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Guti, el canterano que rompió el molde

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La tapia. José María Gutiérrez (1976) dio sus primeras patadas al balón contra una pared debajo de su casa en la calle de la Química de Torrejón de Ardoz. Eran los albores de los años ochenta y esos ladrillos naranjas que hoy reflejan el paso del tiempo y el desgaste servían de portería para los niños que comenzaban a soñar con el fútbol. Hoy no hay niños correteando por la zona y un cartel amenaza con su mensaje: «Prohibido jugar a la pelota». Porque ahora sería imposible disfrutar de un futbolista como Guti. En estos tiempos de músculo sin imaginación, en los que las canteras producen futbolistas en serie como aquellos T-800 generados por Skynet, encontrar un jugador de las características del rubio parece una misión casi imposible. Él fue un alma libre. El último de su especie.

Sin consolas, Netflix, ni teléfonos móviles, hace cuarenta años la calle era un campo de fútbol infinito en el que aquel chaval liviano de melena dorada comenzaba a sobresalir del resto cuando había un balón de por medio. Para él no era diversión, era amor. Compatibilizando fútbol sala y once, se le empezó a llamar «Schuster» cuando vivió uno de los acontecimientos que cambiaron toda su vida. Acababa de cumplir nueve años y fue a la Ciudad Deportiva con su equipo, el Rayito de Torrejón, para jugar un amistoso. Qué no haría en la primera parte para que en el descanso el entrenador del Real Madrid le pidiera a su homólogo contar con el chico en su filas durante la segunda mitad. José María Gutiérrez se puso la elástica blanca, mostró su calidad y le pidieron que se quedara a prueba durante dos semanas. El pequeño Schuster se convirtió en Guti y esas dos semanas se transformaron en toda una vida. Sin embargo, pese a vivir un cuarto de siglo en el Real Madrid, el centrocampista nunca logró sacudirse la sensación de estar a prueba. De un escrutinio salvaje en el que cada actuación era examinada con lupa.

Dicen los que le conocen que esa figura altiva con máscara de prepotencia esconde una persona tímida, cariñosa, amable y capaz de engatusar si se lo propone. Y si no, que se lo pregunten a Vicente del Bosque, responsable de la cantera cuando Guti daba sus primeros pasos en el club. Concluido un entrenamiento, el técnico se dirigió al niño con un consejo:

– «Joder, eres un chaval tan majete, ¿por qué no te cortas un poco ese pelo?», le preguntó el técnico.
– «Pues cuando tú te afeites el bigote», respondió directo.

Vicente del Bosque, que dice de él que era «un poco rebeldillo», reconoció que el chaval tenía razón y le dijo: «Pues mira, es verdad, llévalo como te de la gana».

El jugador llevaba apenas unos meses en la cantera blanca y cada día, al salir de clase, tenía que hacer junto a su madre el recorrido que separaba Torrejón de la ciudad deportiva del Real Madrid. Primero en tren hasta Chamartín y luego andando al centro de entrenamiento blanco. Más de una vez fueron atracados por el camino, aunque esto no menguó sus ganas. Tampoco el no ser uno de los intocables de las distintas categorías por las que pasó. Por el camino se quedó la posibilidad de dedicarse al mundo de la música, otras de sus grandes pasiones. De hecho, de crío ganó un concurso imitando a Europe y su Final Countdown.

 

El gran problema al que tuvo que enfrentarse hasta la pubertad fue que tardó mucho en crecer. Pese a tratarse de etapas formativas, los entrenadores se decantaban por jugadores más altos y fuertes aunque no tuvieran su calidad. Eran años en los que el tamaño físico era más importante que el talento, por lo que no fue hasta el juvenil cuando comenzó a disfrutar de un mayor protagonismo sobre el césped. Con una etiqueta de conflictivo que él prefiere cambiar por la de «rebelde», siempre destacó por no callarse nada. Incluso cuando era un adolescente. De hecho, muchos recuerdan el choque que tuvo con Ramón Mesón cuando el técnico quiso colocarlo a jugar en banda y Guti se negó en rotundo esgrimiendo que era mediapunta y no iba a jugar ahí. Este gesto estuvo a punto de costarle un adiós a la cantera blanca en la que entonces coincidía una generación dorada entre los que se encontraban Raúl González, Miguel Ángel Ferrer Mista, Javi Calleja, Javi Guerrero o Álvaro Benito.

