Fútbol Femenino

Cómo cada vez hay más mujeres jóvenes que dejan de jugar al fútbol por salud mental: Saturno devorando a su hijo

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Lo bueno de los años es que sirven para aprender, lo malo es que cuanto más sabes, más te asusta el mundo. Hace unas semanas, la columna semanal se la dedicamos a la Queens League, esa liga de oportunidades en la que la columnista creía que iba a encontrarse una larga lista de mujeres que habían dejado el fútbol por dar prioridad al trabajo o a los estudios, si habían tenido suerte, o por la plaga de lesiones de cruzado que afectan a las mujeres que juegan al fútbol. Sin embargo, al rascar un poco en las historias personales que hay detrás de los dorsales que se presentaron a las pruebas para el draft de la pasada semana, lo que encuentra, en su mayoría, son a chicas muy jóvenes que dejaron el fútbol por otra lesión de la que no se habla: la de su salud mental.

Da vértigo asomarse a las cifras, y jamás podremos ponerlas encima de la mesa, porque la de la salud mental es una epidemia silenciosa que no sale en las actas de los partidos ni en los partes de los entrenamientos, no se atiende en las mutuas de las federaciones territoriales ni ocupa titulares de periódicos, salvo si quienes caen tienen ya los focos puestos encima. Pero una vez más el deporte femenino vuelve a sacar el debate, esta vez en un escaparate mediático que llega a los más jóvenes, los únicos que pueden cambiar esto y que se empiece a hablar por fin de la olla a presión que supone el deporte al máximo nivel, pero también la escalera por la que se accede a él.

El deporte de élite no es sano. Las consecuencias físicas que produce en los atletas van desde el desgaste de articulaciones a las enfermedades cardíacas, pasando por un abanico de secuelas derivadas de lesiones que hacen muy difícil la vuelta a una rutina cotidiana sin pasar por el fisio o el médico hasta la vejez. Pero es que a nivel psicológico, el deporte de élite es una bomba capaz de dejar en cimientos la estabilidad emocional. Presión, tensión, tocar la gloria y caer al pozo, una montaña rusa de emociones, enfocar tu vida al único objetivo de ser el mejor, de consagrar tu vida, tu rutina, amistades y cada mínima actividad de tu vida a ser atleta 24/7, y después la nada… y eso le pasa a todos, a ellos y a ellas, pero la tradicional visión del deporte masculino, ligada a la masculinidad tóxica y a que los hombres no deben expresar sus emociones para no mostrarse vulnerables, hacen que acaben por ser ellas las que abran el melón: ¿estamos cuidando a nuestros deportistas?

Una de las diferencias más notables entre el fútbol femenino y masculino es el número de licencias. En España hay cerca de un millón de hombres federados (907.233 en 2021), mientras que mujeres apenas se pasa de las cincuenta mil (67.149 en 2021). Cuando la columnista iba al colegio, tenía un profesor que se afanaba en destruir los sueños de sus alumnos, y cuando éstos le decían que querían ser futbolistas, les decía que solo llega uno entre un millón. Tenía razón. Aún así, ellos se aferraban a la estadística para creer que iban a ser ese uno. Lo que pasa en el fútbol femenino, es que una entre cincuenta mil suena mejor. Y ese uso malintencionado de las matemáticas es lo que ejerce una presión desmedida en crías que están en edad de formación y tienen talento, jóvenes a las que se les inculca que ese uno entre cincuenta mil es accesible y tienen que ser ellas, en las que se depositan las esperanzas y frustraciones de padres, representantes y clubes.

Cuando una niña destaca futbolísticamente en edades tempranas, comienza una rueda en la que se queman etapas a una velocidad inalcanzable en un curso normal. En su equipo, que suele ser mixto, se empieza a buscar una salida para cuando pase al fútbol femenino y a la vez buscar una alianza con un club mayor que después permita hacer intercambios en el masculino. A los padres se les habla del crecimiento del fútbol femenino y que la chavala, con lo buena que es, va a llegar a primera en poco tiempo. Si tiene mala suerte, antes incluso de comenzar el instituto ya tiene un representante. El club al que acaba de llegar ya le ha puesto una cláusula bajita, esperando dinero de un primera como compensación si le priva de su talento. El representante se mueve, los padres empujan, la futbolista, con menos de 20 años, llega a primera o segunda, la prensa se hace eco del fichaje prometedor, se encuentra un vestuario de adultas que le sobrepasan en calidad y experiencia, no tiene minutos, se frustra, el representante aprieta porque el traspaso será a la baja y no se llevará comisión, el entrenador pregunta para qué la fichamos, los padres están a centenares de kilómetros, los aficionados no entienden para qué vino si no juega, las compañeras apoyan, porque han pasado por lo mismo, pero no sirve de nada. El daño ya está hecho. La ansiedad aparece. Y, si no se trata a tiempo, se cronificará.

El ejemplo sirve para las que llegan a la máxima categoría, pero también para las que se quedan por el camino. Las expectativas del entorno, unidas a la autoexigencia del deportista, son un cóctel molotov difícil de manejar a edades tempranas. Cada vez son más los clubes de fútbol femenino que protegen a la cantera para evitar que la rueda gire a un ritmo frenético y arrolle a ambos, club y jugadora. Hace unas semanas, Iraia Iturregi decía en Jot Down Sport que el Athletic protege mediáticamente a sus jugadoras menores de edad para evitar que los estímulos externos afecten a su juego, y del mismo modo, los entrenadores tienen una responsabilidad al educar y formar a estas jugadoras para que de lo único que tengan que preocuparse es de jugar al fútbol.

Sin embargo, aunque la tendencia en los clubes formadores va creciendo, siguen siendo una excepción en un mundo en el que cada temporada aparecen nuevos equipos de fútbol femenino y en los que la gestión de vestuario está a cargo de hombres poco capacitados para el puesto, que vienen de un fútbol en el que la competencia no genera conflicto, en el que castigar a futbolistas con la grada es un mecanismo más, o que son incapaces de entender que la estadística de la que hablamos antes no es ninguna obligación para la que destaca, que se puede jugar sin querer llegar a primera, que puedes jugar en primera sin el imperativo de llegar al Barça o al Real Madrid, o que tampoco pasa nada si no llegas. Y ahí, una vez más, un motivo para que más exfutbolistas mujeres alcancen puestos de decisión y de banquillo: nadie va a entenderlas mejor que alguien que pasó por lo mismo.

Amanda Gutiérrez, presidenta de FUTPRO, anunciaba en el podcast Al Patatal de A la contra voluntad de crear un protocolo de protección de la salud mental en el próximo convenio de fútbol femenino, que incluya la figura del psicólogo como obligatoria en los staff técnicos de la Liga F. El psicólogo no tiene que ser una puerta a la que llamar en caso de que a la jugadora la aplaste un cuadro de ansiedad, una depresión, un trastorno de la conducta alimentaria o cualquier otro problema de salud que derive en una lesión grave e incapacitante para la práctica deportiva de alto nivel. Tiene que ser la mano tendida, la voz de alarma ante comportamientos que perjudiquen a la futbolista, y la solución a los mismos. Y del mismo modo, cada miembro del staff y del entorno tiene que tener el objetivo de protegerla, ya tenga quince años o treinta, y ya sea en su club o en su selección nacional. El fútbol de élite es un Saturno devorando a sus hijo. Y la culpa de que haya futbolistas de menos de veinte años que se hayan bajado de esto por salud mental, la tenemos todos.

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