Entrevistas

Onésimo Sánchez: «Era impredecible, si ni yo sabía lo que iba a hacer, cómo lo iba a saber el defensa»

Es noticia

Onésimo

Se considera un futbolista «fracasado». Compartió equipo con Laudrup, Mágico González o Hugo Sánchez y estuvo a las órdenes de Johan Cruyff, Maturana y Bilardo, pero lo que no olvidará la gente es su regate, ese estilo salvaje con la cabeza mirando al suelo y el balón cosido al pie para encarar a cuantos rivales salían al paso, deshacerse de ellos y ¿por qué no? volver a buscar a algunos de ellos para repetir.

Porque el fútbol es espectáculo y Onésimo Sánchez (Valladolid, 1968) lo sabía. Lo cosieron a patadas, no disputó los Juegos Olímpicos de Barcelona por unos meses, tampoco llegó a debutar en la selección española y lo más cerca que estuvo de un título fue una vaselina con la que mantuvo al Rayo Vallecano en Primera División. ¿Y qué más da? A él no le hizo falta nada de eso para convertirse en emblema de una época.

«¿Dos horas de entrevista?. Pero si yo no tengo tanto que contar. Sobre todo, porque hay cosas que no te voy a decir». Nos encontramos con nuestro protagonista en Valladolid, en una terraza de la Acera de Recoletos muy cerca del parque Campo Grande. Tener la oportunidad de hablar con el pucelano es hacerlo con uno de los referentes del fútbol de los años 80 y 90, ese que se fue y del que apenas queda rastro.

¿Cuál es tu primer recuerdo de la niñez?

Nosotros éramos muy humildes, pero mi recuerdo de la infancia es junto a mi padres, mis hermanos y muy feliz. Era el más pequeño de los siete hermanos y la nuestra era una familia normal, con mucho mérito por parte de mis padres para poder sacar adelante a tantos hermanos y donde tuvimos que adaptarnos al tiempo en que vivíamos y a lo que teníamos.

No había espacio para lujos. Mi padre era camionero y, como era típico en estos casos, yo también quería serlo de mayor. De hecho, alguna vez iba con él en el camión cuando podía porque me gustaba mucho.

Mi padre no era nada futbolero. Todo lo contrario. Pero sí que era un currante nato, un manitas. Para mí, siempre fue un referente, un genio, pues era capaz de arreglar cualquier cosa con lo que tuviera a mano. Además, era un fenómeno de las frases y usaba algunas que yo me he quedado para toda la vida.

Al fútbol, sin embargo, no me dejaba jugar y al principio tenía que escaparme a escondidas para hacerlo. Además, mis padres son de un pueblo muy bonito de León y nos pasábamos allí el fin de semana, que es precisamente cuando son los partidos. No había manera de jugar, aunque quisiera, y por ese motivo hubo un paréntesis de un par de años en los que yo jugaba bien en el colegio, la gente lo veía, venían y me decían que el Valladolid quería hacerme una prueba, etcétera, pero como no me dejaban…

Incluso, muchas veces, para jugar en el colegio, tenía que tirar las zapatillas desde el balcón para que no las vieran y cogerlas abajo. Ahí es donde trabajaba la velocidad (risas).

Onésimo

En esos años se jugaba al fútbol con cualquier cosa…

Tener un balón en ese contexto en el que estábamos nosotros, era un privilegio. El que tenía una pelota era amigo de todos y daba igual aunque fuera muy malo: «No te vayas, déjame el balón». He jugado con todo, desde bolas de tenis rotas y piedras a botellas de lejía, con los bancos de los parques como porterías. Pero eso era algo que lo hacíamos todos o el noventa por ciento. Primero, porque no había mucho más que hacer. Y segundo, porque a los que nos gustaba mucho el fútbol, estábamos todo el día pensando en jugar, encontrar una pelota o lo que más se le pareciese.

Una época de romper zapatillas…

Lo bueno, es que yo casi las heredaba rotas.

Jugar en la calle, con lo que se podía y donde se podía, ¿pudo marcar tu estilo?

Seguro. Al final, en la calle jugábamos todos, cada uno con sus condiciones, pero ha tenido mucho que ver. Sobre todo, cuando vas creciendo, estás en un nivel más profesional pero no pierdes esas cosas que tú ya tienes: el descaro, la forma de buscarte la vida.

La gente equivoca el fútbol de calle con regatear muy bien, pero no es así, porque jugábamos muchos ahí. Lo que te da la calle es competir: tú o yo. Y si es tú o yo, al río vas tú. Y si no, voy yo, pero porque me has ganado. No hay término medio, o uno u otro.

Ese fútbol te da el saberte buscar la vida, saber cómo ir a por uno que es más grande y más fuerte que tú. También hay otro tema: no hay reglas. Las reglas las pones tú y van con el carácter y todo lo que eso conlleva.

¿Cómo surge la posibilidad de ir a la cantera del Valladolid?

Más o menos como cualquier chaval normal de la época. Al principio, como te decía antes, no podía ir porque mi padre no me lo permitía, pero al final me acabó dejando. Por aquel entonces jugaba en el colegio Gabriel y Galán y lo hacía bien.

Allí destacaba, vino un día un ojeador del Valladolid, me vio y cuando pasó un año y pico o dos pude hacer la prueba en el infantil. Tenía doce o trece años y tras el infantil pasé al juvenil porque no había cadetes. Había tres juveniles, empecé en el C, y luego pasé del tirón a juvenil A y primer equipo, en el mismo año.

¿Cuál era el espejo en el que se miraba Onésimo?

Al tercer año de estar en el Valladolid, con quince, ya entrenaba en algunas ocasiones con el primer equipo porque estaba bastante formado. Ahí sí recuerdo fijarme mucho en Dani, el jugador del Athletic Club, y Juanito, que era top y lo hacía muy bien ya en el Burgos antes de ir al Real Madrid.

Siendo un 7, yo siempre me he fijado mucho en los 7, pero curiosamente, en el fútbol ese de calle del que hablábamos, yo era portero. En aquella época mi ídolo era Iribar y más tarde Arconada. Como buen portero, yo estaba loco perdido. Me dedicaba a hacer palomitas, despejarlas y, cuando se quedaba el rechace, salía, empezaba a regatear y pensaba: «si yo juego mejor que estos».

Luego empecé a jugar de libre, porque podías hacer lo que te daba la gana desde la defensa. Toda esa evolución me llevó a ir creciendo, tenía buenas condiciones.

Hablas de salir desde la portería regateando y luego, curiosamente, terminaste jugando con René Higuita…

René era un maestro de eso.

Cabeza abajo, mirando el balón. Justo lo contrario de otros como el Buitre. ¿De dónde surge esa forma al regatear?

El fútbol es imprevisible. En muchas ocasiones hacía jugadas que luego veía por televisión y no sabía de dónde habían surgido. Digamos que es un poco la inercia, lo que te va pidiendo el momento y no lo tienes pensado.

Onésimo

Siempre he dicho que una de mis virtudes, que luego también si la hubiera mejorado… era la improvisación. Era un jugador impredecible, lo cual me hacía difícil de defender. Si yo no sabía lo que iba a hacer, ¿cómo lo iba a saber el defensa? Improvisaba: no sabía si iban a estar dos o tres defensas, si iba a haber más o menos sitio o sería por la izquierda o la derecha, pero siempre se me dio bien la improvisación, ya fuera en la vida en general y en el fútbol en particular.

¿Cómo vivían los entrenadores tener a un jugador tan imprevisible?

Siempre me he sentido un futbolista fracasado. No por mis entrenadores, sino por mí. También pienso que ahora, con todo lo que hay, con las mejoras, sería mucho mejor futbolista, pues crecería en muchas cosas.

Allí vivías de lo que tenías. Y al vivir de lo que tienes no te da la sensación de que te mejoren de lo que careces, que es la clave ahora. En estos momentos, el futbolista es mejor porque le optimizas mucho lo que no tiene: haces hincapié en lo que ya posee, pero mejoras de lo que carece.

¿Realmente te consideras un futbolista fracasado?

Creo que, por condiciones, manera de jugar al fútbol y todo lo que luego he ido viendo desde la perspectiva que tengo como entrenador, podría haber sacado mucho más de mí. Un entrenador que tuve me dijo: «eres el más ganador que no ha ganado nada». Es la verdad. Y eso es un fracaso. Para un ganador, no ganar nada es un fracaso.