Esa rebeldía, el no callarse, ha sido un rasgo de la personalidad del 14. Como en 2005, cuando el Real Madrid era duramente criticado desde el seno de la propia entidad. Mientras el director de fútbol Arrigo Sacchi aseguraba en la prensa italiana que el equipo no tenía plantilla para competir con equipos como AC Milan o Juventus, el histórico presidente de honor, Alfredo Di Stéfano, apuntaba que la plantilla estaba formada por jugadores sin compromiso. Tras una victoria ante el Real Betis, Guti lanzó un dardo antes de irse a duchar: «Dedico este triunfo a Sacchi y Di Stéfano». Luego, vestido de calle y con una sonrisa socarrona, el jugador dijo ante las cámaras que «Di Stéfano y Sacchi son dos personas entrañables». «Les he dedicado el gol de corazón. Di Stéfano es un tipo excepcional y a Sacchi también le queremos mucho», terminaba.

Pese a su amor por el fútbol, a Guti se le quedaba pequeño el rectángulo de juego. Si algo definía al centrocampista era su capacidad para no dejar indiferente a nadie. Su madre le recriminaba que otros corrían más que él y muchos le tildaron de indolente. Otros le acusaban de no dar todo lo que podía y no acabar el partido con la lengua fuera por el esfuerzo. Esas carreras «tribuneras» sin más sentido que encender el Santiago Bernabéu. Guti era un verso libre que interpretaba el fútbol a su manera. Solo él era capaz de pasar por un partido de puntillas para, de repente, levantar la cabeza, ver más allá de una maraña de piernas rivales y servir en bandeja un gol a un compañero. Tal y como él mismo reconocería a Jorge Valdano en una entrevista: «Cuando el equipo iba ganando es como si ya no me interesara, porque ya estaba todo hecho. Cuando el equipo iba perdiendo yo estaba deseando que el entrenador me sacara para solucionar el partido y decir: ‘Aquí estoy yo, he solucionado el partido’».

Fue ese, quizás, uno de los mayores hándicaps con los que contó el futbolista en su carrera: «Ese tipo de cosas me hicieron, en un momento dado, rozar cosas muy importantes y, en otro momento, donde no conseguí motivarme de la misma manera, de no ser titular o no jugar muchos partidos como a mi me hubiera gustado». No se escondía. Y tampoco se callaba. Reconocía que salir de vez en cuando a disfrutar de la noche no era malo y que lo extraño sería que lo hiciera con sesenta años. Se definía como un tipo que no paraba de día y tampoco lo hacía de noche.

Admirador de la película El Padrino, la familia tiene un significado especial para Guti. Tiene el nombre de sus familiares tatuado en sus brazos y su camiseta era un homenaje a su madre y sus dos primeros hijos (HAZ corresponde a las iniciales de Hernández, apellido de su progenitora, así como Aitor y Zaira).

Su sinceridad no gustaba, por lo que cada partido en el Bernabéu se convirtió en un examen. Con él se repitió lo que ya ocurriera con Manolo Velázquez, aquel cerebro contestatario del Real Madrid ye-yé campeón de Europa en 1966, que no dudó en responder al intocable presidente Santiago Bernabéu cuando este criticó la actitud de un compañero. Futbolista de juego exquisito y notable talento, el madrileño se llevó un buen número de pitadas antes de que Guti comenzara a andar por el pasillo de su casa.

Para entender la historia de Guti es imprescindible entender la de Raúl. Ambos debutaron de la mano de Jorge Valdano y eran dos caras de la misma moneda. Anakin Skywalker y Darth Vader. Los mismos que adoraban la ferocidad carnívora de Raúl, su competitividad desmedida y el desenfreno de un juego muchas veces caótico, no se cansaban de criticar la actitud del mayor talento que ha pisado la cantera del Real Madrid. Uno moreno, el otro rubio. El 7 de Raúl y el 14 de Guti, ese mismo dorsal que han vestido otros ilustres insurrectos como Johan Cruyff, que se eliminó una de las tres rayas de su camiseta de Adidas durante el Mundial de 1974 debido a que la Federación de su país no le dio la parte correspondiente del patrocinio. «Me la negaron diciendo que la camiseta era suya, y yo les dije que la cabeza era mía».

