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Di Stefano y su lema, «al fútbol se juega bien o no, nada más»

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Di Stefano (Foto: Cordon Press)
Di Stefano (Foto: Cordon Press)

En 2011 a Alfredo Di Stéfano le dio por coger el teléfono y aceptó una entrevista con Jot Down. De un día para otro. «Vengan mañana, a primera hora». Hubo que meterse una noche toledana para preparar el tercer grado y, a las siete de la mañana, llegó la mala noticia. Su hija había muerto esa misma noche. De todos los accidentes que podíamos esperar, una desgracia de esa magnitud no figuraba en nuestra agenda.

Más adelante volvió a citarnos, pero no apareció. Deambulamos alrededor del club de veteranos del Real Madrid una fría mañana esperándole sin que se presentara. Alguien nos contó que te podía decir que sí y luego olvidarse. Pero al menos cogía le teléfono y preguntaba en persona quién eras tú y qué querías. No era como pedir audiencia con el Vaticano. Y eso que un estudio serio de la influencia del Real Madrid en la piel de toro comparada con la del pontífice podría arrojar datos interesantes.

La verdad es que fue una verdadera pena porque un encuentro con don Alfredo prometía. El repertorio de anécdotas y situaciones inverosímiles de los tiempos en los que jugaba no tiene nada que ver con lo que pueda ocurrir ahora, con un fútbol tan profesionalizado y envasado al vacío para que los medios lleguen hasta donde tienen que llegar. Porque de otra cosa tampoco se podría hablar con él.

Yo no le vi jugar, y como yo, tres cuartas partes de españoles. Para mí Di Stéfano fue siempre una leyenda en sentido estricto. Con el Madrid de la primera mitad de los noventa combinando en horizontal con mueca de «el fútbol no es para reír», lo que te contaban de Di Stéfano cobraba categoría de mito.

Alfredo Di Stéfano en el vestuario tras disputar las semifinales de la Copa de Europa de 1960 entre el Barcelona y el Real Madrid. Foto: Cordon Press.
Alfredo Di Stéfano en el vestuario tras disputar un partido en 1960 entre el Barcelona y el Real Madrid. Foto: Cordon Press. 

A mí mi padre me hablaba de él recordando a su propio padre; explicándome el tinglado que tenía mi abuelo montado en casa, con un alambre por el techo de su habitación de lado a lado para captar onda corta, donde escuchaba los partidos del Madrid y otro tipo de emisiones. Un Real Madrid que era la única ilusión de su vida de currante.

Ahora tendemos a pensar que en tiempos de crisis se informa demasiado sobre fútbol, está asumido como opio del pueblo, y bien es cierto que tres de cada cuatro futboleros que conozco me parecen enfermos mentales, pero al Madrid de Di Stéfano siempre lo he percibido como lo único que daba alegrías a mi abuelo, a quien el franquismo no se le hizo tan plácido y confortable como a otros. Sería injusto negarle ese valor al deporte por muchos excesos y desmanes que se cometan en su nombre.

Luego solo había que mirar los números y los títulos sobre el papel para pensar que aquellos años del Madrid de los cincuenta y sesenta tuvieron que ser una merienda. Tanto es así que cuando Di Stéfano se hizo cargo del equipo en 1990 en sustitución de Toshack la noticia sonaba maravillosa.

No en vano, se estrenó con una victoria en la Supercopa de España contra el Barcelona de Cruyff coronada con el 4-1 y gol de Santi Aragón desde el centro del campo. La magia existía. Las Copas de Europa por fin iban a caer como churros, pero no. Don Alfredo cogió al equipo a seis puntos del I Año Triunfal del Barça de Cruyff y lo dejó a dieciséis. Radomir Antic lo sustituyó hasta que llegasen Maturana o Sacchi, no vino nadie, y luego se cargaron al serbio con el equipo líder. En fin, el día a día de la casa Usher que fue el club entonces.

Di Stéfano marcando un gol durante el partido de futbol disputado entre el Real Madrid y Francfort en 1960. Foto: Cordon Press.
Di Stéfano marcando un gol durante el partido de futbol disputado entre el Real Madrid y Francfort en 1960. Foto: Cordon Press.

Di Stéfano conoció bien esta versión del club. En enero del 91 tuvo que suspender un entrenamiento, más bien lo hizo su segundo, José Antonio Camacho, por la apatía de los jugadores. En el partidillo, Sanchís, Chendo y Villarroya se pusieron a dar pelotazos que salían fuera del campo. Triste final para un entrenador que pudo ser el padre y mentor de la Quinta.

Con él debutaron casi todos ellos en la 83-84. ¿Y se reconoció? No, todo esto le generó problemas. Cuando pedía a los jugadores jóvenes para el primer equipo chocó con la directiva, que le decía que si subían se iban a «agrandar» ellos y sus padres y que «pedirían mucha plata». Así al menos lo explicó él.

De todos estos sinsentidos habló sin pelos en la lengua en una jugosa entrevista en El País en 1984. Sentenció a la directiva con frases lapidarias: «Al éxito se llega volando como las águilas o arrastrándose como las serpientes. Pero con esta gente no se puede ir ni a heredar». Se quejó de que le habían fichado como «cebo electoral». Criticaba que Del Bosque le ponía «a parir» ante la indiferencia del club, que no lo sancionaba; un club que, como buena empresa española, era un nido de cotilleos y pasillos donde el que se dedicaba exclusivamente a trabajar salía muy mal parado.

