro que lo digo. Tengo mi criterio, y no lo voy a cambiar. Y si no gusta donde estoy, sólo tienen que decirme que deje de ir a comentarlos. ¿Significa eso que no quiera al Levante? Claro que no.

¿Corre el Levante riesgo de, algún día, olvidarse de lo que es?

No creo. La masa social que hay de aficionados, veteranos y jóvenes, saben lo que hay. Toca recordar día tras día quién eres, y no olvidarlo. Porque se puede morir de éxito: seguramente nos ha pasado antes, y nos volverá a pasar. Va con la condición humana. Y para eso ayuda tener esos referentes que pueden transmitirlo.

Por ejemplo, cuando se ponga en marcha la nueva Ciudad Deportiva de Nazaret. Lo compararás con tus entrenamientos en la Malvarrosa y el cambio será brutal.

Y se lo transmitiremos a los chavales. Que, en su momento, ibas con toda la ilusión y te daba igual que el grifo se cayera a trozos, que no hubiese agua caliente o que el suelo estuviese hecho una porquería. Lo importante no era eso, sino estar en un sitio que te acogiera. Se lo digo siempre: «Lleváis un escudo que mucha gente ha llevado antes, tiene más de cien años».

Emilio Nadal, que es periodista e historiador y trabaja en el club, me ha contado películas tremendas: futbolistas que jugaron partidos con el brazo roto, o que renunciaron a ponerse la camiseta del Valencia por su sentimiento granota, tipos súper agradecidos con el Levante como Juan Puig… Todo eso hay que recordarlo y hay que enseñarlo a los canteranos, forma parte de tu historia. Eso no se puede olvidar.

Iborra es un canterano que, tras una carrera exitosa, ha vuelto al club a ofrecerle sus últimos años de fútbol. Pero otros referentes, como José Luis Morales, se marcharon tras el descenso a Segunda…

Al final, es una decisión muy personal. Supongo que querría tener un proyecto más estimulante, seguir en Primera o ganar más dinero, y eso le pudo al hecho de seguir en el club que se lo había dado todo. Tampoco puedo meterme. Seguramente yo no lo habría hecho, pero todo el mundo es libre de hacer lo que quiera. Depende de lo que más valore cada uno.

De todos modos, está cambiado ese perfil de referente en el equipo. Ahora está Pepelu, por ejemplo, que viene de la cantera y ha renovado por diez temporadas. Puede desempeñar el rol de Ibo, o el que tuvimos nosotros en su momento. Pepelu es un claro ejemplo: un chico que, en la dificultad, da un paso al frente por el Levante. Es muy elogiable y es la idea que se busca: gente que venga de abajo, que tenga ese amor hacia la entidad y que la valore.

Vamos rematando con respuestas breves. A pesar del VAR… ¿te sigue gustando el fútbol?

El fútbol me sigue gustando, pero el espectáculo y el show que se monta alrededor no. Y el VAR tampoco. Supongo que acabarán mejorándolo, porque de lo contrario se corre el peligro de que la gente deje de ir a los campos. Se dejará de creer el deporte ¿Desaparecerá? No, porque somos futboleros en España y siempre va a ser el deporte rey. Pero veremos menos gente en los estadios.

¿Volverá el Levante a Primera?

Si lo supiera… (risas). Espero que sí, ojalá. Si no de forma directa, que sea a través del playoff. Eso último sería muy duro: son dos eliminatorias, cuatro partidos en los que no te puedes permitir ni un rato malo, porque te pueden liquidar. Es demasiado injusto jugársela así tras 42 partidos, pero esto está montado como una feria, un espectáculo de agosto a junio. Es una barbaridad. Pero como nadie piensa en los futbolistas y sólo se piensa en las teles y sacarle rendimiento al negocio, todo lo demás da igual.

De entre más de 400 partidos oficiales, quédate con sólo uno.

Aquel día que confirmamos la clasificación para la Europa League, un 3-0 contra el Athletic de Bilbao. Entrar en Europa con el Levante es algo histórico.

Un entrenador a destacar.

Jupp Heynckes, por la apuesta que hizo por mí. Pero también me quedo con Juande.

Rival más complicado de toda tu carrera.

El Barça de Guardiola. Con Iniesta en su máximo esplendor, Xavi, Messi… Eso era imposible. Me vienen flashes de visitar el Camp Nou, salías a presionar arriba e Iniesta empezaba: «Pam, pam, pam», a tocarla. Tenían a Villa arriba también… Sobre Messi, más allá del fútbol, siempre destaco que el tema personal con él ha sido muy correcto. Con Cristiano quizá fue un poco más frío, pero nunca tuve ningún problema, es un profesional y un deportista ejemplar.

9 Comentarios

  1. Muchas gracias por la entrevista a ese icono del Levante. Poco saben lo que es el sentimiento hacia un club tan baqueteado, pero como dice Sergio, que tras un golpe se sigue levantando. Espero que volvamos a subir, que estamos en el buen camino y peleando. Y por lo demás, gran entrevista a un jugador no tan conocido a nivel nacional como debiera y con un físico tan diferente a lo que se estila hoy en día. Lo cierto es que era espectacular por peso y envergadura lo rápido que era.

    Felicito a Paco Polit, porque la entrevista es realmente buena y por supuesto al entrevistado, que no elude ningún tema. ¡Macho Levante!

  2. Una maravilla de entrevista.
    Solo sobra la pregunta tendenciosa sobre Vini, que Ballesteros responde con maestría. A ver si espabilais

  3. Impresionante!!
    Que relato más cariñoso con todos y con el fútbol en general.
    Enhorabuena a entrevistado y al periodista.

  4. Me encanta eso de que no, él no era leñero, por favor, simplemente porque le partió la cara a dos jugadores de sendos codazos en sendas semanas consecutivas le metieron en el saco. Pero él era un pan bendito. Menuda disonancia cognitiva.

  5. Interesante entrevista. Por cierto, Ballesteros es el único tipo en España que ha mesurado a Vini en su justa medida.

  6. Ángel Dueñas Delgado

    Estas entrevistas merecen la pena leer las , me a gustado mucho felicidades.

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  9. Otro bobo que cuando le preguntan por el Negreirato, mete en el mismo saco al Real Madrid y al equipo corrupto. A ver, iluminado: el único equipo que ha pagado por conseguir favores arbitrales ha sido el Barsa. Repite: ¡El Barsa!. Deja en paz al Madrid.

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