
Declan Rice no es solo el verdugo del Real Madrid en la Champions League de 2025, también es, a ojos de muchos irlandeses, un traidor a la patria desde que eligiera jugar con la selección inglesa en lugar de con la de Irlanda. Especialmente, porque había iniciado su carrera internacional jugando tres amistosos con la camiseta de Irlanda.
Rice ha nacido en Londres, pero sus abuelos paternos eran irlandeses. Por eso jugó desde niño en las categorías formativas irlandesas hasta que debutó con la absoluta en 2018. Sus declaraciones ese día no pudieron ser más efusivas y orgullosas. Estaba encantado y dijo que si no fuese su intención representar a Irlanda no estaría ahí.
Sin embargo, escasas semanas después empezó a reconsiderar su posición. Algo había cambiado ese amor inmutable por la patria de sus ancestros: le había llamado Inglaterra al mismo tiempo que Martin O’Neill le había apartado de Irlanda. En noviembre del 18 declaró que necesitaba reflexionar sobre qué era lo mejor para él y para su familia. La polémica estaba servida y los juntamierdas empezaron a enredar en sus redes sociales hasta dar con posibles mensajes que exaltaban al grupo terrorista IRA.
El 13 de marzo de 2019 fue convocado por primera vez con la selección inglesa y debutó el 22 de ese mes contra la República Checa. El escenario, el sagrado Wembley. En Irlanda, la afición estaba desatada, decepcionada y llena de rabio. No obstante, en la prensa se podían encontrar ejemplos de sensatez y sentido común, no solo de hooliganismo.
En el diario Trinity News notaban cierta disociación en los fans irlandeses. Decían que se estaban quejando de Rice por estar orgulloso tanto de su herencia irlandesa como de su nacionalidad inglesa, cuando luego ellos, como aficionados al fútbol, seguían a los equipos ingleses. Aparte, anotaba que el acuerdo de Viernes Santo permitía a los ciudadanos de Irlanda del Norte elegir entre la identidad británica, la irlandesa o ambas.

En cambio, en otros medios, como el Irish Post, sospechaban que la decisión estaba motivada por el entorno profesional del futbolista, sus representantes sobre todo, que habían visto que era más rentable a efectos de imagen jugar para la selección inglesa. Era un caso clavado al de Jack Grealish. Pero los aficionados no dieron tregua ni atendieron a razones. Le llamaban «serpiente» y «traidor» y le negaban cualquier gota de sangre irlandesa desde el momento en que se había criado en Londres.
La cuestión es que todas las selecciones se llevan muy dentro, pero la irlandesa se siente más. Especialmente desde 1988, la selección ha funcionado como un símbolo de identidad nacional después de clasificarse por primera vez para una Eurocopa. Con el añadido de que el primer partido fue contra Inglaterra y ganaron, 1-0 por supuesto, con gol de Ray Houghton, en ese momento en las filas del Liverpool. Aquello tuvo tanto impacto que lo han llegado a estudiar las universidades.
En el caso irlandés, el fútbol había tenido hasta entonces un estatus inferior frente a los deportes gaélicos, que eran los auténticos y los que representaba el nacionalismo cultural. Pero aquella participación en la Eurocopa, seguida de la clasificación para el Mundial de Italia 90, cambió las tornas.
Todo el país se puso a jugar al fútbol. Al contrario que los hooligans ingleses, los irlandeses en aquel entonces destacaban por su colorido y simpatía. Llegaron a convertirse en una herramienta de diplomacia informal de su gobierno. Pero había algo más, el equipo lo dirigía un inglés, Jackie Charlton, y la mayoría de jugadores había nacido en Inglaterra. Aprovecharon una ley que permitía representar al país a todo el que tuviera abuelos irlandeses. Charlton la tuvo muy en cuenta y es la misma con la que habían seleccionado a Rice en la década anterior.
Aunque eso podría haber creado complejos, se instrumentalizó en sentido contrario. Daba una imagen abierta, cosmopolita y multicultural de la nación. Al mismo tiempo, se decía adiós a Irlanda del Norte. La nueva Irlanda eran los condados que habían quedado al otro lado de la frontera. Era una Irlanda moderna, concebida como el nuevo estado con las nuevas fronteras y que dejaba atrás los mitos del pasado.
El cisma venía de 1921, cuando se escindieron la Irish Football Association (IFA), con sede en Belfast, y la Football Association of Ireland (FAI), con sede en Dublín. Aunque hubo negociaciones posteriores para reunificar el fútbol irlandés, la IFA se negó a ceder soberanía. Tuvieron que llegar los Troubles en los años 60 para que ambas federaciones volvieran a cooperar. Se empezaron a jugar amistosos entre equipos del norte y del sur y voces autorizadas como George Best, Derek Dougan o Liam Brady pidieron la unión total.

