Tribuna

Budapest: La bella crueldad del atletismo

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Fátima Diame (Foto: Cordon Press)

Budapest ha acogido los Campeonatos Mundiales de Atletismo 2023 en un escenario temporal llamado National Athletics Centre, anglicismo que será reducido de inmediato a un estadio de menor capacidad a orillas del Danubio. Los precios de los hoteles han galopado rampantes. Paralelamente al campeonato se ha organizado una carrera popular con cuatro mil participantes y la mascota era una oveja racka llamada Youhuu. Cuando visité Budapest en 1992, el ejército soviético se acababa de retirar del país y los principales deportistas húngaros eran nadadores y kayakistas. Podías ir andando desde los baños de Széchenyi al Nepstadion porque se seguía llamando Estadio del Pueblo. La entrada a los baños costaba un euro y, por otro, masajistas fornidas te azotaban con toallas duras como sacos.

Hungría y el atletismo han dado un salto conceptual de importancia. Donde antes se reseñaron centímetros y décimas de segundo, hoy además se habla del evento deportivo con más seguimiento y de once millones de followers en las redes sociales del campeonato. Y esto es bueno, nos pongamos como nos pongamos.

Las estrellas del momento son iconos mediáticos como los triunfantes Noah Lyles, Yulimar Rojas o Sha’Carri Richardson. Ser los más bellos y los que más rápido corren o saltan les lleva a trascender a generaciones venideras. Se analizan sus tweets, se replican millones de veces sus gestos y emocionan a adolescentes que, no lo olviden, son la próxima oleada de deportistas, primeros espadas patrocinados y músculo principal que sirva de sostén del gran show. Cuando vean la próxima vez a un equipo de la NBA mostrando camisetas de World Champion, recuerden a Lyles atónito y su «Adoro los Estados Unidos, pero ¡eso no es el mundo!»

Budapest ha producido historias mediáticas que surgen en el momento justo. Hemos podido asistir a debates sobre las estructuras de poder y las aspiraciones de un exatleta como Sebastian Coe a presidir, ni más ni menos, el Comité Olímpico Internacional. Y en gran parte ha sido a raíz de las relaciones complejas entre los especialistas de la marcha atlética y el futuro difícil del dinosaurio más bello del deporte (la marcha, no Coe), ha propiciado que los dioses protegieran y dieran alas a María Pérez y Álvaro Martín. Si Martín o Pérez, apellidos cuya génesis discreta y proporción monumental desconocen en el mundo, hubieran sido campeones del mundo en Atenas 1989 o en Eugene 2022, no habría sido más que un éxito deportivo.

María Pérez (Foto: Cordon Press)

Pero ocurrió que los dos se impusieron a lo mejor del mundo en las dos pruebas de marcha. Una que siempre ha sido la corta y otra que antes era la larga, reducida hoy a una menos larga. Y todo porque la World Athletics está repensándose el traslado definitivo al modelo del atletismo ágil, dinámico, fácilmente digerible en los vídeos de cuatro o seis minutos. Ahora tienen un problema porque la historia de la sublevación del mundo de la marcha atlética, una cosa que alimenta la épica del deporte desde el siglo XVIII, está encabezada precisamente por dos atletas que han puesto a España entre las naciones más laureadas del evento.

Cuatro oros. Toma, Jeroma

Juguemos a ser alguien ajeno; un aficionado al atletismo de cualquier país del mundo. Su balance, ¿cuál habrá sido? Cómo haya visto estos Mundiales dependerá de si lo hace a través de la fría matemática o de las tripas y el corazón. Se estableció hace unos años una clasificación de puntos otorgados por cada uno de los atletas que consiguen acabar entre los ocho mejores. El número no es aleatorio ya que las pistas de los estadios de atletismo tienen ocho calles y muchas finales se hacen corriendo por ellas. Siguiendo con la numerología, en todas las especialidades del deporte rey se selecciona como finalistas a esos ocho diamantes de todo el elenco. Esta clasificación complementa muy bien el asunto del medallero, en el que un país puede tener un gran especialista y, con dos oros, aparecer más arriba que otro país que araña muchas platas y bronces. Digamos que este método evalúa mejor la salud global del atletismo de un país.

Por este sistema España es séptima del mundo tras Estados Unidos, Jamaica, Kenia, Reino Unido, Etiopía y Canadá.

Es una afirmación tajante pero, a poco que se siga el atletismo año a año, se sabe que llegar a esta conclusión es muy aventurado. No podemos decir que el resultado entre la inversión en deportistas y los finalistas de Budapest 2023 nos ponga por delante de Países Bajos, Italia, Alemania o Japón. Fuera de las ocho calles, en pasillos, areneros y círculos de lanzamiento, solamente se ha conseguido brillar en el salto de longitud femenino con las sólidas Fátima Diame y Tessy Ebosele, sexta y octava respectivamente en una final con un nivel medio altísimo.

Neeraj Chopra (Foto: Cordon Press)

En el anillo, cuartos y quintos puestos dejaron con una sensación agridulce a Adrián Ben en 800m y a Mario García Romo en 1.500m. Les sigues tirando de la lengua horas después de sus emocionantes batallas, y contestan con una amargura propia de deportistas competitivos hasta la médula. Quieren dar ese salto a la medalla cuando compiten frente a lo mejor del mundo.

