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Mario García Romo, un corredor frío como el hielo madurado en Estados Unidos

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Mario García Romo (Foto: facebook.com/mario.garciaromo)

Dentro de la miríada de jóvenes que compiten en las pruebas de mediofondo, encontrar potenciales milleros y especialistas de 1.500 podría ser un proyecto específico en sí mismo. Uno de ellos es el salmantino Mario García Romo (Villar de Gallimazo, 1999), atleta que se unió en el loco mes de junio de 2023 a lo que, antaño, era un selecto club. Estos corredores, mentalmente, han de adaptarse a la prueba más agresiva y estratégica del atletismo. Deciden en décimas en un sitio muy reducido para grandes grupos, meten cambios de ritmo que se ejecutan a una alta velocidad y con decenas de zapatillas de clavos que ascienden hasta la altura de sus muslos. En lo físico, son tipos fibrosos con una técnica de carrera similar a sus compañeros de la distancia inferior, la doble vuelta a la pista.

Quizá no son tan rápidos como los velocistas (no en vano se discute si el 800 es la última prueba de la velocidad prolongada) pero tienen una reactividad bestial en esa palanca que conforman el tobillo y el tendón de Aquiles. Altos en su mayoría, con los pómulos sobresalientes, todos parecen dotados de una gran elegancia al correr. Son los herederos de Sebastian Coe, Steve Ovett, Herb Elliott o Reyes Estévez, por poner casos de atletas con los que se puede ir a echar un rato maravilloso a Youtube. Portadores de una elegancia que solamente se otorga a unos pocos elegidos en cada generación.

Al menos, eso es lo que se creía hasta ahora

Retrocedamos unos meses. De cara a las pruebas de 1.500 en categoría masculina, el corte de clasificación en los Campeonatos del Mundo de Budapest se había establecido en unos muy exigentes 3:34.20. Había cincuenta y seis plazas disponibles. Pero, ya solamente contando los veintitrés mejores del ranking de 2023, el corte estaba rondando el 3:32.00. Abran los ojos bien por lo que van a leer: once de ellos tenían una marca de calificación inferior a esos cuasi imposibles 3:30.00. Para situar el verdadero contexto de esta cifra, hasta 2021 solamente Fermín Cacho había logrado bajar de esa marca en la historia del mediofondo español.

Pues Mario García Romo es uno de esos once. Todo ocurría en un mes de junio en el que los meetings de la Diamond League producían asombro ante la densidad de marcas escalofriantes que se estaban consiguiendo. Medio año antes, García Romo afrontaba entrenamientos rodeado de nieve durante la temporada de invierno, incluido en un equipo superespecializado. Algo, como casi todo lo que rodea a Mario, que le hace girar entre lo excepcional y lo sencillo. Vayamos en detalle con ello.

Con el 321, García Romo (Foto: facebook.com/mario.garciaromo)

A escasos tres kilómetros de Villar de Gallimazo, en Tierra de Peñaranda, resiste el azud de Riolobos, por el que pasan miles de aves migratorias. Los críos de la zona están acostumbrados a mirar embobados a las bandadas de pájaros que migran para recorrer medio mundo. Como una metáfora fatal, tras destacar en categorías inferiores, Mario opta por estudiar y competir en el exigente mundo del deporte universitario de Estados Unidos: la NCAA. Corre 2018 y es admitido en la Universidad de Mississippi para comenzar el curso de 2018/19. Como freshman compite mucho y bien y aprovecha el tiempo como estudiante de Química. Cerebro y más cerebro. «Quiero dar a la sociedad lo mejor que tenga», ha declarado más de una vez.

Mientras el salmantino absorbe contenidos sobre moléculas, el mundo atlético universitario norteamericano está en plena transformación y, antes de que el planeta se vea afectado por la pandemia de 2020, la inversión en horas de retransmisión y competitividad entre universidades han convertido la NCAA en el escaparate más bestia del deporte. Cuando García Romo se encarga de defender el pabellón de los relevos y el medio fondo de Ole Miss, como se conoce a su equipo deportivo, aquella vieja cantera previa al deporte profesional americano es una demostración de músculo deportivo y financiero.