Raúl era el Ferrari, el pulverizador de récords, la constancia, el que centraba las miradas y colgaba a sus espaldas el peso del Real Madrid y la selección española. Guti era la clase, ese Guadiana que aparece y desaparece, un Curro Romero en la Maestranza explicando que «las cosas grandes duran un suspiro». El 7 era el yerno que las suegras querían tener. El 14, el rockero macarra con el que soñaban las chicas del barrio. En medio estaba Álvaro Benito, zurdo también, la mezcla perfecta entre ambos al que las lesiones apartaron de la elite y quizá hubiera reducido la distancia a ojos del público entre ese yin yang que fueron sus coetáneos.

Y es que mientras el primero destacaba por su constancia, esfuerzo, implicación y regularidad, el segundo fue la representación de lo súbito. De ese zarpazo pintado de chulería que iba directo al corazón. Para el de Torrejón no había medias tintas. En una cantera en la que sus jugadores destacaban por una bonhomía generada por troqueladora, el centrocampista era una rara avis. Raúl era un notable cada partido, Guti era capaz de alternar actuaciones de suspenso con matrículas de honor. Lo mismo era capaz de solventar noventa minutos de tedio con una acción inolvidable que dinamitar una actuación soberbia con una expulsión absurda resultado de esos «diez segundos de ira» que él mismo reconocía.

El 2 de diciembre de 1995 fue la primera vez de Guti en el Santiago Bernabéu como futbolista del Real Madrid. Lo hizo de la mano de un Jorge Valdano que una temporada antes había dado la alternativa al propio Raúl y, en este mismo partido, minutos a Álvaro Benito. Otro de los canteranos que también pudo participar en la goleada blanca (4-1) fue el canario Sandro, del que Ángel Cappa dijo que si seguía con su proyección tendría el nivel de Diego Maradona. De hecho, fue él al que designaron referente de la denominada Quinta de la Galleta (en homenaje a Las Galletas, donde nació) y de la que también formaban parte los citados Raúl, Guti, Álvaro Benito, Fernando Morán y Víctor. Guti reconocía tras su debut que había cumplido el sueño de su vida. «Estaba muy ilusionado y terminé muy contento. Es emocionante ver cómo la gente corea tu nombre», apuntaba aquel jugador al que ya comparaban con Fernando Redondo por sus cortes de pelo. Esa temporada 1995-1996 en la que Jorge Valdano fue destituido tras perder en casa frente al Rayo Vallecano, Guti acabó disputando nueve partidos con el primer equipo. Mientras, el filial se convirtió en una de las sensaciones de Segunda División: acabó cuarto y el público llenaba las gradas para disfrutar del juego que desplegaba.

Su protagonismo fue creciendo en los siguientes cursos hasta que se produjo la llegada de Vicente del Bosque, un hombre clave en su carrera. Ese mismo técnico que siendo apenas un niño le pidió que se cortara el pelo acogió al centrocampista bajo su ala y lo supo entender para sacar su mejor versión. ¿La fórmula mágica? Darle confianza y galones. El centrocampista se lo recompensó con grandes actuaciones, si bien esto no impidió que fuera uno de los jugadores más fuertemente golpeados por el conocido «Informe Pirri» que vio la luz en verano de 2000.

El 22 de agosto, el diario As abría su edición con «La bomba del verano», un informe secreto elaborado por el director deportivo del Real Madrid, Pirri, durante el mes de abril para el por aquel entonces presidente Lorenzo Sanz. En este se pasaba revista a la plantilla del club de forma pormenorizada. En el caso de Guti, se señalaba: «Tiene condiciones técnicas para triunfar, pero su comportamiento no es propio de un jugador del Real Madrid. No tiene buena actitud ni fuera ni dentro de los terrenos de juego. A pesar de reconocer sus buenas condiciones técnicas y físicas, lo tiene difícil para triunfar en el Real Madrid. No está centrado en su profesión. Si hubiera una buena oferta debemos estudiarla».

El recién nombrado presidente Florentino Pérez hizo caso omiso y el de Torrejón no se movió. Fue el prólogo perfecto a la que fue una de sus mejores temporadas como profesional. Situado de delantero debido a una lesión de Fernando Morientes, Guti se destapó como goleador y anotó 14 tantos que fueron vitales para lograr el título de Liga. También aportó 4 goles en Liga de Campeones, aunque los blancos no lograron el título. Esa misma campaña se convirtió en persona non grata en Villarreal después de llamar «paletos» a los aficionados castellonenses.