En 1973, una selección conjunta, la Shamrock Rovers All-Ireland XI, llegó a jugar un amistoso contra Brasil. El encuentro tuvo un seguimiento masivo, pero la IFA no quiso respaldarlo. La FAI se quedó sola reclamando un equipo internacional único.
Entre 1973 y 1980 llegaron a haber al menos nueve reuniones entre ambas federaciones. Se plantearon ideas como una federación conjunta, una liga mixta y la posibilidad de convocar a jugadores de otro territorio para amistosos. El ambiente fue cordial, pero los problemas económicos y políticos de una decisión así fueron insuperables. Tener un solo equipo nacional mermaba los ingresos. Así de prosaica era la realidad.
Tampoco faltó la violencia. El caso más grave fue el partido entre Linfield (unionista de Belfast) y Dundalk (católico de Irlanda, pero cerca de la frontera con el Norte) en 1979. La tensión también marcó los enfrentamientos directos entre las selecciones del norte y el sur durante las eliminatorias para la Eurocopa de 1980. Estos incidentes socavaron el optimismo inicial y pusieron de manifiesto que el tema era muy delicado por las implicaciones políticas que traía.
Encima, por separado, en los 80 y 90 ambas selecciones vivieron momentos de gloria por separado. Irlanda del Norte clasificó a los Mundiales de 1982 y 1986, y la República, como se ha dicho debutó en Euro 88 y luego brilló en Italia 90. Estos éxitos redujeron aún más el interés por una reunificación. Los incentivos para impulsar una selección común cada vez eran menos. Y más adelante, llegaron casos como el de Neil Lennon, católico abiertamente proirlandés que jugaba en la selección de Irlanda del Norte. Cuando fichó por el Celtic, recibió amenazas de muerte por los Red Hand Defenders.
Tras el acuerdo de Viernes Santo, en 1998, ambas federaciones son más colaborativas, pero no se ha vuelto a hablar de la selección unificada. De hecho, lo que trasciende es que el fútbol en Irlanda del Norte si sirve para algo es para aumentar las tensiones entre católicos e unionistas. Los jugadores católicos han manifestado que la cultura institucional es predominantemente unionista y que símbolos como el himno británico y la bandera del Ulster les hacen sentirse excluidos.

Lo que lleva a muchos católicos a jugar en el Norte es aumentar su visibilidad. Ser internacional puede suponer una considerable diferencia a la hora de firmar un contrato con un club, aumenta al alza la cotización en el mercado, pero luego tienen que enfrentarse a las banderas unionistas en estadios abarrotados haciendo el «bouncy» (un bote que hacen los aficionados de los clubes lealistas).
Los católicos que optaban por Irlanda del Norte se sentían extranjeros en la selección. Hay jugadores que han declarado perder todo vínculo con Irlanda del Norte tras la experiencia y sentir reforzados sus lazos con la república. En otras ocasiones, es la familia de los jugadores católicos de donde proviene el problema, les tachan de traidores por representar todo aquello contra lo que han luchado y que tanto dolor les ha causado.
Los problemas fueron comunes a los que pueden suceder en España con jugadores vascos y catalanes. Cuando suena el himno, hay un escrutinio y se analiza si miran al frente, abajo o a los lados. Un jugador recuerda en uno de estos estudios que el entrenador le dijo antes de saltar al césped: «No bajes la puta cabeza». Reproches a los que se sumaban los compañeros: «Si no te gusta el himno, no estés aquí». Un éxito para ellos, recibían el rechazo de la comunidad católica en casa y de la protestante en el vestuario. «Sentía presión porque si bajaba la cabeza me criticaban unos, pero si no lo hacía, me criticaban otros», confesó uno de ellos.
Al final, la participación de católicos en la selección norirlandesa no sirvió para superar las divisiones, sino para intensificarlas. El lema «Our wee country» no dejó de ser más que una fantasía en el imaginario unionista. Los muros físicos del pasado son hoy muros simbólicos igual de impenetrables.
Una investigación del académico Caleb Keown analizaba el significado de pertenecía de cada club norirlandés. Desde el periodo de «The Troubles», el fútbol, como en todas partes, ha sido instrumentalizado políticamente y ha reflejado esa rivalidad entre católicos y protestantes. Uno de los ejemplos más claros fue cuando el Belfast Celtic se retiró de la liga después de que sus jugadores fueran brutalmente linchados por seguidores del Linfield. Al delantero Jimmy Jones, por ejemplo, le rompieron la pierna. Pero lo grave fue que el club ya nunca más regresó al fútbol profesional.
No obstante, más recientemente, el conflicto más importante se produjo con el choque en 2007 y 2012 entre la Asociación de Fútbol de Irlanda, la FAI, y la Asociación Irlandesa de Fútbol, la IFA, sobre la elegibilidad de jugadores nacidos en Irlanda del Norte para representar a la República de Irlanda tras, como se ha explicado con anterioridad, una cláusula del Acuerdo de Viernes Santo en 1998. La oleada de católicos del norte que decidieron jugar con la República fue una avalancha.
Las reglas de la FIFA sobre elegibilidad, particularmente los artículos 15 a 18, fueron clave en el conflicto. Aunque inicialmente parecían favorecer la postura de la IFA (según la cual un jugador no debía cambiar de selección tras haber jugado partidos oficiales en niveles juveniles), el artículo 18 introducía una excepción: si el jugador tenía doble nacionalidad antes de debutar a nivel absoluto, podía cambiar de federación. Esta ambigüedad legal se convirtió en un terreno fértil para disputas, agravadas por las interpretaciones contrapuestas entre IFA y FAI y por el vacío legal que el GFA venía a llenar de forma indirecta.

