
Pájara Playas de Jandía. Muy pocas veces encontramos cuatro palabras que puedan representar tan bien un recuerdo del pasado. Con los años, vamos asociando determinadas cosas a momentos de nuestra vida y para un millennial pocos vocablos evocan más a la Segunda B que esos. Pájara Playas de Jandía.
El Pájara estuvo en Segunda B cuando era necesario. Como los equipos que triunfaron en la Serie A de los 80, las estrellas que se retiraron en las NASL de los 70 o Guivarch en la Francia del 98. Lugar correcto, momento adecuado.
Hubo una época, a principios de este siglo, en la que las tardes de los viernes se amenizaban con un partido de 2ªB en TVE2. ¿Al azar? No. Tan sencillo como un partido del grupo en el que estuviese encuadrada tu comunidad autónoma. Aquellos inviernos de comienzo de milenio, sin Netflix, sin móvil y sin que el Plan Urban hubiese traído el internet a los barrios obreros, no había nada mejor que fútbol gratis en la televisión.
Y muchas de esas tardes aparecían esas cuatro palabras. Pájara Playas de Jandía. “Por cercanía” a los asturianos siempre nos solía tocar las Islas Afortunadas. Allí abajo, en las Canarias, a los pies del barranco de la Pared, en una zona llana y arenosa de pasado volcánico.
El hecho de que el estadio Benito Alonso fuera sintético hasta le daba su mística en aquella época en la que aún no se había implantado la dictadura de los campos de caucho. Al fin y al cabo, nos parecía normal que allí, tan cerca del Trópico de Cáncer y de la ciudad ocupada de El Aaiún, un equipo humilde como el Pájara no pudiera mantener un terreno de hierba natural.

El Pájara apareció. Sin hacer ruido. Cuando nos dimos cuenta ya estaba allí. Sin proyectos faraónicos, sin renacimientos históricos. Ni siquiera fue el primer equipo de Fuerteventura que jugaba en Segunda B, ya que el Corralejo había debutado de forma esporádica en 1994. No era necesario llegar a bombo y platillo ni llamando la atención. Era el verano del 97 y muchos en la Península de Jandía se morían por verle.
Había sido un ascenso al primer intento, aprovechando la plaza en Tercera de la UD La Pared, uno de los progenitores del Pájara. Al club le da nombre uno de los municipios mancomunados que forman Fuerteventura y donde, evidentemente, nació y jugó el club.
Ese verano se dieron cuenta de que la única manera de conseguir llegar algún día más allá de Tercera era unirse. Como todo en esta vida, vaya. Y esa alianza juntó a la UD La Pared, CA Pájara y a los clubes de lucha canaria y atletismo de Morro Jable. La UD Jandía y el CD La Latija cedieron a sus mejores jugadores al nuevo club pero mantuvieron su independencia.
Todos juntos en esa unión que se apellidó Deportiva Pájara Playas de Jandía, emulando al Reino de Ayoze. Sí, la península de Jandía constituía antes de la colonización uno de los dos reinos que formaban la isla de Fuerteventura y que se dividía por un muro. Sí, La Pared.
Pero no, esto no es un relato cronológico de las grandes hazañas del Pájara. Los equipos que dejan huella no suelen ganar títulos. El Pájara iba salvando los muebles en aquel durísimo Grupo I de Segunda B, mientras empezaba a fichar jugadores asturianos y vascos que no dudaban en llegar a Fuerteventura quizá en busca del sol que se les negaba en el norte. No todos los retiros dorados son en dictaduras del Golfo.
El boom del turismo canario llegaba a su zénit con el nuevo milenio y ni el Real Madrid quería perdérselo. De hecho, los blancos hicieron el camino inverso a lo que presagiaron Los Nikis en el 86. Primero fueron a Canarias y con los años acabaron jugando en Florida.
Era la Copa del Rey cuando aún se la podía llamar la competición del KO. El meritorio sexto puesto del Pájara el año anterior le había dado el billete para la ronda previa copera. Para darle aún más carácter mitológico, el sorteo les deparó un cruce contra el Quintanar del Rey, que a simple vista no levantará ninguna sensación en el que está leyendo este artículo. Ok, pero no era un Quintanar del Rey cualquiera, si no el reciente campeón del grupo manchego de Tercera con tres mitos del “Queso Mecánico” de los 90 como Coco, Catali y Zalazar. Eran los ingredientes que faltaban a esta historia.
El Madrid llegaba resabiado al primer envite copero, por lo que no dejó muchos buques insignia en casa. No olvidemos que el año anterior el Toledo les mandó para casa a las primeras de cambio, aunque Flavio Conceiçao siga esperando por el partido de vuelta.
El Madrid aterrizó ese 10 de octubre en la isla, tan solo 3 días después de que Estados Unidos invadiera Afganistán.
Zidanes y Pavones en el once que sacó Del Bosque aquella noche y que acabaría por pseudo institucionalizarse como proyecto deportivo del Madrid los años siguientes. Y no fue solo Zinedine, recién llegado y discutido por los sabios del periodismo patrio por aquel entonces, el que jugó de titular. Celades, César, McManaman, Savio, Munitis y un Guti que acabó firmando un hat-trick aquel día. No debería sorprender ya que la temporada anterior Gutiérrez, de delantero, había marcado 14 goles en liga.
A los blancos les costó más de la cuenta bajar de la nube al Pájara, ya que el descanso tan solo un 0-1 decoraba el marcador de aquel Benito Alonso hasta la bandera. Hasta el 73 no terminó de sentenciar el partido el Madrid, ya con Solari y el Moro en el césped. Artificial, sí. 0-4. El año del Centenariazo y de la Novena en Glasgow, el Pájara Playas formó parte de la vida del Real Madrid.

