
Acaba de publicarse (acaba de salir, traducido, en el mercado editorial español) un libro que tiene ya unos añucos, y que revolucionó ciertos dogmas considerados como «certo, certísimo» dentro del mundo del deporte. Revolucionó, digo, por hacer públicos elementos que ya andaban danzantes dentro de negocio profesional, pero volando bajo el radar de fanses y, sobre todo, periodistas.
El libro se titula Moneyball. El arte de ganar con todo en contra (Península, 2025, traducción de David Paradela López), y en él su autor, Michael Lewis, se centra en el estudio de los Oakland Athletics, equipo de beisbol (repriman bostezos, por favor), que parece haber encontrado una manera distinta de hacer las cosas… Y ejemplifica todo el asunto en el director general/gerente/mandamás del equipo, ese Billy Beane que tiene mucho de mesiánico y bastante de incoherencia interna, más cierta miaja de carisma made in USA.
(Igual les suena el asunto porque hubo peli, con Brad Pitt al mando. Salía guapísimo, Brad Pitt, pero la película es un poco meh, porque ya el beisbol es un poco meh, así que una película sobre beisbol pues… meh).
Pero el libro tiene su punto, porque aborda temas de actualidad, temas que están cambiando el profesionalismo deportivo, que alejan tradiciones y mantras hasta dejarlos en… en fin, en el sitio donde se olvidan los recuerdos, junto a El Coche Fantástico y Salva Ballesta. Te lo resume, en pocas palabras, el mismo Bylly Beane: «El resto de equipos juega a la ruleta en un casino… nosotros somos contadores de cartas en una mesa de blackjack».
Aproximado.
Eso significa que los Athletics dieron media vuelta de tuerca a varios conceptos del beisbol (y el deporte americano) profesional. Que huyeron de ojeadores, de vistazos, de pálpitos… que se lanzan, de forma definitiva, en los brazos de análisis estadístico, del Big Data, de las máquinas frías y sin pasiones. Volvemos al positivismo puro y duro, Kelsen da palmas desde la tumba (suponiendo que Kelsen aplaudiera, que no sé yo, porque era un tío plomo). Como no tenemos dinero, optimizamos oportunidades. Especialmente en el draft, esa elección supuestamente a futuro que es la base de todo el deporte yanqui… y, con sus cambios (cantera, formación) la base de los clubes a nivel mundial.
Tampoco voy a destriparles el libro, lectura pesada a ratos (a mí es que los conceptos técnicos me cuestan) aunque apasionante en conjunto. Solo un par de ejemplos. Los Athletics volcaban todo el rendimiento en pos del equipo, huyendo (castigando) exhibiciones individuales que pudieran ser válidas un día, sí, pero que a lo largo de una temporada fallaban más veces de las que terminaban en triunfo. Lo cual puede parecer lógico a priori, pero piensen ustedes en cuántas ocasiones su conjunto favorito no favorece al jugador estrella para engordar estadísticas… o cuántas es el mismo jugador quien toma la justicia de su parte y actúa con egoísmo. Pues eso… prohibido. Así que los Athletics se pusieron a jugar a la defensiva. Vamos, que ficharon al Bordalás de allí y bajaron a repartir bostezos mientras ganaban partidos con menos emoción que un sorteo de la Intertoto, primera eliminatoria. Segundo ejemplo… cuando en Moneyball uno de los colaboradores de Billy Beane afirma que la estupidez es una ventaja en su sistema, que los jugadores estúpidos, los que no piensan, se limitan a hacer cuantas cosas les piden, sin penetrar más allá en disquisiciones psicológicas sobre el juego, la tradición o su propio espíritu personal. Frase que me hace recordar aquella otra de Manolo Saiz, muy gráfica, cuando le dijo a un ciclista que le pagaba por dar pedales, no por pensar. Y concepto, a su vez, que explica, al menos en parte, el éxito profesional de tarugos incapaces de trenzar media oración, dos pensamientos o tres argumentarios más allá de «el fútbol es así» o «con cojones, hemos ganao con cojones».
Ejemplifiquen ustedes, que yo no quiero líos.