Hay que tener en cuenta de dónde venía Di Stéfano. En 1981 se había proclamado campeón con River Plate en Argentina. Pero en 1969 lo hizo con Boca, precisamente contra River, y las dos hinchadas le ovacionaron. ¿Quién ha conseguido eso? Además, un par de años después hizo campeón al Valencia en España, pasó cuarenta y tres días en el Sporting de Lisboa —la pretemporada— y ¿cuál fue su siguiente destino? ¿Real Madrid? ¿Bayern de Munich? No, el Rayo Vallecano en Segunda División. De nuevo ¿quién ha hecho algo así?

Di Stefano (Foto: Cordon Press)
Di Stefano (Foto: Cordon Press)

Al fútbol moderno también lo describió con un par de declaraciones contundentes. Sobre el periodismo deportivo dijo que dejó de ir a una tertulia porque solo se hablaba de si había sido penalti o no. Y siguiendo esta línea de argumentación y empleando a su propio club para mantener su intachable elegancia, sentenció: «Ahora veo a los jugadores del Madrid, que van a tener un accidente de cómo celebran los penaltis que marcan. Es para lo único que ahora corren». Aunque la mejor es su opinión sobre las camisetas actuales. Una vez se preguntó si las compraban en una tienda llamada «Me cago en la elegancia».

No era demagogia, nada de esa actitud era gratuito. En la biografía que publicó ayudado por Alfredo Relaño y Enrique Ortego, Gracias vieja, contaba que a los quince años dejó el colegio para trabajar en el campo con su padre. Tenía ochenta cosechadores a su cargo, pero su padre le inculcó que el que más tenía que trabajar era él, porque «el hijo del patrón tenía que ser el mejor de todos, tenía que demostrar que era el más humilde». Así fue también en el otro campo.

Encima, cuando el negocio de su padre empezó a marchar, se encontraron con el hampa. Los mafiosos que tenían que huir de Chicago o Nueva York se instalaban en Argentina. Su padre, en Rosario, tuvo que lidiar con la banda del Chicho Grande, de apellido Galiffi. Le pidieron la mordida, el viejo se negó a pagar y desde entonces tuvo que salir siempre de casa con una pistola en el bolsillo. Hasta dormía con el arma en la mesita de noche. Cada vez que iba al mercado, disparaban cerca de él para asustarlo, pero no bajó nunca la cabeza. Así era el hombre que educó a don Alfredo, mientras el pobre crío tenía que lidiar con intentos de secuestro.

Di Stefano junto a Puskas y, en el centro, el entrenador del Crystal Palace, Arthur Rowe (Foto: Cordon Press)
Di Stefano junto a Puskas y, en el centro, el entrenador del Crystal Palace, Arthur Rowe (Foto: Cordon Press)

Por cierto, que el rapto se produjo finalmente en agosto de 1963. El Frente de Liberación Nacional de Venezuela le secuestró. Dos supuestos policías se lo llevaron detenido acusándole de tráfico de drogas y le tuvieron setenta y dos horas retenido. Nunca habló mal de sus captores. Durante el cautiverio jugó al ajedrez, vio la televisión y apostó a los caballos. Realmente, el único día que temió por su vida siendo futbolista fue cuando le tiraron un botijo al autobús del equipo en Granada.

Cuando vino a España Madrid le pareció una ciudad «tristona». Cuentan que al menos el fútbol lo alegró trayendo, junto a Kubala, todo un repertorio de tacones y paredes que no se habían visto por estas latitudes. Sobre el campo se ha dicho que jugaba en todas las posiciones. Cruyff confesó que de niño soñaba con convertirse en un jugador como él. Era de iniciar la jugada atrás y rematar también el gol.

De su influencia sobre los compañeros daba cuenta una anécdota que contó Puskas. En una ocasión en un partido regateó al portero y antes de marcar se detuvo: «Pensé para mí mismo, si marco aquí, Di Stéfano nunca me volverá a hablar. Lo mejor era que él fuese el máximo goleador y yo el segundo. Así es que lo esperé y le di el pase para que lo metiera él». Al mismo tiempo, cuando Bernabéu quiso deshacerse de Gento, Di Stéfano fue su mayor defensor. Y cuando luego Bernabéu pretendió retirarle a él, con treinta y ocho años, no volvió a dirigirle la palabra.

Di Stefano en su etapa con el Español (Foto: Cordon Press)
Di Stefano en su etapa con el Español (Foto: Cordon Press)

Por supuesto, el que tendría razón siempre seguro que fue Bernabéu, pero la actitud del futbolista, un psicópata del balón, es la que queda. Y de su naturaleza honesta han dado testimonio los aludidos enemigos que fue cosechando después. Pero esa es la gente de fútbol que queremos: piraos por este deporte. Porque para dedicar tu vida a golpear en calzoncillos la tripa de una vaca hay que estar un poco tocado del ala.

Pese a todo, dejó claro que nunca quiso ser idolatrado. Y lo más extraño es que, dada su condición de dios en la tierra, una de sus mejores frases nunca pasara a la historia de este deporte. Es la que finiquita todas las discusiones posibles entre tiquitaca y otros estilos más prosaicos, cuando dijo: «Al fútbol se juega bien o no, nada más».

3 Comentarios

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  2. Creo que, sinceramente, es un jugador sobrevalorado por la prensa, especialmente por Relaño. No llegó al nivel de Puskás y fuera de España no aparece ni entre los 10 mejores de la historia. En cierto modo le pasa lo mismo a Kubala.

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