Porque ahí radica la savia de estos Mundiales de atletismo: la densidad de grandes competidores se ha multiplicado hasta un punto en el que ni se podría soñar hace diez años. Cuando los aficionados canosos miramos las barreras recientes de algunas especialidades, asoman hazañas como cuando Said Aouita o Hicham El Gerrouj bajaron de 13:00 en el 5.000 masculino. Pues el ránking de 2023, previo a Budapest, presentaba hasta una docena de cohetes supersónicos con marcas entre 12:36 y 12:50. En 1.500, en categoría femenina, tiene 23 atletas que han bajado de cuatro minutos, con la keniana Faith Kipyegon estableciendo un récord del mundo en 3:49.11. Garcia Romo se presentó a la final de un gran campeonato dispuesto a degollar a quien hiciera falta y tuvo que quedarse a noventa centésimas de la victoria, en las que se le colaron cinco corredores. Cuatro de ellos corriendo en un interestelar 3:29 que hace diez años era poco menos que el tope mundial del año.

¿Dónde ir a competir con tal colección de talento, tecnología y ayudas externas para llevar al máximo que se permita a un cuerpo humano? ¿Cómo aspirar a poco más que pasar una ronda en la que se han presentado como tú los cuarenta y cinco mejores del planeta? El atletismo presume de universalidad pero su esencia es una bella crueldad. Hemos visto cómo las milésimas de segundo decidían clasificaciones, cómo un centímetro provocaba saltos y lanzamientos nulos que tiraban por tierra una temporada entera. A la venezolana Rojas tragarse los nervios porque, siendo sin discusión la dominante del triple salto mundial, tuvo que esperar al último salto para llevarse el oro. A Jakob Ingebritsen, el fenómeno noruego que tiraniza el medio fondo desde hace años, sucumbir a esa posibilidad cierta que el atletismo pone frente a tus ojos.

¿Y si algo no sale bien del todo? ¿Y si otro competidor encuentra ese estado de gracia en el momento preciso? Cuando el escocés Josh Kerr ha logrado apretar más la zancada derrotando a Ingebritsen en 1.500, éste no fracasa ni es un dios caído y soberbio. Cuando un chico de Mula llamado Mohamed Katir crispa su gesto cinco metros, sólo cinco, antes de la meta del 5.000 y pierde el oro a manos del noruego, tampoco es éste el resucitado entre la neblina de los fiordos sino simplemente un vencedor, un tronco más inclinado durante unos segundos, un esfuerzo de impulso de esos tobillos maravillosos que se sostiene durante diez zancadas más.

Reducir todo a las medallas es contentarse con comer un menú infantil lleno de rebozados y ketchup. Como informadores supone renunciar al análisis. Es repartir carne picada para que sea deglutida mientras ni siquiera la miras porque, en otra pantalla o pestaña, saltan las alertas de Whatsapp o Telegram y perderás ante un video chorra. La prensa general necesita nuevos aires. Muchos medios se pelearán por las migajas de una audiencia que encuentra los mismos titulares por donde pincha. Lo llamarán competencia feroz. Opinarán del número de victorias, la posición en el medallero, los sonoros fracasos, y ya. Adiós.

Femke Bol (Foto: Cordon Press)

¿Cómo puede entender como fracaso un espectador la carrera de un joven que vive medio año encerrado en unos entrenamientos inhumanos? ¿Qué comprensión de la cruel exigencia del deporte de alto nivel se puede dar si un tenista arroja su raqueta al suelo, o si no es simpático en las declaraciones a la prensa después de ser eliminado?

Femke Bol, gracias a miles de horas de trabajo sostenido, tiene una historia en sí misma. La neerlandesa se agarrotó cayendo en el último relevo y privando a su país de un oro. El trabajo y el dominio total del cuerpo le premió con victoria en la terrible vuelta a la pista con vallas. El atletismo posibilita que Neeraj Chopra represente una realidad del tiempo venidero. Un atleta de la India que pasa de ser un talento descubierto a una referencia nacional. En la final de la jabalina Chopra encabezó un contingente de hasta tres hindúes y un pakistaní, pisando el otrora templo sagrado de finlandeses, checos o alemanes. Seguimos descubriendo la universalidad del cuerpo humano a través de la especialización que posibilita el más grande de los deportes. En cada escuela infantil hay decenas de cuerpos con un potencial descomunal, tanto intelectual —gracias a Dios— como para cada uno de los lanzamientos, saltos o carreras. Más talento para los rankings, más emoción en las competiciones. Más chicas y chicos mostrando las posibilidades de un cuerpo perfectamente cincelado.

Y el verano que viene tendremos más. Juegos olímpicos de París. Vayamos preparándonos.

 

 

 

Un comentario

  1. Hablando de nombres que han sonado en el mundial, pero como olvidar tantos otros nombres que llevan luchando sin descanso como los nombrados y por golpes de mala suerte quedan eliminados, estando al mismo nivel e incluso superior. Atletismo, hermoso y a la vez injusto. Atletas que se tienen que recomponer después de cada evento,muy poco reconocidos e igual de luch
    adores que los laureados. Felicidades, guerreros anónimos, por vuestro tesón sin reconicimiento

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