Entonces… ¿en qué consiste el método Beane? Pues en implementar, profundamente y hasta sus últimas consecuencias, el análisis de datos dentro del béisbol. Que es el béisbol, también les digo, entorno ideal para estos asuntos, con todas sus estadísticas, su numerología y, por qué no decirlo, sus chiflaos de las estadísticas y la numerología… Solo que él fue más allá. Si ahora podemos medirlo todo… en fin, apliquemos tales mediciones al juego. Aunque sean contraintuitivas, aunque nos hagan ciscarnos en medio siglo de tradición. Aunque los que se ganan la vida diciendo «este sí, este también, aquel imposible» nos miren regu. Esa es la gente del «potencial futuro» y nosotros queremos «rendimiento en el ahora», así que… qué más da. Fichemos paisanos con pasado en Harvard o Yale, paisanos que sepan manejar algoritmos más que bates y guantes. Y, sobre todo, hagámosles caso.
A ciegas.
(Adenda: El método de Beane se mostró extraordinariamente efectivo en liga regular… pero falible en playoffs, eliminatorias muy cortas donde la inspiración, el genio o, sí, la suerte, tienen más influencia. Ya ves, qué paradójico).
Vale, aclaremos conceptos, por si aun quedan dudas. Este uso del Big Data en el deporte de alto nivel no solo permite mejorar los desempeños de equipos, bien por la toma de decisiones directas sobre el juego, bien por la orientación de cara a gestiones en el medio y largo plazo, gestiones como fichajes, bajas, disposición de la plantilla, etcétera. Más allá de eso, el análisis de datos ayuda a prevenir (o tratar) lesiones, contribuyendo a la salud «inmediata», y convirtiéndose, además, en herramienta de ayuda para explotar carreras deportivas de más larga duración al alto nivel… carreras que, sabemos, cada vez son más y más frecuentes.
Por supuesto, el asunto es caro. Muy caro. Hay que meter trillones de números, hay que cruzar cuatrillones de posibilidades y hay que dar comida a los cerebritos que se ocupan de todos estos temas. Lo cual no es, a priori, problemático para un equipo del deporte profesional, porque anda que no se gastan dineros en chorradas bien gordas.
El problema, sí, llega por otra vertiente. La misma intuición, el dejar que una máquina nos lleve la contraria a nosotros, que sabemos muchísimo de lo nuestro. Dejar que nos lleve la contraria y, finalmente, agachar cuellito y transigir. Yo creo que es tal, pero el cacharro ese dice que no, así que…
Oh, golpe al frágil ego masculino.
Hablemos de bicis, que es donde yo más me manejo. Antes, cuando había una carrera gorda del campo amateur, se juntaban quince o veinte tíos, quince o veinte tías que habían visto Grandes Premios desde que Bahamontes hizo la mili, desde que Charly Gaul se cagaba en los pañales. Eran tíos que miraban a los ciclistas, y a los resultados, sí, pero sobre todo andaban fijándose en otros asuntos… en su forma de pedalear, en la grasa que podías ir limando, en la extensión del fémur, en cómo mueve los hombros cuando agarra el manillar por las curvas… Aspectos poco mensurables las más de las veces, pero en los que ellos (ellos) veían la diferencia entre alguien con desarrollo físico apresurado (el dominador entre mocosos) y un campeón del futuro.
(O no, y se equivocaban mucho, pero es que cuando algo tiene tanto de taumaturgia… en fin, que te equivocas mucho).
Todo eso se perdió como lágrimas en la lluvia. Sí, siguen existiendo gurús, y los ves mascullando sobre el desarrollo que llevaba aquel chico de maillot verde, o la forma en que balanceaba la bici el de las zapatillas rojas… Pero ahora todo está medido. Medido hasta el extremo. Si hablas con cualquier director profesional te lo cuenta, cero tapujos, cero problemática… Hoy en día los chavales saben cuántos vatios deben hacer para estar en un pelotón pro, cuántos para aspirar a victorias, en cuánto tiempo hay que subir tal puerto para aguantar con los mejores. Hemos cambiado intuición por datos, y por eso cada vez hay ciclistas más jovencillos en profesionales, y por eso cada vez ganan más pronto, y por eso ya no existen las temporadas de aprendizaje, y todo se aborda desde el minuto cero.
(Lo cual, aprovecho, no creo que sea positivo, por cuanto eliminamos un factor de crecimiento natural que importa, mucho, en esto de las bicis. Vean el comportamiento de cualquier pelotón entre los profesionales y verán de lo que hablo).