¿Te faltó un entrenador que se esforzara en pulirte?

No quiero que se malinterprete. He tenido grandes entrenadores en mi carrera. De hecho, tengo referentes que me han servido mucho para mi etapa actual como entrenador, aunque también soy un poco atípico, igual que cuando jugaba: por mi manera de ver el fútbol, el día a día e, incluso, la vida.

Tuve a Johan Cruyff, que era lo mejor de lo mejor. También a Maturana, que en tema zonal era el técnico que más me ha marcado. A Camacho, que era un motivador top o a Cantatore, que también era muy bueno en este aspecto. Sin olvidar a Bilardo. He tenido grandes entrenadores, gente de mucho nivel.

Lo que te comentaba no va con eso, sino con los tiempos, con las mejoras que hay ahora, los adelantos y la manera de entrenar. Antes, para ver el balón de fútbol tenías que estar dos días con el medicinal, mientras que ahora es todo con el balón de fútbol. Todo ha ido evolucionado, incluso el tema médico o el del nutricionista. Son una serie de mejoras que nosotros no teníamos y provocaban que tuviéramos que vivir mucho más de lo nuestro.

Debutas en Primera contra Sevilla, juegas unos minutos y te llevas la prima.

Que era lo importante (risas). Sí, porque en aquella época se llevaban prima total los once que eran titulares y los dos cambios. Luego, dejábamos un tanto por ciento para los compañeros que no habían jugado o no habían sido convocados. Recuerdo que por aquel entonces Azkargorta era el míster y jugué cuatro o cinco minutos.

Casi no toqué el balón pero me dio tiempo a expulsar a Fernando, que era el portero del Sevilla, recuerdo que jugaba con pantalón blanco, y tenía una amarilla. Ganábamos uno a cero, tiré el balón al foso y lo expulsaron. Hice mi labor y ganamos. Aquella primera prima se la di a mi madre, que eso era sagrado, claro.

Hacía mucho frío, pero la familia, cuando sabía que había prima, te esperaba (risas). Ver la cara de felicidad de mi madre en aquel momento, no tenía precio. Me quedé con una parte, estuvimos negociando allí en el frío del parking después del partido y la primera prima, sí, se la quedó mi madre.

Tu primer año en Valladolid es un boom y hay muchos artículos de la época hablando de ti. ¿Fue complicado?

Sí. Era difícil, pero yo lo naturalicé mucho, no me cambió demasiado la vida. Lo que sí me cambió es que tenía dinero, más poder adquisitivo. A nivel mental, yo era un tío muy descarado, de disfrutar. La gente no se da cuenta de que en el fútbol hay momentos buenos y momentos malos.

Onésimo

Salí, y al ser un jugador diferente, llamaba mucho la atención para lo bueno y para lo malo. Incluso en un mismo partido en el minuto sesenta me estaban silbando y pidiendo que me cambiaran pero en el ochenta era capaz de ponerlos de pie y que sacaran pañuelos. Vivía de eso, y al vivir de eso… Cuando debuté, ya llevaba dos o tres años entrenando con el primer equipo y tenía cierta, no experiencia, pero sí cierto caché desde el juvenil.

Te sabías diferente

Yo sabía que era bueno, sí. Eso se ve. La peor modestia es la falsa. Y si lo ves, lo ves. Lo notaba mucho cuando iba a jugar por ahí con el juvenil del Valladolid, e incluso veía que había gente que ya me conocía pese a estar en esa categoría. Ahora no conoces a ningún juvenil.

Recuerdo una anécdota en Sevilla, jugando un Betis – Valladolid de juveniles en el que mi entrenador, Yepes, me quería cambiar. Ellos ya estaban acostumbrados a verme jugar, era uno de esos días que tienes en los que la pierdes, intentas regatear… y él comentó en el banquillo: «Lo voy a cambiar porque no está». En ese momento, la gente del Betis le comenzó a gritar: «¿Cómo lo vas a cambiar? Como lo cambies te matamos» (risas).

No estaban acostumbrados a jugadores así, aunque el que estaba acostumbrado a veces se cansaba también, porque es verdad que yo era muy individualista. Lo fui corrigiendo o mejorando con el tiempo, pero el que es bueno con la pelota tiene que ser individualista, porque su virtud es esa.

Entonces, sí sabía que era bueno. Lo que no pensaba era sí iba a vivir del fútbol hasta que pasó. No era mi objetivo, pues yo lo que quería era jugar y disfrutar. Disfrutaba jugando, por lo que si bajaba con el juvenil, jugaba con el juvenil, si subía al Promesas, pues lo hacía allí. Y cuando me mandaron al primer equipo, pues encantado.

Sin embargo, te marchas cedido al Cádiz después de un par de años.

Era un jugador con mucha personalidad, para lo bueno y para lo malo, por lo que a veces podía chocar con algún entrenador. Tuve una época mala con don Vicente (Cantatore), y quizá tendría él más razón que yo, es verdad, porque tuve un periodo difícil. Pero yo era muy directo. No me gusta la gente que no te mira a los ojos, que te da la mano despacio… me gusta la gente que te dice las cosas a la cara.

Tuve algún problema y en aquellos momentos también era muy joven. No vine bien a pretemporada, lo hice fuera de peso y chocamos mucho. Yo era un jugador al que la afición quería mucho, me pedían, y basta que me pidieran para que él no me pusiera. Tuvimos nuestras cosas en aquel momento, pero luego nos llevamos muy bien.

Nos llevamos mejor después que cuando coincidimos. Tampoco es que estuviésemos enfrentados, pero veíamos las cosas diferentes y me tuve que ir. Me quiso el Cádiz y yo, para eso, era muy valiente. No me importaba. Si me tengo que ir, me voy. Además, estuve muy a gusto en el Cádiz.

¿Tenías propensión a coger kilos?

Tenía muchos problemas con el tema de engordar. De hecho, en juveniles pesaba ochenta y tantos kilos y de profesional, cuando empecé, tuve que bajar. Mi peso de competición era setenta y siete, que no tiene nada que ver con el ideal, porque en el de competición te pesan los músculos, etcétera.

Yo, por herencia, por mi padre, siempre he sido muy fuerte y ya te decía que con quince o dieciséis años entrenaba con el primer equipo y estaba muy formado. Luego, sí que he tenido problemas porque me iba de peso. Ya lo ves ahora. La gente asocia irse de peso con no cuidarse, pero eso es relativo.

Onésimo

Hay veces en que la constitución de cada uno es la constitución de cada uno. Recuerdo que allí me cuidaba mucho, porque el campo no engaña y tienes que estar bien, pero el año ese del que hablábamos es cierto que me descuidé, vine a pretemporada con kilos de más y el míster no me lo pasó.

Lo fui corrigiendo, sufrí mucho esa pretemporada y me juré que no iba a pasar nunca más, pero tenía que hacer salvajadas para llegar bien, porque a poco que me desviara en las tres semanas de vacaciones ya cogía cuatro o cinco kilos. Era, y soy, muy propenso a engordar.

Se escribió en aquellos años que no fuiste convocado por Vicente Cantatore para un partido, te quedaste en casa y que como Gabi Moya se lesionó te estuvieron llamando incluso por megafonía.

Sí, es cierto. Pero aunque ahora sí es así, porque esto ha cambiado, antes no tenías por qué ir al campo si no estabas convocado. Es cierto que debería haber ido por mis compañeros, pero fue una semana muy difícil, estaba en un momento complicado y la verdad que no fui. Creo que no acerté, pero la gente se equivoca, porque no tenía la obligación de ir. Ahí está la diferencia.

Además, luego lo arreglamos. Con el míster no hubo problema, pues él sabía. Me hizo ver que, por deferencia, no a él, sino a mis compañeros, debería haber ido. Tenía razón, pero no me pasó absolutamente nada. Yo también le comenté: «Pero míster, si somos dieciséis, se lesiona Gabi Moya, que en aquel momento era titular, y me quieres poner a mí, me tenías que haber convocado». Me equivoqué. Además, con lo que a mí me gustaba jugar al fútbol, debería haber estado allí y hubiera jugado.

¿Cómo recuerdas aquella temporada en Cádiz?

