
El primer británico en ganar el Tour de Francia solo podía haber nacido en Bélgica, como es el caso de Bradley Wiggins. Criado en Londres desde los dos años, su sala de trofeos particular está llena a rebosar, medallas olímpicas y campeonatos del mundo de persecución individual y por equipos, campeón del mundo contrarreloj, el citado Tour del 12, etapas del Giro y un tercer puesto en la Vuelta, segundo tras la descalificación de Juan José Cobo años después.
También fue acusado de emplear triamcinolona, un corticosteroide para tratar el asma, en un caso de abuso de las exenciones médicas para obtener ventajas competitivas. Dijo que siempre actuó dentro de las normas, pero su legado se puso en entredicho, como el de tantos otros. Aun así, más relevantes fueron sus problemas de salud mental. Según confesó, sufrió abusos sexuales de adolescente que le condujeron a una posterior adicción a las drogas.
Según ha confesado en una entrevista demoledora en The Telegraph, lo perdió todo por su adicción, incluso su hogar. Una empresa que gestiona tiene una deuda de un millón de libras y, según reveló, estaba pensando en vender sus medallas olímpicas. Todo lo que ganó en su momento fue descuidado por sus gestores. Al igual que Bjarne Riis, creció con un padre ausente y, en su caso, eso le llevó a buscar la figura paterna en un entrenador que abusó de él. Solo tenía 13 años
Recientemente, en High Performance, habló de todo esto delante de una cámara: «Mi primer entrenador abusó sexualmente de mí durante tres años. Entre mis 13 y 16 años». Todo ello en un contexto en el que su padre le había abandonado cuando tenía un año y medio: «Lo conocí cuando tenía 19 años, volvió a mi vida porque tuve éxito en el ciclismo, pero le asesinaron en 2008». De forma que la bicicleta era su válvula de escape, ni más ni menos: «El ciclismo me servía para distraerme de todos estos problemas, era más feliz cuando salía en bicicleta».

Estas confesiones las hacía sereno, tras cinco años en los que trató de ordenar sus ideas. A inicios de año, había logrado levantar cabeza tras un descenso a los infiernos: «estoy en el mejor momento de mis 44 años de vida. Y eso se debe en gran parte a que he estado en el fondo del abismo, he estado en lugares oscuros en varios momentos por diversas razones. He estado en lo más alto gracias a mi éxito y otros aspectos de mi vida, pero también he experimentado, como la mayoría de nosotros, el otro extremo del espectro».
En sus reflexiones, reconoce que siempre pensó que sus crisis se debieron al éxito, pero luego se dio cuenta de que había más factores. El último punto de inflexión, había venido por una actuación de su hijo: «Hace un año, no quiero entrar en demasiados detalles, estaba en un lugar muy oscuro, en un habitación de hotel muy oscura, durante muchos días, y fue mi hijo quien intervino, me hizo darme cuenta del modo autodestructivo en el que estaba y del daño que me estaba haciendo a mí mismo».
Inicialmente, se negaba a recibir ayuda profesional, era un bebedor de largo recorrido y lo único que practicaba era la autocompasión: «Me negaba a ir a terapia, pensaba que ningún psicólogo iba a estar lo suficientemente preparado para entender lo que pasaba por mi cabeza. Creo que era una forma de barrer bajo la alfombra».

Y la clave estuvo en volver al episodio de su adolescencia que le marcó: «Cuando empecé a aceptar que mi entrenador abusó de mí, algo que había ignorado durante treinta años, me di cuenta de que esa había sido la razón por la que tuve tanto éxito, porque la bicicleta fue la mayor distracción que pude tener todos eso años. Pero cuando me retiré, sentí mucho resentimiento hacia el ciclismo, dije muchas veces que lo odiaba. Culpé al ciclismo de haberme metido en todo esto, de haber conocido a ese hombre».
Después de dar la entrevista, aparecieron otros hombres que aseguraban ser víctimas también de ese entrenador, un respetado expolicía militar, aunque no todo el mundo le creyó: «El Daily Mail insinuaba que estaba mintiendo porque ese hombre ya había muerto, eso me destrozó, pero aparecieron cuatro personas». Ese hombre, según denuncia, les llevaba a albergues donde compartía habitación con ellos y hacía que todos se duchasen desnudos juntos.
No solo fue ese el problema al que se enfrentó de pequeño. Describe el entorno en el que creció como absolutamente marginal, con la delincuencia como único destino: «Siempre quise algo mejor para mí, crecí aterrorizado por el ambiente que me rodeaba, la violencia estaba institucionalizada, era una forma de vida, había ataques con cuchillos, apuñalamientos…».
Así que para salir, siguió el ejemplo de su padre ausente, un ciclista australiano que también tenía un acusado lado oscuro: «Mi padre era ciclista profesional, vino de Australia en los 70, conoció a mi madre y se fue cuando yo tenía un año y medio (…) maltrataba mi madre, era maníaco depresivo y alcohólico, tomaba drogas para mejorar el rendimiento y también se las vendía a otros ciclistas». Cuando su madre encontró otra pareja, ese padrastro también se dedicó a amargarle la vida «No era como yo quería que hubiera sido un padrastro, era bastante violento conmigo, recibí la mayor parte de su ira y violencia».

