
Carlo Ancelotti es un entrenador con experiencia. Fue jugador y su trayectoria en los banquillos es dilatada. Se elogia su mano izquierda con la plantilla, parece que sabe gestionar los egos y es absolutamente pragmático en el juego, en la táctica, donde huye de efectivos y apuesta todo por la eficacia. En una temporada, hay que estar al cien por cien no mucho más de media docena de veces. Él intenta garantizar que esto sea así.
Con esa forma de proceder todos pensamos que su sabiduría procede de la experiencia. De años acumulados viendo fútbol, de lo que entre bastidores se llama “el ojímetro”. Sin embargo, esta temporada, a la hora de defender a uno de sus jugadores más cuestionados, Tchouaméni, dijo “sigo convencido de que lo ha hecho bien como central. Eso dicen los datos”.
Fue una declaración reveladora. La fiebre por el dato ha llegado hasta él. Un detalle que nos indica hasta qué punto las matemáticas están cambiando el deporte. En la NBA, por ejemplo, es un hecho que los lanzamientos a canasta se han concentrado en puntos muy concretos, cuando antes se realizaban desde lugares mucho más diversos.
En el fútbol está pasando algo parecido. Los jugadores dejan una sensación en el paladar después de un partido, pero puede ser completamente distinta a lo que indican los datos, donde los algoritmos que desarrolla cada club revelan una información que no se ve a simple vista.
Ancelotti difícilmente guiará sus decisiones por los fríos datos, pero seguro que toda la información que genera cada partido y la acumulada durante la temporada le servirá para afinarlas. Lo que se persigue es que las decisiones sean lo más objetivas posibles. Y donde va a estar la guerra en el futuro es en los algoritmos que interpreten esos datos. Unos equipos buscarán fórmulas para generar espacios, otros para reducirlos.
Sin embargo, donde la revolución ha sido mayor es en el scouting, lo que hasta ahora eran los ojeadores. Esta ha sido una de las primeras profesiones suprimidas por los avances tecnológicos. Ya no es que el vídeo haya sustituido al viajero que iba recorriendo continentes redactando informes. Ahora primero se miran datos y así se hacen las cribas.
Cuando para cubrir una posición se han consultado los datos de cientos de jugadores y salen dos o tres candidatos, ahí pueden entrar labores humanas, como verles en directo, investigar cómo es su personalidad o ver cómo podrá encajar en la plantilla. Pero el proceso más importante ya es basado en datos. Quizá los equipos grandes vayan más a tiro hecho en sus búsquedas, pero los de rango medio, con menos dinero para gastar en los inequívocamente mejores, tienen en estas herramientas de scouting un recurso inimaginable pocos años atrás.
Hace años, una película, Moneyball, de Brad Pitt y Phillip Seymour Hoffman, puso el foco sobre este fenómeno en el béisbol estadounidense, un deporte que ya de por sí ha estado siempre muy sujeto a la estadística. Ahora se ha publicado en España la traducción del libro que la inspiró, Moneyball: El arte de ganar con todo en contra, de la editorial Península.
Su autor, Michael Lewis, era experto en finanzas. Trazaba perfiles de los protagonistas de las páginas salmón, hasta que se vio sorprendido por una historia que encajaba en su sector. Cómo podían los Oakland Athletics, un equipo muy poco conocido y sin glamur, estar arrasando a los grandes, que le triplicaban en presupuesto.
Todo ocurrió en la MLB en 2002. Bajo el liderazgo de Billy Beane, el equipo revolucionó la forma de gestionar jugadores al identificar la información obsoleta que circulaba por el mercado de fichajes. En lugar de competir con las grandes franquicias, como los New York Yankees, en términos de inversión, los A’s apostaron por un enfoque basado en datos.
Utilizaron estadísticas avanzadas especialmente para identificar jugadores infravalorados. Sobre todo aquellos con un alto porcentaje de on-base percentage, una métrica clave que, hasta entonces, había sido ignorada en gran medida por el sistema tradicional. El índice mide la frecuencia con la que un jugador llega a una base sin hacer un out.
Es decir, no solo considera los hits que el jugador logra, sino también otras formas de alcanzar una base, como las bases por bolas (walks) o cuando es golpeado por un lanzamiento. Esta estadística es clave porque refleja la capacidad del jugador de evitar outs, lo cual es esencial para prolongar las jugadas ofensivas y, como consecuencia, aumentar las oportunidades de anotar carreras.