Aquella temporada el Pájara contaba con dos asturianos en la plantilla y otro más en la dirección directiva. Rubén Uría, actual segundo entrenador del Villarreal junto a Marcelino, acababa de colgar las botas tras dos años en la isla y había asumido la secretaría técnica del club.
La conexión entre el Pájara y Asturias había comenzado en la temporada 98-99 cuando el asturiano Josu Uribe había llegado como segundo entrenador, primero junto a Sosa Espinel y luego con Toni Cruz. A ello habría que sumarle la estrecha relación del agente asturiano Luisber con la directiva majorera.
A partir de ahí se tejió un vínculo inseparable en la historia del Pájara, que entre otras llevó al propio Rubén Uría a fichar por el club en 1999. Desde aquella histórica eliminatoria de Copa, se intensificó el desembarco de asturianos en la isla. Lo del Spanish Liverpool fue una broma a su lado.
El Pájara no tenía ningún gran mecenas ni había desembarcado en la isla ningún jeque árabe. Desde la llegada de los bereberes, nadie había llegado con ingentes cantidades de dinero para subir al equipo a Segunda B. Ni siquiera los fenicios. El músculo económico del club, como en tantas otras cosas, era público. La concejalía de turismo del Ayuntamiento de Pájara vio al equipo como un vehículo idóneo para promocionar el sector, tan incipiente en aquella época. Y no fue pequeña la inversión.

En su último año como director deportivo, Uría decidió darle el banquillo a Javi Vidales, astorgano pero criado en Mareo. Junto a él llegaron Martín y Jorge Mayordomo, que se sumarían a Miguel Ángel, padre de Dani Martín, actual portero del Eldense. En aquella 2003-2004 al Pájara le tocó un grupo con andaluces y extremeños, algo raro ya que estaba acostumbrado a viajar al norte.
La temporada se presumía dura de cojones, pero el Pájara cogió la directa desde el principio y llegó a navidades con un duelo a cara de perro con sus vecinos del Lanzarote por el liderato del grupo. Aquel Lanzarote, entrenado por un tal José Luis Mendilibar, era un equipo muy fuerte defensivamente y que casualmente contaba también con muchos asturianos en la plantilla. Uno de ellos era Nacho Castro, uno de los mejores jugadores de la historia de la Segunda B.
El Pájara Playas de Jandía seguía a buen ritmo en gran parte gracias a los goles de un clásico como Raúl Borrero, que sumaba 17 en enero . El killer vasco, segundo máximo goleador histórico de la categoría, llevaba goleando por los campos de la B desde que debutó con 21 años en el Touring de Rentería. Casi nada. El timón del equipo era otro mito de la categoría como el gallego Rubén Coméndez. Nadie ha jugado más partidos en Segunda B que él: 612.
Mentiría si dijese que aquel Pájara Playas de Jandía era un equipo vulgar de Segunda B. Era un equipazo. Y fue subcampeón de liga por delante del Sevilla Atlético de Ramos, Puerta, Kepa o los hermanos Navas y con muchos cocos como el Badajoz, Ceuta, Universidad de Las Palmas, Jaén o Extremadura.