Ese hombre le robó la paz que sentía junto a su madre: «Vivíamos en un apartamento de una habitación y volvimos a Londres, donde compartía una cama individual con mi madre. Incluso hoy puedo recordar cómo mi madre me abrazaba, yo debía tener cuatro años, y me dormía escuchando a Lionel Richie en un cassette. Recuerdo que eso era como el cielo, me sentía amado y protegido, hasta que cuando tenía cinco años mi padrastro se mudó con nosotros».
Aprendió a huir pedaleando, aunque también la televisión hizo mucho por su vocación. En los míticos años 90, se forjó su decisión de pedalear: «Desde los 13 años, supe lo que quería hacer. Vi a Chris Boardman ganar los Juegos Olímpicos en la bicicleta Lotus en 1992 en Barcelona, y la noche anterior, Linford Christie había ganado los 100 metros, y Sally Gunnell había ganado la noche anterior a eso. Cuando vi los Juegos Olímpicos y Chris ganó, atrapó a su oponente Jens Lehmann en tres minutos y medio, y pensé: ‘Me encantaría hacer eso algún día’».
Por todo este tipo de traumas, tenía una personalidad completamente desestabilizada: «Creo que interpreté una caricatura de mí mismo. Durante mis años de fama, por así decirlo, me vestía, adoptaba una imagen que percibía como cool para ocultar mis profundas inseguridades y problemas de autoestima (…) Cuando gané el oro en 2012 adopté una imagen de especie de estrella del rock de estilo mod, con trajes elegantes y bebiendo todo el rato. Gané el premio al deportista del año y fue muy polémica, decía muchas barbaridades».
Y paradójicamente, todo este pasado turbulento, dice, le hizo ser el gran deportista que fue. La resistencia a afrontar los problemas le dio el punto que necesitaba para poder llegar a la elite: «Probablemente por eso también fui un buen deportista, porque soy muy consciente de mí mismo». Según explica, esta capacidad de ser consciente de sí mismo y autocrítico es una cualidad esencial para cualquier deportista de élite, ya que permite identificar errores, corregirlos y mejorar el rendimiento. La clave para él fue siempre la capacidad de reconocer los puntos débiles y asumir la responsabilidad de sus acciones, sin dejar que el ego se interpusiera en ese proceso de mejora constante.

Una honestidad brutal que fue el secreto de su éxito: «Se trata de reconocer lo que estás haciendo bien y lo que estás haciendo mal, y ser profundamente honesto contigo mismo, y asumir la responsabilidad de tu papel como deportista». El hecho de admitir cuando no había entrenado lo suficiente o cuando había sobreentrenado le permitió ajustar su preparación y alcanzar el máximo rendimiento en las competiciones más exigentes. Esta capacidad de autocrítica fue posible gracias a la influencia de figuras como Shane Sutton, cita, quien no tenía reparos en decirle las verdades incómodas que necesitaba escuchar.
Wiggins también reconoce que, aunque las críticas podían herir su ego, las aceptaba porque sabía que eran acertadas. «Y eso dolía, pero lo escuchaba porque sabía que tenía razón». La capacidad de escuchar y adaptarse es lo que diferencia a los grandes atletas de los buenos. Entendía que la mejora requería aceptar que no siempre lo estaba haciendo bien y que la autocomplacencia podía arruinar su carrera.
Se convirtió en un ciclista dócil y fácil de llevar: «Si alguien en una posición jerárquica en British Cycling o Team Sky me decía: ‘Mira, no estás entrenando lo suficiente, necesitas hacer esto’. Lo hacía. Era bastante entrenable. Y eso me ayudó a alcanzar un éxito sin precedentes en el ciclismo, porque era muy entrenable».
Además, reconoce que durante su carrera fue ingenuo y crédulo con las personas que lo rodeaban. «Bueno, también era muy crédulo, sabes. Creía lo que la gente decía. Porque no era alguien que pensara por sí mismo, como lo hago ahora». Explica que en sus años como ciclista no tenía sus propias ideas sobre cómo entrenar o mejorar, y confiaba ciegamente en figuras como Dave Brailsford y Shane Sutton, quienes ejercían una influencia casi hipnótica sobre el equipo. «Terminabas sintiéndote como en una especie de secta, especialmente con la intervención de Steve Peters y toda la teoría del cerebro del chimpancé, que nos lavaba el cerebro». Aunque Wiggins reconoce que la base científica de la teoría tenía sentido, él se resistía a aceptarla porque sentía que no encajaba con su forma de ser.