Fue un año muy bueno. Nos salvamos con tiempo por delante y me vino muy bien, pues hay veces en la que tienes que salir de tu zona de confort. La suerte que tuve es que lo hice muy pronto, pues tenía diecinueve años cuando jugué en el Cádiz. Es algo que te viene muy bien, ves otra cosa, espabilas y te tienes que buscar la vida.

Además, coincidí con unos compañeros de primer nivel, disfruté mucho en el día a día con el Mago, que era Dios futbolísticamente, Chico Linares, Carmelo, Bermell o Antonio Calderón, Cortijo y Barla que era muy jóvenes, casi de mi edad y con los que  también coincidí en el Rayo Vallecano. Me los llevé: «Habéis conocido el sur, ahora os voy a enseñar el norte» (risas).

En esa temporada tuve alguna lesión, porque hay mucho cambio, sales del frío de Valladolid y allí es otra cosa. Recuerdo que en agosto me tenía que comprar ocho o diez niquis para ir cambiándome por la humedad y lo que sudaba, pero la experiencia estuvo muy bien y te da otro perfil de cómo es esto.

De hecho, a muchos jugadores que yo entreno les advierto que tienen que salir de casita, cambiar de entorno, ver cómo funciona todo en otros lugares: «El coche no se cae y hay carretera hasta cualquier sitio».

Mágico González.

Era otro nivel. Yo, con la pelota, en todos los equipos en los que he estado, era de los más destacados, pero él era otra cosa. Estaría entre los seis, siete elegidos del fútbol mundial: a ese nivel te lo pongo. Otra cultura, otro momento, otra historia, pero top. Era como si entrenabas con Messi, Maradona y esta gente que es diferente.

Lo veías y era mejor en todo, sobre todo con el balón. Además, era un gran tipo. Venía de otra cultura y tenía otras pretensiones en la vida, pero él sólo quería ser feliz. También te digo que en muchas cosas de las que se dijeron hay mucha leyenda y pasa como en el parchís: comen una y cuentan veinte.

El Mago era un buenazo, yo me quedaba mucho con él después de los entrenamientos. Le pedíamos al utillero: «Esconde tres balones»,  cuando se iban todos nos quedábamos él y yo a hacer malabarismos en Carranza y era una maravilla. Nos quedábamos media hora o cuarenta minutos y era una auténtica gozada. Compartir entrenamiento con él ha sido una de las mejores cosas que me ha dado el fútbol.

Proliferaron los rumores sobre algunas salidas nocturnas.

Es mentira, pero se hilan las historias. Con el Mago, creo que salí sólo una noche en la que lo hizo toda la plantilla. Fue después de una cena de equipo y nos fuimos a San Fernando. Esa fue la única vez, pues si yo salía lo hacía con gente más de mi edad. No por nada, pero era así. Además, yo no era de salir.

Onésimo

He tenido un sambenito por ahí e incluso en campos han estado llamándome drogadicto cuando yo ni he fumado en mi vida. Mira que me puedes llamar cosas, pero eso… Tampoco la noche era algo que a mí me llamara la atención. Yo era más del tardeo. Me gusta charlar, jugar a las cartas.

¿Mus? ¿Tute?

Todo. Creo que he perdido dinero por jugar al fútbol. Tenía que haber jugado a las cartas.

Los jugadores de mus siempre decimos que somos los mejores…

Correcto, pero es que en mi caso es verdad.

También las apuestas tirando de habilidad.

¡He tenido tantas! Con el balón era muy bueno y hacía muchas virguerías. Un día hice una de llevar la pelota desde la Masía al Miniestadi, donde entrenábamos. Había que pasar por el Camp Nou, cruzar toda la calle grande, meterte en el Miniestadi, bajar por donde meten todos los coches y autobuses, abrir todas las puertas hasta que llegas al vestuario y dejar el balón en el saco del utillero sin que se cayera en todo el trayecto.

Los compañeros iban detrás mirando y creo que tardé, por lo menos, quince minutos. Había que pararse en los semáforos con el balón controlado, ir por el paso de cebra, saludar a todos los que había por allí. ¡Y la gané! Por ahí andaba Tito Vilanova, que en paz descanse, Chapi Ferrer, Busquets padre…

He sido mucho de hacer cosas de estas. En Valladolid subía y bajaba las escaleras del vestuario controlando una naranja. Jugando en el Sevilla, en una pretemporada en Suiza nos estaban pegando una paliza y aposté con Camacho que si daba ciento cincuenta toques a una naranja sin que se cayera no entrenábamos por la tarde y nos daba descanso.

Me puse a la hora de la comida con todo el equipo delante, hice los ciento cincuenta toques, di el último con el talón y al acabar me indicó el míster: «Tú no vas a entrenar, pero estos sí». Con Camacho ganábamos muchas apuestas porque me decía: «Apuéstales que haces algo a estos primaveras, que no te conocen». Éramos muy de eso.

David Vidal.

David es especial en todo. Y en aquella época mucho más. Él venía del filial, porque esa temporada empezamos con Senekowitsch, y David siempre ha sido lo que se ha visto: alguien diferente.

Y tras un año en Cádiz, cesión al FC Barcelona.

Después de mi cesión en el Cádiz vuelvo al Valladolid y un día estando allí viene una de mis hermanas para avisarme de que me estaba llamando Joan Gaspart por teléfono para hablar conmigo. Es verdad que un tiempo antes, charlando un día con Charly Rexach me comentó: «A Cruyff le encantas».

Ya me había enfrentado con Charly en juveniles porque él estaba en la estructura del Barça y creo que siempre me quiso llevar al Barça desde mi época en esa categoría. Él es un tío pausado, tranquilo, con talento y que ve él fútbol de una forma increíble. Estando de segundo entrenador en el FC Barcelona ya me anticipó: «Niño, no te extrañe que vengas con nosotros».

Johan buscaba especialistas y a mí me quería con el 7, ahí abierto a la derecha. Veía que yo tenía esas condiciones que podían hacer falta. Obviamente, yo en el uno contra uno, el uno contra dos, era un jugador diferente.

¿No alucinaste cuando recibes la llamada?

Piensas «esto es una broma», pero al final surgió y fiché un año cedido. Mi situación personal también había cambiado, porque me había casado y ya tenía un hijo. Ir a Cádiz, ser padre, te cambia. Te adelanta muchos pasos y ya era otra cosa.

¿Cómo es ese primer día en el vestuario del FC Barcelona?

Yo era muy descarado, y al ser así… el descaro bien entendido te va bien para algunas cosas. Estaba allí con mi socio, con mi hermano, Eusebito, me veía bueno e incluso les hacía algunas bromas: «Laudrup y yo. Los balones a Laudrup y a mí». Recuerdo que Laudrup se reía mucho y yo le comentaba «Sí, sí, los balones a los buenos: a ti y a mí».

Hablas con mucho cariño de Eusebio Sacristán.

Desde mi debut, cuando ya entreno con el primer equipo, Eusebio me ha dado todo aquí. Era la estrella del Valladolid y yo, digamos, que era la futura. Yo, por aquel entonces, estaba en juveniles y vivía de él, vivía en su coche… Eusebio era un jugadorazo, el mejor centrocampista que yo he visto, pues es alguien que lo ve antes.

Onésimo

Ahora que eres entrenador, lo entiendes: la  gente que lo ve antes es diferencial, pues no la puedes marcar y no sólo juegan bien ellos, sino que también hacen que lo hagan también los demás. Ha habido muy pocos jugadores cómo él: después, quizá hayan estado Guardiola o Xavi.

Además, él era un tío que se adaptaba a cualquier cosa. Si Cruyff le decía que en la derecha de lateral, ahí estaba, pero para mí era el mejor centrocampista del Barça de aquella época con mucha diferencia. Y mira que había gente de nivel como Guillermo Amor o Luis Milla. Lo que pasa es que además él se adaptaba a esto, por eso estuvo siete u ocho años siendo elite y haciendo jugar mejor a los demás.

Cualquiera que haya jugado con él te lo dirá. Yo recuerdo precisamente una frase de Johan sobre Eusebio: «¿Tiene gol? no. ¿es rápido? no. ¿Va bien de cabeza? no. ¿Regatea bien? no. ¿Es fuerte? No. ¿Y qué hace? juega muy bien al fútbol». Ese era Eusebio.

Entrenar con Johan Cruyff, palabras mayores.

El de Barcelona fue un año muy especial para mí por lo que supone estar en el Barça, pero jugué muy poco. Era una temporada muy difícil, pero Cruyff era un genio para todo. Me llevaba muy bien con él y, además, como era muy descarado, creo que a él el descaro también le gustaba y me entendió.