No fue, de cualquier modo, la única afición con la que el futbolista tuvo problemas en su carrera y en alguna ocasión dedicó una peineta y besos socarrones a la grada de Riazor. El «Guti, maricón» era habitual en muchos estadios que visitaba el Real Madrid. La ira de los rivales era algo que le motivaba, como el mismo reconocía. Estaba encantando con su papel de villano de película con esa sonrisa suya que era también una coraza tras la que se ocultaba. Una careta para un gran desconocido que incluso llegó a necesitar ayuda psicológica y dudaba de los que se acercaban a él y sus intenciones. «Hay cosas en la vida que te superan y están por encima de sentimientos que tú puedas expresar en ese momento. Necesitas ayuda para que te saquen de ahí», reconocía ante Michael Robinson ese jugador que ya de niño era descrito como «Agresivo, líder, aceptado, inquieto, espontáneo, charlatán, seguro de sí mismo, muy comunicador y con un crecimiento por debajo de sus posibilidades», según rezaba en los informes del colegio de La Gaviota en que pasó su niñez. «La soledad está ahí pero hay que saber convivir con ella», desvelaba.

Esto no fue obstáculo para que supiera reírse de sí mismo si la ocasión lo requería. Apareció junto a su imitador en Crackòvia con su famoso «pimpam» y lanzó un guiño a los que le acusaban de vago con el «No siempre hace falta esforzarse mucho para hacerse millonario con el fútbol» en una campaña de la Quiniela. También apareció fugazmente en Torrente junto a Iker Casillas e Iván Helguera e incluso hizo los coros a Joaquín Sabina en el tema «Tiramisú de limón».

Su notable temporada tuvo como «premio» la llegada de Zinedine Zidane en verano de 2001, por lo que su protagonismo fue menguando y no tuvo ni un minuto en la final de la Liga de Campeones frente al Bayer Leverkusen. Sí que quedará para el recuerdo, de cualquier modo, su sensacional partido en la vuelta de cuartos de final ante un Bayern Múnich que llegaba al Santiago Bernabéu con ventaja de 2-1 y vio como los blancos remontaban con un gol del 14 en el minuto 85. Esto fue una constante en su carrera: cada vez que era protagonista de una buena campaña, desde las altas esferas del club se apostaba por un jugador que le ponía todavía más difícil tener minutos.

Las temporadas fueron pasando y Guti no terminaba de ser protagonista. Relegado a zonas más retrasadas, la llegada de David Beckham en 2003 y el deseo del internacional inglés de jugar en su misma posición provocó ciertas dudas en el canterano respecto a su futuro. Llegó incluso a formar con el británico la pareja de mediocentros con más glamour del planeta fútbol a las órdenes de Carlos Queiroz y, aunque fue importante en el equipo, vivió unos años convulsos que condujeron a la dimisión de Florentino Pérez en febrero de 2006 con su famoso «He maleducado a los jugadores y se han confundido».

Habían sido años de acumulación de calidad y desequilibrio en la plantilla. De Zidanes y Pavones. De magia en posiciones ofensivas y agujeros defensivos. Giras por Asia y plantillas agotadas a mitad de temporada. Eran esos Galácticos tan famosos dentro como fuera de los campos y Guti aportó su particular glamour patrio. Con 22 años él ya estaba en las portadas de la prensa rosa por su boda con la presentadora Arancha de Benito, y fue uno de los primeros introductores de la moda de los tatuajes, las mechas y los pendientes de brillantes en el vestuario blanco. Una metrosexualidad que comenzó a definirse en esa época y que tantos abrazaron después que él.

Ramón Calderón afrontaba la temporada 2006-2007 como flamante máximo mandatario y Guti fue clave para que el equipo, por aquel entonces entrenado por Fabio Capello, levantara el título. Zinedine Zidane había dicho adiós y la posición de mediapunta estaba a su disposición. Para el recuerdo quedarán actuaciones sensacionales, de modo especial su recital personal en la remontada ante el Sevilla, cuando entró en el minuto 57 para poner el partido patas arriba.