Pero es que hay más. Big data en el ciclismo, hay más. Hoy se sabe cuánto gasta el corredor X en determinado momento, así que también se sabe, obvio, cuánto debe consumir. Se calcula la ingesta de agua, se calcula el incremento de temperatura corporal y cómo eso afecta, reduciéndolo mediante poncheras que se echan por encima… se calculan posturas, aerodinámicas en máquina y ciclista, beneficios de ir a rueda, la mejor forma de integrarse en un grupo. Y, con todo eso… se saca el molde del rendimiento ideal.
Y lo que estarán haciendo ahora sin contárnoslo, eh…
Otro caso muy llamativo es el baloncesto… Más concretamente la NBA, porque ya ven ustedes cómo en estos asuntos andan los yanquis con décadas de ventaja. Aquí se habló siempre de eso que llaman «valoración», e incluso se introdujo en la parla habitual un concepto de porosidad deliciosa como son los «intangibles»… Pero es que el rollo se ha desarrollado hasta extremos muy grandes. Ya no son los elementos más básicos, como ritmos, marcadores parciales con cierto tipo en la cancha o porcentajes… Es entrar en estadísticas avanzadas, estadísticas de las que cambian por completo reglas en el juego y, oh, sí, son intuitivamente rechazadas por… en fin, por difíciles de comprender. O por parecer estúpidas. Que lo son, pero no. Aquí miramos, recuerden, el largo plazo.

Y eso provoca modificaciones en el desarrollo del juego. Vean, por ejemplo, el triple. Se introdujo en 1979, se utilizó muy tímidamente en los años 80. Quiero decir… apenas lanzabas triples entonces, y los cañoneros titulados eran poco menos que curiosidad estadística. De todos los «ídolos» de aquel entonces quizá solo Larry Bird fuera alguien con el triple como una de sus armas. Comparen con el día de hoy, donde quienes destacan en este bendito juego suelen ser francotiradores de postín (aquellos Warriors, contraculturales entonces, mainstream hoy, y no va la década), y donde algunos partidos concluyen con más tiros de tres que de dos. Y, ¿saben?, tiene su lógica, porque, nos dice el Big Data, trae más cuenta fallar un triple que meter una canasta ordinaria. Hablamos de la actualidad, de ese momento en el cual los jugadores (los jugadores buenos) manejan estadísticas de acierto bien grandes en larga distancia. Y, ahí, el porcentaje total de puntos es mayor si se tiran más triples, aunque se fallen también más… Lo que se traduce en esas jugadas tan antiestéticas donde un paisano sale al contraataque y, en vez de hacer la muy europea bandejita, se planta antes de la línea y lanza bomba. Eso, de facto, cambia el modo en que concebimos el juego, y la longevidad de algunos tíos, como Lebron, se explica en gran parte por haber sabido adaptar su cuerpo y sus rendimientos a este nuevo mundo. Eso, también, modifica los partidos, con defensas mucho más abiertas, y con sucesiones de tiros largos que aterran a los puristas. Es, otra vez, la evidencia de máquina frente al olfato del coach (o del periodista, o del ojeador).
Y eso duele.
Duele porque lo sabemos cierto. Y duele porque esa relación se extiende a todos los elementos del juego… y de más allá del juego. Dónde quedan la intuición y la observación específica, dónde ese brillo en el ojo cuando ves a cierto muchacho botar el balón, a ese otro asumiendo responsabilidades a poco del final. Dónde queda Bobby Knight, vaya.
(Es evidentemente, una simplificación grande esto del triple, pero creo que sirve para asumir la importancia del asunto).
Otro ejemplo de los Estados Unidos… la NFL. Sí, hombre, el fútbol americano, esa cosa aburridísima que solo ve usted en la Super Bowl, por la tontería de decir «he visto la Super Bowl, soy un ciudadano del mundo». O similar.
Digamos que aquí es todo más fácil, porque siempre se ha tenido al fútbol americano como el deporte donde más prima la estrategia. Siete millones de posibilidades cuando atacas, las mismas al defender, muchos paisanucos cuyo currele consiste en chocar fortísimo, paisanucos que igual se retiran quince años más tarde sin haber tocado nunca el balón, porque su labor es otra. En fin, a mí no me miren.