Personalmente, quería jugar más, pero con él me llevé siempre bien. De hecho, en aquella época a mí me gustaba practicar después de los entrenamientos y siempre estaba él: «Vamos a hacerlo, a tirar al larguero». Nos jugábamos muchas cosas e incluso nos tirábamos penaltis y él se ponía de portero. En aquella época todavía estaba muy bien y era un completo genio.

Ese descaro mío a él le gustaba y, de hecho, muchos compañeros me comentaban: «Lo que tú le dices al míster, otro no se lo dice más». Después de esa temporada, en la que tuvimos dos o tres charlas por lo directo que yo he sido, cada vez que nos veíamos lo pasábamos muy bien, cuando jugábamos en contra me venía a buscar y hablábamos mucho.Luego, cuando me retiré iba mucho a verle donde estaba.

Me decía Luis Cembranos que cuando entrenaba con Cruyff y Charly Rexach parecían dos jugadores más.

En los juegos de posición, en los rondos, eran los mejores. Eso sí, se los preparaban para ellos. En aquellos años tenían un nivel como el de los jugadores o, incluso más. Johan era lo que era, físicamente estaba muy bien, y Charly también era muy bueno.

Recuerdo que yo con Johan tenía una: siempre me mandaba a su rondo y cuando me acercaba para apoyarle, si él la perdía me metía dentro. «Míster, ¿por qué?». «Porqué te has acercado y lo que tienes que hacer es alejarte para darme salida». En la siguiente jugada, te alejabas, y si la perdía te volvía a meter dentro. «¿Y ahora por qué, míster?». «Ven a apoyarme». Y allí ibas, para dentro. Cualquiera le decía que no al tío (risas).

Juegas cinco partidos con el primer equipo y el mejor es el que os enfrentó al Anderlecht. Sales después del descanso con la necesidad de remontar y Cruyff dice a tus compañeros: «Balones a Onésimo».

Es verdad que eso lo dijo Johan. Pero fíjate que para aquel partido yo no estaba ni convocado. Me llamaron el martes anterior para informarme de que Johan había dicho que tenía que ir al Montanyà. Fui y pensé que igual ni me convocaba, porque éramos diecisiete o dieciocho para la convocatoria, pero al final me metió en el banquillo.

Al descanso íbamos cero a cero después de haber perdido dos a cero en el partido de ida, me llamó Ángel Vilda para pedirme que calentara, ni subí al vestuario, me bajaron la camiseta y a jugar. El campo estaba lleno hasta arriba, salí por Ernesto Valverde y antes de empezar el entrenador me advirtió: «Les he dicho que todos los balones a ti. Tienes veinticinco minutos para remontar. Si no, te saco y meto a Alexanco de delantero centro».

Le pregunté a Eusebio que si el míster les había dicho que todos los balones a mí y él me lo confirmó. «Pues ya sabes, dame el primero». A mí me sale el partido este donde el descaro ayuda mucho. La gran lástima es que marcamos los dos goles, fuimos a la prórroga y nos echan allí, pero hice una segunda parte y una prórroga espectaculares. ¿Y sabes qué pasó? Al encuentro siguiente fui con el Barça B.

Onésimo

Eso era Johan (risas). Jugábamos en Vigo, yo pensaba que después del partido que había hecho iba a ir seguro y acabé jugando un Eldense – Barça B. Ahí ya te entra el bajón. En el filial, cuando bajaba a jugar, estaba muy bien con mis compañeros, porque éramos un muy buen equipo y recuerdo que por ahí estaban el Chapi Ferrer, Carles Busquets… Además, soy un tío que se adapta muy bien y al que le gustaba jugar al fútbol, pero ese día ya vi que…

¿Cuándo firmas con el FC Barcelona sabías que existía la posibilidad de jugar en el filial?

Sí, pero yo tenía mucha confianza en mí, ya llevaba dos años en Primera, sabía que era bueno y pensaba: «Voy a ir y voy a jugar». De hecho, yo me veía entrenando y me notaba bien. Sinceramente, creo que no tuve suerte por la temporada en que estuve. Si llega a ser un año en el que las cosas hubieran ido mejor, habría jugado más. Al final, cuando las cosas van mal, siempre ponían a los que tenían que poner, que eran muy buenos, no te voy a decir que no.

Johan tampoco tenía el poder que tuvo luego, pues creo que ese fue el primer año en que se lleva un título nacional cuando se gana la final de la Copa del Rey al Real Madrid. Creo que si llego a estar con un Johan más fuerte, hubiera jugado mucho más, porque lo que sí sabía es que él era un enamorado de mi juego.

Fíjate lo poco que jugué y el partido que le estoy sacando, porque la gente se acuerda, como pasó aquel partido ante el Anderlecht o contra el AC Milan en la Supercopa de Europa tanto en la ida como en la vuelta. El primer partido aquí empatamos a uno y la vuelta allí perdimos  uno a cero.

En Liga solamente jugué dos partidos, con el Castellón en casa, que además estuve muy bien, y en Mallorca. Fueron pocos momentos, muy puntuales, pero creo que equivoqué el año, porque fue una temporada muy complicada tanto para el Barça como para Johan.

En esa Supercopa, cara a cara con Paolo Maldini: palabras mayores.

Maldini tenía mi edad, pero lo veías a él y me veías a mí y yo decía: «Sí, sí, aunque no tengo pinta, también soy futbolista». El tío era un espectáculo. Aquel Milan era increíble con Baresi, Costacurta, Rijkaard, Gullit, Van Basten, Massaro y todos estos. Un auténtico equipazo. Nos ganaron por poco, pero fueron muy superiores. En aquel momento, eran otra cosa.

Vuelves a Valladolid y te pones a las órdenes de Maturana.

El Pacho era un entrenador especial, diferente. A mí me fue muy bien porque jugaba siempre, pero él me advertía: «Saco a este equipo y luego sales tú y los sentencias». Y yo le comentaba: «También quiero salir de inicio alguna vez». «¿Para qué? Que los cansen estos y tú los rematas». Era muy especial y yo he cogido muchas cosas de él como entrenador en el aspecto zonal.

Trabajaba mucho la zona, de hecho, él trabajaba sólo con los defensas, nosotros nos íbamos a hacerlo con el preparador físico y luego nos juntaban. Me enseñó mucho en el tema de defender todos la misma pelota, la presión adelantada. En el tema ofensivo, creía mucho en las condiciones de los futbolistas y mi manera de jugar coincidía mucho con la de él.

Recuerdo algunas frases míticas suyas como aquella en la que me comentó que deberían haber multado a todos los técnicos que había tenido en inferiores por no haberme mejorado. Era muy buen entrenador y, sobre todo, veía el fútbol muy bien, especialmente en el tema zonal, que es el que mejor lo ha trabajado con nosotros.

Aquel Valladolid se ganó muchos elogios e incluso Maturana estuvo a punto de ir al Real Madrid.

Jugábamos muy bien al fútbol. Quizá nos faltaba un poco de profundidad porque éramos muy de balón al pie, pero sobre todo defendíamos muy bien. El equipo defendía muy bien alto, que en aquellos años no se estilaba, pues era más habitual el repliegue y bajar todos. Sin embargo, nosotros apretábamos arriba y la línea de cuatro jugaba muy bien arriba con distancia. Y eso era la novedad.

Al principio costó, porque era otra manera de entender el fútbol, pero luego hicimos un año de muy buen fútbol, ganando en campos en los que no habíamos ganado nunca, dejando nuestra portería a cero en varias oportunidades y pasamos de ser un equipo que esperaba a otro que iba a por el partido y jugaba en campo rival. Yo, como delantero, lo adoraba, porque antaño había partidos en los que no sabía ni de qué color vestía el portero rival debido a que ni nos acercábamos.

Sin embargo, la temporada siguiente el equipo acaba descendiendo.

Pasaron muchas cosas, tanto deportivas como extradeportivas. Tuvimos muchos problemas económicos, los colombianos también se tuvieron que ir por impagos… hubo muchos problemas. A Pacho lo cesan cuando estamos ahí ahí con el descenso, pero fue una decadencia en la que se juntaron problemas deportivos y extradeportivos.

¿Cómo fue la integración de los colombianos en aquel equipo?