Esto no impidió que el nuevo presidente dijera de él que, pese a sus 31 años, seguía «siendo una promesa» o que el propio técnico tuviera más de un rifirrafe con él. El más destacado fue el acontecido en un partidillo de entrenamiento, cuando Guti abandonó el césped después de recibir una patada y Fabio Capello le advirtió que la sesión no había terminado.

– «No se vaya. Aquí el que decide cuando termina el entrenamiento soy yo», gritó el italiano.
– «Le he dicho que no se marche. Venga usted aquí, el que manda soy yo», insistía ante la falta de respuesta del futbolista y la mirada atónita del resto de compañeros.
Entonces, cuando el ayudante técnico Toni Grande se dirigió al madrileño, le pidió que recapacitara y volviera con el resto de jugadores, Guti le espetó:
– «Me duele el tobillo. No, no voy, que le den por el culo al italiano».

Ya unas semanas antes, el jugador había sido claro al responder a su técnico con un «No hace falta que nos grite, que ya somos mayores», cuando este arremetió contra su plantilla después de perder ante el Getafe.

El técnico italiano ganó la Liga y fue sustituido por Bernd Schuster. El alemán se vio obligado a seguir contando con Guti pese a insistir por activa y por pasiva en el fichaje de un compatriota para el centro del campo. «Necesitamos un Ballack. No entiendo cómo no se fichó hace tiempo a Michael», aireaba a los cuatro vientos. El canterano cerró la temporada con 15 asistencias en una Liga que terminó cayendo del lado blanco. En esa temporada llegó a lograr 2 goles y 5 asistencias en un mismo partido, un 7-0 al Real Valladolid; sin embargo, fue en otra fecha, el 30 de enero de 2010, cuando Guti hizo algo por lo que se le recordará.

En una temporada muy complicada por sus problemas físicos, el canterano fue protagonista de una jugada que quedará en la historia del fútbol español. El Real Madrid visitaba Riazor después de 18 años sin lograr una victoria. El partido discurría con 0-1 cuando Kaká recibió el balón en el costado izquierdo y lo sirvió para que Guti encarara a Dani Aranzubía dentro del área. Sin embargo, en vez de disparar a portería, el futbolista dio un taconazo hacia atrás para que Karim Benzema pudiera remachar a puerta vacía. Denominado el «Tacón de Dios», el propio protagonista reconocía que «Para mí fue algo normal. Yo siempre decidía en el campo lo que era mejor para mi y para el equipo. El balón se me quedó en el pie derecho y Aranzubia me tapó bien. No veía tantas opciones para hacer yo el gol». «Antes de recibir el balón, ya sabía dónde estaban todos», concluía.

Apenas unos meses después, y cuando restaban un par de días para que el Real Madrid se enfrentara al FC Barcelona, Guti anunciaba su marcha del equipo a final de temporada, en busca de un nuevo desafío. Lo hizo después de mandar a «recoger amapolas» a los que dudaban de sus problemas físicos y con la conciencia bien tranquila: «¿Me veis que duermo mal o que tengo ojeras?». La temporada había sido complicada e incluso había salido a la luz un rifirrafe con el técnico Manuel Pellegrini durante el descanso del choque que enfrentó a Alcorcón y Real Madrid en Copa del Rey y que terminó con una rotunda goleada del cuadro de Segunda División B (4-0).

Su marcha significaba la de uno de los jugadores con más partidos de la historia del Real Madrid con 542. También el del que en más ocasiones ha sido suplente. Eso, de cualquier modo, nunca fue un problema para él. «Preferí 30 minutos en el Madrid que 90 en otro equipo», reconocía a Manuel Jabois. No duda en sacar pecho para afirmar que lo fácil hubiera sido marcharse y disputar setecientos partidos en otra escuadra. «¿Cuántos jugadores de la cantera estuvieron 15 años en el primer equipo?», se jactaba orgulloso. Su reto fue demostrar que estaba capacitado para jugar con los mejores del mundo y lo demostró. De hecho, figuras del nivel de Ronaldo Nazario apuntan que «Guti era mucho más que especial. Era inteligente en el campo y como persona. En el campo no hacía falta ni mirarle, era increíble cómo entendía los movimientos (…) Tenía inteligencia dentro del campo, habilidad con el balón. Era espectacular jugar con él». Jonathan Woodgate, zaguero maldito que compartió plantilla con los Galácticos, lo tiene claro: «Guti estaba absolutamente fuera de este mundo. Podía ver imágenes que ningún otro jugador podía ver. Estaba escaneando constantemente, con la cabeza en todos los lados y el pie izquierdo educado. Podía hacer cualquier cosa».