Sin embargo, admite que ese entorno de presión y control fue clave para su éxito. «Nunca habría tenido el éxito que tuve sin Dave y su equipo». La motivación para Wiggins no venía solo de la ambición personal, sino también del miedo constante a perder su posición en el equipo. «Siempre había alguien más para tomar tu posición, ya fuera Chris Froome en el Tour de Francia o Geraint Thomas en la pista».
El problema vino, como denunciaba Cancellara, que los ciclistas tienen que saber que hay vida más allá de la carretera. Wiggins se queja de que no recibió apoyo cuando se retiró: «Muchos de nosotros hemos tenido problemas fuera de la bicicleta y del deporte en general después de retirarnos, después de haber tenido mucho éxito, es que, particularmente en el ciclismo, no hay un sistema de apoyo después de que terminas tu carrera».
Tras una vida estructurada en torno al deporte, el paso al mundo real fue un choque abrupto. «Te agradecen al final de tu carrera y te lanzan al mundo a los 36 años». Wiggins ingresó al sistema de ciclismo británico a los 16 años y permaneció allí durante dos décadas. «Entré en ese edificio en Manchester cuando tenía 16 años, y salí a los 36». Durante esos años, el equipo cubría todas sus necesidades, desde la ropa deportiva hasta la atención médica. «Me daban mi ropa, mis chándales, mis calzoncillos, prácticamente todo, atención médica, y eso era todo, luego salías al mundo real».
De hecho, el vacío emocional que sintió después de sus mayores éxitos deportivos se parecía bastante la sensación de una adicción, dice citando a otro célebre ángel caído: «vi una cita hace un año que lo resume todo para mí. Alguien le preguntó a Mike Tyson: ‘¿Cómo se siente cuando noqueas a alguien?’ Y él respondió: ‘Es como las drogas. Te da todo lo que quieres en ese momento, pero te quita mucho más después’».
Para Wiggins, esa sensación reflejaba perfectamente lo que vivió tras ganar el Tour de Francia y una medalla de oro olímpica en un lapso de solo diez días. «Eso es lo que el ciclismo era para mí, ganar una medalla de oro olímpica, subir al podio, especialmente en Hampton Court, habiendo ganado el Tour de Francia 10 días antes, y alejarme de ese podio como campeón olímpico pensando: ‘¿Qué hago ahora?’». Wiggins admite que enfrentarse a esa sensación de vacío tras alcanzar el punto más alto de su carrera fue una de las mayores dificultades de su vida.

Incluso en el mayor momento de éxito de su carrera, se sentía vacío: «Hice una entrevista en directo con Matt Dawson en Five Live, y él me preguntó: ‘¿Qué sigue?’ Y yo dije: ‘¿Cómo supero esto? ¿Cómo podría?’». Después de ganar el Tour de Francia y el oro olímpico en el mismo año, Wiggins supo que nada podría igualar ese logro. «Ese fue el momento decisivo en mi carrera como deportista en este país, como ciclista, el primer hombre en ganar el Tour de Francia y los Juegos Olímpicos en el mismo año. Ya solo podía hacer lo mismo. Y nunca iba a volver a tener los Juegos Olímpicos de Londres en casa, en mi vida».
A pesar de que en el año siguiente batió el récord de la hora, ganó un título mundial y otra medalla de oro olímpica, nada igualaba las emociones vividas ese día en Hampton Court, con millones de personas en la carretera y alcanzando un hito sin precedentes en el ciclismo británico. «Lo recuerdo. La gente recortaba mis patillas. De hecho, creo que me senté en el estudio de deportes de la BBC extensiones postizas para las patillas. Ahora me parece ridículo».
Sin embargo, a pesar del éxito, Wiggins revela que se sentía indigno de sus logros. «Subí al balcón la noche de una medalla de oro olímpica, y la gente coreaba mi nombre, y ahora veo eso y me veo muy adolescente en mi comportamiento». No se sentía cómodo con la atención ni con el reconocimiento público. «No me ponía la medalla. Si lo recuerdas, tenía la medalla sobre el sofá, y tú me preguntaste: ‘¿Por qué no te la pones?’ Y la dejé ahí. No me sentía digno de ella».
A pesar de su éxito y la imagen de seguridad que proyectaba, en realidad se sentía superado por la vida convencional fuera de los focos: «Una vez que me bajaba de la bicicleta, me sentía como un conejo asustado por los faros de un coche». La atención y la presión tras sus victorias le resultaban difíciles de asumir, y encontró en el alcohol una forma de escapar de esa incomodidad. «La forma en que lidiaba con eso después era tomar una copa, y pensaba que eso me daba valor, y a veces me hacía parecer orgulloso».