En el libro se detalla cómo Beane y su equipo cambiaron por completo el concepto de que es lo que hacía valioso o cotizado a un jugador. Mientras que otros equipos invertían grandes sumas en jugadores con ciertos perfiles físicos y habilidades tradicionales, los Athletics buscaron profesionales que aportaran al rendimiento general del equipo, aunque no cumpliesen con los estándares físicos establecidos. Un enfoque completamente novedoso y disruptivo.
Como subraya el autor, «En el béisbol profesional no importa tanto cuánto dinero tienes como lo bien que lo gastes». Este cambio de mentalidad permitió a los A’s maximizar cada dólar de su presupuesto y construir un equipo competitivo a pesar de sus limitaciones económicas. Los A’s empezaron a ganar partidos con los nuevos fichajes de forma escandalosa. Incluso después de haber perdido a sus mejores jugadores al inicio de la temporada.
Beane logró, de un plumazo, confiando en algo tan ajeno al deporte como el análisis de datos, cerrar la brecha que les separaba de los grandes y más caros equipos de la competición. Los jugadores seleccionados por los A’s no eran los favoritos de los scouts tradicionales, pero sus logros demostraron la validez del método. Según explica la obra, «En cualquier industria normal, los Oakland A’s habrían adquirido la mayoría de los otros equipos de béisbol y construido un imperio. Pero esto era béisbol, así que solo podían humillar a otros equipos más ricos en el campo».
La adopción de este enfoque científico no fue sencilla. Los scouts veteranos veían con recelo cómo sus décadas de experiencia eran puestas en duda por computadoras y modelos matemáticos. Según «Moneyball», «Los veteranos del béisbol decían que el éxito en el deporte era algo que se podía ver, pero Billy Beane creía que lo esencial era aquello que los números podían probar”.
En lugar de tomar decisiones por acciones brillantes, por muchas que fueran, este precursor trató de hacerlo teniendo en cuenta los fríos promedios de los jugadores. Es algo que, de hecho, se podría aplicar a todas las esferas profesionales de la vida. Es un libro que suele ser recomendado para aquellos que se dedican a los negocios y a la gestión de equipos en oficinas.
No solo es interesante cómo los datos condujeron a una estrategia de éxito, en el libro desfilan unos personajes de aúpa, se vive desde dentro el ambiente del béisbol, que no tiene nada que envidiar al de los deportes más europeos, todo lleno de buscavidas, oportunistas, magnates y juguetes rotos. Aquí es realmente divertido cuando los fichajes flamantes que ha señalado la estadística son un jugador casi obeso, otro con una técnica heterodoxa de lanzamiento que hace daño a la vista.
Se podría decir que uno de ellos era el propio Beane, que había sido jugador profesional. Jugó en New York Mets, Minnesota Twins, Detroit Tigers y Oakland Athletics, pero acabó retirándose prematuramente porque no dio el nivel. Fue un error vital, pudo haber seguido en la universidad, pero la llamada de los Mets le sedujo más. Fracasó y eso le pesó toda la vida. Aun así, siguió ligado a este deporte. Trabajó en la administración de los Athletics y acabó siendo su gerente en un bache del equipo.
Sin embargo, por su trayectoria, era un iconoclasta. Un descreído. No confiaba en todo lo que había sido la sabiduría tradicional del béisbol. Él mismo se había pasado toda la juventud eludiendo a los ojeadores, le querían desesperadamente, pero su propia carrera se quedó en nada, algo que no presagiaba su físico imponente. Por eso mismo, vio que había que cambiar la mentalidad.
Aparte, si pensaba igual que los mejores, perdería contra ellos porque eran mejores. Tuvo que cambiar la forma de pensar, situar nuevas trincheras en las que competir. Eso, y que este fue el primer capítulo de una guerra que se mantiene hoy con sordina: la de los nerds contra los deportistas. Una batalla de patio de colegio, eterna, y que en este primer envite dio el título a los calculines frente a los atléticos.
Pingback: Moneyball, o cómo el Big Data desembarca en el deporte para desesperación del aficionado cascarrabias