Y en 2021 el goteo de sus grandes resultados empieza a hacerse público en España. Entre los universitarios del equipo de Mississippi destacan Walled Suliman y Mario. Durante mayo y junio de esa temporada, Garcia Romo baja 4 veces de 3:40.00 y esto le garantiza una plaza para el Europeo sub 23 de Tallin, ser All American y competir al más alto nivel de la NCAA. Tras la medalla de plata europea en categoría sub 23 el paisanaje empieza a hacerse familiar con ese chaval de cara afilada y flequillo castaño. Algunos empiezan a decir que corre como Coe, y es que somos un país de no andarnos con medias tintas.

Mario García Romo (Foto: facebook.com/mario.garciaromo)

Pero lo que más destaca es que corre y habla como un adulto. Es una mezcla de profesor universitario de esos a los que no les arrancas un chiste y de crío que baja a lo loco a jugar a las canchas del instituto de Peñaranda de Bracamonte. La literatura periodística se dispara con su mes de mayo de 2022. Ya es un látigo de metro ochenta y pico de sienes rapadas y correr erguido, hierático, que hace un primer ciclo de competiciones de categoría internacional. Llegan noticias de las pruebas de la SouthEast Conference en las que progresa hasta 3:36.91 para clasificarse a la final nacional de la Primera División NCAA. Ahí es segundo. Ha ganado el derecho a que le respeten durante los Campeonatos de España. En semanas, añade su clasificación para el Mundial de Eugene 2022 y el Europeo de Munich del mismo verano.

Lo que se vive en el Hayward Field de Eugene es parte de la nueva era en la que vive el medio fondo mundial. De un lado, medio pelotón mira cómo se les aleja Jakob Ingebritsen, el chico de los fiordos que parece imbatible. El otro medio es, lo contábamos antes, un grupo de aristócratas sin piedad que se resisten a ese determinismo deportivo en el que el bueno siempre arrasa. El salmantino forma parte de las zancadas que brincan durante las dos primeras vueltas, oliendo el aroma almizclado del triunfo. Jack Wightman tiene el honor de sobar el morro con elegancia a Ingebritsen. Los tres primeros han corrido como si el honor y un millón de libras estuvieran sobre la mesa.

El cuarto, el quinto y hasta el sexto corren en 3:30, la barrera de los elegidos. Mario García Romo es cuarto. Tras la carrera se le puede ver sentado en el tartán en la calle seis, como excepcional testigo de la subversión del orden divino. Se echa la mano a la frente. Ha estado detrás de los mejores en la mejor cita del año. Y anuncia que repetirá unas semanas más tarde en la batalla europea, en Múnich. Al fin y al cabo, salvo los kenianos y unos norteamericanos que no han hecho acto de presencia en Eugene, volverán los de siempre.

Mario García Romo, bronce en el europeo de Munich, en 1500 (Foto: atletismorfea.es)

No es así tal cual porque algunos de los herederos de Cram y Ovett están agotados tras Eugene y no repiten campeonato. Pero quedan un montón de esos chicos guapos de la milla, de las cuatro vueltas a la pista. Esta vez la apisonadora noruega no piensa dejar pasar la oportunidad. Con esa mirada entre infeliz y altiva (aunque el mismo Mario dice que es muy abierto y simpático, uno piensa que a Ingebritsen le robaron la alegría de la infancia), el multi campeón noruego pone en fila a todos sobre un asfalto mojado. Es una carrera más de esas mil repeticiones hechas con sabor a sangre en la boca, aunque es verdad que todos los milquis son un poco diferentes. De nuevo Mario se sitúa detrás de él. Ya no es un estudiante predoctoral que teclea bibliografía y mordisquea una capucha de bolígrafo. Es un tren que calca acompasadamente esas elegantes zancadas a las de los mejores del continente.