Ellos muy bien. Leonel era uno más cercano porque ya había estado el año anterior y con René y Valderrama, muy bien. El Pibe era un jugadorazo, aunque él era un futbolista de manejo más que de velocidad y ahí le costaba un poco porque nosotros éramos un equipo de atacar rápido. Pero él era buenísimo y con una calidad excepcional.

A René es cierto que le costó, pues era un jugador diferente: salía porque jugaba muy bien con los pies, nuestros defensas no sabían dónde ponerse… pero como compañeros, ambos muy bien. Estuvieron muy poco, pero no recuerdo ningún problema con ellos.

Lo que sí recordarás es la imagen de Míchel y Valderrama. Tú andabas por allí…

Yo con Buyo: «¡Cómo me toques!» (risas). Sobre el césped no nos dimos cuenta. En el campo veías un rifirrafe y lo que hacías era defender a tu compañero. Luego la imagen tuvo más trascendencia, obviamente, porque se vio por televisión, pero en el campo apenas nos enteramos, la verdad.

En 1993 llega tu salto al Rayo Vallecano.

Yo venía de ascender con el Valladolid, terminaba contrato y estaba para renovar, pero otro entrenador que siempre me ha querido llevar con él ha sido Camacho. Él logra el ascenso con el Rayo Vallecano, consigue la salvación la temporada siguiente, vienen a negociar y decido irme porque la oferta del Rayo era muy superior a la del Valladolid, pues pese a que el Valladolid me ofrece más años el Rayo me lo mejoraba mucho.

Luego, curiosamente, me ficha Camacho y se va al Espanyol, el tío, por lo que nos quedamos con Felines, un histórico del club, de entrenador.

Luis Cembranos comentaba que su primer encuentro con José María Ruiz Mateos fue de lo más peculiar…

Mi primera conversación con él es ya avanzada la temporada. Llego, empezamos a jugar y hasta los tres o cuatro meses no hablé por primera vez con él: «Me hablan muy bien de ti, que eres de Valladolid». Creo que acerté fichando por el Rayo Vallecano porque soy pucelano y blanquivioleta de toda la vida, pero el Rayo es el equipo con el que más me identifico: por el barrio, la gente, Vallecas, ese fútbol de calle, el club… por todo.

En el Rayo estuve realmente muy bien y mi primera conversación con don José María fue esa: yo ya llevaba tres meses, destacaba, mi manera de jugar y de competir iba muy bien con la barriada, ya era un poco ídolo y él conmigo estuvo muy bien. De hecho, al poco ya comencé a ser capitán. Esa primera temporada en Vallecas fue en la que descendemos en la promoción contra el Compostela.

Aquella temporada del descenso compartes ataque con Hugo Sánchez, del que Martín Vázquez dijo que iba con sus propias fotos para firmar cuando jugaba en el Real Madrid.

Hugo era un crack. Y al ser un crack, se comportaba como tal. En el Rayo éramos más de la calle, pero él era un crack. Yo tuve mucha relación con él, porque al final jugábamos los dos en punta, aunque también alternaba con Isma (Urzaiz), que era un gran jugador. Pero Hugo era muy bueno. Él ya venía del Madrid, de hacer su historia y era un poco diferente. Era el Hugo Fútbol Club.

Yo le decía: «Tenemos aquí al Hugo Fútbol Club», pero remataba y las metía. Y lo importante es eso. Sólo estuvo un año, vino a hacer lo que tenía que hacer, no pintaba en el Rayo, porque el Rayo siempre ha sido otra cosa, pero la verdad es que él estuvo muy bien. La lástima fue que tuvimos un muy buen año, pero el final nos hundió.

Creo que llegamos a estar en mitad de la tabla, pero tuvimos un final horroroso, con muchas lesiones, Hugo tuvo problemas… todo ese lío y terminamos cayendo en una promoción con el Compostela, empatamos los dos partidos y hubo un tercero en Oviedo. En la ida empatamos a uno, me hicieron dos penaltis, pitaron uno que falló Hugo y en la vuelta quedamos cero a cero y yo me lesioné, por lo que no pude jugar el desempate que perdimos por tres a uno en campo neutral.

Onésimo

Fue la única vez que se hizo eso, algo muy raro que pasó. Un año muy duro, muy difícil al final porque habíamos hecho una gran temporada y se estropeó todo en los dos últimos meses.

Hugo tenía un miedo atroz a los aviones.

Sí, yo le metía un poco de caña. Tenía pánico a los aviones, sudaba mucho, y le hacía algunas bromas, porque yo iba jugando a las cartas: «Si se cae, se cae. Con el as de espadas no te vas a matar».

Esa primera temporada también es la del debut de Míchel en Liga, contra el FC Barcelona.

Llevaba entrenando con nosotros todo el año. Era la promesa del Rayo, una zurda espectacular. De inicio era muy timidín, pero luego muy bien, porque se fue acostumbrando. Ya estaba allí desde el primer entrenamiento que hago en el Rayo Vallecano. Él y Josemi, otro chaval que también jugaba muy bien.

A Míchel, en un principio le costaba porque era muy bueno, pero muy tímido. ¡Tenía una zurda! Tú le veías y sabías que iba a ser futbolista, porque esa zurda la tenían muy pocos. Aquel año jugó poco, pero fue teniendo cada vez más protagonismo y al final se convirtió en todo un ídolo en Vallecas.

En Segunda División coincides con Guilherme, que llega en diciembre y marca 17 goles en 17 partidos.

Era un rematador increíble. Un nueve, nueve. Un jugador muy digno fuera del área pero que dentro era letal. Cuando llegó en enero nos vino muy bien, porque nosotros en Segunda División éramos el equipo a batir, empezamos muy mal y acabamos muy bien. En las últimas veinticinco jornadas hicimos números de líder destacado, ganábamos todo y él nos ayudó mucho para que pudiésemos lograr el ascenso con algunos partidos de antelación.

Es cierto que al comienzo nos costó adaptarnos a la categoría porque teníamos jugadores de Primera debido a algo bueno que había hecho el equipo, que fue mantener a varios futbolistas. Al final hicimos una gran temporada tanto en Liga como en Copa del Rey, donde llegamos a cuartos de final y nos eliminó el Sporting de Gijón en Vallecas.

Paquito hizo una gran labor como entrenador después de la salida de David Vidal y tengo muy buen recuerdo de aquella temporada con Calderón y otros tantos.

¿Cuál es el atacante con el que mejor te has entendido?

El mejor, Mágico González, con diferencia. En cuanto al que mejor me he entendido, lo cierto es que he estado muy bien con varios, pues yo era un jugador que se llevaba muy bien con los nueves, ya que aunque les hacía esperar porque regateaba mucho, también les surtía mucho. Guilherme fue uno de ellos, el Goyo Fonseca en Valladolid, que era un espectáculo y un gran rematador, también.

He jugado con grandes nueves como Hugo Sánchez, el mejor rematador que he visto, o Urzaiz, que era muy bueno pero muy joven cuando coincidimos en Vallecas. Además de ser muy bueno rematando y medir tanto, el tío tenía una calidad sensacional, paraba la pelota y jugaba muy bien.

He jugado con Bebeto en Sevilla, que también era muy bueno; Salva, que era un gran rematador… he podido compartir ataque con grandes delanteros y por mi forma de jugar más en banda y ellos ser nueves, hacíamos grandes sociedades.

Amavisca dijo que si cogías la pelota, él ya no la veía más.

Era un llorón (risas), y yo le decía: «Pero si has triunfado por mí, que todos vienen a tapar la derecha y te dejan solo en la izquierda». Yo lo vendí al Madrid y lo llevé a la selección. Y a la Olímpica, que yo no fui por poquito, por edad, ya que tenía 23 años y había un jaleo ahí. Yo cumplía los 24 en agosto y los Juegos Olímpicos eran antes, por lo que durante el evento tenía 23, pero lo hicieron por año natural y no pude ir.

Onésimo

Volviendo a Emilio, él era otra cosa: un extremo rápido, muy desequilibrante, descarado y con gol, algo que no era nada fácil en esos tiempos y nada habitual en la época. El fútbol lo fue llevando más a la punta con el paso del tiempo, pero ya se le veía que iba a ser muy bueno. «Pero sí me llevo a todos a la derecha y a ti no te hace caso nadie. Cuando la coges, estás solo y a triunfar» (risas). Un grande.