Consultado por su ausencia en las tres finales de Liga de Campeones que disputó el Madrid con él en la plantilla, su explicación es clara: en la primera (1998) era demasiado joven y todavía no estaba asentado en el equipo; la segunda (2000) tuvo que verla con muletas debido a una lesión; en la tercera (2002), cuando estaba a punto de saltar al terreno de juego se produjo la lesión de César y la entrada de Iker Casillas le impidió jugar. Más le duele, sin embargo, no haber disputado ni una Eurocopa ni un Mundial con la selección española, algo para lo que no tiene explicación y siente como un «puñal». Sobre todo, después de haber sido un habitual en categorías inferiores y ser campeón de Europa sub’18 y sub’21, equipo este último en el que compartió vestuario con Míchel Salgado o Valerón.

Cerrada la temporada y después de una despedida triste, Guti firmaba con el Besiktas. Estambul le abría los brazos como a un Galáctico y 20 000 aficionados poblaban las gradas el día de su presentación. Conocido allí como la «Tormenta rubia», Guti se enamoró plenamente de su nuevo destino. «Estambul es una ciudad increíble para vivir y los turcos son personas muy amables que te tratan muy bien y te quieren mucho y eso también hay que valorarlo». El centrocampista disfrutó de una temporada y media en el Besiktas en la que sumó 40 partidos, 12 goles y 14 asistencias antes de colgar las botas con una Copa más en su extenso palmarés.

Cuando abandonó el Real Madrid anunció su deseo de recorrer Tailandia en moto, pero no fue así y apenas un par de años después de retirarse en 2012 ya echaba de menos el olor a césped y comenzó su carrera como entrenador en las inferiores de la Fábrica. Los perjuicios que le acompañaron en su etapa como futbolista volvieron a aparecer y tuvo que ser ayudante en distintas categorías inferiores hasta que Víctor Fernández se convirtió en director de la cantera y apostó por él. «Es un técnico con grandes posibilidades. Cuando llegué al Real Madrid él era ayudante del Cadete B. Inmediatamente lo ascendí al Juvenil B y luego al A. Fue una decisión acertada», reconocía el propio técnico.

Después de convertir al Juvenil A en uno de los equipos referencia, a Guti no le ofrecieron el Castilla y esto propició su marcha de la cantera. Guti se marchó a Turquía para convertirse en ayudante en Besiktas de Senol Günes, con el que no compartía ni idioma ni ideología futbolística. Regresó luego a España y aterrizó en el banquillo del Almería a finales de 2019. El dueño saudí, Turki Al-Sheikh, vio en él la opción ideal para llevar al equipo a Primera División debido a su vistosa apuesta por el juego de posesión y querer mandar en los partidos. A esto hay que sumar la proyección nacional e internacional de la que podría dotar al proyecto debido a su popularidad.

Fue recibido como un ídolo en su nuevo destino y se puso a trabajar. En esa época reconocía que el Guti futbolista debería «dar ciertas cosas» para jugar a las órdenes de José María Gutiérrez, como quiso que le comenzaran a llamar. Sin embargo, la primera experiencia en un banquillo profesional salió cruz, y apenas duró 21 partidos antes de ser destituido. A punto ahora de convertirse en abuelo a los 46 años, el madrileño reconoce que se equivocó en algunas cosas y aunque no se arrepiente, sí lo haría de otra manera. De cualquier modo, ya «no se puede echar marcha atrás». Y a quien no le guste, amapolas.

12 Comentarios

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  6. Totalmente de acuerdo con la referencia a Terminator. Están matando el talento en el fútbol. Dame Djalminhas y quítame Casemiros.

  7. El que pudo haber sido, sin ninguna duda, el mejor jugador español de su época. Su manera de vivir su carrera, algo totalmente respetable, se lo impidió.

  8. JORGE RODRIGUEZ LOPEZ

    Simplemente el mejor. Siempre en mi equipo. ARTE PURO. Llevo 30 años iendo al Bernabeu, y le echo mucho de menos.
    Habia partidos que valian la pena solo por verle dos acciones, porque eran unicas. GENIO!!!

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