Ha llovido un rato antes de la final. Los metatarsos de los mediofondistas chocan con el suelo sintético y producen un ruido característico entre el siseo de la suela mojada y el claqué del bailarín que tabletea sobre la madera. García Romo pierde metros y es medalla de bronce europeo. Para él todo esto está siendo un proceso continuado de maduración como persona y como deportista. Se distancia de sus compañeros más explosivos, de los ídolos juveniles que revientan las redes sociales. Tampoco es el paradigma de un chico sencillo del mundo rural. Mario se ha criado al otro lado del Atlántico, sabe que vive en un entorno hipercapitalista que también usa a los deportistas para su beneficio propio.

García Romo tiene claro que no puede abandonar los métodos y estructuras profesionalizadas del deporte norteamericano. En 2022 se le planteaba el momento de escoger entre varias alternativas: volver a Europa o enrolarse en los equipos profesionales de allí. Varias marcas pujaron por él, pero On_running le ofreció trabajar integrado en el equipo de gente como Dathan Ritzenhein y Ryan Vanhoy. El sistema de trabajar en grupos muy competitivos le metió a entrenar con el estadounidense Yared Nuguse, con Morgan McDonald y el australiano Oliver Hoare, entre otros.

Mario ya es profesional

De inmediato nota un cambio en su vida. El invierno en Boulder, Colorado, es un compendio de rodajes entre la nieve y un estilo de vida casi monacal en una zona que se ha convertido en la meca de varios deportes del aire libre durante los últimos años. Pronto ese recién estrenado 2023 empezará a arrojar resultados de una elección profesional a todas luces positiva. Es tercero un 3.000 en Boston a finales de enero en el John Thomas Terrier Classic, y arrebata a Jose Manuel Abascal el récord de España de la milla en los Milrose Games de Nueva York, días después. Se cierra el ciclo de la pista cubierta y, tras semanas de expectación, de repente el deporte de las ocho calles se vuelve loco. Comienza el duro proceso de clasificación para el Mundial de Budapest. En la primavera de esta temporada se correrá más que nunca y aparecerá un número de purasangres jamás imaginado.

Mario García Romo junto a Jakob Ingebrigtsen (Foto: atletismorfea.es)

Si nunca lo ha hecho, aproveche un día para bajar a una pista de atletismo cercana. Infórmese porque es posible que haya un grupo de atletas jóvenes, de entre los que destacan a unos que parece que se desplazan de puntillas. Secos como espárragos, corren con una fluidez que le enamorará. A las 21:20 del 15 de junio termina el ritual del calentamiento previo al 1.500 de los Bislett Games, en Oslo. En media hora saltarán al precioso recinto los doce o catorce ejemplares de la elegante zancada. A las 21:50, el griterío de la pista de Oslo se escucha sin problema tomando un café desde el Store Sta o del Laundromat, porque el estadio Bislett permanece intocable, incrustado en un barrio de la ciudad desde 1908.

Al viejo atletismo europeo le pega más eso que no en un parking gigantesco a las afueras. La cercanía del público se puede palpar desde la misma calle uno por la que galopa la liebre, el marroquí Mounir Akbache, contratado para lanzar la prueba. Mario va en fila justo detrás de Neil Gourley, Mo Katir y Timothy Cheruiyot. La siguiente liebre acelera para dejar a Ingebritsen al mando, con Katir a medio metro, y después otro grupo de chacales encabezados por Nuguse y Hoare. El final deja al público bramando, con la boca abierta. El héroe local encabezaría un rosario de hasta ocho atletas que bajaron de los míticos tres minutos y medio.

Mario ha sido quinto y presenta su candidatura a las medallas en el campeonato del mundo de este verano. Había avisado, sin bravuconadas, con una frialdad que uno reconoce cuando una cabeza se ha tirado años elaborando y comprendiendo todas las aristas que tiene un plan. Aristas crueles las del deporte de élite, donde todo se tuerce y casi nada parece funcionar hasta que un momento o una solución asoma. Y su plan a largo plazo es crecer hasta disputar los Juegos Olímpicos de París 2024. «Ahora sé lo que tengo que hacer para ser campeón».

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