¿Llegaste a ver cerca el jugar en la Selección? Se llegó a hablar de la posibilidad para el Mundial de 1994.

Sí lo vi cerca, porque aunque Clemente era otro tipo de entrenador, sí que buscaba un especialista y recuerdo que llevó a Juanele, que era un jugador de mi estilo. Esa temporada hice un gran año en Primera División y vi cerca alguna llamada porque él pretendía ese tipo de futbolista que en quince minutos resolviera. Y yo lo tenía, pues era un jugador que salía y si tenía el día bueno hacía cuatro o cinco jugadas de cambiar el partido.

Eso de salir y remontar encuentros me ha pasado en muchas ocasiones, por lo que los entrenadores me utilizaban mucho para eso. Era muy explosivo pero que además tardaba muy poco en ponerme a ritmo de partido: salía y la primera me la jugaba, no necesitaba tiempo.

Los que no han jugado mucho a esto señalan: «Fíjate este, sale, lleva cinco minutos y está asfixiado». No saben la dificultad que entraña ponerse a ritmo de partido. Por mucho que calientes y que te hagan, salir y estar al mismo ritmo que los que llevan ochenta minutos jugando es muy complicado. Eso lo sabemos los que lo hemos vivido.

Si hay un encuentro que recuerda la afición del Rayo Vallecano es aquella vuelta de promoción contra el Real Mallorca y tu gol para el 2-0 y quedarse en Primera.

Fue un partido muy especial. En primer lugar, yo sabía que me iba del Rayo, porque acababa contrato y aunque el club me quería renovar era consciente de que era mi último encuentro en Vallecas. Había sido otro año convulso, con tres o cuatro entrenadores y el último en llegar había sido Zambrano, un tío de club, un auténtico espectáculo como entrenador y como persona, y muy querido por nosotros.

Creo recordar que jugamos miércoles y sábado, y para la ida yo veía al míster con dudas, por lo que me acerqué a él en el avión: «No me vas a poner en la ida y es un error, pero no te preocupes, porque en la vuelta te lo voy a resolver yo». Y pasó: no me puso de titular en la ida, jugué quince minutos, perdimos uno a cero después de que el Mallorca nos diera un baño y Wilfred, que en paz descanse, nos salvase el partido.

Recuerdo acabar en el Lluís Sitjar, con todo el mundo mosqueado y yo: «¿Enfadados? Pero si nos hemos quedado en Primera. Nos podían haber metido cuatro y nos vamos con uno a cero. A estos en Vallecas nos los comemos. No saben lo que han hecho dejándonos vivos».

Con eso intentaba levantar la moral, pero era la verdad. Ellos tenían un equipazo y Wilfred nos salvó, pero en la vuelta fue completamente distinto. Además, fue un partido atípico porque salimos, los pasamos por encima e íbamos uno a cero al cuarto de hora, pero expulsaron a Wilfred en el veinticinco.

Habíamos hecho un inicio sensacional igualando la eliminatoria y siendo muy superiores, pero nos pillaron en una jugaba a la espalda, Wilfred no estaba muy acostumbrado a salir, la paró con la mano y roja directa. Entonces, tenía que salir Abel y, claro, quitar a un delantero.

En ataque jugábamos Aquino, Guilherme y yo. ¡Vaya elección! Personalmente, estaba jugando muy bien e imaginaba que el míster no me iba a quitar, pero por si acaso le eché una miradita como diciendo «ni se te ocurra» (risas). Guilherme había marcado el 1-0 y finalmente Zambrano se decidió por Aquino. Ellos tuvieron algunas, y aunque jugábamos con diez, nosotros en Vallecas éramos un equipo muy peleón y yo sabía que alguna iba a tener.

¿Pensaste en tirar desde el primer momento?

Con Antonio tenía muy buen entendimiento. Ya habíamos jugado en el Cádiz y nos conocíamos muy bien los dos. Yo era un jugador que era muy bueno al pie, pero entendía muy bien el espacio cuando la cogían jugadores que sabía que tenían buen desplazamiento. En el Rayo Vallecano, a Pablo Gómez, que luego jugó en el Alavés, y Antonio Calderón, que eran dos zurdos impresionantes, e incluso con Míchel, aunque jugaba más en banda, les decía: «Cuando vea que la cogéis con ventaja para la zurda, acordaos que me voy a abrir para romper: ponedla por encima».

Onésimo

La teníamos muy trabajada y así paso. En cuanto noté que la Antonia -yo llamaba así a Antonio Calderón- se giraba, pensé: «ya está». Me separé de Olaizola y cuando vi que me miraba, a correr, porque él era muy bueno en eso. Me puso un balón espectacular, encima botó, yo ya había visto que ellos jugaban con el portero muy adelantado y ya lo tenía pensado.

La iba a tirar por encima sí o sí, porque llevábamos ochenta minutos corriendo con uno menos y yo, que era de mucho balón, estaba ya casi sin gasolina. Le vi salir, la pegué de empeine exterior y en cuanto la toqué sabía que iba a ser gol seguro. ¡Uf! Esa sensación de hacer feliz a una barriada entera. Recuerdo girarme, ver a todos venir corriendo, que tenía hasta miedo, sobre todo a Cota, porque había que defenderse de él cuando marcabas un gol, ya que estabas asfixiado y te ahogaba (risas).

¡Qué no me agarre Cota! Ver a toda esa barriada feliz, con el campo a rebosar, fue una sensación de plenitud, de deber cumplido. Había pasado lo que tenía que pasar y ya estaba.

Eras un jugador distinto. ¿Te has sentido más querido u odiado por la afición?

En Vallecas, querido. He sido un jugador muy de extremos. Tanto por mis aficiones como por las rivales, he sido muy pitado, muy puteado y muy insultado, pero también muy admirado. Conmigo no ha habido término medio y se ha sido muy exagerado.

Pero, en general, en todos los sitios en los que he estado, me he sentido querido por la afición. Era un jugador que gustaba a los aficionados, aunque también les cabreaba mucho: cuando ibas a por cinco y te la quitaban, te decían que eras un chupón, lo del «te sobra un regate». «¿Y cuál era? ¿El cuarto o el quinto? Haber avisado».

Se te criticaba que hacías el regate y volvías a esperar al defensa otra vez.

¡Es que me cogían! Ellos, lo que no saben es que me cogían (risas). Se me criticaban muchas cosas, pero también se me valoraban. Me pasaba como con los entrenadores, que te pedían que la soltaras. Sin embargo, si el partido iba mal, me decían que me la jugara. «¿En qué quedamos?».

Yo era un jugador diferente, y al ser diferente había un amor-odio. Pero yo me he sentido querido. En Vallecas, además, valoraban mucho lo competitivo que era. He sido un jugador muy hábil, de talento y mucha calidad, pero además he sido muy competitivo y eso en el barrio se aprecia mucho. Ellos me veían luchar con aquellos centrales que había antes, esos laterales, y lo valoraban.

Tu forma de jugar ha hecho que te dieran de lo lindo.

Mucho, porque yo era un tipo de jugador muy determinado y el fútbol no estaba tan protegido como ahora. Lo que ahora es amarilla antes no era ni falta. Y si te hablo de los partidos fuera de casa, mucho más.

¡Pero tú no te asustabas!

No hacía ascos a las patadas, era competitivo y me metía mucho con los defensas. Los puteaba mucho. Y también les zumbaba mucho: metía mucho el cuerpo, les daba codazos, patadas… al competir, también eres peligroso, porque había que sobrevivir.

Recuerdo tu cara cuando jugabas: una mezcla de concentración y mala leche.

Yo jugaba enfadado. Siempre estaba enfadado con algo: con mi mujer, los niños, los compañeros, el míster, los rivales, el árbitro o conmigo mismo, pero siempre estaba enfadado. Todo eso acababa en el campo, pero mi forma de competir era así. Y me daba igual. Había días que ganabas por mucho y seguía igual, y otros en los que perdía por mucho e insistía. Tenía esa concentración cuando jugaba en la que me daba igual lo que estuviera pasando y sólo quería ganar y ser el mejor.

Lográis la salvación y te vas a Sevilla.

Me marcho con Camacho, pero en Sevilla fue una temporada muy difícil porque había muchos problemas de todo tipo, también extradeportivos. Aquel era un gran equipo y tenía un entrenador fantástico, empezamos ahí, ahí… luego tuvimos una buena racha y más tarde caímos.

