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¿Que por qué soy del Rayo Vallecano? Así pasen cien años…

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El autor del texto junto a Alberto Capón, del Rayo Vallecano
El autor del texto junto a Alberto Capón.

700 metros. Diez minutos andando. Una hora y media si paras en los bares a tomarte un botellín. Esta es la distancia que separa el número 34 de la calle Almonacid del estadio del Rayo Vallecano. Hace treinta años que dejé de vivir allí, pero la nostalgia puede más y hace apenas unos días llevé a mi hija a que conociera dónde su padre había sido niño.

El árbol y la pared de cemento entre los que hacíamos las porterías, la tierra que destrozaba nuestras rodillas mientras le dábamos patadas a un FT5 soñando con ser Cota, las tascas a las que iba a jugar a Double Dragon con los cinco duros que me había dado mi abuelo, el hueco que hay ahora en vez el kiosko donde compraba los sobres de cromos o la calle en la que estuvo a punto de atropellarme un Chrysler 150 porque cuando cruzaba iba pensando en cómo me gustaría que Arconada fuera el portero del Rayo después de ver la final de Copa entre la Real Sociedad y el Barcelona.

El barrio no está igual, pero sí muy parecido. Nos colamos en el bloque aprovechando que estaban instalando un ascensor en la fachada y los buzones son nuevos. También el alicatado del suelo y las paredes, pero cuando subes las escaleras puedes sentir el olor. A mi madre haciendo la cena. A la casa de mi vecino David y las eternas partidas al Match Day 2 en su Spectrum gris. «Papá, ¿entonces no teníais urba?». «No, la urba era el mundo».

Unos hablan del ascenso contra el Deportivo de la Coruña y como saltaron al césped tras la victoria. De hecho, si hubieran estado todos los que lo dicen, habría hecho falta un estadio con la capacidad de Maracaná. Otros se acuerdan del 4-4 ante el Atlético de Madrid, el 1-0 para romper el invicto del Real Madrid de Fabio Capello o la goleada al Girondins de Burdeos en la Copa de la UEFA.

Cota, del Rayo Vallecano
Cota (Foto: Cordon Press)

Cada vez que preguntas, todos tienen en la cabeza su primera vez en el campo. Yo no. He estado en todos esos partidos, pero soy incapaz de recordar el primero. Quizá fue un 1-0 contra el Sabadell. Tal vez un 3-1 ante el Figueras aquella temporada en la que lloré escuchando en la radio como el Real Murcia ganaba 3-0 en la ida de la promoción y ponía en chino el ascenso a Primera División.

¿Cómo te haces de un equipo? ¿Elegimos o nos elige? ¿Herencia familiar? A mi padre no le gusta el fútbol y para ver un partido en televisión acompañado, tenía que hacerlo en casa de mis abuelos con mis tíos. Ellos fueron los que me envolvieron en una bandera republicana para ver el España – Malta cuando era casi un bebé y con los que vi los cuatro goles de Butragueño en Querétaro. Allí, donde no se hablaba otro lenguaje que no fuera el madridista, yo les salí rana.

Al estadio le falta un fondo y una lona en homenaje a los fallecidos por COVID sigue detrás de la portería. En mis primeros partidos había tres o cuatro filas que ahora son historia, pero en las que llegamos a observar espectadores que, generosamente no llegarían a los cien, y a los que todavía se puede ver en los vídeos con los regates de Onésimo o los primeros goles de Míchel. Detrás, edificios desde los que se disfrutan los partidos y deben cerrar las ventanas si no quieren ver como un balón desperdigado acaba en el salón.

El próximo 29 de mayo llega el centenario y echar la vista atrás para recordar aquellos años es entrar en otra dimensión. Colarse en un pasillo del Ministerio del Tiempo para subir la Avenida de la Albufera, por la acera de Monte Igueldo: la del Brillante, la pastelería Rucor y la tienda de patatas Casillas. Aquellos soportales.

Tamudo, del Rayo Vallecano
Tamudo (Foto: Cordon Press)

Tomar dos pinchos morunos, saludar a los de siempre y entrar al estadio diez minutos antes de las 12 con tu bocata de lomo envuelto en papel albal. Esperar al descanso para convertir el envoltorio en una pelota y jugar en los vomitorios mientras los mayores sacaban la bota de vino y hablaban de la calidad de Javi Rey, el tesón de Cota o la mala leche de Botella.

Descubrir el abrazo de gol. Después del partido, camino de vuelta respondiendo al habitual «¿Qué ha hecho el Rayito?» de la gente con la que te ibas cruzando y el sonido del claxon de los coches a modo de banda sonora si el resultado había sido bueno. Luego, viaje a casa de los abuelos a comer paella. En días así no se necesita una coartada para ser feliz, simplemente serlo.