Y eso que todo pudo irse al garete en la jornada 36 cuando un 5-1 en La Victoria les mandó fuera de los puestos de promoción. No faltó la dosis de infarto, ya que en la última jornada empezó palmando contra el filial sevillista y aquello daba momentáneamente el billete a la liguilla al Vecindario.
Por suerte, todo acabó bien y al Benito Alonso le tocaba volver a engalanarse para una fiesta de categoría. Esta vez no sería una noche loca como aquella copera frente al Madrid. Esta vez serían 3 tardes dominicales e interminables de junio.
Si, eran 3 partidos como local asegurados ya que era la última vez en la historia que el ascenso a Segunda se decidiría por aquella histórica liguilla de grupos de 4 a doble vuelta. Aquella liguilla en la que podías quedarte sin opciones a falta de 3 partidos. También podías deambular y recibir maletines y tantas cosas… Al Pájara se le atragantó muy pronto la liguilla frente a Celta B, Cultural y Lleida y tras la jornada 4 se había quedado sin opciones ya de ascenso.
Pero…esa idílica temporada 2003-2004 que podría servir de ejemplo para que cualquier club humilde soñase con ascender a Segunda tenía letra pequeña. Los problemas económicos ahogaron al Pájara durante toda la temporada, al punto de que en abril la plantilla y cuerpo técnico decidió hacer huelga y encerrarse en los vestuarios del club como medida de presión.
El equipo llegó a la liguilla sin haber cobrado las últimas cuatro mensualidades. Para un futbolista de Primera quizá cuatro mensualidades no sean tal quebradero de cabeza con el colchón que pueda tener tras años jugados en la élite, pero para un currela del fútbol que juega en Segunda B, no cobrar cuatro meses es literalmente una distracción más que suficiente como para que el Pájara se la hubiese pegado en la parte clave de la temporada. Doble mérito de aquella espectacular campaña.
Y cuando falta dinero, empiezan a faltar las ideas. Así fue que aquel verano de 2004 el Pájara se “planteó” el fichaje de Paquirrín. No era la mejor solución a los problemas económicos del club, sino más bien ahogarlos con alcohol. El club creía que con ese pseudo fichaje podría atraer algo de dinero.
La estrategia de marketing no tenía mucha base. Deportivamente menos aún, ya que el hijo de Paquirri tan solo había jugado algunos partidos del Torneo Social del Real Madrid cuando era un crío. Por suerte, la cosa no fructificó.
La mejor solución fue seguir con la política de fichajes que había dado tantos éxitos. Es decir, fichar jugadores asturianos. Punto. Para el banquillo, llegó Roberto Aguirre y junto a él una ristra de futbolistas del Principado como Fariña, Richard, Ramón Benéitez, Borja Secades, Quero, Fran Álvarez, Vitorchi, Benjamín… Ocho asturianos de una tacada, como cuando al Hearts escocés le dio por fichar lituanos.