Onésimo

Fue un periodo de mucho barullo, echaron al míster cuando estábamos en mitad de la tabla, llegó Bilardo… Al final hubo mucho runrún y eso nos hizo caer. Personalmente, también tuve un año muy complicado con dos o tres lesiones musculares, pues me costó adaptarme un poco al calor.

Teníamos una gran afición, muy buen equipo de inicio y que al final fue incluso mejor, ya que fichamos a Prosinecki, a Bebeto… pero se fueron acumulando los problemas y al final, cuando estaba todo para triunfar, nos acabamos yendo a Segunda.

Cuando un equipo que aspira a estar arriba se mete en una dinámica de derrotas, es más difícil salir que para otro que esté acostumbrado.

Sí. Además hubo mucha tensión, mucha presión y dificultades, incluso como entidad. El tema económico… Fue un año en el que teníamos todo para que fuera bien, hubo dos o tres meses que fueron correctos, pero luego se enturbió todo.

Y después de un año, vuelta al Rayo Vallecano, que también había descendido.

Te hablo de memoria, pero creo que en la siguiente pretemporada tan solo estoy yo de todos los que había fichado Camacho. Ramis, Gómez… todos tienen que salir, yo había firmado cuatro años pero también estaba en esa tesitura. Hice toda la pretemporada y la idea era quedarme, pero al final vino el Rayo, se llegó a un acuerdo y volví.

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas…

Cuando eres capitán y das mucho la cara, siempre hay problemas. Defiendes a tus compañeros, a tu afición, a tu club… pero al final los intereses se cruzan. La fuerza te la da el campo y cuando la tienes debes utilizarla. Y yo soy un tío muy echado para adelante en ese aspecto.

Personalmente, estuve bien en el Rayo Vallecano esa segunda etapa e hice un buen año con cinco goles y me hicieron cuatro o cinco penaltis. Lo que pasó es que hicimos una primera vuelta muy positiva en la que llegamos, incluso, a ser líderes, con Iosu Ortuondo de entrenador, pero luego la segunda ya no fue tan buena.

De hecho, terminamos la temporada octavos. Al final, llegué a un acuerdo y me marché. Además, yo soy un jugador para marcar diferencias, no para pasar desapercibido. Y sabía que no iba a durarme demasiado, porque marcar diferencias te obliga a estar a un nivel muy alto y yo ya notaba que físicamente iba perdiendo la fuerza, la velocidad y todo eso que me había hecho ser diferencial.

Seis meses sin equipo y la siguiente parada es Burgos.

Voy a Segunda B, ya de retirada. Llego a Burgos en el mercado de enero, hicimos seis meses en los que estuvimos a punto de ascender, jugamos playoff y estuve a gusto. Es otra categoría y ahí todavía era un jugador diferente.

Además, es lo que te comentaba antes, yo valoraba lo mismo jugar en el Bernabéu o el Camp Nou que ir a hacerlo con mis amigos: me encantaba jugar, por lo que yo disfruté muchísimo en Burgos con Asier Garitano, Luke… A mí me gustaba mucho poder estar jugando al fútbol y llevarme bien con mis compañeros.

Sin embargo, al no ascender no renové, tuve ciertas ofertas para jugar, incluso de fútbol sala, porque yo era un jugador muy de fútbol sala, y también del extranjero, pero no me atreví a dar el paso y decidí retirarme. Estuve a punto de irme fuera dos veces, pero ya tenía tres hijos y me costaba. Era casi el año 2000, no era la época de irse y había muy pocos jugadores españoles fuera.

Onésimo

Además, tenía treinta y un años, pero yo ya notaba que no iba a ser diferencial. Y yo sufría mucho si no podía serlo. No era un jugador de ver pasar las cosas por ahí, sino de marcar diferencias a mi estilo. Siempre quise seguir ligado al fútbol, lo tenía claro, pero como no encuentro nada que me motiva decido enfocarme en el siguiente paso.

Los últimos regates los haces en Palencia.

Dejo el fútbol durante un año y medio, con mi propensión a engordar cojo unos kilitos, empiezo a hacer otras cosas, porque siempre me ha gustado mucho el tema de la comunicación, echo de menos el jugar, el día a día con mis compañeros y viene el Palencia. Es a otro nivel, porque está en Tercera División, y decido aceptar porque todavía me veo para poder jugar, echo de menos el fútbol y creo que es una buena forma de enlazar con la siguiente etapa.

Tenía los dos carnets de entrenador, me faltaba tan solo el tercero y también quería hacer tema de dirección deportiva. El fútbol es mi vida y quería seguir ligado. Como no era profesional, entrenábamos por la tarde-noche, me daba tiempo a hacer otras cosas y me permitía tanto matar el gusanillo como mantenerme en forma.

Estuve muy bien durante dos temporadas, aunque lo que más me costaba era entrenar por las noches: cenar a las ocho de la tarde, tener que ir cuando hay Champions y a mi me apetece ver los partidos… pero lo cierto es que fueron un par de años muy buenos en los que llegamos a playoffs, aunque no logramos ascender.

Disfruté mucho, pero yo ya les decía: «Aquí, yo soy Guardiola». Ya jugaba más de primeras y aunque marcaba diferencias y hacía cosas distintas, físicamente no estaba igual. En esos momentos pensaba: «Si vieran como la suelto todos esos que decían que chupaba mucho…» Hice triunfar a mi 9, Gustavo: «Tú corre que yo te la pongo».

Ahí había más tiempo y tenía talento para eso. Es cierto que estuve cómodo, pero después del segundo playoff, el presidente me ofreció renovar y le respondí que le firmaba dos años, pero de director deportivo, pues todavía no tenía el carnet de entrenador nacional. Estuve dos años de director deportivo y en el primero ascendimos a Segunda B, algo que no pude hacer allí como jugador.

Al haber jugado a alto nivel tenía relación con distintos equipos y pudimos traer buenos jugadores, por ejemplo del Numancia, donde estaba Máximo Hernández, que había sido entrenador y director deportivo mío en el Rayo Vallecano. Tras el ascenso, me quedé una segunda temporada mientras me sacaba el título de entrenador nacional y logramos mantenernos, pero yo ya me desligué porque quería entrenar.

Hice las prácticas del carnet de entrenador en el juvenil del Valladolid porque estaba el que había sido mi entrenador, Javier Yepes, y empecé a entrenar.

¿Por qué entrenador?

Porque vivo por y para el fútbol. Es mí vida, me encanta este deporte, he educado a mis hijos con ejemplos de fútbol y para mi todo es fútbol. Cuando siento que no puedo seguir jugando, lo más cercano es entrenar o la dirección deportiva, pruebo las dos cosas y veo que me gusta más entrenar. Me gusta mucho ver fútbol, observar jugadores, descubrir talentos, mejorarlos y decido entrenar porque me gusta mucho.

Desde 2005, que comienzas en los banquillos hasta ahora, has tenido mucha continuidad pero no salen oportunidades en Primera. ¿Cuesta meterse en la rueda de esos entrenadores que vemos saltar de un equipo a otro?

Aquí me pasa un poco como cuando era futbolista. He jugado en todas las categorías del fútbol español y he entrenado en todas las categorías. ¿Qué pasa? Pues no sé. Soy un tío que no ha tenido representante casi nunca, soy muy directo… no sé.

Onésimo

Como tú dices, de los últimos dieciocho años he entrenado en quince, me ha ido bien, pero sí es cierto que no he dado el último paso a la elite. Entrené al Valladolid en Primera, aunque sólo fueron diez partidos. También al Huesca, con el que ascendimos a Segunda en la primera temporada en la que estuve y en la segunda hicimos la mejor campaña del equipo hasta entonces, y no tuve continuidad.

En el Murcia lo salvamos y tampoco seguí, luego me llamaron equipos de Segunda B… No he tenido la fortuna que tienen otros compañeros y a mí me han llamado para otro tipo de situaciones. Y como soy alguien a quien le gusta mucho el día a día, he estado muy a gusto entrenando en Huesca, en Toledo, también estuve de ayudante de Eusebio en Primera en el Girona y los tres años que pasé en Vigo con el filial del Celta. Me ha ido bien, estoy muy bien, valoro el día a día, pero no he podido dar ese salto.

Tu etapa en Primera con el Valladolid es muy breve.