Luego hubo justificaciones de todo tipo. Daniel Kearns, nacido en Irlanda del Norte, expresó que «a la hora de tomar la decisión de cambiarme a la República de Irlanda fue puramente por razones futbolísticas»; explicó que le gustaba «el estilo de juego y cómo trabajaba el seleccionador», y pensó que era una mejor oportunidad para avanzar en su carrera. A pesar de reconocer que sería más fácil entrar en el equipo del norte, mantenía la esperanza de progresar con el cambio: «convertirme algún día en internacional absoluto con la República».
El testimonio de Danny Devine, también norirlandés, en cambio, iba por el terreno de la identidad: «La principal razón fue que el área de Belfast donde crecí era una zona católica en la que la gente se considera irlandesa y se identifica con la bandera tricolor». Añadió que «las banderas y los himnos asociados con el equipo de Irlanda del Norte no eran los que yo crecí apoyando», y concluyó: «yo era irlandés y, por lo tanto, quería jugar para la bandera y el himno irlandeses». Palmario.
El caso de la ciudad de Derry es particularmente representativo. Varios jugadores de allí, como Darron Gibson, Shane Duffy, Eunan O’Kane y James McClean, optaron por la República. McClean justificó su postura en una carta pública en 2014: «Cuando vienes de Creggan, como yo, cada persona vive aún bajo la sombra de uno de los días más oscuros de la historia de Irlanda –aunque, como yo, hayas nacido casi veinte años después–. Es simplemente parte de lo que somos, está en nosotros desde el nacimiento», Se refería a los sucesos del Bloody Sunday de 1972. Esta crisis incentivó reformas en la IFA y nuevos esfuerzos por hacer del equipo de Irlanda del Norte un espacio más inclusivo.
Nada de eso ocurría en Inglaterra, receptora de jugadores de las dos Irlandas. Durante años, los irlandeses se enfrentaban a recibimientos poco cordiales en los vestuarios, rayanos con el bullying. Durante los años de actividad del IRA, era mucho peor. Muchos recibían comentarios y provocaciones tanto de compañeros como de aficionados. No pocos se sintieron perseguidos por sus apellidos o su acento e incluso se enfrentaron a amenazas de muerte. Sin embargo, el sueño de jugar en Inglaterra sigue siendo predominante entre los jóvenes irlandeses.

Mucho tuvo que ver que la mencionada selección irlandesa de Jack Charlton obtuviera buenos resultados, eso hizo que los ojeadores ingleses no descartaran el país vecino para investigar, y al mismo tiempo la conquista del mercado televisivo internacional por parte de la Premier hizo que los jóvenes irlandeses quisieran triunfar en ella.
Otro factor a considerar es, después de haber jugado en Inglaterra, el regreso a Irlanda. El primero shock que se encontraban los retornados era la enorme diferencia en las instalaciones, profesionalismo y rutinas de entrenamiento. Muchos de ellos encima llevaban encima el estigma en la autoestima de no haber triunfado en Inglaterra.