Así que el análisis de datos es fundamental. El genérico, el que individualiza a cada jugador y, sobre todo, el que mezcla ambas vertientes. Muchos de esos factores son públicos, y la propia NFL los proporciona regularmente. Así que, claro, prima especialmente aquellos que realiza cada uno de los equipos. Y, sobre todo, la forma en que cruzan e interactúan, en que toman decisiones sobre papeles que luego serán decisiones sobre césped. Esa es otra de las claves… seguir el plan que nos dice la máquina aun cuando nuestro instinto dicte lo contrario, ya saben. Porque los instintos son secuencias de sentimientos, mientras que el Data resulta frío y metódico como un T-1000.
Claro que a lo mejor ustedes son de esos que ven deportes solo en «Los Manolos», y se piensan que todos estos asuntos, los de las bicis y las ligas profesionales americanas, son temas para raritos, y que solo el júrgol es un deporte de verdad, hostias, un deporte recio, un deporte viril, un deporte donde no queremos mierdas y mariconadas, donde alguien que bebe soberano con el palillo en la boca sabe más que mil ordenadores de esos, hostias, ya.
Y guay, señor que me asusta por su vehemencia y por el olor a Varón Dandy, pero no.
Ni de coña.
Porque en el fútbol (ese deporte que hacía mofa de Louis van Gaal por apuntar cosas en su libretita, el mismo que enarca su única ceja cuando hablamos de «expected goals») ya hemos, incluso, asumido ciertos estudios del Big Data que hace años eran inconcebibles. Como la distancia recorrida por cada jugador en un encuentro (lo que elimina esa frase de «el mío corrió más que el tuyo»), las áreas de influencia, los mapas de «calor», o el monitoreo de datos específicos (pases intentando, fallados, etcétera). Esto, nicho de panenkitas, anatema para Roberto Gómez, lo tenemos completamente asimilado e incorporado a nuestro disfrute del juego, y habita ya el barro de la discusión pueril y el debate de bar.

Pero más allá de lo evidente, de lo que por todos es conocido, de lo «fácilmente palpable», el fútbol incorpora también todo lo señalado más arriba. En base al análisis se pueden establecer alineaciones, formas de atacar a ciertos contrarios, idoneidad de algunos aspectos de táctica a lo largo de los noventa minutos o hasta qué tipo de arbitraje se espera teniendo en cuenta la identidad del de negro. Pero cosas de verdad, no filfas tipo «este siempre nos perjudica». Quién podría extrañarse, también te digo, de que el deporte más jugado en el mundo, una máquina de generar millones como pocas hubo en la historia, aproveche hasta la última posibilidad de mejora para obtener más beneficios en esas empresas ciclópeas que son los clubes de fútbol.
Pero, claro, vende más lo otro. El olfato, la frase gruesa, el debate estéril.
Es lo que pretende eliminar el Big Data. Positivizar, también, el deporte. Asaltar, si quieren, el último reducto que conservan los tribales.
Y, francamente, no sabemos qué tan deseable es…
La otra parte del moneyball, Paul DiPodesta, dejó los Athletics y se fue a los Cleveland Browns… y no, el big data no funciona igual. En el baseball es un juego básicamente individual: el pitcher lanza y el bateador intenta darle, a partir de ahí salen millones de estadísticas. El football es un deporte de equipo donde no es tan fácil comparar esos datos.
No se trata de ser cascarrabias sino de ver las limitaciones de la pura intuición por un lado y de la confianza ciega en los datos por el otro. Aquellos Oakland Athletics ni siquiera llegaron a las series mundiales, lo que te muestra que otros equipos con un método distintos no eran unos cenutrios.
Está claro que el Big Data ha cambiado para siempre algunos deportes: el ciclismo es el ejemplo perfecto. El rendimiento de un ciclista se puede medir con máxima exactitud y el factor aleatorio está muy reducido en el entorno de una carrera ciclista.
En el fútbol, sin embargo, el Big Data puede tener muchísima influencia pero (por lo menos de momento) no ha cambiado la esencia del juego. Cómo explica el Big Data las remontadas del Real Madrid en aquella famosa Champions? Cómo explica el Big Data la transformación del Atlético de Madrid tras la aparición de Giuliano Simeone? Y aquella increíble final, Argentina-Francia, cómo se explica lo que pasó allí?