Evidentemente los objetivos del club cambiaron totalmente. Salvación y supervivencia. En la 2006-2007 se salvaron por los pelos, literalmente. Suerte que habían fichado a un delantero ovetense procedente del Soledad de Tercera Balear. Aquel tal Adrián Colunga marcó 10 goles y otros 2 vitales en la promoción de descenso.
Duró poco, Las Palmas se lo llevó ese mismo verano y al debutar en Segunda el Pájara recibió una compensación económica que nunca venía mal y menos a las maltrechas arcas del club majorero. El ciclo de Aguirre se acabó y llegó otro míster asturiano como Luis Rueda.
Contra todo pronóstico el Pájara se encaramó en la zona alta y realmente tuvo opciones de volver a disputar un Play-Off, aunque a partir de abril acabó desfondándose. Ese año, quizá por probar los mismos métodos, se trajeron al primo de Adrián Colunga. Un joven extremo llamado Sául Berjón que venía de marcar 8 bolas con el Langreo. Mano de santo, porque en el Pájara mejoró los registros y debutó con 9 goles en Segunda B.
¿Qué pasó? Pues que por aquel entonces Javier Vidales, ex-entrenador del Pájara en la famosa temporada 2003-2004, ejercía como secretario técnico de la Unión. Y si en 2007 se había llevado a Colunga, al año siguiente también se llevó a Saúl.
Pero… toda historia bonita tiene su principio y su final. Y sinceramente vale más que todo se acabe sin demasiado ruido, con problemas económicos y con una plantilla llena de asturianos. La 2008-2009 fue la última del Pájara en Segunda B. Algo que ya se veía venir desde principio de temporada. Ni el cambio de entrenador, asturiano por asturiano (Juan Fidalgo por Nacho Fernández) sirvió para cambiar el rumbo.

La Segunda B ya no era la misma, aunque el Pájara pareciese el mismo. Quizá irse para siempre en esa Segunda B hubiera levantado más revuelo del esperado a modo de descenso administrativo, plaza vacante…Vaya, que hubiera tenido un poco más de atención de los medios. Y eso no iba con la costumbre del Pájara.
Por eso mismo el club sobrevivió y salió a competir en Tercera en 2009. El primer año mantuvo a buena parte de la plantilla, se metió en Play-Off y estuvo a punto de ascender. Pero nada era igual, ni siquiera el estadio tras haber dejado el Benito Alonso para acercarse más a la población con el nuevo campo en Costa Calma.
En la 2010-2011 alargó la agonía, ya que las deudas eran insostenibles. Hasta fue necesaria en esa época la creación de la Fundación Pájara Playas para esquivar las deudas y así poder obtener más fondos del principal patrocinador del club, es decir, el ayuntamiento.
Y en julio de 2011, abandonado por todos, el Pájara Playas de Jandía se acogió a la eutanasia mucho antes de que fuera legal. Fue una muerte digna, sin necesidad de penar por las catacumbas del fútbol regional canario, bañado en deudas y prácticamente sin afición engullido por algún engendro de nueva creación. Por suerte, no fue así.
La historia del Pájara Playas refleja muy bien cómo fue la Segunda B de finales de los 90 y principios de los 2000. Una categoría realmente potente en la que el salto a Segunda División no era ni mucho menos abismal. El Pájara fue un referente en el fútbol canario ya que abrió la veda para que poco a poco fuesen pasando por la categoría multitud de clubes humildes de las islas.
Paradójicamente, muchos de ellos también explotaron la vía de fichar jugadores y entrenadores asturianos. En el Vecindario hubo 13 asturianos, en el Lanzarote otros 9 y en el Mensajero otros 6. Por poner tres ejemplos, ya que también hubo presencia asturiana en clubes más humildes como Villa Santa Brígida, Corralejo, Orientación Marítima o Fuerteventura.
Sí logró sobrevivir la sección de atletismo del club, que sumó éxitos importantes a la par que el equipo de fútbol y compitió en la máxima categoría durante años. Una de sus mayores estrellas fue la marchista María Vasco, bronce olímpico en Sidney.

El Pájara no pudo entrar en el Club de los 27, ya que con tan solo 15 años pasó a mejor vida. Su corta existencia no dejó títulos ni muchos ascensos. Pero dejó sin duda lo más importante que puede dejar alguien. Un buen recuerdo. Era buena persona. Bueno, y qué cojones, la mejor camiseta en toda la historia de la puta Segunda B. La arena y el mar de Fuerteventura en un trozo de tela.
Fue tan profunda su huella que a diferencia de casi todos los clubes españoles que “fallecen” de forma repentina, no ha tenido herederos directos. Actualmente, anima la zona alta de Preferente el Playas de Sotavento. Por su parte La Latija, la UD Jandía y el Chilegua La Pared se ganan la vida en Primera Regional.
En la península de Jandía se quedaron un poco huérfanos de fútbol, porque el Pájara Playas prefirió irse igual que llegó. Sin hacer ruido.
Descomunal.