Férez, del Rayo Vallecano
El autor del texto junto a Ángel Férez

Debía tener once o doce años cuando hice la prueba para intentar entrar en la cantera. Rellené una solicitud en el propio estadio y por ahí anda todavía la carta que recibí algunas semanas después que me citaba un viernes en el colegio Tajamar.

«Tú, de extremo derecho», me indicaron antes de empezar. Y allí que me puse. ¡Cómo llovía! Más que llover, diluviaba. Subí la banda, la bajé, noté como me quedaba sin oxígeno, corrí como nunca lo había hecho… y no toqué ni un balón. Ahí, en medio del barro, quedó mi sueño de ser futbolista. Roy Batty dijo a Rick Deckard en Blade Runner que «todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia»: mentira cochina.

Trashorras, del Rayo Vallecano
Trashorras (Foto: Cordon Press)

Como no le gustaba el fútbol y bastante hacía con entrar a hacer fotos para la revista ValledelKas y así ahorrarse la entrada, cuando mi padre me hizo socio a los ocho o nueve años tenía que ir al estadio con mis vecinos. Por allí estaba Julián, al que apodaban Sonny Crockett por su afición a las americanas con camisetas debajo y su coche blanco (en este caso un Opel Kadett). También su suegro Antonio, que tiempo después acabó en Puerto Rico siguiendo unas caderas, rompiendo cincuenta años de matrimonio y olvidándose de tres hijas y seis nietos.

Nació y pasó los primeros años de su vida en las casas bajas del Cerro del Tío Pio. Sin embargo, mi padre nunca tuvo tiempo para aficionarse a un deporte: mi abuelo se marchó a Alemania a trabajar y desde muy pequeño él tuvo que responsabilizarse de su madre, dos hermanas pequeñas y otra que llegó once meses después y provocó que mi abuelo no volviera más y muriera años después en un piso compartido cerca del Rastro.

Volviendo a mi padre, él nunca ha llegado a entender al Rayo. No es simple. Por eso, cuando me prometió que iríamos al primer partido que el equipo jugara fuera de España no se esperaba que el azar lo llevaría a la UEFA por juego limpio. Fue el 8 de junio del 2000, todavía no había Internet en los móviles y recuerdo escuchar en el boletín horario de la cadena Ser que Rayo Vallecano y Lierse habían sido los «agraciados» en el sorteo que se había celebrado en La Woluwe (Bélgica) entre los catorce conjuntos más deportivos de Europa en la temporada anterior.

Polster, del Rayo Vallecano
Polster (Foto: Cordon Press)

Andorra era la fase previa y «no contaba», Noruega (Molde), Dinamarca (Viborg), Rusia (Lokomotiv) estaban muy lejos y Francia (Girondins de Burdeos)… era Francia. Tuve que conformarme con ver los partidos de local en el campo y los de visitante entre una televisión de la sala Hebe y las narraciones de Onda Madrid. Así, que aquí ando esperando un cuarto de siglo para ver si por fin se da el cantado «Rayo-Liverpool» y puedo llevarme yo a mi hija, cuyo primer partido fueron unas semifinales de Copa del Rey ante el Real Betis. Cómo cambia la vida.

De lo que no podrá disfrutar Irya es de los días de vino y rosas del femenino. Ese equipo que dominó el fútbol de nuestro país, ganó la Copa del Rey en 2008, las Ligas de 2009, 2010 y 2011 y ahora se pudre en el tártaro de la tercera categoría peleando ante filiales. Fue ese mismo club que metió a 8000 espectadores en Vallecas con motivo de un partido de Liga de Campeones ante el Arsenal el 4 de noviembre de 2010 mientras los chicos del Getafe tan solo reunían a 3000 ante el Stuttgart en Europa League.

Después de intentar convertirlo en amateur en 2014 y liquidar cualquier vestigio de gloria, el presidente de la entidad, Raúl Martín Presa, se ha encargado de ir diezmando la sección más exitosa hasta convertirla en un chiste de mal gusto, todo ello coronado por la presencia en el banquillo de Carlos Santiso, ese mismo entrenador que en una conversación de WhatsApp apuntó años atrás que no era mala idea violar a una mujer para fomentar el espíritu grupal.

Hugo Sánchez, del Rayo Vallecano
Hugo Sánchez (Foto: Cordon Press)

Por Vallecas han pasado todo tipo de presidentes. Desde aquellos que gestionaban el dinero en bolsas de basura a otro que editó una cinta de casete que entre los títulos incluía «Sevillanas ‘Pal’ Rayo». Sin embargo, la distancia ahora entre el máximo mandatario y la afición es mayor que la suma Humbold.