Las dos épocas en que estuve en el filial me fue muy bien y cuando se va Mendilibar tengo la opción del primer equipo. Tenemos buenos partidos, pero al final el fútbol es conseguir resultados, los momentos puntuales son claves y no los conseguimos, por lo que regreso al filial. Cuando acaba la temporada viene el Huesca en Segunda División, decido dar el salto y nos va muy bien, pues nos salvamos con mucha antelación, pero no tengo continuidad.

Cuando no renuevo allí pienso que voy a tener ofertas, pero no las tengo. La siguiente etapa es en Murcia, donde estoy cuatro o cinco meses y los dos siguientes años no tengo ofertas, por lo que ya me empiezo a preocupar, ya que no lo veo normal: yo ya tenía un ascenso con el Huesca a Segunda División, buenos años con el filial del Valladolid en Segunda B y con el propio Huesca en Segunda.

Siempre digo que a mí me ficha el que me conoce y voy a Toledo por Sorribas, que había sido jugador mío en Huesca y le nombran director deportivo. Allí hacemos dos años de playoffs de ascenso sin ni siquiera ser el objetivo… Me ha ido muy bien, pero no he tenido esa llamada que otros tienen.

¿Lo consideras injusto?

No lo sé. Yo siempre he querido entrenar al Rayo Vallecano, con todo el respeto al compañero que está. ¿Por qué? Porque es mi equipo y tal. Y nunca se me ha dado. ¿Volver a entrenar al Valladolid? Ya no me han vuelto a llamar. Es algo que no pienso. Yo quiero seguir trabajando.

En aquel Valladolid tienes a tus órdenes a un Diego Costa de apenas 21 años.

Diego tenía unas condiciones bárbaras. Un jugador muy bueno al espacio. Me recordaba a mí, porque era otro que tenía que jugar enfadado. Es verdad que en aquella época, tan joven, el tío era demasiado impetuoso. Recuerdo un partido en el que nos deja con diez, pero es que a Diego no le podías quitar lo que tenía. Esa competitividad. Se la tienes que matizar y poner en una balanza lo que te da y lo que te quita. Y él te daba mucho.

En esa época era muy mejorable a la hora de la definición, trabajamos mucho con él en ese aspecto y lo mejoró mucho. Era un gran futbolista, se le veía pese a ser tan joven. Venía ya de un par de cesiones, todo lo visceral que era en el campo luego no lo era fuera y mejoró mucho.

Onésimo

De hecho, después de esa temporada se marchó al Atlético de Madrid y empezó a destacar. Tenía unas condiciones bárbaras, un carácter fuerte que había que matizar para que no le sacara del partido, pero si le quitabas ese carácter, él se salía del partido. Para sacar lo que tenía, debía jugar así.

También entrenas a Gabri Veiga, que ahora está en Arabia, cuando pasó por el filial del Celta.

Tenía unas condiciones increíbles. Yo le tuve los tres años que estuve en Vigo y es un jugador al que tuvimos que buscarle el sitio, porque es un futbolista muy difícil de ubicar, ya que por cómo juega puede ser pivote, pero tiene muy buena llegada y si juega ahí, la pierde. Gabri, además, ocupa mucho campo, aprieta muy bien y lee muy bien los partidos.

 

También tiene buen control y último pase. Trabajó mucho con nosotros, marcó mucho gol y se le veía con un físico envidiable y planta de futbolista. Una persona con las cosas claras, con un entorno familiar y que aceptaba muy bien todo, porque hay que apretarles. A los chicos jóvenes hay que darles, pero también apretarles. Me alegro mucho de la evolución tan buena que ha tenido.

¿Qué le diría el Onésimo entrenador a aquel Onésimo joven?

Soy de autoestima alta, así que creo que le hubiera hecho muy buen jugador. Mucho mejor de lo que fui. Le hubiera mejorado sus defectos y matizado sus virtudes: nunca quitarlas, siempre matizarlas. Tenía que haber sido mucho más vertical. A mí me gustaba jugar bien al fútbol, disfrutar y que la gente disfrutara, pero tendría que haber buscado más la efectividad. El, «gano la ventaja, dale». Yo ganaba la ventaja y a veces esperaba: «voy a ganarla otra vez».

También hubiera mejorado mucho el perfil zurdo, pues era un jugador que salía bien por los dos lados y por la izquierda jugaba muy bien, pero la zurda la tenía para verla. Del mismo modo, también tendría que haber mejorado mucho la lateralidad, la profundidad y llegar a rematar desde el lado contrario, buscar mucho más gol porque yo tenía ese primer control muy bueno, pero al jugar tan abierto lo hacía muy lejos de la portería.

Sí es verdad que era un gran asistente y daba muchos pases de gol, pero perdía efectividad de cara a gol. Tendría que haberme acercado mucho más a la portería. Son pequeños detalles que al final marcan que puedas llegar a un siguiente nivel.

¿Hubiera triunfado Onésimo en el fútbol actual?

Creo que a mí lo del día de hoy me beneficiaría. Por ejemplo, los defensas no pueden hacer las mismas entradas que hacían antes. Al final, es la comparación que hacen con Messi y Maradona. Son incomparables, no por la época, sino por los jugadores.

Futbolísticamente te puede gustar cualquiera, porque son dos genios y el que diga Messi acierta, al igual que el que diga Maradona. ¿La época? A Messi le hubiera costado más jugar en aquella otra época que a Maradona en la actual. ¿Por qué? Porque ahora se permite menos y los jugadores a los que nos gustaba encarar, ir a por el rival, tendríamos más facilidades ahora, sinceramente.

Además, el tipo de fútbol de ahora, en el que se juega con presión más adelantada y robas más en campo rival, es distinto. Antes, regateabas a tres y todavía estabas a cuarenta metros. Yo recuerdo marcar un gol, abrazarme con el otro punta y pensar «nos han anulado el gol, porque aquí no viene nadie», por lo lejos que estaba el resto equipo de la portería. Era otro fútbol, pero creo que ahora, y encima con la tele, el garito sería nuestro. Lo comprábamos (risas). Sí, me hubiera ido mejor ahora.

¿Con qué jugador de los actuales te identificas más? Durante muchos años casi había desaparecido la figura del extremo.

Son épocas muy diferentes, aunque se está recuperando un poco. Ahora ves a Lamine Yamal, que aunque es muy joven es de esos extremos que va, que busca. También Abde, que encara mucho. En Segunda está Hassan en el Sporting, que es un jugador de ese estilo.

El extremo es una figura que se está empezando a recuperar, porque al final se han dado cuenta que por mucho que inventen, el talento del futbolista va a estar por encima de la táctica y otros aspectos.

Ahora hay mucha gente que inventa espacios y cosas que no hay, lo venden relativamente bien, pero se lo compra quien no entiende de esto. A partir de ahí, es verdad que hay que sabérselo mejorar, meterlo en una idea y en un grupo, pero no se lo puedes quitar. Por eso, estos jugadores vuelven a salir un poco.

En su época, al que he visto que más me hubiera gustado entrenar era Gerard Deulofeu. Se lo decía mucho a Eusebio, que lo entrenó. Era el jugador más diferente en ese sentido y más parecido a mí, tanto en virtudes como en defectos, de los que yo he visto.

2 Comentarios

  1. Este tío era muy bueno y sin duda hubiera arrasado en el fútbol actual.
    Un Grande Onésimo.

    Un saludo desde Miami,

    Juan Pablo

  2. Recuerdo un partido en El Helmántico (UDS-Rayo Vallecano) en 2ª (en sus últimos años de jugador). Estaba Onésimo en el banquillo y el árbitro pitó el descanso. Salieron a calentar todos los reservas del Rayo y el campo se volvió a mirar el espectáculo de Onésimo: le decía a sus compañeros que se atrevieran a quitarle el balón y, entre risas, les ‘burreaba’ a todos cuando le entraban a quitar la pelota. Además, les hacía gestos con las manos de ‘ven, ven, quitámela si te atreves’… y les hacía unos regates de la leche. Hasta que le empezaron a entrar duro porque todo el campo estaba pendiente de cómo los humillaba con su brutal uno contra uno. Tuvo que parar de regatearles porque, si se descuida un poco, le rompen una pierna de las entradas que le hacían al final… Era un espectáculo. Como bien se desprende de la entrevista, era un jugador diferente. Yo le echo mucho de menos. Creo que tuvo una buena carrera, pero le faltó un puntito para ser una figura.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*