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No fui jugador profesional de baloncesto, pero porque no quise

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Hay cosas en la vida que a muchos de vosotros no os cuestan ningún esfuerzo y para mí resultan asuntos casi imposibles. Tengo esa impresión, aunque quizá me equivoque. Llevar el coche al taller, tratar con animales y colgar un cuadro en la pared son para mí tareas titánicas, que cuando mi padre renuncie a hacerlas y deba apañarme yo solo no sé qué voy a hacer. Son tareas a priori sencillas que me quitan la ilusión por la vida y me matan por dentro poco a poco. Sin embargo, cosas que de veras son imposibles me parecieron un día factibles. Por ejemplo: competir con mi pueblo en el Grand Prix del verano, inventar el microondas que enfría y ser jugador profesional de baloncesto.

Os juro que cuando era niño jugaba al baloncesto con mis amigos y pensaba ‘esto es facilísimo’. Mi grado de majadería era tan elevado que me decía a mí mismo que era una lástima que ya estuviera jugando al fútbol, porque si no me apuntaría a un equipo de baloncesto y sería el mejor de todos. La imposibilidad de compatibilizar entrenamientos en los dos deportes era lo único, según mi cabeza, que me apartaba de la élite del básquet. Esto es relevante y quizá lo desarrolle luego: a menudo te parecen más fáciles los deportes que no has practicado de una forma seria, a menudo te parece más fácil el trabajo de los demás, la vida de los demás, porque en realidad no sabes de lo que hablas y además eres un poco bobo. A menudo ocurre y sobre todo en la adolescencia. Ya se sabe: en esa época ni siquiera conoces las verdaderas preguntas y piensas que sabes todas las respuestas.

Pero al púber ‘yo’ eso no le importaba. El púber ‘yo’ tenía sus propias creencias. El baloncesto no guardaba secretos para mi gigantesca sapiencia. En mis pensamientos infantiles me veía jugando de base, por supuesto, absorbiendo y dirigiendo todo el juego. Cambiando en el bote la bola de mano, dando pases espectaculares mirando a la grada y metiendo los lanzamientos decisivos sobre la bocina. Diciéndole al entrenador, en los tiempos muertos, lo que había que hacer. Fichando a Michael Jordan en el PC Basket para el Taugrés. A veces estaba en el pueblo, metía una bandeja y gritaba ¡Jofresa! y mi amigo Luis contestaba ¡Jomelón! Había talento ahí. No sé qué pudo fallar, la verdad. Había nivel.

El caso es que no fui jugador de baloncesto, ni anduve cerca, pero porque no quise. La clave es el matiz. Como no lo intenté, mi cabeza puede seguir engañándose y engañándome eternamente. Por lo mismo, tampoco inventé el microondas que enfría porque no quise. Por lo mismo no intento escribir una novela y me conformo con recopilar artículos en formato libro, de vez en cuando: porque si intento escribir una novela y fracaso en el intento, ya no podré pensar que no la escribo porque no quiero, no porque no pueda o no sepa hacerlo. En la vida es importante dejar una serie de cosas en esa parcela: la de no haberlo intentado en serio.

Si no lo intentas, no puedes fallar. El anticoaching. Mentalidad de titán.

Así que con el baloncesto me centré en mirar. Triunfé en la Play con el NBA Live y el 2K, y a pontificar. De alguna manera el baloncesto me cambió la vida, porque viví durante más de una década en el horario americano por culpa de la NBA. Mis gustos son primarios, nada especial: de Jason Williams a Stephen Curry pasando por Raül López, Ricky Rubio y por supuesto Montes y Daimiel. Era feliz así y algo bueno de trabajar en el periodismo deportivo debía aprovechar: por lo general no tienes que madrugar.

Pese a todo, también un día me cansé. ¿Creéis que si los de allí tuvieran que ver los partidos hasta el amanecer lo harían, como nosotros? Ni de coña. Llegué a pensar que nos importaba más en España qué pasaba con los Timberwolves que a los habitantes de Minnesota. Me pareció tan absurdo que renuncié. Ahora soy uno de esos domingueros que tanto odiaba, los que se enteran de los resultados al día siguiente y hablan igual pero apenas ven, los expertos del Box Score. Es triste pero no lloréis: de eso va la vida, de convertirte en lo que odiabas, de reconocer que era imposible ser jugador de baloncesto y de llevar el coche al taller.

4 Comentarios

  1. Excelente artículo. Reflexiones de calidad del ciudadano de a pie o cómo sobrevivir a ser uno más.

  2. Artículo peligroso. Te obliga a releer algunos párrafos al creerte reflejado en ellos. Puede obligarte a reflexionar con consecuencias desconocidas

  3. Estupendo, maravilloso. No eres mentalista porque no quieres, nos has leído la mente a todos.

  4. Pingback: Carreras de galgos

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