El último ejemplo ha sido el antojo de un nuevo estadio «más cómodo, más accesible, moderno, para ponernos a la vanguardia». En su hoja de ruta, un cambio de emplazamiento. El mismo Martín Presa que mira desde su atalaya como centenares de aficionados tienen que hacer cola durante dos días para poder abonarse y no ha querido implementar un sistema de venta de entradas online, pretende subirse ahora a un tren que nadie quiere coger. Sin Vallecas, el Rayo no es el Rayo. Y el estadio es su santuario.

Porque el Rayo es su gente. Los directivos pasan. Los jugadores, también. Lo que quedan son los valores, esos ideales que quedaron bien a las claras en la previa del partido del Valencia cuando Bukaneros desplegaron pancartas para concienciar a la sociedad ante el problema de la ansiedad o años atrás el por aquel entonces técnico, Paco Jémez, anunciaba que tanto el cuerpo técnico como la plantilla iban a ayudar económicamente a Carmen, una vecina del barrio de 85 años que había sido desahuciada días atrás.

El Rayo Vallecano es la identificación de un barrio, su idiosincrasia, sus valores. Es el orgullo, la imagen. Por eso, si te das una vuelta por allí puedes comer en el Kebab Rayo, cortarte el pelo en la Peluquería Rayo y aprender a conducir en al Autoescuela Rayo.

Cobeño, del Rayo Vallecano
Cobeño (Foto: Cordon Press)

Al lado del campo hay un bar en el que los nombres de los bocadillos son los de algunos jugadores emblemáticos como Cobeño o Trashorras y el tema de conversación gira sobre la franja. Enfrente, otro local tiene pintado en su cierre un grafiti con la imagen de Hugo Maradona y Laurie Cunningham. El Rayo Vallecano no es un equipo de fútbol: es ADN, una seña de identidad. A un vallecano quítale lo que quieras, pero nunca a su Rayo. Cualquiera puede elegir equipo, pero no nacer en Vallecas. Eso es otra cosa.

¿Pero también eres del Madrid, no? ¿Entonces del Atleti? ¡Qué soy del Rayo! De aquella vaselina de Onésimo al Mallorca y el penalti que falló Hugo Sánchez contra el Compostela. Del gol de Alcázar al Lokomotiv cuando se fue la luz y el estadio se pobló de mecheros encendidos. Polster, Argenta, Férez. Felines saltando del banquillo para celebrar el ascenso.

Hugo Maradona lanzando una falta o Wilfred parando un penalti a Míchel en el Bernabéu. Del viaje a Salamanca cuando nos fuimos a Segunda B y las lágrimas en Eibar. Tamudo marcando en el 91 ante el Granada un inolvidable 13 de mayo de 2012 después de culminar aquella histórica jugada que comenzó con un zurdazo de Piti que se topó con la defensa rival, el rechace que Michu estrelló contra el larguero y la cabeza salvadora del de Santa Coloma de Gramanet emergiendo para salvar el futuro de la entidad. ¡Y lo que queda!

7 Comentarios

  1. El gran rayo…el mata gigantes temporada 77-78 y luego bajamos a segunda, Uceda alcazar alvarito custodio tanco landaburu Guzmán morena etc,,,metía en el campo 20000 personas, de pie casi todos los socios, q íbamos con bota de vino en ristre, peñas como el cencerro etc, q recuerdos con solo 8 años, imborrables, siempre rayito q nos partió el corazón con su franja roja, su lucha, su coraje, aupa rayo.

  2. Muchas gracias por estos recuerdos que nos unen a todos con la franja este año cumplo 50 años de socio y todo lo que cuentas lo he vivido.
    Yo estaba cuando se inauguró el estadio en junio de 1976 y aunque ya no vivo en Vallecas creo que sin el Estadio se pierde todo el espíritu de este equipo y me parece una traición a todos nuestros valores ojalá podamos seguir muchos años allí.

  3. Tenía 11 años cuando se consiguió el ascenso a segunda, tras vencer a Jerez Industrial y Racing de Ferrol como contrincantes en eliminatorias. Todo un calvario. Vivía por aquel entonces en Vallecas, era de Vallecas. Y sigo siendo de Vallecas aunque ahora no viva allí. Vallecas y el Rayo marcan, y su afición no digamos.
    Señor Martín Presa, no hubo presidente de esta entidad que detestara Vallecas tanto como usted lo viene demostrando año tras año.
    Servidor desaparecerá y usted también pero Vallecas estará ahí para continuar con el legado de toda esa clase trabajadora a la que usted denosta con sus penosas decisiones día a día.

  4. Pues si eres de finales de los 70 o comienzos de los 80, seguro que nos conocemos.

  5. Otro bobo soltando la memez de la banderita republicana.

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